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domingo, 24 de enero de 2010

Y...¿después?



"No temas salirte del camino, tus pisadas son el camino."
                                                                                                                                        Dicho zen

domingo, 12 de abril de 2009

No-ser, no-tener



Tienes ocho años. Es domingo por la noche. Te dejaron quedarte levantado una hora más que de costumbre. La familia juega a un juego de estrategia. Te dejaron jugar con ellos porque ya eres bastante grande. Pierdes. Estás perdiendo continuamente. Tu estómago se tensa con temor. Has perdido casi todas tus posesiones. La pila de dinero delante de ti está también casi agotada. Tus hermanos están comprando todas tus provincias. La última se está vendiendo en este instante. Debes entregarte. Perdiste. Y de pronto te das cuenta de que es sólo un juego. De un salto te levantas de la silla con alegría y golpeas la lámpara que cae al suelo arrastrando la tetera. Los otros están enojados contigo pero tú ries subiendo la escalera hacia tu cuarto. Sabes que no eres nada y que no tienes nada. Y sabes que no-ser y no-tener da una libertad inmensurable.
Janwillem van de Wetering

sábado, 28 de marzo de 2009

Buscadores



Muy pronto el ojo limpio del niño se nubla
con ideas y opiniones, preconceptos y abstracciones. El simple ser libre se va incrustando en la pesada armadura del ego. Muchos años mas tarde se despierta un instinto que reconoce que un sentido vital de misterio ha sido sustraido. El sol brilla a través de los pinos, y el corazón es penetrado en un momento de belleza o de extraño dolor, como un recuerdo del paraiso. Después de ese día...nos trasformamos en buscadores.

Peter Matthiessen

domingo, 23 de noviembre de 2008

El sexto elemento del zen: la naturalidad



La naturalidad como suavidad, en contraste con lo forzado, con la acción de violentar las cosas.
Para entender la naturalidad o suavidad del zen, es útil tener ciertos conocimientos sobre las nociones taoístas de yin y yang. Literalmente, yin y yang se refieren a los principios masculino y femenino. Se expresan en el contraste entre hombre y mujer, bien y mal, luz y oscuridad, dia y noche, positivo y negativo, explícito e implícto, fuerte y débil, etc. La pareja, expresada como yin-yang, es el emblema del taoísmo. Muestra las dos fuerzas cósmicas fundiéndose, con algo de yin en el lado yang y viceversa. Según la noción taoísta, es la interacción entre el yin y el yang lo que pone en movimiento el universo y crea toda la vida.
Mientras que la mentalidad occidental suele visualizar el bien y el mal como dos fuerzas opuestas, en que cada una intenta aniquilar a la otra, el taoísmo las imagina dependientes entre sí y complementarias. El yin-yang es el símbolo primordial de la tensión creativa, sin la cual la vida y el crecimiento no son posibles. La consideración de que los opuestos son complementarios es esencial en la actitud natural del zen hacia la vida.
Esta naturalidad es esencial para embellecer la vida y santificar el trabajo; supone seguir el ca mino de la naturaleza, no oponerse a ella. Evita los derroches de energía y mejora la productividad.
El opuesto de la naturalidad es la violencia, que significa cualquier acción que se opone a la realidad. En nuestra sociedad impera la violencia espiritual; la mayoría somos violentos de una forma u otra por falta de clarividencia ante la naturaleza de la realidad. A menudo ni siquiera nos percatamos de nuestra violencia. Un ejemplo pertinente sería la actitud antagónica ante la muerte. En la actualidad, la muerte no se acepta como un hecho inevitable de la vida y la tecnología médica está orientada a combatirla a toda costa. Tal violencia ha generado mucho sufrimiento en los pacientes y en la sociedad en su conjunto.
C.S. Lewis calificó el cristianismo de "religión combativa". Esta definción es engañosa: lo que Jesús enseñaba era el arte de "vencer mediante la derrota", una especie de judo espiritual. En el sermón de la Naturaleza, Jesús utilizó los pájaros del cielo y los lirios del campo para ilustrar el arte de la naturalidad. Adviértase que aunque los pájaros son alimentados y los lirios son vestidos por la mano invisible de Dios, también están expuestos a los elementos y a otros factores desconocidos. Los pájaros tienen predadores naturales y los lirios sufren sequías e inundaciones. También, al igual que nosotros, son vulnerables a los factores esenciales de la vida: la enfermedad, el envejecimiento y la muerte. En efecto, Jesús describió a los lirios como seres que "hoy están vivos y mañana son arrojados al fuego". La providencia no implica seguridad ni una existencia prolongada.
Sin embargo, tanto los pájaros como los lirios parecen capaces de adaptarse a su entorno y vivir sin preocupaciones, protestas ni quejas. Por tanto, preguntó Jesús, si esas "existencias inferirores" pueden hacerlo, por qué para nosotros, como seres humanos, es tan difícil hacer lo mísmo. Jesús alabó la naturalidad de los pájaros y los lirios; es ésta la que los permite vivir plenamente, a pesar de todo.
El principal objeto del sermón de la Naturaleza no es la providencia, sino el poder de la debilidad. Como ha señalado Alan Watts, los lirios son "frágiles y frívolos, suaves e inconsecuentes y por tanto poeseen las cualidades de esa sabiduría vegetativa tan despreciada por los que usan sus voluntades de hierrro y sus nervios de acero para luchar por las buenas causas y competir por lo justo".
Jesús enseñó que la espiritualidad no es una cuestión de resistencia o una exhibición de fuerza de voluntad. Lao Zi, fundador del taoísmo chino, señaló que "la bondad suprema es como agua". El agua es el maestro perfecto de la naturalidaad: toma la forma de cualquier recipiente donde se vierte. El agua no se resiste a la realidad; se adpata a ella. Es en esta capacidad de adaptación donde reside su fuerza superior. En el Tao Te Ching, Lao Zi subrayó la fuerza del agua:

La cosas más débiles del mundo pueden superar a las más fuertes. Nada es comparable al agua en cuanto a su naturaleza débil y flexible; sin embargo, nada ha demostrado ser mejor para atacar lo rígido y lo fuerte. Porque no hay otra alternativa a esto. Lo débil puede superar a lo fuerte, y lo flexible puede superar a lo rígido.

miércoles, 23 de abril de 2008

El quinto elemento del zen: el wu-wei

Literalmente significa «no hacer nada», aunque en cierto sentido es casi el opuesto directo de la inacción. La mejor traducción de wu-­wei que he encontrado es la de Huston Smith, que describe el término como «quietud creativa». Indica el estado para­dójico en que la actividad suprema coexiste con la relajación suprema. Smith explica así el significado del término:

Wu-wei es acción suprema, la preciosa agilidad, simplicidad y libertad que fluye de nosotros o, mejor, a través de nosotros, cuando nuestros egos privados y nuestros esfuerzos se rinden a un poder ajeno. En cierto sentido, es la virtud lograda partiendo de una dirección totalmente opuesta a la de Confucio.


Como se ha comentado, la relajación es un requisito previo a la espiritualidad. Un problema de la sociedad actual es su excesiva orientación a la consecución de objetivos: tendemos a esforzarnos inclu­so en aspectos donde el esfuerzo no es apropiado. El arte no es una cuestión de alcanzar objetivos; tampoco lo es la espiritualidad. Si intentamos convertirlo en una cuestión de objetivos, se transforma en un medio para conseguir otra cosa: fama, dinero o respeto. Cuando esto sucede, se afea, ya no es arte. En el verdadero arte, lo importante es divertirse y disfrutar; debería ser un fin en sí mismo.

Al ser un arte, el zen no tiene objetivos ni utilidad; pero ahí reside precisamente la gran utilidad de tal «falta de utilidad»: nos permite relajarnos y disfrutar de la vida tal como es. Por ello Jesús dijo «mi yugo es suave, mi car­ga ligera» (Mateo II,28-30). La vida es «suave» si se sabe cuándo dejar los asuntos en manos de Dios.

Jesús ilustró bellamente el principio del wu-wei en su Sermón de la Montaña. Los pájaros no necesitan sem­brar, ni cosechar ni almacenar en graneros y, sin embargo, se alimentan; los lirios no cosen ni hilan y, sin embargo, es­tán vestidos. Se trata de seguir el ejemplo de la naturaleza y no malgastar energía. Se trata de la belleza de dejar que las cosas sigan su rumbo.

Kenneth S. Leong

sábado, 19 de abril de 2008

El cuarto elemento del zen: la clarividencia


Clarividencia en cuanto a “facultad de conocer y discernir claramente las cosas”, no en cuanto a facultad paranormal.

La magia cotidiana no puede darse sin clarividencia, que es la capacidad para ver la naturale­za profunda de las cosas. Indudablemente, este conoci­miento intuitivo es necesario para apreciar el humor y la poesía. Tanto la risa asociada a un chiste como la dicha asociada al satori se desencadenan por una experiencia de clarividencia. Sin ella, el arte no es posible. La capacidad de discernimiento (ver más allá de lo que es obvio) es esen­cial en un artista. El pintor Paul Klee comentó que «el artista no reproduce lo visible; más bien hace visibles las cosas».

Jesús mantuvo siempre que la liberación es una cues­tión de clarividencia espiritual. La primacía de ésta en el proceso de salvación está cristalizada en la afirmación de Jesús “la verdad os hará libres”(Juan 8,31). En realidad, dado el predominio de términos como “verdad”, “luz”, “ojo”, “oído” y “ceguera” en los Evangelios, no se expli­ca por qué la Iglesia no ha reconocido que la liberación es una cuestión de discernimiento y no de fe. Jesús felicitó a sus discípulos por su comprensión y su clarividencia espi­rituales: “Dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen” (Mateo 13,16). Vio que el problema espiritual de los seres humanos era la falta de clarividencia y de atención.

Adviértase que Jesús distingue entre “mirar” y “ver”; el primero puede ser superficial, pero “ver” requiere pro­fundidad. La verdadera espiritualidad no es posible sin una profunda clarividencia espiritual. En su Sermón de la Montaña, Jesús demostró cómo la paz interior deriva de llegar a percibir la naturaleza de las cosas. Nos ofrece tres puntos esenciales:

Primero, los pájaros no se preocupan por su alimento ni los lirios por su vestido; las cosas han transcurrido sor­prendentemente bien, incluso sin nuestra intervención o preocupaciones. Los pájaros y los lirios simplemente “confían en Dios”. (Se trata, por supuesto, de una expresión poética, ya que los pájaros y los lirios ni siquiera piensan; pero son metáforas de aquellos que someten sus deseos a los de Dios.)

Segundo, gran parte de lo importante en nuestra vida no depende de nuestro control. Jesús formuló la pregunta retórica: “¿Quién de vosotros, por mucho que se preocu­pe, añadirá un palmo más a su vida?” (Mateo 6,27). Éste es el hecho central de nuestra existencia: que la propia vida, por muy preciosa que nos resulte, no se halla bajo nuestro control. La aceptación de esta verdad conduce a la paz interior; su negación lleva a la ansiedad y a la frustra­ción innecesarias.

Tercero, ya hay bastante que hacer sin tener que preo­cuparse por el mañana. Jesús aconsejó: “Dejad que los problemas del día sean suficientes para el día de hoy”.

Preocuparse por el futuro es contraproducente, por la sen­cilla razón de que dificulta las tareas actuales.

Jesús enseñó la importancia de la clarividencia en su Sermón de la Naturaleza. La verdadera espiritualidad, así como la alegría, la paz y la libertad concomitantes, son una cuestión de ver. No son una cuestión de fe. Cuando hay visión, no hay necesidad de argumento, fe o persua­sión. Por consiguiente, lo prioritario es ver la realidad tal cual es. El premio Nobel de Literatura, Albert Camus, hizo la siguiente observación: “Un hombre siempre es víc­tima de sus verdades. Una vez las ha admitido, ya no pue­de librarse de ellas. Tiene que pagar su precio”'.

Sin embargo, aunque una vez reconocidas las verdades son una atadura, también liberan y tienden a relajarnos. Como menciona el Sermón de la Montaña, aquellos que siempre intentan controlar todo y eliminar cualquier incertidumbre son desgraciados, pues están luchando contra la naturaleza. Por el contrario, los que acaban aceptando las incertidumbres como inevitables viven en paz. Tene­mos mucho que aprender de los pájaros y los lirios.

Son muchos los que han interpretado el Sermón de la Montaña como una enseñanza sobre la providencia. Se­gún esta interpretación, la paz personal se basa en la creen­cia de que “Dios proveerá”. En tal caso, es evidente que dicha paz se basa en una fe futura y no en la clarividencia del presente, pues no puede haber ninguna prueba concre­ta de que Dios vaya a proveer. Otro problema es que aque­llos que siempre confían en la provisión divina esperan que Dios sirva sus intereses: se sitúan por delante de Dios.

Sin embargo, en el pasaje Jesús nos pide que “busque­mos primero su reino (de Dios) y su justicia”, lo que signi­fica que antepongamos a Dios. En efecto, dice que una vez lo hayamos conseguido, todo lo demás nos será dado automáticamente. Su postura es clara: en última instancia, la dicha y la paz no resultan de la garantía de que Dios siempre concederá nuestros deseos o cuidará de nuestras necesida­des. Es más un asunto de someter nuestro deseo a Dios, lo que significa aceptar total e incondicionalmente la realidad.

Por tanto, no es necesario interpretar el Sermón de la Montaña como una enseñanza sobre la providencia. La esen­cia del sermón puede aprehenderse sin recurrir a ningún tono sobrenatural; ni siquiera es necesario creer en la exis­tencia de un Dios personal. Bastará con percibir que preo­cuparse es fútil y que la verdadera paz es el resultado de aceptar la realidad tal como es.

Kenneth S. Leong

sábado, 12 de abril de 2008

Segundo elemento del zen: la cotidianidad


Muchas personas conciben a Jesús como un hacedor de milagros, pero son pocos los que llegan a conocerle como artista y maestro de “magia cotidiana”. John Wel­wood, escritor y psicólogo, dice lo siguiente:

La magia, en el sentido en que la utilizo, es una apertura repentina de la mente a lo maravilloso de la existencia. Es la sensación de que la vida contiene mucho más de lo que reconocemos habitualmente, de que no tenemos que confinarnos en la limitada visión que nos ha impuesto nuestra familia, nuestra sociedad o nuestros pensamientos habituales, que la vida consta de muchas dimensiones, profundidades, texturas y significados que se extienden mas allá de las creencias y los conceptos que nos son familiares.­­­­­­

El zen se denomina “magia cotidiana” por dos razo­nes. En primer lugar, induce el despertar espiritual en el es­tudiante con medios naturales y corrientes; el poder so­brenatural no forma parte de la tradición zen. Segundo, y más importante, el zen dirige nuestra atención hacia las maravillas de lo habitual. Hay una dimensión oculta de belleza, riqueza y armonía en el mundo cotidiano que nos rodea, pero apenas lo advertimos. El zen intenta estimular nuestra sensibilidad hacia estas maravillas naturales y así recuperar la alegría en la vida diaria.

El zen es el arte de mirar. Como en otras artes, el ob­jetivo de la magia cotidiana no es tanto cambiar el mundo exterior, sino verlo bajo otra luz. Si puede decirse que el zen tiene un objetivo, sería el satori (iluminación). D. T. Su­zuki, uno de los pioneros del zen en Estados Unidos, defi­nió el satori como la adquisición de una nueva perspec­tiva. Al igual que en otras artes, en el zen es la “mente del principiante” la que posibilita la magia, al verlo todo como si de una novedad se tratase.

Jesús era mucho mas poderoso y eficaz con su “magia cotidiana” que con sus milagros. Los fariseos y los escri­bas presenciaron u oyeron hablar de los milagros de Jesús, pero le crucificaron de todos modos. No obstante, su “ma­gia cotidiana” ha tenido repercusiones auténticas y duraderas en aquellos que prestan atención. En el Sermón de la Montaña, por ejemplo, Jesús enseñó la paz en el presen­te mediante “los pájaros del cielo” y “los lirios del cam­po”. Aunque sólo eran elementos corrientes, Jesús logró con ellos un gran efecto porque los utilizó no para impre­sionar, sino para despertar algo subyacente en los corazo­nes de quienes le escuchaban.

En cualquier caso, enseñar lo espiritual mediante lo corriente y terrenal es una característica del zen. Para el occidental habituado a trazar una clara división entre lo espiritual y lo mundano, parece impensable; sin embargo, es lo que hace del zen algo tan interesante y poético. D. T. Suzuki comenta:

El zen se revela en la vida más anodina y falta de interés del hombre corriente, reconociendo la realidad de vivir la vida tal como es. El zen prepara sistemáticamente la mente para que lo advierta; abre la mirada del hombre al mayor miste­rio, al que se lleva a cabo cada día y cada hora; ensancha el corazón para que abarque la eternidad del tiempo y la infi­nidad del espacio en cada latido; nos hace vivir en el mundo como si paseáramos por el jardín del Edén, y todas estas proezas espirituales se consuman sin recurrir a doctrinas, sino afirmando, de la forma mas directa posible, la verdad que se encuentra en nuestro ser interior.

viernes, 11 de abril de 2008

Los once elementos del zen. Primer elemento: la presencia (el más importante).


La presencia hace referencia a la habilidad de la persona para ser totalmente consciente de lo que sucede en su interior y en su entorno. La atención es algo que se puede practicar, asi, "un monje pone toda su atención tanto al avanzar como al retroceder; al mirar o al apartar la vista; al inclinarse y al estirarse; al llevar la ropa o sostener un cuenco; al comer, beber, masticar o saborear; al atender las llamadas de la naturaleza; al caminar, al estar de pie; al sentarse; al dormir y al despertar; al hablar o a al guardar silencio. A todo ello aplica su atención".
Podría afirmarse que la "presencia" es la piedra angular de toda verdadera espiritualidad, independientemente de su origen étnico o cultural. La presencia es algo que Jesús subrayó una y otra vez; los Evangelios están llenos de observaciones de Jesús que empizan con las palabras "atended", "mirad", "escuchad y comprended"...En este sentido, la enseñanza de Jesús se encuentra muy próxima en espiritu a la de Buddha. A fin de cuentas, el buddhismo es una cultura de conciencia. La palabra Buddha, por ejemplo, significa "el despierto". De forma similar, en el Evangelio de San Juan se llama a Jesús "la luz del mundo". En el Sermón de la Montaña,
Jesús alertó a sus discipulos sobre la importancia de la conciencia:

"El ojo es la luz del cuerpo. Por tanto si vuestro ojo está sano, todo vuestro cuerpo estará lleno de luz: pero si vuestro ojo no lo está, todo vuestro cuerpo se llenará de oscuridad. Y si la luz es en vosotros oscuridad, ¡cuán grande es la oscuridad!" (Mateo 6, 22-23)

Por supuesto, si el ojo no está sano no pueden verse ni la verdad ni la belleza. Aqui Jesús afirma explícitamente que la conciencia es un requisito de la espiritualidad.
Hasta que hayamos aprendido el arte del silencio, no podremos desarrollar presencia. El silencio requiere una relajación profunda, que a su vez requiere dejar de lado todas las preocupaciones, sean del caracter que sean. La naturaleza de tales preocupaciones puede ser física o mental. La mayoría estamos preocupados por nuestras ansiedades, nuestros deseos, nuestros temores y nuestrso pensamientos. El ruido generado por estas ansiedades, temores y pensamientos es precisamente lo que impide disfrutar del momento presente.

Asi pues, compañeras, practicad la presencia en todo lo que hagais y a cada momento. Sé que es difícil, pero con la práctica llegareis a desarrollar la habilidad y sobre todo la gran dicha de poder disfrutar del momento presente.

viernes, 4 de abril de 2008

El reino de los cielos

Jesús dijo que el reino de Dios “está en vosotros”. Esto significa que no puede buscarse. Sólo podemos buscar lo que no tenemos; ¿para qué buscar lo que ya está en nosotros?. En realidad, es dicha búsqueda la que obstaculiza nuestro camino hacia lo eterno, porque refuerza el ego. Hay que recordar que la belleza sólo puede experimentarse en la zona sin pensamiento ni tiempo, donde el ego desaparece.

No obstante, muchos siguen buscando el reino porque no reconocen su presencia inmediata (aquí y ahora) en nuestro interior. Tales búsquedas son vanas. La situación sería la de un pez en el océano que busca agua, sin advertir que se halla rodeado de ella. Curiosamente, cuanto más cerca está algo de nosotros, más difícil resulta detectarlo.

Jesús ni confirmó ni negó la existencia de vida ultraterrena. El reino significa acabar con los pensamientos y tanto la afirmación como la negación implican la existencia de pensamiento. El zen trasciende ambas dualidades. El reino de Dios está en la zona sin pensamiento, fuera del alcance de la mente racional/lógica donde domina el hábito de pensar en términos de “A o no A”.

A primera vista, Jesús parecía responder a las preguntas que le planteaban sobre el reino de Dios, pero en realidad señalaba hacia una verdad mayor. Puesto que se trata de preguntas mal formuladas, responder de una forma u otra sería ridículo. Si se me pregunta si cierta mesa es hombre o mujer, la única respuesta adecuada es reírse; no valdría la pena plantear o debatir la cuestión. Como observó el filósofo Zhuang Zi, “es fútil hablar de la nieve con un insecto veraniego que nunca la ha visto”

El reino no es una cuestión que deba pensarse. Como tal, tampoco es una cuestión temporal (porque sin pensamiento no hay tiempo). Sin embargo, tradicionalmente se habla de él como si se tratara de un acontecimiento futuro.

El motivo es evidente. El reino siempre se ha concebido como acontecimiento futuro porque vivir en el futuro, en lugar de en el presente, es un hábito del hemisferio izquierdo. Bhagwan Shree Rajneesh ofrece un hermoso diagnóstico de la situación:

“La mente humana desaparece en el presente. Vive en el futuro, en la esperanza, en la promesa del futuro; se mueve mediante el deseo. El deseo necesita tiempo, el deseo no pude existir sin tiempo. Si de pronto nos encontramos en un momento en que el tiempo ha desaparecido, si no hay tiempo, ni mañana, ¿qué le sucederá a nuestro deseo?. No puede moverse, desaparece en el tiempo.”

El reino de los cielos (que está en nosotros) es la tierra de dicha suprema donde no existe la codicia, el deseo, la ira o el miedo. Pero ¿cómo entrar?. Jesús abrió la puerta al mostrarnos que no hay puerta alguna, en el siguiente pasaje del Evangelio de Lucas:

“Mientras proseguían su camino, Jesús entró en una aldea y una mujer llamada Marta le acogió en su casa. Tenía una hermana llamada María, que se sentó a los pies del Señor y escuchaba sus enseñanzas. Marta, que estaba muy ocupada con los menesteres de la casa, se acercó a Jesús y dijo: Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con todo el trabajo?. Dile que venga a ayudarme. Pero el Señor le respondió: Marta, Marta, te inquietas y preocupas por muchas cosas; solo una es necesaria. María ha elegido la parte buena y no le será arrebatada.(Lucas 10, 38-41)

Aquí Jesús vuelve a enseñar el arte de vivir. Lo que María tenía, a diferencia de Marta, era concentración. El arte de vivir, como todo arte, requiere concentración. Para ser artista, hay que perderse en el arte. Sin perderse es imposible escuchar, ver o ser. Jesús alabó a María porque escuchaba, prestaba atención sin esfuerzo en el momento presente. Cuando se es consciente del momento, no hay pensamiento ni tiempo. Se está en el reino.

Por el contrario, Marta estaba distraída. Por hallarse ocupada en diversos asuntos mundanos, no prestaba atención al momento. Como resultado, le angustiaban todo tipo de pensamientos e inquietudes. Jesús le dijo que, aunque tuviese muchas cosas en la cabeza, sólo una era necesaria: concentrarse en la tarea que esté a mano.

Son muchos los que creen que para entrar en el reino de los cielos hay que combatir la ira, la violencia y la lujuria de nuestra mente, pero Jesús enseñó un método totalmente distinto: vivir el momento. Cuando se está verdaderamente concentrado en la tarea que se tiene a mano, no pueden surgir emociones negativas.

El reino existe en la zona atemporal. La implicación de ello es que la felicidad no es un producto del tiempo. El maestro Jesús nos reveló un gran secreto: la puerta de la eternidad se encuentra en el momento. Muchos de nosotros, sin embargo, consideramos que la felicidad se materializa en el tiempo. Esta interpretación errónea es fuente de mucha tristeza.

¿No os parece?

martes, 1 de abril de 2008

Jesús, un maestro del Zen

Sólo al vaciar la mente de ideas preconcebidas es posible entender lo que Jesús pretendía enseñar a sus seguidores: que volvieran a ser niños. Que amaran la vida como el valor más preciado; que aprendieran de sus enemigos; que miraran el mundo como si cada día fuera un nuevo nacimiento; que perdonaran; que no antepusieran sus deseos al fluir natural de la existencia, aceptando la ambigüedad y la paradoja. Enseñanzas todas que entroncan con la tradición zen. Porque el zen es el arte de vivir, el arte de aceptar el mundo tal y como es; y, a través de sus palabras, Jesús se muestra como una artista de la vida, capaz de descubrir el secreto que se revela continuamente ante los humanos, capaz de sumergirse sin ataduras en la apasionante experiencia de la magia de lo cotidiano.

Jesús ha causado muchas confusiones e interpretaciones erróneas porque a menudo se le ha tomado demasiado en serio. Se le adora (o ataca) con más frecuencia de la que se le escucha. El zen consiste en relajarse, escuchar y tener sentido del humor durante el proceso. Si se escucha de verdad a Jesús, se descubre que apenas predicó o moralizó: lo que hizo, con gran maestría, fue relacionarse con nosotros mediante vívidas historias e iluminarnos con su poesía.

Es posible, desde luego, ver a Jesús como Salvador, Mesías, Hijo de Dios y hacedor de milagros; pero perderíamos lo esencial si no reconocemos que, en el fondo, era un poeta y sus palabras son los cantos de su alma. En el círculo zen se sabe que el Tao (Verdad), por ser de naturaleza paradójica, no puede predicarse ni tampoco expresarse con palabras: sólo puede darse a entender indirectamente. Por este motivo, Jesús recurrió a la poesía y al humor. ¿Dónde, si no en la poesía, se encuentran contradicciones que coexisten de forma armónica?

Es importante distinguir lo que se dice sobre Jesús de lo que Jesús dijo. Conseguirlo es descubrir un nuevo mundo lleno de color y vitalidad; es iniciar una aventura reveladora”.

Kennet S. Leong

¿Estáis dispuestas a iniciar esta aventura?