En el rodaje de “Casablanca” participaron personas de 34 nacionalidades distintas, si excluimos a los norteamericanos, el nutrido grupo restante estaba formado principalmente por europeos emigrados a Hollywood en busca de fortuna, que desde el otro lado del Atlántico veían como sus países padecían la guerra y el terror nazi. Húngaros como Michael Curtiz o S.Z. Sakall, franceses como Madeleine LeBeau o Marcel Dalio, rusos como como Leonid Kinsky o Gregory Gaye, checos y eslovacos como Paul Henreid y Peter Lorre, suecos como Ingrid Bergman, británicos como Claude Rains y Sydney Greenstreet e incluso alemanes como Conrad Veidt.
Todos ellos tenían algo en común, habían dejado en casa seres queridos que ahora padecían y estaban en peligro; familiares y amigos que luchaban y resistían, o bien, eran perseguidos y morían en los campos de exterminio.
La épica secuencia de la Marsellesa capta la emoción que se vivió en el estudio durante su rodaje, lágrimas auténticas se mezclaron con los emotivos compases. Los exiliados de “Casablanca”, símbolo de una Europa desgarrada, se levantaban heroicamente contra el terror fascista. Ahora ya no luchaban solos, a su lado estaba Rick (Humphrey Bogart), el nuevo y oportuno símbolo del norteamericano posterior a Pearl Harbor; duro pero comprensivo, escéptico pero idealista, dotado de una ironía nacida de la experiencia pero dispuesto a luchar de nuevo por una causa justa. Un aliado de peso y un enemigo letal en potencia.