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Iván Wielikosielek / "hay días..."

Hay días como hoy en que morir no cuesta mucho
días con nubes que se suceden durante semanas
colectivos destruidos y sucios arrancando afuera
siempre arrancando contra mi ventanal quebrado
días en donde el tedio de la tarde se hace inminente
y no hay un lugar para ir de noche
y no hay posibilidades
y no hay un centímetro de vida aquí
Días y días enteros en los que la paso
con un billete de dos pesos en el bolsillo
cada vez más celeste y desteñido
agrios días
largos días que van preparando de a poco este día
y una vida que lo fue preparando también
con emociones sombrías y dudas
Hay días como hoy en que morir no cuesta nada
en donde lo más fácil y natural es sepultarse
arrinconado en una silla contra el ventanal
mirando tras los vidrios agrietados las nubes
como masas de algodón y pan sucias de tierra
como todas las almas que se apolillan en esta porción del mundo
Días en donde es bastante cómodo dejarse arrastrar
corriente abajo
sin chistar
sin implorar
sin segregar adrenalina ni miedos
tan sólo percibiendo muy por lo bajo
que faltan varios grados de termómetro en el alma
para tener el calor de los que están vivos
Hay días como el de hoy en que no siento culpa
en los que se desvanece en mí el remordimiento
días en los que salgo a ventilar un poco el corazón
para que no se me percuda
y voy con mi único billete que está prohibido gastar
con mi única ropa de jean y mi único par de zapatos
y quizás sienta algo parecido a estar vivo
cuando veo la perra del vecino arriba del techo
que me mira con quieta desesperación
pidiéndome que la saque de su jaula
o cuando camino dos cuadras con tres niños de barrio Pueyrredón
que van a bañar al río sus pequeños cuerpos de diez años
y más tarde abrirán la puerta de los taxis en el centro
Y no es lástima lo que siento
si no la intuición fugaz de lo irreversible
la claridad con la que me es dado ver
que todos estos días están precediendo a toda una serie de futuros días
en que estos niños y esta perra también estarán muertos
En este rincón del mundo sin dinero posible que gastar
sin más posibilidades que la de ventilar un poco la existencia
vivir es casi igual a esperar que pare la lluvia sentado en un rincón
mirando a través de un ventanal partido hacia una calle
con hombres que se aburren.

Silencio al fondo, de Alejandro Schmidt

Poesía

Ediciones Salido/ ediciones Radamanto - 2000


Córdoba tiene una tradición poética que muchas veces se expresa más en cantidad que en calidad, y resulta difícil, muchas veces, encontrarse con obras significativas a la hora de comenzar a conocer a los referentes. Una cita ineludible y uno de sus grandes exponentes (me gusta llamarlo herrero del género) es el villamariense Alejandro Schmidt. De entre sus más de 30 libros, Silencio al fondo, se me antoja inaugural, pequeño pero autosuficiente, en ocasiones autoflagelante pero orgulloso.

Se trata de un poemario sobre el acto de escribir, el ser que escribe versos, la poesía misma como condición irrenunciable, artificio y peligro. El poeta como efecto irremplazable de la rutina, la podredumbre, la muerte, el embrutecimiento de la soledad y el silencio. Un ser cautivo del decir insatisfecho.

Con pocas palabras

puede escribirse todo

pero al escribir todo

algo se borra


Dividido en dos partes (Carne Vacía y El Aire) los poemas de Silencio al Fondo se desarrollan desde los títulos: que puede esperarse de un hombre que solo ha luchado contra sí; poetas de provincia; en la oficina; por que leo poemas en el trabajo; por que nunca más presentaré un libro de poemas y otros que barren de luz los textos como faros de luz intermitente, insinuando la costa. Hacia el final la luz distancia cada vez más su frecuencia y nos desafía a mirar con lo aprendido, a avanzar palpando las rocas del símbolo y lo abstracto:

Pero la rosa y el amor son así

presencias

fuego del amparo

lluvia y demora

en la quietud del rayo

hay respuestas en la Tierra

y al fin

cuando todo se cumple

una raíz que justifica

la flor

su abismo

esta miseria.

Gracias a la casi ausencia de signos de puntuación, los versos de Schmidt se desplazan sobre el agua. Alrededor, solo desierto, aunque todos los poetas griten como monos en los árboles.

La palabra, resignada a esa mítica condena, festeja su condición de Sísifo en el poema Empujo una piedra, donde canta: piedra durísima / y feliz / donde refresco la muerte. y le habilita dos preguntas de rigor al poema siguiente: ¿Qué hará el poeta sin su piedra? ¿Qué arrojará entre un silencio y otro? El aire la lleva, esa piedra es palabra, silencio de un fondo consiente, sombra encendida.


A D E L A N T O


En unos días estará a la venta en el local de la editorial Llanto de Mudo la antología del poeta Alberto Mazzocchi publicada en edición bilingue en París hace mucho tiempo y preparada ahora en español por el escritor Iván Wielikoseliek.
“Cuando el otoño golpeó con sus puños el alma y las calles dejaron pasar a los mendigos; cuando una vez más cayó la tarde con su viejo olor a lluvia en el impermeable de los pobres y la soledad se sentó en todas las sillas rojas de los bares, los poemas de Alberto E. Mazzocchi volvieron a leerse…”
dice W desde el apéndice, y continúa:
“No seré el primero ni el último a quien, por algún designio del azar, le caiga en manos la poesía de Alberto E. Mazzocchi.
Tampoco seré el primero ni el último de aquellos que, habiéndose quedado con la brutal resonancia de sus versos en la sangre, haya salido a buscar al poeta y sólo haya encontrado el rastro apagado de un fantasma.
Para todos los que se aventuren a cruzar el umbral de estos versos y salgan luego a buscar a su autor, les diré que apenas si quedan apagados ecos de su paso por el mundo…”

“En todo caso hubo una sola persona sobre la Tierra que ocupó el cargo de guardián absoluto de estos versos, y sin cuyo celo estos textos no hubiese atravesado casi medio siglo de indiferencia mediterránea. Esa persona fue el escritor Federico Undiano. Y si algún valor tiene este libro para la literatura de Córdoba y las famosas "generaciones venideras" (que de seguro se ocuparán de asuntos más pragmáticos y lucrativos que "la poesía de un suicida") es a él y sólo a él a quien hay que darle las gracias. Aunque sus ojos, el único par de ojos que parecen haber visto a ese que "realmente" fue Alberto E. Mazzocchi, estén enterrados en un campo de la provincia de Córdoba tras su muerte parisina; ocurrida hace ya más de ocho años. Sus ojos cerrados que duermen para siempre en aquel casco de estancia donde alguna vez Mazzocchi vivió diez días y de cuyo ámbito natural y familiar se sirvió para escribir, pocos meses después, "No sé por qué se debe morir". Ahí yace Federico, quien se llevó al más allá la única placa fotográfica posible de Mazzocchi, la del poeta y del hombre. Para todos los demás, apenas si nos habrá quedado el fantasma del primero y el testamento hecho poemario del segundo.
Quizás a estas dos maneras de continuidad tan palpable como inmaterial se reduzca toda vigencia; la eterna perdurabilidad de todo Evangelio”.



Poemas:





Olvidaba decirte
que el mar guarda el secreto
que yo no escribí en las piedras mi nombre
ni dejé a propósito una huella en el suelo
encontré la verdadera tristeza en estos cadáveres de pájaros
pero si también he apartado la arena
fue por algo
no temas que las hierbas divulguen mi muerte
las hierbas guardan el secreto
y si he perdido alguna medalla hace mucho
en ellas no hay ninguna leyenda
no temas que en las medallas se diga algo de mi muerte
las medallas son demasiado pequeñas
para escribir en ellas una leyenda
las gaviotas no saben nada
saben de sus nidos y del día
y del alimento que flota en el agua
pero tú sabes que muchos bosques han desaparecido
pero en esos caminos lo único que puedes hallar
es la soledad
no temas
es la soledad que se nutre
y no mi manto ni mi blusa
ni un cabello mío que ha quedado en alguna rama
el viento también guarda el secreto
si inclina los árboles las ramas altas de los árboles
y desparrama las hojas pequeñas de los pinos
o si despeina un niño pobre
o si sacude la falda de una mujer pobre
no es para decir mi nombre
la noche está allá en el barranco
donde estuvo siempre allá en el barranco
este mar guarda el secreto
no dirá a nadie que he muerto.

*



EPÍSTOLA A DYLAN THOMAS



Te escribiré
que en todos los países hay ríos
mediodías sombras espíritus que se juntan
calabazas llenas de agua para que beban los que se han ido
maderos disecados y extraños de esquifes
donde se aferran las mujeres para llorar
donde sube un cangrejo
diversas muertes que aún no han terminado
medianoches
instintos
máscaras
raíces

nostalgias emponzoñadas que reposan en los vientres
lejos aún de todo incrustadas
árboles que nos recuerdan lo que hemos abandonado
un cocktail distinto todos los días
ruedas de caucho dudas vergüenzas.

Y esto es todo lo que tienes
mientras no hay nadie
y esto es todo lo que tienes

hace tanto que las chovas desveladas han huído

y nada poseías
sólo el frío de tus carnes.

Quédate
ya nunca más
sólo la esperanza necesaria de los pobres.

Estábamos ebrios
desnudos o con las mangas mojadas
así llovía sobre nosotros
y así simplemente éramos hombres
habíamos comido y llorado.

Ahora ya todo está demasiado endurecido
ni los rostros besados.

Te escribiré
que en todos los países hay ríos
y además encontrarás
tu cara de gusano
tatuada en la falda de una mujer inglesa
o en un vaso de cristal.




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Alberto Mazzocchi nació en Las Varillas el día de la primavera de 1937. En 1956 abandonó la Facultad de Filosofía y Humanidades de Córdoba, tenía 18 años. Después de un viaje a Buenos Aires donde conoce a Federico Undiano (un dramaturgo Uruguayo fallecido en París en 2000) intentó suicidarse ingiriendo fármacos. No muere, pero la intoxicación le provocó un coma. Al año siguiente fue internado en un hospital siquiátrico, donde el tratamiento incluyé terapia de electroshock. Finalemnte se fuga. En enero de 1958, en medio de una discución con su madre, y frente a ella, se hiere a la altura del corazón con un cuchillo. Lo internaron en el sanatorio Las Rosas, pero otra vez logra fugarse, y con la ayuda de Federico Undiano obtiene los medios para escaparse a Buenos Aires, lejos de su madre que lo acosaba constantemente.
En abril de ese año se corta las venas de la muñeca izquierda, lo internan nuevamente. Lo absuelven de cumplir el servicio militar y en Marzo de 1959 viaja a Montevideo para reunirse con Undiano. Una vez más logra escapar del cerco materno con 20 años. En diciembre de ese año se casa con Lidia, diez años mayor que él, la relación se deteriora casi inmediatamente en medio de violentas peleas. Ella lo abandona y vuleve a la casa paterna, pero el no lo toleró y la obligó a regresar a punta de pistola. Se instalan en una pensión de la ciudad de Córdoba en donde lo sorprende la policía con órden de captura. A cien metro de allí, en las inmediaciones del Parque Sarmiento, a las 13,30 se pega un tiro en la sien. Era un 5 de febrero de 1961, tenía solo 22 años.
En septiembre de 1985, respetando el pedido que Mazzocchi le había hecho, Undiano publica en Paris un poemario que comprende sesenta y cuatro de sus textos en edición bilingue por Edition Harmattan. Este conjunto es el m´pas completo que se haya publicado hasta el presente y se ofrece en la web por € ,50. En el ámbito académico, el filósofo frances Jacques Aureillan basó su tesis de lingüistica en la vida y obra de Mazzocchi. El trabajo se llamó RIO-CAMINO-CALLE // TRES VIAS PARA UNA BUSQUEDA, y fue presentado en la Universidad de la Sorbonne- Paris IV, en octubre de 1986.
Su producción literaria se extiende a otras obras: A PAUL ELUARD, que fue publicado con el seudónimo de Mariette Vibert, en Laurel –Hojas de Poesía, N° 9-10, Córdoba en Octubre-Noviembre de 1957; EPISTOLA A DYLAN THOMAS con el seudónimo de Ivan Schlav, en Marcha N970, Montevideo julio de 1959; y ALBERTO MAZZOCCHI, RAROS Y OTROS POEMAS, Los Huevos del Plata, colección La Cáscara del Huevo, Montevideo 1970.
Casi no se encuentran referencias sobre su vida más que estas. Se lo nombra como uno de los símbolos de la poesía cordobeza de los 50’ en el N 1 de la revista Andén, de Córdoba; donde además se lo encasilla dentro de los que lograron asimilar mesuradamente la experiencia surrealista junto a Requena; en una nota firmada por Gaspar Pio del Corro.
La obra de Mazzocchi, estimada en unos mil doscientos poemas, está marcada por un destino particular. La mayor parte de sus textos permanece desconocida. Quiza se encuentren abandonados en una despensa, un sótano, un granero, o bien dispersos entre familiares o amigos que los ignoran, sin descartar la posibilidad de que hasta hayan sido destruídos por desconocimiento de su valor, desprovistos de toda utilidad.

FOBIAS

Miedo a lavarse o bañarse.
Miedo a vomitar.
Miedo a los pollos.
Miedo al ajo.
Miedo al polvo.
Miedo a las flores.
Miedo a personas con amputaciones.
Miedo a las flautas.
Miedo al oro.
Miedo a las auroras.

Miedo a los libros.
Miedo al barro.

Miedo a las mujeres hermosas.
Miedo a la carne.
Miedo al pelo.
Miedo a bailar.
Miedo al dinero.
Miedo a los colores.
Miedo al alimento.
Miedo a los cristales.

Miedo a los árboles.
Miedo a ir a la escuela.
Miedo a la justicia.
Miedo a la visión doble.
Miedo a beber.
Miedo a desnudarse delante de alguien.
Miedo a las calles y los paseos.

Miedo a la iglesia.
Miedo a los espejos o de verse en un espejo.
Miedo a la libertad.
Miedo a los gatos.
Miedo a vomitar.
Miedo a confiar un pecado inperdonable o a la crítica.
Miedo a los insectos.
Miedo al amanecer.
Miedo al conocimiento.
Miedo a los caballos.
Miedo a ruborizarse.
Miedo al trabajo.
Miedo al sexo o las preguntas sexuales.
Miedo a las buenas noticias.
Miedo a los órganos genitales femeninos.

Miedo a la fiebre.
Miedo a las cosas frías.

Miedo a la risa.
Miedo a la barba.
Miedo al sexo.
Miedo a las rodillas.
Miedo a los puentes.
Miedo a la gente vieja.
Miedo al gusto.
Miedo al los discursos en público o a intentar hablar.
Miedo al conocimiento.
Miedo a la escritura.
Miedo a la desnudez.
Miedo a las mujeres.

Miedo al infierno.
Miedo a los santos o las cosas santas.
Miedo al tacto.
Miedo al robo.
Miedo a la sensación de placer.
Miedo al sol.
Miedo a la infestación de gusanos.
Miedo a la sangre.
Miedo a los reptiles.
Miedo al sexo opuesto.
Miedo a los sacerdotes o las cosas sagradas.
Miedo a los caballos.
Miedo a palabras largas.
Miedo a los mendigos.
Miedo a los choques.
Miedo a la niebla.
Miedo a los sermones.
Miedo a los hombres.
Miedo a la homosexualidad o de llegar a ser homosexual.
Miedo a las armas de fuego.
Miedo al agua o a la rabia.
Miedo a la rabia.
Miedo a los líquidos o la humedad.
Miedo al materialismo.
Miedo a los bosques.
Miedo a la responsabilidad.
Miedo al sueño o a ser hipnotizado.
Miedo a la altura.

Miedo a ir al doctor o a los doctores.
Miedo a pescados.
Miedo a ideas.
Miedo a vértigo o al mirar abajo.
Miedo al veneno.
Miedo a los insectos.
Miedo a la soledad, estando solo.
Miedo a lo que piensen los demás de tener su pene erguido.

Miedo a cualquier cosa nueva.
Miedo a la derrota.
Miedo al ridículo.
Miedo a sentarse abajo.
Miedo a los vacíos o los espacios vacíos.
Miedo a los truenos y relámpagos.
Miedo a la fatiga.
Miedo al polvo.
Miedo a los fenómenos cósmicos.
Miedo a las ondas.
Miedo a inclinarse.

Miedo a los vehículos.
Miedo a hacer un discurso.
Miedo al color blanco.
Miedo a las cosas del lado izquierdo del cuerpo.
Miedo a los ruidos fuertes.
Miedo a los tornados y huracanes.
Miedo a los pleitos.
Miedo al parto.
Miedo a ciertas palabras.
Miedo a la oscuridad.
Miedo a enojarse.

Miedo a las esperas largas.
Miedo a cocinar.
Miedo a la locura.
Miedo al castigo.
Miedo a las máquinas.
Miedo a perder una erección.
Miedo a un pene erguido.
Miedo a cosas grandes.
Miedo a las abejas.
Miedo al color negro.
Miedo u odio a la música.
Miedo a la menstruación.
Miedo a la limitación.
Miedo al metal.
Miedo a los cambios.
Miedo a los meteoritos.
Miedo al alcohol.
Miedo u odio a la poesía.
Miedo a los microbios.
Miedo a las cosas pequeñas.
Miedo a la contaminación con la suciedad y gérmenes.
Miedo a la suciedad o de la contaminación.
Miedo a la soledad o de estar solo.
Miedo a las polillas.
Miedo a los ratones.
Miedo a los hongos.
Miedo a la oscuridad.
Miedo a las hormigas.

Miedo a la niebla.
Miedo a la muerte o a las cosas muertas.
Miedo a las nubes.
Miedo a la noche.
Miedo a los nombres.
Miedo a los hospitales.
Miedo a volver a casa.
Miedo a los números.

Miedo a aumentar de peso.
Miedo a las muchedumbres o multitudes.
Miedo a la cirugía dental.
Miedo al dolor.
Miedo a los vinos.
Miedo a los olores.
Miedo a la lluvia.
Miedo a los sueños.
Miedo a serpientes.
Miedo a ser mirado fijamente.
Miedo a abrir los ojos.
Miedo a los pájaros.
Miedo a los crustáceos.
Miedo al cielo.

Miedo al sufrimiento y la enfermedad.
Miedo a todo.
Miedo al papel.
Miedo a descuidar un deber o responsabilidad.
Miedo a la perversión sexual.
Miedo a los parásitos.
Miedo a los viernes 13.
Miedo a las vírgenes o las muchachas jóvenes.
Miedo a la herencia.
Miedo a los piojos.
Miedo a las muñecas.
Miedo a los niños.
Miedo a la gente calva.
Miedo a la suegra.
Miedo a tragar.
Miedo a convertirse calvo.
Miedo a tomar una medicina.
Miedo a los fantasmas.
Miedo a besarse.
Miedo a enamorarse.
Miedo a la filosofía.
Miedo a la luz.
Miedo a los ruidos o voces o de su propia voz.
Miedo al pensamiento.
Miedo a la tuberculosis.
Miedo a la abundancia.
Miedo a los alcoholes.
Miedo a los políticos.
Miedo a muchas cosas.
Miedo al color púrpura.
Miedo a los ríos o al agua corriente.
Miedo a las drogas.
Miedo al progreso.
Miedo al tardamudeo.
Miedo a la mente.
Miedo al frío.
Miedo al vuelo.
Miedo al cosquilleo por las plumas.
Miedo a las alucinaciones de la fiebre.
Miedo al fuego.

Miedo a tener arrugas.

Miedo a Satán.
Miedo a las sombras.
Miedo a la oscuridad.
Miedo a escribir en público.
Miedo a las palabras largas.
Miedo al sexo opuesto.
Miedo a los trenes.
Miedo a las estrellas.
Miedo a comer.
Miedo a las serpientes.
Miedo a los suegros.
Miedo a la sociedad o la gente en general.
Miedo a aprender.
Miedo a la dependencia de otras personas.
Miedo al espacio exterior.
Miedo a espectros o fantasmas.
Miedo a las avispas.
Miedo a estar parado.
Miedo a los crucifujos.
Miedo las cosas o lugares estrechos.
Miedo al infierno.
Miedo a los parientes.

Miedo a la velocidad.
Miedo a ser enterrado vivo.
Miedo a ser contagioso o contagiar alguna enfermedad.
Miedo a la tecnología.
Miedo a los teléfonos.
Miedo a ciertas telas.
Miedo a sentarse.
Miedo al mar.
Miedo a la muerte o morir.
Miedo a los teatros.
Miedo a la teología.
Miedo a los dioses o la religión.
Miedo al calor.
Miedo al veneno o al envenenamiento.
Miedo a las lesiones.
Miedo a los temblores.
Miedo al número 13.
Miedo a mover o de realizar cambios.
Miedo a las inyecciones.

Miedo a palabras.
Miedo a la ropa.
Miedo al padrastro.

Miedo a las brujas.

Miedo al color amarillo.
Miedo a los extranjeros.
Miedo a la sequedad.
Miedo a los objetos de madera o bosques.

Miedo a los celos.
Miedo a Dios o los dioses.
Miedo a los animales.

TOVE DITLEVSEN / Domingo















Nunca ocurre nada los domingos.
Nunca encuentras un nuevo amor en domingo.
Es el día de los infelices.
Día de pensión o día de familia.
Las horas más dolorosas de la amante
cuando se imagina a su amado
con sus hijos en las rodillas
mientras su mujer, sonriente,
entra y sale con tentadoras bandejas.
Un día maldito.

Alguna vez tuvo que haber sido diferente.
¿Por qué si no tendríamos todos
que esperar con ansias el domingo durante toda la semana?
¿Quizá cuando íbamos a la escuela?
Pero ya entonces las campanas sonaban
compungidas y grises como lluvia y muerte.
Ya entonces las voces de los adultos
eran débiles e insonoras como si buscasen a tientas
y en vano las palabras dominicales.

El olor a humedad y a pan mohoso,
a sueño, botas de goma y achicoria
ya subía entonces por la escalera
y la calle, que estaba dura, vacía y diferente
de una manera desolada ­
El olor dominical nos forraba
con la gruesa capa de la decepción
que sigue a una expectativa
sin meta específica.

Pero, entonces ¿cuándo? En un lugar anterior a la memoria
hubo felicidad, una expectativa irresistible
que todavía nadie había sido capaz de defraudar.
Entonces las campanas significaban que papá estaba en casa,
el bigote, las negras cejas y el olor a tabaco mascado
estaban allí y allí quedaban, en un lugar cercano,
y quizá la risa de tu joven madre
sonaba más alegre que los otros días.

Es domingo. Tú nunca encontrarás
un nuevo amor ese día.
Estás sentada en el cuarto de estar
apabullada y rígida como una figura de cartón
a los ojos de los niños.
Escarban con los pies
y se pelean sin energía.
«Deberíamos hacer algo», dices.
«Sí», dice una voz detrás del periódico.
Entonces os calláis los dos, porque todo lo que tenéis ganas
de hacer es oculto y secreto
y sería inaceptable para el otro.

Las campanas de la iglesia suenan. Las narices de los niños
se llenan de desesperanzado olor heredado.
Sobre sus dulces rostros se desliza
una fealdad pasajera.
Una luz marchita
nace en sus ojos.

Pero todos esperamos el domingo
toda la semana, toda nuestra vida,
esperamos la ilusión de cientos
de largos domingos vacíos, agotadores.
Día familiar, día de pensión,
el infierno de los amantes secretos.
Ese día en que la nauseabunda grisura de los adultos
impregna a los niños y establece
la incomprensible melancolía dominical de los años venideros.