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25/1/15

Ángela, un retrato de Anna


Para Adelita, que comparte
el fervor por Anna Karina, 
y tanto nos recuerda a Ángela
(y viceversa).


Uno de estos días volvimos a ver Une femme est une femme. Han pasado más de cincuenta años desde su estreno en 1961, la primera vez que los espectadores vieron a Anna Karina en una pantalla. Como Ángela.


No era su primera película, ya había rodado el año anterior Le petir soldat, pero la censura impidió su estreno hasta 1964; así que Une femme est une femme reveló una de las más radiantes presencias de la noche del cine.  


Me gustaría estar en una comedia musical con Cyd Charisse y Gene Kelly, dice Ángela.


Ése también era el sueño de Anna Karina. ¿Un regalo, Une femme..? Bueno... es una película de Godard, así que Une femme... no es propiamente una comedia musical, pero puede verse como una comedia musical de aquella manera (a la manera de un ensayo); digamos que es un filme con nostalgia del musical o, en palabras de Godard,
Es la idea de la comedia musical. 
Anna Karina y Godard se habían enamorado rodando Le petit soldat; filmando el rostro de Anna, el cine es verdad 24 veces por segundo, dijo Godard.


Ángela quiere tener un niño y Anna se queda embarazada durante el rodaje.


Une femme... puede verse también como un documental sobre Anna Karina, que encarna una idea de mujer construida por Godard -enamorado de la actriz-, esa Ángela llena de gracia.


Une femme... se rodó entre noviembre de 1960 y enero de 1961. Y en marzo Anna Karina y Godard se casaron.


(En agosto de 1959 -mientras rodaba À bout de souffle, su opera prima- el cineasta publicó en Cahiers un tratamiento de Une femme... donde reconocemos ya los trazos principales -incluso algunos gags-, tono y métodos de rodaje, y hasta el final de la película, sólo que allí el personaje de Ángela se llamaba Josette. Anna Karina aún no había entrado en su vida, pero Godard ya la había visto ese verano en la pantalla: metida en una bañera y cubierta de espuma, en un anuncio de Palmolive.)

Godard y Anna Karina en el rodaje 
de Une femme est une femme

Creo que fue Colin MacCabe quien dijo que Une femme... es la única película alegre del cineasta. Salta a la vista la felicidad de hacer juntos una película, entre amigos. Una película que nos encanta (también) porque les encantó hacerla a ellos.


Una comedia deliciosa que quieres volver a ver en cuanto aparece la palabra FIN.


La película con la que Alexandre/Jean-Pierre Léaud -en La maman et la putain, de Eustache- aprendió con Ángela a hacerse la cama. (El cine, escuela de todas las cosas.)


La película con la que Godard descubrió el color, esos rojos, azules y blancos iluminados por Raoul Coutard. Y el sonido directo. Y el scope. La primera vez que comparten pantalla Anna Karina y Jean Paul Belmondo, como Alfred Lubitsch, el amigo de Ángela.


Es una lástima que sólo volvieran a trabajar juntos con Godard en Pierrot le fou, esa maravilla que va a cumplir cincuenta años en unos meses. (Sobra decir que este 2015 será el año Pierrot le fou en esta escuela.)


Sin obviar el hilo primordial del humor que pespunta la obra entera de Godard (suele olvidarse su nariz de payaso, su lado Buster Keaton, el gusto por el slapstick,  su querencia por los juegos -de palabras, desde luego, pero no sólo verbales-), no cuesta nada considerar Une femme... como la película más divertida -jubilosa y alada- de su filmografía. No faltan gags estupendos como el del huevo o situaciones jocosas como la irrupción de los policías o ésa en que Émile/Jean-Claude Brialy le pide a Alfred que deje embarazada a Ángela. (No digamos cuando para a un peatón por la calle para rogárselo, una escena rodada con cámara oculta, para registrar una impresión verdadera de la reacción del transeúnte.)


O la cita de Disparen sobre el pianista donde Suzanne/Marie Dubois (la encantadora Léna en la película de Truffaut), cuando su amiga Ángela le pregunta qué libro lee, mima el título pero la banda de sonido se ocupa de los disparos.


O el cameo de Jeanne Moreau en homenaje a Jules et Jim. (Citas que dan cuenta de la amistad y admiración que se profesaban Godard y Truffaut.)


Me gusta mucho ese plano con el rostro sonriente de Cataline Demongeot (la niña protagonista de Zazie en el metro de Louis Malle) en la portada de una revista, viendo divertida las páginas del libro Estoy esperando un bebé que consulta Ángela en la librería de Émile (uno de esos kioscos que tanto le gustaban a Godard).


¿Y puede haber algo más godardiano que los diálogos -la riña muda- a base de títulos de libros entre Ángela y Émile (con las idas y venidas de la pareja, lámpara en ristre, hasta las estanterías para acopiar munición)?


Quizá sólo las rupturas del score de Michael Legrand con el sonido diegético, los rótulos sobre las imágenes comentando la acción...


Y desde luego la belleza de los créditos (de un cineasta de letras).


O ese (célebre) juego de palabras (intraducible) de Ángela que abrocha la película: Je ne suis pas infame. Je suis une femme.


La idea de Godard era filmar un musical neorrealista. Como suena. El más irrealista de los géneros filmado de la manera más realista posible. Unos viejitos iban a alquilarle el piso que le gustaba -donde iban a vivir Ángela y su novio Émile- y, durante el rodaje, el productor instalaría a los viejitos en un hotel de lujo, pero se asustaron de aquella gente del cine y Godard se quedó sin piso. Total, que tuvieron que construir el piso en estudio. Pero, ojito, con una condición sine qua non de Godard: el decorado reproduce las condiciones de la localización, es decir, sin permitirse las comodidades del trabajo en estudio, por ejemplo, prescindir de los techos para facilitar la iluminación; nada de eso: este decorado -a imagen y semejanza del piso de los viejitos- tenía techos, y una puerta principal de verdad, con llave. Una única llave que guardaba Godard, para evitar que a sus espaldas hicieran trampas. Cada día, al terminar el rodaje, Godard cerraba con llave y abría todas las mañanas, personalmente. Una decisión que ilumina la poética del cineasta y su idilio con la realidad.


En alguna entrevista Godard se refirió a Une femme... como cinema dell'arte:
La gente actúa y saluda al mismo tiempo, ellos saben y nosotros sabemos que actúan, que ríen y que al mismo tiempo lloran. (...) Los personajes actúan siempre en función de la cámara: es una farsa.

Ángela es una teatrera (una falsa ingenua), también es una payasa (¿hace falta decir que en el sublime sentido del término?), y le encanta multiplicarse -verse multiplicada- en los espejos (qué sería de ella sin ellos -sin ellas-), pero es justo a través de su teatro cómo revela su verdad.


En la vida de cada día se actúa (se miente), pero cuando se hace comedia se expresa una verdad. Ángela no hace distingos entre la realidad y la ficción (como el propio Godard). Esos viejitos con los que se queda Ángela mientras Suzanne le cuenta sus cuitas, unos viejos filmados por Godard con un registro documental, como si de un Jean Rouch se tratara...


Las constantes rupturas de tono en Une femme... son la pura expresión de esa mujer imprevisible que encarna Anna Karina, tan desconcertante -en palabras de Jean Collet- como un cielo de marzo, con lluvia y con sol. Ángela puede hacer el payaso, pero no miente. Jamás. (Una cuestión cardinal -y aun obsesiva- del cine de Godard: ¿qué dice un rostro?, ¿qué hay detrás de una mirada?) A propósito de Anna, dijo Godard:
Era tan sincera en su voluntad por representar algo que finalmente lo que representó fue esa sinceridad.

Une femme est une femme es Anna Karina. Un retrato de la mujer que ama Godard, y no será sensu stricto un musical, pero desde luego es una canción de amor.

19/10/14

El cine de los regalos fugaces


El mes pasado encontré en Tui una carpeta con fotocopias del catálogo dedicado a Godard por la Cinemateca Portuguesa en 1985, en concreto de un texto de Richard Roud titulado A crença no real (la creencia, o mejor, la fe en lo real): el texto del capítulo 4 de su libro Godard, publicado en 1967, que llevaba por título Realidad y Abstracción. Las fotocopias de ese texto y del programa de proyecciones -entre mayo y julio de 1985- con la filmografía anotada es todo lo que tengo de aquel catálogo, que tanto busqué y nunca encontré.


No recuerdo cuándo hice esas fotocopias, debió ser a principios de los 90 -quizá gracias a Carlos Oro (de vez en cuando aparecía con regalos así)-, y probablemente sólo son fotocopias de fotocopias -no tengo memoria de haber tenido el catálogo en las manos (no lo habría olvidado, estoy convencido)-, y ya las había dado por perdidas. Con esas páginas recuperadas vuelvo a ver Vivre sa vie (1962) -un filme dedicado a la serie B-, quizá la primera de las grandes películas de Godard; de esas películas suyas que son todo un cine: paisaje y retrato, documento y poema, ensayo y carta de amor. Una obra maestra iluminada por el gran Raoul Coutard. Cada día más bella. Cada vez que le ponemos los ojos encima.


En los sesenta Godard apuntó más de una vez aquello de que la imagen debe ser bella no por ser bella en (por) sí misma, sino por participar en lo que él llamaba el esplendor de la verdad. Ese esplendor que desprenden los filmes Bergman de Rossellini y que representaron la inspiración primordial de Godard en los años Karina.


Godard -en palabras de Richard Roud- está interesado en capturar el tiempo, el momento fugaz preservado en el ámbar, para toda la eternidad. Godard cree que para eso se inventó el cine. Dicho de otra forma: la captura del presente como función cardinal del cine. Para Roud, lo más importante de los filmes de Godard -recordemos, publica su libro sobre el cineasta en 1986- se cifra en la forma en que -valga (y vale) la redundancia- transforma el día a día del rodaje -el curso del tiempo- en una creación artística a través del poder de la abstracción.


En la encrucijada de la abstracción y la vida -en esa contradicción momentáneamente resuelta- deviene el crisol de la belleza de su cine.
Pues Godard está tan interesado en la abstracción -tanto visual como auditiva- como lo está en la mera aprehensión del momento (...) y son las tensiones creadas entre las exigencias de la realidad y las exigencias de la abstracción quienes originaron sus mejores filmes.

La profesión de fe en la vida (mejor que en lo real) le lleva a Godard a rodar con sonido directo los diálogos y los ruidos de Vivre sa vie, más aún, diálogos y ruidos grabados en la misma cinta, de tal forma que impedía cualquier montaje de sonido; en la postproducción sólo se le añadió la música.


En algunas escenas la mezcla de sonido se realizó en vivo, durante el rodaje, usando varios micrófonos para la grabación, pero en la primera escena del café (con el tiro de cámara en la nuca de Nana/Anna Karina) se empleó un solo micrófono para capturar tanto el diálogo como el ruido -la atmósfera- del local. De igual forma las músicas de las jukebox que suenan en el filme fueron grabadas en vivo, en un café o en una sala de billar.


Suzanne Schiffman, la script habitual de Godard en los sesenta, cuenta una anécdota reveladora de esa profesión de fe en la vida (que refleja su forma de entender el cine) durante el rodaje de Une femme mariée:
Godard siempre quiere conservar lo más posible de aquello que está filmando y, si surgen ruidos inesperados, los conserva. A menos que, evidentemente, lo inesperado provenga del equipo de rodaje y no del sonido de "la vida": el ruido de la cámara durante un travelling, por ejemplo. En Une femme mariée había un largo travelling en el aeropuerto de Orly, y se oía el desplazamiento de la cámara sobre los raíles. Toda la gente [del equipo] dijo: mejor, déjalo estar, total hay tantos ruidos extraños en los aeropuertos que nadie se va a dar cuenta, pensarán que es cualquier cosa [menos el travelling dichoso]. Pero nada de eso, Godard insistió en filmar el travelling otra vez.
Siempre me gustó algo que Godard dijo (pensó entre imágenes) por entonces:
Hay apenas un momento en que las cosas dejan de ser un mero espectáculo, un momento en que el hombre está perdido, y muestra que está perdido.
 Anna Karina y Godard en el rodaje de Vivre sa vie.

En una entrevista con Anna Karina publicada en el número de Cahiers dedicado a Godard en febrero de 1995, la musa del cineasta en los sesenta declaraba:
Aunque se equivoque, él siempre filma con el corazón.   
La profesión de fe de Godard en la vida (que procura capturar en forma de cine) le deparaba cachitos de cielo. En la escena de Vivre sa vie donde Nana se prostituye por primera vez el ruido inesperado de un camión (fuera de campo) afluye -que ni a propósito- en un crescendo dramático. Y Jean Collet, que siguió el rodaje de Vivre sa vie y escribió sobre su registro sonoro (en la Revue du Son), cuenta cómo en el rodaje de la escena final, justo en el momento de la muerte de Nana, en el silencio de las calles desiertas, suena inesperadamente la campana de un hospital cercano.


Como si de una ofrenda de la vida al cine de Godard se tratara.


La belleza de los regalos fugaces.