Es difícil
explicar a quienes no hayan visto “Sucedió
una Noche” las razones del éxito arrollador que obtuvo esta película en su
momento. A priori podríamos acharcarlo a su naturaleza sencilla y eficaz, muy
del gusto del gran público, de comedia romántica protagonizada por dos
personajes con gancho, interpretados por dos artistas de la talla de Claudette Colbert y Clark Gable. Si dijese sólo esto no
mentiría, pero estaría aportando una visión insuficiente sobre la película, tan
prescindible como superficial.
Porque ese
estilo, esa fresca y ágil comicidad que desprende “Sucedió una Noche”, supuso un cambio en la forma de afrontar todo
un género. Una innovación con la que Frank
Capra estaba trazando parte de las líneas que definirían la Screwball
Comedy sin perder
su vocación de cronista contemporáneo ni su ética de corte social.
Con este complemento estaría aproximándome con mayor perspectiva a la película y su calado, pero creo que aún estaría lejos de su esencia más pura. Y es que en el alma de “Sucedió una Noche” habita uno de esos momentos cinematográficos icónicos que ilustran con imágenes sentimientos y emociones difíciles de abarcar con palabras.
Si alguna vez os ha sucedido, tal y como Sucedió esa Noche, sin duda sabréis de lo que estoy hablando.
Con este complemento estaría aproximándome con mayor perspectiva a la película y su calado, pero creo que aún estaría lejos de su esencia más pura. Y es que en el alma de “Sucedió una Noche” habita uno de esos momentos cinematográficos icónicos que ilustran con imágenes sentimientos y emociones difíciles de abarcar con palabras.
Si alguna vez os ha sucedido, tal y como Sucedió esa Noche, sin duda sabréis de lo que estoy hablando.