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martes, 14 de julio de 2015

Azúa, el venerable socialista

Félix de Azúa en AjoblancoNadie cuestiona que la edad nos aporta tanta sabiduría como conservadurismo, y yo, que voy ya cumpliendo años con cierta venerabilidad, voy comprendiendo que la buena sabiduría que se adquiere con la edad siempre está adornada de dudas, y que sin una cierta incertidumbre esencial nuestro saber no va más allá de una anquilosada acumulación de información. Y también voy comprendiendo que el conservadurismo que por defecto se achaca a la longevidad puede ser un síntoma de esclerosis mental o un curtido respeto a la razón y a las enseñanzas del pasado.

Hay individuos a los que las canas les sientan la mar de bien. Sin ir más lejos, esta semana se nos ha ido uno que con los años fue ganando en sabiduría y en saber hacer: Javier Krahe. Otros, como mi otrora maestro Savater, viven la vejez como una ocasión para desmantelar los beneficios de su existencia, para traicionar sus mejores momentos. Es también el caso del amigo Félix de Azúa.

En el tristemente arruinado diario El País, Azúa publica hoy una columna que me ha producido pena y verdadero asco. Aunque es verdad que a veces sostuvo posturas sorprendentes, que se rebelaban contra la opinión común, nunca fue Azúa un hombre revolucionario; más bien fue un tipo comedido, al que no parecían gustarle las voces y que parecía pensar, como otros buenos intelectuales, que la belleza del arte y la nobleza del saber podrían mejorar este mundo bastante más que las revoluciones. Azúa parecía un hombre desengañado y pesimista, y el desengaño y el pesimismo me parecen caminos bastante más seguros que el optimismo (revolucionario o reaccionario) para hacer de este mundo un mundo habitable. Ahora parece querer convencernos de que todo aquello no era más que una pose.

Hoy Azúa es ya Académico de la Lengua y vive de escribir artículos mediocres y libros donde sólo alcanza a verter esa sabiduría enciclopédica que para tan poco le sirve. Hoy Azúa parece un tipo sin incertidumbres y de ideas esclerotizadas, que ni siquiera se obstina en esos ideales caducos pero nobles, típicos de los venerables ancianos. Aunque se pretenda crítico con el partido, hoy Azúa es más socialista que nunca, socialista del PSOE, claro. Hoy Azúa es uno más de los azotes obsesivos de todos aquellos movimientos que, mejor o peor, se plantan contra la mentira del sistema actual. Azúa no tiene nada, pero absolutamente nada que decir contra las barbaridades que nuestro gobierno comete todos los días contra las personas; nada que decir contra la injusticia palmaria que impera en nuestro país, ni contra las desigualdades cada vez más profundas entre los españoles. Tampoco tiene ningún pero que poner a las leyes retrógradas que se van aprobando, ni a la mentira esencial de un Grecia El Rotosistema que cada día se parece menos a una democracia. Y no sólo no tiene nada que decir sobre el desprecio y la humillación de todo un país bajo las armas mercantiles de las organizaciones criminales que dirigen hoy Europa, bajo el talón guerrero de países que intentan reeditar pasados errores sangrientos. No, Azúa prefiere ganar unos duros con su columna anodina y vulgar, y decirnos simplezas inmorales como la de que el gobierno democrático de Grecia y los griegos son unos pobres diablos que no saben conducirse, y que quienes saben de verdad cómo se lleva todo esto son las autoridades europeas y el Fondo Monetario Internacional.

Podemos, partido que no parece dejar dormir a don Félix, está cometiendo muchos errores, y sobre eso se puede discutir sin problemas, pero la obsesión de nuestro amigo con este partido dice muchísimo más que las pobres razones que esgrime para participar en la campaña del miedo contra Podemos y la izquierda en general. Si Azúa se hubiese limitado a apuntar el desorden, la desunión y la poca profesionalidad de la izquierda en Europa, incluida la de Grecia, el artículo hubiese servido para algo, pero tal como se expresa, Azúa demuestra que es un ancianito irrazonable, antipático e inicuo. Y demuestra (si no está demostrado ya por tantas y tantas hazañas del socialismo obrero español) que ser socialista hoy es ser de derechas. Azúa y sus amigos socialistas, sobre todo los que a principios de este período democrático más contribuyeron a crear el negocio y la marca España, y el negocio y la marca Europa, pertenecen a una derecha rancia, a una derecha a la que le falta dar dos pasitos para convertirse en fascista, a la moderna derecha fascista que ha destrozado una y otra vez este pobre país y el continente europeo.

martes, 24 de marzo de 2015

El momento de los histéricos

ViejitoSupongo que la vejez debe ser una etapa compleja, un terreno inseguro, una prueba más (la última) que debemos superar y esta vez para irnos definitivamente de este mundo. Hay gente que la vive bien despierta, mientras que otra pierde la cabeza, ya sea con enfermedades concretas como el Alzheimer, ya con el famoso chocheo que, en sus versiones más extremas, alcanza la demencia senil.

Cuando al anciano se le va la cabeza, uno siente lástima, y a veces rabia de ver cómo un ser humano, con todos sus aciertos y errores, con toda su dignidad, acaba en la piel de un triste personaje que ya no es él. Pero cuando nuestros viejitos y viejitas no pierden la cabeza, uno espera que con los años hayan adquirido dignidad; incluso esperamos, casi inconscientemente, que las arrugas y la experiencia dulcifiquen el carácter del viejo. La sabiduría, incluso cuando nos lleva a denigrar la vida, nos enseña que nada, ni siquiera lo más terrible, merece nuestra histeria.

Idiota362Hoy se publicó en El País el último artículo de Félix de Azúa. Don Félix, al que una amiga y yo, con intención profundamente cariñosa, hemos llamado todos estos años el idiota (Historia de un idiota contada por él mismo, Anagrama 2002), intenta una vez más ser crítico y sólo se queda en la histeria, en la misma histeria de la que acusa al país entero. Luego de describir la situación patética en la que vivimos, con un panorama político repugnante, nos da un consejo increíble: que no nos metamos en líos, que así andamos bastante bien; que las revoluciones siempre nos llevan al mismo sitio.

Nadie duda de los conocimientos que atesora este buen hombre, conocimientos que, por otra parte, no siempre ha sabido transmitir con un poquito de inspiración y amabilidad. Nadie, yo no al menos, puede negar que en el pasado sus análisis de la política y el arte han sido no sólo inteligentes, sino por lo común refrescantemente iconoclastas y discordantes. Pero diría que don Félix, con el tiempo, ha ido sufriendo de dos de los más comunes problemas de la vejez: el malhumor y el conservadurismo. Hasta aquí todo sería bastante comprensible y disculpable (mucho más cuando el que escribe, sin tener la edad de don Félix, ya ha notado algún que otro síntoma de semejantes dolencias en sí mismo). Pero a la histeria de sus artículos se une un efluvio cínico que entristece tanto como exaspera.

AzúaHaciendo un inciso en el tema, resulta la mar de curioso que el artículo de don Félix se titule oficialmente “El momento de los pequeños”, pero que El País, en su organización digital de la página, lo titule “Podemos: el momento de los pequeños”. Se supone que don Félix habla de todos los partidos pequeños, en contraposición a los dos grandes, pero en El País parece que tienen claro contra quién se publica el artículo.

De cualquier forma, uno siente lástima cuando ve que un señor tan leído (tómese el adjetivo en la mejor de sus acepciones) y tan irreverente, dejándose llevar por una de sus obsesiones, afirma sin pudor que el gobierno de Mariano Rajoy está recomponiendo el país que Zapatero destrozó. ¿Dónde está su irreverencia cuando alaba desmedidamente una Constitución como la nuestra, que tiene muchas virtudes sin valor jurídico y muchos defectos con todo el peso de la ley? Chochea don Félix cuando se une al coro de corruptos en esa cantinela interesada sobre la Revolución Bolivariana que traerá Podemos, del mismo modo que antes, cuando podía poner en peligro el poder de sus amigos, Izquierda Unida traería el Comunismo. Para don Félix el partido de Pablo Iglesias quiere eliminar a la Casta como los revolucionariRotoos franceses eliminaron a la aristocracia.

Pero lo más triste de su artículo y de su pensamiento es el consejo que da al final del texto: él no quiere decir que las cosas deban quedarse como están, no. Él lo que dice es que el bipartidismo no está mal, pero sin mayorías absolutas. Que es bueno votar a los partidos pequeños pero sólo para que eviten las mayorías absolutas, sólo hasta el punto que les permita seguir siendo pequeños y latosos, para cambiar todo este criminal desbarajuste muy poquito a poco, sin prisas, sin revoluciones, con el mismo espíritu que los padres de la Constitución pusieron en el mantenimiento de un franquismo moderno y democrático. Que nadie destroce esta imperfecta realidad hasta que don Félix y tantos contemporáneos suyos puedan acabar su vida en la tranquilidad de sus trapicheos intelectuales y sus privilegios.