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domingo, 30 de marzo de 2025

390. Karla Barajas (México)

 

Karla Barajas



Espectáculo de lo decadente

   El anciano subió al columpio, con desgano y tristeza, callando el dolor en la espalda y rodillas, para que en la casa nadie se diera cuenta y lo remplazaran con un niño. Resbalando, cayendo y tomando impulso. Sabe lo que les pasa a los viejitos abandonados. Con desgano, sonríe. Afuera de la jaula sus dueños le celebran y le tiran semillitas de girasol como premio.


Incomparable 

   Caminó sin miedo por la carretera, escuchó el canto de los grillos, a uno que otro animal que se escondía entre los árboles; a veces escuchaba sus propios pasos. No corrió, ni se le aceleró el corazón cuando un camionero le ofreció llevarla a su casa con el argumento de que no era seguro que una chica estuviera sola de madrugada.
   No temió subir, ni que el sujeto le sonriera, con cierto nerviosísimo, y le preguntara por qué tenía sangre en las muñecas, a lo que ella levantaría ligeramente los hombros como seña de no saber la razón. Tampoco sintió horror cuando el hombre se frenó e intentó lamerle el rostro. El horror vino cuando se defendió, mordiéndolo en el cuello, arrancándole un trozo de carne y succionándole la sangre que salía de la herida. 
   El horror vino al sentir un placer incomparable, cómo la sangre inundaba su boca, sus colmillos decrecer. Buscarse en el espejo retrovisor, no verse, entender por qué su corazón ya no late rápidamente al caminar sola de madrugada.


Encantada con la casa

   El alquiler es barato, el lugar enorme, los acabados lujosos, sin embargo, no hay interesados en rentarla por más de seis meses. El problema, dicen, es que espanto a las inquilinas cuando me ven arrastrarme entre el tapiz amarillo y la pared de la habitación para criaturas.


Plañidera

   Desde pequeña tenía el sueño de llorar en velorios y entierros, porque en el de mi madre nadie derramó lágrimas, ni gritó injurias o se condolió de mi sentir como nueva huérfana. Por eso en mis ratos libres reviso los obituarios, visito a los dolientes y, lloro con tanta fuerza que los mismos familiares terminan consolándome. Abrazan mi desamparo y sigo gimiendo como la niña que perdió a su mamá hace un siglo.


Sesión de fotos

   «Sonríe con ternura, pon tus manitas al lado de la cadera, anda mi vida, que todos los padres tienen fotos lindas con sus hijas», me dice papá, pero no me gusta posar cuando no tengo ropa puesta.


Sinestesia
  A Samantha Velasco Barajas

   Zacarías no disfrutaba del arte, sin embargo, gracias a los gustos de Catalina fue llenando su casa de artistas excéntricos, que al verlo quedaban fascinados con su fisonomía y la manera en que percibía al mundo.
   — ¿Cuál es el color de mi camisa? — preguntó uno de esos artistas.
   — Huele a morado — respondió Zacarías y olfateó al sujeto. 
   — ¿Y el negro?
   — Al sereno de madrugada.
   — ¿A qué huele el color rojo?
   — A tu sangre. Sabes a miedo escarlata — respondió el vampiro. Dejando la sinestesia para otro momento y una especie de Pollock, color cereza, en la pared.


Adiestramiento

   Como los humanos, fui alimentado y educado para el trabajo. En cuanto aprendí mi oficio comencé a ejercerlo con don Panchito afuera del restaurante Nueva York, adivinando el futuro de las personas a través de cartas astrales. Era bueno mostrando si a un individuo le iba bien o mal en el amor, el estudio o el trabajo. Si alguien le tenía envidia se lo revelaban mis cartas.
   Don Eustaquio, el dueño del Nueva York, cada día pagaba por su lectura antes de abrir su negocio y además me regalaba un trozo de pan. Un día, don Panchito resbaló y se quedó tirado afuera del restaurante. “No adivinaste el futuro a tu pajarero”, me dijo don Eustaquio al verlo y abrió la puerta de mi jaula. Me quedé viéndolo inmóvil porque tenía el corazón y las alas quebradas.