Lo llamé así porque lo compré durante un viaje por Portugal en un colmado de Necessidades, un día de julio con una luz inclemente que borraba los contornos y deshilachaba las formas de la freguesía.
Mientras hojeaba el cuaderno, llegó el velero y recordé aquello de Baudelaire, que podemos renunciar a vivir pero navegar es una necesidad. Una cita imprecisa porque en algún cuaderno la habré apuntado pero no en éste, adonde fueron a parar otras, pongamos por caso unas cuantas:
Igual que no se puede amar a una mujer perfecta, tampoco se puede hacer una película perfecta. (Monte Hellman, en la presentación de Carretera asfaltada en dos direcciones en Cannes)
Estoy más orgulloso de haber participado en la guerra civil española que de cualquier otra cosa que haya hecho en mis ochenta años. (Alvah Bessie, guionista, brigadista de la Lincoln, uno de los diez de Hollywood durante la caza de brujas)
Odio los talleres de escritura. Aprender a escribir debe ser como un 'solo' de música, algo largo y doloroso. (Jim Harrison, escritor americano)
El arte del cine -algo en cierta forma muy sencillo- es no matar lo que se filma. (Eric Rohmer)
Cada día que no te veo es un crimen, una masacre. (Jean-Pierre Léaud a Isabelle Weingarten en La maman et la putain de Jean Eustache)
Cuenta la historia como si sólo fuera de interés para el pequeño círculo de tus personajes, pensando en que podrías ser uno de ellos. (Julio Cortázar)
En 1964 decidí que, de todos mis oficios terrestres, el violento oficio de escritor era el que más me convenía. (Rodolfo Walsh, escritor, desaparecido por la dictadura argentina)
El problema de las parejas es que las mujeres se casan pensando que ellos van a cambiar y los hombres se casan pensando que ellas no van a cambiar. (Arthur, un cómico francés; y también una réplica de la serie Luther -de la BBC- escrita por Neil Cross)
Nuestro interés se centra en el límite peligroso de las cosas./ El ladrón honesto, el asesino tierno, el ateo supersticioso. (Robert Browning)
El libro es la vida secreta de su autor, el mellizo oscuro de un hombre; no se los puede reconciliar. (Uno de los personajes de Mosquitos de William Faulkner)
Si nos observamos desde una gran altura, es espantoso darnos cuenta de lo poco que sabemos sobre nuestra especie, nuestro propósito y nuestro fin. (W.G. Sebald, Los anillos de Saturno)
No vine aquí para escribir, vine aquí para estar loco. (Robert Walser a un visitante en el manicomio de Herisau)
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14/10/10
Cuaderno de Necessidades
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2/5/10
Mayo rojo
Es sabido que la memoria es como un cesto de cerezas recién cogidas del árbol, metes la mano, coges una y vienen cinco o seis. O como el viento que, como señalaba Robert Bresson al principio de Un condenado a muerte se ha escapado, sopla donde quiere. Esta mañana, bajo el agua de la ducha, me acordé, quizá por el aquel del 2 de mayo -qué le vamos a hacer, uno de mis primeros libros fue la Enciclopedia Álvarez-, que Napoleón en el ocaso de su vida se refería a la guerra de la Independencia como aquella maldita guerra de España.
Siempre estuve dividido entre el Napoleón (1927) de Abel Gance y el invasor, pero también entre los guerrilleros y los afrancesados -pongamos por caso Jovellanos-, porque, a ver, echamos a los franceses y nos quedamos con Fernando VII: es como para echarse a llorar. Pero aquella cereza de mayo no venía sola. Y es que al viento de la memoria no hay quien lo gobierne.

Me acordé también de una de las historias dolorosas que cuenta Antón Patiño Regueira en Memoria de ferro, un ramo de rosas rojas para no olvidar: una memoria de hierro. Era el 1º de mayo de 1936 en Monforte de Lemos, y Nuevo, el retratista, sacó muchas fotos de los obreros en la manifestación por las calles del pueblo y en el mitin, al terminar. Apenas tres meses después, el notario Villalobos escogió a sus víctimas en el estudio del fotógrafo, reconocía los rostros, los marcaba con una cruz en las fotos del 1º de mayo, a los rojos. Aquellos obreros de las fotos de Nuevo serán capturados, torturados y paseados en el matadero (de las cunetas) del verano del 36. No faltaron tampoco en tantos lugares de Galicia las costureras rapadas por haber cosido las banderas rojas y haber bordado en ellas la hoz y el martillo, para las manifestaciones y los mítines del 1º de mayo.

Y ayer mismo leí ¿Quién mató a Rosendo? de Rodolfo Walsh, un reportaje modélico sobre el tiroteo del bar (y confitería y pizzería) La Real, en el barrio de Avellaneda en Buenos Aires, a mediados de mayo de 1966. En la balacera murieron tres trabajadores, a uno de ellos le llamaban el Griego. Era Domingo Blajaquis. Walsh lo retrata así: tenía la aureola de algunos viejos comunistas que toda su vida fueron corridos por la policía y al final por el partido. Una paciencia infinita y una bondad casi absurda. Walsh es la prueba del nueve de que no es imposible conciliar el sustantivo literatura y el adjetivo militante: En 1964 decidí que, de todos mis oficios terrestres, el violento oficio de escritor era el que más me convenía. Lo "desaparecieron" el 25 de marzo de 1977 unos esbirros del dictador Videla en Buenos Aires. Ya sé que Rodolfo Walsh merece algo más que este párrafo, pero hoy era apenas una cereza que vino enredada en una memoria del mayo rojo, ahora que las manifestaciones del 1º de mayo ya no ocupan las primeras planas de los periódicos, que la clase obrera es invisible y que la condición obrera se enmascara de clase media porque ya tenemos algo que perder, además de las cadenas. En eso consiste el capitalismo, en encadenarnos (esta vez de verdad) con algo que no son las cadenas, pero mucho más eficaz: una ficción llamada economía real.
Siempre estuve dividido entre el Napoleón (1927) de Abel Gance y el invasor, pero también entre los guerrilleros y los afrancesados -pongamos por caso Jovellanos-, porque, a ver, echamos a los franceses y nos quedamos con Fernando VII: es como para echarse a llorar. Pero aquella cereza de mayo no venía sola. Y es que al viento de la memoria no hay quien lo gobierne.
Me acordé también de una de las historias dolorosas que cuenta Antón Patiño Regueira en Memoria de ferro, un ramo de rosas rojas para no olvidar: una memoria de hierro. Era el 1º de mayo de 1936 en Monforte de Lemos, y Nuevo, el retratista, sacó muchas fotos de los obreros en la manifestación por las calles del pueblo y en el mitin, al terminar. Apenas tres meses después, el notario Villalobos escogió a sus víctimas en el estudio del fotógrafo, reconocía los rostros, los marcaba con una cruz en las fotos del 1º de mayo, a los rojos. Aquellos obreros de las fotos de Nuevo serán capturados, torturados y paseados en el matadero (de las cunetas) del verano del 36. No faltaron tampoco en tantos lugares de Galicia las costureras rapadas por haber cosido las banderas rojas y haber bordado en ellas la hoz y el martillo, para las manifestaciones y los mítines del 1º de mayo.
Y ayer mismo leí ¿Quién mató a Rosendo? de Rodolfo Walsh, un reportaje modélico sobre el tiroteo del bar (y confitería y pizzería) La Real, en el barrio de Avellaneda en Buenos Aires, a mediados de mayo de 1966. En la balacera murieron tres trabajadores, a uno de ellos le llamaban el Griego. Era Domingo Blajaquis. Walsh lo retrata así: tenía la aureola de algunos viejos comunistas que toda su vida fueron corridos por la policía y al final por el partido. Una paciencia infinita y una bondad casi absurda. Walsh es la prueba del nueve de que no es imposible conciliar el sustantivo literatura y el adjetivo militante: En 1964 decidí que, de todos mis oficios terrestres, el violento oficio de escritor era el que más me convenía. Lo "desaparecieron" el 25 de marzo de 1977 unos esbirros del dictador Videla en Buenos Aires. Ya sé que Rodolfo Walsh merece algo más que este párrafo, pero hoy era apenas una cereza que vino enredada en una memoria del mayo rojo, ahora que las manifestaciones del 1º de mayo ya no ocupan las primeras planas de los periódicos, que la clase obrera es invisible y que la condición obrera se enmascara de clase media porque ya tenemos algo que perder, además de las cadenas. En eso consiste el capitalismo, en encadenarnos (esta vez de verdad) con algo que no son las cadenas, pero mucho más eficaz: una ficción llamada economía real.
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