Jacqueline Harpman - Yo que nunca supe de los hombres

martes, 2 de diciembre de 2025



► Título original: Moi qui n'ai pas connu les hommes
► Traducción: Alicia Martorell
► Año: 1995
► Edición:  Alianza Editorial (2025)
► Páginas: 184


30 años después de su publicación, Yo que nunca supe de los hombres está experimentando una segunda vida, al parecer, gracias al algoritmo de TikTok y al colosal poder de convocatoria de Dua Lipa. Quienquiera que aún piense que no estamos atrapados en un capítulo de Black Mirror que se lo haga mirar. En cualquier caso, agradezco a los actuales vientos que soplan las velas del mercado editorial que hayan permitido cruzarme en el camino de este libro porque la obra de Jacqueline Harpman (Etterbeek, 1929) es una de las narraciones distópicas más intrigantes, audaces y conmovedoras que he tenido la suerte de leer, una novela absolutamente sorprendente y arriesgada, pero que recompensa con creces el salto de fe necesario para adentrarse en ella.

La historia arranca con un grupo de cuarenta mujeres enjauladas en un sótano, desprovistas de cualquier atisbo de su pasado y sometidas constantemente a la estricta vigilancia de unos guardias que observan impasibles y no hacen nada aparte de suministrarles comida y sofocar cualquier intento de las prisioneras de quitarse la vida. De entre ellas destaca una niña perspicaz y con espíritu inconformista que no conserva ningún recuerdo previo a su confinamiento, ni del cataclismo que acabó con el mundo antiguo, pero que es víctima de una curiosidad impertinente y una necesidad apremiante de conocimiento, tanto del mundo más allá de las rejas como de su interior agitado y repleto de interrogantes.

La joven protagonista, movida por un creciente sentido crítico, rápidamente cuestiona los preceptos del reducido orden social del que forma parte y pone en entredicho la autoridad de las mujeres más mayores del clan, liderando una resistencia contra la opresión del sistema que pasa por un individualismo idealista y una convicción inamovible en la incapacidad de imponer restricciones al milagro del pensamiento propio. Sin embargo, un buen día se disparan las alarmas del búnker, los soldados uniformados desaparecen sin dejar rastro y de repente las cuarenta prisioneras se ven obligadas a sobrevivir en un paisaje abandonado, con la única compañía de su soledad mutua y la terrible sospecha de que su recién adquirida libertad no es sino la misma cadena con otros eslabones.

Así, la protagonista de Yo nunca supe de los hombres narra su emocionante periplo a través de un mundo carente de sentido junto a sus compañeras de fatiga, embarcadas en un fútil viaje en busca de significado que las llevará a deambular por un planeta sospechosamente parecido al nuestro, pero que despierta tanta familiaridad como alienación. Jacqueline Harpman ha escrito una obra sobria y elegante, pero exquisitamente compleja, rica en detalles y heredera de una entusiasta reivindicación de la experiencia humana. Desde un prisma de obnubilada inocencia, Harpman se pregunta cuál es el valor de la vida y qué hace, aun cuando existen tantos elementos empecinados en erradicarla, que merezca la pena vivirla.

La trama de la novela supone, en gran parte, un recorrido por los emotivos lazos de sororidad, amor y admiración que se tienden entre las mujeres del grupo a medida que se van conociendo y creando experiencias compartidas. El envejecimiento, la enfermedad y, finalmente, la inevitable muerte se erigen como teloneros de un destino aciago que va cobrándose su salario, diezmando la población de una comunidad condenada, tras la desaparición de los hombres, a una extinción prematura, sin que la protagonista alcance a vislumbrar si su existencia obedece a los designios de un experimento macabro, a la azarosa casualidad o al entretenimiento cruel de un dios indolente.

No obstante, a pesar de su tono apesadumbrado, la novela está llena de esperanza. Jacqueline Harpman ha elaborado una obra de ritmo pausado, pero repleta de giros inquietantes e imprevisibles; una novela de impresiones fugaces y poso duradero que nos recuerda la extrema relevancia, no de dejar vestigios, sino de dar testimonio. Yo que nunca supe de los hombres es una reflexión futurista, y al mismo tiempo atemporal, sobre la paradójica condición humana, insignificante y trascendental, y de cómo podemos aspirar a la eternidad mientras permanezcan en circulación las historias a las que damos forma.


«No sabía nada de él, pero tampoco sabía nada de mí misma, salvo que un día yo también moriría y que, como él, me construiría un soporte que me mantuviera erguida, mirando al frente hasta el último momento, cuando la muerte hubiera vencido mi mirada, sería como un monumento de orgullo alzado con odio frente al silencio.»


★★★

Rachel Kushner - El lago de la creación

domingo, 30 de noviembre de 2025



► Título original: Creation Lake
► Traducción: Javier Calvo
► Año: 2024
► Edición:  Alianza de Novelas (2025)
► Páginas: 448


De Rachel Kushner (Oregón, 1968) solo había leído su novela Los lanzallamas (Galaxia Gutenberg, 2014), pero lo cierto es que dejó una impresión tan honda en mi mente, una sensación tan acuciante de originalidad y frescura nunca antes experimentadas, que no necesité más motivos para alistarme en el ejército de fieles que tiene la escritora norteamericana, múltiples veces finalista del prestigioso National Book Award. Con su trabajo más reciente, El lago de la creación, Kushner emprende una incursión inclasificable por las cloacas del espionaje gubernamental y se adentra en una célula ecoterrorista de la Guyena francesa para hacer una reflexión sobre el destino de la humanidad en unos términos que te van a dejar con la boca abierta y el culo torcido.

En efecto, la especialidad de Rachel Kushner es armar auténticos novelones con piezas que ningún otro escritor en su sano juicio ni siquiera intentaría encajar. En el caso de El lago de la creación, el rompecabezas más intrincado y sublime de la obra es resolver la incognoscible identidad de su protagonista, Sadie Smith. En su misión actual, Sadie es una agente secreta que trata de infiltrarse en una organización conocida como Le Moulin, una especie de comuna hippie que lidera el carismático Pascal Balmy bajo los preceptos ideológicos de Bruno Lacombe, ídolo del activismo radical de los 60 que ahora, en su vejez, mantiene una extensa y sesuda correspondencia con la cúpula de Le Moulin defendiendo una regresión evolutiva que nos ayude a comprender el destino último de nuestra especie.

Para lograr su objetivo, Sadie no escatima en recursos ni duda en recurrir a la más retorcida manipulación. Sin apenas esfuerzo, consigue camelarse a un mediocre director de cine, amigo de la infancia de Pascal, que le proporciona una sólida base de operaciones en una finca familiar abandonada, así como la coartada perfecta para estudiar los entresijos de Le Moulin con el fin de descubrir —y, llegado el momento, neutralizar— cualquier indicio de acción violenta que se pueda estar planificando desde dentro. Haciéndose pasar por una traductora comprometida con la causa, Sadie se integra de lleno en la estructura de este reducto utópico que pretende sabotear la construcción de un megaembalse, ejecutando con absoluta profesionalidad su cometido mientras una serie de inquietantes preguntas empiezan a brotar en su mente: ¿cuál es el verdadero cerebro que orquesta los movimientos de Le Moulin? ¿Quién se esconde realmente tras las directrices e informaciones que recibe Sadie? ¿Qué conexión hay entre las diatribas antropológicas de Bruno Lacombe y el necesario desmantelamiento de un capitalismo tardío que amenaza con arrasarlo todo?

Rachel Kushner confirma en El lago de la creación que su inconfundible sello literario, marcado por una curiosidad enciclopédica y una prosa afilada como una cuchilla, no solo permanece intacto, sino que está más vivo que nunca. Si bien la trama de la novela se nota un poco dispersa y no siempre queda claro el mensaje que pretende transmitir, Kushner ha articulado una historia absolutamente fascinante en torno a un personaje de personalidad arrolladora que hace de su supuesto carácter inescrutable el rasgo más definitorio. Mordaz, elocuente, cínica, descarada, por momentos aséptica y, cuando menos te lo esperas, salvajemente divertida, Sadie Smith se echa a las espaldas el peso de una obra cautivadora que transita entre la paranoia «pynchoniana» y el provocador nihilismo de Houellebecq. Con seductor gancho narrativo y contundente rigor periodístico, El lago de la creación encapsula una muestra representativa del poder explosivo, pero contenido esta vez, de Rachel Kushner y nos obliga a considerar la posibilidad de un mundo subterráneo, repleto de intrigas, intereses opacos y fuerzas invisibles, cuya visión para el simple de los mortales constituye un mero espejismo. Habiendo demostrado que no somos dignos de la superficie, quizá sea el momento de recular y volver a las cavernas.


«Pero estoy convencido, decía, de que la forma de liberarnos de lo que somos es averiguar lo que podríamos haber sido, y tratar de restaurar alguna semilla de nuestra esencia perdida.»



John Blackburn - Nuestra Señora del Dolor

viernes, 28 de noviembre de 2025



► Título original: Our Lady of Pain
► Traducción: Nacho del Arco Bonet
► Año: 1974
► Edición:  Pánico Books (2025)
► Páginas: 272


Pulso agitado, respiración entrecortada, sudores fríos. El miedo desencadena reacciones físicas tan viscerales como estimulantes, y es por eso que acudimos a sus templos a recibir el sacramento de un buen susto. Sin duda, acometer un proyecto editorial puede ser de las experiencias más terroríficas, inciertas y a la vez excitantes que se pueden llevar a cabo hoy día, y es por eso que el nacimiento de un nuevo sello siempre es una noticia digna de celebrar. Desde hoy, el horror goza de más estancias: Pánico Books inicia su —espero, muy longeva— andadura con la recuperación de Nuestra Señora del Dolor, obra del escritor británico John Blackburn (Northumberland, 1923) que está entre sus títulos más aclamados y que viene a renovar el gusto por el terror clásico, el de atmósfera atosigante, raigambre gótica y sensación permanente de amenaza acechando a la vuelta de cada esquina.

Nuestra Señora del Dolor sigue los pasos de Harry Clay, un periodista especializado en sucesos que, tras un sonoro descalabro profesional, se ve obligado a cubrir el estreno de una representación teatral encabezada por la infame Susan Vallance, actriz caracterizada por una personalidad intratable y cuya última función supuso un estrepitoso fracaso. Al mismo tiempo, Clay investigará las extrañas circunstancias de un robo de joyas antiguas cuyos perpetradores, conocidos habituales del hampa local, están muriendo uno tras otro de manera tan escalofriante como inexplicable.

Con la ayuda de la psiquiatra Miriam Stanford, Clay emprenderá un frenético recorrido por los bajos fondos del Londres de los 70 que tiene mucho de thriller parapsicológico y que mezcla, con bastante atino, una sugerente estética noir, referencias a la orwelliana «Habitación 101» y una trama entre periodística y policíaca marcada por un ritmo absolutamente cinematográfico, como si la novela hubiese sido concebida con una adaptación a la gran pantalla en mente. John Blackburn se nutre del mito engendrado por la figura de Erzsébet Báthory, famosa por su sangriento y macabro historial de crímenes, para elaborar una novela tensa hasta el final, absorbente y malrollera que nos ofrece una interpretación sórdida de esta personalidad no tan conocida, aunque originaria, en realidad, del vampirismo primigenio.

John Blackburn envuelve el entramado narrativo de la novela en un velo de misterio que no termina de encajar hasta las últimas páginas, pero cuando lo hace, evidencia una habilidad más que solvente para articular las distintas líneas que la obra despliega. Lo que parece un golpe chapucero efectuado por ladrones de poca monta se convierte, gracias al infatigable escrutinio de Harry Clay —ejecutado a través de métodos poco ortodoxos—, en una ominosa madeja de tintes sobrenaturales donde todos los involucrados ejercen como peones de un plan ulterior: un ritual demoníaco que pretende sacar a escena el espíritu vengativo de la atroz Erzsébeth Báthory como truco final de un espectáculo en el que posar la mirada supone una pena capital.

Con pericia, instinto novelesco y un trazo sucinto pero eficaz para la descripción de personajes, John Blackburn nos regala una historia repleta de acción, intriga y giros argumentales que te mantiene constantemente maquinando hipótesis sobre aquello que sucede entre bambalinas. En Nuestra Señora del Dolor, Blackburn congrega a un editor chantajista y sin escrúpulos, un cirujano conocido por desfigurar voluntariamente a sus pacientes y una estirpe de aristócratas depositarios de un secreto ancestral para reflexionar sobre la malignidad del ser humano, la raíz de nuestros miedos más profundos y la relación ambigua entre intérprete y personaje, de cuya apasionante fricción, a veces rayana en la locura, nacen tanto los genios más monstruosos como los monstruos más geniales.


«Y oyó un grito. Pero no era el grito de una mujer, tampoco el alarido de ningún ser humano. El sonido que oyó Harry era de otro mundo, porque la criatura que lo había expelido venía del infierno y estaba a punto de regresar a él.»


★★

Coco Mellors - Cleopatra & Frankenstein

miércoles, 26 de noviembre de 2025



► Título original: Cleopatra & Frankenstein
► Traducción: Daniel Casado Rodríguez
► Año: 2022
► Edición:  Letras de Plata (2023)
► Páginas: 448


Nochevieja, ciudad de Nueva York. Dos desconocidos se encuentran en un ascensor: ella, veintipocos, él, cuarenta y tantos. Una estudiante inglesa buscando inspiración para sus cuadros antes de que expire su visado y un exitoso directivo publicitario capaz de abrirle las puertas a un mundo lleno de esplendor y seguridad económica. ¿Qué podría salir mal, aparte de absolutamente todo? En su cacareada novela debut, Coco Mellors (Londres, 1989) escarba en la fealdad latente tras la belleza ficticia de las relaciones y destapa, para sorpresa de nadie, que el amor no es de color rosa, sino que está lleno de espinas.

Aunque en pleno 2025 aún hay gente que te diría que la edad no importa entre dos personas que se quieren, cada vez está más extendida la idea de que una diferencia de 20 años es un desequilibrio demasiado pronunciado como para no dar pie a dinámicas de lo más peligrosas. Sí, los protagonistas de Cleopatra y Frankenstein no solo están condicionados por sus respectivas fechas de nacimiento, sino por un entorno familiar desestructurado y una serie de experiencias traumáticas que, puestas de frente, crearán el caldo de cultivo idóneo para una atmósfera de toxicidad irrespirable.

Pasada la euforia inicial de la boda, Frank empezará a dar rienda suelta a sus impulsos con la bebida, mientras que Cleo, atrapada en un asfixiante bloqueo creativo y una desorientación vital, comenzará a manifestar nuevamente los síntomas de una depresión que creía estar manteniendo a raya. Sumidos ambos en una degradante espiral de autodesprecio y culpabilidad, Frank y Cleo ejemplifican de manera descorazonadora cómo el estigma de la adicción, la falta de afecto y los trastornos mentales pueden convertir el hogar de dos individuos que se aman en un auténtico campo de prácticas para infligir un daño irreversible.

Coco Mellors ha escrito una novela ciertamente errática sobre la trillada premisa de conocer a la persona idónea en el momento menos oportuno. Con una vena para el drama que no se puede calificar de otro modo que telenovelesca, Mellors pretende que nos interesemos por el elenco de personajes de esta obra haciendo uso de un estilo pobre y artificioso, y dispensando un trato tan superfluo como desigual. Aunque la tumultuosa relación entre Cleo y Frank supone el principal meollo de la historia, Mellors hace orbitar alrededor de la pareja una serie de secundarios con tramas absolutamente inanes e irrelevantes que, lejos de añadir contenido, profundidad o textura a la novela, lo único que hacen es engordar el grueso del libro.

Así, además de las recalcitrantes desavenencias domésticas de Cleo y Frank, tenemos que sufrir el periplo de Zoe —hermana epiléptica del protagonista— como chica de compañía a través de una aplicación de citas, la crisis de identidad de Quentin —amigo homosexual de Cleo que encarna una versión paródica del cliché de la marica mala— o las anodinas escenas cotidianas, narradas en forma de viñetas, de Eleanor, una solterona que trabaja en la empresa de Frank y que se convertirá, sin apenas proponérselo, en su improbable vía de escape del sumidero emocional en el que se ha convertido su vida a raíz de su matrimonio con Cleo.

A pesar de que Cleopatra y Frankenstein plantea ideas interesantes, creo que su ejecución ha sido más bien desastrosa, convirtiendo lo que podría haber sido un relato desolador sobre la búsqueda de sanación y segundas oportunidades en un sucedáneo de chick lit que se toma demasiado en serio a sí mismo y cree que esnifar cocaína de las tetas de una modelo es sinónimo de glamour. Plagado de pasajes vacuos, diálogos frívolos y escenas de sexo narcisista que harían enrojecer de vergüenza a Juan del Val, el verdadero monstruo de Cleopatra y Frankenstein no es el que da origen al título ni el que sale a flote en nuestros momentos más degradantes, sino el editor que ha permitido que este libro vea la luz.


«La felicidad es como el cartel de Hollywood: es grande, es inalcanzable y, si de algún modo llegas a él, ¿qué otra cosa puedes hacer salvo volver a bajar de ahí?»



Han Kang - La clase de griego

lunes, 24 de noviembre de 2025



► Título original:  희랍어 시간
► Traducción: Sunme Yoon
► Año: 2011
► Edición:  Random House (2023)
► Páginas: 128


Puede que Han Kang (Gwangju, 1970) se haya convertido, junto a Bob Dylan, en uno de los Premios Nobel de literatura más polémicos de la historia reciente. Ya sabemos que en esto de los galardones nunca llueve a gusto de todos, pero lo cierto es que no recuerdo haber sido testigo de un cuestionamiento tan vehemente como el que se produjo hacia la obra de la autora surcoreana. Lo cual no deja de ser irónico, pues las novelas de Kang suelen estar protagonizadas precisamente por mujeres más bien irritantes que sufren en sus carnes las severas consecuencias de no ceñirse a las convenciones. En La clase de griego, publicada originalmente en 2011, Han Kang dilata hasta el extremo el efecto de esta opresión sistemática y nos pone en la piel de una madre silenciada por su propia incapacidad para narrar el relato.

Y es que, tras el fallecimiento de su madre y perder la custodia de su hijo de nueve años, la protagonista de La clase de griego no está para muchas conversaciones. Mujer de mediana edad, víctima de una galopante afasia provocada por su repentino cambio de circunstancias, la narradora se refugia en el griego antiguo con la esperanza de encontrar un lenguaje donde existan los símbolos apropiados para expresar su dolor. Su profesor, un hombre atrapado entre dos países y épocas distintas, la observa con detenimiento —sin recibir nada más que una indiferencia inamovible— mientras experimenta el avance de una enfermedad que le está arrebatando progresivamente la visión.

Así, a medida que se van desvelando episodios de sus respectivos pasados, los dos protagonistas de La clase de griego establecen una curiosa relación de reconocimiento mutuo que pone de manifiesto la conmovedora sensibilidad de la autora surcoreana para describir las complejas ramificaciones del trauma. Han Kang ha elaborado una historia minimalista y de arquitectura simple para desvelar las limitaciones del lenguaje como herramienta de comprensión. Su prosa, íntima, atmosférica y repleta de belleza e imágenes arrebatadoras, permite concebir un espacio donde aflora la necesidad de conectar con otro ser humano cuando el peso de la tristeza se convierte en una carga demasiado difícil de soportar.

En La clase de griego, Han Kang aborda un tema tan común como la soledad desde una óptica absolutamente singular que nos obliga a redactar las normas de una nueva sintaxis. La alumna de la novela nos recuerda que, en la mayoría de casos, detrás de una apariencia apocada o un silencio proverbial se esconde una historia sobrecogedora que precisa ser escuchada. En el caso del profesor, resulta tan trágico como terrible presenciar su caída en desgracia. A las heridas emocionales arrastradas desde la juventud, como el desarraigo, la añoranza y la culpa, se suman el miedo a un futuro en sombras, marcado por la pérdida de autonomía y una ceguera que pende sobre el horizonte como una condena.

A pesar de su temática oscura, el tono de la novela es luminoso, por momentos casi triunfal. Definitivamente, Han Kang es una escritora que no se detiene en las profundidades del abismo, sino que se aproxima a él solo para averiguar dónde está la salida. La clase de griego es una obra austera, pero enormemente poética y de gran calado, así como de grandes contrastes. Tremendamente sensorial, además, para ser una novela donde los personajes van dejándose los sentidos por el camino. No te lo da todo hecho, sino que transita sin ningún tipo de pudor el territorio de las apreciaciones y la interpretación del lector. Como una maestra dispuesta a exprimir todo el potencial del estudiante, Han Kang nos enseña en La clase de griego nuevos modos de conjugar la existencia humana y usos que solo se dan en el idioma de la literatura con mayúsculas.


«Tomé conciencia de que el cuerpo humano es triste, de que está lleno de zonas cóncavas, suaves y vulnerables, como brazos, axilas, pecho y entrepierna; de que es un cuerpo nacido para abrazar y desear el abrazo de alguien.»


★★★

 
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