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domingo, 20 de abril de 2014

EN EL VACÍO: Capítulo 3.- Cuando Susan encontró a Ann.


Daba vueltas en la cama, intentando conciliar el sueño. El silencio reinaba en la quietud de la noche y apenas eran audibles los sistemas de oxigenación de la Surrender.

Conocía a Susan desde hacía 2 años, ¿cómo era posible que no me hubiese contado nada sobre Ann?

En cuanto amanezca le devolveré la holografía y hablaremos de ello”.

 
Torre Arts, afueras de la ciudad de Immersion

Eran las 8:30 de la mañana. La tripulación charlaba animadamente en la Georest, el principal espacio natural de la nave. Contaba con un buen número de especies arbóreas adaptadas a la vida en el espacio. Susan leía un libro en un banco situado bajo las ramas de un manzano. La gran fuente flotante helicoidal erigida en el corazón del jardín borboteaba agua acompasadamente.

El pequeño asteroide no había causado ningún daño significativo en la nave y se respiraba una atmósfera distendida entre la tripulación.

— ¡Buenos días, John! le saludó una radiante Susan. No suele ser habitual verte levantado tan temprano.

Hola, Susan, te dejaste esto olvidado en la sala holográfica la pasada noche John le mostró la imagen de Ann.

Verás John, ha llegado la hora de que te explique algunos aspectos cruciales acerca de mí y nuestra misión. Nuestro cometido no consiste únicamente en obtener mediciones de la entropía del universo. El G.T.I.[*] tiene sólidos argumentos para pensar que los agujeros negros albergan en su interior las respuestas a la relatividad del espacio-tiempo. Las viejas teorías de Einstein podrían demostrarse empíricamente por primera vez en la historia de la humanidad. ¿Comprendes lo que quiero decir? Se abrirían las puertas a nuevas realidades. El viaje en el tiempo sería sólo el principio, podríamos cambiarlo todo y, del mismo modo, averiguar la gran pregunta del hombre desde el inicio de los tiempos: cuál es nuestro propósito en la vida y hacia dónde nos dirigimos los aquamarinos ojos de Susan se reflejaron en los de John.

Susan, eso suena realmente fascinante dijo John excitado. Siempre me he hecho esa clase de preguntas desde que era un mocoso. Creo que nuestra percepción del tiempo es subjetiva, es un concepto humano que nos proporciona seguridad. Una línea recta marcada por una serie de acontecimientos desde que nacemos, pero... ¿Y si no fuera tan sencillo? ¿Pasado, presente o futuro seguirían teniendo sentido? Pero ¿qué relación tiene esto con Ann? —inquirió un aturrullado John—.
 
Como ya sabes, me crié en la ciudad de Immersion, entre sus edificios plateados y cristalinos, liderados por la torre Arts, el mayor observatorio astronómico del Universo prosiguió Susan con cierta nostalgia. Hace unos meses, antes de que iniciásemos este viaje, se produjo un accidente en la ciudad. Una nave se materializó súbitamente en las proximidades del agujero negro. Todos ascendimos a la torre Arts para poder observarla con mayor detalle. No se parecía a ninguna de nuestras naves. Estaba fabricada con algún tipo de material translúcido que dejaba pasar la luz de las estrellas a través de ella, fundiéndose con el espacio al mismo tiempo. Contemplarla era todo un espectáculo visual. Pero, a los pocos segundos, algo pasó, y fue despedida de la gravedad que ejercía el agujero negro sobre ella hacia el mar Infinis, donde terminó hundiéndose. No obstante, nuestros equipos de emergencia pudieron rescatar a una preciosa y enigmática niña de unos cinco años de edad. Traía consigo la holografía, no quería desprenderse de ella. Me resultó extrañamente familiar el rostro de la Comandante reflejó un poco de preocupación. Se quedó en Immersion bajo el cuidado de unos amigos de confianza, pero pienso que debemos regresar pronto, sobre todo tras lo que te ocurrió el otro día.
 
Mar Infinis, Immersion
 
Estoy de acuerdo contigo, deberíamos hablar con Ann. Me alegro de que me hayas confiado ese secreto que te habías guardado hasta ahora dijo John con tono jovial. En cualquier caso, intuyo que tanto mi encuentro con aquel ser de luz y la historia de Ann, no pueden tratarse en modo alguno de sucesos aislados. Desde hace un par de días, tengo la sensación de que nos quieren transmitir un mensaje que somos incapaces de descifrar.

Susan aún permanecía sentada en el banco del jardín mirando a John algo pensativa. Era un hombre relativamente alto de cabellos y ojos color castaño. Alegre y sencillo. Su afecto por él era mayor cada día.


Novac, ¿cuánto tiempo tardaremos en llegar desde el borde exterior de esta galaxia a Immersion? preguntó John.

Según mis cálculos entraremos en la órbita de Pegasi en 2 horas y 30 minutos. Empleando la mitad de la potencia de los propulsores híperespaciales, según aconseja nuestro ingeniero, nos situaremos en un sistema binario próximo a Pegasi respondió Novac.

El motor se encendió plegando el espacio por delante del avance de la nave, dejando una estela luminosa tras de sí.


John y Susan ignoraban que en Immersion les aguardaba parte de su destino.


*****

________________________
[*] El Gobierno Terrestre Interplanetario es un organismo supraterrestre donde se hallan representados todos los gobiernos del planeta Tierra, así como de las diferentes colonias asentadas en los planetas habitables del Universo conocido. Fue creado en el año 9.615 (Tratado de Tokio), fecha decisiva en la que los distintos Jefes de Estado y de Gobierno ceden gran parte de su soberanía nacional a dicho ente en pro de la exploración espacial y la salvaguarda de la raza humana en un futuro próximo.


Juan M Lozano Gago © Todos los derechos reservados
 
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Green Sun - The First Birth
 

martes, 8 de abril de 2014

EN EL VACÍO: Capítulo 2.- Recordando el futuro.


Nave Surrender

A la mañana siguiente...

—John, ¿me va a permitir que le observe?, sólo me tomará unos segundos —se quejaba, Robert Hug, el médico de la nave.

—De acuerdo, pero termine pronto. Le aseguro que me encuentro en perfecto estado, todo lo ocurrido fue real —replicó John algo irritado, lo cual era inusual en él dado su carácter apacible.

Mientras Robert le realizaba un rápido escáner cerebral, los pensamientos de John se alejaban lentamente.

Dos años antes...

— ¿Qué le parece Immersion? —le interpeló una voz dulce y sutil.


John se giró y contempló como una fría y bella mirada le escudriñaba.

— ¿Está aquí para participar en las prácticas? —prosiguió.

 
Podría decirse que sí. Sólo puedo adelantarle que serán llevados a una situación límite. Su capacidad de mando y resolución será puesta a prueba. De ello dependerá que la tripulación salga indemne replicó la señorita Susan Trask.

Immersion, construida hacía apenas un siglo, entre los años 22.700-22720, en el exoplaneta Pegasi 51, era una de las primeras ciudades tecnológicas existentes fuera del sistema solar. En los últimos milenios, la humanidad, consciente de que su supervivencia se encontraba más allá de las estrellas conocidas, había unido sus esfuerzos para explorar el universo, dejando a un lado sus diferencias.

Conocida como la ciudad de plata, pues era el color predominante en las estructuras que la conformaban, ofrecía unas vistas espectaculares bajo su gran cúpula de cristal; pequeños planetas orbitando un pulsar cercano o cometas que atravesaban un cielo púrpura eran perfectamente divisibles.

¿John, me está oyendo? le preguntó el médico de a bordo.

¿Puedo irme ya? Susan me espera tras el desayuno en la sala de juegos.

Veamos... Bien, los resultados no evidencian ninguna anomalía en la red neuronal, exceptuando que es Ud. el mismo de siempre rió Robert.

Uno de los placeres de vivir en la Surrender era el desayuno. Cualquier cosa que uno imaginase estaba en el menú. Susan lo esperaba sentada tomando el sol. Respìrando el aire de la mañana y deleitándose con el sonido producido por las olas de mar en su ir y venir. John ya no distinguía un amanecer simulado de uno verdadero. El hombre había conseguido capturar el mismo espíritu de la naturaleza en aquellos entornos virtuales. La frontera entre la realidad y lo soñado cada vez era más difusa. Miles de años de evolución lo habían alejado de ella, pero extrañamente necesitaba más de ella que nunca.

Novac, la computadora, entretanto supervisaba todos los sistemas de mantenimiento de la astronave.

¿Recuperado ya de lo de ayer, Johnny? Ha sido algo increíble, todo ha quedado registrado en las células de memoria de Novac. Podemos demostrarlo, ¿no te das cuenta? ¡Somos los primeros en contactar con una forma de vida inteligente extraterrestre! los ojos de Susan centelleaban, estaba radiante, y miraba a John con cierta admiración.

Escúchame con atención, Susan. Creo que esto es importante. Nada sucede por casualidad, ¿por qué nosotros hemos sido los afortunados y no otros? Hasta no saber más acerca de lo qué es o son esos seres de luz, deberíamos guardar el secreto su voz sonaba preocupada. John tenía la sensación de haber olvidado
algo significativo desde entonces.

Te recuerdo que yo soy la Comandante y tu el Primer Oficial dijo Susan sonriendo. Relajémonos un poco. ¿A qué te apetecería jugar hoy? ¿Quizás al Aqua-Sphere?

Este deporte se había hecho muy popular desde que la física había logrado dominar las moléculas de agua y modificarlas a su antojo. Si bien no distaba mucho del viejo tenis, que aún contaba con muchos seguidores amantes de las ancestrales costumbres. Básicamente se trataba de una esfera de agua que aumentaba o disminuía de tamaño a la par que en velocidad y fuerza. Como si le hubiesen inyectado su propio ADN, su compartimiento solía ser imprevisible, lo que hacía de este juego una diversión todavía más atractiva.

Esta vez no me dejaré ganar dijo John enérgicamente.

La esfera de agua apareció tras pulsar un botón. Sus movimientos eran rápidos y precisos. 

John, en este deporte prevalece la destreza.

La esfera se desplazaba de izquierda a derecha continuamente. Ni Susan ni John renunciarían al triunfo. Su personalidad convergía en este aspecto. Estaba siendo una mañana fantástica, ausente de problemas.

De pronto la nave vibró y Susan resbaló cayendo sobre la arena, sin poder alcanzar la bola.


Un asteroide acaba de impactar contra el casco de la nave sin causar graves desperfectos anunció Novac lacónicamente. ¿Te has hecho algún daño?

¡No, tonto, estoy bien! su cara se aproximó a la de él y no pudo contener el impulso de besarlo. El ritmo cardíaco de John se aceleró repentinamente. No podía creer que al fin la sostuviese entre sus brazos.

Pasaron unos instantes hasta que se percataron de lo sucedido.

He de regresar a la cubierta de mando para supervisar la reparación dijo Susan.

Aguarda Susan... el asteroide los había unido fugazmente, pensó John.

John observó la arena mojada. Descubrió una holografía. Se le debía de haber caído. Era el retrato tridimensional de una niña de apenas 5 años, sus cabellos dorados como los de Susan. Y en el reverso había escrito:
Mi querida Ann.


Confundido regresé a mi habitación a consultar mi cuaderno de notas. Estaba todo allí, mis apuntes sobre la entropía, las mediciones obtenidas en el agujero negro, la luz que emergió de su interior... Pero había algo que no se hallaba entre sus páginas. Me faltaba un recuerdo.


Me asomé nuevamente por la ventana que había frente a mí. El agujero negro parecía tener las respuestas.

Mi querida Ann

*****


Juan M Lozano Gago ©

 

 
Green Sun - Distant Star
 

sábado, 5 de abril de 2014

EN EL VACÍO (relato)



Nota del autor: este relato puede ser leído de forma independiente, si bien le siguen varios capítulos más.

Me puse mi traje, mi casco, y salí. Todo era negro, sólo yo y el vacío, ausencia de sonido, colores, nada. ¿Dónde estaba mi casa, mi tierra, el verde? Una sensación de paz me invadía, todo era grande, abierto, sin límites, podía fantasear con hacer cualquier cosa, era el dueño de mis actos más que ninguna otra vez en mi vida. Bien era cierto que estaba a eones de distancia de la Tierra. ¡Guau... el espacio! No era como lo había soñado, era indescriptible, esa sensación de contemplar las estrellas, las constelaciones, los planetas, quásares y demás. Mi cerebro se inundaba de imágenes desbordantes. Todo parecía abarcable por mis manos.

Hacía ya dos meses que partí de la Tierra. Pocos fueron los elegidos para embarcar en la que sería la primera y más importante misión del ser humano más allá de la vía láctea. Mi destino la Gran Nube de Magallanes, tras atravesar la enana del Can Mayor.

John es mi nombre, un hombre soñador que siempre quiso saber más sobre el mundo circundante, viajar hacia lugares inexplorados, sentir la emoción en mis venas, el riesgo que suponía lo desconocido...

Aún recuerdo cómo empezó todo.

—Bien señores y señoritas, sabemos que todos Uds. han sido sobradamente preparados durante meses para vivir en condiciones de ingravidez, lejos de nuestro planeta madre, aparte de sus amplios conocimientos científicos en astrofísica, dinámica cuántica y física de partículas —dijo Charles Cook, Jefe responsable del proyecto E.A.N. (Entropía y Agujeros Negros)—. No obstante, sólo unos cuantos serán seleccionados. Sin más me dispongo a leer los nombres: Robert Thornton, John Storm, Susan Trask...

Susan Trask
—John es increíble vamos a estar juntos, después de todo lo que hemos pasado para llegar hasta aquí, no puedo creerlo —dijo Susan. Era la chica más inteligente que había conocido jamás. Ojos verdes penetrantes, cabellos largos y rubios enmarcaban un rostro sereno e intrigante.

Pues bien, aquí estoy ahora. Mi misión, averiguar el grado de entropía de nuestro universo, ¿estábamos cerca del caos, el desorden, o aún era pronto para eso? Al fin y al cabo, todavía estaban en el año 22.770.

Era la primera vez que John salía de la nave, tenía frente a sí un espectacular agujero negro, la ausencia de materia tal y como la conocíamos. Susan, la comandante de la Surrender observaba con atención los pasos de John y los datos que le suministraba continuamente la computadora Novac. La nave era un lugar apacible, los simuladores holográficos eran capaces de crear un entorno cálido y seguro. Gracias a los potentes procesadores cuánticos de Novac, la labor de Susan casi se centraba exclusivamente en estudiar y corroborar que todos los procesos seguían su curso correcto.

Susan conocía a John desde hacía años. Sabía que alcanzaría su destino, pero no que ella iba a ser parte del mismo.

John sostenía entre sus manos un pequeño dispositivo que le permitía medir el nivel de entropía del agujero negro. Pulsó con un puntero el botón on de la pantalla oled desplegable y éste se activó.
 
—Novac, ¿cuál es el grado de entropía del universo? ¿Puedes calcularlo? —inquirió Susan.

—Mis datos son aún insuficientes para responder a esa pregunta, pero seguiré trabajando en ella —contestó Novac.

Susan y John sabían de antemano que poco o nada iban a poder averiguar acerca de tan complejo problema, si bien Novac 7200.2 era el sistema informático más avanzado hasta la fecha. No obstante, dicha cuestión tendría respuesta miles de millones de años después por una sucesora de Novac...

—John, regresa ya, es suficiente.

Realmente no quería regresar aún. Me sentía el hombre más feliz del mundo, una extraña quietud recorría todas mis articulaciones, como si estuviese aletargado, la voz de Susan sonaba muy lejana y distante. Fue entonces cuando sucedió. Sólo bastaron unas centésimas de segundo. Una luz cegadora proveniente del centro del agujero salió despedida hacia mí y me rodeó sin causarme daño. De pronto, ya no estaba allí, sino en una pradera de mi pueblo, sentado bajo un árbol. No comprendía qué estaba ocurriendo. ¿Estaría soñando? ¿Sería aún muy temprano en la mañana y Susan me despertaría en cualquier instante? Sin embargo, allí donde estaba, el tiempo carecía de sentido, ayer, hoy o mañana, daba lo mismo. Percibía los olores de las plantas que tenía a su alrededor, mientras una leve brisa las mecía. Era muy real, no podía tratarse de un sueño.

— ¡John, John...! —dijo una voz que procedía del interior de mi cabeza”—. Yo soy, he sido y seré. Una eternidad o un segundo, el tiempo no importa para nosotros, sólo existimos. ¿Qué es morir? ¿Por qué las plantas se marchitan en tu mundo, sale y se pone el sol en vuestro planeta? ¿Qué significa?

Estupefacto, John intentó pensar lo más rápido que pudo. ¿Era posible que hubiese establecido contacto con alguna clase de energía inteligente? ¿No se rumoreaba que los agujeros negros no eran sino entradas a otras realidades distintas a la nuestra?

—Así ha sido siempre, todo nace y muere, todo tiene un principio y un fin. ¡Los días, los seres vivos, las plantas, las estrellas!

Imaginé que aquel ente había estado indagando en mi memoria, y no era capaz de entender nuestra existencia lineal. Debía de tratarse de una forma de vida a años luz de la nuestra y para la que el tiempo era un término incomprensible. Sólo quería volver junto con Susan de regreso a la nave, pero no podía, no, hasta que captase el concepto de humanidad.

—Imposible —insistió aquel ser—. Se es o no se es.

Pero mientras ahondaba más y más en mis pensamientos, descubrió un fuerte sentimiento de ira que yo mismo había querido desterrar de mi mente.

— ¿Quién es ella? —preguntó la entidad.

—Mi mujer, pero falleció. Ya no existe —dijo John.

—Pero ella sí que existe, la veo comunicándose contigo.

—Eso es lo que llamamos un recuerdo
replicó John.

Se produjeron unos minutos de silencio. John contemplaba de nuevo con cierta incredulidad el paisaje que se mostraba ante sus ojos. Y repentinamente reapareció dentro de su traje espacial. El agujero negro seguía delante de él desa ante como un abismo. Sin embargo, algo había cambiado, la ira lo había dejado.

Había estado en ese sorprendente lugar más de una hora, pero el tiempo no había transcurrido, pues había retornado al punto de partida, le dijo a Susan que estaba bien. Sólo un poco mareado.

Tras haber descansado, le contó a Susan lo sucedido, y como creyó estar otra vez en la Tierra. Ambos concluyeron que fuese lo que fuese, había aprendido lo más importante de la existencia humana, el valor de los recuerdos, el motor de nuestras vidas y lo que conforma lo que somos.

Juan M Lozano Gago ©

 

 
Tron Legacy - Sea of Simulation (Daft Punk)
 

lunes, 24 de marzo de 2014

Escindidos (relato)



Julia llevaba una semana de perros, su cara estaba demacrada y apenas podía reconocer su semblante en el espejo. Sus amigas Margot y Adriana le habían insistido mucho en que pasara la primera semana de Junio en Italia, pero no se esperaba ni por el asomo el calor bochornoso que hacía del asfalto una parrilla.

Pero lo peor había sido aquel recorrido en moto por los suburbios de Roma. No, no les bastaba con haberla hecho tragar piedras y más piedras, y, si bien el Vaticano la había llegado a entusiasmar con su Columnata y sus fuentes de agua congelada, gracias al antiguo sistema de cañerías romanas que las protegía de las inclemencias del astro rey, la accidentada travesía por el empedrado de sus callejuelas le había descolocado sus esquemas mentales.

Pero retrocedamos unos días...

Julia recibió un mensaje de voz en su móvil en el que Margot, su mejor amiga de la infancia y de ascendencia francesa, le comentaba lo que sigue.

Julia, no te lo vas a creer. Adivina, estamos alojadas en un hotel en el Trastévere y Adriana no deja de preguntar por ti, bueno, no, no es ella, es su primo, pero estamos deseando verte. Y no nos vengas con la excusa del divorcio, te conviene divertirte un poco. Sólo tienes que imprimir la reserva, está todo en el e-mail que te acabo de mandar. Arrivederci.

Y Julia finalmente no pudo resistirse a tan tentadora invitación, sobre todo, cuando en su horizonte no había más que cajas y más cajas preparadas para la mudanza. Y pensó, “¿por qué no? Siempre he acatado las normas y no he hecho otra cosa más que lo que se esperaba de una publicista resignada”. Así que cogió una mochila en la que introdujo un par de vaqueros agujereados por las rodillas y varias camisetas ajustadas que le daban un aspecto fresco y desenfadado.

Una vez en Roma, un autobús la reunió con sus amigos. Sólo portaba la mochila, no quería traer nada innecesario que la agotara. Y apenas puso un pie sobre la acera, oyó los gritos de Margot.

—Julia, te ves impresionante, los kilos de menos te sientan de maravilla —dijo con efusividad.

—Ya ves, Margot, el secreto está en tener un poco de tiempo para una misma, aparte de un par de disgustos —sonrió ácidamente.

—Adriana está deseando presentarte a su primo Vincenzo. Desde que se enteró de que tenía una amiga americana, no deja de acribillarla a preguntas sobre ti, tu aspecto, tu edad, etcétera, etcétera.

— ¿Un primo? No recordaba que tuviera un... No será... Ya lo tengo, el chico regordete que aparecía en las fotos del Campus, cuando éramos adolescentes.

—Pues a decir verdad, no tengo la más remota idea —le replicó su amiga mientras le decía que no a una vendedora ambulante que insistía en colocarle una rosa en el pelo— Pero eso no es lo importante. ¡Vincenzo tiene un barco en el puerto de Civitavecchia, a unos ochenta kilómetros de la ciudad y ha accedido llevarnos a su estudio en Capri!

Déjame tomar antes un baño, traigo los pies destrozados, y la camiseta empapada en sudor —contestó Julia estresada, mientras se secaba la frente y se recogía su larga melena ondulada en una cola por detrás de la nuca—. Al menos he traído mi mejor cámara. A fin de cuentas este no va a ser un viaje tan aburrido.

—No te preocupes por eso. Adriana y su primo han quedado con nosotras tras el almuerzo en las inmediaciones del hotel, y aún tenemos toda la mañana para relajarnos, tomar un helado o echar monedas en la Fontana. ¿Tienes algún deseo, pillina? —apostilló en tono de burla. Y es que el hecho de que Margot acabara de cumplir los treinta no había mermado su capacidad para meterse en líos y cometer locuras.

Tras haber comido una pizza napolitana que poco difería a su juicio de una congelada, se instaló en su habitación. El aire acondicionado no conseguía enfriar la habitación con sus escasas frigorías, lo que aceleró la tan ansiada ducha. Se libró de sus ropas en un santiamén y se colocó en el plato, sintiendo como el gélido líquido le acariciaba todos los recovecos de su cuerpo. Entretanto arreglaba sus azabaches cabellos frente al espejo que le devolvía la mirada cristalina de unos ojos color de mar, fantaseaba con cómo sería ese primo. De seguro, estaría aún más gordo o estaría empeñado en enseñarle Capri palmo a palmo hasta dejarla exhausta, o ambas cosas.

“Bien, bajemos a la Tierra”, se dijo. Adriana y Margot charlaban animadamente, hasta que el ruidoso motor de una moto que escupía humo las interrumpió. Y allí estaba él. Con una cazadora de cuero negra, y unas gafas de sol que dejó entrever unos ojos parduscos que se clavaron en su rostro. No con sorpresa, sino más bien con la mirada apasionada y dulce de una persona que te conoce (y te quiere) de antes. Mucho distaba su físico de la imagen que se había fijado en su memoria. Se trataba de un hombre de complexión ancha, pero delgado y de mediana estatura.

Julia, impactada, no logró pronunciar palabra alguna, mientras sus mejillas parecían sonrojarse por momentos, quizás por el juicio erróneo que se había creado del muchacho a priori.

—Ciao, bella ragazza —dijo él tomando la iniciativa—. También hablo inglés, así que no tendremos problemas para charlar largo y tendido —su voz grave sonaba segura y jovial.

—Encantada de conocerle, Señor Vincenzo. Le agradezco su invitación, pero creo que se está haciendo tarde. ¿No deberíamos dejar lo de Capri para otro día? Es que verá, no sé si seré una molestia para usted —parecía insegura y azorada.

Obtuvo por respuesta el silencio. En cambio percibió como sus manos la sostenían por la cintura y la aproximaban lentamente a pocos centímetros de sus labios, fue un instante fugaz en el que pudo sentir su cálido aliento. Pero fue él el que retrocedió como si temiera revelarle un secreto inconfesable del que al tiempo estaba deseando librarse.
 
—Será hoy o nunca. Súbete a mi moto y agárrate fuerte. Ah, no te preocupes por estas dos —refiriéndose al par de amigas que se habían quedados petrificadas e incluso pintadas en el asfalto al contemplar la escena.

Tomó el asiento trasero de manera inconsciente y en apenas un relámpago la moto arrancó. Un cosquilleo de adrenalina recorrió todo su cuerpo desde la punta de sus zapatos hasta el último de sus cabellos. Pero fue una sensación diferente, algo que nunca había experimentado con anterioridad. La palabra para describirla era libertad, sí. La velocidad se iba apoderando de su cuerpo, y el viento jugaba con su melena acariciándola con un silbido vertiginoso. Ella se agarró fuertemente al joven y dejó caer sus manos en el costado. Fue como si sólo existieran él y ella, y el paisaje fuera organizándose a su paso, sólo para ellos. Dejando tras de sí puestos de fruta o terrazas de verano, mientras ascendían por angostas callejuelas por el barrio del Trastévere.

Una vez en el puerto, el entorno mutó en un lugar bullicioso donde turistas tomaban fotos aquí y allá de los grandes transatlánticos o del sol coronando la tarde con una luz cegadora. El barco de Vincenzo no tendría más de diez metros de eslora. En realidad se trataba de una lancha con una pequeña cabina en el centro para guarecerse de los rayos solares.

—He de reconocer que ha sido algo salvaje. Hacía tiempo que nadie sacaba mi lado más oculto —dijo Julia excitada—. Pero dime, ésta es una lancha para dos, y sin contar a tu prima y mi amiga, a las que hemos dejado tiradas a las puertas del hotel hará más de media hora. Estoy empezando a pensar que tenías todo planeado, pero lo extraño es que ni siquiera nos conocemos de nada. ¿Por qué este inusitado interés en mí? Porque soy americana, pues ni siquiera soy rubia como puedes comprobar. No, ya sé... Humm, no será una treta de Margot. Me la puedo imaginar diciéndote: “Hazle el favor a mi pobre amiga, ha roto con su marido y no quiere relacionarse con nadie desde un tiempo a esta parte” —se jactó con aire de suficiencia.

—Para nada es lo que tu mente malpensada está pergeñando —dijo algo enfadado por primera vez desde que se habían visto—. Óyeme bien. Como ciertamente has dicho, no nos conocíamos, pero tengo motivos para hacer lo que hago... O creo tenerlos —dudó—. Margot no me ha contado nada de ti. Simplemente no pude evitar escuchar una conversación en la que te mencionaban. Tu nombre se enquistó en mi sien como un sordo recuerdo de... Ni siquiera puedo describírtelo, tendrás que acompañarme. Los dos solos, si te fías de mí, claro —añadió con soltura.

Capri
Ella no supo qué contestar y decidió embarcarse en lo que probablemente se trataba algo que el destino le había dispuesto. En cualquier caso, estaba deseosa por conocer Capri. Todos sus conocidos le habían hablado maravillas de la isla, sus acantilados que parecían obra de los dioses o la Gruta Azul, una impresionante cueva marina.

Tardaron prácticamente toda la tarde y parte de la noche en distinguir las luces portuarias de Capri, sus recortadas costas y sus casitas blancas en el fondo, en la zona más elevada.
 
La condujo por una senda de arena definida por unos matojos que abundaban a ambos lados.
 
—Éste es el lugar que escogí para trabajar. Desconozco si Adriana te comentó a qué me dedico —explicó el joven.

—En realidad fue Margot. Ya sabes, comienza a hablar y hablar y no hay quien la detenga. ¿Eres fotógrafo, no?

—Más bien pintor. Por eso escogí esta casa cerca del mirador de la Piazzetta, donde se pueden obtener las mejores vistas. Los atardeceres se reflejan en el mar, y el horizonte semeja procurarle un abrazo inmortal. Pero desde hace unos días no pude evitar pintar algo más, flotando sobre la línea del mar. El dibujo en principio borroso fue adquiriendo cada día más cuerpo. Pero entra, no te quedes en la puerta.

Julia se quedó extasiada ante los amaneceres de porcelana y los ocasos de aguas anaranjadas labradas por los reflejos de un leve resplandor. Pero en el centro de la improvisada exposición había un lienzo que desentonaba. Le era familiar. Un rostro enmarcado por una melena mecida por la brisa y subyugado por la felicidad y el vértigo de la perplejidad. Como un acto reflejo, extrajo de su bolso un espejo de mano y se miró. “¡Dios mío, es la cara que tengo justamente ahora, congelada en ese retrato como una visión fantasmal por encima del oleaje!”

— ¡Explícame qué está pasando! Me has estado espiando ¿Cómo puedes saberte al dedillo mi cara si no me habías visto ni en fotos? ¿Acaso guardas recortes de periódico, fotos sacadas de Internet? —vociferó.

—Eso quiero hacer, si me lo permites —continuó Vincenzo apenado—. Fue el día que escuché tu nombre. Se me formó un nudo en la garganta mientras cientos, no, miles de imágenes de nosotros, de ti, de mí, montando en moto, navegando en una lancha a motor, riéndonos, mirándonos delante de mi estudio... Besándonos y... Amándonos, paseando con nuestro... —se detuvo.

—Nuestro hijo —completó ella, y una sensación de vacío la embargó en ese instante—. Bésame y no digas nada más, abrázame muy fuerte.

Vincenzo la estrechó entre sus brazos, la besó con suma dulzura y denuedo a la par. La sostuvo en el aire y la arrojó sobre el colchón. Fue el principio de un amor que estaba escrito en las estrellas, de la gestación de ese niño que ya conocía Vincenzo de sus noches de sueños, y de... Mucho más atisbó, pues recordaba con claridad toda una existencia juntos, una proyección en su cabeza de la que eran los protagonistas. Feliz, se entregó esa noche a su amada, sin poder evitar preguntarse si ya habían estado allí antes o si había vislumbrado una porción del futuro que como un álbum de vinilo va repitiendo las pistas aleatoriamente.

—Pero... —interrumpió él—. Shhh, no estropees este momento. Tenemos toda la vida para descubrirlo —sentenció ella entregándose a sus brazos bajo la efímera luz de la Luna.

En un principio, cuando las materias primas fueron elaboradas y las almas se concentraban en un único punto de luz microscópico pero más pesado y brillante que todo nuestro Universo, hubo almas que se resistieron a ser separadas de otras con las que conformaban un todo esférico y perfecto. Aún muchas se están buscando...

A la mañana siguiente dos cosas sucederían.

Julia estaba demacrada y apenas podía reconocer su semblante en el espejo. Con impresión de déjà vu, se dijo, “¡oh, demonios, qué puede importar, una noche ajetreada pero bien aprovechada!

En el Trastévere dos soñolientos barrenderos acompañados por un carabinieri no se habían visto en otra para despegar del asfalto a dos turistas que se habían quedado petrificadas, Margot y Adriana, mientras una vendedora les colocaba rosas en el cabello con más o menos acierto y que luego se encargaría de cobrar.

Fin

Juan M Lozano Gago © Todos los derechos reservados
 

viernes, 21 de marzo de 2014

La lanzadera XQ-R5 (relato)

¿Puedes oírme? Mis gritos ahogados por la desesperación...
¿Puedes alcanzarme? Al borde del abismo más profundo y agudo...
¿Ver lo que veo, lo que siento? La electricidad en mí, recorriendo cada una de mis arterias, vinculado a esta infinidad... 

Te necesito ahora, junto a mí. Estoy conectando contigo, solo una reverberación en el vacío, océano de estrellas...

Lanzadera XQ-R5
—Emitiendo desde el espacio esta sintonía para toda la Galaxia, cientos de botones cada mañana para apretar. Tres colores, verde, rojo y azul. Uno me abre las puertas de la Tierra (el azul), ¡cómo gira como una peonza sobre una mesa de billar! Otro rojo, que me conduce hasta los rayos solares de alto componente ultravioleta, el Sol la fuente de nuestro sistema, abrasador, devastador, inmenso y de un rojo cegador. Y, por último, el verde, el que conduce al invernadero, cientos de muestras botánicas me acompañan, puñados de la misma Gea, álamos y cipreses, jazmines o petunias, enredaderas y espigas, son sólo un ejemplo de lo afortunada que es; los aromas adoptados que llevo a nuevos vecindarios. ¿Habrá alguien que pueda apreciar su perfume, la resistencia de sus troncos, la savia que recorre cada uno de los pétalos?—. Del mismo modo en el laboratorio se alojaban diminutas cápsulas criogenizadas que albergaban el ADN de macho y hembra de cada uno de las especies animales terrestres, inclusive la humana.

Luego están las palancas, hacia arriba, estamos “in the air”, compartiendo con todos vosotros mis impresiones, investigaciones y sueños en perspectiva, ¿pero alguien ahí afuera puede oírme? Toda una sucesión de bits de información transmitidos cada milisegundo de mi monólogo, aportando datos vitales, perdido en la inmensidad del vació silente, viendo eclosionar los quasares, contemplando la las viejas y apagadas estrellas devoradas por agujeros carnívoros sedientos de luz. ¡Cómo entrechocan las partículas en la negrura tan espesa como una gran porción de teflón! Mientras imagino que cada uno de sus átomos procede del mismo Big Bang, reconstruyendo la materia ad infinitum que reformula cada una de las estructuras atómicas conocidas por el Hombre, ese ser que estudió de qué estaba hecha la vida hasta las últimas consecuencias...

Planeta helado
¿Hasta cuándo sucederá este milagro? ¿Cuán grande puede ser este disco curvado, y hasta cuándo interpretará la aguja la misma partitura? Entretanto sigo flotando, ingrávido entre paredes reforzadas de titanio, recabando información, buscando alguna forma de vida inteligente... Ah, pero me temo que soy el único, miles de planetas en mi trayectoria: mundos gaseosos o de helio o mercurio, mundos hirviendo a temperaturas que rompen las escalas de medición, esferas gélidas y lóbregas, donde cualquier huella de la colisión de un meteorito queda grabada en la génesis de su relieve u orografía como recuerdo de la soledad que habita en su superficie.

¿Pero puede alguien comunicarse conmigo? Soy el único que se halla inmerso en este perenne viaje por el cosmos de regreso al hogar, tan distante los ecos de su frenético ritmo, tan lejanas las urbes iluminadas con sus lámparas leds que perfilan las metrópolis en contraste con las zonas verdes despejadas de tecnología, la selva amazónica, el pulmón del planeta, o las grandes extensiones de tierras yermas y erosionadas que ya nadie quiere. ¡Oh, ese fue el motivo de mi partida, en busca de un mundo virgen, donde depositar el germen de la vida, una nueva oportunidad para mis padres... Y mientras tanto se va agotando el combustible, la fisión nuclear de los propulsores se desgasta paulatinamente... ¿Pero por qué no recibo respuesta de mi amada Tierra?

Pondré un poco de música para paliar mi soledad, ya queda poco para reunirnos, por fin veré de nuevo el Aconcagua allá en los Andes, los vastos bosques de Siberia con sus montañas nevadas salpicadas de lagos y su fronda dorada o los inabarcables océanos que refulgen de un azur gel cristalino confiriendo al planeta su ilusoria redondez.

She loves you, yeah, yeah, yeah 
She loves you, yeah, yeah, yeah 
(…)”

La música invadía la cabina presurizada y las ondas rebotaban en el metal y eran transmitidas desde la consola de comunicaciones a la inmensidad del espacio. El silencio y los puntos brillando a miles de años luz los únicos y mudos testigos de tal singular expresión de humanidad.

Magnus R5, así era el nombre de nuestro extraño y errante viajero ínter espacial de cabellos color magenta, se hallaba exhausto. De hecho, sólo había sentido cansancio en dos ocasiones previas. Se disponía a cambiar la batería de iones de litio –la última que le quedaba– del generador tridimensional de alimentos cuando en su campo visual apareció una enorme bola azul, la Tierra.


La fisonomía de Magnus se correspondía con la de un típico varón caucásico de no más de treinta años, pero nadie que lo confrontara sería capaz de adivinar su verdadera edad, puesto que los atemporales molinos de viento de sus ojos revelaban un aire de serenidad conjugado con el asombro de quien había visto los fenómenos más extraordinarios que cualquier ser humano hubiera presenciado jamás.

Preparó todos los sistemas para entrar en barrena, lo cual dejaría a la astronave en suspensión, sin motores, en el momento adecuado. Tenía que aprovechar una ventana espacial que se abriría en no más de treinta minutos en un punto del hemisferio sur, en Australia. La presión de la atmosfera terrestre provocaría que el exterior de la nave se incendiase en su caída. No podía haber ningún fallo en el cálculo de las coordenadas, las cifras tenían que ser exactas en la medida de lo posible. Magnus había sido adiestrado concienzudamente para realizar esta maniobra con éxito, si bien a base de simulaciones.

—Preparado para desacoplar el motor principal, ¿pueden recibirme? Siempre, lo mismo, hasta el último minuto no se me proporcionarán las coordenadas exactas. El silencio, mi amigo. ¿Cuánto tiempo sin ver a mi amada Tierra? Bueno, podré aguantar el sentimentalismo unos minutos más. A ver, repasemos el orden de prioridad de la información recopilada:

1. Planetas de clase “A” detectados y, por ende, susceptibles de albergar vida propia o foránea: 2

2. Planetas de clase “B” capaces de suministrar agua en estado sólido: más de mil en el entorno explorado

3. Planetas de clase “C” capaces de suministrar minerales fósiles susceptibles de ser transformados en combustible o fuentes de energía: 95

No obstante, la posibilidad de que una nave humana aterrizara en alguno de esos mundos era bastante remota, al tratarse de sistemas estelares periféricos a miles de millones de años luz de la madre Tierra. Si bien, no imposible.

—Desacople finalizado, motores auxiliares activados. ¿Por qué sigo sin recibir instrucciones precisas? ¿Se habrán olvidado ya de mí, de lo valioso de mi expedición espacial para el Hombre? Da igual, estoy perfectamente capacitado para acometer este último trámite de mi viaje. Vamos a ver, me hallo sobrevolando la costa Noroeste de América, luego si mantengo la velocidad estable durante unos diez minutos, llegaré sin problemas a la localización indicada en el registro del ordenador de a bordo. De todas formas, intentaré abrir un canal de comunicación con el satélite geoestacionario más cercano para corroborar los datos—. Pero extrañamente el canal abierto estaba totalmente libre de interferencias de radio. Así mismo, la atmósfera estaba inusualmente despejada, sin humos o contaminación medio ambiental.

—Ordenador, muéstrame un barrido de la costa oriental de EE.UU. Ajá, sí, el continente luce hermoso hoy, todo es verde. A continuación, necesito un zoom de Australia, pero comienza por el golfo de México, así tardaremos menos. Ajá, igual, un verde esmeralda que casi podría rivalizar con el Índico. Veo que en los últimos años, han calado hondo los programas de reforestación y erradicación de emisiones de C02. Bien, no pospongamos más el aterrizaje.

Y en efecto, el aterrizaje concluyó correctamente y dentro de lo previsible, no siendo muy graves los daños del fuselaje.

—Al fin en casa, cuánto tiempo he estado soñando con este momento —una bandada de patos pareció celebrar su llegada, mientras un ciempiés amigable restregaba su blandengue cuerpecillo con su zapato derecho. Se respiraba tranquilidad hasta donde se distinguía la línea del horizonte. Era primavera y la temperatura bastante agradable—. Debo de estar en Queensland, me acercaré a una biblioteca a preguntar.

Al ir caminando, no pudo evitar comprobar como la naturaleza estaba exultante en toda la extensión de la palabra. El edificio parecía abandonado y el mostrador polvoriento. Tomó en sus manos el periódico más reciente que descansaba en una pila. El titular era inequívoco:

Tras el cese definitivo de la edición impresa del New York Post, este periódico no puede hacer otra cosa que la de obrar en consecuencia con el ejemplo de nuestro colegas norteamericanos. Por tanto, éste será el último número.

Durante el pasado siglo, la Selva Virgen ha sido uno de los últimos enclaves que permaneció a salvo de la acción del hombre. Sus ríos no sufrieron vertidos, sus bosques talados o adoquinados. Sin embargo, todos querían mantener su estilo de vida, sin renunciar a ninguno de los beneficios que disfrutaban, a costa de dañar muy seriamente el ecosistema del planeta. Ésta medida no es más que otra de las que figuran en un plan desesperado por salvar la Tierra.

Nuestros conciudadanos comienzan a tener dificultades para respirar. Las abejas se mueren y las plantas ya no son polinizadas, lo que repercute en la calidad del aire. Pero tenemos que creer en que sí habrá un futuro (...).

—No lo entiendo... Pero si el aire es puro, las plantas han conquistado territorios que antes tenían vedado —siguió leyendo—. Mmm, parece que estos eventos hubieran sido los últimos coletazos de una civilización al borde del abismo. ¿21 de marzo de 2214? ¡Dios, ha transcurrido un siglo desde que me fui! ¡No es posible, no! Después de que había dado con una brizna de esperanza —musitó con profunda tristeza al reparar en la fecha de la editorial—. Pero aún queda esperanza, sí, la Tierra se ha sanado a sí misma, y algunas especies han sabido adaptarse. Y en la nave cuento con todo un Arca de Noé que me permitirá restaurar en su hábitat cuantas especies sean convenientes. Me pondré manos a la obra, dispongo de todo el tiempo del mundo. ¿Qué otra cosa podría ocupar mi tiempo?

—Quizás esta nueva humanidad aprenda de sus errores. Desde luego, no será por mi falta de empeño. Les enseñaré su historia, sus aciertos y desaciertos, a valorar lo esencial, a divertirse con las pequeñas cosas que nuestros ancestros amaban.

»Lo irónico de este asunto es que todo concluya aquí, en el ocaso —extrajo de su bolsillo el esquema y corrigió lo siguiente:

Planetas de clase “A” detectados y, por ende, susceptibles de albergar vida propia o foránea: 3

Uno de ellos con el cien por ciento de probabilidades de éxito:

Gaia.

Magnus y Nadia
Entonces, algo inusitado aconteció. La cabeza de una chica asomó de entre las ramas de un frondoso árbol, un gran olmo. Su rostro reflejaba expectación y curiosidad por el visitante, a quien había estado vigilando desde su llegada.

Magnus se acercó y extendió su mano para acariciar su mejilla. De sus lagrimales discurrió un delgado río de gotas de felicidad ante la certidumbre de que no estaba solo.

—Me llamo Nadia. Te conozco, te presentía, te aguardaba desde que tengo uso de razón. Tu facciones, me las sé de memoria. Tu hazaña y sacrificio fueron documentados en “La Última Esperanza”, libro tercero de los anales del Explorador, pero te daban por muerto hace décadas. Pero ven, tengo mucho que enseñarte y mucho que aprender de ti —guiándolo a lo que probablemente sería la primera ciudad arbórea de la civilización.

No estás solo, te oigo.

Juan M Lozano Gago ©
 

 
Mark Knopfler - The Long Road