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jueves, 20 de julio de 2017

VER NÁPOLES Y MORIR

 
 
RESUMEN:
Noviembre, 1941. Inglaterra por un milagro de tenacidad, ha resistido sola a la invasión alemana.
En el centro del mediterráneo, la batalla de Londres ha tenido su eco: La minúscula isla de Malta, ha resistido igualmente.
La aventura, es una misión que conduce a los bombarderos de la R.A.F. (Royal Air Force, La Real Fuerza Aérea en inglés, que es la rama aérea de las Fuerzas Armadas Británicas y la fuerza aérea independiente más antigua del mundo) sobre los objetivos militares de Italia.
Se trata de la última misión del avión bautizado con el nombre de “Annie Laurie” y de todas las peripecias de su aguerrida tripulación.
 
 
COMENTARIO:
Vedi Napoli e poi muori! (ver Nápoles y morir), es un dicho popular, ya recogido por Goethe en 1787 (Viaje a Italia), y que ha servido de título a varias películas y es un mantra en guías, camisetas, postales o tazas de café. En esta ocasión, como pueden ver, es el que lleva esta notable novela.
Pierre Nemours, antiguo corresponsal de guerra y escritor cuyas novelas fueron publicadas en Francia por “Fleuve Noir” y en España por EDISVEN, ha logrado revivir minuto a minuto la última misión de “Annie Laurie”.
 
¡PÓRTENSE BIEN Y NO TEMAN VIAJAR A NÁPOLES!


ÉSTE ES EL FINAL:
Hace nueve años atrás, cuando realizamos el ESPECIAL BÉLICO, esta novela fue seleccionada para ser parte de PORTADAS BÉLICAS PARTE DOS, si quieren ver dicha entrada, pinchen acá.
 
TÍTULO: VER NÁPOLES Y MORIR
AUTOR: PIERRE NEMOURS
COLECCIÓN: BÉLICA (Nº 7)
PORTADA: FLEUVE NOIR
EDITORIAL: EDISVEN S.A.
EDICIÓN: 1968

jueves, 26 de febrero de 2015

ALAS TRUNCADAS

 
 
 
 
 
Número 607 de la colección “Hazañas Bélicas” de Toray, publicada en 1966, “Alas truncadas”, sin ser de las mejores novelas de guerra de Carrados, es una entretenidísima aventura ambientada en la II Guerra Mundial.

 
Su título hace alusión a las vicisitudes por las que pasa su protagonista, Henry d´Arveilly, un francés libre alistado como piloto de combate en la RAF británica. Tras ser derribado sobre Francia, Henry cae en manos de la resistencia. Henry espera que los resistentes le faciliten el regreso a Inglaterra para seguir luchando. No obstante, tras identificarse es conducido a presencia de un hombre que dice ser el “auténtico” Henry d´Arveilly. Éste resulta ser Michel, un hermano que Henry no sabía que tenía, apartado de la familia por su padre desde el momento de su nacimiento. Michel, resentido profundamente por esa marginación, no duda en acusar a Henry de ser un impostor y un espía nazi. Aunque Michel intenta asesinarle, Henry logra escapar y va en busca de la mujer que crió a Michel. Nuestro héroe se encuentra en una situación muy difícil, pues debe esquivar tanto a los alemanes como a los resistentes hasta que consiga demostrar que realmente es quien dice ser.

 
La obra cuenta con todos los alicientes propios del género bélico, combinados sabiamente con una intriga familiar que engancha al lector y le sumerge en un relato tópico, pero muy interesante, con una conclusión típica de los bolsilibros, que satisfará a los amantes de esta clase de novelas de aventuras. Un relato ameno y trepidante que cumple a las mil maravillas con su único objetivo: entretener.


Antonio Quintana
Febrero de 2015

sábado, 6 de diciembre de 2014

LA MISIÓN DE “IRÁS Y NO VOLVERÁS”

 
 
 
 

Tras un título tan singular se esconde otra trepidante aventura bélica surgida de la fecunda mente de Clark Carrados. Número 13 de la colección “Metralla”, de ECSA, la novela sigue las pautas a que ya nos había acostumbrado el autor riojano en sus numerosas colaboraciones para Toray en “Hazañas Bélicas”, “Relatos de Guerra”, “Relatos de Guerra Extra” o la serie también llamada “Metralla” de Bruguera.
 
La novela narra la historia de Ronald Tracy, oficial americano que mantiene cierta enemistad con un superior por un asunto de faldas. Coleman, que así se llama el superior, aborrece a Tracy  aunque trata de disimularlo. Un día encuentra la excusa perfecta para intentar deshacerse de su rival por el cariño de una bella y caprichosa heredera: envía a Tracy a cumplir una oscura misión a una isla del Pacífico ocupada por los japoneses. Es casi una misión suicida, que en nada alterará el curso de la guerra, pero Tracy no puede negarse. No obstante, debido a un error del piloto del avión en que viaja, Tracy es lanzado en paracaídas en otra isla, ésta supuestamente desierta. Tracy no tardará en descubrir que allí existe una base secreta del enemigo, y a pesar de hallarse en clara desventaja, tratará de combatir a los nipones con todos los medios a su alcance, por exiguos que éstos sean.
 
Mientras tanto, un comando japonés de tres hombres ha incursionado con éxito en la base americana de la que ha partido Tracy, llevándose gran cantidad de documentación y haciendo prisioneros al coronel Coleman y a la sargento Beryl Chase, del cuerpo auxiliar femenino del ejército, una muchacha que ha empezado a sentir algo por Tracy. Los nipones y sus rehenes se dirigen a la isla de Kalehala, que los americanos creen desierta y los japoneses consideran como su gran baza contra ellos en ese sector del Pacífico. Pero nadie cuenta con Ronald Tracy, que pese a su inferioridad se revelará como un enemigo nada desdeñable.
 
Aunque se trata de un típico bolsilibro bélico, el argumento es muy interesante, y además cuenta con unos giros inesperados, muy caracterísitcos de Luis García Lecha, que lo hacen destacar por encima de otras obras similares. Como siempre, los pasajes de acción están muy logrados, consiguiendo transmitirnos la angustiosa sensación de hallarnos en medio de la batalla. Carlos Quintana padre sostiene que el bélico fue el mejor género cultivado por Lecha, y aunque no esté totalmente de acuerdo con esa afirmación, he de admitir que muchas de sus mejores novelas están ambientadas en la II Guerra Mundial. La que nos ocupa, publicada allá por 1980, con una vistosa cubierta de Norma, es de lo mejor que escribió Clark Carrados, un bolsilibro tópico, pero muy conseguido. Una novela que cumple a las mil maravillas con su objetivo: entretener.
 
 
Antonio Quintana
Diciembre de 2014

lunes, 22 de septiembre de 2014

LA SUBLEVACIÓN DE VARSOVIA Y “LA CORRECCIÓN POLÍTICA”



POR ANTONIO QUINTANA CARRANDI




El pasado viernes 1 de agosto se cumplieron setenta años de uno de los episodios más heroicos y terribles de la Segunda Guerra Mundial: el alzamiento en armas de la ciudad de Varsovia contra el invasor nazi, que habría de durar hasta el 2 de octubre de 1944 y se saldaría con el aplastamiento de los rebeldes. Tal acontecimiento puso de relevancia la valentía del pueblo polaco, la crueldad germana y la retorcida mentalidad del siniestro Josef Stalin, a la sazón dictador de la URSS. Por desgracia, la corrección política imperante desde hace varias décadas obliga a mostrar la maldad de los alemanes en toda su crudeza, mientras se minimiza la de los comunistas, tratando de disculparla con excusas tan vacías como absurdas. Como era de esperar, en este aniversario se ha puesto mucho énfasis en la espantosa lucha entre alemanes y polacos, dejando a los rusos en un segundo plano y mencionándolos sólo de pasada. Semejante actitud, además de intolerable, es vergonzosa, pues con ella se pretende escamotear al público una parte importante de la historia, que debería ser conocida por todo el mundo para una mejor comprensión de lo que pasó. Así pues, desvelaré los hechos puros y duros, para ofrecer a los lectores una visión más realista de tan triste suceso y acabar, de una vez por todas, con las leyendas urbanas sobre lo que ocurrió a partir de aquel primero de agosto de 1944.
 
En primer lugar, hemos de tener muy claro que la ofensiva del ejército Rojo estaba en pleno apogeo. Las fuerzas soviéticas se precipitaban sobre los nazis como un rodillo que lo aplastaba todo a su paso, y aunque los alemanes seguían siendo fuertes, era evidente que habían perdido la inicitativa y se estaban retirando paulatinamente. Los teutones, obligados a retroceder hasta Polonia, donde había comenzado la guerra en Europa en septiembre de 1939, sentían un resquemor especial por este hecho, que sumado al desprecio que sentían por los pueblos eslavos, provocó que tratarán a los polacos incluso con más brutalidad que cuatro años atrás. Creyendo que los nazis habían perdido mucho de su empuje, y alentados tanto por el deseo de poner fin a sus crímenes como de expulsarlos de su ciudad, los habitantes de Varsovia, dirigidos por la resistencia, decidieron hacer frente al invasor. Pero en esta lucha épica no tomaron parte los comunistas polacos, que habían recibido órdenes muy claras de Moscú de permanecer al margen de la revuelta. Al mismo tiempo, las impresionantes fuerzas soviéticas detuvieron su avance a tan sólo unos km de la ciudad, permaneciendo los rusos como meros espectadores de una carnicería a la que podrían haber puesto fin rápidamente. De este modo, los rebeldes de Varsovia fueron aniquilados por los nazis en una lucha horrible, en la que los habitantes de la capital polaca llegaron a veces al cuerpo a cuerpo con el enemigo,  llevados por su desesperación. Casi tres cuartos de siglo después todavía trata de obviarse el papel de los rusos y del PC polaco en este capítulo del conflicto bélico. ¿Por qué los comunistas de Varsovia no tomaron parte en la sublevación? ¿Cómo se explica la no intervención del ejército soviético? Los adalides del comunismo, en un vano intento de lavar la imagen rusa, han tratado de excusar su comportamiento de las formas más peregrinas. Pero la verdad histórica es tozuda y no admite tergiversaciones, de modo que veamos lo que sucedió realmente.
 
Ante todo, dejemos claro que Stalin, un dictador tan cruel y asesino como Hitler, deseaba apoderarse de Polonia. Tal deseo obedecía tanto a la necesidad geoestratégica de crear un estado-tapón entre Rusia y Alemania, como a sus ansías de extender su poder a las naciones vecinas. Frío y calculador, cuando su servicio de inteligencia le avisó sobre la posibilidad de un levantamiento en Varsovia, ordenó a sus tropas que se detuvieran, a pesar de que ya estaban cerca de la capital de Polonia. Al mismo tiempo, ordenó a los comunistas de la ciudad, que como casi todos los del mundo, por aquel entonces, obedecían sus órdenes a rajatabla, que permanecieran ocultos y sin tomar parte en las hostilidades contra los germanos. Stalin era muy consciente de que en Polonia, una nación católica, los adeptos al comunismo eran pocos, y como ansiaba convertirla en un satélite de la URSS, calculó que aquella rebelión, que en privado tachaba de insensata, facilitaría sus planes. El Zar Rojo sabía que el ejército alemán, si bien muy debilitado, continuaba siendo una formidable fuerza de combate, para la que unos civiles en armas no serían rival. Así pués, optó por esperar tranquilamente a que los alemanes aniquilaran a los sublevados, que eran antinazis, o antifascistas, como se dice ahora, pero también profundamente anticomunistas. De este modo, los nazis, llevados por su ardor guerrero y por su furia vengativa,  le hicieron el trabajo sucio a Stalin, limpiando de elementos subversivos la capital polaca y allanando el camino para  una dominación comunista del país que se concretaría poco después, cuando los germanos siguieran retirándose perseguidos por el Ejército Rojo.
 
Los aliados occidentales poco podían hacer, salvo tratar de enviar algunos suministros a los rebeldes en paracaídas, que casi siempre caían en poder de las tropas germanas. Roosevelt y Churchill sabían lo que pretendía Stalin, y aunque en privado criticaron duramente la actuación del dictador ruso, en público no pusieron ninguna objeción a la maniobra del siniestro georgiano, lo que representa una mancha indeleble en las brillantes carreras de esos estadistas. Sea como fuere, la criminal actitud rusa y el silencio de Inglaterra y USA, cuyos mandatarios ni siquiera se atrevieron a afear a Stalin su conducta, significaron la implantación en Polonia de un régimen títere controlado por Moscú, que sumiría al país en una dictadura atroz. Durante más de cuarenta años se mantendría la prohibición de hablar sobre la actuación rusa en los sucesos de agosto de 1944 y, de hecho, casi todas las conmemoraciones de episodios de la Segunda Guerra Mundial se centrarían en el glorioso Ejército Rojo, que había liberado Polonia, y en las heroicas acciones de la resistencia comunista frente al invasor. De traca, vamos.
 
El Ejército Rojo tuvo un papel destacadísimo en la Segunda Guerra Mundial, rompiendo la columna vertebral de las poderosas fuerzas armadas germanas y contribuyendo a la derrota del nazismo. También liberó muchos campos de exterminio, dando a conocer al mundo las atrocidades cometidas en nombre del Nacionalsocialismo. Pero los rusos jamás promovieron gobiernos democráticos en los países que liberaron. Allí donde llegaban, la ocupación nazi era sustituida por la ocupación comunista, y ésta es una verdad incuestionable. Crearon gobiernos títeres por toda Europa del Este, reprimiendo a sangre y fuego cualquier intento de apartarse de la ortodoxia comunista, o más bien soviética, como ocurrió en Hungría en 1956, o en Checoslovaquia en 1968. Pero como no hay plazo que no se cumpla, ni deuda que no se pague, Polonia sería el primer país del otro lado del Telón de Acero en abandonar el comunismo, incluso antes de la caída del Muro de Berlín. En este evento extraordinario tuvo mucho que ver la visita oficial que en 1979 realizó a Polonia el nuevo Papa polaco, Juan Pablo II, que intentaron boicotear sin éxito los agentes del gobierno comunista, así como la eclosión de un movimiento popular surgido a la sombra del sindicato Solidaridad, liderado por un obrero firme y honesto llamado Lech Walesa. De este modo, la nación que había sido cruel y traicioneramente invadida por los nazis y por los comunistas en 1939, una de las que más terriblemente sufriera las consecuencias de la conflagración, lideraba la emancipación de los países de Europa del Este del yugo soviético.
 
Los polacos no olvidarán jamás el terror sufrido bajo la bota nazi, pero tampoco la dominación soviética y los crímenes perpetrados durante ella. Tampoco olvidarán la contemporizadora actitud de los aliados occidentales ante la infamia rusa, que si bien no podían hacer mucho sobre el terreno, sí que podrían haber sido fieles a sus principios protestando enérgicamente ante Stalin. Polonia ocupa hoy su lugar entre las naciones libres del mundo, pero su reciente pasado aún pesa mucho en su vida nacional. Como cada 1 de agosto, desde que alcanzará la libertad tras liberarse del control soviético, las sirenas de Polonia han dejado oír su estridente y triste lamento, y absolutamente todo el país se ha paralizado y ha permanecido en posición de firmes, en homenaje y recuerdo a los que encontraron la muerte luchando por la libertad. Vaya desde aquí mi respeto para ellos. La corrección política pro-soviética queda para otros.


Antonio Quintana
Septiembre de 2014

jueves, 7 de noviembre de 2013

LA ÚLTIMA COLINA


 
 
 
 
Hoy tengo el honor de reseñar una de las aventuras bélicas más apasionantes que escribió Luis García Lecha bajo su celebérrimo seudónimo de Clark Carrados. LA ÚLTIMA COLINA, número 304 de Relatos de Guerra, la inolvidable colección de Toray, apareció en 1966. En esta ocasión, Lecha fue políticamente incorrecto, ya que la novela está protagonizada por un destacamento japonés, que debe sacrificarse para proteger la retirada del grueso de sus fuerzas, acosadas por el ejército norteamericano en una remota isla del Pacífico.
 
Al mando de los valerosos soldados nipones está el teniente Dashai, un militar curtido en mil combates. Dashai no es el típico oficial fanático, dispuesto a todo para complacer a su emperador. Es un hombre corriente al que la guerra ha convertido en un guerrero eficaz, pero no comparte la visión que del conflicto tienen la mayoría de sus compatriotas. El joven teniente sabe que le han encargado una misión suicida. Personalmente, preferiría abandonar la isla con sus hombres, pero como oficial disciplinado no puede desobedecer una orden. Y así, queda al mando de un grupo de hombres audaces, armados hasta los dientes, con artillería incluida, que están dispuestos a contener a los yanquis durante el mayor tiempo posible. Dashai y los suyos se atrincheran en una colina, en la cima de la cual han colocado un alto mástil en el que ondea la bandera del Sol Naciente, bordada en seda por la esposa del comandante supremo del ejército imperial en la isla. Esa bandera, el símbolo de su patria, será defendida por las tropas de Dashai hasta el fin, convirtiéndose en una verdadera obsesión para los norteamericanos, que intentarán inútilmente derribarla.
 
Un médico y una enfermera enemigos caen en poder de los nipones. Dashai los trata humanitariamente y les pide que, a cambio, atiendan a sus heridos, pues él no cuenta más que con un sanitario. La enfermera, Mary Owrin, de ascendencia hawaiana, no siente especial simpatía por los japoneses, ya que su hermano murió en el USS Arizona durante el ataque a Pearl Harbor. Por su parte, el capitán médico Stone se niega a atender a los heridos del enemigo, lo que obliga a Dashai a tratarle con relativa dureza para convencerle de que cambie de actitud. Mientras tanto, se suceden las embestidas de las fuerzas yanquis, que son rechazadas una y otra vez por los hombres de Dashai, causándoles espantosas bajas. En vano intentan los americanos persuadir a sus enemigos para que se rindan. Los tenaces nipones están dispuestos a resistir hasta el final, hasta el último cartucho y el último hombre, como se les ha ordenado. Los ataques prosiguen, con devastadores efectos para la pequeña fuerza japonesa, cada vez más diezmada, pero resuelta a aguantar hasta el fin. Entre el mayor Smithers, el oficial yanqui que les insta a la rendición, y el teniente Dashai se establece, a pesar de las circunstancias, o precisamente por causa de ellas, una corriente de mutuo respeto y admiración. Ambos simbolizan las mejores virtudes castrenses, aunadas con un profundo sentimiento humanitario. Pero están en guerra y deben cumplir con su deber. Por otra parte, la enfermera americana y el oficial japonés comienzan a sentirse atraídos el uno por el otro, al tiempo que los marines redoblan sus esfuerzos para acabar con la resistencia de ese puñado de valientes. Cuando se acerca el final, cuando Dashai pierde su artillería y a casi todos sus hombres, deja marchar a Mary, que se aleja hacia las líneas americanas con el corazón embargado por el dolor, pues realmente ha llegado a apreciar a aquel oficial enemigo más de lo que quisiera reconocer.
 
Dashai se dispone a hacer frente a la muerte como un samurai, luchando hasta el último aliento. Pero cuando llega el asalto final de los marines, éstos actúan de un modo extraño, como si no quisieran matar a ese valeroso enemigo que tan implacablemente les ha hecho frente. Lo que ocurre es que el mayor Smithers, impresionado por la valentía y nobleza de su enemigo, ha ordenado que nadie dispare contra él, que se le capture con vida. Y así, Dashai terminará la guerra en un campo de prisioneros. Para un soldado fanático, como la mayoría de los integrantes del ejército imperial, esto sería una deshonra y habría optado por el suicido. Pero Dashai, como se ha dicho, no es un fanático. Ha hecho lo que ha podido y al final se resigna a su suerte. Smithers, por su parte, tiene un gesto honorable hacia su enemigo. Cuando los marines se disponen a arriar la bandera japonesa, que increíblemente ha ondeado durante los combates sin que nada pudiera derribarla, el oficial yanqui lo impide, alegando que sólo Dashai se ha ganado el derecho a arriarla y a quedarse con ella. Antes de partir hacia el cautiverio, Dashai y Mary se miran durante unos momentos, en absoluto silencio. Tal vez cuando todo termine, cuando la ominosa guerra haya concluido, puedan reencontrarse no como enemigos, si no como lo que realmente son: un hombre y una mujer.
 
LA ÚLTIMA COLINA tiene todos los ingredientes típicos de los mejores relatos bélicos, sabiamente combinados por el autor en una obra que no da descanso al lector, llevándole de sobresalto en sobresalto hasta su espléndida conclusión. LGL huye de concepciones maniqueas. En esta novela no hay buenos ni malos al uso, si exceptuamos al capitán médico Stone. Los nipones, como protagonistas de la historia, son retratados por el riojano como hombres normales y corrientes que luchan por su país. Igual que los americanos. Luis García Lecha, veterano de guerra, conocía bien el paño, y nunca se dejó influir por la propaganda o los prejuicios. Esta historia es buena prueba de ello. Disfrutemos, pues, de LA ÚLTIMA COLINA, uno de los grandes relatos de guerra surgidos de la fértil imaginación del gran novelista riojano.

martes, 6 de agosto de 2013

CRÓNICA DEL HOLOCAUSTO

 
 
 
He aquí uno de los libros más importantes, si no el que más, de los que se han publicado en los últimos diez años. Desde el final de la II Guerra Mundial hasta nuestros días, han aparecido miles de libros sobre el mismo tema, pero este es el más completo de todos. Nunca antes se había recopilado tanta información, tantos testimonios e imágenes sobre lo que Winston Churchill definió como el mayor y más horrible crimen de la historia de la humanidad. Esta obra excepcional, que vio la luz en los EE UU, fue concebida como una edición sin ánimo de lucro, de precio reducido, a fin de facilitar su distribución en colegios, universidades y bibliotecas públicas. Los autores son historiadores que ejercen la docencia en algunas de las más prestigiosas universidades norteamericanas, todos ellos reconocidas autoridades en historia de la II Guerra Mundial, el nazismo y el Holocausto. Docenas de entidades culturales y políticas, además de miles de particulares, prestaron su colaboración desinteresada para la elaboración de este impresionante libro.
 
Por sus más de 700 páginas desfila todo el horror y la barbarie desencadenada por la Alemania nazi contra sus más aborrecidos enemigos, los judíos, desde que alcanzaron en el poder en 1933, con el beneplácito de la mayoría de los alemanes, hasta el fin de la guerra. Impactante es, sobre todo, la documentación gráfica que ilustra los distintos apartados en que se divide la obra, entre la que se incluye un buen puñado de fotos realmente espeluznantes, no aptas para personas de sensibilidad acusada. A través de sus páginas conocemos no sólo a los monstruos y sus cómplices de los países ocupados, que llegaron a ser incluso más crueles que las propias SS; si no también a todos aquellos héroes (al menos todos de los que se tiene noticia) que arriesgaron sus vidas protegiendo a judíos fugitivos. Se hace hincapié, así mismo, a la actitud mostrada por los gobiernos y los pueblos de las naciones invadidas, prestando especial atención a aquellos que, como Dinamarca y la gran mayoría de sus habitantes, ayudaron a los judíos, organizando verdaderas operaciones de rescate a gran escala para ponerlos a salvo en países neutrales.
 
Llama la atención el pequeño apartado dedicado a España, en el que los autores, nada sospechosos por otra parte de simpatizar con ninguna clase de totalitarismo, no dudan en reconocer que el gobierno franquista, a pesar de la deuda que tenía contraída con Alemania y de las tendencias germanófilas de muchos de sus miembros, especialmente de los falangistas como Serrano Súñer y otros, propició la salvación de más de 17.000 judíos europeos, que huyeron de la persecución pasando a nuestro país a través de la frontera pirenáica.
 
Obra historiográfica imprescindible en cualquier biblioteca, CRÓNICA DEL HOLOCAUSTO nos ofrece las claves fundamentales para conocer y comprender la etapa más negra de la reciente historia europea, unos espantosos acontecimientos que no puede permitirse caigan en el olvido.

viernes, 7 de junio de 2013

EL CAPITÁN MALAPATA

 
 
 
 
 
 ¿Existen los gafes? Clark Carrados parecía creer que sí, porque en EL CAPITÁN MALAPATA, novela de guerra publicada en 1962 en la colección Relatos de Guerra, de Ediciones Toray, nos presenta a Steve Bertino, un oficial del US Army que está considerado en todas las Fuerzas Armadas estadounidenses como un auténtico cenizo, la personificación de la mala suerte.
 
Bertino es un hombre inteligente y capaz, que se graduó en West Point con unas notas más que aceptables. Pero la fama de gafe le persigue ya desde la Academia, en la que, a decir de sus compañeros de promoción, dejó una larga estela de desastres de todo tipo. El pobre Steve acaba por asumir que está tocado por la mala suerte, y que por donde pasa, hace estragos. Con el paso de los años, la cosa no hace más que empeorar. A lo largo de los primeros capítulos de la novela, Carrados va desgranando los méritos que hacen a Bertino merecedor del apodo de Capitán Malapata, y el lector, a pesar de las carcajadas que le provocan algunos de los accidentes provocados por la pésima suerte de este oficial, no puede por menos de pensar que, efectivamente, el pobre Steve es el campeón de los cenizos, el Rey de los Gafes. Naturalmente, como todo cenizo que se precie, el pobre Steve gafa a los demás, mientras él sale indemne de todos los desastres. Con el estallido de la guerra, las cosas parecieron ir a peor, su fama se acrecentó y, a pesar de ser un buen oficial, acabó languideciendo en un puesto burocrático.
 
Un día, su superior inmediato le encomienda una misión. Debe llevar un maletín repleto de documentos al Cuartel General Aliado de Australia. Viajará a bordo del Jenny Celtic, un transporte que forma parte de un convoy que se dirige hacia el continente austral. Bertino se dispone a cumplir su misión lo mejor que pueda, aunque algo le dice que su innata mala suerte lo complicará todo. Y así parece ser, al menos al principio. A punto de embarcar en el transporte, nuestro héroe conoce a Tessa King, una joven licenciada en Medicina que va a prestar sus servicios profesionales a un hospital militar australiano. Galante caballero a pesar de todo, Steve se ofrece a subir al barco el equipaje de la muchacha… y desastre al canto. Las delicadas prendas íntimas de la muchacha terminan esparcidas por el muelle, provocando la rechifla entre marineros y soldados. Pero no acaban ahí las cosas. El capitán del Jenny Celtic también conoce la fama de Bertino y está convencido de que su barco será torpedeado por algún submarino japonés.
 
Y parece que el capitán del barco tiene razón, porque llegar Bertino a bordo y empezar a torcerse las cosas es todo uno. Tras diversos accidentes y averías, el carguero queda rezagado, perdiendo el contacto con el convoy, aunque el comandante del mismo les deja un destructor como escolta, ya que el Jenny Celtic transporta gran cantidad de armas y municiones de todo tipo. Y entonces, tal y como había temido el capitán del mercante, aparece un submarino nipón, que hunde al destructor con toda su tripulación. Después, el sumergible emerge para atacar al cañón al Jenny Celtic. El combate, aunque desigual, se salda con la relativa victoria aliada, ya que los artilleros que sirven la pieza defensiva del carguero logran mandar al fondo del océano al enemigo. Pero el carguero resulta alcanzado por varios proyectiles, el capitán y sus oficiales de puente mueren, cunde el pánico ante el más que posible naufragio y todos abandonan el buque en los botes salvavidas.
 
Bueno, no todos. Quedan Bertino, Tessa y nada menos que un centenar de soldados novatos que quedaron atrapados en una bodega. Bertino asume el mando de esa tropa y lo dispone todo para el caso de que el buque, seriamente dañado, acabe hundiéndose. Por fortuna, cuentan con una lancha motora y abundante madera para construir balsas. Pero el carguero no se hunde, y las corrientes le empujan hasta una pequeña isla, en cuyas proximidades embarranca.
 
Casi al mismo tiempo, aparecen en el cielo unos aviones japoneses. Convenientemente ocultos a la vista de los nipones, los americanos observan las evoluciones de los aparatos, que parecen estar reconociendo la isla en busca de fuerzas enemigas. Uno de los aviones sobrevuela el carguero, pero al verlo tan dañado, el piloto cree que no hay nadie a bordo y se desentiende del mismo.
 
La situación es grave y así lo entiende Malapata, que toma una importante decisión. Los nipones se disponen a tomar la isla, y nuestro héroe sabe que su misión, como oficial del US Army, es tratar de impedírselo. Las bodegas del carguero están rebosantes de armas y municiones, cuenta con un centenar de soldados, novatos pero bien entrenados, y con un médico. De modo que, tan pronto como los aviones se alejan, Steve pone a sus hombres al trabajo. Un rápido reconocimiento del terreno les anima mucho. La isla, de unos tres kilómetros de largo por cuatrocientos metros de anchura media, está casi totalmente circundada por una barrera de arrecifes de coral, una formidable protección natural que impide que cualquier embarcación pueda acercarse a su costa. Casi toda la orilla de la isla es un puro acantilado, y el único punto por el que podrían acceder a la misma las unidades niponas es la playa en la que han desembarcado Bertino y sus hombres. Esta playa es sólo una faja de arena de no más de trescientos metros de anchura, que forma un semicírculo muy amplio entre dos promontorios rocosos. Con cien hombres y la ingente cantidad de armamento y munición que posee, Steve cree poder defender la isla con posibilidades de éxito. Malapata, que ha nombrado cabos y sargentos entre los soldados a su juicio más capacitados, imparte órdenes con el talante de un estratega genial, y muy pronto quedan establecidas las líneas defensivas americanas y un pequeño hospital de campaña. Además, como el barco está repleto de explosivos que no pueden llevarse, lo convierten en una gigantesca trampa para los japoneses que, a buen seguro, acudirán a inspeccionarlo. Ahora sólo hay que esperar a los hijos del Sol Naciente.
 
Las fuerzas enemigas se presentan poco después, compuestas por varias unidades navales. Mientras un destacamento se dirige al Jenny Celtic, los lanchones de desembarco enfilan hacia la playa. El Jenny Celtic hace explosión, sembrando el caos, la muerte y la destrucción entre los nipones, provocando incluso el naufragio de un transporte de tropas que se había acercado demasiado al carguero. El primer intento de desembarco enemigo ha sido frustrado, pero Bertino sabe que lo peor está por llegar, y lo único que puede hacer es confiar en que sus hombres luchen con coraje, rezar y esperar que la mala suerte que arrastra consigo se cebe esta vez en los malditos hijos de Hiro-Hito. Lo peor es que no disponen de un mal aparato de radio, así que no pueden comunicarse con las fuerzas propias para informar de su situación y pedir ayuda. Pero Bertino, el Capitán Malapata, confía en que logren rechazar las embestidas niponas, y también en que, a pesar de todo, las fuerzas amigas acaben por aparecer.
 
EL CAPITÁN MALAPATA es una de las novelas más divertidas de Luis García Lecha, un relato trepidante que combina magistralmente acción y humor. La primera parte de la novela se centra en el protagonista y su desgraciada fama de gafe, dando al lector la impresión de que nos hallamos ante un relato básicamente humorístico. Pero a partir de la arribada de nuestros protagonistas a la isla desierta, se convierte en una espectacular novela bélica, repleta de sangrientos combates descritos por el autor con su maestría habitual.
 
Carlos Quintana Francia me comentó en cierta ocasión que para él, el género en el que mejor se desenvolvía Lecha era el bélico. En los últimos meses he leído muchas novelas de guerra de nuestro apreciado novelista riojano, y no me queda más remedio que darle la razón al amigo Carlos. En efecto, Lecha tenía un talento especial para narrar aventuras bélicas. Quizás se debiera al hecho de que fue militar profesional durante varios años. De lo que no cabe duda es de que esta novela que reseño hoy es una de las mejores que escribió.
 
EL CAPITÁN MALAPATA no figuraba en mi biblioteca de bolsilibros, y tampoco lograba encontrarla en librerías de viejo, ni siquiera a través de Internet. Por suerte para mí, Carlos Quintana Francia tuvo la amabilidad de fotocopiar el ejemplar que posee, enviándomelo por correo normal. Aprovecho para agradecerte desde aquí tu gentileza, amigo. Espero que pronto puedas disfrutar con la lectura de mi ensayo sobre el humor en las novelas de Lecha.

sábado, 11 de febrero de 2012

HOMBRO CON HOMBRO


POR ANTONIO QUINTANA CARRANDI



Publicada en 1966, con el nº 572 de Hazañas Bélicas, esta novela de Lecha sitúa su acción en la campaña de Nueva Guinea, una de las más duras de la II Guerra Mundial en el Pacífico. El autor inicia el relato con una nota preliminar, en la que nos informa de que el argumento de la novela, si bien ficticio, tiene una base sustancialmente real. Pero ya comentaremos eso después. Ahora vayamos a la historia que relata la novela, que es lo que nos interesa.

Bajo la intrincada bóveda vegetal de la jungla de Nueva Guinea avanza penosamente una sección de paracaidistas americanos. Han sido lanzados en esa selva de pesadilla con la misión de exterminar a un grupo de tenaces nipones que se sabe opera en ese sector. Pero por un error de los pilotos del Dakota, el lanzamiento se efectuó a bastante distancia del lugar acordado en un principio. Como resultado de esto, la sección de paracas que manda el teniente Richard Gwinley se ha perdido, y el oficial no puede evitar sentirse terriblemente aprensivo. Sabe que no sólo han de temer a los fieros soldados del Sol Naciente, mucho mejor adiestrados para la lucha en la jungla que los hijos del Tío Sam, si no también a los nativos, los temibles papúes, que practican el canibalismo desde tiempos inmemoriales. La presencia de los siniestros nativos se hace notar por el insistente, monótono y obsesivo tronar de los tambores, allá, en lo más profundo de la espesura. La situación no es nada halagüeña, ciertamente, y Gwinley intenta mantener alta la moral de sus hombres, mientras trata de orientarse para poder reunirse con el grueso de sus fuerzas.

Los temores de Gwinley acerca de los nativos se confirman cuando uno de sus hombres, que se había quedado atrás, desaparece sin dejar rastro. Al día siguiente encuentran su cabeza ensartada en el extremo superior de un palo hincado en el suelo. El soldado Ned Erie ha servido de cena a los papúes.

No muy lejos de Gwinley y sus hombres anda el grupo de soldados nipones mandado por el capitán Ashiwo Tohai, del 9º Regimiento de Infantería de la 2ª División del Ejército Imperial. Tohai tiene el mismo problema que Gwinley. Está separado del grueso de sus fuerzas y no sabe si podrá reunirse con ellas. El valeroso oficial japonés tenía doce hombres bajo su mando, pero ahora sólo le quedan diez, ya que dos se han esfumado sin dejar rastro. A fin de tranquilizar al resto de sus hombres, Tohai declara que los desparecidos han desertado, pero en realidad sospecha de los papúes y de sus depravadas prácticas de antropofagia. Al capitán nipón, que ha visto a los americanos lanzarse en paracaídas, no le hace ninguna gracia la idea de encontrarse, por así decirlo, entre dos fuegos; de un lado los americanos y de otro los caníbales.

Los siniestros tambores papúes siguen sonando día y noche, ininterrumpidamente. Gwinley y Tohai, hartos de perder hombres a manos de esas alimañas con forma humana que habitan en lo más intrincado de la jungla, acuerdan una tregua. El sargento Wanabe, hombre de confianza de Tohai, ha sido capturado por los indígenas y el oficial nipón quiere ir a rescatarlo, antes de que los salvajes lo devoren. Pero sólo le quedan cuatro hombres, pocos para enfrentarse a cientos de papúes. Tohai propone al oficial yanqui unir sus fuerzas para rescatar a su sargento y protegerse de los constantes ataques de los caníbales. La tregua queda establecida hasta veinticuatro horas después de haber salvado el peligro representado por los antropófagos, y ambos oficiales acuerdan que, si uno de los dos bandos se encontrase con fuerzas propias, dejaría marchar libres a los componentes del otro, a menos que éstos decidieran rendirse voluntariamente.

Así, dispuestos a luchar hombro con hombro contra las fieras bípedas que habitan ese infierno verde, americanos y japoneses llegan hasta la aldea de los papúes. El sargento Wanabe todavía está vivo, aunque los salvajes se disponen a sacrificarlo en ese mismo momento. Pero una sorpresa aguarda a nipones y yanquis. En la aldea se encuentra también una hermosa mujer blanca, a la que los salvajes adoran como si fuese una Diosa, y que parece disponerse a presidir la macabra ceremonia del sacrificio humano. Gwinley, Tohai y sus hombres se lanzan al ataque, sembrando el pánico entre los nativos con sus armas de fuego y sus explosivos. Tohai logra rescatar a su sargento, mientras Gwinley va a por la mujer. Consigue llegar hasta ella y sacarla de allí, pero en la confusión del combate se ven obligados a huir hacia la espesura, alejándose de Tohai y los soldados.

Una vez relativamente a salvo, el teniente interroga a la muchacha. Esther relata a su salvador su terrible odisea. Enfermera de un hospital de vanguardia, situado cerca de la costa, un día cometió la imprudencia de alejarse demasiado del hospital en compañía de otra enfermera. Un grupo de salvajes las capturaron y se las llevaron a lo más profundo de la selva. Esther nunca supo qué había sido de su amiga, aunque sospechaba que había acabado en los estómagos de aquellas bestias de apariencia humana. En cuanto a ella, la vistieron como a una de sus mujeres y la convirtieron en la Diosa Blanca de su tribu, fascinados por la blancura de su piel y por el color dorado de sus cabellos. Al principio, le hicieron presenciar uno de sus macabros banquetes y ella, incapaz de soportar tan horripilante espectáculo, había perdido el conocimiento. Los salvajes necesitaban la presencia de su Diosa Blanca en cada sacrificio, de modo que decidieron drogarla para impedir que se les desmayase en cada nuevo festejo. Y así llevaba la pobre muchacha varios meses.

Tras estas revelaciones y un breve descanso, Gwinley y la muchacha emprenden la marcha a través de la espesura, en busca de Tohai y los demás. Pero los papúes, enfurecidos por lo que consideran el rapto de su Diosa, se desperdigan por la jungla en su busca, dispuestos a recuperarla al precio que sea. Tras un enfrentamiento con un par de papúes que están a punto de sorprenderlos, el teniente y Esther logran hallar a Tohai y al resto de los soldados nipones y americanos. Pero ahora los salvajes son más peligrosos que nunca, y el reducido grupo de militares deberá recurrir a todo su valor y a toda su astucia para escapar de los centenares de caníbales enloquecidos que los buscan.

HOMBRO CON HOMBRO es una historia repleta de acción y aventura. Con su maestría habitual, Carrados logra transmitirnos la tensión nerviosa que se abate sobre unos hombres obligados a desenvolverse en un entorno natural hostil, en el que el peor enemigo no es ningún animal irracional, sino otros seres humanos que practican la execrable lacra de la antropofagia. La novela guarda cierto paralelismo con FORT BRAVO, aquel excelente western dirigido por John Sturges en 1953 y protagonizado por William Holden y Jonh Forsythe. En dicha película, un grupo de soldados yanquis y otro de confederados, enemigos en la Guerra de Secesión, deben unir sus fuerzas para hacer frente al ataque de los temibles apaches mescaleros. ¿Se inspiró Lecha en ese western a la hora de pergeñar el argumento de esta obrita? No lo sé, aunque es muy posible, ya que FORT BRAVO fue un film de gran éxito en España.

Y, efectivamente, lo que cuenta Carrados en esta novela tiene una base real. Tanto el ejército nipón como el americano perdieron muchos hombres a manos de los repugnantes papúes, lo que sin duda contribuyó a hacer de la campaña de Nueva Guinea una de las más feroces de la guerra en el Pacífico.

De esta novela, además del estupendo argumento, cabe destacar la calidad de la cubierta. Por desgracia, Toray no solía publicar en los créditos interiores el nombre del autor de la portada, y ésta viene sin firmar. Una lástima, porque la ilustración es realmente notable.


miércoles, 14 de diciembre de 2011

UN OFICIO PELIGROSO



POR ANTONIO QUINTANA CARRANDI


Publicada en 1965, en la exitosa colección Hazañas Bélicas, de Toray, con el nº 512, UN OFICIO PELIGROSO es una entretenida novela de guerra, de las que debieron publicarse varios miles en nuestro país.

El protagonista de esta historia es Edsel Summers, sargento detective de Scotland Yard, el mítico cuerpo policial británico. Durante una de sus investigaciones, nuestro héroe logra detener a Mister X, un ladrón de guante blanco, especializado en la sustracción de joyas. El tal Mister X resulta ser una hermosa mujer, Kay Orland, que actúa en complicidad con un individuo llamado Red Choyne. Ambos delincuentes son juzgados y condenados, y nuestro protagonista vuelve a su trabajo habitual en el Yard, aunque no puede evitar acordarse de vez en cuando de aquella hermosa ladrona a la que, gracias a él, condenaron a largos años de prisión.

Pasa el tiempo, y al estallar la Segunda Guerra Mundial, Summers siente la llamada del deber y abandona la policía, alistándose en el Ejército, concretamente en el cuerpo de Comandos. Un buen día, sus superiores le encargan una difícil misión en la Francia ocupada. El objetivo es apoderarse de unos importantes planos de las defensas costeras construidas por los nazis. Dichos planos se encuentran en un castillo del siglo XIV, en la caja fuerte del despacho de un alto jerarca nazi. Para llevar a cabo este trabajo, se requiere a alguien especialmente dotado para la escalada en las circunstancias más adversas, pero en ese momento la unidad a la que pertenece Summers no dispone de nadie bien entrenado. Nuestro héroe recuerda de inmediato a Kay Orland, una escaladora excepcional, que demostró sus actitudes en todos y cada uno de los audaces robos que cometió.

Summers va a verla a la cárcel y le plantea la cuestión. Si acepta la misión, el gobierno le perdonará los doce años de condena que le quedan. Kay no lo duda y acepta de inmediato. El comando lo formarán cuatro personas: Summers, Kay, un experto en devalijar cajas fuertes llamado Bill Buggany... Red Choyne, antiguo cómplice de Kay que parece haberse regenerado y ahora es cabo del ejército. Summers no quiere a Choyne en el grupo, porque está seguro de que fue él quien introdujo a la bella Kay en el mundo delictivo. Pero su superior es muy tajante al respecto: Choyne irá con ellos, y si a Summers no le gusta, pondrán a otro oficial al mando. Lo que sucede, en realidad, es que nuestro protagonista se ha enamorado de la hermosa ladrona y siente celos de Choyne, ya que piensa que entre ellos había algo más que una mera relación profesional. Huelga decir que Summers acaba aceptando a Choyne en el grupo, aunque con reticencias.

El grupo es lanzado en paracaídas sobre la Francia ocupada y se apresta a cumplir su peligrosa misión. Pero las cosas se complican, y deben luchar denodadamente no sólo para lograr su objetivo (los planos) si no también para sobrevivir en territorio controlado por el enemigo.

Como todas y cada una de las obras de Lecha, UN OFICIO PELIGROSO es un relato de intriga, acción y suspense hábilmente sazonado con algún que otro toque humorístico y un poco de romance. Posiblemente no sea una de sus mejores novelas de guerra, pero cumple ejemplarmente su función: proporcionar al lector un par de horas de sano entretenimiento. El argumento, sin estar muy elaborado, resulta interesante, a pesar de lo tópicas de las situaciones que plantea. Para ser un relato bélico, lo cierto es que el autor no abusa demasiado de la violencia, y las escenas de acción están narradas con la característica sobriedad carradiana.

Sólo puedo ponerle un pero a esta novela. Al comienzo del capítulo segundo, Carrados menciona la vergüenza de Dunkerque. Como apasionado de la historia de la Segunda Guerra Mundial, no puedo estar de acuerdo con esta apreciación. Es cierto que Dunkerque representó una dura derrota para los británicos, una espina que llevaron clavada en su carne durante varios años. Pero también lo es que el pueblo británico, sobreponiéndose a lo inevitable, tuvo el suficiente valor y la necesaria presencia de ánimo para organizar una de las operaciones de rescate más asombrosas de la historia. Alrededor de 300.000 hombres fueron rescatados de las playas, bajo el constante cañoneo enemigo, y embarcados en todo tipo de barcos rumbo a Inglaterra. Se perdió todo el equipo del Ejército Expedicionario británico, pero se salvó a la mayoría de los hombres. Hombres que muy pronto, y gracias al apoyo material de los EE UU, pronto estarían en condiciones de enfrentarse de nuevo a los nazis y de devolverles la pelota de Dunkerque.

UN OFICIO PELIGROSO. Aventuras bélicas, con toque romántico. Otra de esas modestas pero entretenidísimas novelas con las que nos deleitó Luís García Lecha. Disfrutémosla.

jueves, 25 de febrero de 2010

TRES PÁJAROS DE UN TIRO



POR ANTONIO QUINTANA CARRANDI



Publicada en 1967, con el nº 320 de la famosa colección bélica de Toray Relatos de Guerra, esta trepidante novela de LGL nos cuenta la odisea personal de Jack Rowey, otro de los falsos culpables que tantas obras del riojano protagonizaron.

La acción se inicia cuando Rowey se fuga de la prisión militar en la que se halla confinado, justo la víspera de su traslado al tristemente célebre penal británico de Dartmoor. Acusado de un delito que no cometió, Rowey, obsesionado con encontrar al verdadero culpable, el mayor Dalbert Canald, y hacerle confesar por las buenas o las malas, acude a un cirujano plástico de dudosa reputación para que altere sus facciones, a fin de evitar que alguien pueda reconocerle. Nuestro héroe se siente atraído por la bella ayudante del médico, la enfermera June Plont, que parece asqueada por la labor que se ve obligada a hacer en esa clínica. Tras la intervención, Rowey investiga a Canald, descubriendo que se encuentra sirviendo en una unidad de carros de combate en el norte de África. Con documentación falsa y un nuevo aspecto, incluido un frondoso mostacho, y bajo el nombre de Jack Renfrey, nuestro protagonista se alista en el ejército. Como voluntario, y poseyendo el permiso de conducir, puede elegir arma. Obviamente, elige carros de asalto, confiando en que le destinen inmediatamente a África, donde espera encontrar al canalla que le tendió la trampa.

Pasan los meses y Rowey, bajo la identidad de Renfrey y el apodo de Bigotes, se encuentra combatiendo contra el Afrika Korps germano. Un día se tropieza con una bella enfermera del cuerpo sanitario, que resulta ser June Plont. Ella le reconoce a pesar del tupido bigote, pero, aunque está convencida de que es un delincuente, el hecho de que se haya alistado voluntario no deja de sorprenderla favorablemente. Entre ambos se establece una relación un tanto ambigua, que se irá concretando en algo más sólido conforme la muchacha vaya conociendo a Rowey, quien acabará por contarle sus desventuras y confesarle el motivo de que se encuentre ahora en el continente negro.

Los combates se van sucediendo ininterrumpidamente, unas veces a favor de los tommys y otras de los boches. Y tras uno de esos enfrentamientos, Rowey encuentra por fin a su odiado enemigo. El muchacho espera pacientemente el momento de actuar contra Canald, pero, al mismo tiempo, éste ha comenzado a recibir una serie de notas amenazadoras, supuestamente escritas por Rowey, pidiéndole una fuerte suma de dinero a cambio de guardar silencio sobre los pasados actos del ahora honorable mayor de fuerzas blindadas. Dalbert está lejos de sospechar que el autor de los anónimos es su ayudante personal, que fue testigo de su crimen. El mayor recurre a sus contactos en Inglaterra, y a través del mismo individuo que proporcionó a Rowey la documentación falsa y el nombre del cirujano plástico, averigua la identidad bajo la que se oculta ahora el hombre a quien envió a prisión bajo una acusación falseada. Aprovechando la confusión originada durante un combate, Canald trata de matar a Rowey, pero la afortunada intervención de June evita que logre culminar sus criminales propósitos. Descubierto al fin, Canald decide morir combatiendo, en vez pasar el resto de sus días en presidio, y encuentra una muerte honrosa atacando a pecho descubierto, con granadas de mano, a unos blindados germanos. Acribillado a balazos, no expira sin antes confesar sus crímenes ante numerosos testigos, exonerando así a Rowey, que puede recuperar su auténtico nombre, limpio ya de toda lacra. A esto hay que añadir que el ayudante del fallecido mayor, descubierto también, no tiene otro remedio que contar cuanto sabe, reafirmando la inocencia de Rowey. Puesto que éste era teniente, una vez rehabilitado, y en reconocimiento a su heroísmo en el campo de batalla, es ascendido a capitán. Pero el mejor premio para nuestro protagonista es, sin duda, el amor de June Plont.

La novela repite, como se ha dicho, el esquema básico de otros títulos señeros de la obra de LGL. Tenemos un hombre acusado de un crimen cometido por otro; un oficial falsamente honorable, capaz de cualquier cosa por satisfacer sus más bajos instintos; una mujer que cree en la honradez del héroe, aunque éste lo tenga todo en contra, y un grupo de amigos dispuesto a hacer lo que sea necesario por quien ha compartido el horror de la lucha en el desierto con ellos. Este último punto es muy importante. Muchas de las novelas de LGL tienen un enfoque coral. Como buen veterano de guerra, el autor concede mucha importancia al compañerismo, a la especial camaradería que sólo se forja en los campos de batalla y en las situaciones límite a las que conduce la guerra. Tres pájaros de un tiro es una novela modélica en este aspecto. Por otra parte, LGL utilizaría este planteamiento coral del argumento no sólo en sus relatos bélicos, si no también en otros géneros, especialmente en la ciencia ficción, como veremos en la reseña de Enigma, aparecida en 1981 en LCDE.

Poco más se puede decir de esta novela. Si acaso, señalar, por enésima vez, la maestría del riojano a la hora de describir las escenas de acción, siempre narradas con sobriedad, no exenta de espectacularidad. Por último, nos referiremos a la cubierta del volumen, un excelente primer plano del gran Anthony Perkins en su papel de soldado americano en la superproducción ¿ARDE PARÍS? El film se rodó en B/N, pero para la portada la foto se coloreó artificialmente. El resultado es bastante bueno, pero nunca me han gustado las cubiertas con fotografías. La colección Relatos de Guerra alternó las cubiertas con fotogramas de películas del género con las dibujadas, siendo mucho mejores, en mi modesta opinión, éstas últimas.

viernes, 20 de febrero de 2009

HAZAÑAS BÉLICAS DE TORAY

Contraportada de una novela, en la cual se aprecian todas las colecciones de bolsilibros que tenía la editorial Toray por aquella época, más precisamente en la década del 50, cuando una novela tenía como valor de venta, apenas 5 pesetas.



Aunque el especial bélico ya forma parte del pasado, siempre quedan cosas en el tintero que vale la pena recordar.

Hazañas Bélicas de la editorial Toray, fue una colección memorable. No por algo Toray era una editorial especializada en el género bélico, y por si todavía algunos no lo saben, publicaba dos colecciones bajo el mismo titulo, una de cómics que se llamaba HAZAÑAS BÉLICAS GRÁFICAS (pinchen y salgan de dudas con artículos pasados del blog) y otra de novelas llamada HAZAÑAS BÉLICAS a secas.

La serie de novelas se convirtió rápidamente, en la favorita de los aficionados a los relatos de guerra por ese entonces. El éxito estuvo garantizado desde el primer número gracias al trabajo de un puñado de novelistas memorables, entre los que destacó Luís García Lecha, escribiendo como Clark Carrados y Louis G. Milk.

La colección fue publicada entre los años 1952 y 1973.

Y he acá que les tengo un regalito, un listado con los primeros 161 títulos de la colección, cortesía de BOLSI & PULP para sus seguidores del blog.

Pero eso no es todo, acá les dejó dos portadas de novelas que aparecen en el listado.


¡Disfrútenlas y larga vida a los bolsilibros!

TÍTULO: JUAN EL TAGALO VUELVE
AUTOR: JOE LINCOLN
COLECCIÓN HAZAÑAS BÉLICAS Nº 43


TÍTULO: CAEN, CEMENTERIO ANÓNIMO
AUTOR: E. J. RICHMOND
COLECCIÓN HAZAÑAS BÉLICAS Nº 56

miércoles, 2 de abril de 2008

BOLSI-GUERRA

POR LEO FUMOPIO
Bolsilibro de la colección metralla de Bruguera dedicada al género bélico.
Esta historia es una mezcla de sangre, armas , bombas y amor ; ambientada en la segunda guerra mundial.
Rocco Sarto es el seudónimo de Pablo Masso Sabulo.
La notable portada es de Garcia.


DATO: LEAN BOLSILIBROS BELICOS