Hace una semana entramos en una nueva estación, la de otoño en el hemisferio norte y primavera en el hemisferio sur.
Todas las estaciones tienen su encanto, son especiales. Cada una de ellas tiene su energía, luz y color.
Me encanta la luz del sol en esta época, tiñe de color dorado todo lo que toca, consiguiendo que se mezclen los destellos rojizos, ocres, dorados, amarillos y verdes de las hojas de los árboles.
Es una época que invita al recogimiento, a la reflexión, a mirar hacia dentro, al interior. Sólo con observar la naturaleza vemos cómo va cambiando, transformándose. De la frescura y verdor de la primavera pasamos al dorado, a la caída de las hojas.
La energía del otoño, me resulta acogedora, tan dorada, luminosa, llena de color y de matices. No tiene la fuerza impetuosa de la primavera, sin embargo, tiene la calidez que da el paso del tiempo, de la madurez.
Me gusta adaptar la energía de cada estación a mi vida, uniéndome así a los ciclos de la naturaleza. El otoño, es una época que aparentemente tiene un ritmo más lento. Me lleva a profundizar con mayor detenimiento en qué momento me encuentro, invitándome a reflexionar sobre mis planes, ideas y proyectos; qué debo trabajar, madurar, soltar, eliminar, pulir, mejorar.
Si tenéis la oportunidad de ir a un bosque, estar en un jardín, os animo a que meditéis junto a un árbol, observando su transformación, viendo cómo el perder las hojas da lugar a que nazcan nuevos brotes, donde la pérdida se convierte en vida y crecimiento.
Nosotros experimentamos lo mismo, las pérdidas, rupturas y crisis, son oportunidades para poder revisar nuestros cimientos, nuestros pensamientos, creencias, ideas, sentimientos, ayudándonos a tener una nueva visión sobre nosotros mismos. Podemos ser más fuertes, crecer y evolucionar, para ello podemos soltar todo aquello que lastra, entorpece, debilita. Podemos ser como las hojas de los árboles, donde su caída da paso a una nueva vida
La imagen está tomada de internet y desconozco quién es su autor.