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lunes, 15 de febrero de 2016

Imbéciles sin fronteras




Asombra y a menudo acojona, o por lo menos a mí me pasa, el modo en que la simpleza más frívola, la estupidez más elemental, querido Watson, triunfan en sociedad. No se trata sólo de esta España nuestra, y eso tiene una doble lectura. Creo. Por un lado, mirando los periódicos, la tele o Internet, consuela comprobar que en todas partes cuecen habas y que la gilipollez no tiene fronteras. Que igual de tonto puede ser un chino que uno de Murcia. Sin embargo, por otra parte eso descorazona mucho, pues cada vez le deja a uno menos lugares posibles donde refugiarse cuando todo acabe por irse al carajo.

Como ven, hoy me desayuno apocalíptico. Pero es que hay temporadas que lo apocaliptizan -o como se diga- a uno. Llevo un tiempo forzado por la perra vida a moverme en ambientes donde el porcentaje de tontos por metro cuadrado es superior a la media, y eso castiga mucho el hígado. Lo que más me revienta es que yo mismo, por imperativos casi legales, me veo forzado a asumir las reglas de estolidez ya establecidas, y no soporto la cara de imbécil que veo si me miro en un espejo. Pero es lo que hay. Por eso hoy me desahogo aquí, dándole a la tecla.

Sobre tonterías ajenas -las mías no se las voy a contar a ustedes- les refiero la penúltima. Acabo de recibir carta de un lector afeándome que use la frase enfermedad histórica. No ya cáncer, como cuando hace poco una lectora con esa dolencia me recriminó, muy destemplada, escribir cáncer de la sociedad, o cuando otra, también señora, criticó que utilizase la palabra autismo político para definir la cara de pasmado, la parálisis facial -otra enfermedad, por cierto- con que Mariano Rajoy se ha enfrentado en sus cuatro años de legislatura, entre otras cosas, a la insultante arrogancia del ex presidente Mas y sus compadres. Ahora, ese lector bienintencionado me pide que reflexione sobre lo mal que pueden sentirse los enfermos de cualquier clase y estado cuando se topen, en mis textos, con esa desafortunada expresión: enfermedad histórica, enfermedad social. Lo maltratados -supongo que se refiere a eso- que van a sentirse, no ya los que tienen la poca suerte de padecer cáncer, sino también los diabéticos, los asmáticos, los alopécicos, los que están en diálisis, los que tienen hemorroides o los que pillan un catarro. Lo mucho que se van a cabrear conmigo, todos ellos. La de novelas que voy a dejar de vender. Lo que se van a ciscar en mis muertos.

Por cierto. Ya que hoy hablamos de estupideces, hay una que no deseo pasar por alto, porque se refiere a mi colega y camarada de armas Javier Marías. Y hay varios cantamañanas que han estado dándole la brasa al rey de Redonda, reprochándole que en fecha reciente criticara unas declaraciones de Pablo Iglesias sobre el posible envío de soldados españoles a combatir el yihadismo en África, en las que el líder de Podemos advertía «Ojo, que nuestros soldados podrían volver en cajas de madera». Y a eso respondía Javier, con absoluta sensatez, que volver en cajas de madera es, precisamente, uno de los inconvenientes naturales que tiene ser soldado, desde que el mundo y las guerras existen; y que objetar eso es como recomendar que los bomberos no apaguen incendios porque las llamas pueden quemarlos, o que los policías no se enfrenten a atracadores ni asesinos porque los malos pueden pegarles un tiro.

Pues, en fin. Oigan. Tan lógicos razonamientos han sido vituperados en las redes sociales, llamando a Javier militarista, a sus años y con su currículum, por decir que los soldados están para ser soldados como su propio nombre indica, no para causas humanitarias. Lo que demuestra, como tantas otras cosas, que cada vez nos alejamos más de la realidad real de las cosas, para introducirnos gozosamente en un mundo idiota donde de la obviedad hacemos una noticia, y además discutimos sobre ella. Imaginen un mundo en el que si, por ejemplo, nos invade un ejército islámico desde el sur o de donde sea -lo del norte empieza a ser posible- no podamos defendernos porque nuestros líderes opinan que bajo ningún concepto deben morir soldados en combate. O un mundo donde no puedan usarse palabras para definir cosas, porque esas palabras -ocurre con casi todas- también tienen lectura peyorativa. Textos, en fin, donde soldado (protestarían los antimilitaristas), divorcio (protestarían los divorciados), ruina (protestarían los arruinados), mugre (protestarían los mugrientos) y millones de otras palabras quedaran proscritas, para no irritar a nadie. Ni siquiera imbécil podría utilizarse, para no ofender a los millones de imbéciles en que nos estamos convirtiendo todos.    

Arturo Pérez Reverte. 14 de febrero de 2016


PD: Me ha encantado y suscribo cada punto y cada coma de lo que el señor Reverte ha escrito :) 
Ando desaparecida (se debe a las obras en casa + estudio)

Feliz semana a tod@

martes, 12 de enero de 2016

Eso lo hace cualquiera




Ocurre a veces, pero esta vez es total. Me refiero a esas situaciones que te dejan sin palabras. Ha ocurrido antes, pero hoy es todo tan absoluto que lamento no tener a mano una cámara que grabe los detalles del asunto. Es el caso que estoy sentado ante mi bar favorito de la Plaza Mayor de Madrid, que es uno andaluz con cabezas de toros y fotos de toreros dentro, y con una terraza en la que se está de maravilla en las noches de verano y al sol en invierno. Estoy allí tan a gusto, leyendo Vidas de santos, de mi compadre Antonio Lucas, cuando alguien se detiene a mi lado.

-Buenos días, don Arturo. 
-Buenos días. 

Ocurre a menudo, así que alzo la vista, cortés, resuelto a pagar el amable precio de que haya gente que te lea, o les suene tu cara, a veces con el incómodo plus de que todos los malditos teléfonos móviles llevan una cámara fotográfica incorporada. Levanto la mirada resuelto a ser correcto con quien probablemente es un lector, y como tal merece mi atención y mi tiempo, pues es él, y otros como él, quienes me permiten vivir de este oficio de contar historias juntando letras. Se trata de un hombre todavía joven, bien vestido, de aspecto agradable.

-Perdone que lo moleste. Lo he visto aquí sentado y me he dicho: «Pues voy a saludarlo». 
-No sabe cómo se lo agradezco. 
-Todavía no he leído nada suyo, si he de serle sincero. 
-No se preocupe -le coloco la sonrisa automática-. Leerme no es obligatorio. 
-Es que no tengo mucho tiempo. El trabajo, ya sabe... 
-Mi mujer sí que tiene todos sus libros.
-Pues salúdela de mi parte. Es un placer. 

Intento volver al libro; pero en ese punto, el individuo mira a uno y otro lado, como para comprobar si estamos solos -no lo estamos en absoluto, pues la terraza se encuentra llena-, y se sienta en la silla de enfrente con aire conspirador. 

-¿Puedo preguntarle algo? 

 Como mi vago intento de retomar la lectura no le causa ningún efecto, dejo el libro sobre la mesa, resignado. 

-Por supuesto -respondo-. 
-¿Cómo hago para escribir una novela? 
-¿Perdón? 
-Una novela. Me gustaría escribir una.
¿Le gustaría? 
-Sí.
Lo miro detenidamente. No parece que me esté tomando el pelo. Tiene aire educado, se expresa bien. Correcto y amable. 

-¿Qué clase de novela quiere escribir? 
-Ah, no sé. Por eso le pregunto. 

Lo observo en silencio durante otros cinco segundos. Atónito. 

-¿Tiene alguna idea, algún argumento? -reacciono al fin-. ¿Algo que desee contar? 
-No, y ése es mi problema. Quiero escribir una y no sé cuál. 

Miro alrededor, buscando la cámara oculta. No puede ser, concluyo. Esto no es real. Pero el fulano sigue mirándome con indescriptible candor. 

-¿Qué autores le gustan? -inquiero-. 
-Pues no sé -se rasca una oreja-. Como le he dicho, no soy muy lector. 

Este es el punto, pienso, en que ahora yo voy y lo mando al carajo. O sea. Porque una de dos: le suelto una conferencia sobre Homero, Cervantes y Quevedo, la gran novela de finales del XIX y principios del XX, Scott Fitzgerald y Conrad, punto de vista, estructura, sujeto, verbo y predicado, o lo envío directamente a tomar por saco. Pero el pavo me sigue mirando con una ingenuidad que desarma. Sería como matar a un ruiseñor. 

-¿Y música? -pregunto, resuelto a irme por la tangente-. ¿No se le ha ocurrido componer música?

Entonces, con toda la estólida franqueza del mundo, ese amable imbécil me da una respuesta formidable, clara, definitiva. Perfecta. Una clave que lo explica todo, incluidas las atestadas mesas de novedades de las librerías españolas. 

-Ya me gustaría. Pero eso no lo hace cualquiera... Para eso hay que valer.

domingo, 27 de diciembre de 2015

Estimado candidato




Estimado candidato,

Perdón por lo de estimado. Vaya por delante que no le tengo ningún aprecio especial más allá del que le profeso a quien no conozco de prácticamente nada. Pero como lleva usted unos cuantos meses metiéndose a todas horas en mi casa, en mi trabajo, en mis conversaciones y en mi vida, al final no vamos a decir que el roce hace el cariño, pero sí la familiaridad. Le escribo esta carta abierta en el día crucial para usted, el único día en el que dicen que se me va a hacer caso. A mí y a los treinta y pico millones de españoles que estamos llamados a las urnas. Hoy es mi día para escribírsela. Hoy es mi día para hacérsela llegar.

Para empezar, perdóneme si de entrada no le creo. No me creo nada de lo que me ha ido explicando durante estos días. Sea usted rojo, morado, naranja, azul o verde, da igual. Y no me lo tenga en cuenta, a lo mejor no es ni siquiera culpa suya directamente. Igual es por culpa de alguien de su partido que ha metido la mano donde no debía, igual es su inexperiencia la que me hace desconfiar, o igual es que me la han metido doblada tantas veces ya, que me han robado la inocencia, la cartera, el mes de abril, el de mayo, el de junio y así hasta la suciedad.

Por lo tanto, entienda que no haya tenido ganas ni de leerme su programa. Ya me tomé esa molestia en el pasado y sólo me sirvió más que para indignarme cada vez que incumplían lo que prometieran quienes se llevaron el voto al agua. Cada vez que recortaron donde dijeron invertir. Cada vez que subieron impuestos que dijeron que debían bajar. Cada vez que eliminaron prestaciones que debían cubrir. Cada vez que hicieron exactamente lo contrario de lo que me habían dicho que iban a hacer. Cada vez que le echaron la culpa a esa herencia recibida a la que habían prometido jamás culpar. Cada vez que nos hicieron morir de vergüenza por haberles votado. Entienda que, después de todo, encuentre siempre algo más interesante que hacer que leer su mentira en diferido, o vamos a llamarla su propuesta de media verdad.

Le escribo básicamente para pedirle dos cosas.

La primera, que si usted gana, cumpla. No ya con el programa, que ése ya hemos visto que no sirve más que para medir su grado de ingenuidad, o mejor dicho el que usted cree que tenemos los demás. Tampoco le pido que cumpla con España, que eso a estas alturas de nuestra Historia alcanza el grado casi de ficción, como acaba ocurriendo con cualquier entidad. Le ruego que cumpla con los españoles. Por si no lo ha notado en campaña, los españoles no sé si somos mucho españoles, pero somos buena gente, incluso los más capullos tenemos nuestro aquél, y en realidad nos daríamos con un canto en los dientes si el próximo inquilino de La Moncloa se limitara a dejar de dar lecciones sobre cómo jodernos la vida y se pusiera simplemente a trabajar. Y que lo hiciera no sólo de manera honrada, le pediría que lo hiciera de manera ejemplar. Merecemos un presidente en el que poder mirarnos como hacemos con Andrés Iniesta, con Pau Gasol o con Rafa Nadal. Merecemos un presidente del que estar orgullosos incluso los que no le votaron. Sé que suena fantasioso, pero ha llegado el momento de que usted al menos nos lo parezca de verdad. Que esté dispuesto a dimitir y que no le tiemble la mano al cesar a quien lo haya hecho mal. Y si no sabe por dónde se empieza, rodéese de gente extraordinaria, olvídese de los dedazos y fiche a gente mucho más lista que usted, manténgalos cerca y verá como incluso lo bueno se pega, que hasta le será más fácil disimular.

Y la segunda cosa que le tengo que pedir es que si usted no gana, cumpla. Que nos enseñe de una vez cómo es una oposición responsable, que se olvide para siempre del y tú más. Que se acuerde de la gente que aun sabiendo que no iba a ganar, le votaron. Ellos merecen alguien que les dé su voz en el Congreso. Igual están dispuestos hasta a perdonarles que no se hayan leído a Kant. Sáquenle los colores al Gobierno que no cumpla, pero sobre todo, ayúdenle a gobernar. Hagan que su partido consiga ya no pactos de Estado, sino unas cortes más sabias, más eficientes, más cercanas a la ciudadanía, y sobre todo, que jamás pierdan capacidad de escuchar. Recuerden que mucha gente aún no votará en estas generales, y el objetivo de todos debería ser que volviesen a sentirse representados, que volviesen a creer que esto de la política es cosa de todos y que volviesen, sobre todo, a confiar. E idealmente, la próxima vez, a hacerles ganar.

Y a los dos, no olviden que hoy empieza un debate de estos que tanto les gustan, pero éste sí es definitivo. El que confronta lo que se dice y lo que se hace, aquél en el que dejamos el mundo de las ideas y aterrizamos en el momento de ponerlas en práctica.

Es la hora de llevarlas a la realidad.

Y a todos los efectos, deposito este voto nulo a 20 de diciembre de 2015 en la correspondiente urna de mi colegio electoral.

Risto Mejide. 20 de diciembre de 2015

jueves, 24 de diciembre de 2015

Feliz NAvidaD



Porque todo el año deberíamos celebrar los pequeños momentos de estos días...
Y disfrutar de las pequeñas cosas que tantas veces pasamos por alto.
Feliz vida...

martes, 22 de diciembre de 2015

Estás mayor




Estás mayor. Sí, tú, ya sabes a quién me refiero. Y ojo no te equivoques, no se trata de cumplir años, cumplir años es maravilloso. Eso es hacerse mayor, una buena excusa para también hacerse grande. Admiro a los ancianos, sobre todo por haber sabido sobrevivir. Siempre les pregunto cómo lo han hecho. Y siempre me responden cosas distintas. Fascinante, pero real.

Estar mayor es otra cosa. Se trata más bien de envejecerse. Apolillarse. Encerrarse voluntariamente en el desván y bajar las persianas para dejar que las cosas ocurran sin ti. Volverse un yonqui enganchado a tu propio pasado. Divorciarse del ahora y volver con tu ex, que se llama un antes que no volverá. Te envejeces cuando te separas del momento actual. Te envejeces cuando te quedas mirando cómo te adelanta la vida porque has creído que ella corría más que tú. Y te envejeces cuando crees que lo nuevo ya no va contigo. O cuando por el simple hecho de ser nuevo, algo malo tendrá. Si aún piensas así, date una vuelta por los cursillos de programación HTML para la tercera edad. Y luego me cuentas qué tal.

Estás mayor cuando dices que cualquier cosa ya no se fabrica como antes. Música, películas, recetas, neveras o casas, da igual. Que todos los grupos se parecen a los Beatles. Que nadie ha vuelto a hacer cine después de Hitchcock. Tú dices que son gajes de poseer cultura y experiencia. Yo lo llamo Complejo de Jorge Manrique. Afortunadamente que nada se hace como antes. Cosas malas y cosas buenas las hubo siempre y siempre las habrá. Igual que siempre existió el concepto de calidad. E incluso ese concepto tuvo que cambiar, como el concepto de lujo, como el de cantidad. Hace siglos, tener muchos hijos y que se murieran unos cuantos era lo que se consideraba de lo más normal. Imagínate eso hoy día. Sigue pasando, no muy lejos de aquí sigue siendo normal. ¿Y qué es lo único que ni cambia ni debería cambiar? Los valores. Los grandes valores. La Justicia. El Respeto. La Empatía. La Honestidad. Si me apuras, incluso estos conceptos no han parado de ser puestos en entredicho frente a nuevas prácticas y oportunidades que aún debemos debatir ya no en el terreno de la técnica, sino en el de la moral. 

Estás mayor cuando dejas de actualizarte. Cuando crees que un día estudiaste, y ya está. Cuando abandonas tu propia formación continua. Cuando dejas de escuchar a tus inquietudes, que son tu propia Universidad. Porque actualizarse es mantener la ilusión del niño que todos llevamos dentro y que necesita de novedades para poder resucitar. Saberse ignorante es sólo el primer paso. El siguiente es exigirse aprender siempre algo nuevo, algo más. La cultura consiste en superar la fecha de tu nacimiento. Conversar con gente interesantísima con la que ya no te podrías sentar a charlar.
  
Estás mayor cuando hablas de las redes sociales como si fueran malas. Cuando te jactas de seguir manteniéndote al margen de ellas. No porque no comporten consecuencias negativas, sino porque las redes nos traen las mismas cosas que nos trae la sociedad. De nuevo, cosas buenas y cosas malas. Gente que usa la herramienta para cortar carne y gente que abusa de la misma herramienta para clavársela a los demás. Y no por eso juzgamos a los cuchillos. Son los delincuentes los que deben ser ajusticiados, no los instrumentos que nos ayudan a comunicar. Estás mayor porque has perdido curiosidad. Y porque, aunque tú no estés, que sepas que igualmente estás.

Estás mayor cuando dices que no hay que compartir jamás lo que a uno le ocurre. Cuando sentencias, así con voz profunda y solemne que la vida privada no hay que publicarla en ningún sitio y bajo ningún concepto. Que se está perdiendo el concepto de intimidad. Y lo que demuestras es que no entiendes que ha nacido un nuevo concepto de entorno, un círculo inédito en la historia de la humanidad: la intimidad pública. Ya no somos lo que tenemos, ni siquiera lo que estudiamos, ahora somos lo que decidimos compartir. Y por lo tanto, eso implica que también compartimos lo que sentimos, lo que nos duele, lo que nos hace felices, lo que nos hace diferentes, lo que nos hace soñar. Y debemos hacerlo, en la medida de lo posible, siendo fieles a la realidad. Vale, de acuerdo, tratar de camuflarla, filtrarla y embellecerla lo más que podamos, pero con un sustrato y una base de máxima autenticidad. Porque si no, aparte de que nos pillarán enseguida, dejaremos de ser nosotros mismos. Nos convertiremos en mentirosos sociales, o lo que es peor, marcas blancas de nosotros mismos, substituibles, commodities. Y entonces también conoceremos un nuevo concepto de soledad.

Para terminar, tampoco te vengas abajo, porque para que haya gente que innova, siempre tiene que haber gente que esté mayor. Es el motor de la humanidad. «Estos son malos tiempos. Los hijos han dejado de obedecer a sus padres y todo el mundo escribe libros». La cita, con la que abrí Urbrands, mi último libro, es de Marco Tulio Cicerón, siglo I aC. 

Risto Mejide. 13 de diciembre de 2015

viernes, 18 de diciembre de 2015

No compres ese perro




No seas imbécil. Ni desaprensivo. No hagas posible que dentro de unos meses algunos te mentemos a la madre al cruzarnos con el resultado de tu indiferencia y tu estupidez. Piénsalo mucho antes de dar el paso irreversible; de complicarte una vida que luego pretenderás solucionar por el camino más fácil. Aún puedes evitarlo. Impedir que te despreciemos, e incluso despreciarte a ti mismo cuando te mires en el espejo. Ya sé, de todas formas, que el autodesprecio es relativo. Tarde o temprano, hasta con las mayores atrocidades en la mochila, siempre nos las apañamos para ingeniar coartadas, justificaciones. Conozco a pocos que, hagan lo que hagan -desde faenas elementales hasta cargarse al prójimo-, no acaben durmiendo a pierna suelta tras unos pocos ejercicios de terapia personal. Aun así, permite que te lo explique antes de que ocurra, primero, y después se te olvide. Resumiendo: intenta no convertirte, innecesariamente, en un hijo de la gran puta.

Sé que tus niños quieren un perro. Que les hace una ilusión enorme y te dan la matraca desde hace mucho. Que tu hija, por ejemplo, te hace babear cuando te abraza y pide una mascota. O que te acabas de separar de tu legítima, y crees que regalándole al crío un animal, y paseando con él los fines de semana, podrás recuperar el terreno perdido, o no perderlo en el futuro. Hay mil razones, supongo. Un montón de circunstancias por las que has pensado comprar un perro estos días, para tus hijos. O para tu mujer. Tal vez para ti mismo. Un perro en casa, por Navidad.


Déjame contarte, porque de eso sé algo. He tenido cinco perros, así que calcula. Y no hay nada en el mundo como ellos. No hay compañía más silenciosa y grata. No hay lealtad tan conmovedora como la de sus ojos atentos, sus lengüetazos y su trufa próxima y húmeda. Nada tan asombroso como la extrema perspicacia de un perro inteligente. No existe mejor alivio para la melancolía y la soledad que su compañía fiel, la seguridad de que moriría por ti, sacrificándose por una caricia o una palabra. He dicho muchas veces que ningún ser humano vale lo que un buen perro. Cuando uno de nosotros muere, no se pierde gran cosa. La vida me dio esa certeza. Pero cuando desaparece un perro noble y valiente, el mundo se torna más oscuro. Más triste y más sucio.

Es muy posible, naturalmente, que aciertes. Que, tras pensarlo bien, tomes la decisión y asumas las consecuencias con feliz resultado. Que comprar un perro para tus hijos, para tu mujer o para ti sea un acierto. Que su compañía cambie vuestra vida para bien. Que os haga más conscientes de ciertas cosas. A menudo, un perro acaba haciéndote mejor persona. Te hace sentir cosas que antes no sentías. Sin embargo, no siempre es así. Un perro en el lugar inadecuado puede volverse un drama. Una incomodidad para ti y los tuyos. Y una tragedia para él.

Permíteme imaginar lo que podría ocurrir. Que vayas a la tienda, elijas a un perrito delicioso, y eso te valga gritos de alegría y besos familiares. No hay nada tan simpático como un cachorrillo. Al principio todo serán incidentes graciosos y situaciones tiernas. Luego, si vives en piso pequeño o lugar inadecuado, las cosas pueden ser diferentes. Un perro exige cuidados, gastos, paseos, limpieza, comida. No aparece y desaparece cuando conviene. Es un miembro de la familia con derechos y necesidades, que exige pensar en él cuando se planean vacaciones, e incluso una simple salida al cine o a un restaurante. A eso añádele la educación. Un perro mal educado puede convertirse en una pesadilla familiar y social. Además, cada uno, como las personas, tiene su carácter. Punto de vista y maneras. Eso exige un respeto que no todos los humanos somos capaces de comprender.

A estas alturas, sabes dónde voy a parar. Si eres de esa materia miserable de la que estamos hechos buena parte de los seres humanos, acabarás abandonándolo. Un viaje en coche a un campo lejano, una gasolinera, una cuneta. Abrir la puerta para que baje y seguir tu camino, acelerando sin atender los ladridos del chucho que correrá tras el automóvil hasta quedar exhausto, desorientado, incapaz de comprender que su mundo acaba de romperse para siempre. El resto no hace falta que lo detalle, pues lo sabes de sobra: él nunca lo haría, y todo eso. Los niños preguntando dónde está el perrito, papi, y tú oyendo aún esos ladridos que dejabas atrás. Avergonzado de ti mismo, o tal vez no. Ya dije antes que un rasgo del perfecto hijo de puta es arreglárselas para que sus actos acaben por no avergonzarlo en absoluto. Así que voy a pedirte un favor. Por ti, por mí, por tus hijos. Antes de ir a la tienda de mascotas esta Navidad, mírate al espejo. Y si no te convence lo que ves, mejor les compras un peluche.

24 de diciembre de 2012. Arturo Pérez Reverte

Publicado hace 3 años pero perfectamente aplicable a cualquier época. 

lunes, 7 de diciembre de 2015

Me llevo una




Un atril vacío en el primer debate a 4-1 acaba siendo más elocuente y más comentado que el mismo debate; eso nos da cuenta de los tiempos en los que nos ha tocado vivir. Y me llevo una.

Sí, puede que haya gente a la que le dé igual añadir o sustraer, seguro que piensan que el número final es lo único que cuenta. Pero no es así. No es lo mismo llegar a tres sumando candidatos de uno en uno que restando el que siempre nos falta. No es lo mismo un procès que quiere ir a Mas que un debate que todos sabemos que está mermado, venido a menos. En el caso de números que representan personas, saber a ciencia cierta de dónde vienes importa tanto o más que el hecho de saber hacia dónde vas. Y me llevo dos.

Hay ausencias y ausencias. No todas las no presencias se llevan igual. Porque no todas importan lo mismo, no nos vamos a engañar. Si todas las almas pesaran 21 gramos, no haría falta conocer la calidad de la gente, nos bastaría llegar a una determinada cantidad. Por eso hay ausencias más presentes que los presentes y luego hay ausencias que nadie nota, porque nadie se ha dado cuenta de que en realidad no están. Y me llevo tres.

Después está la ausencia por compromiso. Hay sitios donde no queda bien ir. Aunque te encantaría, no está correcto, no está bien acudir. O si lo haces, puede que quedes como un inconsciente, o peor aún, como un idiota. Como si te vas a jugar al dominó con un grupete de ancianos cuando has dicho que no acudías a los debates con tus contrincantes por tu agenda tan apretada, que como presidente del Gobierno te es imposible de cuadrar. Y me llevo cuatro.

Qué más. Ah, sí, está la ausencia con presencia incluida. Ésta es de mis favoritas. Como cuando estás ahí pero no estás. Como cuando llevas un buen rato leyendo un libro sin procesar lo que lees y tienes que volver a empezar. Como la CUP en Catalunya, que al final votará sí habiendo defendido a muerte el no. Saber hacerse trampas al solitario, cualidad básica de cualquier buen catalán. Como cuando tu pareja te repite por tercera vez la misma cosa y en vez de interrumpirle, tú prefieres asentir muy fuerte y desconectar. No estás escuchando lo que te digo, y tú respondes tirando de memoria auditiva, que es mucho más tramposa que la visual. Y me la llevo con ahínco, porque así paso a llevarme seis.

En cierta ocasión, un guionista de Hollywood me explicó que la diferencia entre un simple actor y una estrella de cine era que el primero no alteraba la escena cada vez que aparecía en pantalla, así que nadie le echa de menos cuando se va. Uno es tan grande como la ausencia que deja tras de sí. Y me llevo siete.

Para terminar, está la ausencia del que jamás se fue. Es la ausencia más incómoda de todas, pues parece que se quedó ahí sólo para recordarte la mediocridad de los que aún no nos escapamos. Ellos son Obi-Wan Kenobi y nosotros somos Luke en Star Wars. Sabemos que el listón lo marcaron entonces, y también sabemos de buena tinta que sólo les podemos decepcionar. Me llevo ocho.

De ahí que sea cual sea el CIS, las encuestas, los barómetros y los sondeos, nos pongamos como nos pongamos, lo peor que nos puede pasar es que al final todas estas ganas de cambio, de regeneración democrática y de nueva etapa en España se quede en nada, en agua de borrajas. Que la mayoría vote a los de siempre para que todo siga igual. Cosa que me temo que es lo que va a pasar.

Y ya no podremos hablar ni siquiera de fin de saga.
Sino de precuela final. 

Risto Mejide. 6 de diciembre de 2015

sábado, 14 de noviembre de 2015

Sobre idiotas, velos e imanes



Vaya por Dios. Compruebo que hay algunos idiotas -a ellos iba dedicado aquel artículo- a los que no gustó que dijera, hace cuatro semanas, que lo del Islam radical es la tercera guerra mundial: una guerra que a los europeos no nos resulta ajena, aunque parezca que pilla lejos, y que estamos perdiendo precisamente por idiotas; por los complejos que impiden considerar el problema y oponerle cuanto legítima y democráticamente sirve para oponerse en esta clase de cosas. 

La principal idiotez es creer que hablaba de una guerra de cristianos contra musulmanes. Porque se trata también de proteger al Islam normal, moderado, pacífico. De ayudar a quienes están lejos del fanatismo sincero de un yihadista majara o del fanatismo fingido de un oportunista. Porque, como todas las religiones extremas trajinadas por curas, sacerdotes, hechiceros, imanes o lo que se tercie, el Islam se nutre del chantaje social. De un complicado sistema de vigilancia, miedo, delaciones y acoso a cuantos se aparten de la ortodoxia. En ese sentido, no hay diferencia entre el obispo español que hace setenta años proponía meter en la cárcel a las mujeres y hombres que bailasen agarrados, y el imán radical que, desde su mezquita, exige las penas sociales o físicas correspondientes para quien transgreda la ley musulmana. Para quien no viva como un creyente.

Por eso es importante no transigir en ciertos detalles, que tienen apariencia banal pero que son importantes. La forma en que el Islam radical impone su ley es la coacción: qué dirán de uno en la calle, el barrio, la mezquita donde el cura señala y ordena mano dura para la mujer, recato en las hijas, desprecio hacia el homosexual, etcétera. Detalles menores unos, más graves otros, que constituyen el conjunto de comportamientos por los que un ciudadano será aprobado por la comunidad que ese cura controla. En busca de beneplácito social, la mayor parte de los ciudadanos transigen, se pliegan, aceptan someterse a actitudes y ritos en los que no creen, pero que permiten sobrevivir en un entorno que de otro modo sería hostil. Y así, en torno a las mezquitas proliferan las barbas, los velos, las hipócritas pasas -ese morado en la frente, de golpear fuerte el suelo al rezar-, como en la España de la Inquisición proliferaban las costumbres pías, el rezo del rosario en público, la delación del hereje y las comuniones semanales o diarias. 

El más siniestro símbolo de ese Islam opresor es el velo de la mujer, el hiyab, por no hablar ya del niqab que cubre el rostro, o el burka que cubre el cuerpo. Por lo que significa de desprecio y coacción social: si una mujer no acepta los códigos, ella y toda su familia quedan marcados por el oprobio. No son buenos musulmanes. Y ese contagio perverso y oportunista -fanatismos sinceros aparte, que siempre los hay- extiende como una mancha de aceite el uso del velo y de lo que haga falta, con el resultado de que, en Europa, barrios enteros de población musulmana donde eran normales la cara maquillada y los vaqueros se ven ahora llenos de hiyabs, niqabs y hasta burkas; mientras el Estado, en vez de arbitrar medidas inteligentes para proteger a esa población musulmana del fanatismo y la coacción, lo que hace es ser cómplice, condenándola a la sumisión sin alternativa. Tolerando usos que denigran la condición femenina y ofenden la razón, como el disparate de que una mujer pueda entrar con el rostro oculto en hospitales, escuelas y edificios oficiales -en Francia, Holanda e Italia ya está prohibido-, que un hospital acceda a que sea una mujer doctor y no un hombre quien atienda a una musulmana, o que un imán radical aconseje maltratos a las mujeres o predique la yihad sin que en el acto sea puesto en un avión y devuelto a su país de origen. Por lo menos.

Y así van las cosas. Demasiada transigencia social, demasiados paños calientes, demasiados complejos, demasiado miedo a que te llamen xenófobo. Con lo fácil que sería decir desde el principio: sea bien venido porque lo necesitamos a usted y a su familia, con su trabajo y su fuerza demográfica. Todos somos futuro juntos. Pero escuche: aquí pasamos siglos luchando por la dignidad del ser humano, pagándolo muy caro. Y eso significa que usted juega según nuestras reglas, vive de modo compatible con nuestros usos, o se atiene a las consecuencias. Y las consecuencias son la ley en todo su rigor o la sala de embarque del aeropuerto. En ese sentido, no estaría de más recordar lo que aquel gobernador británico en la India dijo a quienes querían seguir quemando viudas en la pira del marido difunto: «Háganlo, puesto que son sus costumbres. Yo levantaré un patíbulo junto a cada pira, y en él ahorcaré a quienes quemen a esas mujeres. Así ustedes conservarán sus costumbres y nosotros las nuestras». 

28 de septiembre de 2014. Arturo Pérez Reverte


PD: Escrito hace un año y que puede servir en días como hoy, cuando todo el mundo llora por el terrible atentado anoche en París...
... yo no tengo palabras 

martes, 27 de octubre de 2015

The Story of Sarah & Juan





La vida no se mide en minutos, se mide en momentos...

domingo, 25 de octubre de 2015

Vamos de paseo




Pí. Pí. Pí. En un auto nuevo. Pí. Pí. Pí. Pero no me importa. Pí. Pí. Pí. Porque llevo torta. Pí. Pí. Pí. Si tienes más de 30 años, trata de leer estas líneas sin canturrearlas. Y si tienes menos, búscalas en Google o mejor aún, en Youtube. Las he cambiado un poco, sí.

Porque vale, igual el coche no es del todo nuevo, pero si tenemos en cuenta que lleva menos de 40 años de democracia, como Estado aún nos podemos considerar unos pipiolos. Así que lo llamaremos de ocasión. Mentiremos para venderlo y añadiremos que su estado es impecable. Que siempre ha dormido en garaje. Y eso sí, con alguna que otra rayadita a la altura de Catalunya.

Los que vamos dentro somos nosotros, y más que de paseo, del viaje que nos ha pegado la crisis esta que se pegó como hongos en una piscina pública: nadie sabe muy bien de quién los pillamos, pero no hay manera de que se marchen. De ahí lo de la torta, que como es una canción infantil no podemos hablar de soberana hostia. Y sin embargo, y a pesar de todo, es al volante donde está ocurriendo el merdé. Se aproxima un posible cambio de conductor el próximo 20-D. Un bájate tú que ya me pongo yo un ratito, siendo un ratito 48 meses y un día.

De un lado, dos partidos que ya agotaron su carné por puntos de sutura. Llevan tanto tiempo turnándose, que incluso han olvidado las normas de tráfico, o mejor, las han interpretado como les ha dado la gana. Se han saltado líneas rojas, continuas, varios ceda el paso y más de un stop.


Saltarse las reglas

 

La corrupción es otra forma de pensar que te puedes saltar todas las reglas porque al fin y al cabo nadie te va a pillar. De hecho, cada vez que les pillaban, sobornaban al urbano de turno para hacer como si aquí no hubiera pasado nada. Los pasajeros hemos descubierto con estupor que encima conducían bien borrachos de poder, y que nadie tuvo arrestos de hacerles soplar a tiempo. ¡Viva el vino! Déjeme que beba tranquilo, mientras no ponga en riesgo a nadie… Por si eso fuera poco, el que nos ha traído hasta aquí lleva los últimos cuatro años con el freno de mano puesto. Anclado en el no diálogo, en los recortes, en el sí a todo a Frau Merkel y en la recuperación de los grandes números, tan grandes que jamás han cabido por el coladero que llegaba a la gente de a pie. Y es que claro, cuando estás parado y dentro de un coche, lo que tienes ganas es de joder.

Pero es que del otro lado están los novatos. Puede que tengan muy empollado el teórico, pero aún no se han sacado ni el práctico de ciclomotor. Y aun así, se postulan como única alternativa al volante. Uno no sabe si darles su confianza o una gran L verde en toda la espalda. Comprenderán que haya veces que, más que de votar, lo que tengamos ganas los ciudadanos es de bajarnos.

Risto Mejide. 21 de octubre de 2015

jueves, 24 de septiembre de 2015

Mía




Mía. Sólo mía. Miísima. Más mía no puedes ser. Y no porque yo te lo diga, sino porque así lo has decidido tú.

Mía. Sólo mía. Miísima. Esa mía tan tuya de la que me he enamorado. Esa tuya tan nuestra que ahora siento sólo mía. Pero no es un mía de tenerte aquí atada conmigo. Es un mía que nada tiene que ver con la posesión. Porque contigo he aprendido que con la puerta abierta nadie se va. Porque contigo ya no soy lugar, sino destino. Porque mi máxima aspiración es convertirme en tu hogar, ese sitio al que siempre quieras volver. Aún cuando en la planta de tus pies traigas arena de otro mar. Mira que me lo advertí.

Mía. Sólo mía. Miísima y ya está. Si quieres a alguien, no es que lo dejes libre, es que lo quieres ver volando cada vez más alto, cada vez más lejos, más allá. Por eso, siempre que vuelves a mí lo haces no sólo porque quieres, también porque necesitas que te vuelva a atrapar. Sabiendo los dos que esta conquista se renueva cada vez que nos volvamos a encontrar. Esto que te ofrezco es de todo menos una prisión dorada. La única jaula ahora ya son los demás. Donde perdemos aliento, donde se nos va el aire, es en la ausencia del otro. Aquí más pura la luna brilla y se respira mejor.

Mía. Miísima. Más que mía y de verdad. Mía porque por mucho que te tenga, jamás te dejas poseer del todo. Porque te revuelves, porque te rebelas, porque te vas. Siempre que estás volviendo es porque te vas. Y está bien que así sea, está bien que sea yo quien te tenga que esperar. Yo que me había creído que jamás sería celoso. Hasta que hubo algo que temí perder, algo tan valioso, algo tan de verdad. Y a estas alturas de mi partido me descubro sufriendo cada vez que ya no estás. Este Otelo ya se deja de hostias. Esta Desdémona es de almas tomar.

No me malinterpretes, no es que tema que les gustes a otros, ni que ellos te puedan gustar. Sería lo lógico que les pasara, cualquier otra cosa sería poco normal. Si es justo lo que me ocurrió a mí al verte. Cómo no les va a ocurrir a ellos, cómo les voy yo a culpar. Y a ti aún menos, si lo que me apasionó de ti desde el principio es que fueras un arma de seducción pasiva, que me volvieras loco sin prácticamente pestañear.

Tampoco es que tema que me dejes, porque eso ya lo tengo asumido. Cada día despierto con la angustia de que ése es el día en que te vas a dar cuenta realmente de con quién estás. Es una sensación con la que me estoy acostumbrando a desayunar. Y cuando llega la noche y no ha ocurrido pienso en el regalo que el destino me ha hecho, dejándome disfrutarte 24 horas más.

Y es que no sé si lo he dicho, pero mía. Toelrrato. Toeldía. Ya.

Que conste que esta pérdida de control nada tiene que ver con querer recuperarlo, nada más lejos de la realidad. El control se lo dejo a los que no entiendan nada. A los que más que disfrutar una relación, la pretendan asfixiar. La taxidermia es la ausencia de toda vida y todo vuelo, la muerte de la belleza para enterrarla en una vitrina, el fin de las cosas por las que merece la pena respirar. Ojalá todo el mundo pudiese vivir un solo día lo que hemos vivido hasta ahora. Yo, si un día acabamos, que sepas que será lo mejor para ti. Porque jamás te merecí del todo. Porque hay tanta gente mejor que yo, que jamás me creí del todo que fueras mía.

Pero hoy sí.

Hoy soy mía y eres tuyo.

Hoy hacemos uno y cada uno de nosotros se multiplica por dos.

Es lo que tiene ser mía, tan tuya y tan de nosotros.

Que para escribirte, describirte y prescribirte ya no me hace falta ni siquiera la palabra amor.

Risto Mejide. 20 de septiembre de 2015

martes, 15 de septiembre de 2015

Soy indepe




Soy indepe. Mira, me acabo de dar cuenta. Estaba peinándome las cejas -lo único que aún puedo peinarme con fruición- cuando de pronto he sentido una necesidad visceral de separarme para siempre de unos cuantos indeseables. Yo sí que me voy a montar unas plebiscitarias. Ni tercera vía ni leches, ciaopescao.
Soy indepe. Pero un tipo de indepe que no tiene representación parlamentaria, me temo.
Yo perdónenme pero no he llegado a plantearme una secesión del resto de catalanes. Ni del resto de españoles. Ni del resto de europeos. Quiero la independencia, para empezar, sólo de los idiotas. Sí, es cierto que corro el riesgo de ser el primero, por eso, antes de autoinculparme, especifico: quiero la independencia de todos los idiotas que -como mínimo- sean más idiotas que yo. Que serán pocos, pensarás. Sí, sí, pero qué apostamos a que algún cargo importante cae. O alguna indeseable tipo Petra László.
Soy indepe porque es verdad, me gustaría perder de vista para siempre a ilustres españoles. Los Bárcenas, los Rato, los Urdangarín, los Fabra, los Matas, los Blesa, los Granados, los Chaves, los Griñán, oigan quédenselos todos, va por ustedes. Imputados, acusados, condenados, me aburren tan presuntamente, que me los pone todos para llevar.
Soy indepe. Pero un indepe aún más radical que los que promulgan la independencia. Y es que quiero perder también de vista a toda la familia Pujol. Y a cada sede embargada de CDC. Y a Teyco y al 3%. A FèlixMillet. A la pésima gestión de la Generalitat durante estos últimos años en materia de Sanidad y Educación -ambas transferidas-. Y a todos los que aplauden una deficiente administración -insisto- transferida y nos quieren hacer comulgar con que solos nos lo guisaríamos mejor.
Yo no sé quién inventó eso de que España nos roba. Lo que sí sé es que algunos españoles y catalanes nos están robando mucho más. Nos están robando la confianza. Nos están robando una inocencia que jamás debimos perder. Nos están robando la paz, el seny, ese pragmatismo tan catalán. La tranquilidad de ir por el mundo sin pedir perdón por no pensar como quien nos gobierna.
También soy indepe porque detesto a la gente que está tan por encima del bien y del mal que se cree que soy aún más imbécil de lo que soy. Por eso me gustaría separarme de Mas, sí, pero también de Montoro. Soy indepe de las cifras de uno y otro bando. Mentirosos todos, que saben perfectamente que calcular el déficit fiscal es como medir a qué huelen las nubes zum zum. Mandangas más mamandurrias igual a expolio fiscal. Soy indepe de un expresidente del Gobierno y de un Ministro de Defensa que ya no es que no sepan seducir, sino que encima se dedican a ofender.
Llévense también a TV-3 y a Televisión Española. No quiero pagar medios públicos flagrantemente propagandísticos y que censuran a sus propios ciudadanos sólo por el hecho de no pensar igual. Pero también diarios como el ABC, que señalan públicamente a los deportistas por ideología política. De regalo me podrían independizar de los que chillan, de los violentos y de los medios que citaron mi artículo de la semana pasada y tan sólo entrecomillaron la parte del dedo en el culo, señuelo puesto con toda intención para detectar manipuladores de manual. Ahí va el anzuelo de esta semana: ya os lo podéis sacar. Hala, ahí tenéis vuestra dosis semanal para seguir intoxicando. La manipulación informativa es la forma que tienen algunos medios de llamarnos idiotas en nuestra puñetera cara. Así que volveríamos al punto uno. Si no es porque los independizaría a ellos antes que a todos.
Y ya puestos, soy indepe de las grasas saturadas. De las películas de Van Damme. Y del reggaeton por favor. No puedo más.
A mí llámenme cuando refunden esta nación desde cero. Esto hay que ponerlo patas arriba ya. Una nación en la que mande la gente decente. La gente honrada. Gente cuyo único partido político se llame llegar a fin de mes. Una nación gobernada por y para gente que hoy no hace más que deslomarse para pagar los excesos de banqueros y políticos mientras le crujen a impuestos y multas, porque le han dicho que tenía que apretarse el cinturón, o peor aún, que ya está aquí la recuperación, que cómo es que no la ve.
Ya, ya sé que todo eso es imposible. Que lo más fácil es que me largue yo. Pero eso no puedo hacerlo, compréndanlo. No quisiera regalarle semejante alegría a más de uno. Además, a santo de qué me tengo que ir, que se vayan ellos, que yo adoro mi tierra.
Así que nada, toca quedarse y aguantar.
La tercera vía ahora me entero que era rectal.

Risto Mejide. 13 de septiembre de 2015

jueves, 3 de septiembre de 2015

Del 1 al 10...




Se alcanza el éxito convirtiendo cada paso en una meta y cada meta en un paso.
C.C.Cortez

martes, 1 de septiembre de 2015

Las manos que lo entregan




El otro día leí esta frase y me encantó.
Porque todas las veces ocurre eso, para mí cuenta más el que alguien se acuerde de tí que el contenido del regalo.

PD: He tenido un finde intenso: Comenzó comiendo el viernes con Paula y luego de compras; el sábado por la mañana Puerto Venecia (y más compras) y después de comer compra en el super, Decathlon y Fnac, esa noche cena en familia.
El domingo fue de limpieza y relax y ahora empieza una semana en la que para muchos regresa la normalidad laboral, a mí no me afecta que llevo trabajando todo el verano...
Así no tengo depresión post-vacacional... :)

lunes, 17 de agosto de 2015

Je demande




A la vida hay que exigirle mucho. A la vida hay que exigirle bien. Porque no te preocupes que ella ya se ocupará de exigirte a ti cuando menos te lo esperes y por la razón más insospechada. Un día sales de casa y búm. Un día vuelves de un chequeo rutinario y zas. Un día coges el coche y pam. Es siempre más tarde de lo que te crees. Cualquier día te cambian las reglas de este juego al que llamamos vida, y lo hacen sin que nadie te pida permiso y sin avisar. Así que plantéatelo ahora o atente a las consecuencias. Porque puede que jamás exista un espérate, porque puede que para ti no haya previsto un después.

Por eso, yo exijo. Exijo sentir cosas todos los días. Buenas, malas y regulares. Todas y cada una de ellas. Me da igual. Miedo, asco, rabia, ira, sorpresa, alegría y tristeza. Porque un día sin emociones es un día perdido.Y porque ahí donde la emoción manda, es siempre donde ocurren las cosas, es donde yo exijo estar.

Yo exijo. Exijo no pasar ni un sólo día sin estar enamorado. No hablo de estar acomodado. Ni de dejarme simplemente llevar por la inercia. No. Exijo mariposas todos los días. Y exijo también a alguien a mi lado que las quiera mantener más allá de lo razonable, más allá de lo racional. Alguien que esté dispuesta a dejarse la vida en el intento. Y que quiera casarse cada día conmigo. Y que lo demuestre en cada tempestad. Exijo que se lo curre tanto o más que yo. Y si no, no me vale la pena ni el simple hecho ya no de estar en pareja, sino de respirar. Ah y una cosa más. Exijo que la prudencia se tome vacaciones eternas conmigo. Porque jamás me ha garantizado nada el hecho de ir poco a poco. Ni me ha hecho más feliz. Exijo que deponga sus armas hasta que me asegure que mientras yo sea prudente, nada de lo que me gusta se va a terminar.

Yo exijo. Exijo viajar hasta que el cuerpo aguante. Cada rincón del planeta esconde algo o alguien que tiene algo que enseñarme, cada kilómetro recorrido es otra lección de la que aprender. Soy consciente de que hay casi doscientos países en el mundo, y que yo habré visto siempre muy pocos, con mucha suerte llegaré a conocer la mitad. Y sobre todo, lo más importante, habré estado siempre en menos de los que visité. Un destino es una oportunidad para reencontrarse. Un hogar es donde vacías tus maletas. Y un origen es donde dejas que crezcan los recuerdos. Por eso, por mucho que te alejes, ellos se crecen más.

Yo no exijo un trabajo, exijo dejar de tener las sensación de trabajar. Porque es entonces cuando te estás dedicando a lo que realmente te gusta. Porque es entonces cuando realmente puedes llegar a ser bueno, o como mínimo, a poderlo disfrutar. Cuando el ocio deja de ser la negación del negocio. Cuando los lunes dejan de ser un suplicio, para convertirse en el único día de la semana al que quieres llegar. Lo antes posible, o sea, ya. No concibo ni un sólo día de mi existencia dedicado a algo que no merezca mi tiempo, mi vida, mi sacrificio, mi dedicación profesional.

Pero es que yo exijo también conversaciones. Conocer gente que me aporte algo interesante. Dejar de perder el tiempo con historias tóxicas y desgastadas. Exijo una vida sin capullos, sin mediocres, sin gilipollas, que ya tengo bastante conmigo. Y ponerme a sumar. Siempre sumar. Cada vez me queda menos tiempo para desperdiciar. Así que me he vuelto muy exigente con el tiempo que le dedico a cualquier prójimo. No porque no lo merezcan, o porque yo me crea especial. No tiene nada que ver con eso. Sino con la sensación de unicidad, de que esto que puedo vivir hoy tiene fecha de caducidad. Cada minuto que te dedico, se lo estoy quitando a los demás. Así que me tiene que valer la pena. Algo me tiene que aportar. Dejarse de tonterías e ir al grano. No es una pose. Es una obsesión por aprovechar cada oportunidad.

Y ya puestos a exigir, yo exijo luz de luna. Como Chavela. Pero no sólo para mis noches tristes. Para las alegres, también. Y exijo que el sol vuelva a salir por donde quiera. Porque si sale siempre por el mismo sitio, te juro que pillo la pistola de Saza y me lío a tiros como él.

Yo le exijo todo esto a la vida.

Y lo más importante, como sé que no está en sus planes proporcionármelo, no pienso quedarme de brazos cruzados esperando a que me lo facilite.

Lo pienso ir a buscar.

Risto Mejide. 26 de julio de 2015

jueves, 13 de agosto de 2015

El secreto del éxito no es la suerte sino la constancia




Tu mayor valor puede ser tu voluntad de persistir más que cualquier otra persona. Brian Tracy.

jueves, 6 de agosto de 2015

La exaltación de la función memorística del cerebro debe morir




Un comentario a una entrada reciente sobre las habilidades que una persona debe tener para representar adecuadamente a su país en el escenario internacional actual, en el que citaban como mérito de esa persona el haber sido capaz de aprobar las oposiciones al cuerpo de registradores de la propiedad a los veintitrés años, me genera una reflexión acerca de lo que supone, en el escenario actual, exaltar la capacidad del cerebro de una persona para memorizar ingentes cantidades de información.
Durante muchísimas generaciones, la inteligencia era algo que se relacionaba de manera muy intensa con la función memorística. Los procesos de aprendizaje tenían como objetivo la memorización intensiva: el colegio, la carrera o la oposición consistían fundamentalmente en ser capaces de llevar a una persona a retener en su cerebro una serie de datos, que posteriormente debían escribir o recitar en un examen. Una oposición, como revela el comentario que inspira esta entrada, llevaba aparejado un componente de prestigio social, derivado de la capacidad del opositor para pasarse años memorizando textos. La inteligencia tenía un elevado componente enciclopédico, un “hay que ver lo que sabe Fulanito”, “la de cosas que ha sido capaz de memorizar”.
Obviamente, este modelo de inteligencia tenía sus limitaciones: ni el opositor más avezado era capaz de recordar la inmensa mayoría de los artículos pasado un cierto tiempo sin utilizarlos, de manera que la adquisición de la plaza se relacionaba no tanto con las habilidades del opositor para desempeñarla como por su capacidad para memorizar y plasmar en un papel en blanco o repetir como un loro ante un tribunal los artículos correspondientes. Tratar de entenderlos, de razonarlos o de relacionarlos entre sí era secundario: lo importante era el proceso de memorización.
En una ocasión, el Colegio de Registradores pidió a IE Business School un curso para las personas que habían aprobado ese año la oposición, curso en el que participé como profesor. El curso debía centrarse en la gestión empresarial, porque se quería ver al registrador como administrador de un negocio que debía, por tanto, poseer unas habilidades específicas para ello. En una de mis primeras clases, sorprendido por la escasísima participación, pregunté directamente a uno de los alumnos si se había preparado para la discusión del caso. Su respuesta fue “impecable”, y suscitó la amplia aprobación del resto de sus compañeros: “no, señor… yo ya he estudiado todo lo que tenía que estudiar en esta vida”.
Parece una exageración, pero esa es la mentalidad: estudia, memoriza, suéltalo en un examen… y ya está. Ya eres “oficialmente inteligente”. Si fuiste tan disciplinado como para ser capaz de sacar tu oposición a los veinticuatro años, tu inteligencia podía alcanzar el rango de mítica. Miles de personas están en sus puestos de trabajo porque fueron capaces de pasar por ese trámite: memorizar y repetir como loros.
¿Realmente, en plena era internet, debemos seguir incentivando, premiando y considerando ejemplar el desarrollo de esa habilidad? En el mundo actual, las habilidades que denotan inteligencia tienen mucho más que ver con la capacidad de relacionar conceptos, de entender lo que se dice, o de saber encontrar rápidamente la información necesaria en cada momento. El talento enciclopédico puede ser interesante, pero se desarrolla fundamentalmente mediante el manejo reiterativo de la información, no tanto por su memorización como tal.
La habilidad de memorizar conocimientos era esencial en un mundo en el que el acceso a la información era escaso. Si no se memorizaba, había que acceder a un libro, que podía estar en una biblioteca lejana, para poder utilizar esa información. En el mundo actual, toda la información está a uno o dos clics de ratón. ¿Debemos seguir incentivando una habilidad cuyo desarrollo ya raya prácticamente lo circense, pero que no supone una ventaja de cara al desempeño de prácticamente ningún trabajo? Si no me equivoco, la capacidad de seguir rastros de animales y cazarlos ya no representa una habilidad que la sociedad invierta demasiado en desarrollar, ni una fuente de prestigio social importante – o al menos, no tanto como lo fue en la sociedad paleolítica. Saber cultivar la tierra fue importantísimo en el Neolítico, pero no tanto hoy en día, o al menos, no al mismo nivel.
¿No deberíamos empezar a transicionar desde esos arraigadísimos modelos basados en la memorística, hacia modelos de inteligencia más transaccional, más lógica, más de desarrollo del sentido común? En los procesos educativos, esa transición se está produciendo, aunque con desesperante lentitud, con la excepción de las escuelas de negocio, en las que mayoritariamente constituye norma de fe (para pasmo de otros entornos tradicionales, que intentan infructuosamente “que les pasen los apuntes”… apuntes que, por supuesto, son inexistentes).
¿Dónde está la ventaja, en el mundo actual, de tener un cerebro enciclopédico y una capacidad de retención memorística extraordinaria? Más allá del ampliamente establecido cliché social, ¿realmente aporta tanto el que una persona haya sido capaz de memorizar un montón de datos para posteriormente repetirlos como un loro ante un tribunal? ¿No deberíamos empezar a pensar en cambiar de etapa, y considerar la exaltación de esa función memorística por principio como una característica propia del pasado, de una sociedad pre-internet?

Enrique Dans 19/07/2015 


Y nada más que añadir al texto impecable de Enrique Dans, suscribo todo lo dicho. Un artículo de 10, que creo esencial en la época actual.

sábado, 25 de julio de 2015

Odio la playa




Odio la playa. Con todas mis fuerzas. No puedo con ella. La arena pegada, el calor sofocante, el olor a pies y a sudor ajeno, la masificación, el ruido, las pelotas de plástico, las sombrillas, las colillas, las señoras que gritan, los señores que fuman, las botellas de plástico, y que el único remedio sea meterte en el agua del mar consciente de que las ballenas expulsan 1350 litros de semen fuera de su pareja en cada eyaculación o más de 970 litros de orina en un solo día, y aún que eso es aportación natural, como si fuese lo más contaminante que se llega a verter.

Eso sí, respeto muchísimo que a la gente le guste meterse ahí. No voy a tratar de convencerles. El problema viene cuando espero el mismo respeto de vuelta. Y especialmente en este país.

Conforme se acercan los días del verano y la gente empieza a comprar números para el melanoma, mi piel da evidencias de que algo no va según lo previsto, lo que es bueno, lo que debería ser, y es entonces cuando empiezan las preguntas incómodas. ¿Estás bien? Se te ve paliducho. ¿Te lo has hecho mirar? Ah, que no te gusta la playa, ¿y por qué? Pero si es genial… Eso es que no has encontrado tu playa…

Y ahí ando todos los años sin excepción tratando de justificar por qué no me gusta lo que no me gusta, como si fuese un apestado, alguien a quien hay que tenerle lástima u otorgarle urgentemente una subvención. Me ocurre lo mismo que con los fines de año, verbenas y otras fiestas de guardar. Momentos en los que no es que tengas que pasártelo bien haciendo lo que quieras, no, es que tienes que salir de fiesta sí o sí. Momentos en los que la forma pasa por encima del contenido, momentos en los que el cómo importa más que el qué.

Siempre hay quien te dice que entonces te metas en una piscina. Pero es gente que no entiende nada, el problema no está sólo en el dónde, sino en el qué. Pasarte horas al sol es, junto a picarse los genitales con un punzón de hielo o presentarse de candidato en UPyD, una de las torturas más improductivas y estúpidas que se me ocurren hoy por hoy.

Por más que me pongo, no lo consigo. Estoy unos minutos y enseguida tengo la sensación de perder el tiempo. Cojo un libro. Intento leer. No hay postura más incómoda que la del lector lagarto. Se te duerme la mano tratando de taparte el sol mientras la otra intenta que no se te pase la página por culpa del viento. Brisa marina, perdón. Y ya no digamos si el ejemplar tiene más de 400 páginas, como me suele ocurrir con los que me gustan. Me doy la vuelta. Pero mi columna vertebral retorcida en posición cobra tiene un límite y sobre todo un umbral de dolor. Paso al periódico, que aunque sea más liviano, parece desmontarse más fácilmente con el calor. Ah entonces recurre a la tableta. Claro, cuando inventen la pantalla que no requiera dejarte la retina en intentar ver algo bajo la luz del sol. Nada, me pongo nervioso y acabo siempre intimando más de la cuenta con el tipo del chiringuito. Dios salve los chiringuitos.

Pues oiga, no. Yo odio la playa en verano. Y ya está. Especialmente en verano. Porque me gusta la playa en invierno, eso sí. Pasear por la orilla bien abrigado es de las cosas más bellas que se puede hacer. Y una buena chimenea con vistas al mar. Insuperable.

Porque no sé si ha quedado claro que odio la playa. Pues no vayas, pensarás. Ya, pero entonces tengo que aguantar la exclusión social desde la montaña. Píllate un barco. Te lo regalo, yo me mareo. Y además, por qué. Porque en verano hay que estar en el mar sí o sí. Porque si no, no eres persona, puede que hasta te retiren el carné de ciudadano español o catalán o barcelonés o lo que seamos a estas alturas ya.

Me encanta Barcelona, pero no soporto que lo primero que me digan sea siempre que es una maravilla porque tenemos el mar al lado. Pues no.

A mí me encanta Barcelona a pesar de su playa.

Especialmente ahora.

Especialmente ya.

Risto Mejide. 19 de julio de 2015

sábado, 4 de julio de 2015

Resumiendo... en imágenes




1. Estudio modo ON
2. Minute Maid de naranja
3. Autofoto
4. Helado Ben&Jerrys (mi perdición!)
5. Zen "de Morata"; a cuerpo de rey, esa es la verdad.
6. Pedido L'Occitane
7. Tosta de salmón 21/06/15
8. Ya no me tengo que pinchar para la EM #feliz
9. El Karma llegará...

miércoles, 1 de julio de 2015

Bienvenido Julio




Muchas personas al "buen hacer" le llaman suerte.
01/07 Nuevo mes, nueva etapa

Feliz semana para tod@s!!

Os dejo un vídeo de Mr Wonderful que me ha gustado pese a que soy más de frío que de calor #inviernopuedesvolverrrr