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lunes, 19 de marzo de 2018

El orden del día. Eric Vuillard


     "El sol es un astro frío. Su corazón agujas de hielo. Su luz, implacable". 

     Reconozco que tuve este libro en el punto de mira desde que me enteré de su publicación. Hoy traigo a mi estantería virtual, El orden del día.

     en febrero de 1933 las más altas personalidades del mundo de los negocios y las finanzas, tuvieron una reunión con el entonces canciller Hitler en la que acordarían su apoyo, donando dinero. Aquella reunión que no figuraba en ningún sitio, fue crucial. Hitler ya pensaba en Austria y no tardaría en comenzar reuniones con primeros ministros. Comenzaba su ascenso. Por Austria.

     Si hago memoria, el premio literario que más alegrías me ha dado como lectora, es el Goncourt. Por eso me fijé rápidamente en este libro: es el ganador del Premio Goncourt de 2017. Era necesario que lo leyese.

     Vuillard nos deja en esta novela breve un ejercicio histórico en el que rellena huecos con ficción, que se antoja demasiado veraz como para que, salvando las distancias, no siga sucediendo hoy en día. Lo hace además con frases cortas, fijándose en detalles sin importancia para rodear de ellos esos momentos que han resultado vitales para la historia contemporánea. A fin de cuentas, ¿qué hubiera sido de Hitler de no conseguir el apoyo de esos hombres? Nadie lo sabe, pero lo podemos imaginar. Por eso, la aparente frivolidad con la que los rodea es tan importante. Les convierte en algo tan mundano como las metas que persiguen. Tuve incluso, lo reconozco, la sensación de leer que veinticuatro cuervos subían las escaleras a la espera de la reunión. Esa es, supongo, la manera elegida por Vuillard para reflejar la sociedad del momento, dirigida de frente o no por unos hombres y unos intereses que poco o nada tenían de dignos y relevantes. A fin de cuentas, Opel comenzó sin ni siquiera inventar, nos recuerda el autor, aunque terminara llegando a la industria del motor. Y quien sobrevive es la empresa, la marca, y no aquel que fingió inventar. Muy representarivo, si uno se para a pensar.

     Vuillard avanza y nos habla de las reuniones políticas. Del primer interés de Hitler en Austria y la conveniente reunión. Y descubre el lector la inteligente maniobra de reunirse con Gran Bretaña mientras Austria está siendo invadida. Curioso, aquí estamos con Halifax, al igual que la pasada semana en El instante más oscuro. La literatura tiene estas cosas. A veces es una línea y otras un círculo.
     Sin embargo, dirá el lector que todos sabemos lo que sucedió después. Que ya nos hemos hecho una idea con la reunión y el dinero, de la importancia de estos veinticuatro hombres. Pensará que es fácil, ya que el libro no es un acta de reunión, es una entretenida novela en realidad. Así que, Vuillard toma el mando una vez más, y nos deja ver un poco más allá: la contraprestación. Esa parte que uno tiene en mente en las primeras páginas pero en la que no piensa demasiado después. Si uno lo piensa, incluso si ha olvidado las denuncias que se hicieron en su día, la contraprestación era sencilla: mano de obra judía. Y ahora, cuando ya el autor nos ha ido relatando su historia y contado quién es quién, cada marca que hay detrás de cada nombre, ya hemos terminado la novelita. Era corta.
     Ahora cerramos el libro y miramos a nuestro alrededor. Prestamos un poco de atención y nos fijamos en algunas de las marcas que nos rodean. Va a tener razón Vuillard en lo que comenta al principio de la novela: las empresas y sus marcas sobreviven.

     Me ha gustado El orden del día, es una estupenda novela de un momento desconocido y el autor con sus frases cortas y anécdotas más o menos importantes, consigue interesar desde las primeras líneas.

     Y vosotros, ¿con qué libro comenzáis la semana?

     Gracias.

viernes, 2 de septiembre de 2016

Brújula. Mathias Enard


     "Somos dos fumadores de opio cada uno en una nube, sin ver nada fuera, solos, sin comprendernos jamás fumamos, catas agonizantes en un espejo, somos una imagen congelada a la que el tiempo confiere la ilusión del movimiento, un cristal de nueve deslizándose sobre una bola de escarcha cuyas complejas marañas no hay quien entienda, soy esa gota de agua condensada en el cristal de mi salón, una perla líquida que rueda y nada sabe del vapor que la engendró, ni menos todavía de los átomos que la componen y pronto servirán a otras moléculas, a otros cuerpos, a las nubes que tanto pesan esta noche sobre Viena."

     El prestigio de un premio viene dado por los títulos que lo refrendan. Esa ley no escrita, es algo que no deberíamos perder jamás de vista ahora que está tan de moda ser críticos de todo, susceptibles a la sospecha, agnósticos casi de los galardones. Hoy traigo a mi estantería virtual, Brújula, el último Premio Goncourt.

     Conocemos a Franz Ritter, protagonista, narrador, opiómano, enfermo terminal, musicólogo austriaco conocedor de esa Viena puerta de Oriente, insomne, erudito, nostálgico de vida y amor... Conocemos a Ritter y nos dejamos llevar por sus recuerdos que van tejidos por esas asociaciones que hace el cerebro cando viaja libremente hacia el interior de lo conocido y vivido por cada uno. Y descubrimos ciudades, amistades, amor y viajes en el interior de este extraordinario narrador.

     El Goncourt, instituido por el escritor Edmond Goncourt como homenaje a su hermano Jules también escritor, se otorga por primera vez en diciembre de 1903. Dotado con 50 francos en un primer momento, apenas ha cambiado el montante de uno de los premios literarios más prestigiosos que, a fecha de hoy, otorga a su galardonado 10 euros y el respaldo de un prestigio que viene dado por la calidad de los premiados y no por el cheque que ingresan. Y así es como llegamos cada año a las librerías en su busca, con ilusión, casi con avidez. Quizás por eso me impacienté con el título de hoy, se me hizo larga la espera.

     Veintisiete líneas son las que necesita Enard para enseñarnos que es un maestro escribiendo. Ni una más ni una menos. Y también que la mayor parte de esas reglas no escritas sobre como una frase larga puede ser un lastre durante una lectura, quedan borradas en función de las palabras empleadas en esa frase. Veintisiete: las líneas que ocupa la primera frase de Brújula y que nos dejan una magnífica muestra de todo lo que nos vamos a encontrar a lo largo de las cuatrocientas páginas que tiene la novela. Cuatrocientas páginas, y a partir de este momento aparco las cifras, en las que el autor nos propone un viaje privado que irá de Viena a Siria saltando entre vivencias y recuerdos, que no pierde en ningún momento, pese a que encontramos alguna traza de humor, ese tono solemne de discurso casi onírico que contagia la ensoñación al lector. Y digo esto porque es muy difícil no dejarse arrastrar por las ciudades y los nombres de nuestros compañeros de viaje, paladear  a Mozart, Mendelson Balzac o Rimbaud en las palabras de Ritter. También es imposible no enamorarse del amor del protagonista al ir descubriendo a Sara, inteligente, brillante, al lado pero imposible, una noche, una palabra: Sara.
     Podría ahora parecer, y sería un error, que estamos ante una novela de viajes, aunque sean pasados. Pero Brújula es más que eso, Enard nos deja un recuerdo nostálgico lleno de belleza que no viene mal recordar cuando escuchamos o leemos las noticias de un mundo que parece empeñado en fraccionarse. Convierte su libro en esa puerta que nos dice que fue Viena y nos permite asomarnos a ese mundo que no conocimos y sumarnos a la bruma nostálgica del narrador.
     
      Hermosa en sus formas, no es una lectura ágil, eso hay que reconocerlo y se observa ya en el fragmento que abre la entrada. Pero ágil es un concepto muchas veces sobrevalorado a la hora de empezar una lectura, exactamente igual que denso suena casi a farrangoso cuando no ha de ser así. Brújula es una lectura densa por todo lo que el autor incluye, por la necesidad de pararnos en sus letras para fijar imágenes, recuerdos impostados posiblemente influenciados por la infancia del propio Enard.

     Brújula es un libro que enamora en sus letras y en su tono. Tal vez no para todos los públicos y haya quien se pueda sentir abrumado, saturado incluso ante la avalancha de cosas que nos relata el autor. Pero a fin de cuentas, ¿qué vida no es una avalancha de sucesos en si misma si uno la recordara en una noche de insomnio?

     Me ha gustado, lo he disfrutado, me sigo fiando del Goncourt. Y vosotros, ¿hay algún premio al que sigáis la pista?

      Gracias.

     "La existencia es un reflejo doloroso, un sueño de opiómano, un poema de Rumi cantado por Shahram Nazeri..."
Brújula
Mathias Enard