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sábado, 29 de marzo de 2014

Javier Tomeo echa el telón

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Al morir en el 2013, el escritor aragonés afincado en Barcelona dejó dos obras inéditas: una novela y un libro de textos breves que acaban de publicarse: El hombre bicolor (Anagrama) y El fin de los dinosaurios (Páginas de Espuma). La novela tiene su origen remoto en uno de sus Cuentos perversos (2002) y puede leerse como una ingeniosa variante del motivo de la llegada a un lugar de un justiciero, juez o inspector. Así ocurre en obras tan distintas como El cántaro roto, de Von Kleist, o Llama un inspector, de J. B. Priestley. Aquí Tomeo se vale de un recaudador de impuestos modesto, quien se presenta en la pequeña ciudad gótica de Boronburg, en el reino de Burgundia, en algún momento incierto del siglo XIX, tras haber sido abandonado por sus casi 2.000 habitantes y solo quedar unos pocos y misteriosos vestigios de vida.
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En esta ocasión, sin embargo, ni el juez se revelará culpable, ni un inspector terminará por descubrir la corrupción de una familia acomodada. Antes bien, en la estela de un peculiar Kafka condimentado por Tomeo, el autor se vale del mecanismo del viaje iniciático para contarnos las cuitas y trastornos de otro singular personaje gordito y ridículo, con sus fantasías, carencias, ingenuidades y obsesiones a cuestas, al que le resulta cada vez más difícil ver las cosas como son, distinguir lo real de lo imaginado. En definitiva, asistimos aquí a la transformación mental de su narrador protagonista, quien acaba comprendiendo –en un tropezón filosófico baturro- “que dos y dos no siempre son cuatro”.
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El fin de los dinosaurios, por su parte, resulta un libro irregular, compuesto por materiales diversos, próximos al bestiario y el microrrelato. Con buen criterio, el editor cierra el libro con “Cocodrilo” por lo que tiene de guiño humorístico, de despedida; pero no debería haberse prescindido del título que Tomeo le dio: Literatura de precisión. Mini y microrrelatos, que podría haber quedado como subtítulo descriptivo. La solución que se ha adoptado no parece afortunada, pues en el terreno de la narrativa brevísima es preciso huir de cuanto suene a dinosaurio, por requetemanido... Se nos advierte, además, que ocho de estas piezas mantienen vinculaciones con otras anteriores, aunque al fin y a la postre sean muchas más, y el procedimiento que utilice Tomeo esté más cerca del corta y pega que de un proceso laborioso de reescritura. Por ejemplo, “La piel de los pepinos”, “El linaje del albaricoque”, “Las virtudes de la col”, “Pepinos y pepinillos”, “Habas con jamón” y “Calabaceras” son versiones reducidas, y poco logradas, de textos que aparecen mejor desarrollados en Los reyes del huerto (1994); mientras que la idea de “Lluvia adversa” (llueve de arriba abajo para que nos mojemos nosotros y no ellos, se afirma), aparece ya en El gallitigre (1990) y en El hombre bicolor,  al tiempo que “El león enamorado” proviene de la novela de 1990, “El corazón del caracol” es casi idéntico a una pieza del Bestiario (1988), y “Ocho por nueve” resulta muy semejante a “Aversión por los números” (Córdoba,  25 de enero del 2001).      
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Basándonos en lo estrictamente literario, el libro ofrece una recopilación bastante trillada de varios registros y motivos recurrentes de Tomeo (su habitual interlocutor Ramón, el calor asfixiante, los objetos animados, el gallitigre y otros monstruos, el fracaso amoroso, la soledad, la identidad y los personajes mediatizados por su nombre, los ficus o la obsesión por el simbolismo de los colores…), compuesta por textos en los que prima el diálogo sobre lo narrativo y donde se exalta lo fabulístico e imaginativo frente a lo geométrico y racional.
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Destacaría, en suma, las siguientes piezas: “Lo blanco y lo negro” (en ella denuncia que hay lectores que más que las letras, solo parecen leer el fondo, el blanco de los libros), “El jilguero tuerto” (aquí cuenta que hay días que hace tanto calor que hasta los jilgueros de trapo caen muertos), “Patíbulo” (para el protagonista la decapitación es un mero trámite, puesto que tras quedarse sin cabeza regresa a su casa), “Cuatro colores” (en el que unas mujeres de gris discuten sobre el aborto y sus vestidos acaban cambiando de color), “Drácula” (donde reinterpreta la leyenda, pues el personaje consigue sobrevivir a la luz del amanecer), “Manzanas y peras” (en que las frutas se preguntan sobre su origen e identidad), “La sombra insensata” (pues se independiza en busca de su propio destino) o “Paisajes”, que podría leerse como una poética. Solo por ellas merece la pena esta edición. Los textos menos afortunados, en cambio, resultan estáticos, sin movimiento ni evolución, al limitarse a presentar una situación sin trascenderla, y carecer de ambigüedad o misterio, por no hablar de que en más de una ocasión cae en el chiste manido.
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* Esta reseña ha aparecido publicada en el suplemento Babelia del diario El País, el 29 de marzo del 2014.
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jueves, 12 de diciembre de 2013

El Buñuel de Max Aub en Barcelona

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Hoy, jueves, 12 de diciembre, a las 7´30 de la tarde, se presenta en la Librería Alibri de Barcelona (c/ Balmes, 26), el libro de Max Aub, Luis Buñuel, novela, publicado por Cuadernos del Vigía. Intervendrán Carmen Peire, responsable de la edición, Román Gubern, el editor Miguel Ángel Arcas, y FV. Al acabar el acto se ofrecerá una copa de vino de las bodegas Torres.
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jueves, 24 de octubre de 2013

El `Almanaque de asombros´, de Ángel Olgoso

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Médicos de sombra

 En Viccino, cabeza del maestrazgo de Nagona, vivía en tiempos un médico que tenía excelencia en estas cosas de procurar la salud remediando la sombra de los enfermos; y dícese que la licencia y la maravillosa panacea egipciaca se las dieron los turcos, y que era sabedor de toda la botánica secreta, la cual se le antojaba de más calidad para amansar los dolores que las sangrías en creciente y los pediluvios de perla índica molida y diente de lobo en polvo, expedidos de ordinario por mano de otros físicos.

Un día tuvo consulta este médico fabuloso con el Duque de Pandolfina al que, a la sazón, menguábale la vida por causa del ataque de un velloso y fiero jabalí. Dos pavorosos tajos principales casi le separaban un brazo del hombro y la cabeza del cuerpo, y tenía mal y desfiguración en todos los miembros. Con buen ánimo, empero, el médico mandó lo descendieran de la cama doselada y lo asentaran al pie del ventanuco, y en doblándose sobre la sombra del Duque, dijo el apotegma: Solve et coagula; y primero taponole con cera virgen las heridas a la sombra sobre el piso de piedra, y asentó luego encima de ella esencias de mirtilo, y de genciana, y de menta piperita, cosiendo al aire los tajos con cerdas muy finas, y para acabar púsole sobre corazón y pulsos de la sombra unas gotas de lo que él refería secretamente "agua de ángeles"; y con esto de tal manera ligó los miembros que el Duque, cosa es grande y admirable, recobró la coloración y se sostenía en pie sin auxilio de criados y saltaba regocijándose de ello, y juraba que le había vuelto la bravura de su mocedad.


Ilustración de Claudio Sánchez Viveros
para "Médicos de sombra"

Como el médico siguió oficiando prodigios, cobró fama, y no le dolían las plagas y las enfermedades difíciles para sanar a través de la sombra. Y es de notar que por despachar males no pedía bolsa con dineros, que aún se defendía de recibir cueros de aceite o de vino o a lo menos pan de salvado. Así corrió el país con su zamarra y su acemilero, causándose de ello el bien de las gentes, y a quien le consultaba con ánimo curioso la razón de su medicina milagrosa, él decía que la sombra es camisa liviana que se teje y desteje.
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* Ángel Olgoso (Granada, 1961) es autor de los libros de relatos Los demonios del lugar, Astrolabio, La máquina de languidecer, Los líquenes del sueño, y Las frutas de la luna, entre otros. Es, además, fundador y rector del Institutum Pataphysicum Granatensis y miembro de la Amateur Mendicant Society de estudios holmesianos. Ha sido traducido a varias lenguas.

** Claudio Sánchez Viveros (Almería, 1976) cursa estudios en la Facultad de Bellas Artes de Granada. Ha realizado trabajos como diseñador gráfico y dibujante. Como ilustrador ha participado en la antología Desahuciados. Crónicas de la crisis. Actualmente trabaja en la preparación de un cómic junto a Ángel Olgoso.
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lunes, 24 de octubre de 2011

La Matute y las muletas del Rey

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Hay muchas maneras de distinguir a unos escritores de otros, aunque existe una que apenas suele utilizarse, pues los separa la adoración que sienten por ellos los lectores, y me refiero solo a lectores exigentes. En este caso los lectores eran universitarios y esta misma mañana casi han logrado llenar el Paraninfo de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Barcelona. La escritora querida era Ana María Matute, quien ha cumplido 86 años y tiene en su haber todos los premios literarios que se puedan ganar en este país: los institucionales (Premio de las Letras Españolas y Premio Cervantes), los independientes (Premio de la Crítica) y los comerciales (el Nadal y el Planeta). Y como recordada aquí mismo el sábado, el calibre de su obra admite pocas comparaciones, pues figuran entre ellas piezas de tanto valor como Los niños tontos (1956), Los hijos muertos (1958), Algunos muchachos (1964), La torre vigía (1971) y el que hoy nos ha confesado que prefiere, Olvidado Rey Gudú (1996), que Carmen Balcells tanto empeño puso en que acabara de escribir. También nos ha contado que aprecia mucho el libro menos obvio titulado Cuadernos para cuentas.
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Hoy, Ana María Matute ha sido recibida por los alumnos y profesores de la Autónoma con una larga ovación, como si fuera una artista de cine o una estrella de rock. Y lo es, en cierta manera, pues nos ha confesado que fue ella la inventora del rap, y para los incrédulos se ha puesto a tararear la canción que le cantaba a su hijo, precursora de tan pegadizo género musical. Ana María resulta muy fácil de entrevistar, pues responde siempre y a todo lo que se le pregunta, y con una sinceridad y ternura que te desarma y hace reír a menudo. 
Nunca da respuestas estereotipadas, ni se guía por lo que dicen los demás, por lo que no es raro que odie la Coca-cola y muestre un gran aprecio y agradecimiento por Camilo José Cela, y por Charo, su primera esposa, puesto que ambos le prestaron ayuda y la acogieron en su propia casa cuando más lo necesitaba.
La escritora no ha tenido una vida fácil, sino una existencia llena de claroscuros; pero reconoce haber tenido más fortuna con su obra literaria que en su vida privada. Así, cuenta que tuvo mala suerte con su primer marido, a quien ella llama siempre el Malo; pero muy buena con Julio, el segundo, el Bueno, con quien vivió 28 años, y nos cuenta, añorante, que se parecía nada menos que a Paul Newman.
No he podido resistir la tentación de preguntarle por uno de sus libros más singulares y que a mí más me gustan, Los niños tontos. Nos ha contado que lo escribió a ratos perdidos, mientras esperaba en la consulta del médico, o hacía tiempo para cualquier otro asunto cotidiano que le dejaba un rato libre. Entonces, se decía: "voy a hacer un niño tonto...". Y así fueron surgiendo esos extraordinarios textos que hoy tachamos de microrrelatos. Un día los vio el editor Fernando Baeza y la convenció para que los recogiera en un libro, puesto que le parecía que poseían una gran calidad. Y así fue como se publicaron en su editorial, Arión. Pero, ¡ojo!, a diferencia de lo que suele creerse, no es este un libro para niños, sino -como afirma Ana María- para sus padres, para que sepan que los niños también tienen sentimientos, y aman, odian y tienen celos, como hacen los adultos.
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Prometí enseñarle a Ana María el cartel que habíamos hecho para anunciar el acto, en el que aparecía un caricatura suya. Me miró y me dijo, siempre coqueta, que ella ya se había convertido en una caricatura de sí misma y que no necesitaba que la caricaturizaran más... Le describimos la ilustración y cuando se la llevé le gustó tanto que quiso guardarla, quedarse con ella, como no podía ser menos, puesto que era de LPO, quien la llama la gran dama de la literatura.
Durante la comida, sólo se tomó un plato de lasagna y unos vasos de vino tinto, nos contó que sólo va a la Academia de tarde en tarde y que le gustaría que la poeta y traductora Clara Janés ocupara uno de los sillones vacantes. Mari Paz Ortuño, conocedora de su vida y de su obra, y amiga personal de Ana María, está intentando convencerla para que escriba sus memorias. Nosotros la animamos a que se decida, pues es un pozo profundo de historias y anécdotas interesantes. ¡Y las que no cuento!, exclama la escritora con un punto de misterio y orgullo. La última confesión que nos hizo, otras no pueden relatarse aquí, fue que las muletas con las que se ayuda para andar se las regaló hace poco nada menos que el Rey. Eran las mismas que él había utilizado. Para ponderarlas, el monarca le dijo a Ana María que tenían de todo, pero ella le respondió que les faltaba tener bar... Y don Juan Carlos, claro, se río a carcajadas, con una de esas risas que Leopoldo Alas, Clarín, hubiera tachado de homéricas.            
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sábado, 22 de octubre de 2011

Ana María Matute en Bellaterra

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El Departamento de Filología Española de la Universidad Autónoma de Barcelona inaugura el curso con la presencia de Ana María Matute, una de las grandes narradoras españolas de la segunda mitad del siglo XX. Autora de importantes novelas, libros de cuentos y microrrelatos, como Fiesta al Noroeste (1953), Los niños tontos (1956), Los hijos muertos (1959), Historias de la Artámila (1961), La torre vigía (1971), Olvidado Rey Gudú (1996) y La puerta de la luna. Cuentos completos (2010), forma parte de la llamada generación del mediosiglo, junto a Ignacio Aldecoa, Rafael Sánchez Ferlosio, Carmen Martín Gaite, Jaime Gil de Biedma, Jesús Fernández Santos, Carlos Barral, Alfonso Sastre, José Agustín y Juan Goytisolo, Daniel Sueiro y Medardo Fraile, con quienes compartió conversación, amistad y esperanzas. Pero Ana María Matute también ha cultivado la literatura infantil y juvenil, campo en el que tiene en su haber títulos como El polizón del Ulises (1965). A lo largo de su trayectoria literaria ha obtenido prácticamente todos los premios literarios importantes que se conceden en España, tales como el Premio de la Crítica, el de las Letras Españolas y el Premio Cervantes. 
Me gustaría hacer una encuesta, preguntaros cuál es vuestro libro preferido de Ana María Matute. Los míos son Los niños tontos y Olvidado Rey Gudú
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* La caricatura de la autora que aparece en el cartel es de LPO.
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domingo, 13 de febrero de 2011

LUIS MARTÍN-SANTOS

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"La justificación"
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Quisiera justificar de alguna manera mi evidente incapacidad para escribir una obra maestra. Esta incapacidad puede ser debida a dos causas: O bien a mi falta de dotes naturales para llevarla a cabo, o bien a mi falta de vigor moral para poner aquellas dotes en acción. A decir verdad, este dilema podría resultar falso. Pudiera ocurrir -y hasta parece probable que así sea- que una de las dotes naturales imprescindibles para la realización de la obra sea precisamente la capacidad moral que permite intentarla con la necesaria energía. Pero esta aparente simplificación no acaba de convencerme. Es muy posible que haya en mí algo que me impide realizar los grandiosos proyectos que imagino en mis noches de insomnio y que este “algo”, en resumidas cuentas, venga a depender de mi libre voluntad, aunque yo no sepa muy bien de qué modo ponerla en marcha. Si esto fuera así, a la amargura simple del fracaso y vacío de mi vida se añadiría otra amargura más compleja, que me haría enjuiciar ese mismo fracaso como “pecado”.
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Aunque tal vez no pueda llamarse “pecado” a tal determinación negativa, sino más bien “acto virtuoso y heroico”, pues si de verdad realizara la obra maestra del modo que ha sido soñado y ésta llegara a estallar en la plena luz del día con la violencia de una explosión volcánica cegando los ojos de mis posibles competidores, el orgullo resultaría su consecuencia inevitable y esta pasión incurable, deformando moralmente mi espíritu e invadiendo como un cáncer la totalidad de mi mente, hasta ahora racionalmente equilibrada, llegaría a destruir las dotes (en sí mismas sencillas y naturales) cuya existencia supongo en lo más hondo de mí y que son la obscura razón que me reconforta y me ha permitido, hasta aquí, resistir los inevitables y continuos desencantos de que se compone toda existencia humana.
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* Este texto apareció recogido en Apólogos y otras prosas inéditas, Seix Barral, Barcelona, 1970, pp. 47 y 48. Edición y prólogo de Salvador Clotas.
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viernes, 14 de enero de 2011

Jardiel vuelve, 2

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La editorial Blackie Books, de Barcelona, pone en el mercado de nuevo las obras narrativas de Enrique Jardiel Poncela y empieza con dos de sus novelas Amor se escribe sin hache. Novela casi cosmopolita (1928), con prólogo de David Trueba, y La tournée de Dios (1932), subtitulada Novela casi divina. Anuncian sus nuevos editores que VUELVE JARDIEL, así, con versales, aunque la verdad es que me parece que nunca se fue defintivamente. Jardiel ha sido un autor intermitente en nuestras librerías y teatros. En la narrativa porque quizá nunca hemos llegado a creernos que el humor pueda ser una cosa seria y digna de interés y atención. Y en el teatro porque, salvo unas pocas excepciones (José Luis Alonso, Sergi Belbel y la reciente de Juan Carlos Pérez de la Fuente), nunca ha tenido demasiada fortuna con las puestas en escena.
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Pero sus novelas están editadas en Cátedra, en buenas ediciones, y sus obras de teatro en editoriales prestigiosas. Tengo en mi haber dos ediciones: en una me ocupo de Eloísa está debajo de un almendro (Vicens Vives), con 14 ediciones a sus espaldas; y en otra, hecha en colaboración con David Roas, de Cuatro corazones con freno y marcha atrás y de Los ladrones somos gente honrada (Espasa Calpe, Austral), con 11 ediones en su haber, que tampoco está nada mal. Ambas ediciones, por cierto, son ignoradas en la entrada de Wikipedia sobre el autor.
Dice la nota editorial de Blackie Books que "desplazado en los libros de historia, olvidado y falsamente catalogado como conservador o `afín al régimen´, Jardiel Poncela es un grandísimo escritor de novelas, y todavía más grande y fino humorista. Este libro está a medio camino entre Nietzsche y Faemino y Cansado, y sin duda nos quedamos cortos". En esto del jardielismo, las gentes de Blackie Books (el nombre es un homenaje a la perrita fallecida del editor) no me van a ganar, pero con esas medias verdades y desmedidas exageraciones me parece que se le hace un flaco favor a nuestro autor. Todo esto, sin embargo, es pecata minuta, y lo verdaderamente importante es que hayan puesto de nuevo en el mercado, en cuidadas y atractivas ediciones de tapa dura, las que probablemente sean las dos mejores novelas de Jardiel.
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Lo mejor de todo es que el editor, Jan Martí, a quien no tengo el gusto de conocer, pero con quien he intercambiado algunos correos, es un joven músico, forma parte del grupo de rock electrónico bailable Mendetz. El cuidado y la ilusión que ha puesto en este relanzamiento de Jardiel, muestra una pasión y un interés del que solemos estar faltos. No podemos dejar los clásicos sólo en las manos de los profesores. En un inteligente manifiesto, titulado "10 razones poara que vuelva Jardiel", se acaba afirmando que Jardiel ha vuelto en el 2010 y que "vamos a ver qué pasa esta vez". A ver si es verdad que se rompe, de una vez por todas, esta historia guadianesca de nuestro autor, y que haya vuelto para quedarse definitivamente, pues muchos de sus libros siguen siendo tan divertidos y amenos como inteligentes, y a modernos y vanguardistas les dan sopa con ondas a la mayoría de nuestros más o menos jóvenes autores que no parecen cansarse nunca de proclamar lo vanguardistas y modernos que son.........


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jueves, 2 de diciembre de 2010

¿Quieres jugar con Max Aub?

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viernes, 27 de agosto de 2010

La novela de postguerra, según Sanz Villanueva

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No es la primera vez que Santos Sanz Villaneva se ocupa de la historia de la novela española de postguerra, pues algunos de los mejores trabajos dedicados a la materia se los debemos a él, como Tendencias de la novela española actual (1972), Historia de la novela social española (1942-1975) (1980) y El siglo XX. Literatura actual (1984). En este nuevo volumen repasa la historia del género, desde los primeros años de la postguerra hasta algunos de los nombres más significativos que empezaron su trayectoria durante los setenta, como Eduardo Mendoza, aunque donde se detenga más sea en los narradores de la llamada generación del mediosiglo. Los que en alguna ocasión hemos intentado hacer balances más o menos similares sabemos de las dificultades que presenta tener que seguir el hilo de la historia, así como escoger las tendencias, autores y libros más significativos. Tras el trabajo de Sanz Villanueva, se advierten infinitas y muy provechosas lecturas y una extraordinaria capacidad de síntesis, pues es capaz de mostrarnos lo esencial de un autor y lo que caracteriza su obra en pocas líneas o párrafos. A mí, particularmente, me hubiera gustado ver integrados en esta historia a los autores del exilio republicano (Rosa Chacel, Ramón J. Sender, Francisco Ayala o Max Aub, por sólo recordar a algunos de los nombres más destacados), materia que tan bien conoce el autor, pues él fue uno de los primeros en llamar la atención sobre el valor de sus novelas en el artículo "La narrativa del exilio", que data de 1977. Pero no pienso ponerme a echar nada de menos porque me parece que estos ambiciosos trabajos, tan útiles como imprescindibles, deben juzgarse por el valor de su conjunto, no por detalles nimios. Así, este nuevo libro del profesor y crítico de El Cultural, titulado La novela española durante el franquismo (Gredos, 2010), se convertirá pronto en un manual de imprescindible consulta para todos aquellos que estén interesados en los avatares del género durante la segunda mitad del siglo XX.
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sábado, 6 de febrero de 2010

`El don de Vorace´, de Félix Francisco Casanova

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Entrevista de Peio Hernández Riaño (PHR) a Fernando Aramburu (FA).
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- PHR: ¿Cómo conoció la obra de Félix Francisco Casanova?
- FA: En 1978 impulsé en mi ciudad natal la fundación de un llamado Grupo CLOC de Arte y Desarte. A pesar de mis esfuerzos por dotar a la iniciativa de un soporte teórico, nunca tuve claro si éramos dadaístas, surrealistas o simplemente rebeldes. La única máxima segura era que no debíamos ser convencionales. Así que nos pusimos de acuerdo en someter a juicio toda la literatura anterior a nosotros y buscar en ella nuestros propios antecedentes, modelos, ídolos. Francisco Javier Irazoki, con olfato poético infalible, llamó a los demás la atención sobre la obra de aquel chaval canario que había muerto a los 19 años en circunstancias un tanto inexplicadas. Lo adoptamos. Hicimos de él un miembro póstumo de CLOC. Desde San Sebastián establecí contacto epistolar con su padre, Félix Casanova de Ayala, de quien recibí un ejemplar de El don de Vorace. El libro pasó por docenas de manos y así está el pobre en una balda de mi biblioteca, recompuesto con amor, cola de encuadernar y cinta adhesiva.
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- PHR: ¿Cómo definiría El don de Vorace?
- FA: Se trata de una narración escrita en trance, en racha, con calor creativo, a toda velocidad y en parte dictada por el autor a su padre, ya que tenía prisa por concluirla antes del vencimiento del plazo de un concurso literario. Su coherencia peculiar no es debida a un plan previo. Creo, sí, que aguanta la definición de novela. Contiene personajes, una dirección argumental y un simulacro de desenlace. Pero también creo que obstinarse en clasificar esta obra dentro de un género determinado no ayuda a entenderla del todo.
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- PHR: ¿Qué es lo que más le llamó la atención de este libro?
- FA: Varias cosas. La primera tiene que ver con todas las tentativas literarias de Casanova. Me refiero a la especial personalidad que rezuman sus textos. No es sólo que escriba bien, que tenga ideas originales y tal. Es que es único y, sobre todo, inalcanzable. Cristalino e inalcanzable. Siempre hay como un más allá de lo que has entendido. Relees y todavía encuentras más, y eso que él acostumbraba trabajar con un número reducido de componentes textuales. No es prolijo, no es solemne y no es explicable dentro de nuestra tradición literaria. Practica, además, un humor sazonado de crueldad al que profeso mucha afición.
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- PHR: ¿El genio es una cuestión de edad?
- FA: El genio es cuestión de personalidad y ocurrencias. Conviene, eso sí, dominar la técnica para que no constituya un obstáculo de lo anterior. Hay, es verdad, un punto de inocencia y de valentía en el genio que a partir de cierta edad, cuando imperan el escepticismo, la rutina laboral y los achaques, ya es muy difícil que se dé.
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- PHR: ¿Y pegarle fuego a la novela, también es una cuestión de edad?
- FA: Por supuesto. Es ley natural que los nuevos derriben las estatuas de los viejos para instalar las suyas.
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- PHR: ¿Podríamos mencionar a Rimbaud al hablar de Casanova y que no se nos cayera la cara de vergüenza?
- FA: Yo he establecido dicho símil en público y, sin embargo, no siento temor a mirarme en el espejo. No se trata de dictaminar cuál de ellos es mejor o peor, sino de señalar una serie de coincidencias que acaso sirvan para aclarar aspectos tanto de la obra del uno como de la del otro. Por ejemplo, la circunstancia de que ambos escribieran textos sumamente valiosos a edad temprana. Por ejemplo, que los dos se saltaran el proceso habitual de iniciarse en la literatura mediante la imitación y, por ejemplo, que introdujeran en sus mundos particulares ocurrencias luminosas, imágenes enigmáticas, episodios oníricos y lo demoníaco. El hecho de que Casanova no sea tan conocido ni estudiado en España como Rimbaud en Francia no es un problema de Casanova.
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- PHR: ¿Es capaz la primera obra de definir la trayectoria de un autor?
- FA: En el caso de un autor prolífico, lo habitual es que la primera obra deje con el tiempo de determinar sus temas y su estilo. Esta norma no es aplicable a Casanova puesto que lo primero que escribió fue prácticamente también lo último.
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- PHR: ¿Cómo se escribe un libro como El don de Vorace, en qué estado físico y anímico?
- FA: Por desgracia, la única persona que podría responder con exactitud a esta pregunta falleció en enero de 1976. Todo lo que puedo decir al respecto es que, durante la lectura de la novela, uno percibe alegría creativa, entusiasmo propenso a las bromas literarias, sin duda exaltación, cierto gusto por la crueldad humorística; en definitiva, la inventiva desenfada de un muchacho que jugaba con fuego y, lo que todavía me asombra más, que parecía estar en todo momento mirándole a los ojos a la muerte.
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* Esta es la versión íntegra de la conversación que mantuvieron Peio Hernández Riaño, jefe de cultura del diario Público, y el escritor Fernando Aramburu, autor del prólogo de la novela, que acaba de reeditar Demipage, y que sólo se recogió parcialmente en el periódico. Félix Francisco Casanova (1956-1976) obtuvo con El don de Vorace el Premio Pérez Armas en 1974. Fue editada por primera vez en Canarias, en 1975, y a los pocos meses salió en la editorial que el poeta Manuel Padorno y su mujer, Josefina Betancor, canarios afincados en Madrid, crearon: Taller de Ediciones JB. Más tarde, en 1990, Hiperión publicó las poesías casi completas, con el título de La memoria olvidada. Ahora Demipage, dirigida por David Villanueva, prepara la publicación escalonada de las obras completas del escritor canario.
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* La ilustración es de Mikel Casal.
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lunes, 15 de junio de 2009

Umbral y Vicent se liquidan `Tiempo de silencio´

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"Tiempo de silencio es (...) la parodia provinciana del Ulises, es decir, un subproducto que perplejizó a los antifranquistas de entonces que no habían leído a Joyce. Martín-Santos hace su libro con aplicación, pero no con genio, como el irlandés" (Francisco Umbral, Diccionario de literatura. España 1941-1995, de la posguerra a la posmodernidd, Planeta, Barcelona, 1995, pp. 164 y 165).


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"La novela Tiempo de silencio es una referencia en la literatura contemporánea, pero no deja de ser un reflejo paródico de un Joyce de segunda mano amasado con un costumbrismo madrileño" (Manuel Vicent, "Juan Benet: en un tiempo de silencio", El País, 30 de mayo del 2009).

Por lo visto, los críticos más crueles, y arbitrarios, son los propios escritores. A los interesados en los entresijos de la historia de la narrativa española y en la vida y obra de Luis Martín-Santos, en concreto, les aconsejo encarecidamente la biografía de José Lázaro, quien aporta mucha y suculenta información poco conocida hasta ahora.

lunes, 19 de mayo de 2008

Ricardo Doménech

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La jubilación de un profesor, de un maestro, no siempre tiene sentido. La de Ricardo Doménech, a sus 70 años, alguien que sigue en plena forma, con deseos de proseguir con sus clases en la Real Escuela Superior de Arte Dramático (RESAD), de Madrid, de la que ha sido director, representa uno de esos casos. Pero una obtusa y mecánica legislación se lo impide. Su buena disposición viene avalada, además, por la petición de los estudiantes y el respaldo del director del Centro, el dramaturgo Ignacio Amestoy. .
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Conocí a Ricardo Doménech, primero, en su faceta de crítico literario, en revistas tan prestigiosas y diferentes como Ínsula y Triunfo. En la primera nos dejaría, entre otros muchos, un artículo temprano (1962), y ya clásico, sobre Tiempo de silencio, "Ante una novela irrepetible".
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Me familiaricé después con el ensayista e investigador, experto en el teatro español del siglo XX, sobre todo en Valle-Inclán, Lorca, los dramaturgos del exilio republicano (véase su Teatro del exilio: obras en un acto, Fundamentos, 2006) y Buero Vallejo. Hace unas pocas semanas, en conversación con Liz Perales, recogida en El Cultural de El Mundo, confesaba que Buero Vallejo era quien más lo había influido como escritor. Se unía así a todos aquellos que consideraron siempre el ensayo un género literario. No hay más que recordar sus libros sobre El teatro hoy (Doce crónicas) (1966), El teatro de Buero Vallejo. Una meditación española (Gredos, 1973) y La casa de Bernarda Alba y el teatro de Lorca (Cátedra, 1985)..


Por último, leí al narrador y tuve la fortuna de tratar a la persona, ¡excelente y ameno conversador!, en varias ocasiones. Y aunque quizá sea su faceta menos conocida, Ricardo Doménech ha sido un importante escritor de relatos, presente en muchas de las mejores antologías dedicadas al género. Entre sus libros narrativos, destacan La rebelión humana (1968), que le publicó Ignacio Aldecoa en su colección de Narraciones en la editorial Taurus; Tiempos (La isla de los ratones, 1980) y La pirámide de Khéops (Magisterio Español, 1980), que lleva un esclarecedor prólogo de Santos Sanz Villanueva.
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Buena prueba de que sigue en excelente forma lo es la reciente publicación de un libro sobre García Lorca y la tragedia española, así como que tenga previsto actualizar su ensayo sobre Buero Vallejo, y recopilar y sintetizar todos sus trabajos acerca de Valle-Inclán. Pero, quizás, el mejor homenaje que podríamos tributarle, en el momento de su jubilación, fuera publicarle sus cuentos completos.
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* La caricatura de Gusi Béjer apareció en El Cultural.

viernes, 28 de marzo de 2008

Fernando Arrabal: A propósito de `Solo de trompeta´, de Antonio Fernández Molina

Solo de trompeta celebra la ceremonia del desplazamiento presidida por la locura.

Este libro surge en la literatura de aquí y de hoy como un puñetazo. Con recogimiento lo leo y lo releo.

Miguel, el enano, da una mano a Alicia y la otra a K., y con ellos y con otros fantasmas familiares, al corro, danza la figura y las figuras infernales e infantiles.

Y entonces el autor nos deja la leyenda de leyendas, disculpándose por la inocencia de sus propósitos.

Icemos la bandera de la paloma y del hidroavión; han entrado de rondón en el baluarte la confusión, el pánico, la memoria, con su trompeta y su solo de trompeta.

Desde lo real a lo imaginario Miguel y Aquilino (y Jano) saltan entre las tumbas transmitiendo la iniciación y la lagartija.

El enano, con el epidídimo cargado, injerta la cultura y el juego a palo seco. Sí.

Aquellos que desde mil novecientos treinta y tantos sólo habéis leído Mrs. Caldwell y alguna otra cosa más, volved a la novela de estas tierras. Ha sonado vuestro día: Antonio Molina acaba de escribir un libro fascinante, húmedo, competente, que marca una fecha: Solo de trompeta.

En la oscuridad siento correr entre mis piernas una babosa. Adivino que es blanca y que se llama "permanencia".

* Este texto apareció en los Papeles de Son Armadans, CXXV, agosto de 1966
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* El retrato de Antonio F. Molina es obra de Josefa Echevarría, su mujer.

jueves, 27 de marzo de 2008

Carta inédita de María Zambrano a Antonio Fernández Molina



La Piece, 12 de diciembre de 1969
Crozet-par-Gex. Ain
France

Señor Don Antonio Molina
Mi distinguido amigo:
Mucho le he agradecido el envío de su libro Solo de trompeta y la dedicatoria. Lo he leído en seguida, lo que es más bien raro en mí, por diversas razones. El "infierno" en que con tanta maestría introduce su libro desde la primera página, me es conocido, aunque desde otro punto de vista, más en verdad que esto mismo no se sabe bien. Es muy lúcido su libro que es lo que inevitablemente ha de ser una visita de tal naturaleza. El orden y la claridad, la impavidez desde luego, son imprescindibles para seguir ese viaje hacia el caos, si es que caos es el lugar donde cae Miguelín, el enano demente. Y se lamenta casi la intervención que irrumpe, ¿una última imposición de la sociedad? ¿Por qué no dejarlo descansar al fin, en ese lecho que sugiere su analogía con el estado prenatal? Por eso el final, esa irrupción, esa interrupción, es un grande acierto. La atonalidad se hace sentir en todo momento, y su condenación desde el momento en que mira fascinado la botella. A todos nos ha pasado quedar prendidos de ciertos objetos, mas -es otro acierto grande- hay algo distinto en ese quedarse ahí, en esa mirada. Se siente la condenación sobre todo en que no preside su imaginación ninguna idea salvadora; una habría bastado. Y ninguna de las presencias femeninas que lo rodean está dotada tampoco de ese poder en forma decisiva. Sin duda que es lo más bello, esa teoría de mujeres, figuras de la piedad casi todas. Y qué malamente quedan las que no están tocadas de piedad -no digo de compasión- como la señora enseñante. Y se ve desde el principio que es un pintor. Y le felicito por la elegancia de no haber parafraseado o dado simplemente la historia de Toulouse-Lautrec, porque puede ser muy bien el mismo, mas sin genialidad. Y ese es otro acierto: no haberlo hecho genial, ya que la genialidad no salva al visitado por ella. Salva una obra en un exceso de generosidad, eso sí, que puede formar parte de la santidad, que es lo solo que salva de la demencia, de la enanez. Mas todo devorado por una vocación se siente enano al lado o bajo la obra, y roza, por lo menos, la demencia. Así que yo veo en su Miguelín algo así como la materia y el estado subyacente inicial del llamado a crear, que venturosamente algunos sobrepasan, sin caer en el otro abismo, en el de la satisfacción propia, en el de la tonta vanidad.
Como ve, me he puesto a hablar con Ud., prueba fehaciente de lo mucho que su libro me ha interesado. Qué prosiga Ud. Y de desearle algo sería que pase al campo abierto donde tales tormentos y riesgos tienen lugar sin estigma físico alguno. Pues que no digo, "ah, todo eso es porque se quedó enano". No, a Miguelín le pasa como enano, a otros aun en la pura belleza física y moral les ha pasado. Este año 70 será el centenario de Hörderlin... ¿Quién se acordará de él en España? ¿Quién se acordó de él aun viviente? ¡Si a un semidios puede pasarle! Y en ese coro se dice: "... era un semidios, ¿cómo no le iba a pasar?". Y el enigma se perpetua.
Reciba Ud. un muy cordial y amistoso saludo de
María Zambrano

* Antonio Fernández Molina publicó su novela Solo de trompeta en 1965 en la editorial Alfaguara, entonces comandada por Camilo José Cela. Aparecía firmada por Antonio Molina.