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lunes, 26 de agosto de 2013

Entre bandurrias y zorros patagónicos



En la Estancia Cristina, a orillas del Lago Argentino por el que se llega navegando entre icebergs, y muy cerca del gigantesco glaciar Upsala, la comunión con la naturaleza es constante. Aquí no hay nada, sólo los paisajes duros, agrestes, rabiosamente bellos de la Patagonia. Y sin embargo, en medio de esa nada bulle siempre la vida de la forma más inesperada.


Al poco de llegar, mientras degustábamos un cordero patagónico a la brasa, de sabor fuerte pero exquisito, unas voces avisaban de la presencia de un zorro en el exterior de uno de los galpones de la estancia. Salí rápidamente a tiempo para ver cómo el cánido se metía debajo de otro de los galpones. Al poco, asomó de nuevo y, ni corto ni perezoso, se paseo ante mis ojos y se unió a otro ejemplar que le esperaba a unos doscientos metros de la estancia. Juntos se perdieron por la pradera.


La escena sólo fue interrumpida por el estruendoso reclamo de un bando de bandurrias que parecía compartir la escena conmigo. Dos parejas de estos ibis sudamericanos sobrevolaban a la pareja de zorros y se posaban rápidamente para, en cuanto éstos se acercaban un poco, volar de nuevo y aterrizar unos metros más adelante. Pocas aves son tan ruidosas como las bandurrias.



Fueron 10-15 minutos, pero me recordó que en las aparentemente inhóspitas praderas patagónicas la vida siempre está presente, en este caso protagonizado por una pareja de zorro gris o chilla (Lycalopex griseus) y un pequeño grupo de bandurrias (Theristicus caudatus). Un buen momento de los muchos que la Patagonia me ha brindado.


sábado, 24 de agosto de 2013

Estancia Cristina



Parque nacional Los Glaciares, Patagonia Argentina.

Uno de los brazos del lago Argentino se llama Canal Cristina. Se llega por el margen de la península Herminita, muy cerca del lugar donde suelen acumularse los témpanos de hielo hasta el punto de taponar en ocasiones la navegación hacia Bahía Onelli y Upsala. Especialmente si hace poco que ha tenido lugar una ruptura del frente del glaciar Upsala, que origina siempre icebergs de gran tamaño.



Al final del Canal Cristina se accede a una playa de cantos rodados en la que se enclava la Estancia Cristina. La principal característica de la estancia es su aislamiento. Sólo se puede acceder navegando un par de horas desde Punta Bandera, por eso los huéspedes que se alojan en las escasas habitaciones con las que cuenta la estancia vienen para quedar 3 días, es decir, mínimo un par de noches. Pocos lugares hay en el mundo para desconectar de todo. Me senté en el porche a escribir unas notas en el diario y casi hago un libro…
El eslogan que acuña Estancia Cristina reza “el refugio ideal para los amantes de la naturaleza”. Y a fe que lo es.




La estancia es un lugar encantador. Cuenta con habitaciones maravillosas en medio de la nada más absoluta. No es barato pero bien vale la pena. Lógicamente las posibilidades de salir de aquí a comer o cenar en algún sitio son nulas así que los alojamientos son siempre con la pensión completa. También puede conocerse en una excursión de ida y vuelta que se acerca navegando hasta el Upsala y luego descansa en Estancia Cristina hasta el momento del regreso a media tarde. Muy recomendable también esta opción.


Cuenta con un completo programa de actividades entre las que destaca la ruta que combina 4x4 y senderismo para acceder al mirador natural sobre la lengua de hielo del glaciar Upsala, el lago Guillermo y buena parte del Campo de hielo Sur Patagónico. Además se visita el cañadón de los Fósiles. De regreso a la estancia podemos observar la pareja de zorros que cría bajo uno de los galpones de la estancia, el mismo en el que hoy se cuenta a modo de pequeño pero interesante ecomuseo, la historia de Estancia Cristina. También el vuelo de las siempre ruidosas pero bellas bandurrias.



El origen de la Estancia Cristina hay que buscarlo en 1914 y cuenta la dura vida de la familia que fundó y regentó esta estancia, que llegó a contar con 12.000 ovejas y 30 vacas y 50 caballos en sus 22.000 hectáreas, amén de servir como punto estratégico para la radiocomunicación de muchas de las expediciones que se adentraron por este valle a conocer el por entonces ignoto Campo de Hielo sur. Es el mejor refugio para los amantes de la naturaleza y una referencia en el parque nacional Los Glaciares.


Estas son mis valoraciones:

Situación: 9
Accesos: 3
Tranquilidad: 10
Arquitectura: 9
Ambiente: 8
Habitaciones: 8
Zonas comunes: 5
Gastronomía: 7
Servicio: 7
Servicio guías: 7
Integración Naturaleza: 8


Valoración general: 8

lunes, 6 de mayo de 2013

El bosque andino patagónico caducifolio


 
El Calafate, un pueblo que ya de por si tiene nombre de arbusto local, es la puerta de entrada principal al paraíso terrenal del parque nacional Los Glaciares, en la Patagonia argentina. El parque nacional ofrece hielo, mucho hielo, en sus glaciares pero también bosques, algunos de los bosques andinos patagónicos mejor conservados. A priori nuestros ojos centran la visión de las montañas que se erigen en la orilla occidental del gran Lago Argentino en las enormes lenguas de hielo que bajan por los valles. No en vano son el principal aliciente del parque, pero sin embargo una de las imágenes más impactantes que recuerdo no tiene cristales de hielo sino hojas. Me refiero al bosque andino patagónico y, concretamente, al caducifolio. Me había adentrado en bosques de estas latitudes en zonas como la península de Magallanes, frente al glaciar Perito Moreno. También en el bosque que crece en la orilla izquierda del lago Rico.
 
 
Mayo es el mes en el que las ñiras, lengas, notros, coihues, calafates, etc. se encuentran en plena explosión cromática. Rojos, amarillos, naranjas, tiñen de cromatismo las faldas de las montañas. Aunque mi mente estaba puesta en el hielo, el policromatismo otoñal patagónico de estas formaciones boscosas, hogar de pumas,  me encantó.
 

Pero donde de verdad quedé extasiado por la belleza y magia del bosque andino fue en la bahía de Onelli. Tras varias visitas a la zona, por fin un año tuve ocasión de llegar navegando y desembarcar en la bahía. Os confieso que fue poner un pie en la tierra, dar dos pasos hacia el interior del bosque y el corazón se me paró de repente. Brutal. Se me hace difícil explicar, lo que desprende este bosque casi intacto, envuelto en el silencio más sepulcral; sólo el sonido lejano del viento se colaba entre los musgos y líquenes que tapizaban las ramas ya sin hojas del bosque. Sin duda una de las experiencias forestales más impactantes que he vivido. 
 

Y al hilo de este post, preparé para los próximos días una entrada del blog centrada exclusivamente en bosques. Este bosque andino patagónico será uno de los que figuren en la lista, por supuesto, pero habrá nueve más que completen la próxima selección de Mis Safaris Favoritos por los bosques del mundo.

miércoles, 6 de marzo de 2013

Elefantes marinos en Península Valdés

Las hembras llegan para criar y mudar la piel.


Estos días pasan muchas cosas en Península Valdés. Los animales no descansan en esta reserva faunística de primer orden mundial. Marzo no es el mes para ir a este rincón de la Patagonia Argentina a ver ballenas francas australes, pues hace casi tres meses que los gigantes del mar se marcharon y no regresarán hasta julio, pero el calendario animal de Península Valdés no descansa. Marzo es el último mes de cría de los pingüinos magallánicos antes de que se marchen hasta septiembre, y es un buen mes para dejarse cautivar por la presencia de las orcas en las costas de la península. Es en estos días cuando pueden sorprender al visitante con alguna de las escenas de caza de estos cetáceos varando en las playas tras la irresistible silueta de los leones marinos. No dudan en sacar medio cuerpo fuera del agua para atrapar su comida y realizar enérgicos movimientos ventrales para regresar al agua, su medio natural que en estos días abandonan por unos instantes.

 

Caleta Valdés.
Los que no se marchan a ningún lado y constituyen parte de la fauna residente de Península Valdés son precisamente los lobos marinos de un pelo  (con un buen número de loberas situadas a lo largo de la costa) y los elefantes marinos. Aquí es donde me quiero detener hoy, frente a estos enormes pinnípedos.

 

Si importante por lo que representa su población es la pingüinera de Punta Tombo, a un par de horas al sur de la península, no menos significativa es la colonia de elefantes marinos de Península Valdés, la única elefantería continental de estos mamíferos marinos bien adaptados también a la vida terrestre. Se pueden ver en varios puntos de la costa, cuando la llegada para reproducirse multiplica su presencia en las playas. Cientos de harenes se reparten a lo largo de los 200 km. de litoral. Más de 20.000 elefantes marinos (y en crecimiento) en el considerado como único apostadero continental de este pariente de las focas: Faro Punta Delgada colonia con aproximadamente un centenar de elefantes marinos, Punta Cantor en Caleta Valdés, etc. son algunos de los mejores lugares para verlos.

Macho junto a unas crías.
 

Atrás quedaron aquellas décadas de la  primera mitad del siglo XX cuando se cazaban indiscriminadamente. Ahora viven y se reproducen tranquilamente en este paraíso natural de 30.000 kilómetros cuadrados llamado Península Valdés.

Punta Delgada.
 

Los elefantes marinos presentan dos especies diferenciadas por su ubicación geográfica, una al norte que se distribuye por la costa oeste de Norteamérica, y otra conocida como la del sur, en la parte meridional del continente americano y Oceanía. Esta última es la que presenta los machos de mayor tamaño, con hasta 6 metros de largo y cuatro toneladas de peso son los pinnípedos más grandes que jamás han existido. La población de Península Valdés es la más septentrional de la especie sur. A sus costas llegan los grandes machos en agosto y unos días después las hembras para criar.

¿Os imagináis ver a uno de estos grandes machos cara a cara sobre la arena y los cantos rodados de la playa? Ya sabéis donde dirigiros…

 

 

Por cierto, mi foto de perfil de Twitter es precisamente en la playa de la pingüinera de Punta Tombo.

jueves, 23 de febrero de 2012

Spegazzini, el glaciar más alto


Tras comenzar la navegación en Puerto Bandera, en la orilla meridional del Lago Argentino, el barco cruza la boca del Diablo y avanza por el brazo Norte hacia el vértice de la “Y” donde se unen el brazo del Upsala y el canal del Spegazzini. Tras algo menos de un par de horas de apasionante navegación por un lugar que recuerdo a los fiordos, se llega al citado punto. Los icebergs que se descuelgan de los frentes del glaciar Spegazzini, y sobretodo Upsala taponan el paso y es necesario detener el barco. Es preciso observar el lento pero constante movimiento de los gigantescos bloques de hielo hasta que el capitán de la embarcación ve claro el paso por algún pequeño pasillo. Una vez superado este punto el lago se vuelve a abrir ligeramente y el barco puede proseguir su marcha. El problema no es entrar al canal Upsala sino luego encontrar la vía de salida. Hay veces en las que tras mucho esperar el capitán no consigue ver la brecha de paso de entrada y la excursión tiene que ser abortada. Tampoco es lo más frecuente.

Los barcos se abren paso entre témpanos.
Entre las excursiones que navegan el lago por el parque nacional Los Glaciares la más solicitada es la que se llama “Todo Glaciares” y que consiste en acercarse –siempre hasta la distancia de seguridad mínima- hasta el frente de hielo de avance de los glaciares Upsala y Spegazzini, así como la observación de otros glaciares de ladera que no llegan a tocar el lago pero se observan “colgados” sobre las montañas que marcan el perímetro lacustre: Onelli, Glaciar seco, Mayo norte, Peineta, Bertachi, Cono, Murallón, etc.
El glaciar Spegazzini es el más alto de los existentes en el parque nacional. Alcanza los 135 metros de altura sobre el nivel del agua del lago. Uno no se da realmente cuenta de las dimensiones hasta que el barco se acerca hasta el frente de avance de este glaciar que en realidad está alimentado por tres lenguas glaciares: Spegazzini, Mayo Norte y Peineta. El glaciar ocupa una extensión de 66 kilómetros cuadrados. Cerca del frente de hielo, algunas cascadas se desploman por el bosque de ñires, lengas y guindos. El glaciar lleva el nombre del botánico Carlos Spegazzini, quien estudió la flora del parque nacional y fue el primer director del Jardín Botánico de Buenos Aires.

Al fondo se adivinan dos enormes barcos que parecen diminuyos frente al glaciar.

viernes, 10 de febrero de 2012

Upsala, el glaciar más grande de la Patagonia argentina





El Glaciar Upsala es imponente. Una enorme lengua glaciar que se descuelga sobre las aguas en la parte más septentrional del Lago Argentino. Lamentablemente es uno de los glaciares que más rápida y drásticamente está sufriendo la regresión en su avance. Las dimensiones del glaciar son impresionantes: una lengua de hielo de 60 kilómetros de longitud alimentada por 50 glaciares menores que llegan al lago formando un frente de 10 kilómetros de anchura y 60 de altura.

El glaciar lleva el nombre de la universidad sueca que en 1908 realizó los primeros estudios sobre los glaciares argentinos. Tan monstruosa superficie helada, de 870 kilómetros cuadrados, puede ser mejor comprendida si pensamos que equivale a 3 veces la superficie de la ciudad de Buenos aires y que además cuenta con su propia historia de la exploración antártica pues en los años 60 esta lengua de hielo era empleada como campo de prácticas para el aterrizaje de los aviones del ejército argentino. El objetivo era practicar sobre la superficie del glaciar con vistas a futuras campañas en la Antártida.


Afortunadamente hace muchos años que esto no se realiza y el glaciar se muestra espectacular. No en vano se trata del mayor glaciar argentino y el segundo más importante de la Patagonia tras el Pio XI en la patagonia chilena.
A las inmediaciones del glaciar Upsala se llega en barco pero también a pie desde la Estancia Cristina.

lunes, 6 de febrero de 2012

Lago Argentino



Hay que levantarse pronto para ir desde El Calafate hasta el lago Argentino. No por la distancia, si no porque los barcos que navegan sus aguas salen temprano del muelle. Para ser propios, el Lago no está lejos de la ciudad, de hecho El Calafate está a orillas del lago Argentino, en una zona donde por cierto se pueden ver infinidad de aves como cauquenes, flamencos, etc. El embarque se realiza en Puerto Bandera, a unos40 kilómetros de la ciudad. De allí parten las embarcaciones de diferentes tamaños y capacidades de la naviera Fernández Campbell que recorren cada día el lago cargadas de visitantes. La experiencia bien merece la pena y en general navegan por el brazo Norte del lago entre icebergs hacia los glaciares Upsala, Spegazzini, Seco, la bahía Onelli… también por el canal de los Témpanos hacia el frente norte del glaciar Perito Moreno.

También se puede navegar el brazo Rico del lago y llegar en esta ocasión al frente sur del glaciar Perito Moreno. Ambos frentes están separados por el punto donde el glaciar se apoya en la tierra firme de la península de Magallanes. Más información del frente sur del Perito Moreno encontraréis en mi post dedicado al trekking sobre el glaciar.

En esta ocasión mi objetivo es navegar el brazo Norte. Allí aguardan los glaciares arriba mencionados. La experiencia de la navegación entre los bloques de hielo a la deriva y la soledad envidiable de una de las mejores Estancias de la zona.

Al poco de salir la entrada al brazo Norte está bien delimitada por un estrecho paso de 800 metros de anchura conocido como Boca del Diablo. En sus paredes suelen posarse los cóndores andinos. Una vez sobrepasada la Boca del Diablo, el lago se abre de nuevo en busca del blanco de las montañas y los icebergs. Allí me dirijo.



El lago es majestuoso… y grande, muy grande. Un inmenso lago de casi 1.500 kilómetros cuadrados alimentado por el deshielo de decenas de glaciares. Es el mayor lago de Argentina y también el mayor y más meridional de los grandes lagos patagónicos.

Los primeros habitantes y los tehuelches denominaron al lago “Kelta”, pero fue el ingeniero Francisco Moreno, el Perito Moreno, que se encargó de delimitar el límite estatal entre Argentina y Chile, quien bautizó al lago con el nombre actual. También bautizó al glaciar más espectacular de cuantos existen en Patagonia (los hay más grandes, más altos, más largos… pero me quedo con el Perito Moreno, un glaciar de libro y de “diseño”). El desagüe natural del lago es el río Santa Cruz, que enseguida comienza a serpentear con sus aguas azules por la planicie en busca del mar. Darwin lo remontó en su periplo viajero a bordo del Beagle. No llegó a ver el lago.

De algunos de los principales glaciares del Lago Argentino os cuento en próximos post.

viernes, 3 de febrero de 2012

Caminando sobre el glaciar Perito Moreno


 
Era una pequeña asignatura pendiente entre el glaciar y yo. Había estado ya varias veces frente al impresionante Perito Moreno, cinco si no recuerdo mal, y por una cosa u otra no había podido caminar sobre el glaciar dentro del área de hielo destinada al uso público bajo una actividad regulada llamada minitrekking (o Big Ice en función de su duración). Casi siempre por falta de tiempo. Una vez a punto estuve de lograrlo pero amaneció uno de esos días borrascosos de fuerte viento patagónico que lo imposibilitaron. A pesar de estar apuntado al turno de tarde, el día se resistió a cambiar y no hubo nada que hacer salvo matar el tiempo en las librerías de El Calafate. Que no es mala opción tampoco.



En 2009 iba a ser la mía. De hecho el glaciar quiso recibirme con un tiempo inmejorable, radicalmente opuesto con el que me negó pisarle la última vez. Y es que la que manda, manda, y no los diminutos seres que, como yo, se atreven alguna vez a caminar por una pequeña esquina de esta inmensa lengua de hielo de 35 kilómetros de largo y 6 de ancho (frente). Lo había visto unas cuantas veces desde las pasarelas y balcones, que ofrecen una visión frontal impresionante, casi cenital. Incluso había exclamado el habitual Ohhhh! de la célebre Curva de los Suspiros, cuando se tiene el primer contacto visual tras tomar una curva a la derecha por la carretera que viene de El Calafate. También me había acercado navegando hasta el frente de hielo de su pared sur para contemplar la majestuosidad de su altura (entre 50-80 metros) y darme cuenta, una vez más, que no somos nada ante su monumental tamaño. Pero esta vez se iba a dejar pisar.


La sencilla excursión comienza en el embarcadero Bajo la Sombra (que así se llama), el mismo en el que se toma el bote para ir al Brazo Sur. Bueno realmente empieza a disfrutarse en el momento que se pagan los 100 euros que cuesta la actividad y se comunica el hotel en el que uno se aloja para que pasen a buscarlo al día siguiente a la hora convenida.



Navegando un cuarto de hora por el Brazo Rico del Lago Argentino se llega a la base del cerro Moreno, donde se desembarca. Allí se ubica también el refugio base de la empresa que realiza la actividad del trekking por el hielo. Es el momento de bajar entre el bosque de ñires y lengas a una playa de la morrena en la que los instructores imparten una pequeña charla del parque nacional y el glaciar antes de dirigirnos a la pared de hielo. Repartidos en pequeños grupos, los afortunados visitantes (está permitido desde niños de 10 años hasta personas de 60. Prohibido embarazadas y personas con problemas cardiacos), nos dirigimos al punto donde nos colocamos los imprescindibles crampones.

Aunque parece el Yeti, soy yo a mitad de trekking.


Tras un primer contacto con el hielo, comenzamos la suave ascensión por el lateral del glaciar en un inolvidable paseo que lleva al visitante a contemplar grietas, seracs (hielos puntiagudos), sumideros y cursos de agua superficiales. A estas alturas uno ya ni se acuerda de los 100 euros. Incluso le parecen poco.

Aparte del blanco, durante la excursión se contemplan todas las gamas y tonalidades de azul, precisamente el único color del espectro lumínico que no absorbe el hielo haciéndolo visible al ojo humano. La caminata termina con un whisky on the rocks, pero en este caso las piedras de hielo proceden de glaciar. Reconozco que jamás se me habría ocurrido tomar un whisky con alfajores pero en este contexto y en esta situación, hasta tiene su gracia.



En total una hora y media de aventura glaciar inolvidable. Si rematamos la faena con un asado en la Estancia La Usina, inmejorable.

sábado, 17 de diciembre de 2011

Pingüinos en Punta Tombo, península Valdés

Pingüinos de Magallanes en Península Valdés.

Descubrir ahora que la península Valdés, en la Patagonia argentina, es uno de los mejores lugares del mundo para la observación de fauna no es nada nuevo, pero quizá si lo sean, al menos para muchos, las especies que allí se encuentran. La reina de esta reserva es sin duda la ballena franca austral, que establece en las aguas de los golfos de San José y Nuevo su principal zona de cría desde julio hasta diciembre. Las especies de aves se cuentan por cientos desde los diferentes cormoranes y limícolas, patos vapor, skúas, aunque quizá la península Valdés sea más conocida por sus mamíferos –además de la ballena- tanto terrestres como, sobre todo, marinos: orcas, toninas overas, elefantes marinos, lobos marinos…

Jóvenes y adultos colapsan la playa en febrero.

Nidos-madriguera en la colonia de cría de Punta Tombo.

Mención aparte merece una de las aves más abundantes que llega incluso a rivalizar con las ballenas francas: los pingüinos de Magallanes. Existen diferentes pingüineras en la zona pero una se lleva la palma por espectacular, accesible y concurrida es Punta Tombo. Lo de concurrida me refiero a pingüinos, claro está. Hasta un millón de pingüinos magallánicos llegan a concentrarse en Punta Tombo desde finales agosto hasta febrero. Punta Tombo se encuentra al sur de la península Valdés, a un par de horas de Trelew.

Al borde del camino los pingüinos se muestran curiosos e indiferentes. Están en su casa.

Desde la entrada a la reserva, un sendero en el que los pingüinos tienen preferencia tal y como rezan las señales, permite llegar hasta las playas. Por el camino os llamará la atención a un lado y otro del camino la proliferación de madrigueras –nidos excavados en el suelo- de los pingüinos y su continuo ir y venir hacia el mar.  Si vais a península Valdés no dudéis en guardar una jornada completa para disfrutar Punta Tombo. Y si necesitáis quien os organice la visita os dejo esta empresa local.


Época: entre finales de agosto y febrero.

Adulto cebando a un pollo.

martes, 12 de octubre de 2010

Ballena franca en Península Valdés, Patagonia argentina.

La Patagonia argentina es un destino mágico y privilegiado en todos los sentidos. En la Patagonia atlántica destaca por encima del resto de fauna un animal: la Ballena Franca Austral, que se ha ganado el puesto de honor en el podium faunístico sudamericano. Estamos en plena temporada de ballenas.
La población mundial actual de este cetáceo, que estuvo a punto de desaparecer víctima de los arpones, no supera los 7.000 individuos en su distribución exclusiva del Hemisferio Sur, de los que en la Reserva Natural de la Península Valdés están presentes 2.500 ejemplares.
Es una ballena extraordinariamente ágil pese a sus 15 metros de longitud y más de 50 toneladas.
En Península Valdés su población crece a una tasa de casi el 8% anual gracias sin duda a que Argentina no dudó en declarar hace unos años a la Ballena Franca Austral como Monumento Natural Nacional, pasando a ser casi el único ser vivo que está considerado así por un país de manera oficial como su emblema medioambiental.


Cada año las ballenas acuden puntuales a las aguas de la Península Valdés para establecer su zona de cría desde el mes de julio. Allí permanecerán junto a sus ballenatos recién nacidos hasta comenzar su movimiento migratorio hacia el sur. A mediados de diciembre las aguas del golfo Nuevo y del golfo de San José quedarán desiertas de ballenas hasta la temporada que viene.
Durante estos meses el éxito de avistamiento está garantizado siempre que las condiciones meteorológicas permitan la salida –casi siempre- de las muchas embarcaciones que realizan esta excursión diaria.
Existen salidas cada hora por la mañana y por la tarde. La mayoría de las excursiones cuestan unos 20 euros y duran 1 hora y 30 minutos, que es el tiempo suficiente para zarpar desde la playa, llegar hasta alguna ballena –entre septiembre y noviembre la acumulación de ballenas es tal se encuentran nada más salir-. De hecho es posible verlas desde tierra desde el propio Puerto Pirámides o mejor aún desde la playa El Doradillo, cerca de Puerto Madryn.


La jornada de avistamiento comienza con el equipamiento para subir a la embarcación que consiste en un chaleco salvavidas y generalmente también un chubasquero plástico. Los guías indican las normas de comportamiento en la embarcación en todo momento tanto para la seguridad como para facilitar la observación a todos los pasajeros.
Una vez se llega a una distancia de seguridad prudencial respecto a la ballena, se apagan los motores y el silencio sepulcral tan sólo es roto por las exclamaciones de admiración de los pasajeros al ver la silueta de la ballena que se acerca, curiosa, hasta el bote. Los comentarios se multiplican cuando se avista a la cría e incluso irrumpen en aplausos cuando la madre saca la cola o salta. Se trata de una especie muy extrovertida y juguetona y no escatimará en dejarse ver. Incluso las callosidades córneas de la cabeza que le sirven de fotomarcador a cada individuo a modo de huella digital. En estos momentos de máxima excitación es cuando hay que guardar la calma y por supuesto no meter la mano en el agua ni tocar a los animales. El silencio momentáneo será roto por la batería de clicks de las cámaras ante una nueva ballena. Y otra.
De regreso al puerto las caras de satisfacción del pasaje lo dicen todo.
Y llegados a este punto espero que os haya despertado las ganas de whalewatching (y no sólo ballenas en el paraíso faunístico de este rincón patagónico), quiero recomendaros la empresa local Coiron Viajes para conocer a fondo la Patagonia.

MEJOR ÉPOCA: Las ballenas francas están en Península Valdés desde mediados de Julio a mediados de Diciembre.
Y a Patagonia volveré pronto con más post de Península Valdés y del parque nacional Los Glaciares...

sábado, 9 de octubre de 2010

La Selva de Iguazú

Es cierto que cuando uno decide ir a Iguazú lo hace atraído por el poderoso imán de las cataratas. Piensa en llegar aquí para asomarse al mirador desde el que mejor se vean. Cuando uno ya está aquí, se da cuenta que los miradores son muchos, afortunadamente, y que las formas de contemplar Iguazú no son las de un simple balcón. En los post de días pasados he ido acercando las diferentes posibilidades para disfrutar al máximo este paraíso natural tanto desde el lado brasileño como desde el lado argentino (y espero haberlo conseguido). No me resisto a invitar a todo el que pueda a que se acerque a unas cataratas que deben estar en el currículo de cualquier ecoturista; de la misma forma que tampoco me resisto a mostraros hoy a la selva olvidada a la que dedico el último de esta serie de post sobre Iguazú.

Y es que Iguazú no es sólo agua, es también selva, y de la buena. A ambos márgenes del río crece una densa selva subtropical formada por bosque húmedo en perfecto estado de conservación y repleta de vida salvaje. Una selva olvidada porque muy pocos son los que guardan una mañana o una tarde para pasear por ella al programar su visita al parque nacional pero muy pocos son también los que cuando descubren la posibilidad de conocer alguno de los senderos, se marchan sin hacerlo. En el parque nacional existen varios senderos que se internan en el bosque para conocer la flora y fauna de Iguazú. Como siempre también a ambos lados de la frontera.
En el lado argentino se encuentran el sendero Verde y el sendero Macuco. Hay un sendero más: el sendero Yacaratia, pero en realidad se trata de una pista que se recorre en camiones todo terreno abiertos.
El sendero Verde transcurre paralelo al tren ecológico y está concebido como una alternativa para quienes prefieran caminar 15 minutos en lugar de tomar el tren entre las paradas de la estación Cataratas y la estación Central. También es una manera más saludable de ahorrarse las colas que suele haber en el tren y caminar acompañados por los abundantes coatíes que campean a sus anchas por este sendero y los alrededores de las pasarelas.
El sendero Macuco ya es otra cosa. Un recorrido de 7,4 kilómetros ida y vuelta y que se adentra por el corazón de la selva de esta porción de la provincia de Misiones formada por un bosque subtropical con más de 2.000 especies vegetales (guatambú blanco, incienso, ceibo, ybirá pitá, timbó, rabo molle, curupay, laurel blanco, o la palmera pindó, entre otros). Este sendero antiguamente empleado para la extinguida actividad de explotación maderera, es idóneo para recorrer sin prisas, prismático y cámara de fotos en mano para conocer el hábitat de jaguares (yaguaratés), ocelotes, monos carayá, osos hormigueros, osos meleros, tapires, tucanes e infinidad de mariposas y otras aves (más de 400 especies) de todos los colores y tamaños. También para escuchar la selva. El broche final del sendero, como no podía ser menos, es un bello salto de agua con poza incluida: el salto Arrechea.


Por lo que respecta a los senderos brasileños, existen tres principales: Poço Preto (pozo negro), Bananera y Linha Martins.

El sendero Pozo Negro comienza con un puente colgante y se adentra 9 kilómetros en la selva para finalizar junto a la laguna de Pozo Negro, donde existe un observatorio de aves y viven diferentes especies de animales acuáticos como el gigantesco roedor llamado carpincho. La empresa que ofrece el sendero guiado realiza la vuelta navegando por el río y ofreciendo la posibilidad de probar kayaks o ducks. Durante el regreso realizan paradas ornitológicas en islas situadas sobre el curso del Iguazú como el archipiélago de las Tacuaras y la isla de los Papagayos. Total 4 horas.

El sendero de la Bananera y el sendero Linha Martins, ambos de características similares al anterior pero de sólo 1,6 km y una hora y media de duración para el primero y de 4 km. 2,5 horas para el segundo.


viernes, 8 de octubre de 2010

IGUAZÚ, la Garganta del Diablo

 
Un nombre tan amedrentador no esconde sino belleza. La Garganta del Diablo es el topónimo con el que se conoce la cascada de mayor caudal de las existentes en las Cataratas de Iguazú. No se si fueron los conquistadores bajo el mando del español Alvar Núñez Cabeza de Vaca cuando las contemplaron por primera vez para los ojos de un europeo en 1542 quienes decidieron bautizarla de forma tan categórica, pero lo que si está claro es que a quien fuese el autor, como al millón de visitantes que cada año se acercan a este parque nacional, mucho respeto le impuso.

La garganta del Diablo es en realidad el principal brazo de la falla de Iguazú por la que se desploman las cataratas. Se trata de un profundo cañón que de forma incesante va labrando la erosión fluvial originada por la tremenda fuerza de los saltos situados en su cabecera. Por este lugar se desploma buena parte del caudal del río Iguazú formando una serie de saltos espectaculares como el Salto Unión, Mitre y el Salto Floriano, a los que se unen otros saltos importantes en los flancos de la garganta (Santa María, Tres Mosqueteros, Dos Mosqueteros, etc.). Existe un sendero que mediante pasarelas permite acercarse desde el lado argentino hasta el mirador situado en el Salto Unión. La excursión (2 h.) es en realidad más completa, pues incluye un Tren Ecológico o Tren de la Selva que durante unos 20 minutos se adentra en el tupido bosque subtropical húmedo de las orillas del Iguazú para comunicar la estación Cataratas –de donde parte- con la Estación Garganta del Diablo –de donde arranca el sendero-. El paseo en tren -aunque cargado de visitantes- ya vale la pena.

El sendero de 2,2 km. está perfectamente acondicionado y permite “levitar” sobre las aguas gracias a su diseño a modo de pasarela sobre el río. De la fuerza del río en época de lluvias dan buena cuenta los restos de pasarelas anteriores arrastradas por las crecidas -como la del 92- en otros puntos del río. Este sendero-pasarela permite caminar enlazando pequeños islotes cubiertos de vegetación. En la cubierta forestal de estas islas es posible disfrutar con la presencia de infinidad de aves, mariposas y si estamos atentos seguro veremos algún caimán o yacaré negro (foto abajo) descansando o tomando el sol en las orillas.
 

Al final del sendero hallamos el premio buscado, una impresionante pano
rámica de los saltos en forma de herradura y la garganta del Diablo. La llovizna originada por el vapor de agua es una constante, así que no es raro observar a los visitantes directamente en bañador, despojados de la habitual capa de agua, que con el viento que forma el remolino del Salto Unión estorba más que tapa cuando uno se sitúa al borde del mirador. Veremos volar pequeños pájaros de forma incesante. Son los simpáticos vencejos pardos o vencejos de cascada así llamados porque sitúan sus nidos detrás de la cortina de agua.