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lunes, 1 de agosto de 2016

ESTO ES SIGÜENZA, SEÑORES

No os lo vais a creer, pero me he despertado a las seis de la mañana con frío y eso que estaba durmiendo con manta. Esto es Sigüenza, señores. He cerrado la ventana pero ya no he cogido el sueño en condiciones. He oído las siete y las ocho en el reloj de la Catedral, con sus correspondientes cuartos, y a las ocho y media me he levantado. Después de un desayuno liviano y sigiloso para no despertar a nadie, me he echado al monte camino del cementerio arriba, hacia el pinar.

Cuando yo era pequeña el Pino Solitario hacía honor a su nombre, pero ya no; no sé cuándo le rodearon otros muchos ejemplares y ahora solo se distingue de los demás por su copa redondeada, mientras los otros apuntan hacia el cielo. En aquellos años corría la voz de que una mujer extranjera -francesa por más señas y, por lo tanto, de dudosa moral- iba todos los días a tomar el sol desnuda a los pies del famoso pino, con lo que se organizaba un peregrinaje más nutrido que el de la Vírgen de la Salud en Barbatona. No sé si alguien consiguió verla alguna vez, pero eso se decía.

Desde arriba he contemplado la alfombra verde del Pinar Grande que, aunque llevo toda la vida mirándola, no deja de extasiarme. Me gusta el mar, claro, pero soy de tierra adentro y no puedo negar que el campo me resulta mucho más evocador.

He bajado al camino que llega hasta el Castillo, contemplando los impresionantes farallones de roca y recordando mi infancia. No sé por qué, a medida que me iba haciendo mayor, esa roca erecta que de pronto aparece en el camino y que mis hermanos y yo llamábamos "La Roca Gigante", se ha ido haciendo más bajita, pero sigue siendo enorme. Hay gente que la llama "El Dedo" y algunas mentes calenturientas ven en ella un símbolo fálico. Yo ahí ni entro ni salgo, allá cada cuál con sus fantasías.

Siguiendo el camino he llegado hasta el Castillo -que desde que lo arreglaron y lo hicieron Parador Nacional, se marchó el fantasma de Doña Blanca de Navarra que antes habitaba sus ruinas y a la que íbamos a rondar las noches de luna llena para aliviarle un poco el cautiverio al que la sometió su esposo D. Pedro I el Cruel nada más casarse y sin consumar el matrimonio, solo para seguir solazándose con su amante María de Padilla, que los hay cabrones- y he rodeado la muralla hasta la Puerta del Sol, que sale a la Calle Mayor a la altura de la Iglesia de Santiago, que después de muchos años en ruinas, la restauraron y ya no es iglesia sino una sala de exposiciones, conciertos y distintas actividades culturales.

Y, claro, me he encontrado con la Catedral de frente. Ya solo me quedaba subir la cuesta hasta esa casa cubierta de yedra donde tengo el privilegio de que mi hermana me dé cobijo.

domingo, 9 de enero de 2011

LÁGRIMAS EN LA NIEBLA

La carretera penetraba en la niebla y el coche avanzaba dejando atrás dos hileras de árboles desnudos con su esqueleto recortado entre la bruma. A pesar del algodón sucio que los envolvía podía distinguirse hasta la más mínima ramita, hasta el palito más diminuto arañando el velo de agua. Era víspera de Reyes y yo cumplía la tradición como todos los años desde hace dieciocho. Y es que esta es la fiesta de los niños y tú, como Peter Pan, has conseguido ser niño para siempre.

Así que me fui a Sigüenza una vez más, a dejarte un ramo grande de claveles blancos que parece una tarta de nata; una tarta de nata que, por muchos años  que pasen, siempre tendrá las mismas ocho velas.

Iba casi muerta, con el corazón petrificado; hacía tres días que se había negado a trabajar, estaba en huelga de lágrimas, como si se hubiera vaciado el depósito. Un dolor seco y paralizante me había bloqueado el alma.

De repente algo falló; se encendieron unas luces incomprensibles sobre el salpicadero y el coche empezó a dar pequeños trompicones parecidos a los estertores de un moribundo. En medio de aquella carretera desolada y fantasmal me sentía igual que un piloto suicida a bordo del avión que le habría de llevar a otro mundo, quizá mejor que éste. Paré y me quedé sentada al volante, mirando sin ver a través de la espesura gaseosa que me rodeaba. 

No sé cuánto tiempo estuve allí, hasta que vi por el retrovisor dos luces que atravesaban la nube gris y un todo terreno se detuvo delante de mi coche.  Un rostro de hombre con gorra se acercó a mi ventanilla. Bajé el cristal.

-Señora ¿podemos ayudarla?

No acerté a pronunciar palabra. Me quedé mirando los ojos del guardia civil y balbuceé algo sin sentido. No sé por qué los ojos solícitos de aquel desconocido hicieron que se me abrieran las compuertas y noté que mi rostro se contraía en un puchero, como el de un niño pequeño al que da vergüenza romper a llorar; en un momento los pucheros se convirtieron en hipidos roncos y después en sollozos que me sacudían todo el cuerpo y las lágrimas brotaron como dos manantiales inagotables de aguas termales; dos cascadas calientes y saladas que nacían en un punto indefinido de quién sabe qué profundidades. Era como si se desbordara un pantano, como si algo me reventara por dentro, como si se licuara el dolor y se derramara sobre el asfalto.  

Ignoro el tiempo que estuve llorando ante la mirada atónita del guardia. Solo sé que después me invadió la placentera sensación que dicen que acompaña al último suspiro.

-Muchas gracias, no se preocupe. Creo que ahora puedo seguir.  

lunes, 2 de agosto de 2010

ANTES, AHORA, SIEMPRE

Una vez más me encuentro entre tus piedras.
Nunca me fui de aquí, vivo escondida
detrás de cada esquina erosionada.
Aquí están mis edades y me miro
desde el otero fiel de la existencia,
una vez alcanzado mi futuro imperfecto.

Me tomo de la mano
y juego al escondite por tus pinos
esquivando tristezas
-tiempo habrá de que lleguen
y de que tú las veas-
y lloro sobre el hombro de la luna
con lágrimas de broma, porque llorar
era un juego de niña enamorada,
una manera de pasar el tiempo.

Vuelvo a soñar los sueños que soñaba
por tus mismos caminos, en veranos exactos;
suenan las diez en el reloj de siempre
y, a regañadientes, me acompaño a mi casa.

Hoy, los mismos parajes
me ven pasar apoyada en mi brazo;
ando a pasitos cortos, descansando
sobre cualquier peñasco que me acoja,
mirándome los pies mientras camino
no vaya a tropezarme con mi historia.

viernes, 9 de enero de 2009

LOS REYES

El día cinco, los árboles desnudos del camino del cementerio estaban cubiertos de escarcha y parecían de cristal. Los cardos secos, las espigas, todas las pequeñas criaturas vegetales que pueblan las cunetas, se habían vestido de lamé de plata, se conoce que para la noche de Reyes, y era como adentrarse en un paisaje de cuento. A Jaime le dejamos claveles blancos y rosas que enseguida se quedarían tan helados como mis manos al colocarlos.

Los Reyes Magos me han traído unas botas; pero los Reyes Magos este año están a por uvas y me han traído dos botas distintas; no dos pares, no; dos botas distintas, cada una de un par de diferente modelo. Será por la crisis o porque han salido de Oriente despepitados, casi sin mirar lo que metían en sus sacos; demasiado han hecho los pobres, tal como está el patio por esos pagos. Confieso que me pierdo en el rompecabezas del eterno conflicto entre israelíes y palestinos porque las causas primeras ya se hunden en los abismos de la historia. Desde la creación del Estado de Israel, al término de la Segunda Guerra Mundial, los judíos no han parado de zumbarse con todos sus vecinos árabes y pasaron, en un pispás, de víctimas del holocausto a verdugos de los palestinos. Cuando la Guerra de los Seis Días, yo tenía dieciocho años recién cumplidos, acababa de formalizar un noviazgo que ya duraba dos -en las mismas condiciones que si fuera formal, vamos, en absoluta exclusividad- y, la verdad, tenía la cabeza en cosas más importantes, como qué hacer para llenar los cuatro años que me faltaban para casarme. Así que no me ocupé ni me preocupé mucho de que, al acabar esos seis días, Israel se hubiera anexionado la península del Sinaí, la franja de Gaza, Cisjordania, los Altos del Golán y no sé qué más. He crecido, he madurado y estoy envejeciendo con la música de fondo de las innumerables guerras, guerrillas y escaramuzas de la zona sin entenderlas demasiado. En ésta como en todas las guerras, supongo que la razón no la tiene nadie, más que nada porque la violencia siempre acaba con la razón -¿quién dijo aquello de la fuerza de la razón y la razón de la fuerza?- pero sea cual sea la proporción de razón y de verdad que tenga cada uno, para los que estamos fuera es imposible mantener la equidistancia emocional, porque la diferencia entre David y Goliat es tan desmesurada que todas las razones y todas las verdades se diluyen en los ríos de sangre que anegan la franja de Gaza. Y una, desde fuera, sueña con que David atine con la honda y coloque la piedra en medio de la frente de Goliat, le hiera de muerte y le decapite. Aunque en la Biblia David era judío y Goliat filisteo, supongo que se entiende el símbolo.

Estremece abrir el periódico y ver los telediarios, y asombra el nivel de sofisticación que ha alcanzado la maquinaria del exterminio. Hoy son más bestias que ayer pero menos que mañana. Hoy el Consejo de Seguridad de la ONU, en un alarde de reflejos, ha sacado adelante una resolución para instar al alto el fuego, con la abstención generosa de Estados Unidos, que no se molesta ni en disimular. Resolución que Israel se ha pasado por el forro inmediatamente y Hamás dice no sentirse aludida. Además se ha suspendido la ayuda humanitaria porque ayer fue atacado un convoy de Naciones Unidas y murió un trabajador.

Da miedo, miedo y vergüenza pertenecer al género humano.

A pesar de todo, los Reyes Magos han acudido a su cita y este año ya se ha reflejado la sorpresa en los ojos de los gemelos y de Almudena, mientras los de Palomita sonreían desde la sabiduría de sus siete años. Me da la impresión de que tiene más dudas que el panhispánico, pero no se las confiesa ni a sí misma. Marcos nos ha ofrecido un desfile de disfraces digno de Mortadelo; cuando ha aparecido con la armadura y el yelmo de Darth Vader empuñando la espada incandescente, los gemelos han roto a llorar horrorizados, como es natural.

La vida no se para nunca y la muerte tampoco.

domingo, 5 de octubre de 2008

LA MUERTE AGAZAPADA

Está ahí, siempre está ahí; aunque no la intuyamos, aunque no contemos con ella; agazapada, camuflada en la maleza del vivir, escondida tras las esquinas, amenazante. Nos olvidamos de ella, pero está ahí, esperando el momento de asestar el golpe; puede venir despacio, ejecutar un trabajo minucioso y lento, de artesano paciente; o dar una puñalada certera, directa al corazón. O hacer una chapuza rápida y siniestra, como ahora, dejando un rastro de sorpresa trágica, de dolor perplejo, de dudas, de porqués.

Me encontré a Ricardo en Sigüenza hace poco más de veinte días, cuando fui en el aniversario de Jaime. Estaba estupendo y se lo dije; algo más gordo -menos flaco, para hablar con propiedad- Es que he dejado de fumar, me confesó con una media sonrisa un poco triste. Por lo visto, todos llegamos a ese momento en que nos hacemos mayores y vemos las orejas al lobo. Ricardo se ha pasado la vida sorteando las orejas del lobo y hasta los dientes. Y siempre ha dejado al lobo con tres palmos de narices. Y ahora, cuando había decidido sentar la cabeza y llevaba una vida apacible y sin riesgos, el lobo le ha pillado a traición; todavía no sé lo que ha sido, de repente se encontró mal, no podía respirar, se fue al ambulatorio. De allí, en ambulancia, a Guadalajara. No quiero hablar de incompetencia porque no tengo los datos, el caso es que llegó en coma. Traqueotomía de urgencia, inútil. A los tres días, muerte cerebral, electroencefalograma plano. El corazón latiendo absurdamente, sin ton ni son, movido por las máquinas; como si fuera de otro. La terrible decisión de soltar los cables.

Mis amigos se mueren en un goteo implacable que ya es un torrente. Un torrente que poco a poco se va llevando mi infancia, mi juventud, mis recuerdos, mi vida. Coro, Paloma, Ricardo -otro Ricardo- Rafa, Antonio, Javier, Marcos, Pepe, los dos José Ignacios, Juan; Chanchi, Laura; mucho antes Tomás y luego Manano, ambos en plena juventud. El accidente de Fran y Maita que fue mi primer encuentro con la muerte cara a cara, de sopetón. No quiero olvidar a ninguno, pero no sé...son tantos que quizá alguien se pierda en algún recoveco de la memoria. Unos, amigos íntimos, de siempre, de los que han crecido conmigo y juntos nos hemos hecho ya casi viejos. Otros los perdí de vista, se fueron por caminos distintos en este laberinto que es la vida, pero todos ocuparon un lugar que sólo ellos podían llenar; todos dejaron un agujero negro en mi pasado y algunos en mi presente. Las fotos de mi adolescencia, de mi primera juventud, de mis años de recién casada, de mi madurez, tienen demasiadas siluetas vacías. Todos ellos juntos constituyen la muerte de una parte imprescindible de mi historia personal, de mi recorrido vital. Pero cada uno es único e irrepetible y en mi recuerdo todos tienen al menos un instante de exclusividad.

Ya nadie va a mirar el mundo tras las gafas de Ricardo, ni nadie puede desdoblar su sonrisa pequeña e irónica, ni nadie va a tener sus ideas geniales, ni su creatividad, ni su irresponsabilidad, ni su locura, ni sus privilegiadas manos artesanas. Ricardo es Ricardo y se va ahora, cuando se estaba convirtiendo en un burgués casi sin darse cuenta.

Sus aciertos y sus errores, él los sabrá. Pero con todos ellos, ojalá haya sido un poco feliz. Yo tengo desde el jueves, cuando me enteré, un nuevo agujero negro en el corazón.


sábado, 16 de agosto de 2008

BEGIN THE BEGUINE

Podría volver a repetir punto por punto lo que escribí el año pasado por estas fechas cuando conté el comienzo de las fiestas de Sigüenza, que coincidía con el final de mis dos semanas allí con Jesús y Sara y los niños. Porque sí, la cabalgata ha sido igual de cutre aunque quizá menos despendolada. Este año no estaba la monja en la ventana del asilo tapándose la boca para ocultar su risa y en general todo me pareció como más mortecino, con un aire de rito que hay que cumplir, pero escaso entusiasmo. Yo me bajé a verla como siempre al bar Gayusa donde todos los años me encontraba con mis amigos y hacíamos unas risas tomando cañas, pero esta vez sólo estaba Pedro Cabrera, el marido de Fajas, y gracias a él no sucumbí a la melancolía que produce la alegría prefabricada y programada en una fecha y hora concretas. Porque Pedro es un tío divertido donde los haya que siempre se las arregla para crear buen rollo a su alrededor. Y no es que yo lo diga, que es opinión unánime en los lares seguntinos. Los gemelos vestidos de Pepinillos sí han sido una novedad en estas fiestas, que ellos solitos eran la atracción de la Alameda.

Para mí también ha sido una agradable novedad el duo "LIBRA", que aunque me han dicho que ya vinieron el año pasado yo no los ví, no sé dónde me metería. A Eva y Roberto los ha traido la peña El Grupo Mixto que, como su nombre indica, acoge a todos los que no están encuadrados en ningún grupo concreto y que precisamente por eso reciben bien a todo el mundo y encima nos dan salmorejo y jamón de Jabugo a los que pasamos por allí. Pues el duo LIBRA nos amenizaba los aperitivoscon su música y su buen humor. Eva creo que es cubana -ella me corregirá- pero habla como los de Madriz y lo mismo le da a la copla que al son, al merengue, al blues o a la chanson française en la línea de Edith Piaff, todo con una calidad y un estilo muy superior a lo que estamos acostumbrados en Sigüenza. Tiene una bonita voz, estilo y swing que le sobran; es elegante y sensual a la vez sin caer en la chabacanería. Roberto la acompaña de cine con el saxo, la trompeta o la flauta, según pida la pieza y entre los dos se llevaban de calle a la peña, no había hora de irse a comer. Estos chicos merecen una oportunidad. Y también merece una oportunidad la pareja de críos -de siete u ocho años- que salió a bailar y nos dejó a todos boquiabiertos. Bailaban vals, pasodoble, fox-trot o rock and roll como dos profesionales, no sé por qué no van a "Mira quién baila" en vez de la Bordíu o similares. También les saqué un video pero lo he borrado sin querer, patosa que es una.

No todos los que han actuado en las fiestas de Sigüenza son como LIBRA. Se organizó una pequeña movida político-religiosa con un grupo punky denominado OSTIA PUTA, así, sin H ni nada, que actuó en la plaza de toros. Mi hermana, como representante del sector más ultra del personal, redactó un escrito dirigido al Ayuntamiento protestando por subvencionar a un grupo con semejante nombre, que parece ser que ofendía su sensibilidad, con la correspondiente recogida de firmas. Yo lo firmé más que nada por no discutir -mi hermana me lo puso a la firma según entré por la puerta de su casa a ver a mi madre- y sobre todo porque sonaban horroroso y me machacaron la cabeza con el concierto de marras, que parecía que los tenía metidos en mi cuarto, ¡la ost... put.. que noche me dieron!

Pero todos los días no han sido de fiestas. Después de lo que conté en el anterior post me tuve que ir a Sigüenza, pues eso ya estaba planeado desde siempre y Jesús y Sara contaban conmigo; habrá que ir viendo cómo compaginamos la nueva situación con todo lo demás. Me fuí un poco con la muerte en el alma y con sentimiento de culpa, dispuesta a repartirme entre Madrid y Sigüenza, entre la familia y el amor. Vine un par de días y otro tuve visita y así han pasado las dos semanas, mal que bien. Aparte de los nietos y de acompañar a mi madre, he estado flotando en una soledad que no era tal porque cuando se echa a alguien de menos, cuando las ausencias tienen nombre y rostro, son menos ausencias. Además, buscando el lado bueno, quizá fuera conveniente dejar espacio para que las ideas, los pensamientos y los sentimientos encontrados se acomodaran y este revoltijo de emociones fuera tomando forma.

Y ahora volver a empezar, una vez más. Con las maletas a cuestas porque la vida no ha pasado en vano por ninguno de los dos, pero con ilusión y con fuerza para cargarlas. Cuatro brazos pueden más que dos, aunque la carga sea doble.

domingo, 27 de julio de 2008

LOS SANTOS VERANEANTES

Este puente de santos diversos siempre lo paso en Sigüenza. El desfile celestial y familiar ya empezó el día 16 con la Virgen del Carmen, marinera y patrona de la Marina y, desde hace dieciséis meses, representada en mi familia por la gorda, que ha robado el protagonismo a mi cuñada Mamen, se siente. Entonces estaba yo levitando a veira do mar, con la mente un poco obnubilada por las emociones y los sentidos en plena ebullición.

El 24 viene Santa Cristina, de la que sólo sé que nació en el siglo IV de la era cristiana, hija de un general pagano que la arrojó al mar con una rueda de molino atada al cuello por abrazar la fe cristiana sin pedir permiso; eso es educación para la ciudadanía y lo demás son mariconadas. También se celebra ese día Santa Aguamarga, de la que no dispongo de más fotos que la que guardo en mi cabeza del único día que la ví en carne mortal, pero que sigo pensando que fue una suerte encontrarla en la blogosfera, en la que ha dejado un hueco que sólo ella puede llenar y no pierdo la esperanza de que lo haga algún día.

Sé que para ella, como para mí, el protagonista del mes es Santiago, bajo cualquiera de sus nombres; en mi caso y en mi casa, se le conoce más por San Jaime; no pudo vencer con su espada a la muerte y, desde hace dieciséis años, el día 25 me acerco al cementerio bajo un sol de justicia y dejo un enorme ramo de margaritas. Este año han venido conmigo mi madre y mis hermanas y le han regalado claveles rojos y amarillos formando la bandera española, que para eso es el Santo Patrón. Ahora tenemos otro Jaime, el gemelo, que nunca le va a sustituir pero que también le quiero con un cariño nuevo; superó el kilo seiscientos con que vino al mundo y hoy se pelea con su hermana en igualdad de condiciones. Y es que esto del cariño es inagotable y se reproduce por bipartición, como las amebas.

El 26 tenemos overboocking, con Santa Ana y Santa Solateras; mi madre, mi hija y yo misma. Junto con San Joaquín -un recuerdo para mi Sabinita- es la santa de las abuelas; creo que estoy cumpliendo sobradamente con mi destino y, no digamos, mi madre que de momento tiene siete bisnietos y todavía le quedan muchos nietos sin estrenarse en esto de la paternidad/maternidad. Ese día ella es la protagonista absoluta y, a pesar de lo que diga, está estupenda y va a conocer a unos cuantos bisnietos más. Ayer nos invitó a cenar a Alcuneza y estaba guapísima presidiendo la mesa en una noche estrellada y cálida, gloriosa, de esas con las que a veces nos regala Sigüenza. Ojalá sigamos celebrando Santa Ana muchos años más, con la lucidez que ahora tiene y esa capacidad de ponerse en el pellejo de cada uno de sus hijos y comprender nuestros problemas, tan diversos y, sobre todo los míos, tan distintos a los que ella ha tenido nunca. Un lujazo de madre.

Hoy es San Aurelio, nombre romano y de fonética un poco antigua. Mi padre siempre presumía de que contenía las cinco vocales. Busco en internet la historia del santo de mi padre y me encuentro varias versiones; una dice que era un obispo armenio del siglo V, amigo de San Agustín y de San Ambrosio, los dos grandes doctores de la Iglesia, aunque del primero se cuenta que en su juventud fue bastante pendón. Otra versión le sitúa dos siglos después y dice que era un joven de Córdoba casado con santa Natalia y que ambos sufrieron persucución y fueron decapitados por no hacerse musulmanes. No sé, supongo que son dos santos distintos pero me pega más que el de mi padre sea el de Córdoba, porque era moreno de verde luna y ojos muy negros y daba muy bien en una foto que tengo en la que aparece vestido del moro Alifafez, en una representación de La Venganza de Don Mendo que hizo en la Escuela Naval. En cualquier caso lo que sí le cuadraba es lo de que su nombre viene de aurum que significa oro y no porque fuera dado al lujo, que era un hombre austero donde los haya, sino porque para mí era una joya aunque, si de algo me lamento, es de no habérselo dicho lo suficiente. Con mi hermano no lo tengo contrastado, pero cada una de sus tres hijas nos creemos que éramos su favorita, no sé cómo lo hizo. Qué piensen lo que quieran, pero yo sé que era yo.

El desfile de julio se acaba con Santa Marta y Santa Fajasruiz, el día 29. Marta anda por los mares del sur con el amor renacido de sus propias cenizas, que esta niña me mata con tanto sobresalto. Desde aquí un abrazo para Luisa y Manolo, que estoy encantada de recuperarlos como consuegros, y mi inmensa gratitud por su comprensión.
Fajasruiz, tan lejos de mí ideológicamente, es una tía lista con la que me lo paso muy bien cuando la veo, con un sentido del humor cáustico y mordaz y una pluma ágil y fresca. Me gusta su blog y además me entero de los ecos de sociedad seguntinos. San Ignacio, el 31, cierra el mes. También tengo un sobrino y además es el cumple de su padre, mi hermano. Y no me puedo olvidar de mi amigo Ignacio, alias "El Dúples" que no sé si es consciente de cuánto le tengo que agradecer que me invitara a su sesenta cumpleaños. Pues felicidades a todos y gracias por estar en mi vida.

A parte de los santos, el mes de julio ha repartido felicidad y dolor a manos llenas, quizá demasiado llenas. El amor que, cuando es de verdad, es el sentimiento más noble y el que nos hace más felices, también es el que más dolor nos puede causar. Y es que el amor es un lujazo que no está al alcance de cualquiera; por lo visto algunos no nos lo podemos permitir. O no nos lo merecemos, no sé.

domingo, 27 de abril de 2008

FLORES

Ayer, 26 de abril, fue un día paradójicamente esplendoroso. Las fechas es lo que tienen, que van a su bola, sin tener en cuenta si son importantes o si tienen un matiz triste o alegre para unos o para otros. Para mí el 26 de abril es y será siempre el cumpleaños de Jaime, independientemente de que llueva o haga sol. Y es y será una fecha importante. Cumplí mi ritual, que habrá a quien le parezca ridículo y fuera de lugar, después de tanto tiempo; pero es lo único que puedo hacer, escribirle un post desde aquí y poner flores frescas en su tumba. Qué más quisiera yo que poder regalarle el último videojuego.

Pitoya me acompañó y, como digo, hacía un día radiante y Sigüenza lucía sus mejores galas de primavera; en la Alameda olía a pan y quesillo, las flores de las acacias. A Sigüenza es imposible ir de incógnito; subimos directamente al cementerio, sin parar el coche en el pueblo; lo dejamos a la entrada del camino y fuimos dando un paseo. Pues antes de llegar ya estaba sonando mi móvil, alguien nos había visto y nos llamaban para invitarnos a compartir un cordero. Como para ir allí con un novio clandestino, sale una en El Afilador al día siguiente. Dijimos que sí, claro, las dos somos mujeres fáciles.

En el mercadillo de la fruta compramos unos pimientos verdes, pequeños, redondos y brillantes, ideales para rellenar; calabacines, puerros, tomates de verdad, no de imitación, como distinguió el mañico que atendía el puesto; nos regañó por elegir los pimientos, pero en buen tono y con gracia y nos recomendó que compráramos berenjenas porque, por lo visto, curan la mala leche a las mujeres de entre treinta y cuarenta; pero es que la nuestra hace muchos años que no tiene cura, estamos absolutamente desahuciadas y no hay berenjena que lo remedie.

Una caña en el Triunfo, con Fajas y otros amigos, haciendo unas pocas risas y a comernos el cordero con Ignacio, Santiago y Begoña. Una copa al solecito y vuelta p'a los madriles. Bueno, no exactamente, que nos quedamos en el paraiso de Pitoya, con Bola, su perra rubia, grande, peluda y mimosa, que nos recibió frotándose en nuestras piernas y mirándonos con sus maravillosos ojos color ámbar. Llegó Engra con Paco y fue una delicia tomarse un gin-tonic con gente inteligente y sensible, que sabe disfrutar de la luz del atardecer y de las lilas blancas y las retamas. Y hablar de política sin discutir y sin meternos el dedito en el ojo, que ya es difícil con la que está cayendo; los piratas, con diez cañones por banda, nos asaltan los barcos pesqueros; la economía, que está como está, y el arroz por las nubes; todo por la culpa, culpita, de Zapatero, off course.

viernes, 21 de marzo de 2008

JUEVES SANTO

Hacía mucho que no iba a Sigüenza, creo que fui en enero, un día cercano a Reyes, que voy siempre porque es un día de niños y, bueno, Jaime siempre será niño. Pero no había vuelto. Ya he dicho algunas veces que aunque adoro Sigüenza, tengo amigos y conozco a todo el mundo, hace años que no pertenezco a ningún grupo y estoy un poco perdida, un poco desubicada. Y no hay peor soledad que la soledad entre conocidos, voy por ahí saludando a todo el mundo, dando besos aquí y allá -qué ricos tus nietos, cómo está tu madre- y al final no estoy con nadie. La soledad anónima de Madrid no me importa, a veces hasta me gusta, pero allí es otra cosa.

Hoy llevaba la compañía puesta y lo he pasado bien. He ido con Chines y Rose y allí se nos han unido Paloma y Nina, así que ha sido un estupendo día de chicas. Contra todo pronóstico hacía un tiempo espectacular, un viento frío se había llevado las nubes y las torres de la Catedral destacaban majestuosas contra el cielo de un azul casi añil.

Yo quería que mis amigas vieran ese ambiente de Semana Santa, mezcla de fervor, tradición y el proverbial borracherío, con los armaos tomando vinos por los bares vestidos de armaos, pero resulta que el Jueves Santo no hay procesiones, vayapordiós, y los armaos estaban por los bares, claro, pero vestidos de señores corrientes y no es lo mismo. Los cronistas no se ponen de acuerdo en cuanto al origen de los armaos. Parece ser que son los sucesores de los Hermanos de la Disciplina, que desde el siglo XVI o así, eran los encargados de portar los pasos en las procesiones.

Como las costumbres cambian que es una barbaridad, hoy ya no tienen disciplina ninguna pero da lo mismo porque llevan los pasos divinamente, muy disciplinados y con sobrada prosopopeya. Vamos, nadie diría de algunos que yo me sé que son pecadores de reconocido prestigio. Y perdonad la manera de señalar.

En el primer bar que hemos entrado yo he pedido una limonada y Rose, que es neozelandesa, se ha quedado perpleja de que pidiera eso con el frío que hacía, seguramente creía que era un granizado de limón; pero cuando ha visto lo que es, le ha cogido afición y no ha perdonado un bar sin probarla; claro, luego le dolía la cabeza. Hemos comido muy bien en el Sánchez -más conocido por El Tranfullas- hablando de tíos, naturalmente, que para eso estábamos sólo mujeres.

Paseo por las Travesañas y, al caer la tarde, por la entrada del pinar. Pero cuando se ha ido el sol se nos ha congelado hasta la conversación y hemos vuelto a Sigüenza, dejando atrás una luna llena pálida que se escondía entre los pinos.

domingo, 4 de noviembre de 2007

NOVIEMBRE

Sigüenza en noviembre es un regalo. La alameda brilla con un sol acogedor y está muy elegante con sus galas de otoño. Los chopos se han vestido de amarillo intenso, los álamos han elegido un tono ocre y las hojas palmípedas de los castaños de indias están ribeteadas de color tabaco. Los árboles dejan caer sus ropas al suelo despacio, como los amantes. Estaba Sara con los niños. Marcos se columpiaba con sus pelos tiesos y Paloma presumía con su hermana en brazos. Almudena, toda de blanco, se parecía a un muñeco que yo tenía de pequeña que, no sé por qué, se llamaba Pedro.

Había mucha gente en el cementerio por eso de la fecha. Me gusta cuando está silencioso y vacío pero el día ha amanecido precioso y he venido con Almu. He llevado a Jaime unas flores blancas y redondas como merengues. Sé que él no está aquí, pero yo coloco las flores al lado de su nombre mientras me llega desde el pinar el susurro de un viento suave y, de vez en cuando, el graznido de un grajo. Hago como que me mira y me sonríe. A lo mejor me mira desde quién sabe dónde y a lo mejor sonríe de ver a su madre poniendo flores sobre una losa.
Almu y yo hemos dado un paseo por el pinar; asomadas al barranco, las dos nos hemos quedado calladas y eso es algo insólito tratándose de Almu que parlotea sin cesar. Me alegra ver cómo ha renacido mi amiga de sus propias cenizas y su capacidad para transmitirme su buen rollo y sus ganas de vivir. Entre la masa verde sobresalen algunas lucecitas amarillas, restos de hojas que aún quedan en lo más alto de los chopos y el cielo está pintado de un azul inverosímil, hasta un poco cursi. He pensado que la belleza hay que compartirla con quien se ama, que esta inmensidad verde salpicada de amarillo la abarcan mejor dos pares de ojos. Y una, que está mayor y ya no pide demasiado, se conforma con tener a quien echar de menos.

Luego, en los bares nos hemos encontrado a algunos conocidos; hay gente que parece que se siente en la obligación de decir alguna parida y casi sería mejor que no dijera nada, pero bueno, forma parte del programa...Los restaurantes estaban a tope y nos hemos sentado a comer cerca de las cuatro. Daba igual, no teníamos ninguna prisa y hemos comido despacio y disfrutando.

Anochece enseguida. Por la tarde hacía fresco y en Barbatona, el último sol, se escondía entre los pinos, lamía las copas redondas y se recogía en la fachada de la ermita. Daban ganas de abrazar a alguien pero, aunque quiero mucho a Almu que se estaba quedando frita en el coche, no es mi tipo. Así es la vida.

Hemos vuelto a Sigüenza persiguiendo unos jirones de nubes rosas, pero se nos han escapado.

miércoles, 15 de agosto de 2007

SE ACABÓ (de momento)

Cuando ayer se fueron Jesús y Sara con los niños, me atacó esa congoja extraña que se agarra a la garganta en las despedidas. Es una tontería pero me pasa todos los años. Despues de los besos y de decirles adios, tened cuidado, ¿han tomado las pastillas del mareo?, llamadme al llegar, vuelvo a subir a casa y me encuentro sus camas deshechas, las tazas con los restos de colacao, las galletas espachurradas y, en medio de ese caos, un silencio que no viene a cuento. Entonces me concedo un rato para asimilar el regreso a la soledad, me pongo un café, enciendo un pitillo y lloro un poco, sólo un poco, como por cumplir. Luego me entra el vértigo de la limpieza y el orden y me paso la mañana agarrada a la escoba, al trapo y a la fregona y poniendo lavadoras sin parar, porque estos chicos son estupendos pero lo del orden no es su fuerte. Paloma se dejó olvidado su gatito, así que lo metí en la lavadora con las sábanas y las toallas y lo tendí al sol colgado de las orejas. Que no cunda el pánico: es de peluche.

Por la tarde empezaban las fiestas y, también como todos los años, a las ocho en punto de la tarde Sigüenza enloqueció. Las campanas de la catedral y de todas las iglesias arremetieron al mismo tiempo un toque alegre, desordenado y caótico que envolvía el pueblo y los campos de alrededor, marcando el punto de partida al despiporre colectivo. Carrozas, charangas, disfraces, bailes, risas, en un ambiente que contagia al melancólico más recalcitrante. La noche anterior ya estaban allí, con su camisa de la peña y su pañuelo al cuello, Roger y Lynda, los americanos que cayeron aqui por casualidad en las fiestas de hace diez años y a partir de entonces vienen todos los sanroques desde California, como Hemingway a Pamplona. Los hijos de mi amiga francesa Marie Claire, que sólo habían estado en Sigüenza en estas fechas, se creían que en España todo el mundo caminaba dando saltitos y con los brazos en alto. A mí todo esto me da mucha pereza si lo pienso los días anteriores pero, cuando llega el momento, las charangas y los cohetes despiertan a la tía cachonda que llevo dentro, y no puedo evitar levantar los brazos y saltar de puntillas todo el rato, que acabo con unas agujetas en las pantorrillas de cuidado.

Así que me fui a ver la cabalgata para hacer fotos en plan turista, pero me contagié. Me pasó como a la monja que se asomaba a la ventana del asilo, que se tapaba la boca riéndose de la irreverencia de las carrozas, la muy picarona; yo creo que estaba loca por quitarse los hábitos y las tocas y quedarse en bolas debajo del cañón de espuma.
Por la noche, verbena en la Alameda, donde una chica muy joven y muy minifaldera y dos chicos igual de jóvenes pero sin minifalda, cantaban canciones de Tom Jones y de gente así de moderna y también pasodobles y hasta tangos. Y los más viejos del lugar se lo pasaban como enanos.

Yo volví a casa y cerré las ventanas. Tenía por dentro una extraña mezcla de excitación y angustia, vete a saber por qué. Esta mañana me han despertado los pepinazos que anuncian el encierro, he hecho las maletas y he vuelto a Madrid a encontrarme con la cruda realidad de los números rojos, el buzón lleno de facturas y la gardenia seca.

martes, 12 de junio de 2007

BAUTIZO Y DEPORTES

Los muros románicos de la Iglesia de San Vicente guardaban un frío silencioso y un poco místico y Marcos se ponía de puntillas, asomado a la pila bautismal, preguntándose por qué duchaba a sus primos aquel señor que iba vestido tan raro, si ya los habíamos bañado y echado colonia en casa. Y Palomita, muy formal y con sus ojos azules muy abiertos, no salía de su asombro. Carmen y Jaime berreaban a coro como si estuvieran poseídos por Damien y la niña del exorcista, pasando de mano en mano como la falsa monea, sin que nadie consiguiera callarles. Hasta que D. Gerardo el cura intercaló entre sus rezos la fórmula mágica: ¡chico llorón, bocabajón! ¡Ponedlos boca abajo! -no dijo ¡coño!, pero seguro que lo pensó- Mano de santo, se ve que tiene práctica este cura; el caso es que los berridos se fueron atenuando poco a poco, hasta transformarse en unos suspiros calmos y, una vez que estuvieron en gracia de Dios, los niños se quedaron fritos. Con tanto sobresalto, D. Gerardo se equivocó y, cuando echaba el agua sobre la cabeza de Jaime, dijo yo te bautizo con el nombre de Carmen.
El campo de Sigüenza había cambiado el verde jugoso y húmedo de hace unas semanas por un vestido de estampado floral y multicolor. Los senderos habían desaparecido en medio de unas laderas salpicadas de amarillo, blanco, rojo, azul -la vereíta, mare, cuajá de yerba- Los cardos camuflaban sus espinas entre espuma morada. En la calle del Peso, un solar olvidado tras una tapia, aparecía alfombrado de amapolas de lado a lado. Lenta pero segura, había estallado la primavera.

Yo me encontraba absurda con zapatos de tacón por unos lugares donde siempre voy con alpargatas o con botas, según la estación del año, tan impropia y tan fuera de lugar que me daba un poco de vergüenza encontrarme a la gente, pero pasee a mis nietos por la Alameda antes de comer y presumí como un pavo real. Por los niños, no por los zapatos.

Durante la comida se portaron como corresponde a unos niños recién bautizados, y nos dejaron degustar cosas tan normales como gazpacho de fresas con mejillón y otros platos de esos que todo el mundo se hace en un momento para cenar, con una bandeja delante de la tele; ¿quién no se prepara unos chupachups de codorniz con cremoso de morcilla para ver House? Jaime y Carmen, en cambio, opinan que donde esté un buen biberon que nos dejemos de experimentos de la nouvelle cuisine. Y, lo que son las cosas, estaba yo tan tranquila con mi carpaccio de corzo cuando pasó por delante de la mesa Angel Acebes con una prima suya, rubia y jovencita, y se instaló en el comedor de al lado. Es que me persiguen los políticos. Mi hijo sugirió que le hiciéramos una foto para la próxima campaña, pero casi que no.

La sobremesa se prolongó con copas y fotos. Yo me hice una con los cuatro nietos, pero dentro de un mes me tendré que hacer otra, porque Almudena está llegando ya. Esto no hay quien lo pare. A media tarde reventó una tormenta de padre y muy señor mío y después volví a Madrid para ver el partido con Arturo y fue de mucha risa cuando el Español se ganó el maletín en el último minuto.

El domingo todavía rugían las motos en los oídos y ya nos emocionaba Rafa Nadal, ganando al dios Federer en París de la France, con todo el público franchute en contra. Menos mal que no me gusta el automovilismo, que una no da para más.

Por otra parte, en la política todo superbién, o sea.

viernes, 4 de mayo de 2007

EL PUENTE

Este largo puente madrileño hemos tenido un tiempo endemoniado. Ayer en Sigüenza el día estaba desapacible y frío, con una lluvia molesta y pertinaz que no invitaba a las caminatas ni a la intemperie. Sin embargo el campo era un lujazo con sus nuevas ropas de color verde, jugoso y húmedo, cubierto de un cielo plateado y uno tenía la sensación de estrenar el mundo. Ahora que el mundo está recien pintado todo parece posible; la vida se insinúa, provoca, enseña sus encantos y se me olvida que estoy cansada. Esto no es serio, decididamente soy una mujer fácil. Quién sabe dónde habrán quedado mi hastío y mi desgana del post anterior. Trastorno bipolar creo que se llama lo mío. A lo mejor la cosa consiste en eso, en no esperar grandes locuras; a lo mejor ese trabajo tan aburrido y que me tiene tan harta me sirve, precisamente, para poder detenerme un momento sin agobios a mirar lo bonito que está el campo. Y para comprobar que la soledad no está tan sola porque uno tiene amigos con los que hacer unas risas y comerse unos huevos fritos. Y algunos, de repente, se hacen poetas. Y, sobre todo, la vida sirve para ¡al fin! querernos como es debido sin querernos todavía.

Cuando volví a Madrid me enteré de que en la plaza del Dos de Mayo, el 2 de Mayo se armó un dosdemayo de órdago a la grande, que la carga de los mamelucos del otro 2 de mayo, al lado de esto fue una gilipollez. Por un botellón de nada. Todo muy macarra y muy de aquí. También me he enterado de que la Pantoja, entre copla y copla, lavaba el parné de su Cachuli, que debía estar perdidito de mierda de tanto ir y venir en bolsas de basura.

Y me enteré de lo peor. Que la iniquidad humana no tiene límites y hay unos abogados que pretenden buscar una justificación a la mentira y a la infamia escarbando sin piedad en el dolor. Espero que ese juez tan calvo y tan serio y que lo está haciendo tan bien no permita semejante barbaridad.

Luego presenté a Cock a Jaime y Carmen, que están hechos dos soles. Jaime ya pesa tres kilos, el tío -un kilo en menos de un mes- y la gorda es una reinona que impone su autoridad a poquito que la dejen. Yo creo que me quieren un poco.

domingo, 8 de abril de 2007

VIERNES SANTO

Hoy, gris domingo de resurrección, he resucitado en mi casa con un día por delante de los que me gustan: sin nada que hacer ni reloj que mirar. Debo decir que este año la Semana Santa ha pasado por mí -o yo he transitado por ella- sin apenas enterarme de fervores ni folklores. Muy distinta de la del año pasado, que en Cádiz me sumergí en variopintas procesiones de cigarreras y capuchones. Estos días he estado ayudando a Ana como he podido en su nueva condición de madre a dos bandas, repartiéndose entre Carmen, que cumple su obligación de engordar a plena satisfacción y Jaime, que ahí anda el hombre, aquilatando cada gramo que gana como si de oro se tratara, pues de su peso depende que le den la condicional y vaya a casa a recibir todos los achuchones y besitos que le estamos guardando. A los familiares que no somos sus padres, sólo nos permiten mirarle un cuarto de hora al día, sin alargar nuestras sucias manos a su cuna, no vayamos a infectarle de cariño o algo. Yo lo paso fatal cada vez que voy, me muero de ganas de cogerle en brazos y decirle que aquí está su abuela para lo que guste mandar. Ana tiene los altibajos normales, entre el llanto y la alegría; entre el trasiego que lleva y las secuelas físicas del parto, pero todo marcha bien.

El viernes fui a Sigüenza. Mi amiga Chines tiene una conocida neozelandesa que
quiere comprarse una casa en algún lugar de campo próximo a Madrid y había encontrado en internet un anuncio de una que decía que estaba en Bujarrabal, a las afueras de Sigüenza. Me pidió información de la zona y fuimos a verla. Bujarrabal es un pueblito en medio de la nada del campo castellano, que está muy bien para perderse unos días con un amor -ya sea estructural o coyuntural, que diría un amigo mío- pero que para vivir allí tiene más de uno y más de dos inconvenientes, desde los catorce grados bajo cero que puede alcanzar en invierno hasta la ausencia total de una tienda donde comprar lo más indispensable, con lo que Rose, la neozelandesa, lo descartó. Pero yo, que no iba con esos intereses, me estremecí una vez más contemplando la inmensidad de la llanura alfombrada de verde, mezclándose en el horizonte con el gris amenazante de las nubes, y empapándome de silencio, sólo roto a lo lejos por algún tren que nos traía la imagen imprecisa de la civilización.

Comimos un menú impropio del Viernes Santo, en Saúca, pueblo mucho más famoso por los huevos fritos con lomo de olla de El Goyo que por el mágnífico claustro románico de su iglesia, uno de los muchísimos tesoros desconocidos que esconde nuestra geografía más rural. No sé si somos conscientes de tanta maravilla.

Siguenza, en cambio, estaba insoportable, tomada al asalto por el turismo, atestada de gentes vociferantes; los "armaos" andaban por allí de copas con su traje procesional y en los bares no cabía un alma. Saludos rápidos a algunos conocidos y visita al casco antiguo, castillo y catedral, para enseñárselo a mis acompañantes. Pero no era mi Sigüenza, austera y señorial. La multitud, cámara en ristre, que profanaba las Travesañas, despertó mis odios más ancestrales, como si toda esa gente hubiera penetrado en mi casa sin permiso. La explanada del Castillo era un mar metálico, abigarrado de coches. Hice una foto a las almenas y le dije adiós, amigo, vendré en otro momento, cuando nos dejen a solas.

miércoles, 24 de enero de 2007

UN MAL DÍA

No fue por Ariadna. Era una gran chica, he sentido mucho su muerte, pero no fue por Ariadna. Yo, como todos, también tomé cañas y me reí un poco. hice fotos y me comí un cabrito. Lo de Ariadna sólo fue un fugaz estremecimiento, el mínimo calambre de la buena educación; dí el pésame a Ricardo y era sincera, pero ahí acabó todo. Ahora escribiré una necrológica para El Afilador -me estoy especializando, para eso ha quedado mi vocación literaria- y encima quedaré bien con la familia.

Pero lo que se me agarró a la tripa mirando el campanario de las Clarisas no tuvo nada que ver. En esa espadaña había algo más que una campana muda; en un momento se asomaron todos mis fantasmas juntos, dándose codazos unos a otros para hacerse sitio. Y todos los miedos difusos a los que nunca quiero plantar cara. Me di cuenta de lo deprisa que ha pasado todo, de cómo me he tragado la vida sin apenas masticarla. Y me he sentido regular. Las cosas llegaban y las iba bandeando como podía, por instinto, sin calma ni madurez para decidir y sin pensar si lo hacía bien o mal. Tampoco había mucha elección, sobrevivir y punto. Creo que el sábado pasado se asomó al campanario de las Clarisas todo el tiempo que no viví, todo lo que la vida dispuso por mí -y para mí- sin consultarme.

Un proyecto que tenía sorpresa dentro, como el roscón de Reyes; sólo que yo disimulé, me guardé la sorpresa y seguí comiendo el roscón como si nada. El programa debía cumplirse, pese a todo. Los hijos vinieron y me dividí en cinco partes. O me multipliqué, no sé. Era él y yo. Jesús y yo, Ana y yo, Marta y yo, Jaime y yo. Jaime...Mi vida ya fue para siempre la vida de ellos. Y la muerte. En el camino se quedaron un montón de cosas sin hacer, irrecuperables ya. Ahora son Jesús, Sara, Paloma, Marcos y otra pequeña vida; Ana, Jesús, Jaime y Carmen; Marta y Alfonso. Y Jaime; pero a Jaime tampoco le hago falta. Me pongo muy pesada, todo el rato al teléfono ¿estáis bien? ¿Qué tal Marcos? cuidad de que no pase frío, que me da miedo. Ana, te he comprado unos juegos de cuna ¿cuándo tienes médico? Marta, mi niña ¿cuándo os váis a ese viaje a Praga? Vuestro padre ¿cómo está? Ahora mi vida sigue siendo la de ellos, pero yo sé que los necesito mucho más que a la inversa. Yo sé que soy perfectamente prescindible. Y, bueno, también escucho la radio y voy a manis y esas cosas. Y hay ratitos en los que hago tonterías, trato de recuperar un poco de lo que no viví, busco por los rincones de mi historia, intento llenar huecos; pero no sé, igual ya no es momento. Yo no soy la que era.

En Sigüenza empezaba a anochecer cuando todos esos fantasmas se asomaron en tropel al campanario de las Clarisas, negros contra el cielo de la tarde.

domingo, 21 de enero de 2007

GRANDES Y PEQUEÑAS EMOCIONES

Frente al camino del cementerio la muralla brillaba con una luz triste. Llegamos hacia las doce dispuestos a comernos un cordero y a pasar un día agradable entre amigos y nos recibió la noticia de la muerte de Ariadna. Desde que empecé a escribir este Blog, apunte, clumna o qué sé yo lo que es esto -yo tampoco lo sé, te lo juro- he tenido que dar cuenta de la muerte de varios amigos. Ariadna llegó a Sigüenza desde Argentina hace veinte años; no sé si tendría algo que ver, pero las fechas coinciden con otras de triste recuerdo en aquel querido país. Entonces era una chica muy joven dispuesta a establecerse como dentista. Ignoro las circunstacias que la trajeron a este pueblo de Castilla, pero enseguida se integró en el paisanaje del lugar y con su simpatía consiguió convertir el torno y el sillón en algo divertido. En Madrid hay unos pocos dentistas, sin embargo éramos muchos los que nos hacíamos ciento treinta kilómetros para que nos atendiera ella. Aquí nacieron sus hijas que hoy son dos guapas chavalas que hablan con un acento dulce, entre seguntino y porteño. Hace tres años la visitó el cáncer y ella siguió sonriendo y trabajando mientras pudo y animando con su fortaleza a toda su familia. Estoy segura de que antes de irse prohibió a Ricardo, su marido, que se le escapara una sola lágrima; fui a verle y me recibió con una sonrisa tímida, perdido en la frialdad del tanatorio. Ha sido una gran suerte tenerla entre nosotros estos años.

La vida es obstinada y casi siempre se empeña en seguir como si no pasara nada; de manera que el personal tomaba cañas en los bares igual que cualquier sábado y los árboles de la Alameda, están hechos un lío en este enero absurdamente cálido, se preguntaban por qué la gente paseaba sin abrigo y no sabían si terminar de deshojarse o empezar a brotar.

Comimos en la Venta del Miño, a unos cuantos kilómetros de Sigüenza por la carretera de Soria, en medio del áspero campo castellano
. Al llegar el aire estaaba vestido de purísima y oro y el sol arrancaba a la tierra un brillo húmedo y verde; tres horas más tarde el cielo se desteñía en un blanco lechoso y la tierra se había puesto un elegante abrigo color cobre. Tanta belleza junta me sobrecoge y me penetra hasta los tuétanos del alma, si en ese momento alguien me pasa el brazo por el hombro me puedo derretir como la mantequilla al fuego. Devoramos unas setas soberbias y un cabrito del país. Se rieron de mí por la caterva de nietos que tendré este verano y que , según mis amigos, me van a tener presa, aunque Ignacio se brindó amablemente a echarme una mano donde hicera falta. Y me sentí llena de gratitud a tanta gente que me quiere con todas mis varillas, aunque alguna de ellas se le clave; saben que, con una que intentaran quitar, el abanico quedaría inservible.

Al volver a Sigüenza, la campana del convento de las Clarisas se recortaba en su espadaña, negra contra el cielo de la tarde. No sé por qué me entraron tantas ganas de llorar.