martes, 10 de junio de 2008

del nombre propio...

El ser no se atrapa tan fácilmente ya que el hombre tiene un cuerpo que lo captura a partir de su imagen... Imagen falaz, que tiene una función de captación, y, hay que decirlo, de fascinación en el espejo para el sujeto.
Además, el interrogante sobre cómo fue deseado por sus padres es algo que insiste al llevar la marca de cómo cada sujeto ha sido instalado en el lenguaje.
La pregunta, ¿qué soy? es la que llevará a Lacan a considerar el nombre propio.

Hablamos de la identificación con el rasgo único del Otro, es decir que el sujeto recorta de ese Otro sólo una parte, un rasgo, una característica, que lo constituye, y a la vez, desbarata la totalidad absoluta de ese Otro. Y subrayamos que la identificación no tiene nada que ver con la unificación, que supondría un todo perfecto, el ideal de la unicidad, que dista del proceso de apropiación de un nombre, y su constante proceso de construcción.

Lacan introduce el nombre propio. Destaca que la función del significante es el punto de amarre en donde un sujeto se constituye y ubica ahí la función del nombre, pero no de cualquier nombre sino del nombre propio. A diferencia del nombre común que está a nivel del sentido, el nombre propio no porta el sentido del objeto sino que es algo del orden de una marca, un sello particular y único.

El nombre propio en sentido lógico es lo que no se atiene a la descripción sino que lo que nombra es la particularidad del sujeto. Si bien puede sufrir modificaciones, como en el caso de los apodos, no puede traducirse e implica una marca ligada a la escritura, al Otro. Es Otro, un extranjero, quien eligió lo más propio de nosotros mismos. Paradoja... Entonces, el nombre propio es el que especifica el clivaje, de apoyo del sujeto y es el que está especialmente ligado a recibir la información del trazo, eso que hará al estilo de cada quien. En la película “Sunshine”, del director István Szabó, se evidencian los efectos mortíferos que produce el cambio de apellido en una familia judía. Decisión que toman algunos de sus miembros con la ilusión de “asimilarse” a la cultura austro húngara, creyendo que los logros sociales y medallas obtenidas (semblantes), los protegerán del fascismo imperante. Lejos de que esto ocurra, la muerte se ensaña con uno de ellos que muere alienado, creyendo que su ser es igual a los semblantes de la cultura. Finalizado el régimen nazi, el único sobreviviente de la familia va a ser quien intuya que no es el mito familiar (tónico inventado por un ancestro), sino el apellido Sonnenschein que habían intentado eliminar, el que indica algo que le atañe. Es evidente que hay algo en el nombre propio que insiste. Insistencia frente a la cual, algunos intentan borrarla, (como en la película) y otros buscan adornarlo con mitos o historias. Pero Lacan, sin desconocer el carácter “idiótico” del nombre propio, se detiene en su grafía.

A pocas cuadras de acá, hay un negocio de vidrios y espejos que ofrece buscar historia de los apellidos. Propuesta que mucha gente agradece porque facilita una forma de dar sentido a su vida y “amigarse” con el apellido que le tocó.
Lacan, J. Laurent, E.
Foto: Universoperpendicular