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21/6/15

Todo el coraje del mundo


Me cae bien Manuela Carmena -y me alegra que sea la alcaldesa de Madrid- pero no me gustó nada que se plegara a lo políticamente correcto en el caso Zapata, toda una muestra de debilidad (una mala señal: como si se fueran a conformar,,,). Y no digamos que el susodicho (creo que guionista) no defendiera el derecho al humor, que en su caso era la defensa misma de la libertad de expresión (a la que el humor somete a la prueba del nueve). Y que no recordara -en su defensa- ese monumento de humor negro titulado Ser o no ser, esculpido por un judío llamado Lubitsch. O El verdugo, sin ir más lejos.

Ya es el colmo que se la envainaran frente a quienes hablan de "las fosas de no sé quién" (lo más blanco que han proferido sobre el tema) y se apresuraron a ponerse tras la pancarta que rezaba "Yo soy Charlie Hebdo", y no se andan con chiquitas a la hora de denigrar a los trabajadores, a los parados, a los inmigrantes, a los pobres, a los insurrectos... (a la vista está su política). La verdad, me decepcionó Manuela Carmena, sobre todo después de escucharle a propósito de la ultramontana Aguirre que no la daba por perdida, porque creía mucho en la reinserción (o sea, tratándola de delincuente; eso sí, con humor).

Resulta estéril discutir sobre la zafiedad o la brillantez, lo cruel o lo sutil, la ferocidad o la gracia, del humor de uno u otros; tampoco de la oportunidad o del contexto: no se trata de una cuestión de crítica o de hermenéutica, ni de modales, se trata de política. Sobran razones de peso para que un cargo público dimita, pongamos por caso: corrupción, incompetencia... y cobardía. Que no me guste la reacción de Manuela Carmena, no tiene la menor importancia; lo que importa es que se haya tragado con el ataque a la libertad de expresión.

No es de extrañar que todo se confunda: así, quienes atacan la libertad de expresión tienen siempre a mano la consabida estupidez de "todas las opiniones son respetables", cuando lo único respetable es -justamente- la libertad de expresarlas. Se trata de eso, de política: pueden no gustarme los chistes de Zapata, tampoco me gustan algunos de Charlie Hebdo, pero aun con más razones, entonces, defiendo su publicación; porque si no molestaran u ofendieran nadie cuestionaría ese derecho: mataron a los humoristas franceses por blasfemos y cuelgan aquí a Zapata por similares (sin)razones. Y si hablamos de política -de democracia-, la libertad de expresión es la última trinchera.

Llegados al punto en que se pide perdón por el humor (¡en el país de un blasfemo como Buñuel!), entonces daremos en pensar que todo es más negro de lo que imaginamos. Porque hasta ahora uno -ni creo que nadie- nunca imaginó que Lubitsch tuviera que pedir perdón por el humor a cuento de los nazis y los campos de concentración; o Berlanga y Azcona, por el humor a cuento del garrote vil (¿y no puede alguien considerar ofensivos semejantes tratamientos?). O Sacha Guitry, por una película como La poison (1951); por escenas como estas:


¿Debería pedir perdón porque alguien "vea" en esta escena una exhortación a la violencia doméstica?


No me digáis que no es un poema la cara de Michel Simon. No me digáis que es un crimen. El humor. ¿Y qué me decís de la lección del maestro?


Welles quería mucho a Sacha Guitry y más de una vez habló sobre cuánto le debía a su experimentación con las relaciones entre la palabra y la imagen, y con el uso de la voz en off; hasta le copió -como él mismo confesaría- los célebres créditos finales de The Magnificent Ambersons (aquí, El cuarto mandamiento) recitados en off por Orson Welles, como los de Guitry en Le roman d'un tricheur, seis años antes; Godard usa el mismo recurso en los créditos iniciales de Le mépris, y Pasolini le gasta una broma a sus dos amigos con los créditos cantados de Pajarracos y pajaritos. Me acordé de Sacha Guitry -y La poison- cuando, al hojear estos días viejas libretas (en el vano intento de decidir si quemarlas), encontré esta fotografía suya (obra de Willy Rizzo) que me gusta mucho.


La fotografía data de 1956; unos meses antes de su muerte, Sacha Guitry, sentado en la cama (ya muy enfermo), se afana en la moviola montando Asesinos y ladrones, su penúltima película, No exageramos al decir que el cineasta trabaja en su lecho de muerte. En El placer de la mirada, figura este texto de Truffaut bajo esa fotografía de Guitry:
No, la Nouvelle Vague no era "una pandilla de jóvenes ambiciosos que se dedicaban a apuñalar a sus antepasados para ocupar su lugar", sino todo lo contrario. Los jóvenes redactores de los Cahiers han rehabilitado a Abel Gance, Jean Cocteau, Jean Renoir, Robert Bresson y Max Ophüls, denigrados por las críticas de la gran prensa. Lo más difícil fue lograr que se reconociera a Marcel Pagnol y a Sacha Guitry, como buenos directores, personalidades fuertes que se expresan mediante el cine. 
¡Sacha Guitry! Cada vez que me siento cansado, a punto de perder los ánimos, de volcarme en la melancolía, la acritud o la amargura, y la repugnante sombra de la renuncia viene a oscurecer lo que estoy haciendo, me basta con mirar la fotografía de Sacha Guitry hecha por Willy Rizzo para sentir que tengo alas, recuperar el buen humor y todo el coraje del mundo.
Alguien comentó que Truffaut tenía esa foto en su escritorio como si de un viático se tratara. Según Olivier Assayas, esa fotografía figuraba para Truffaut, más que un emblema del coraje, la imagen misma de un cineasta pespuntando su vida con su obra: una lección moral, una ética. Como no tengo la mínima duda sobre la ética de Manuela Carmena, espero que tenga a mano el viático del humor, pero va a necesitar además de todo el coraje del mundo. Van a por ella. Dicho de otra forma -ya lo avisó Brecht-, vienen a por nosotros.

7/12/14

La rosa de Cocteau


El 66-67 fue un curso movido para Anne Wiazemsky. Se enamoró de Godard mientras veía Pierrot le fou y cuando ve Masculin Fëminin le escribe una carta (como había hecho Ingrid Bergman con Rossellini; ella no lo sabía, pero Godard lo sabía de sobra). Lo había conocido unos meses antes, en el plató de Au hasard Balthazar, una de la cumbres de Bresson, pero el amor prendió al calor de las imágenes de aquellas películas,

Anne Wiazemsky en un fotograma de Au hasard Balthazar.

Luego rodaron La chinoise y se casaron. (Godard quiso rodar con ella La prisionera, la quinta parte de En busca del tiempo perdido de Proust, pero no pudo conseguir los derechos; al parecer, la sobrina y heredera del escritor consideraba que aquello estaba por encima de las posibilidades del cineasta y había pensado en un director más importante. Hay miopías y hay cegueras. Una pena que Godard no la hubiera rodado... con Anna Karina como Albertine. Lo que más temía Anne Wiazemsky cuando rodaba La chinoise era que la compararan -son sus palabras- con la maravillosa Anna Karina. No voy a disculparme por la maldad; además, estoy seguro que Ángeles me la consiente y perdona.)

Anne Wiazemsky en un fotograma de La chinoise.

Cuenta Anne Wiazemsky en Un año ajetreado ("un año estudioso", en una traducción ajustada al original) que pasaba horas en la cafetería de la facultad de Nanterre leyendo los libros que Godard le regalaba, por ejemplo el diario de rodaje de La Bella y la Bestia de Jean Cocteau.

Cocteau, en el centro, durante el rodaje 
de La Bella y la Bestia.

Las penalidades físicas y los tropiezos de la producción que debió afrontar Cocteau lo trasfiguraban a ojos de Anne en un mártir y...
Jean-Luc [Godard] veía en aquel heroico rodaje la genuina encarnación de la nobleza del cine. 
Para el director de Bande à part era el más hermoso libro de cine que se había escrito. Se publicó en 1946, el mismo año del estreno de la película, celebrada por Godard en el capítulo 3b de sus Histoire(s) du cinéma, justamente titulado Une vague nouvelle. Un texto germinal aquel diario -tentando estuve de escribir texto sagrado- para los cineastas de la nouvelle vague -los Rohmer, Rivette, Chabrol, Truffaut, Godard...-, donde el magisterio de Cocteau fluye como una (secreta) corriente subterránea. Lo acaba de editar Intermedio.


Lo leo despacio. Es de esos libros que uno debiera haber leído hace cuarenta años. Es de esos libros que hay que leer a los veinte años. Entonces sí, habría sido el mejor libro de cine jamás escrito. Ahora es un hermoso libro que uno lee con la mirada en el retrovisor. Con melancolía. Entonces viene muy a propósito un fundido a negro. Para volver a la edición de Intermedio. Ya comenté aquí otro de sus libros, el delicioso Amistad de Samson Raphelson, así que ya no me resulta una sorpresa el buen gusto para la cubierta y el papel, la buena traducción y las (oportunas y golosas) notas de Vanesa G. Cazorla para este diario de rodaje de La Bella y la Bestia. Notas como la de la página 100, pongamos por caso, donde trae -y viene- a cuento la banda de los cuatro, como se refirió Godard a unos escritores -Jean Cocteau, Marcel Pagnol, Sacha Guitry y Marguerite Duras- que hacían mejores películas, más atrevidas y arriesgadas que los propios cineastas; unos escritores que desde el principio habían amado el cine y se dejaron tentar, como seducidos por una princesa o embrujados por el mago Merlín.
Digamos que estaban casados con la literatura, pero el cine era su amante. Después ya no sabían con cuál de las dos quedarse. Eso era lo que nos gustaba. Este es un hecho típicamente francés, no se dio en ningún otro lugar.  
Quizá la escena más hermosa de La Bella y la Bestia,
hilvanada por Godard en una bella secuencia 
de Une vague nouvelle.

En suma, una cuidada edición que se abrocha con el cuento -La Bella y la Bestia- de Mme. Leprince de Beaumont y se abre con un texto de presentación a cargo de Miguel Marías, que porfía en prevenir a los posibles lectores (imagino que piensa en los jóvenes) sobre la naturaleza del libro -un verdadero (esta cursiva es nuestra) diario de rodaje-, por lo tanto -concluye- no es, desde luego, como para alentar vocaciones ni para reclutar cineastas. Todo lo contrario: son relatos así los que llaman a los que no se conforman con ver películas sino que desean desvivirse haciéndolas, con fiebre y fervor; la fiebre y el fervor que arden en las líneas del diario y pueden contagiar; a las pruebas mencionadas me remito, y justo por el calvario padecido por el cineasta, que deviene el héroe de una pasión ofrendada en el altar del cine. Quizá ningún otro libro haya alentado vocaciones y reclutado cineastas como La Bella y la Bestia, diario de rodaje. No sería exagerado decir -y no faltan testimonios- que la nouvelle vague se alumbró en esas páginas de Jean Cocteau. Os dejo apenas media docena de citas:
Me cuesta mucho trabajo hacer comprender a los actores que el estilo de la película exige un realce y una falta de naturalidad sobrenaturales. Hablamos poco. No se pueden permitir la mínima imprecisión. Las frases son muy breves y precisas. El conjunto de estas frases que tanto desconcierta a los intérpretes y les impide actuar, forma los engranajes de una enorme maquinaria incomprensible en detalle. Por momentos, me da vergüenza exigirles una disciplina que tan sólo aceptan por la confianza que tienen en mí: una confianza que usurpa la mía y que me hace temer que no soy digno de ella.
Vivir y trabajar juntos, y hablar sobre el trabajo son para mí el colmo del lujo. 
Nunca alabaré lo suficiente a los maquinistas y los eléctricos que nos ayudan. Es una maravilla verlos trabajar tan rápido y sin asomo de mala gana. Colaboran en la película. La quieren. La comprenden y se inventan mil cortesías para agradarme. 
Estoy contando un cuento, como si escondido tras la pantalla estuviera diciendo: Entonces, sucedió tal o cual cosa. Los personajes no parecen vivir una vida real, sino una vida contada. Quizá deba ser así en un cuento de hadas. 
En una película hay un montón de gente implicada, por lo que el sentido de la responsabilidad se vuelve visible, implacable, obligando al director a vencer la duda y las debilidades. Un mínimo signo de desánimo haría que el equipo se desmoralizara. Imagino que es una obligación parecer seguro de sí mismo, lo cual, a la larga, otorga a los directores tanta seguridad. 
Alekan [el director de fotografía] ha logrado un estilo sobrenatural dentro de los límites del realismo. Es la realidad de la infancia. El país de las hadas sin hadas. El país de las hadas en la cocina.
Fotograma de La Bella y la Bestia.

La Bella y la Bestia, diario de rodaje, la rosa (del cine) de Cocteau.