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"La perra" Pilar Quintana

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—Esta mañana la encontré ahí, patas arriba —dijo doña Elodia señalando un lugar en la playa donde se juntaba la basura que el mar traía o desenterraba: troncos, bolsas plásticas, botellas. —¿Envenenada? —Yo creo. —¿Qué hicieron con ella? ¿La enterraron? Doña Elodia dijo que sí con la cabeza: —Mis nietos. —¿Arriba en el cementerio? —No, aquí nomás en la playa. Muchos perros del pueblo morían envenenados. Alguna gente decía que los mataban aposta, pero Damaris no podía creer que hubiera personas capaces de hacer algo así y pensaba que los perros se comían por error las carnadas con veneno que dejaban para las ratas o a las ratas que estando envenenadas eran fáciles de cazar. —Lo siento —dijo Damaris. Doña Elodia solo asintió. Había tenido esa perra mucho tiempo, una perra negra que se la pasaba echada junto al estadero y andaba detrás de ella para todos lados: la iglesia, la casa de la nuera, la tienda, el muelle… Debía estar muy triste, pero no lo mostraba. Dejó al c...

"Los abismos". Pilar Quintana

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«En el apartamento había tantas plantas que le decíamos la selva. [...] Había plantas en el suelo, en las mesas, encima del equipo de sonido y el bifé, entre los muebles, en plataformas de hierro forjado, y materas de barro, colgadas de las paredes y el techo, en las primeras gradas y en los sitios que no se alcanzaban a ver desde el segundo piso: la cocina, el patio de ropas y el baño de las visitas. Había de todos los tipos. De sol, de sombra y de agua. Unas pocas, los anturios rojos y las garzas blancas, tenían flores. Las demás eran verdes. Helechos lisos y rizados, matas con hojas rayadas, manchadas, coloridas, palmeras, arbustos, árboles enormes que se daban bien en materas y delicadas hierbas que cabían en mi mano de niña» . En su mano de niña y en su mente de niña cabe esta historia porque una niña es quien nos la cuenta. Y no entiendo cómo en una mente de niña pueden caber tantos abismos. Hay abismos metafóricos como el abismo del silencio o el abismo del pasado, de las vi...