Mostrando entradas con la etiqueta Cuentos. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Cuentos. Mostrar todas las entradas

lunes, 28 de abril de 2014

El Último Soldadito de Plomo (cuento)


Joe, el último de los suyos

Joe era el último soldadito de plomo que quedaba en la vitrina del salón de los Andrew. Su hijo, hoy un muchacho de veintiún años, se había marchado a la Universidad, lo que había reducido prácticamente a cero las esperanzas de Joe. 

Joe había visto como sus "hermanos" habían partido antes que él. Incluso se rumoreaba que el que le precedía, se había enamorado de una pastorcita de porcelana, y que en su huida de la mansión, habían caído en las zarpas del fofo y maloliente gato de la familia, para acabar dando con sus pequeños cuerpecitos en las brasas de la chimenea, donde los hallaron fundidos en un abrazo que sorprendió a propios y extraños.

Sin embargo, Joe era miedoso y carecía de la valentía de la que andaban sobrados sus compañeros. Con sólo atisbar el suelo desde su estantería, se estremecía de pánico. No obstante, era consciente de que ya nada le ataba a esa casa, donde los días de juegos, batallas y risas habían pasado. "Si pudiera derramar alguna lágrima", se decía. Pero lo único que acumulaba su casaca de un verde gastado eran motas de polvo. 

Pero llegó un día en que se armó de valor y decidió dar el salto, y digo que sí lo dio. Cogió prestada la bici decimonónica de una de las muñecas de la colección de Ruth, la madre de Andrew Jr., que se alojaban en la planta inferior. Y tapándose los oídos, se deslizó como un rayo por un tablón apoyado hasta alcanzar el parquet. Pero no pudo evitar oír las insidiosas voces de las muñecas pronunciar su nombre con una mezcla de deseo y maldad:

Joe, ¿por qué te escapas? Ven a mi, cerca, más cerca. Tendremos una eternidad juntos, sin envejecer, sin esfuerzos. Veremos envejecer a nuestros amos, como ese triste gato pasa a mejor vida, y al final, todo esto que ves, los sofás de skay, las lámparas doradas o incluso la colección de vinilos será nuestro merecido legado. A los relegados y olvidados, Joe..., nuestro único consuelo, Joe...

Joe horrorizado, no pudo evitar pensar en el futuro que le pintaba Mary. Los últimos habitantes de la vieja casa, cuando ya no quedase nadie más. Los únicos testigos silenciosos e inmóviles de una época que cedió ante el tronar de los años y el olvido. 

— ¡No! gritó con todas las fuerzas que le permitieron sus diminutos pulmones. No haréis lo mismo que con mi hermano Henry. Era el más intrépido y audaz de todos nosotros. Se proponía encontrar Light Waters. Creía en un futuro para todos, cuando ya nadie nos quisiera, cuando sólo fuésemos estúpidos ornamentos encerrados en frías vidrieras. Sin embargo, Henry sólo ha sido otra víctima más de un absurdo destino. Se enamoró de aquella triste muñeca, con su sonrisa petrificada, y creyó en sus palabras y término en el fuego concluyó con la voz rota de dolor.

Light Waters era el libro que le leían al pequeño Andrew antes de irse a dormir. A Joe le encantaba arremolinarse bajo las mantas junto a Andrew, mientras la protectora voz de Ruth releía unos de sus pasajes preferidos:

"... Y bajo las alas amigas del Tucán Rojo se halla el corazón del bosque, donde los riachuelos que proceden de las cascadas de luz descansan, derramando sus lágrimas extasiadas por la confrontación con el Sol y devolviendo al bosque su espíritu ante la atenta mirada de miles de ojitos salpijos y húmedos y dulces como sus mismas aguas...".  

Pero de eso hacía ya muchos años, momentos que guardaba en su memoria como su mayor tesoro. Ahora estaba a punto de atravesar la gatera de la puerta de la cocina, cuando sintió como unas pesadas extremidades hicieron temblar la alfombrilla. 

¡Ya estás muy viejo para esto dijo en voz alta, refiriéndose al orondo gato, mientras daba marcha atrás y pedaleaba con fuerzas por el corredor que conducía al vestíbulo. 

Los rayos de luz incidían con fulgor a través de las espesas copas, que inundaban con sus ramales el porche de un fragante verdor a lilas y eucalipto.   

Joe se atrevió finalmente a cruzar el umbral de la cancela al tiempo que los Rosales de unos parterres aledaños parecían inclinarse en un saludo de admiración. Para nuestro aventurero amigo, todo era nuevo: el Sol y la brisa repleta de sabores procedentes de la campiña. Y ante su inocente mirada discurría un estrecho sendero que se perdía entre las sombras y setos hasta encontrarse con un afluente del Río Shannon, la sangre azul de los valles irlandeses.  

"Sólo falta un poco más y ya habré llegado al bosque", se decía. "Me haré un barquito con las cañas de bambú que recoja en la ribera y veré un nuevo anochecer bajo un nuevo techo sembrado de estrellas titilantes, y... Y seré el único superviviente de los míos que se entregó a la deriva del río en busca de un cuento de niños...", murmuró desdichado.

Y tal le fueron las cosas como había estado rumiando en las últimas horas. Y construyó un barquito que llevaba por vela dos tréboles de cuatro hojas, y lo botó al río, y se dejó llevar por su curso mientras la Luna reflejada en sus párpados otorgaban a sus ojos color cielo un tono violáceo.  

Mientras soñaba con el formidable Tucán desplegando sus alas sobre Light Waters, unos chubascos le despertaron. Pronto se vio envuelto en un aguacero que arrastraba con violencia la embarcación hacia unas afiladas rocas. Trató de enderezarla, pero sus vanos intentos nada pudieron contra la tempestad. Se oyó un clac y a continuación fue arrastrado por la bravura de las aguas. Y poco después un click mientras su casaca se enganchaba en las garras de alguna ave. 

Debía de estar amaneciendo, cuando abrió los ojillos arrugados por la humedad. No podía creer lo que veía. Cientos, no, miles de ojos que lo observaban curiosos entre las zarzas, mas un par de ellos lo miraban a lomos de un gran Tucán rojo. 

Irodaila, el Espíritu del Bosque
—Soy Irodaila, el ancestral espíritu del bosque —interrumpió la más bella de las ninfas que hubiera alguien retratado jamás. Y este pájaro, mi fiel guardián, que ve donde no hay, y extrae lo que se oculta tras el cristal, la marejada o el plomo... El bosque, el hayedo, sigue creciendo gracias a sentimientos tan nobles como la valentía, la esperanza, el amor a la propia vida. A menudo detectamos como espíritus traviesos saltaron desde el portal que separa los mundos antes de tiempo, antes de su tiempo, y se aferran a las cosas en su deseo por vivir, de cariño y compañía. Pero no todos logran llamar la atención como lo has hecho tú y regresan de vuelta a la lista y en su orden. Tu corazoncito como un foco alimentado por sueños y brotes por igual es único.

»Ahora, ¡mírate! —le ordenó la dama de cabellos de musgo.

Joe observó con detenimiento sus brazos y piernas desnudas, su color era como el de la piel humana. Y unas gotitas saladas le resbalaban por las mejillas. Saboreó una de ellas con perplejidad y regocijo.

¿Estoy muerto? preguntó.

Estás más vivo que nunca, ahora debes partir. ¡Corre y vuela! Encuentra tu destino.

No muy lejos de Dublín, un hombre no paraba de mirar el reloj que había al fondo de un pasillo de paredes blancas. Daba vueltas sobre sí mismo, devorado por la ansiedad. Entonces un grito de mujer ensordeció la sala y otro hombre con un batín beige, anunció la buena nueva.

Es un niño, fuerte y sano. Pase a conocer a su hijo. 

Su esposa mecía entre sus brazos a un dulce bebé de ojos color de cielo. Enseguida comprendió que llamarían al niño Joe, como su padre, como su abuelo.
 
FIN
 
Juan M Lozano Gago (c) Todos los derechos reservados
 

 
The Everly Brothers - All I Have To Do Is Dream
 

martes, 22 de abril de 2014

El Torreón de Nadia (cuento)


DEL NUEVO AMANECER, DE LA MÚSICA Y EL ARTE
COMO PUENTE LEVADIZO, una madre y un hijo...
 
Y un acróstico escondido
 
~
 
—¿Nadia, por qué huyes de los hombres si sin ellos nadie eres?

—Se olvidaron de soñar, y mi reino es de Fantasía...

»Sólo pondré una vela de cuya cera un hijo haré.
 
Hallado y Apisonadora, su yegua, buscan el Torreón

Entre las chimeneas de fuego y lava en silencio y extasiada,
Nadia esculpió un torreón hasta el cielo para apaciguar su sed.

Labriegos y lacayos la buscaban sine diem entre viñedos y trigales,
Azorados por los perros del Señor que todo ve, todo ama y nada teme.

Calzó unas pantuflas ligeras y espumosas que horadaron la grava con Fe,
Otrora un cáliz donde vivarachas obreras fermentaban la ambrosía y el pan.
Lanzada a su artesanal tarea pasaron las eras en la Tierra, un mohín para ella.
Inopinada fue la fuga de ideas que con un grueso manto se cubrió de penumbras.
Noches cerradas de Lunas, noches siderales a la luz de fogatas exiguas crepitaron,
Apenas un sollozo de un bebé o el último aliento de un anciano los sentires reavivaba.

Donde antes hubo Castillos de Arena de prístinas almenas y dragones a barlovento,
Ondeaban procesiones en altares y abadías, farolas a mediodía, invisibles para sí.
Nadie conocía el reflejo de su faz en tinajas que limpiaban sus ropajes del hollín,
Donde los traviesos rayos bañaban riachuelos de ilusiones, cantarines y sinfín,
Eclipsados por los días en que el Sol se fue de tango, apostado en otra orilla.

Las vidas se torcieron y las aves su plumaje resecaron para días por llover,
Antepuesta la ambición a leyendas pueblerinas, enturbiaron la ecuación...

Mas el día llegó en que un niño al tiempo noqueó con torrijas bajo el brazo,
A las artes en su sartén cocinó, Melodía y Simetría, Aflicción y Diapasón,
La ensaimada resultante una música invocó, que doncellas y bellas liras
Adoraban, por rivales repertorios, en salones de postín y de operetas...

Hallado, convertido en muchacho, a los archivos de la corte accedió,
Iluminado por una vela de un blanco helador un grimorio descubrió,
Enrevesado era su cuento sobre nadie y una madre llamada Nadia,
Rebosantes las ilustraciones de un color verde pasión que a su juicio
Brotaban entre páginas, desperezando a los amaneceres ultravioletas 
Ante un gran dedo acusador insertado en un triángulo trapecio borroso:

"Nadia, no te quedes dormida en tu torreón que tanto te costó cincelar.
Obstinado y caprichoso fue el puente que tendiste hasta mí con tu dulzor...

Cuando la noche se deshaga del día, y venga a enmendar la hueca matriz,
Revestiré estos, tus aposentos, con mis tules de lavanda y unas rosas al Sol. 
Estrujada entre mis brazos, te insuflaré con la última bocanada de mi creación.
Cuando la última gota de cera queme la palma inocente de aquél que te anheló,
Entronizada en un tobogán iridiscente te darás de bruces con la semilla que dejo.

Siempre habrá un nuevo despertar para los que se cobijaron en mi corazón, 
Ingredientes entre los cuales te entrego el más preciado terrón de azúcar...".
Enfrascado en estas líneas, Hallado contempló una antigua cartografía y
Mecido entre las cumbres de sendos volcanes había un sendero calizo.
Presto, embaló una de sus liras, ensilló a su Yegua Apisonadora mas
Relampagueó como un rayo díscolo que de la tormenta se zafaba, 
Entonando la más grande canción que su alma había compuesto.
 
Brillando como nunca lo había hecho el espectro* se descompuso,
Radiando un níveo fulgor que dejó paso al rojo, naranja y amarillo,
Iris en forma de arco que dibujó un pórtico de vetustas montañas,
Llamando como un Faro que salva navíos del traicionero acantilado,
Llamando al mismo Universo para que maquinase un nuevo comienzo.
Apisonadora retrocedió cegada y Hallado entonó aquella canción:
 
Nadia y el nacimiento del Arcoíris

Es el Sol el que esperaba encontrar en los libros para mi brújula,
La ilusión latente en mí nunca se resignó a caer en la opacidad...

Sol y Luna, mar y tiempo, y mucho más que eso preconicé en ti,
Oliendo tu legado de rosas y arcoíris, te bajaré de tu cúmulo nimbo,
Le faltabas a la humanidad, me faltabas a mí... Esperanza y promesa
 
~
 
Nadia y Hallado se abrazaron hasta quedarse sin respiración,
auspiciados por el primer arcoíris que el Hombre acarició...
 
La condujo a la Corte donde los expertos reconocieron a la princesa Nadia, desaparecida hace siglos según databan las cronologías del reino. Visitaron los viñedos y trigales que ahora crecían con fervor. Acudieron a la inauguración de la primera Universidad erigida en honor a las musas. Fue la invitada de honor de un concierto de Hallado y las Dragonfly**
 
Y en cada amanecer, cada despertar, veían la sonrisa del Señor que les impulsaba cual motor en su caminar. Y en cada tormenta siempre aparecía un inmenso arcoíris, cuyos extremos abrazaban los mares y costas en un gesto que aglutinaba las tierras bajo un mismo designio.
 
FIN
 
*espectro solar
 
** libélula
 
PERSONAJES:
 
Nadia: nadie, esperanza e ilusión, fuente del arcoíris.
Hallado: nacido de la vela que Nadia prendió con la semilla que recibió.
Apisonadora: una yegua fiel, apacible y asustadiza (es que nació en un mundo sin Sol)
Labriegos y lacayos: son justamente eso, ¿qué esperabas?
Hallado y los Dragonfly: un grupo de moda
Doncellas: las coristas
 
Juan M Lozano Gago (c)
 
(oyendo esta canción mejor)
 

 
Texas - Summer Son
 

domingo, 23 de marzo de 2014

ILLUSIA, donde los sueños calzan botas

LA ESCALERA SIN PELDAÑOS/ DE LO IMPOSIBLE A PRIORI...

Foto tomada y editada digitalmente de su gnomo hechicero
(recuerdo de Mallorca) por un servidor :D

En mi mundo los caballos se cansaron de sus sucias cuadras, de la alfalfa y los sillares, embutiéndose en alas que los llevaron a los terrones de caramelo que se ocultan tras los arcoíris de Ériu*.

En mi mundo ya no hay gnomos de jardín, pues hace eones que formaron una cuadrilla de guerreros de sendos cascos puntiagudos para conquistar los jardines ocultos tras el parterre donde las mariposas oyen sus gestas.

En mi mundo los trovadores se cansaron de componer largas gestas o peroratas heroicas, porque los héroes en carne y hueso deambulan por doquier ya sea a lomos de titánicas Águilas o en pos de doncellas sin don.

En mi mundo las princesas no lloran sus vidas ni se dejan largas trenzas de incienso, porque sus vidas son suerte de encantos, de brujas o magos que mendigan su belleza y les otorgan los cien dones.

En mi mundo los dragones se cansaron de escupir fuego atrapados en las páginas de grimorios vetustos, ya no quieren sus tesoros, sólo viven de su vuelo, a mil pies de grandes lagos donde sonríen a sus dobles.

En mi mundo las viejas no yacen postradas en catres sumisas, son malas de cuento que ansían el brío infantil, la belleza y pureza; o las hadas madrinas que elaboran las recetas que curan el mal de las ruecas.

En mi mundo las hadas y elfos se cansaron de esperar en los bosques a que cualquier niña crédula las atrape en su red, porque hay grandes árboles que precisan de su polvo de hadas para crecer más y mejor.

En mi mundo las caracolas de mar no son pedazos de plancton inertes o coladores de viento, sino que se deslizan sinuosamente en los lechos mandarinos, creando con su arrastrar las tonadas del mar.

En mi mundo los patos y ciervos se cansaron de no ser comprendidos por la raza humana, se construyeron hogares en la base de recios Robles, mas se preocuparon de ir a la moda con bufandas de lavanda.

En mi mundo los caminos no son sinuosos o cruzan bosques oscuros o cementerios cipreses, los caminos confluyen con el cielo y te permiten andar de cabeza o conducir en las barbas de Poseidón.

La amargura mas la envidia o lisonja las cambié por los tambores que siempre dan su do de pecho, cuando vienen las hermanas, Alegría o Melodía. Son sus pícnics muy famosos y atraviesan las fronteras, pues acostados de costado el mar queda por encima y el firmamento por debajo.

Las distinciones o clases las cambié por semejantes, todos dignos de escuchar y sorpresas por igual, porque sin sobreestimas ni subestimas, todos nos divertimos más. Son los silencios elocuentes y cargados de misterio, pues casi siempre me estremezco entre tiznes de la hoguera.

Las noches las cambié por los días y los días por Morfeo, ¿imaginas noches de sol y sombras junto con días de lunas varadas en la orilla remojando sus largas piernas de plata? Son visiones estelares y se venden en postales, pues las cámaras flashean con sus zooms a todo tren.

Las distancias sólo mitos o canciones de otra época, al alcance de mi mano en alfombras voladoras o en transportes vulcanianos, siempre a tiempo a la cita con amigos en las letras, siempre a fuego, siempre incierto los finales de su orquesta que comanda a las teteras a la testa de la fiesta.
________________________
* diosa gaélica, Irlanda

JUAN M LOZANO GAGO (C) Todos los derechos reservados (del texto y la fotografía)


 
Limahl - Never Ending Story
 

viernes, 4 de octubre de 2013

Oldhoney y el Invierno


La ancianita de cabellos color platino, otrora una bella bruja de largos cabellos negros como la noche —y a decir verdad ése era su verdadero aspecto y el otro... pues el aspecto que se le supone a una abuelita entrañable de cuentose movía en un continuo vaivén sobre su chirriante mecedora. El enorme gato de pelaje carmesí y ojos de aguamarina ronroneaba sobre sus piernas y de vez en cuando alzaba el párpado derecho para afianzarse de que su dueña aún seguía con vida. A su lado, sobre una renqueante mesita redonda cubierta con un tapete de ganchillo amarillento, una humeante taza de café recién hecho avisaba en silencio de que poco a poco estaba enfriándose. Y la anciana se decía: Me he dejado la dentadura postiza en el cuarto de baño.

El gato, apodado Medwing, estaba bastante gordo y acostumbrado a los mimos de la ancianita, que era una experta en el uso de hierbas y todo tipo de medicinas naturales. Era conocida en la región como Oldhoney, y muy querida por sus remedios. Encima de la chimenea descansaba su escoba. El crepúsculo era de un azul vivo y no había nubes en el horizonte. Parecía que sería una noche más hasta que un vecino de la comarca vino preocupado con una mujer embarazada...

Oldhoney, vieja clueca, ¡despierta! ¡Desentumece tus huesos herrumbrosos! voceó el gato estirando las uñas en la ajada piel de sus piernas. La anciana chilló, fastidiada y dolorida.

¡Maldito gato obeso y malencarado! ¡Ya te daré yo una patada en el...!

¡Oldhoney! oyó que el leñador llamaba desde la puerta de la casa. La anciana frunció el ceño, se levantó torpemente de la mecedora y atendió al hombre, que, pálido y desencajado, comenzó a contar un extraño relato:

Esta dama embarazada de siete meses ha estado vagabundeando muerta de frío y hambre por los bosques de Alarnith, Oldhoney. Y los Oscuros la buscan para matarla. ¡Logré encontrarla antes de que sucediera una calamidad!

Oldhoney presintió que ésa iba a ser una noche crucial. La dama, de largos y rizados cabellos dorados, irradiaba una luz nunca vista en aquellos parajes. No semejaba ser de aquellas tierras.

Querida, no te quedes en la entrada, no tienes buen aspecto. Pasa a mi humilde hogar la invitó la bruja. La confortable cabaña de roca con tejado de nogal desprendía un fuerte olor a leña recién cortada. Aún siendo modesta, estaba plagada de detalles curiosos: tarros de cristal que contenían todo tipo de ingredientes irreconocibles, calderos de varias medidas o toda una colección de grimorios de magia de todos los niveles.

Necesito una noche donde calentar mis entumecidos huesos y un brebaje que me calme el dolor dijo la dama. Su voz, apenas un hilo, conmovió a la vieja bruja, que rauda y veloz, fue a por su escoba.

Pórtate como un gato educado, que para eso te he estado enseñando a ser respetuoso con los forasteros, así que no hagas de las tuyas durante mi ausencia. He de consultar algo en el Espejo del bosque, él me dirá qué hacer, ¡pero me barrunto que de este futuro bebé dependerá la suerte de Oddland! dijo la bruja.

En un abrir y cerrar de ojos, la escoba arrancó soltando algo de humo anaranjado con olor a azufre que hizo llorar los ojos al orondo gato, y la escoba se perdió tras unos grisáceos nubarrones que cruzaban la colina.

A sus pies el bosque se expandía sobre la tierra como un gigantesco manto pardusco bajo cuya protección cientos de animales veían su hogar a salvo de la mano del hombre. Pero Oldhoney se hallaba inquieta mientras el viento movía sus blancos cabellos y su escoba, siempre diligente, la llevaba hacia el norte del bosque, donde el Espejo dormitaba a la espera de algún valiente que se atreviera a mirar en sus arcanas entrañas. Al fin, descendió sobre los vientos y aterrizó elegantemente en un verde claro rodeado de dorados dientes de león. Allí halló el Espejo del Bosque, una gran esfera de plata y acero en cuyo interior se decía podría hallarse la respuesta a los interrogantes sobre el futuro.

El espejo plateado se deshizo ante sus ojos y el metal fundido reveló la respuesta:

Hubo una vez un lejano y próspero reino, pero el Invierno extendió sus largas alas sobre él, helando a sus habitantes... A todos, menos a su bella reina, que, impotente, contemplaba la desgracia que se había cernido sobre su querida Eaglestone, donde nació y creció feliz.

Vagó por valles y laderas, buscando ayuda y cobijo. Embarazada como estaba, y sin nada que llevarse a la boca, fue hallada por Bill, el leñador, que la trajo entre sus brazos hasta la cabaña de Oldhoney.

Dime, espejo dijo la vieja. ¿Qué debo hacer?

Una niña que portará el sol en sus manos nacerá, y su luz derretirá el mal que nos acecha. El invierno se hace cada vez más fuerte y pronto el hielo y la escarcha serán sus aliados en los confines de este mundo replicó el Espejo.

La vieja, con cara circunspecta, supo entonces qué hacer. Introdujo su consciencia en la mente de su águila Pat, y, a través de sus ojos, oteó miles de hectáreas en busca de la flor Ayris, capaz de dar las energías necesarias a aquella pobre mujer.

¡Aún queda un mes para el nacimiento de la criatura! se lamentó Oldhoney frente al espejo, como si éste fuera capaz de consolar su repentina flaqueza . El mal acechante podría acabar con la reina antes del advenimiento de la niña.

Pero el Espejo enmudeció. Invadida por un coraje repentino, mandó llamar con la fuerza de su mente a Pat, y ésta, obediente, arribó en el claro del bosque.

Has de llevarme adonde la flor Ayris reside, amiga, pues nada hay en el mundo que pueda ayudar a nuestra reina para que dé a luz sin que los Oscuros la acechen.

Pat alzó su testa a los cielos e instó a la anciana a que alzase con ella el vuelo. Pasados unos segundos, el bosque volvió a quedar bajo ellos. Y el brote de Ayris, callado y quieto, esperaba a que Oldhoney la encontrara. Finalmente, a orillas de un arroyo de aguas diáfanas, la anciana la halló.

Has de venir conmigo, hermosa flor de pétalos de nácar, pues la reina que en su seno oculta a nuestra salvadora requiere tus servicios.

Y así fue como Oldhoney recuperó uno de los últimos ejemplares de esta extraña planta de colores ambarino y rosa. Pat reveló a la anciana como el manto gélido iba cubriendo cada vez más extensiones a su paso, congelando los débiles corazones de los hombres. Comprendió entonces que tanto la reina como su futura hija albergaban cálidos y puros sentimientos contra los que el cruel Invierno no había podido batirse en liza.

Llamó a su escoba que andaba revoloteando traviesamente y dejó con delicadeza a Pat en la orilla del cristalino arroyo, y guardando la flor con premura en un bolsillo del traje, reemprendió el vuelo. Allí esperaba la dama recostada en unos cojines que Bill había acomodado junto a la chimenea.

Tráeme el mortero, rápido dijo al gato. Y con los polvos obtenidos preparó un bebedizo que hizo tomar a Odana, la reina de aquel remoto país. Ésta tosió bruscamente para luego caer en un profundo sueño. No obstante, la palidez de su rostro desapareció, y simulaba estar en un dulce trance.
 
La reina Odana

Los Oscuros ¿podrán atacarla estando aquí? preguntó el ignorante leñador que, como todos los profanos, no conocía las propiedades de la flor Ayris. La anciana le miró con sus ojos claros y chasqueó la lengua como fastidiada ante la irremediable explicación.

No, Bill, de ningún modo. La flor combate la oscuridad desde dentro del corazón y desde fuera de él. No podrán nada contra Odana.

Pasaron días y semanas, y la criatura en su vientre crecía y se retorcía, barruntando ya su glorioso nacimiento en el humilde hogar de la afable Oldhoney. Y pasado un mes la madre rompió aguas. Dando a luz a su pequeña, y ésta, envuelta en un halo de luz plateada, pareció anunciar el ocaso de un Invierno que parecía eterno.

Te llamarás Silverana Lightness como tu abuela afirmó Odana con ojos sollozantes—. No hay duda de que eres su viva imagen, mi preciosa niña.

El gato, feliz, trepó a la mecedora y comenzó a ronronear.
 
Muy lejos de Oddland, el Invierno continuaba avanzando inexorablemente, transformando los prados en níveos terrenos. Los Oscuros, que no eran más que la materialización incorpórea de las pesadillas, debilidades y flaquezas de los hombres, recibieron las órdenes de acabar con aquella niña que ponía en peligro a Lady Winter, una implacable mujer de ojos transparentes y carentes de vida, incapaz de sentir.

Pero ya nada podía hacer... sino aguardar su destino sentada en su trono de granizo.

Y fue así como llegó el día en que Odana y su hija, acompañadas de Oldhoney, regresaron a Eaglestone.

Deprisa, deprisa, no podemos dejar escapar la oportunidad que los dioses nos han concedido gritó la bruja con cierta inquietud. Los efectos de la flor sólo permanecerán durante veinticuatro horas más.

A su llegada, Lightness, oculta bajo una manta, fue descubierta ante el asombro de Lady Winter, que no pudo soportar la intensidad de aquellos ardientes ojos.

Nooo... la oyeron llorar. Su antes congelado corazón no logró resistir la amalgama de emociones que acudían a su encuentro y que nunca había experimentado: amor-odio, alegría-tristeza, valor-miedo, esperanza-angustia.

¡Ejem, ejem! farfulló Oldhoney. Creo que nos hace falta una buena fregona para limpiar el charco que el Invierno acaba de dejar delante de nuestras narices.
 
A lo que todos sonrieron dichosos.

Y es que el mal es mezquino y estúpido, y, como tal, debe ser tratado en su justa medida.

*****


JUAN M LOZANO GAGO  ©
 

miércoles, 19 de junio de 2013

ZENDRA Y EL REINO IRRADIADO


Zendra anhelaba encontrar la luz más que ninguna otra cosa en el mundo. Zendra era una mujer o al menos lo fue una vez... No recordaba cuándo fue el punto de partida de su aciaga existencia, ni siquiera si hubo un principio. ¿Miles de años quizás? Ya nada importaba, sólo ella y su espejo reflectante de mundos.

Zendra tendría una edad que podría pasar por unos treinta años, si bien, los molinos de viento de sus ojos eran un pozo abismal e inquietante. Si las sombras pudieran materializarse en un objeto físico, no habría mejor ejemplo de ellas que su perturbadora y fulminante mirada. Sus ojos negro azabache eran más negros que la misma oscuridad, inclusive más que el mundo de tinieblas al que había sido relegada hace ya una eternidad. Todo era gris. Infinitos tonos de grises para ser exactos, llenos de matices. Todo un abanico de colores que recreaban un entorno mortecino y sin vida: arbustos grisáceos cuyas sombras se cernían sobre las plomizas llanuras, al tiempo que un aire viciado con olor a almizcle y más denso que la nieve adquiría casi su propia identidad.

Zendra desconocía el nombre de aquel extraño mundo que habitaba. Su casa estaba repleta de habitaciones unidas entre sí por laberínticos pasillos, escaleras de caracol dominaban la estancia aquí y allá. En el exterior junto al bosque de pétreos cipreses tenía un pequeño huerto de tomates..., sí, grises. También había diminutas flores de formas indescriptibles en un pequeño jardincillo que presidía la vetusta y sólida puerta de madera envejecida.

Ignoraba en qué momento fue llevada al Reino de las Sombras, o más bien no era capaz de recordar el evento que desembocó en su desdichado destierro.
 
La inhóspita mansión no era lo que se podía decir un cálido hogar. Sólo tenía por compañía a un pequeño hámster que se paseaba todos los días a partir de las once y media de la mañana, para luego confundirse nuevamente con el nebuloso tabique. Este dato sería puramente anecdótico si no fuera porque este matinal evento le hacía rememorar que en sólo treinta minutos tronaría el reloj de pared del salón, cuyo estruendo inundaba todo el lugar. Era entonces cuando las reglas de la física no parecían tener aplicación en ese mundo; las vibraciones provocadas por cada uno de los tañidos del reloj desdibujan la realidad, que se quebraba y combaba sobre sí misma, ahogada en la penumbra inyectada en toda y cada una de las cosas que la rodeaban.

Justo en ese instante y durante unos minutos más el espejo se iluminaba y podía mirar en su interior. En la parte inferior del marco de plata unas extrañas runas venían a decir lo siguiente:
 
El camino sólo se abre para quien sabe ver más allá de uno mismo.

Por supuesto, ella no supo descifrar en un primer momento los caracteres rúnicos, del mismo modo que tampoco sospechó del porqué del insidioso recorrido que realizaba el hámster cada día cuando se aproximaba la hora. Pero un día siguiendo al albino roedor, se perdió en un ala de la casona que no había visto antes. Allí sobre una mesita nacarada descubrió un tomo algo voluminoso, cuyo lomo anunciaba: El arte de las runas y su estudio vital. Ni decir que su estudio le hizo perder mucho tiempo, pero qué era el tiempo para ella, sino insignificantes briznas en el campo que podía arrancar a su antojo.
 
Ese día estaba decidida a mirar el espejo con todas sus fuerzas. No pasaría otra vez lo mismo que en anteriores y decepcionantes intentos. Algo era diferente en esta ocasión. Estaba segura de que contaba con todo lo que hacía falta para ver con los ojos del corazón: arrojo, convencimiento, sabiduría y tenacidad, y perforar así el velo de oscuridad que cegaba su comprensión.

El espejo irradió una luz fulgurante, y en lugar de reflejar sus facciones y sus largos cabellos ondulados que arribaban hasta la cintura, vio por primera vez, o al menos eso creyó, un color distinto del gris. La pared pintada de un blanco luminoso sobre la que incidían los rayos solares del mediodía desbordó el iris de sus retinas. Unas cortinas verdes enmarcaban los ventanales situados en la pared opuesta, y la fragancia de unas rosas rojas que yacían colocadas con esmero en un jarrón de porcelana penetraba a través de sus fosas nasales. La habitación permanecía en silencio, pero era un silencio colmado de quietud.

Inclinó su cabeza para tratar de ampliar su campo de visión, y sin querer apoyó sus frágiles dedos sobre el cristal, que para su asombro se rompió, estallando en mil pedazos, que se esparcieron por el suelo con violencia. Su mente comenzó a trabajar contra reloj: pensamientos arremolinados y arrinconados en recónditas áreas de su cerebro se apoderaron de ella, sus recuerdos se estampaban contra su ser frenéticamente, pasajes, rostros, risas, sensaciones, voces, etc.; posiblemente sólo habría una oportunidad para...

— ¡Sandra, Sandra! —gritó una voz angustiada y sorprendida que se acercaba en la distancia.

Zendra dirigió su mirada hacia la mujer y entonces se dio cuenta de que ya no contemplaba la escena desde el otro lado del espejo.

— ¡OH, mamá! —sollozó Sandra— ¿Cuánto tiempo ha pasado?

—Dos años, hija mía —le contestó la madre con júbilo.

Zendra lo había logrado, había conseguido abandonar El Reino de las Sombras. Todo había sido una pesadilla, producto de su estado. Su mente enjaulada y aprisionada había elaborado una realidad alternativa de penumbras, a la que ciertas partes de su cerebro se resistían con afán.


En ese instante percibió que un objeto le pesaba en el bolsillo de su bata. Introdujo su mano allí y extrajo un pequeño libro titulado: El arte de las runas y su estudio vital, edición de bolsillo. Bueno, lo recordaba más grande, pero nunca supo cómo se vino consigo.

*Zendra es Sandra
 
Juan M Lozano Gago ©

miércoles, 5 de junio de 2013

El alfarero


Pedro caminaba por aquellas familiares calles adoquinadas, como solía acostumbrar desde hacía apenas una semana. Casi podía sentir los guijarros bajo la suela de sus zapatos con cada pisada.

Pero aquella mañana, algo le apesadumbraba mientras dirigía sus pasos hacia la alfarería de su padre,
"Alfareros y Hnos. Lanzani".

Su intención inicial había sido la de realizar el trabajo lo mejor que sabía. Al fin y al cabo, aún era tan sólo un aprendiz, tal y como le repetía su padre, tratando de infundirle confianza. Sin embargo, no estaba satisfecho con aquel botijo de formas irregulares. Si bien admitía que no le había quedado del todo mal, esperaba un resultado distinto del obtenido. Había puesto todo su empeño y coraje, entretanto daba vueltas al torno con sus pequeños pies, pues quería que su padre estuviera orgulloso de él.
 
Embaucado por un remolino de pensamientos, llegó a la alfarería a tempranas horas de la mañana. El botijo se hallaba sobre la mesa central de la estancia, que despedía un envolvente olor a arcilla y cerámica. Estaba casi terminado, tras haber sido cocido en la jornada anterior. Su base era redonda como cabía esperar, y aunque su vientre era más ancho que aquélla, se estrechaba de nuevo antes de llegar a la parte superior, otorgándole en cierto modo un aspecto de ocho. Pintado de blanco, únicamente faltaba añadir la decoración.
 
Fue entonces cuando entró el padre:

—Hijo, ¿te inquieta algo? Normalmente sueles acudir al trabajo uno hora más tarde —dijo el padre al tiempo que echaba un vistazo al botijo.

 
—Papá, lo he intentado, pero no logro que quede perfecto contestó haciendo un ademán inconsciente de ocultarlo.
 
—Pedro, he de explicarte una lección esencial para la vida y hoy ha llegado ese día. Contempla ese botijo un instante, pero obsérvalo con los ojos del corazón, no con los que usas habitualmente.
 
El pequeño entrecerró sus verdes ojos intentando descubrir algo que se le hubiese pasado por alto.

—Verás, hijo, el botijo ya es perfecto, porque refleja todo el esfuerzo que has depositado en él, porque es único e irremplazable, porque sus imperfecciones lo hacen perfecto. La perfección no se presenta en el exterior de los objetos, es una idea que brota en nuestro interior, de nuestras creencias y percepciones de la realidad.
 
¿Qué es perfecto y qué no lo es? Sólo tú debes decidirlo...


JUAN M LOZANO GAGO ©