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25/8/19

Canalladas


En el aquel de traer a cuento el domingo pasado a los blacklisted que trabajaron con Buñuel en México, recordé otros episodios de la caza de brujas en Hollywood y pasé algunas horas esta semana comprobando que la memoria no me engañaba. Y mientras documentaba mis recuerdos comprobé que aquel tiempo de canallas, como lo definió Lillian Hellman, se evoca a menudo como una historia de héroes y traidores, pero suele solaparse la responsabilidad de los ejecutivos de Hollywood que hicieron causa común con los inquisidores del HUAC (el Comité sobre Actividades Antiamericana del Congreso de los USA). O dicho de otra forma: la lista negra en Hollywood fue posible porque los ejecutivos (mandamases y financieros) de los grandes estudios tragaron (a diferencia de los empresarios teatrales de Broadway, pongamos por caso) con los requerimientos del Comité; sin ese acatamiento, el HUAC hubiera tenido los días contados (Hollywood le servía de altavoz para atemorizar a la izquierda y reforzar el control social). Conviene recordar que si te veías en la lista negra, quedabas sin trabajo y sólo te rehabilitabas y recuperabas el empleo si, además de confesar tu culpa como comunista (fueras o no militante del partido), ejercías como delator, si dabas otros nombres de comunistas. No bastaba la confesión, había que degradarse con la delación. Algunos guionistas siguieron trabajando con seudónimos o en negro, utilizando como pantalla a otras personas (guionistas, como Philip Yordan, o no), fue el caso de Dalton Trumbo, Hugo Butler, Ben Maddow, Michael Wilson o Ring Lardner Jr.; directores y actores lo tenían más complicado, hubo quien volvió al teatro en Broadway (John Cromwell), quienes trabajaron en el exilio (Jules Dassin, Joseph Losey, Hugo Butler, Betsy Blair o Lionel Stander) y quienes tuvieron que esperar a que se extinguiera la lista negra unos quince años después (Gale Sondergaard). También había una nebulosa lista gris integrada por quienes, aún sin figurar en la lista negra, ya no encontraban trabajo o, en el mejor de los casos, sólo en producciones marginales o en los estudios de Poverty Row, los pobretones de Hollywood.  (En las comparecencias ante el HUAC, no faltaron acusaciones de antifascistas prematuros, si el antifascismo de este rojo o aquella roja se había manifestado antes del ataque japonés en Pearl Harbour, por ejemplo apoyando a la República durante la guerra civil española.)

Ring Lardner Jr. ante el HUAC en el otoño de 1947.

Ring Lardner Jr., el guionista de Woman of the Year (Cukor, 1942) o MASH (Altman, 1970), uno de los Diez de Hollywood (los diez testigos hostiles ante el HUAC, acusados de desacato y condenados a penas de prisión), comunista desde 1936, encarcelado en 1950 durante casi un año en el penitenciaría de Danbury, por negarse a declarar su afiliación (invocando la Primera Enmienda) y delatar a otros, escribió cincuenta años después en sus memorias Me odiaría cada mañana (las palabras que pronunció ante el HUAC cuando le preguntaron si era miembro del Partido Comunista: Podría contestar, pero si lo hiciera me odiaría cada mañana):
...no fuimos tan heroicos como la gente nos pinta. Analizando el asunto, me parece más riguroso decir que, dadas las circunstancias, sólo había una actitud posible salvo que estuviéramos dispuestos a comportarnos como unos perfectos hijos de puta.
Fotografías de la ficha carcelaria de Ring Lardner Jr 
en Danbury con su fecha de ingreso: 6 de junio de 1950.

Uno de sus amigos y camarada era el guionista Richard Collins (con funciones de responsabilidad en la sección del Partido Comunista en Hollywood), incluido en la lista negra como testigo hostil desde las primeras convocatorias del HUAC en 1947. A Ring Lardner Jr el 12 de abril de 1951 le faltaba poco para salir de la cárcel cuando un preso le avisó de que estaban hablando de él en la radio. Lo siguió hasta la sala común y escuchó a su viejo amigo Richard Collins delatando ante el HUAC a sus antiguos camaradas, incluido Ring Lardner Jr. Entre esos camaradas que delató Collins figuraba su propia mujer, la actriz Dorothy Comingore. No sé si os suena, pero seguro que recordáis a Susan Alexander el personaje que encarnó en Citizen Kane.


Tampoco es extraño si no os suena. Antes de rodar con Welles su filmografía hilvanaba personajes sin acreditar y, acreditada como Linda Winters, papeles secundarios y un par de papeles principales en westerns de serie B. En Citizen Kane aparece acreditada por primera vez como Dorothy Comingore. Después de rodar con Welles, imaginó que le llegarían más papeles así... Lo recordaba el propio cineasta en sus conversaciones con Henry Jaglom:
Durante dos o tres años rechazó todos los papeles que le ofrecían en espera de alguno como el de Susan Alexander. (...) A todo el mundo le gustó el trabajo de Dorothy en Kane, así que se encontraba en muy buena posición. Poseía ese pathos susceptible de transformarse en amargura y resentimiento, ese pathos que procede de la inseguridad...

Collins no sólo la delató. Le contó al jurado que se había divorciado de ella porque se negaba a dar nombres. Dorothy Comingore no sólo se negó a declarar y delatar a nadie cuando compareció ante el HUAC, se burló del tribunal y la prensa aireó aquellas chanzas al día siguiente. La venganza no se hizo esperar: Collins consiguió incapacitarla por militancia comunista y alcoholismo, y la actriz perdió la custodia de los hijos. Y siguió el calvario: sin trabajo, el teléfono pinchado, registros domiciliarios en su ausencia, encerrona con policías que la detienen por prostitución, ingreso en un manicomio aconsejada por un juez para recuperar la custodia de los hijos (no los volvió a ver hasta que fueron adultos)... Un rosario de canalladas. Y el eclipse.


Su ultima película la rodó en 1951, un año antes de comparecer ante el HUAC: un papel secundario en The Big Night, de Joseph Losey. Fue el último crédito de Dorothy Comingore, en una película marcada por la lista negra. En el apartado del guión figuran acreditados el director y Stanley Ellin (el autor de la novela que adaptan), pero en realidad Losey lo reescribió con Hugo Butler en un recóndito refugio de montaña a varias horas de Los Ángeles, así el guionista pudo evitar ser arrestado por desacato al Comité sobre Actividades Antiamericanas. Pero la reescritura se interrumpe cuando Butler se exilia en México con la familia; lo sustituyó, recién salido de la cárcel, su amigo Ring Lardner Jr. (que lo había reclutado para el Partido Comunista en 1943) para terminar el trabajo por un modesto sueldo que el director pagó de su bolsillo. Y continuó el acecho: el FBI presionó y pagó al actor protagonista, John Barrymore Jr., para que informara sobre las posibles actividades antiamericanas del cineasta, con quien había trabado amistad durante el rodaje. Fue la última película de Losey en Hollywood antes de exiliarse en Europa.


Quince años después, el cineasta recuerda en una conversación con Tom Milne a propósito de The Big Night cuánto le gustó trabajar con Dorothy Comingore, una actriz de enorme sensibilidad, y para dar una idea de la atmósfera terrible que se respiraba en Hollywood con la lista negra evoca una visita a la actriz en un hotel. Cuando la vio, Losey se llevó una sorpresa: llevaba el pelo casi al rape. ¿Por qué se lo había cortado de esa manera, si tenía una melena maravillosa? Dorothy se lo contó:
Bueno, oí por la radio a mi marido declarando ante el Comité de Actividades Antiamericanas y acusando a sus amigos. Me sentí como una colaboracionista, así que me rapé la cabeza.

18/8/19

El tranvía, la joven y el cónsul


Leyendo la Correspondencia escogida de Luis Buñuel, rastreo la película que nunca hizo de Bajo el volcán.


Ya anoté las innumerables tentativas de llevar a la pantalla la novela de Malcolm Lowry y estas líneas (disculpad la autocita) sobre el abordaje del maestro de Calanda:
Luis Buñuel quiso rodarla pero no encontró la forma de ponerla en imágenes, eso decía (aunque Juan Cobos asegura, por lo que el cineasta le contó, que la había imaginado de maravilla); también decía que no sabía hacerla, pero lo dijo cuando tuvo la certeza de que no iba a rodarla.
Quizá convenga apuntar otros tres proyectos no realizados -aunque apetecidos- por el cineasta, basados en obras literarias: El señor de las moscas, de William Golding; Divinas palabras, de Valle-Inclán, y Pedro Páramo, de Juan Rulfo (no recuerdo dónde leí que Buñuel tenía en su biblioteca un ejemplar de la novela lleno de anotaciones de guión, pero se le adelantó Carlos Velo en conseguir los derechos para adaptarla; no tengo noticia de un ejemplar anotado de Bajo el volcán).


Fue el actor Zachary Scott (el protagonista de The Southerner, una película americana de Renoir que nos gusta mucho) quien le propuso a Buñuel llevar a la pantalla la novela de Lowry. Scott y su mujer, la actriz Ruth Ford, amiga de Faulkner desde muy joven, disponían de los derechos no sólo de Bajo el volcán, también de Mientras agonizo y Absalón, Absalón: se ve que les tentaban las novelas fáciles. El matrimonio conoció a Buñuel -y trabaron amistad- durante el rodaje (en inglés) de The Young One (1960), donde Zachary encarnó a Miller, el protagonista, y Ruth ayudó a la joven (y, en palabras de Bénard da Costa, inadjectivável) Kay Meersman con el papel de Evvie, el centro de (alada) gravedad de una obra maestra ninguneada.


Buñuel trabajó en el guión con Hugo Butler, un brillante blacklisted exiliado en México, que había escrito, entre otras películas, The Southerner (1945), y contribuyó con valiosas aportaciones al guión original de su amigo Dalton Trumbo (otro blacklisted exiliado en México desde fines de 1951) para la espléndida The Prowler (1951), de Losey. Buñuel y Butler ya habían colaborado en Robinson Crusoe (1953), rodada en inglés, donde el guionista firmó como Phillip Ansell Roll. Butler, que -según Buñuel- hablaba de corrido el español, trabajó también con Carlos Velo en Torero (1956), bajo el seudónimo de Hugo Mozo.

Buñuel trabajando con Hugo Butler.
Debajo, crédito del guionista en The Young One.


Butler aparece acreditado en The Young One como H. B. Addis. (Buñuel pasó dos años en Hollywood sin rodar una sola película y tuvo que ser en México donde dos blacklisted como Butler y el productor George Pepper -acreditado en Robinson Crusoe como Henry F. Ehrlich y en The Young One como George P. Werker- le ofrecieran proyectos en inglés.)

George Pepper con Buñuel 
en el rodaje de The Young One.

La primera noticia de la propuesta de Zachary Scott sobre Bajo el volcán la encontramos en una carta de Buñuel al actor desde México DF fechada el 20 de junio de 1961. El director se disculpa, estuvo varios meses en Europa y no regresó hasta hace quince días, el correo se acumuló en su ausencia y además es un pésimo corresponsal; enseguida les agradece a Ruth Ford y a él un telegrama de felicitación por la Palma de Oro en Cannes de Viridiana (1961).

Buñuel en el rodaje de Viridiana
encuadrando a Lola Gaos (en el papel de Enedina).
(Fotografía de Ramón Masats.)

Y a continuación:
Ya sabe que estaría encantado de volver a coincidir con usted en una película, por ejemplo, Bajo el volcán. Pero estoy contratado por el mismo señor Alatriste [productor de Viridiana] para hacer otro film [El ángel exterminador]. No quedaré libre hasta febrero de 1962. Mi única condición sería, si es posible, que toda la película se rodase en México. En cuanto al tratamiento, podría hacerse en lo que quede del año. No tengo ningún escritor en especial que recomendarte. Obviamente, a continuación yo revisaría, añadiría, quitaría, etc., el tratamiento, sin interferencia del escritor.
(Cabe suponer que Buñuel habría leído la novela en inglés, porque la primera -y ya legendaria- traducción al español de Raúl Ortiz data de 1964.) El 7 de diciembre de 1961, desde México DF, Buñuel le escribe a Zachary Scott en respuesta a una carta del actor de 21 de noviembre. Le cuenta que la producción de El ángel exterminador se ha retrasado por conflictos sindicales entre productores y técnicos, y no quedará libre hasta mediados de abril.
En estos últimos meses, he tenido varias proposiciones de Francia y, una de ellas, muy interesante [probablemente, Diario de una camarera]. Espero únicamente, para aceptarla, leer antes el tratamiento que Harvey Breit [periodista y dramaturgo estadounidense, editor del epistolario de Lowry] ha hecho de Bajo el volcán. Si creo que puedo hacer un buen film del mismo, dejaría lo de Francia para el otoño de 1962 y, en caso contrario, me iría a Francia en mayo.
Una vez que estemos de acuerdo con el tratamiento, podríamos fijar la fecha de comienzo del film.
No creo que, en la actuales circunstancias de la industria en México, haya ningún productor aquí que se interesara por su proyecto para una coproducción. 
Creo que, hasta que no haya leído el tratamiento o script de Breit, no es necesaria su presencia aquí. Aunque estaría encantado de verle a usted por aquí, ya sea con ese o cualquier otro motivo.
(...) Para hacer un cálculo aproximado del film Bajo el volcán me haría falta leer el script. De todos modos, sin tener en cuenta el coste del libro, y el sueldo del director y de los artistas, debe usted calcular un mínimo de un millón y medio de pesos.
Fotograma de El ángel exterminador.

Por lo que se lee, entre finales de junio y noviembre de 1961, imaginamos que Zachary Scott y Ruth Ford le han encargado a Harvey Breit un tratamiento de Bajo el volcán. No volvemos a tener noticias del proyecto hasta el 8 de agosto del año siguiente por una carta de Buñuel al actor desde México DF:
De varias y variadas fuentes, recibo noticias de que el trabajo en el guión de Bajo el volcán continúa. Mi productor actual, Gustavo Alatriste (Viridiana y El ángel exterminador) cenó con Harvey Breit (en Madrid), que le habló de tu proyecto.
Estoy muy interesado en leer el tratamiento hasta donde esté desarrollado, porque es el punto de partida para que volvamos a trabajar juntos. Guardo los mejores recuerdos de nuestra La joven. Espero que con Bajo el volcán podamos renovar nuestra amistad.
Por el momento, en espera de noticias sobre Bajo el volcán, estoy preparando otra película que, si finalmente se hace, dirigiría en España a comienzos de 1963 [según los editores de la correspondencia, posiblemente se refiere al proyecto de Divinas palabras]. 
Buñuel ve Bajo el volcán como un proyecto de Zachary Scott y dirigirlo, como un encargo del actor. Hasta el momento no se aprecia un interés particular en la adaptación, aunque sí en volver a trabajar con Zachary. Claro que tratándose de Buñuel los encargos no impedían (creo que incluso propiciaban) una mirada propia sobre el material a la hora de destilar la forma de (su) cine. En una de las entrevistas con Tomás Pérez Turrent y José de la Colina (reunidas en Buñuel por Buñuel), el cineasta defiende La joven como una de mis películas más personales, por más que se tratara de una propuesta de  George Pepper y Hugo Butler. En Mi último suspiro, Buñuel confiesa que hizo la película con amor y lamenta la mala acogida en EEUU, donde se estrenó; hubo excepciones, pongamos por caso Jonas Mekas, que aprovechó el encomio de La joven para ajustar cuentas: Nuestros críticos de cine son carniceros de lo bello y lo humano. Y también lo son sus periódicos.


El 15 de agosto, sólo una semana después de la última carta, Buñuel le escribe a Zachary Scott, quien le había escrito el 5 una carta que se debió cruzar con la del director:
Creo que es más conveniente que me envíe el guión de Harvey Breit una vez que esté acabado. Así podré estudiarlo con detenimiento. Inmediatamente después, veremos en qué fechas podrían bajar ustedes dos aquí para hablar del tratamiento.
Le da cuenta del calendario de trabajo que tiene por delante: prevé quedar libre a comienzos de abril. Luego añade:
Si el proyecto de Bajo el volcán se hace realidad, podríamos quizá acordar el rodaje para junio de 1963. Tengo varias ofertas para hacer películas en Europa, pero prefiero rodar Bajo el volcán
Que sepamos, en esta carta de 15 de agosto de 1962, Buñuel muestra por primera vez un interés personal por el proyecto. Pero pasa un año sin que tengamos noticias de Bajo el volcán. Apenas una referencia indirecta en una carta a Carlos Fuentes desde Madrid el 22 de agosto de 1963 donde le comenta sus planes: después de rodar Diario de una camarera  con Doña Juana Moreau (sic), vuelta a México y olvidar el cine por unos cuantos meses:
Dos contratos "seguros" me esperan, pero creo que podré esquivarlos. Pienso seriamente en retirarme...
Según los editores de la correspondencia, Buñuel se refería con esos dos contratos "seguros"  a Bajo el volcán y Johnny cogió su fusil, a partir de la novela de Dalton Trumbo (el guionista y el director se habían conocido a través de Hugo Butler y George Pepper). Por estas fechas comienzan a menudear en la correspondencia los coqueteos de Buñuel (a sus 63 años) con la jubilación (aún rodará ocho películas, la última se estrenará en 1977):
Se vive intensamente en plena ociosidad y se malgasta inútilmente el tiempo trabajando...
El 29 de octubre de 1963 volvemos a tener nuevas de Bajo el volcán. Desde París, Buñuel le agradece a Zachary Scott sus dos últimas cartas, enviadas a través del hijo del director, Juan Luis.
Todo lo que me dice del señor Houseman suena muy bien y estoy seguro de que será un productor ideal para Bajo el volcán.
Entre los créditos de John Houseman como productor figuran títulos como Letter from an Unknown Woman, They Live by NightOn Dangerous GroundThe Bad and the Beautifulo Moonfleet. Casi nada, que diría el otro. O sea, un estupendo fichaje. Pero hay más buenas nuevas:
Jeanne Moreau [Buñuel rueda en estas fechas con ella Diario de una camarera] me habló de esa carta  que le escribió usted hace algún tiempo. A ella le encantaría trabajar con nosotros. Sin embargo, creo que sería conveniente que asegurase usted su participación tan pronto como pudiese, pues es una actriz muy solicitada por productores y directores.
Buñuel con Jeanne Moreau 
en el rodaje de Le journal d'une femme de chambre.

Salta a la vista que Buñuel está cada vez más interesado en el proyecto con los mimbres que se van agavillando, como volver a trabajar con la Moreau, de quien le habló en una carta a Truffaut un mes después con estas palabras: Es la mujer más encantadora del mundo y una actriz excepcional. Tenía usted razón. Y, esta vez sí, se implica recomendando guionistas:
Finalmente, como adaptadores de la película, propongo a Hugo Butler y a Carlos Fuentes, que tiene una capacidad enorme para el cine, es un gran escritor y un joven de mérito excepcional. (...) A día de hoy, es, sin duda, el mexicano más universal. Por lo que a mí respecta, su colaboración en este proyecto es casi indispensable. Él considera que el libro de Lowry es la mejor novela contemporánea que existe sobre la autodestrucción.
Le anota las señas de Carlos Fuentes en el DF. Como prevé acabar el rodaje de Diario de una camarera en diciembre, cuenta con regresar a México a mediados de enero:
Ese sería el momento de organizar algo definitivo acerca de este proyecto. Si entonces no es posible, en febrero empiezo a trabajar para Alatriste...
Se refiere a Simón del desierto, que se rodará finalmente entre noviembre y diciembre de 1964. El 12 de noviembre le escribe a Carlos Fuentes desde París:
Si se hace Bajo el volcán, cuente usted por seguro que trabajaría en la adaptación. No faltaba más.
No sé si en otras cartas (fuera de las escogidas) comentarían la novela de Lowry con vistas al guión, pero es de suponer que habían hablado de ella en distintos encuentros. Tres meses después, el 11 de febrero de 1964, Buñuel, en París, les escribe a Ruth Ford y Zachary Scott: les espera en su hotel dos días después, a mediodía. Si se encontraron, el matrimonio compartiría con el cineasta el estado de cosas de Bajo el volcán.


El caso es que mes y medio después, el 26 de marzo, el productor británico Oscar Lewenstein (acaba de estrenar en enero Girl with Green Eyes, con guión de Edna O'Brien a partir de su novela) le escribe desde Londres a Buñuel (seguro que Ruth y Zachary lo habían puesto en antecedentes sobre la implicación del productor en el proyecto y habían comentado las perspectivas que se abrían):
Querido don Luis,
Por favor discúlpeme por no haberle escrito antes, pero hasta ahora no habíamos recibido la confirmación de United Artists, que aceptan realizar la película [Bajo el volcán] a condición de que 1) reemplacemos a Zachary Scott por una estrella británica y 2) el presupuesto no exceda los 500.000 dólares.
En relación con el primer punto, el propio Zachary acepta, muy amablemente, en permitir que se realice la película sin hacer el papel de cónsul [el cónsul Geoffrey Firmin, el protagonista de Bajo el volcán], siempre y cuando usted esté de acuerdo. 
Antes de mencionar (y comentar) otros pormenores referidos en la carta del productor, apuntar que (con la respuesta de Buñuel) permite deducir algunas claves. Antes o después del encuentro con Zachary Scott y Ruth Ford, el director mantuvo una reunión con Oscar Lewenstein en París, a la que, probablemente, asistió Tony Richardson (el año anterior había estrenado Tom Jones, con Oscar Lewenstein como productor asociado), que participaría también en la producción; diez años antes, en sus tiempos de crítico, había publicado una entrevista con Buñuel en Sight and Sound. En esa reunión se acordaron ya algunos términos (guión, reparto, salarios, semanas de rodaje, presupuesto...) en relación con el proyecto de Bajo el volcán, quizá con vistas a trasladárselos a United Artists, y Buñuel esperaba verlos confirmados por carta antes del 1 de marzo para cerrar el acuerdo. O sea, en el mes de febrero de 1964 faltó poco para que la película entrara en preproducción; de hecho Buñuel esperaba esa carta para despejar el calendario y dedicarse a Bajo el volcán. Como no la recibió, se comprometió con Alatriste en Simón del desierto y no quedaría libre hasta febrero o marzo del año siguiente, de lo que se da por enterado el productor. De ahí -de ese retraso- las disculpas de Oscar Lewenstein al comienzo de la carta que seguimos espigando:
En cuanto a Zachary, le hemos sugerido que siga vinculado al film en calidad de productor asociado y, si fuese posible, que interprete el papel del director de cine [Jacques Laruelle, en la novela]. ¿Le parece a usted una buena idea?
El productor le advierte que sólo sería posible hacer la película con el mencionado presupuesto de 500.000 dólares si Buñuel consigue rodarla en siete semanas (el director lo veía perfectamente posible)...
y si usted, Jeanne Moreau [imaginamos que en el papel de Yvonne, la ex-mujer del cónsul] y todos los demás aceptan tarifas más bajas de las que se mencionaron en un principio, o sea que no sería posible pagarle el salario de 80.000 dólares. Muy probablemente, lo máximo que podríamos garantizarle sería algo así como la mitad de esa cifra, sumado a un porcentaje en los beneficios del filme.

Jeanne Moreau con Buñuel 
en el rodaje de Le journal d'une femme de chambre. 

Luego menciona los problemas para cuadrar fechas con Jeanne Moreau y el director; que están comprometidos con Harvey Breit para el guión y si Buñuel querría que contactaran ya con Carlos Fuentes. En la despedida, Oscar Lewenstein vuelve a disculparse por los retrasos y pone el énfasis en lo contentos que están todos (Tony Richardson, él y sus colegas) por haber convencido a United Artists para dar luz verde al proyecto, y cuánto desean trabajar con Buñuel. El maestro de Calanda responde el 30 de marzo (a vuelta de correo) con una carta breve desde el DF haciendo notar que ve alterados los términos que acordaron en París, y a continuación:
Primero, creo que Zachary Scott es el actor indicado para el personaje del cónsul.
Segundo, pedí 80.000 dólares por hacer la película. Aquí en México, por una producción local mexicana en lengua española (El ángel exterminador), he recibido 50.000 dólares. Por esta razón, no creo que por una producción internacional esperen ustedes que acepte 40.000.
En la despedida lamenta que las cosas hayan salido así. Tres semanas después, el 21 de abril de 1964, le escribe a Ruth Ford:
Por favor, dígale a Zachary que Bajo el volcán se hará con él como cónsul o no se hará... dirigida por mí.
Creo que después de la carta de Lowenstein con las condiciones de United Artists, tanto Buñuel como Ruth Ford y Zachary Scott tenían la convicción de que ya no harían la película. Año y medio después llegó la certeza. El 3 de octubre de 1965 murió Zachary Scott a los 51 años. La verdad, antes de leer esta correspondencia de Buñuel, no imaginaba que el proyecto de Bajo el volcán había llegado tan cerca de materializarse y, desde luego, ni por asomo, con tanto recorrido, porque aún le quedaba cuerda, pero ya con un Buñuel cada vez más esceptico. El 10 de julio de 1967 le escribe a Ruth Ford desde el DF y recuerda al hombre bueno y amigo extraordinario que era Zachary. No cree que pueda realizar nunca Bajo el volcán:
La razón es que estoy prácticamente retirado de mi oficio. (...) Después de todo, ya tengo 67 años y me falta ilusión para hacer películas. Aparte de eso, siempre creí, como ya le dije a Lewenstein, que la adaptación de la novela es, para mí, la más difícil que pueda haber en el cine.
Catherine Deneuve con Buñuel 
en el rodaje de Belle de jour.

Un año después, el 7 de julio de 1968, mientras prepara La Vía Láctea, Buñuel le escribe desde París a Carlos Fuentes:
Los Hakim [Robert y Raymond Hakim, productores franceses de Belle de jour] están decididos, sea como sea, a que yo les realice Bajo el volcán. Me he rehusado a hacer la adaptación, pues la creo imposible, y les he dicho que, si me la presentan bien aderezada y guisada, es posible que acepte. Les he dicho también que usted era un entusiasta del libro y que no le parecía difícil la adaptación. Le van a telefonear o a escribir. A pesar de mi admiración hacia sus grandes dotes en cualquier terreno literario, cinematográfico e incluso político, me reservo el derecho de rehusar la adaptación. Por lo menos, convertido el libro en imágenes, el film debe quedar a la altura de lo que aquel  representa en literatura.
Es la última noticia recogida en la Correspondencia escogida de Luis Buñuel en torno a Bajo el volcán. Ni siquiera sé con certeza si realmente existe (dicen que sí) el guión de Carlos Fuentes sobre la novela de Lowry.

Buñuel con Delphine Seyrig
en el rodaje de La Voie lactée.

Quiero imaginar que todo empezó en un tranvía por el DF con La joven. Lo cuenta Juan Luis Buñuel, el hijo del maestro de Calanda, en el texto que prologa el guión de la película (editado por el Instituto de Estudios Turolenses). Zachary Scott había llegado al DF unas semanas antes del comienzo del rodaje de La joven. Había traído desde EEUU las ropas que, después de envejercerlas convenientemente, vestiría su personaje, el guarda Miller.
Un día, Zachary alquiló un viejo tranvía, hizo instalar un bar y lo remató con una orquesta de mariachis para pasearnos mejor por la ciudad, mientras bebíamos y cantábamos canciones mexicanas. Parábamos para recoger a pasajeros sorprendidos, y mientras se les tocaba la serenata y se les ofrecía una copa, les acercábamos hasta sus casas..., pues al alquilarlo teníamos derecho a ir a donde quisiéramos, sorteando todos los carriles de la ciudad hasta el amanecer. 

¿Habría visto Zachary Scott La ilusión viaja en tranvía? Desde luego, aquella travesía se ve en la película de Buñuel como en un espejo. Un escenario perfecto para hablar de Bajo el volcán; si el actor no tenía ya los derechos de la novela, andaba tras ellos: cómo no iba a hablarle al cineasta de la novela de Lowry. Ahora, después de leer las cartas que amojonan el recorrido del proyecto, puedo ver Bajo el volcán como el hilo que enhebraba la amistad de Zachary Scott y Luis Buñuel desde los días de La joven en un tranvía con el cónsul en el horizonte, tan lejos, tan cerca.


El hilo invisible (pero tan verdadero) de una película fantasma. Y cuánto me habría gustado palabrearlo con el maestro cualquier día de agosto en alguna amena umbría.

1/8/17

Adiós, Jeanne Moreau


1 de agosto. Llevamos siete años sin el maestro. Y ayer se nos fue Jeanne Moreau. Creo que el maestro se vería de mil amores reunido en la memoria de esta mujer con una de las sonrisas más bellas que el cine nos ha deparado.

Fotografía de Georges Dambier, 1963.

La mejor actriz del mundo. Lo dijo Orson Welles. Punto redondo.

Jeanne Moreau con Welles en el rodaje de 
(Fotografía de Nicolas Tikhomiroff.)
Debajo, en el rodaje de Una historia inmortal.

Buñuel suspiraba por sus andares.

Andares de la Moreau en Le journal d'une femme de chambre.
Debajo, con Buñuel en el rodaje de la película. 

Aunque me enamoré de ella en Una historia inmortal, fue la Catherine de Jules et Jim quien me cautivó de por vida. Aquella Catherine es mi Jeanne Moreau.

Jeanne Moreau durante el rodaje de Jules et Jim.

Jeanne Moreau con Truffaut 
en el rodaje de Jules et Jim.
(Fotografía de Peter Basch.)

¡Ah, cuánto pude envidiar a Truffaut!


¡Cuánto hablaríamos el maestro y yo un día como hoy de Catherine, de Doll en Campanadas a medianoche, de Florence bajo la lluvia en Ascenseur pour l'échafaud, de Célestine en Le journal d'une femme de chambre, de Eve en Eva, de Jackie en La baie des anges, de Lidia en La notte, de la otra mujer en Nathalie Granger, de Candidinha en Gebo et l'ombre, de Virginie en Una historia inmortal...!


¡Tenemos tanto que hablar, maestro, de nuestra Jeanne Moreau!

1/5/16

Un ángel y el hijo del ahorcado


Viene el amigo Diomedes Díaz pidiendo el libro de reclamaciones de esta escuela, disgustado por la minúscula memoria -son sus palabras- que se le rinde a Gail Russell, apenas evocada en un par de párrafos a propósito de Seven Men from Now, un western todo lo ejemplar que se quiera, pero insuficiente para recordar a una actriz inolvidable -mía es la cursiva; suyo, el adjetivo-. Sobra decir que de nada sirvió alegar en mi descargo que los fotogramas con Gail Russell hilvanan -y aun traman- el texto de punta a cabo. Se imponía remediar por vía de urgencia semejante menoscabo. Traía una botella de Lagavulin para celebrar su memoria como merecía y, trago va trago viene, me llevó donde quería que llegáramos. Al testamento de Frank Borzage. A Moonrise (1948). A Gilly Johnson, aquella maestra en un villorrio de los pantanos de Virginia, un personaje que borda con hebras sublimes Gail Russell.


De camino a Moonrise pasamos antes por The Lawless (1950), la segunda película de Losey, centrada en el racismo contra los braceros mejicanos en un pueblo californiano y donde la actriz encarnaba a Sunny García, la valiente periodista de un semanario publicado en español y dirigido a los inmigrantes hispanos. Casi veinte años después, el cineasta (exiliado en Europa desde que fue incluido en la lista negra) recordaba The Lawless como un filme muy primitivo, salvo por una o dos excepciones...
...creo que los ojos tristes, desesperados, solitarios y trágicos de Gail Russell aportaron mucho a la película.

Justo después de rodar con Losey, la Paramount decidió no renovar el contrato con la actriz a causa de su alcoholismo. Los problemas de Gail Russell durante el rodaje pesaron más que las buenas críticas por su trabajo. Losey contó qué penoso resultaba tratar de arrancarle una toma buena con una o dos líneas de diálogo si antes no bebía; desde 1945 remediaba así el miedo escénico y a finales de los 40 ya era una alcohólica con problemas para recordar sus frases. Pero no hay rastro de semejante condición en Moonrise, una película con tomas largas, con diálogos en planos sostenidos, así que nos permitimos poner en duda la versión que pintaba Gail Russell como una actriz destruida con la que resultaba arduo rodar. En todo caso, cabe matizar: desde luego el miedo escénico era un problema grave, pero Borzage consiguió que lo superara (y Boetticher, a mediados de los 50, en Seven Men from Now, cuando la actriz llevaba cinco años sin rodar); o sea, el problema existía, pero con algunos directores -¿los mejores?- resultaba soportable -y aun llevadero-, porque creaban el clima de confianza propicio (quizá también porque Borzage, que conocía por experiencia propia el alcoholismo, sabía cómo tratarla), y entonces Gail Russell desprendía la gracia que nos la volvía inolvidable.


Y así, de flashback en flashback, acabamos en Moonrise, un noir de la Republic. Que Borzage la acabara dirigiendo -y no digamos con Gail Russell en el reparto- fue una de esas carambolas tan del gusto de los traviesos dioses lares del cine. Decir Republic Pictures es decir serie B, pero durante la 2ª guerra mundial multiplicó los beneficios y la actriz Vera Hruba Ralston animó a su marido y patrón del estudio, Herbert J. Yates, a financiar una o dos películas de prestigio por año, así que procedieron a contratar a directores veteranos de renombre. Por ejemplo, Borzage, o su amigo John Ford que rodará para la Republic filmes como Río Grande, El hombre tranquilo o The Sun Shines Bright (también Lang, Secreto tras la puerta; incluso Welles, Macbeth).


Gracias al espléndido libro de Hervé Dumont sobre Borzage sabemos cómo se desarrolló la producción de Moonrise. Fue publicarse la novela -con el mismo título- de Theodore Strauss en 1945 y enseguida se vio muy solicitada como un material apetecible para los estudios. El guionista Garson Kanin quería adaptarla para John Garfield; el director John Farrow, para Alan Ladd; al final se hicieron con los derechos Charles Haas y Marshall Grant, dos productores que se van de la Universal para montárselo como independientes. Piensan en James Stewart (dice que no), luego en Burt Lancaster, y así sucesivamente. El proyecto parece concretarse a principios de 1947: un millón trescientos mil dólares de presupuesto, distribución de United Artists, John Garfield de protagonista y William A. Wellman como director. El escritor comunista Vladimir Pozner (guionista de A través del espejo, de Siodmak) empieza a desarrollar el guión. Pero las deudas empiezan a acumularse durante la preproducción, el proyecto se paraliza y está a punto de embarrancar por falta de financiación. Los productores consiguen salvarlo gracias a una alianza con Charles K. Feldman (uno de los agentes más poderosos de Hollywood) y la Republic.


Y habrá que estarle por siempre agradecidos a Feldman -en función ejecutiva (no en balde acaba de rescatar Moonrise)- por pensar en Borzage para dirigirla, eso sí, se trata de una propuesta con rebajas: habrá que olvidarse del presupuesto inicial, porque definitivamente será una película de serie B. Charles Haas tiene listo el guión a principios de noviembre de 1947 (Pozner asegura que había llegado a escribir la mitad). Borzage y Feldman se esfuerzan en reducir costes todo lo posible; para empezar, nada de estrellas. Al protagonista, el atormentado Danny Hawkins, lo encarnará Dane Clark, casi un desconocido -un pequeño papel en La llave de cristal (1942), de Stuart Heissler y acaba de compartir cartel con Ida Lupino en Deep Valley (1947), de Jean Negulesco-, y para Gilly Johnson, la maestra del pueblo, eligen a la hermosa y frágil Gail Russell (entonces contratada como Borzage por la Republic, que distribuía su película más reciente, El ángel y el pistolero, con John Wayne); en personajes secundarios contarán con Rex Ingram -el genio de la lámpara de El ladrón de Bagdad (1940)- en el papel de Mose, el hombre de los pantanos criador de perros de caza, amigo y confidente de Danny (en palabras del propio Rex Ingram, el de Mose fue el mejor papel que se había escrito nunca para un actor negro), y la gran Ethel Barrymore, como la abuela del protagonista.


Ahora bien, el principal ajuste en el presupuesto se consigue gracias a los prodigiosos decorados diseñados por el director artístico Lionel Banks (el de La pícara puritana, de Leo McCarey, o Luna nueva, de Howard Hawks, por ejemplo): Moonrise se rueda enteramente en estudio, en dos platós, tras haber calculado desplazamientos y ángulos de cámara a partir de un story board muy preciso. Los decorados acaban costando la quinta parte de lo presupuestado inicialmente y la película en conjunto -con 34 días de rodaje (entre el 29 de diciembre de 1947 y el 5 de febrero de 1948)- reduce los costes en casi medio millón de dólares. Moonrise conjuga una atmósfera sureña con las tonalidades noir y el arrebato romántico (tan Borzage) gracias a la iluminación de John L. Russell (había trabajado como operador -sin acreditar- en El extraño, de Welles, con quien acaba de firmar la fotografía de Macbeth, y repetirá -otra vez como operador no acreditado- en Sed de mal, pero sin duda su crédito más popular le llegará con la dirección de fotografía de Psicosis, de Hitchcock).


El asunto cardinal de Moonrise se cifra en la historia de amor con Gilly que devuelve a Danny al género humano, porque como creen Mose -de quien cuentan en el pueblo que ha leído todos los libros- y el propio Borzage, no hay peor crimen que dar la espalda a la humanidad. A falta de un padre, Danny encuentra un maestro (de vida) en Mose con sus lecciones aprendidas en la experiencia, una experiencia que destila en una historia vivida. (El arte vivo de la narración oral, el arte perdido que cantaba Walter Benjamin en aquel maravilloso ensayo titulado El narrador.) Es la soledad la que nos condena, no la mala sangre (aquello que sabía tan bien la criatura de Frankenstein: soy malo porque soy desgraciado).


Borzage cree en esa historia de amor (como creyó en cada una de las que amojonan su filmografía), por eso resulta(n) tan convincente(s). No necesita explicar por qué Gilly se enamora de Danny. (Cuántas historias de amor se echan a perder por falta de fe del director: desconfía tanto de que nos la creamos que la mata con justificaciones. Dije director, pero algo así demuestra su propia incompetencia como tal.) Gilly está enamorada de Danny. Es así. Y así nos lo muestra Borzage. Asi lo vemos. Con toda evidencia.


A diferencia de otras historias de amor de Borzage, aquí el conflicto es interno, la adversidad se ampara en el tormento que martiriza la mente de Danny y genera su paranoia (maldito por ser el hijo de un ahorcado). Así se proyecta -y se reconoce- en el mapache acosado en el árbol durante la escena de caza. Y cuando en una última explosión de violencia está a punto de matar a Billy, el pobre sordomudo -que sin saberlo ha encontrado una prueba que puede delatar al protagonista-, es su propia mala sombra lo que trata de aniquilar.


Los créditos de Moonrise anticipan ya la obsesión (de Danny) como motivo central del filme: ondas concéntricas que una lluvia porfiada traza en las aguas pantanosas, a modo de vórtice de una (imaginaria) maldición donde vivirá atrapado el protagonista.


Un obsesivo juego de sombras (el teatro negro de la paranoia de Danny) donde resuenan escenas memorables de Street Angel (1928) o Secrets (1933), enhebradas con distorsiones sonoras (el trabajo de sonido de Daniel J. Bloomberg fue candidato al óscar de 1948) dibujan desde el umbral de Moonrise el trauma del chaval, como esa sombra del (padre) ahorcado sobre la cuna del pequeño Danny, pero la cámara retrocede y descubrimos que se trata de una muñeco colgado.


Sólo un ángel podrá iluminar el camino de redención para el hijo del ahorcado. Danny y Gilly se encuentran a escondidas en la mansión abandonada al borde de los pantanos. Ha caído la noche, no hay electricidad ni velas. Gilly embrida jugando los impulsos carnales de Danny y acaban bailando un vals en la estancia. El dulce bálsamo hace efecto. La cámara se eleva por encima de la araña y se escucha un violín lejano mientras los enamorados dan vueltas, hasta que los recoge abrazados junto a la ventana. Nunca te había visto así, dice Gilly. Nunca había estado así antes, dice Danny, que vislumbra por primera vez una salida a la noria de su maldición.


La maravillosa secuencia de la feria va cobrando visos oníricos; primero como sueño cumplido, Danny y Gilly aparecen por primera vez juntos en público; luego como una pesadilla  en la noria donde se anuda el pasado (el asesinato cometido por su padre y su posterior ejecución, como le cuenta a Gilly) y el futuro (el sheriff -otra figura paterna- y su mujer se montan también en la noria; un sheriff fílósofo, amigo de las sentencias: A veces el asesinato es como el amor. Hacen falta dos para cometerlo. Un hombre que odia y otro que es odiado, comenta con el forense.).


Muy bien podríamos hablar de una Eurídice que desciende al abismo (paranoico) donde ha caído Danny para rescatarlo (resucitarlo) a través del amor.


Dumont señala con lucidez que la tortura interior de Danny no deriva únicamente de su condición de hijo del ahorcado, sino del miedo a perder a Gilly, razón de su esperanza y fuente indirecta de su tormento: no le confiesa su crimen porque teme su abandono, redoblando así amargura y remordimientos.


Si se cuenta Moonrise (sin haberle puesto los ojos encima)  no tiene nada de extraño que resulte inverosímil, como buena parte del cine de Borzage (quizá por eso me gusta tanto), pero aquí se agudiza gracias al irrealismo consustancial al noir, y por momentos el filme deviene pura alucinación. A ver cómo no va a sonar inverosímil (o aun peor, ñoño) que esa maestra sensible (nuestra maravillosa Gail Russell) se enamore de un inadaptado como Danny y siga perdidamente prendada de él cuando ya sabe que mató -eso sí, en defensa propia- al tipo que quería casarse con ella, convencida de que el amor acabará revelando el alma buena que lleva dentro. En realidad es la misma fe de Borzage: la comprensión como forma de la comunidad, la naturaleza como cobijo de los sentimientos que nos reconcilian con la humanidad, y la humanidad como amparo contra la soledad. Conmovedora fe -a priori inverosímil- que su cine volvía también convincente.


(Siento predilección por las películas que no pueden contarse oralmente, porque las palabras deshacen la poesía -el encanto- del cuento; siento debilidad por esas películas que sólo son posibles gracias al cine, que sólo el cine vuelve evidentes.)


Nada más terminar de verla no tenía palabras para dar cuenta de tanta belleza, o mejor, de una belleza tan conmovedora, mejor aun, de una película dolorosamente bella. Por más que el amigo Diomedes Díaz reclame esas palabras -y uno (mal que bien) se aviene-, Moonrise pide cerrar los ojos y dejar que la memoria vuelva a proyectar en el cine del corazón aquellas escenas que alumbraran el libro de horas de las películas de nuestra vida: el vals de Danny y Gilly en la mansión abandonada junto a las aguas pantanosas, la angustia en la noria, el intento de asesinato del pobre sordomudo por Danny, el blues de Mose... En realidad uno citaría cada escena de Danny y Gilly, cada escena de Gail Russell, que se gana con todo el derecho su lugar entre las mujeres inolvidables del cine de Borzage (con Janet Gaynor, Mary Duncan, Luise Rainer o Margaret Sullavan).