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viernes, 20 de julio de 2018

El atelier (L'atelier, Laurent Cantet, 2017)

La pluma y las armas 


La Ciotat es una hermosa villa mediterránea, antiguamente famosa por un astillero donde se construían inmensos navíos. El astillero cerró hace varias décadas, pero la lucha sostenida por los trabajadores locales permitió que el puerto se mantuviese activo, evitando de esta forma la ruina del pueblo. De todas formas, su calidad de vida se ha deteriorado en los últimos años; como tantas otras ciudades y regiones francesas olvidadas, el desempleo y la exclusión van en aumento, y la perspectiva para los que allí viven es sumamente incierta. Justamente en el sur de Francia hay cada vez más gente atraída por la extrema derecha, y no es de extrañar que los discursos extremistas convenzan a jóvenes sin un futuro claro. 
El taller literario del título es impartido por Marina (Olivia Dejazet), una exitosa escritora parisina. Los asistentes son jóvenes con problemas de conducta, hijos o nietos de los trabajadores del puerto; se trata de un grupo variado étnicamente, en el que fluye la creatividad pero también la confrontación. Justamente lo que parece estar buscando la escritora, quien publica novelas policiales violentas y está preocupada por la poca sustancia y credibilidad de sus personajes. Este taller y sus airadas discusiones parecen ser su forma de entrar en contacto con una juventud fervorosa, imparable y conflictiva; la sustancia ideal para nutrir sus relatos. 
De entre todos los alumnos, seguramente el más brillante sea Antoine (increíble el joven actor Matthieu Lucci), un muchacho especialmente dado al enfrentamiento, quien pareciera empeñado en cuestionar todo lo que es dicho en el taller, y especialmente si es algo proferido por los musulmanes presentes. La escritora comienza a sentir un particular interés por el muchacho, fascinación que es igualmente retribuida. 
Pero lo que podría haber sido una colaboración provechosa y hasta armoniosa pasa a convertirse en un creciente conflicto para ambos: el ego de la escritora y la honestidad brutal del muchacho chocan de la peor manera, lo que deriva hacia puntos de tensión extrema. El director Laurent Cantet (autor de las notables El empleo del tiempo y Entre los muros, entre otras) y el guionista Robin Campillo (quien a su vez fue director de la laureada 120 batements par minute) llevan la situación a un punto sin retorno, en la que las consecuencias podrían ser nefastas para ambos. Se explora notablemente una adolescencia apática, aburrida, proclive a los excesos y a la transgresión de límites, en la que la violencia, las armas y los discursos xenófobos podrían prender y diseminarse. Una escena notable muestra al muchacho enfrascado en un videojuego en línea, mientras una voz en off cuenta la forma en que, décadas atrás, los muchachos de ese mismo pueblo se abocaban a la lucha sindical; se imponen las grandes diferencias en cuanto al sentimiento de comunidad y a la orientación de energías en una época y la otra. 
Sobre el final (siguen spoilers) se hace lugar al optimismo y ambos protagonistas son redimidos. Ella al no denunciar al muchacho, él cumpliendo con su parte del taller, dejando cierta enseñanza a los demás y colaborando finalmente con tareas para el puerto. Laurent Cantet expone, con sutileza y habilidad, cómo esos mismos muchachos conflictivos podrían ser capaces de grandes cosas si tuvieran los estímulos necesarios, pero por sobre todo, si los trataran con un mínimo de respeto.

Publicado en Brecha el 20/7/2018

martes, 28 de abril de 2009

Las mejores películas (IX)

Una selección caótica. Para no perder la costumbre alguna asiática y un par de animaciones, más un par de veteranos maestros que envejecen mejor que los vinos, más un brutal documental, más un brutal casi-documental. Como siempre, van por orden de importancia, pero hasta las de más abajo son plenamente recomendables.

Still walking de Hirokazu Kore-eda (Japón).
Los miembros de un núcleo familiar disgregado vuelven a reunirse luego de un tiempo sin verse. En un registro parecido al de Ozu, el recambio generacional, el choque entre tradición y modernidad, las repercusiones de una muerte y el paso del tiempo filmados con inmensa sabiduría. Kore-eda se confirma como uno de los grandes directores de nuestros tiempos.

Find me guilty de Sidney Lumet (Estados Unidos, Alemania).
Lumet debe ser el maestro más infravalorado de hoy. Un juicio increíble, basado en hechos reales, pero enfocado desde una perspectiva en la que los roles tradicionales de buenos y malos se ven invertidos. Una peli imprescindible que, entre los tantos méritos que cabe achacarle, logró que me volviera fan de un actor que jamás habría imaginado sería de mi agrado: Vin Diesel.

Entre les murs de Laurent Cantet (Francia).
Las dificultades de ejercer el profesorado en un instituto de la banlieue parisina. Cantet muestra que no hay manera de trabajar allí sin enredarse en conflictos, darse de frente con sorpresivas adversidades o acabar perdiendo la paciencia. Un cuadro que envuelve al espectador en un ambiente de exclusión donde hasta la mejor voluntad puede verse oprimida y obstaculizada.

Gran Torino de Clint Eastwood (Estados Unidos, Australia).
¡¡¡Larguísima vida a Clint!!! Este tipo hace lo que se le da la gana. Qué capacidad para transmitir emociones, para lograr que uno se sumerja en su mundo, qué notable que haga que nos enamoremos de todos los personajes, incluyendo ese viejo xenófobo, nacionalista, conservador, fascista y antipático que interpreta. Para mí y la mayoría de los votantes de este blog, una película imperdible.

Beijing Bicycle de Wang Xiaoshuai (Francia, Taiwan, China).
La vida de dos adolescentes de clase media-baja gira en torno a un mismo objeto: la bicicleta del título. Ambos son capaces de matar por ella, para uno es la forma de ganarse la vida, para el otro, el medio para integrarse socialmente y ser reconocido. Wang muestra con acierto como las necesidades económicas pueden involucrar a gente común en inesperadas situaciones de violencia.

Mongol de Sergei Bodrov (Kasajistán, Rusia, Mongolia, Alemania).
Brutal primera parte de una trilogía sobre la vida de Genghis Khan. Aquí se hace el énfasis en su dura infancia y su juventud, en los largos períodos de encierro y esclavitud, en sus alianzas y en sus inquebrantables principios éticos. Una épica como dios manda, para que aprendan los Snyders, los Petersen y los Adamson a filmar enfrentamientos con verdadera fuerza cinematográfica y, de paso, a contar una historia.

Checkpoint de Yoav Shamir (Israel).
Después de ver este documental uno no se pregunta más por qué algunos palestinos se convierten en terroristas, sino por qué serán tan pocos los que lo hacen. Las cámaras se sitúan en los puestos de control instalados en territorio palestino, donde los soldados israelíes se dedican a joderles la vida a quienes quieren ir a trabajar, estudiar, visitar su familia o incluso casarse. Y ni quiero imaginarme lo que hacen los israelíes cuando no tienen cámaras filmándolos.

Los paranoicos de Gabriel Medina (Argentina).
Hendler interpreta a un loco remachado y antisocial. La llegada de un viejo “amigo” de España sirve como pretexto para que en su vida se vayan dando algunos quiebres, y se le presenten ciertas oportunidades de alcanzar la estabilidad. Una película que habla, más que nada, de no venderse y de seguir los dictados del alma.

Coraline de Henry Selick (Estados Unidos).
Una animación en stop motion en la que una niña va a parar a un mundo de fantasía colmado de tentaciones, pero que asimismo esconde imágenes de pesadilla y siniestros propósitos. Un despliegue visual impactante que si bien no puede compararse con los de Miyazaki, levanta vuelo y ofrece algunas escenas notables, como las varias desintegraciones del entorno, o esa caída final en una gran tela de araña.

Princess de Anders Morgenthaler (Dinamarca, Alemania).
Otra exploración de nuevos terrenos en materia de animación. Un desquiciado sacerdote emprende una sangrientísima cruzada contra unos mercaderes del porno, que abusaron de su sobrina de cinco años y “pervirtieron” a su fallecida hermana. No es que sea algo excepcional, pero como ejercicio de género funciona y muy bien.