Porco Rosso

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lunes, 27 de febrero de 2017

T2: TRAINSPOTTING de Danny Boyle - 2017 - ("T2: Trainspotting")


Después de veinte años ausente Renton ha vuelto a su Edimburgo natal. Ha dejado la droga del todo y parecer haber reorganizado su vida. Sin embargo, la cosa no es realmente así. En su ciudad de siempre, se va a encontrar con sus viejos amigos, sus viejos problemas y sus viejas frustraciones. Tal vez sea el momento de dar el carpetazo definitivo a su pasado y poder seguir adelante.


Hay películas que no deberían existir. Porque no aportan nada, porque son muy malas, porque son infumables directamente o porque pervierten un legado, un gran legado. Una de ellas, adscrita especialmente al último supuesto, es "T2: Trainspotting". Esencialmente porque se carga como he mencionado el legado de su antecesora, una de las grandes películas de la segunda mitad de los años noventa. Repite Danny Boyle, repite un texto basado en una novela de Irvine Welsh y repite el reparto del primer "Trainspotting" en casi su totalidad. ¿Qué falla? Pues todo el resto. Y estrepitosamente. Con una cara dura impresionante, esta innecesaria secuela tira de la nostalgia a lo bestia y sin ninguna vergüenza para tratar de vendernos una moto mala y rota. Los protagonistas originales se reencuentran en su Edimburgo de siempre veinte años después del final del primer filme y tratan de rehacer sus vidas y de recuperar su amistad (amistad en la que nunca tuvieron especial interés pero que ahora de repente es super importante). Estos protagonistas no tienen nada que ver con los que conocemos. En especial Renton y Sick Boy, que han pasado de ser dos cabronazos cínicos de mucho cuidado a ser dos viejos amigos tiernecitos y hasta buenas personas. Spud y Begbie son algo más fieles a los del filme de 1996, pero son también mucho más tópicos y tienen los defectos engrandecidos a lo bruto (y hacer al segundo el malo maloso de turno es una torpeza de aupa). Y bueno, Dianne es un mero apunte sin importancia ninguna que sale de pasada porque tenia que salir y punto y el nuevo personaje principal que interpreta Anjela Nedjalkova podrían habérselo ahorrado porque es una mera comparsa. Del retrato social de antaño olvídense por otra parte: ahora todo es un viaje a través de los recuerdos donde la crítica social mencionada es otro mero apunte (y malo y cutre, imitación barata del anterior -hasta el diálogo del restaurante, impostado de manera penca, es una vulgar y mediocre copia del inicial y mítico de "Trainspotting"-) y donde el retrato de cómo las drogas sirven de válvula de escape para personas atemorizadas ante una vida mediocre y frustrante no está ya por ninguna parte.


No van a encontrar en "T2: Trainspotting" cinismo, ni ironía, ni locuacidad, ni causticidad, ni mordacidad, ni crueldad, ni ataque frontal a la sociedad moderna deshumanizada de nuestros días ni nada que se le parezca. Más bien lo que van a encontrar es un telefilme de reencuentros de tres al cuarto con un desenlace horrendo sacado del peor thriller de sobremesa y con una trama secundaria de corte negro que no viene a cuento y que encima es cien por cien predecible (quien no se sepa su resolución nada más empezarla es que ha visto muy poquito cine). Sinceramente, me duelen estas películas. "Trainspotting" es una cinta mítica de mi primera juventud y que marcó a generaciones con su retrato desolador de aquellos años noventa desenfrenados y desquiciados (la cosa no es que haya cambiado mucho) y esto es un engendro pasteloso mediocre en el peor sentido y una traición al estilo de la obra original. Huyan de esta basura como de la peste si no quieren que les rompan un mito. Menos mal que siempre estará ahí la primera parte. Danny Boyle, te mereces un suspenso rotundo y sin miramientos por esta caca sentimentaloide.


viernes, 14 de octubre de 2011

TRAINSPOTTING de Danny Boyle – 1996 – (“Trainspotting”)


Renton, Sick Boy y Spud son amigos y viven en Edimburgo. Sólo existe algo que llena sus vidas sin sentido: las drogas. Pasan los días colocándose e intentando conseguirlas cuando les faltan, sin hacer nada y viendo el tiempo pasar entre caminatas perdidas por las calles, sexo, fiestas, peleas provocadas por su violento amigo común Begbie, alucinaciones, enfermedades y depresiones. Sus vidas no tienen ningún comienzo ni ningún fin. Sólo hay una cosa en ellas: la droga. Su salvación y también su destrucción.


“Trainspotting”, película muy controvertida en su momento y aún hoy por su bien visible desencanto y nihilismo y acusada de fomentar el consumo de las drogas en los jóvenes e incluso de hacer apología de una vida de vacío cínico, está basada en la también controvertida novela homónima de Irvine Welsh. Su título al parecer hace referencia a las marcas que deja el inyectarse heroína por vía intravenosa. Como la novela, de 1993, el filme realiza un seguimiento por las vidas de un grupo de jóvenes heroinómanos de la clase media de Edimburgo a los que no les mueve nada salvo la droga y la manera de conseguirla. El protagonista es Renton, un genialísimo Ewan McGregor, un joven desencantado al que nada le importa y que intenta escapar de una vida abocada a un futuro monótono y mediocre por medio del vicio mortal al que está enganchado. Sus amigos son el freakie cínico y con estilo Sick Boy, el tontorrón Spud, el deportista y sano Tommy (que cae en las drogas y se convierte en el mayor adicto de todos) y el psicópata violento Begbie (soberbio Robert Carlyle en uno de sus grandes papeles), mientras que su “novia” es una pequeña femme-fatale de medio pelo menor de edad: Diane. El filme está dividido en dos partes: una primera que muestra las vidas diarias de todos: sus relaciones con sus entornos y con los que les rodean, sus colocones, sus pequeños trapicheos, sus búsquedas inmediatas de sustancias que ponerse, sus amores (si es que se les puede llamar así), sus fiestas, sus callejeos, sus brutales broncas. Quedan todos delineados por medio de, cimentada en un montaje muy ágil y dinámico, una visión increíblemente cínica y cargada de humor negrísimo de sus existencias nihilistas de niños mimados de la sociedad moderna sin horizontes o con horizontes nada satisfactorios a los que no quieren enfrentarse.


Ninguno de los protagonistas de "Trainspotting" quiere acabar como la generación de sus padres: encerrados en casa frente al televisor, con trabajos monótonos y mediocres y con vidas muertas. Escogen para escapar un camino: las drogas. Válido como cualquier otro. En la segunda parte del filme, se centra la acción en un" gran trapicheo" (en realidad un golpe de poca monta) que todos preparan para dar “el golpe de sus vidas”. Aún con toques de comedia, esta parte cae en el puro drama, aunque por momentos no da esa impresión. Todo se desmorona: hasta la amistad, que como en la anterior obra de Danny Boyle, "Tumba abierta", queda brutalmente desmitificada. El desenlace es triste como pocos, aún camuflado con la falsa alegría del dinero. “Trainspotting” representa a una porción de la juventud actual con gran precisión y conocimiento. Las drogas pueden ser lo de menos al fin y al cabo. La juventud, con ellas o sin ellas, no está satisfecha con el futuro que le han impuesto, pero a la vez está muy perdida y muy poco le interesa salvo el hedonismo.