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viernes, 1 de febrero de 2019

Del feísmo al Caligulismo *




Cuando abrí la cuenta de Instagram me dije que sólo la utilizaría para el trabajo.
Bueno, trabajo y mis perros. Me olvidé de que vengo del mundo de los blogs.
Escribir y comentar lo llevo interiorizado desde que perdí toda la vergüenza.
Siempre he intentado comentar con el máximo respeto posible. Si no estoy en nada de acuerdo con algo que leo la gran mayoría de veces ni comento y si lo he hecho o hago es  porque hay algo que me chirría, pero repito, creo, creo, que siempre he intentado ser respetuosa.

Comprendo que todos hemos recibido una educación diferente y procedemos de ámbitos diversos. Hay gente más abierta de mente y gente muy cerrada.
A veces no es fácil ser objetivo y pensar en el:  ¿cómo no puede ver algo tan sencillo?
Pero lo que yo veo no es lo mismo que otro ve.

Pareciera que las redes sociales en su momento nos iban a unir más. Acercar a las personas.
Crear comunidades afines a uno. Pero lo que se ha conseguido es algo innato del ser humano: La crueldad. Disfrazados tras un avatar, desde el anonimato que nos crea estar sentados tranquilamente en algún lugar y tecleando la pantalla del móvil nos hace creer que somos poseedores de la verdad más absoluta.

La inmediatez y la ignorancia es otra gran deficiencia de este siglo que se ha adquirido a pesar de tener google a mano y poder verificar, indagar, buscar y sobre todo contrastar información.
Lo más fácil es creerse lo primero que te cuentan. Y seguir al "follonero" riéndole las gracias y apoyándole en sus desacreditaciones.
Se origina en un momento determinado en un post, un lanzamiento de bombas ofensivas a diestro y siniestro sin control ni supervisión y la gente se queda tan ancha. Es muy triste.

Otra cosa que veo muy a menudo es la envidia. Todos sentimos envidia alguna vez y en nosotros está saber reconocerla, aceptarla y controlarla. Pero la gran mayoría ni siquiera creen que esa emoción va con ellos.
Se escudan en atacar a algo o a alguien en particular y no ven que la razón de toda su maldad radica en la envidia que sienten.

Lo peor de todo es que estamos en una Era donde las personas hemos dejado de hablar para discutir.
No importa lo que diga el otro, nosotros tenemos razón. Y ahí se terminó.

Hemos vuelto a la caza de brujas, al circo romano.

Pero muchísimo mejor. Porque no vemos sufrir al susodicho.
Está detrás de una pantalla, podemos echarle todo nuestro odio, nuestra fustración, nuestro mal día. Escribimos barbaridades, insultamos y vomitamos nuestro rencor.
En un segundo cambiamos de cuenta, miramos un paisaje, un perrito lindo, leemos un chiste y
dejamos nuestra mierda en la vida de otra persona pero no importa.
Porque es online.

Y yo me pregunto ¿se lo diríamos a la cara?

Dicen los "listos" que en la red estás expuesto. Y yo respondo: en la calle también. Y nadie viene a decirte que esa chaqueta a cuadros es un asco o que te laves la cara de maldito.
¿Qué nos da derecho a insultar, desacreditar o hablar mal a alguien? Por el simple hecho de estar en una cuenta de Instagram, facebook, twitter...Vuelvo a repetir: ¿se lo diríamos a la cara?

La respuesta evidentemente es NO. No se lo diríamos. Ni se nos pasa por la cabeza.

Conclusión: QUE ALGO SE PUEDA HACER NO LO HACE CORRECTO.

Que el mundo se va al carajo.
Que la "peña" es muy maleducada. Insensible e ignorante.
Que la locura se adueñó de la gran mayoría y ni siquera somos conscientes de nuestra crueldad.
Ojalá esto cambie. Pero el día a día me dice que esto no ha hecho más que empezar.


*Frase original de Fernando Bañó

lunes, 26 de noviembre de 2018

Pender de un hilo




Museo Sivori
Museo de Artes Plásticas Eduardo Sivori
Parque Tres de Febrero, CABA



Hace unos días escuché una conversación entre dos personas en una cafetería. Estaban súper enfadados. Uno tenía un amigo en España y hablaban sobre como esta persona se quejaba de lo mal que estaban las cosas allí. Discutían que no podía compararse con la pobreza aquí en Argentina.

Cuando me preguntan a mi...a veces no sé qué contestar para no ofender. 
No. Sinceramente España no se puede comparar a Argentina. Aquí hay pobreza. La ves en todas partes. Ves los niños en la calle pidiendo. Muchos. Demasiados.
Y las "villas miseria" que se llaman...que te parten el alma. 
No. No podemos compararnos aunque las cosas vayan mal. 

Yo vivo en un barrio de clase media normalita. Y la miseria también reside en este barrio que todo el mundo dice que es bastante concheto (pijo). Donde se están poniendo por las nubes los alquileres y la venta de los apartamentos. Donde alquilar un local ya es cada vez más difícil. 

Pero cuando paseo a mis perros, encuentro cada día gente durmiendo en las esquinas. 
Gente joven, muy joven.  
Y gente muy mayor. 
Y camino y si no es un perro abandonado es una persona abandonada...
Recojo perros y los transito. Como hacía en mi casa. Y es un no acabar, porque al final tengo la misma vida que tenía allá...A veces pienso que uno "escapa" de algo, pero no lo consigue del todo.
La esencia no se pierde, por mucho que intentes sacudírtela a manotazos. 

Durante toda mi vida, muchas veces no he hecho cosas por vergüenza, más que por miedo. Vergüenza. Qué palabra estúpida y bochornosa. ¿Vergüenza de qué? Siempre pensando en...¿los demás? ¿ en la gente? ¿en la estupidez humana? Pues sí. Muchas veces, dejé de hacer cosas por eso. 
Me alegro de que la edad te quite prejuicios. Aunque debería ser más drástica todavía. 
Pero está bien. Así está bien.

Maduixa es uno de los perros que debería estar en adopción y no sé si al final se va a quedar en casa.     Me gusta Maduixa porque tiene "algo" con las personas que me emociona. Las ama. Sean quienes sean. No las teme. Camina dando saltitos feliz como una perdiz, mirando a los ojos de la gente que pasan a su lado. Si alguien le dice algo, ella se acerca corriendo y les da lametones. 

Con la gente que está sentada o echada en la calle, se acerca despacito. Con cuidado. Los mira y si ellos le corresponden a la mirada ella parece sonreír. Y se acerca para besarlos. 
Todos sonríen.
De verdad, que a veces se me para el corazón y me pondría a llorar. 
Con Maduixa he aprendido a acercarme a muchas de estas personas y llevarles comida. A veces es un desayuno caliente. Otras veces una bolsa con diferentes alimentos. 
Ella les da los mimos y yo aporto algo que es insignificante y que no arreglará su vida. 
Pero sí, esa parte del día. 

 Aquí, en Buenos Aires, hay mucha gente que se acerca a alguien que vive en  la calle a darle comida o llevarles un café caliente. Lo he visto muchas veces. En España jamás vi a nadie hacer algo así. Seguro alguien lo hace, no voy a generalizar. Pero aquí...aquí lo he visto seguido. 

Obvio, la mayoría es indiferente. El problema es real y existe. La miseria está en todas partes. 

Pero aquí, aquí he visto los ojos de un niño, un niño de no más de diez o once años, sentado en el suelo, fumando con la mirada perdida, como si tuviera cincuenta años...¿qué le pasa a la gente?
¿Qué pasó con gran parte de la sociedad? ¿Ese es nuestro futuro?

A veces duele demasiado mirar. 

Lo que me hace pensar que nadie está exento de perderlo todo. Que nuestra vida, siempre, siempre, pende de un hilo. Aunque nos parezca que jamás nos pueden pasar ciertas cosas.
La vida es un hilo demasiado fino y quebradizo como para desecharla con estupideces.
Me lo digo a mi misma.