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lunes, 28 de noviembre de 2016

Acuario. David Vann


     "Era un pez tan feo que casi no parecía un pez. Una piedra de fría carne musgosa y con hierbajos, jaspeada de verde y blanco. Al principio no lo vi, pero luego pequé la cara al cristal intentando acercarme. Sepultado en aquella maleza inverosímil, gruesos labios en curva apuntando hacia abajo, la boca una mueca. Ojo como pequeña perla negra. Gruesa aleta caudal con motas oscuras, a franjas. Pero nada más que lo señalara como pez.
     Mira que es feo."

     David Vann es uno de esos escritores cuyas obras se ciernen sobre el drama familiar. Quizás no todas, pero sí en una inmensa mayoría. Y tal vez por eso atraen la atención de un gran sector lector. Hoy traigo a mi estantería virtual, Acuario.

     Conocemos a Caitlin Thompson, una niña de 12 años, mientras está en un acuario. Allí mira los peces ensimismada mientras pasan las horas hasta que pase su madre a recogerla. Le gustan los peces, los acuarios, el orden, la tranquilidad... En el exterior ella vive con su madre, que pasa las horas trabajando para mantener un orden en la precaria economía de esta unidad familiar mínima en la que parece comenzar a ser asiduo un amigo de su madre. Un anciano acompaña a Caitlin en el acuario, mirando los peces. Y una amiga, Shalini, le acompaña en el camino a la adolescencia.

     Cuando uno empieza a leer Acuario, se encuentra ante una suerte de fábula, una metáfora de la vida en la que el orden y la tranquilidad sería representado por los peces, tranquilos en sus peceras, y el caos y el peligro de la vida real, sobre todo en las clases desfavorecidas, es el mar. Y uno de esos pececillos del mar que luchan por sobrevivir es Caitlin quien, mirando los peces del acuario, en tranquila serenidad, hace sin saberlo una pequeña disección al comentar si se esconden o luchan, si se agarran o se sueltan, con un anciano. Nos lo muestra; aletas y extremidades, tranquilidad frente a horas de trabajo y falta de sueño... y para el lector es fácil de ver. Pero entonces Vann demuestra que es Vann y la novela estalla como un bofetón. Y la crudeza de la vida, la violencia en todas sus formas entra irrumpiendo y arrasándolo todo. ¿Qué pasa cuando la madre de Caitlin descubre la existencia de este anciano? En ese momento se abre la historia y la serenidad con la que habíamos comenzado, porque sabíamos que había una vida dura en los rostros que se reflejaban en los acuarios, estalla y el lector se queda sobrecogido ante una historia que habla de culpa y también de perdón.
     Vann toma la voz de una niña de doce años ya adulta, y consigue hacer creíble la voz de quien está viendo como todo cambia a su alrededor, como la vida se despliega mientras comienza a sentir un torbellino de sentimientos que no siempre sabe como gestionar. Y esa es la voz sincera que hace que la historia gane en calidad y credibilidad, esa mezcla de inocencia y carácter luchador con el que se nace cuando uno llega al mundo en la casa del final de la calle. en un momento dado, en pleno vórtice de las vidas de los protagonistas, se nombra a Cenicienta, y uno no puede evitar sonreír pensando en el cuento y en lo que supone en la vida real. Solapar historias, comparar la que nos relata esta Cailin adulta que echa la vista atrás y decidir si el regusto que nos ha dejado es dulce o no, tal vez agridulce, como esa salsa que uno nunca termina de saber si odia o ama.

     Te voy a romper para averiguar entonces lo que eres, le dicen a Caitlin en un momento dado. Y tal vez ese sea el mejor resumen que se pudo hacer jamás de lo que David Vann intenta contar en esta magnífica historia de iniciación.

     Y vosotros, ¿con qué libro comenzáis la semana?

     Gracias.