Durante años pensé que era una persona rara, complicada, el otro día caí en la cuenta que soy un ser bastante simple, casi insignificante de lo sencilla que soy.
Me gustan las cosas claras, para oscuridad está el cine negro, los suburbios, algún tipo de literatura que me gusta, cierta música y la noche.
Me gustan los caminos directos. Ir descubriendo caminos secundarios, levemente sinuosos y amplios. No quiero curvas cerradas, las llevo en mí, dentro mío soy un perfecto accidente de curvas y sufro a menudo de vértigo por esa causa. Para qué ir a buscarlas afuera si con mirarme por dentro, ya me pierdo en ellas. Por fuera prefiero los caminos donde puedo ver quién viene, cómo viene y saber qué hacer conmigo en tal o cuál caso. Aprendí que los laberintos no me gustan, les temo, me enferman, no sé salir de ellos, muero entre sus cientos de esquinas posibles, me desintegro tratando de encontrar la salida y lo que sale de mi es un fantasma sin luz, lo mejor de mi se queda pegado a esos muros insípidos.
Pero no era de lo que me gusta y de lo que no, que tenía ganas de hablar, sino de un detalle menor que he descubierto de mi, y que me hizo pensar que con el tiempo me he ido volviendo sencillita y de alpargatas.
Ya había entrado a sospechar que algo raro me pasaba cada vez que entraba en la góndola de los lácteos. ¡Por favor! ¿Por qué tanta variedad frenética en la producción de yogures? Ninguno es tan rico como el que preparaba mi suegra en un frasco grande con un sabor único y librado a la propia imaginación del paladar del consumidor. Me he pasado mis buenos ratos descubriendo los pro y los contras de cada marca, de cada fruta, de cada cereal, del precio/calidad conveniente, de las calorías consumidas, que finalmente no consumo porque me agoto pensando y compro uno de esos se sachets bebibles y listo. Si, el de frutilla y cuando me canso paso al de vainilla. Ese detallito en mí, me hizo pensar que me estaban dejando de importar las banalidades a la hora del consumo. Porque si sos complicada, o insegura, o tenés algún trastorno de la ansiedad salir a comprar puede convertirse en una pesadilla. Ni hablar de los quesos, o las pastas secas o la infinidad de productos enlatados. Directamente es la muerte, cuando llega por calendario alguna fiesta como Pascuas o Navidad, las torres de pan dulce o roscas de pascua entran a perseguirte entre las góndolas gritando “comprame” “comprame” "tengo chips de chocolate" "soy light" "vengo con frutas abrillantadas de Brasil" "traigo sorpresitas" "si me comparás con el de al lado te vas a dar cuenta que te conviene llevarme a mi"…Y vos ahí, en medio de la infame persecución de panes, pensando que al cabo ni querías, que con 37º de calor a la sombra una noche de verano lo que querés tomar es un helado y listo, ma qué pan dulce!
¿Y las roscas con huevos duros? ¿Existe alguna asquerosidad mayor en un dulce? Seguro que sí, pero ahora no se me ocurre mas que ese oprobio al paladar que son las roscas de pascuas con huevos duros, se supone que uno se come el bizcocho y luego el huevo…Es desagradable hasta pensarlo, encima con cáscara
¿¡Cáscara que estuvo en contacto con la caca de gallina!? Alguna vez hasta los he visto pintados. Es muy feo, pero como dicen que ante la variedad está el gusto y hay gustos realmente bizarros, yo me he decretado una persona simple.
Por favor no me den a elegir entre mas de tres opciones porque me deprimo, me dí cuenta el otro día y anoche lo confirmé.
Heladería artesanal y yo pensando qué helado tomar, para terminar eligiendo limón, mientras tu cabeza mareada y con náuseas lee frambuesas del bosque con arándanos mentolados, o lo que se te ocurra que suene a salvaje y rústico y además cool. Ya cuando dice “artesanal” agarrate porque vas a padecer, yo sé lo que te digo. Vas a entrar a leer un cartel interminable de gustos estrambóticos que van desde la típica frutilla con crema, pasando por panqueques con dulce de leche (en helado) a pizza con café con leche (en helado) o ravioles con crema y queso parmesano (en helado). Las heladerías artesanales compiten entre ellas para ver cuál desquicia mas al intrépido consumidor. Conmigo van muertas, y al rato muero yo, porque cualquier helado allí es caro y gigante. Hasta los pequeños son caros y gigantes. Aclaro lo que para muchos es una fiesta, para mí es una especie de reto. El helado me gusta, pero para comer poquito, enfrentada a una torreta de helado me siento como en una competencia. Ese es mi costado raro, el que alimenté durante muchos años y hace poco desubrí que no es así, simplemente tengo gustos tradicionales y no cometo excesos.
No sé, es una pavada mundial, pero me encanta y cuando digo me encanta, quiero decir, disfruto, soy feliz, me brilla el aura cuando lo hago, mi espíritu se trepa a verdes praderas. Semana por medio, me doy un gusto que puede ser insignificante, que para mi es fenomenal.
La maravilla consiste en algo pequeño y hasta puede ser de pésima calidad y puede que no sea sano y mejor no investigo porque por ahí estoy consumiendo pasta de papel helada con colorante (si lo sabés no me digas de qué se trata, quiero seguir creyendo que es crema helada) Es una felicidad inmensa para mí, acercarme al mostrador, pedirle a la vendedora un conito combinado, esperar nada y salir a flotar por las nubes del placer las dos veredas que dura mi premio.
Elegir un yogur bebible de sabor vainilla ante la tonelada de yogures batidos, firmes, livianos, espesos, sin grumos, con grumos, con cereales estrellados, frutas del trópico y demás posibilidades.
Tomar un conito combinado en vez de someterme al dilema de elegir entre 100 sabores, definitivamente me convierte en un ser simple.
Qué curioso, siempre pensé que era un ser complejo y me estoy dando cuenta que lo complejo en estos tiempos es ser simple!