Hace cincuenta años Godard acababa de rodar en París con Anna Karina una de sus películas de invierno, hecha con casi nada (su
modus operandi,
podríamos decir) en un hermoso blanco y negro iluminado por Raoul Coutard.
Bande à part.
Una de sus películas más bellas (que ya es decir) hilvanando algunos de los momentos más memorables de su cine.
Bande à part.
La primera película producida por Anouchka Films, la compañía que el cineasta bautizó como llamaba a Anna Karina, y firmada como "Jean-Luc Cinema Godard".
Bande à part.
Una película que tantos descubrieron, como treinta años después, y todo -mira tú- porque Tarantino bautizó con el título su productora. Hay que ver.
Bande à part. Un fulgor de invierno.
Vivre sa vie en 1962,
Le mépris en 1963,
Bande à part en 1964 y al año siguiente
Pierrot le fou. Pero es que entre las dos primeras mencionadas, Godard rueda
Les carabiniers -el
godard preferido por nuestro hijo-, y entre las dos últimas
La femme mariée y
Alphaville, y no menciono un par de segmentos suyos en filmes por episodios. No es sólo que Godard se haya convertido en uno de los cineastas más fecundos -y currantes- de la historia del cine (aún el año pasado, a sus 83 años, estrenó un corto de media hora,
Los tres desastres, y un largo,
Adiós al lenguaje, rodados ¡en 3D! y, por lo visto, sigue), es que los sesenta del siglo pasado fueron un frenesí.
Godard en el rodaje de Adieu au langage.
Podemos creernos entonces aquellos testimonios que hablan de cómo era feliz rodando (y de que sólo rodando era feliz). Pero quizá no sea así (ni falta que le hace): si hacer películas le resulta indispensable probablemente sea porque deviene una práctica del pensamiento, piensa filmando y entiende el filme como forma que piensa. Una forma de interrogarse e interrogar el mundo, desde luego, pero también una forma de preguntarse qué es el cine, la gran cuestión que nunca ha dejado de plantearse, y me atrevo a pensar que sólo aquellos cineastas que no dejan de interrogarse sobre la naturaleza del cine, lo hubieran inventado si no existiera.
Godard con Anna Karina en el rodaje de Bande à part.
De eso habla Godard cuando dice que rueda para llegar a una cosa distinta, no para conseguir un buen plano; de eso hablaba Cassavetes cuando decía que le repugnaba cuando escuchaba a un director hablar de la belleza de un plano. Al fin y al cabo, el cine -como decía Lubitsch- es lo que no se ve. O sea, el cine no es lo que vemos en la pantalla, sino aquello que miramos -y sólo acontece- en nuestros adentros. No es grande una imagen -dijo alguna vez (y quizá más de una) Godard-, sino la emoción que provoca. En ese sentido, a nosotros, espectadores, nos es dado hablar de la belleza del cine de Lubitsch, de Godard, de Cassavetes. Y dar cuenta de tanta belleza.
Bande à part, pongamos por caso.
Godard con Anna Karina en Bande à part.
A uno le gusta tanto que hasta guarda la memoria de lo que no ha vivido, de lo que no pudo vivir -los estrenos en los cines de
aquellas películas de Godard de la era Anna Karina- y se recuerda, pongamos por caso, sacando una entrada para ver en 1964
Bande à part en un cine que ya no existe y quizá nunca existió.
Quizá en su momento contaban lo suyo las audacias y las rupturas, pero hoy, sin desdeñarlas, apreciamos el desparpajo y la gracia, el humor y la levedad, la armonía y la libertad, la fluidez y la felicidad que destila cada plano, las resonancias que despiertan tantas vibraciones cómplices (en tanto que cinéfilas) e íntimas (en tanto que sentidas, y en todos los sentidos).
Godard llegó a decir que
Bande à part era una mala película, pero los artistas a menudo no ven -o no quieren ver- bien sus propias obras. Digámoslo ya, cuando Godard filma a Anna Karina en
Bande à part, escuchamos ese latido primordial de la mirada que desprendían aquellos filmes donde Griffith filmaba a Lillian Gish.
Bande à part. Fue verla
Patti Smith y vestirse como Anna Karina. Tal vez la más delicadamente encantadora película de Godard, en palabras de Pauline Kael. En palabras de Godard: Alicia en el país de las maravillas se reúne con Kafka. Cada vez que vemos
Bande à part es una fiesta.
Es una película de ésas que -como le gustaba decir a Chris Marker (citando a Sei Shonagon)- te hacen latir más fuerte el corazón, o -por usar las palabras de mi abuelo a propósito de esas cosas que alegran la vida- te levantan la paletilla. Y nos regala tantos momentos felices
Bande à part... El minuto de silencio, el
madison...
Franz (Sami Frey), Odile (Anna Karina)
y Arthur (Claude Brasseur) ensayan el madison
entre toma y toma de Bande à part.
La visita relámpago al Louvre (a la que rinde tributo Bertolucci en
Soñadores, pero qué queréis que os diga, ni comparación)...
El cuento del indio mentiroso (de Jack London), la voz
over (del propio Godard) que comenta la película desde fuera, como si un narrador omnisciente la contemplara al tiempo que nosotros: un rasgo del humor del cineasta, una vertiente de su cine que nunca se valora lo suficiente...
[En el minuto 8.]
Para el espectador que entre ahora en la sala, sólo diremos unas palabras al azar. Hace tres semanas. Dinero. Clases de inglés. Una casa a orillas del río. Una chica romántica.
[En el minuto 45, Godard abre un paréntesis para describir los sentimientos de los personajes mientras bailan el
madison.]
Odile se pregunta si se han fijado en sus pechos que se mueven bajo el jerséi...
[Antes de la secuencia del robo.]
Arthur dijo que esperarían a que anocheciera para dar el golpe. Había que respetar la tradición de la serie B.
[Tras el golpe fallido.]
Franz lo habría dado todo, su reloj de oro, sus noches, sus manos, lo que fuera, por saber cómo consolar a Odile. Bastaba con mirarla para ver que todo su mundo se derrumbaba.
[En la última secuencia.]
Tres días después, Odile y Franz abrieron los ojos y vieron el mar. Recordaba a un teatro con el escenario en el horizonte. Más allá, sólo el cielo...
[Y al final.]
Aquí acaba la historia, como una novela barata, en ese preciso momento en que nada declina, nada se degrada ni mengua. En otra película les contaremos, en cinemascope y technicolor, las aventuras de Odile y Franz en un país cálido. [Da la impresión que Godard ya tenía
Pierrot le fou en la cabeza o la destiló a partir de estas líneas.]
Y cómo olvidar la escena del metro donde Anna Karina canta
J'entends, j'entends, una canción de Jean Ferrat sobre un poema de Louis Aragon. Una escena memorable y toda una lección de cine, hasta el punto de que uno apenas dudaría en elegirla si le retaran a demostrar la grandeza del cine de Godard con una sola secuencia.
O la escena donde Odile se quita las medias, con las que Franz y Artur van a enmascararse para el golpe.
Y encontramos también -mesa de billar mediante- ecos de
Vivre sa vie.
Como si Anna Karina recordara en su Odile de ahora aquel baile de su Nana de entonces.
Pero si estuviera condenado a olvidar
Bande à part y sólo pudiera conservar en la memoria una única escena, entonces me quedaría con Anna Karina cruzando el río para llevarles de comer a las fieras de un circo los bistecs que robaba en casa de su tía.
Y saludaba al tigre de colega a colega: Hola, chaval.
Sólo Anna Karina podría hablarle así a un tigre, como a un gatito o a un canciño. Cómo vamos a extrañarnos entonces que, llegado el momento de la huida con Franz hacia el sur, Odile (Godard le dio el nombre de su madre al personaje de Anna Karina) le pregunte si hay leones en Brasil.
Cómo iba a pasarse sin ellos aquella chica amiga de las fieras. La mujer que amaba -y ama aún- a Godard. Y amaba que la filmara. Y ama aún el cine que vivieron juntos. Hay amores que son para siempre.