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Freaks and Geeks (1999-2000)

My generation.

Después del estreno de una serie televisiva pueden suceder cuatro cosas: a) que la audiencia responda favorablemente, consiga grandes cuotas de audiencia, el producto se convierta en todo un fenómeno de éxito y regalen cromos con el rostro de sus protagonistas en los paquetes de phoskitos; b) que consiga una audiencia suficientemente aceptable lo que, junto con un posible éxito de crítica y una pequeña legión de fervientes seguidores, provoque que siga en antena con la esperanza de que el resto de la población se interese por ella y de el salto a la categoría anterior; c) que los datos de audiencia no sean suficientes y que, a pesar de las buenas críticas y de un residual grupo de incondicionales, la serie sea finalmente cancelada (previo algún probable intento de cambio de horario e incluso de canal); y d) que el producto estrenado no interese ni a crítica ni a público, con lo cual sea fulminantemente finiquitado y toda la población salga a las calles danzando el baile de la victoria y entonando el “yes, we can”.

Pero detengámonos un instante en la categoría “c”, que es la que nos interesa. Los programas pertenecientes a este grupo jamás lograrán convertirse en series de éxito ni lograrán grandes cuotas de pantalla. A pesar de ello todavía les queda una última salida a la que difícilmente podrán aspirar los productos del resto de categorías: pueden llegar a convertirse en series de culto (lo cual funciona más como título honorífico que otra). Para ello lo ideal sería que la serie no cuente con demasiados capítulos, que no sea muy comprendida por una gran mayoría de la población, que la crítica especializada le haya dado su beneplácito y que, a poder ser, fuera injustamente cancelada dejando la obra parcialmente incompleta. Si además estamos hablando de un producto americano nunca estrenado en nuestro país y que solamente se puede encontrar en versión original subtitulada en ciertos programas de descarga a través de la red (dudo mucho que por bajarme una serie cancelada hace ya más de diez años me esté cargando la industria de nadie), no hace más que añadirle épica al enorme placer que produce poder ver, por fin, la fantástica FREAKS AND GEEKS.

Promoción fantasma (2012)


Los fantasmas atacan al profe.

Se comenta que el gran maestro Billy Wilder tenía en su oficina de trabajo una frase enmarcada que decía: “¿Cómo lo haría Lubitsch?” de manera que, cada vez que se encontraba en un callejón sin salida a la hora de escribir uno de sus magníficos guiones, pensaba en cómo abordaría, el director Ernst Lubitch, la situación que intentaba narrar. A eso se le llamó “el toque Lubitsch”. Pues bien, después de ver la comedia española Promoción fantasma creo que los responsables de la cinta también debían tener algún tipo de frase enmarcada en su lugar de trabajo aunque, en su caso, en lugar de hacer referencia al director alemán, debía decir algo como: “¿Cómo lo haría John Hughes?”. Me gusta pensar en ello como “el toque Hughes”. Duermo mejor por las noches.

Herois (Héroes, 2010)


Aquellos maravillosos años

La nostalgia suele ser un viaje al pasado un tanto agridulce ya que se recuerdan buenos momentos que nunca volverán. En mi caso, cuando revivo en mi cabeza la infancia o la adolescencia siempre se me dibuja una sonrisa en el rostro, como me ocurrió viendo la última película de Pau Freixas, Herois (Héroes, 2010), donde se rememoran unas vacaciones de unos chavales allá en un verano de los 80, con un claro homenaje a aquellos maravillosos años. El director, como Albert Espinosa, coautor del guión junto con él, creció en aquella época (igual que un servidor) y ha comentado que se considera heredero del cine de Zemeckis, Spielberg y Lucas, y viendo la película nos resulta bastante obvio ya que nos acordamos enseguida de Cuenta conmigo (1986), Los Goonies (1985), E.T. (1982), hasta de La selva esmeralda (1985), aunque únicamente por una escena en concreto, y de la mítica serie Verano azul (1981).


Lo que ocurre es que parece que se ha querido conseguir un argumento propio con cosas típicas que ocurrían en aquellas películas juveniles de aventuras, sin tener nada nuevo que mostrar, salvo algunos sucesos autobiográficos del propio Freixas, como que los padres del chico protagonista ya no viven juntos y tenga que acostumbrarse a vivir con la nueva pareja (Lluís Homar) de su madre (Emma Suárez). De ahí que uno se espere casi todo lo que va a ocurrir, aunque la película está planteada en dos historias paralelas de diferentes etapas de la vida: a parte del recuerdo de aquel verano inolvidable en el que los protagonistas son cinco chicos de doce años (Ferran Rull, Alex Monner, Mireia Vilapuig, Joan Sorribes i Marc Balaguer), también conoceremos a un tipo que tiene una agencia de publicidad (Álex Brendemühl) que debe de ir a una importante reunión, y que por el camino encontrará a una chica (Eva Santolaria) que se dirige andando con una mochila a una cita también importante. Ambos personajes serán fundamentales para la historia, pero no se puede comentar nada más porque en cualquier sitio de internet, como en la misma web de una de las productoras, Media Films, se expone un argumento que ha hecho formularme tres preguntas: 1. ¿Se me ha escapado algo de la historia? 2. Si no es así, ¿cómo es posible que el argumento sea ese? 3. ¿O es que es un fallo enorme de guión?. Y me gustaría saber algo más: ¿Pau Freixas y Albert Espinosa son conocedores del argumento que se lee por internet? ¿Y si es así, están de acuerdo?


Dejando este detalle aparte (y eso que es de lo más fuerte que me he encontrado en mucho tiempo), hay que decir que con todos los alicientes que tiene la película es normal que caiga simpática a los espectadores, como en el pasado Festival de Malága, donde, aparte del Premio al mejor Vestuario, recibió el Premio del Público. Y sobre todo lo será para la gente de nuestra generación, que disfrutó mucho con esas entretenidísimas películas llenas de aventuras y diversión a raudales; pero por mi parte eso no basta. La historia podría haber tenido muchísima más miga, basándose más en las historias de pandillas, o con muchas más aventuras. Mientras la estaba viendo (tristemente era el único en la sala, aunque fue en la primera sesión), me daba cuenta de que cada fotograma de la historia de los chicos quería ser fiel a esa época, casi calcando la fotografía de películas tan míticas como las mencionadas E.T. o Cuenta conmigo. Y eso tiene su gracia, no lo pongo en duda, pero da lugar a que no sorprenda nada, sólo que sirva como efecto de simpatizar con el espectador más nostálgico. Y para conseguir un resultado mayor, la música de Arnau Bataller también intenta hacernos recordar o meternos más en esas historias que tanto conocemos, aunque en algunos momentos la banda sonora se utilice demasiado. Pero es un acierto utilizar temas como Ti amo, de Tozzi, Big in Japan y Forever Young, de Alphaville, o Last dance, cantada por Donna Summer.


Además, en la película hay mucho material expuesto que sirve como componente fundamental para poder hacer una buena peli de aventuras, algo que se podría haber conseguido con creces. La misma historia de la cabaña con poderes especiales que se encuentra en un árbol está bien utilizada como meta para los pequeños protagonistas, que además se hacen llamar "Los pequeños" para una carrera que se va a hacer para a ver qué pandilla de chicos se queda ese año con la cabaña. Y es en este preámbulo donde entra el típico chico que no tiene amigos, con gafas grandes y maleta en la espalda, que ha sido echado de varios grupos (como Los Pijos, Los Heavys, Los Punkis, o Los de las bicis del norte) y que será bienvenido en el grupo de Los pequeños, sobre todo porque les falta uno para poder competir. Esta nueva unión en la pandilla hará que la historia se amenice, pareciéndose aún más a Cuenta conmigo, pero con esto no se conseguirá el entretenimiento que uno podría llegar a creer viendo el tráiler de la película.


La interpretación de los chicos protagonistas es aceptable, acompañados por Nerea Camacho (la joven protagonista de Camino, 2008) como chica inalcanzable, de la que está enamorado Xavier (Álex Monner), el personaje principal. En su intento por intentar algo con ella veremos su primer beso, otra característica clásica de la adolescencia. Las interpretaciones de Emma Suárez y Lluís Homar son correctas, aunque su papel en la película no tiene mucha relevancia, salvo el personaje de Homar que tiene que hacerse respetar por Xavier (algo que ya se ha visto infinidad de veces en el cine, aunque sea parte de la vida personal de Freixas). El mejor, sin duda, es Álex Brendemühl, siempre partícipe de producciones poco convencionales y con una carrera bastante coherente.

Y la verdad es que Freixas y Espinosa han querido contar una historia amena, simpática, ingenua, y sobre todo nostálgica, pero, por mi parte, seguramente que si la historia no recordara a los años 80 no hubiera sonreído en ningún momento. Todo está planteado únicamente para recordar aquella época, y es que hasta a los niños protagonistas les hicieron ver, antes de empezar el rodaje, Los Gonnies, Regreso al futuro (1985), y Karate Kid (1984), pasando juntos dos semanas en una colonia infantil; quizás por eso la prensa los haya bautizado como los Goonies catalanes, aunque creo que con mucho menos carisma.


"Una historia nostálgica que cae simpática por recordar los maravillosos años 80, pero que podría haber tenido muchas más aventuras y mucha más miga en vez de intentar parecerse tanto a míticas pelis de aquella época, sin aportar casi nada nuevo"



Leer critica Héroes (herois) en Muchocine.net

El pueblo de los Gigantes (Village of the Giants, 1965)


Los problemas crecen.

Hay películas que se inspiran en sus efectos especiales, e incluso hay cineastas que consagran su carrera a ellos, pero Bert I. Gordon es toda una singularidad por la dedicación que ha demostrado a un único y deslucido efecto especial; la retroproyección. Un burdo trucaje con el que ha abordado de manera insistente un subgénero que, si me permiten el juego de palabras, le viene grande; el gigantismo. Dinosaurios, cíclopes, saltamontes, tarántulas e incluso gallinas de gran tamaño, pueblan una filmografía con tendencia a los excesos y que le ha ganado el apodo de «Mr. Big», un mote que puede hacer referencia tanto a sus iniciales como a su interés por los monstruos agigantados. En El pueblo de los gigantes Bert I. Gordon afronta su temática habitual, la de los bichos con problemas de crecimiento, y la mezcla con las películas playeras de la época, en lo que viene a ser una desinhibida antología del cine juvenil de los 60’s. Probablemente la película también se podría haber titulado «El ataque de los adolescentes de 50 pies» o «Yo fui un gigante adolescente».


La mecánica del filme queda bien establecida desde la primera escena, en ella un coche conducido por un grupo de jóvenes de la gran ciudad se ha estrellado contra un poste de teléfonos a causa de una tormenta, pero no hay ningún herido. Los chicos salen del auto en un estado de euforia que les durará todo el metraje; gritan, bailan, beben cerveza y se lamen los unos a los otros bajo la lluvia, mientras en la radio suena una melodía pegadiza a todo trapo. El desenfreno yeyé deriva hacia una lucha en el barro donde todos participan, en lo que viene a ser una celebración hedonista de su estupidez y juventud. La secuencia nos plantea al menos tres cuestiones clave: 1) ¿qué sentido tiene todo esto?; 2) ¿cómo cabía toda esta gente en un solo coche?; y 3) ¿hasta cuándo pueden alargar esta escena? Tanto despropósito puede generar altas dosis de desasosiego en el espectador y por eso conviene echar mano de la infinita sabiduría de Homer Simpson, que en una ocasión parecida dijo: «Es una fiesta Marge, no le busques lógica.»


La historia [sic] continúa en un pueblo cercano, donde un niño se divierte con su juego de química. El chaval al parecer es todo un genio, tiene el sótano lleno de probetas humeantes y sin querer provoca una explosión, lo que en argot cinematográfico equivale casi a un doctorado en ciencias. El resultado del estallido es el «goo», una pasta rosada capaz de aumentar el tamaño de quien la ingiere, los primeros en comprobar sus asombrosos efectos son un gato, un perro y un par de patos. El filme sostiene la idea de que si un perro haciendo monerías encandila al público, un perro que es cuatro veces su tamaño normal encandilará al público el cuádruple, un argumento que la película defiende sin sonrojarse. Lo siguiente que sucede tiene que ver con los patos, que huyen y se cuelan en un guateque donde The Beau Brummels, una banda de pop-rock con cierta repercusión a mediados de los 60’s, toca música en directo. La trama no está dispuesta a dejar escapar la ocasión de mostrarnos un número de baile, aunque para ello deba meter en la pista a un par de patos gigantescos.


A partir de aquí hay diversas escenas que tienen que ver con las tentativas de los chicos malos de la ciudad por hacerse con el «goo», hasta que finalmente logran su cometido y adquieren un tamaño desproporcionado. Beau Bridges, el hermano de Jeff, interpreta a uno de los hiperbólicos adolescentes, y un jovencísimo Ron Howard, el futuro director de Un, dos, tres... ¡Splash! (1984), Willow (1988) o El Código Da Vinci (2006), da vida al pequeño genio que inventa el «goo». Pero el actor con una carrera de mayor éxito en el filme, es sin duda Orangey, el gato. Este minino ya había llevado a cabo un papel similar en El increíble hombre menguante (1957), pero también ha intervenido en películas como Esta isla, la tierra (1955) o Desayuno con diamantes (1961), además de ser el único gato que ha ganado dos veces el premio Patsy, la versión animal de los Oscar. Lo que lo convierte en algo así como el Jack Nicholson del mundo felino, supongo.


El pueblo de los gigantes toma prestada su premisa de una novela de H.G. Wells, pero cualquier rastro de El alimento de los dioses se diluye en una orgía de psicodelia yeyé y fantasía naïf. El filme parece un producto hecho a medida de los autocines de la época, y ofrece básicamente gigantismo, humor, chicas en bikini, largos números musicales y algunos colosos con las hormonas descontroladas, mientras la trama trivializa sobre el conflicto generacional, la angustia adolescente y la rebeldía. Al final, lo que queda, es la inevitable lectura que se obtiene del «goo», entendiendo esta sustancia química como una alegoría inversa de las drogas, ya que el subidón anímico que habitualmente se relaciona con ellas, aquí se materializa en un estado corporal excedido. Algo que, si lo piensan bien, tiene su miga. Para terminar, un detalle, es posible que el tema principal de la banda sonora compuesta por Jack Nietzsche les suene de algo, ya que recientemente Quentin Tarantino lo ha incluido en Death Proof (2007).



La frase: «En esta ciudad, por primera vez en mi vida, soy de veras un gran hombre, en todo el sentido de la palabra.»

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Kick-Ass (2010)


Adolescentes ultraviolentos en pijama.

Mi apretada agenda me ha obligado a ver Kick-Ass, lo último en adaptaciones cinematográficas sobre comics de superhéroes, en dos sesiones, lo curioso del caso es que no he podido tener percepciones más opuestas. Después del fiasco que supuso Wanted (2008), aquella vulgar película basada también en un cómic de Mark Millar, los primeros minutos de este filme me parecieron sobrecogedoramente amorales y gamberros. La cinta goza de un ritmo endiablado, de una buena puesta en escena, de una violencia grotesca que no había vuelto a ver desde Pulp Fiction (1994), porque produce ese tipo de efecto en el que asistes a una matanza, llena de apuñalamientos y desmembramientos, mientras se te dibuja en la cara una sonrisa de oreja a oreja. Y además parecía la adaptación perfecta, fiel al espíritu del cómic original y poseedora de una buena cinemática. Matthew Vaughn tenía entre manos un proyecto capaz de atestarle una sonora bofetada en la cara a Zack Snyder y su Watchmen (2009).


«Ya está aquí»- me dije, - «la película que hará que las demás cintas de acción de este año parezcan salidas del pleistoceno y que redefinirá el concepto de blockbuster para el nuevo milenio». Pero lamentablemente Kick-Ass, la película que no el cómic, se vuelve más asequible y menos transgresora a medida que avanza el metraje, domesticando su trama hasta desembocar en un clímax final demasiado en sintonía con los valores establecidos. De nuevo el pop de derribo se convierte en mainstream, como también sucediera con la ya mencionada Wanted (2008). Si hay alguna lección que aprender de todo esto es que cuanto más popular es un arte, más lentos son los mecanismos para su desarrollo, o lo que es lo mismo, que el cómic hoy en día es mucho más valiente y provocador que el cine.


Para no caer en equívocos aclararé que el filme en su conjunto resulta bastante equilibrado, y que mi percepción y mis expectativas se deben básicamente a dos motivos extra-cinematográficos. El primero y fundamental es haber leído el cómic, la obra de Mark Millar y John Romita Jr. puede no ser perfecta, ni mucho menos, y sin duda una adaptación cinematográfica de esta índole necesitaba cambios y simplificaciones, pero conociendo el material original a uno le es fácil adivinar qué modificación ayuda a la historia y qué es una mera concesión de cara a la galería, algo con lo que todo lector deberá lidiar al enfrentarse al filme. El segundo motivo es que soy bastante impresionable y la película es una fardada que empieza muy fuerte. Me comentaba mi compañero de blog, el jefe Dreyfus, que la ves con quince años y flipas, y sin duda un servidor tiene algo de quinceañero cuando se pone delante de una pantalla. Pero mi queja no es que la película no tenga momentos alucinantes a lo largo de todo el metraje, que haberlos haylos, sino que su potencial de perversidad y fascinación apuntaba a cotas más altas.


La trama nos narra las aventuras de un friki que decide emular a sus héroes de ficción adoptando una identidad secreta como justiciero enmascarado, y el filme básicamente puede tomarse como una revisión paródica y realista de los cómics de Spider-Man, donde la auto-referencia y el metalenguaje quedan siempre implícitos. Hay una escena en que el protagonista menciona que «sin poderes no hay responsabilidades», deformando así la popular sabiduría del tío Ben. En el primer párrafo señalábamos que el filme tiene algo de Tarantino en su manera radical de gestionar la violencia, pero además las escenas de acción adquieren tintes excesivos al estilo Matrix (1999), tal y como manda el signo de los tiempos. Y aunque esta fantasía adolescente tiene innegables pretensiones realistas, no es la exageración lo que juega en su contra, sino el hecho de que poco a poco se va asentando en los mecanismos del género y adentrándose en la ficción pura y dura, hasta producir cierto alivio ingenuo en el espectador, cuando lo que éste desea son más agallas.


A pesar de todo la cinta dispone de varios momentos de vértigo, una corrosiva combinación de ultra violencia y humor, múltiples referencias a la cultura pop, un lenguaje obsceno, adolescentes en pijama combatiendo el crimen y una pequeña psicópata de tan solo once años (Chloë Grace), elementos que harán las delicias de más de un aficionado, por lo que solo resta felicitar a Nicolas Cage. El actor, después de su absurda aventura con El motorista fantasma (2007) y de aquel intento fallido de interpretar a Superman a finales de los 90’s (demos gracias a Dios de que el proyecto no prosperara), por fin ha logrado participar en un filme de superhéroes entretenido y con carisma, pero que pudo ser mucho, mucho más.


La frase: «De todos los millones de personas a las que les gusta los Súper Héroes, uno pensaría que alguno lo intentaría.»

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BONUS TRACK:

Adventureland (2009)

Aquel excitante curso del 87.

A veces uno ve películas de las que, no obstante, tampoco es que se espere gran cosa (a menudo por haber leído que estaba bien por algún lado). La película que hoy nos toca era uno de estos casos. Empecé a verla sin excesivas ganas y, de repente, cuando ya empezaba a afilar mis colmillos dispuesto para atacar directo a la yugular, tuve que acabar tragándome mi propia bilis ante la grata sorpresa que termina resultando ser Adventureland (quien nos lo iba a decir)... ¡Empezamos!

La peli está ambientada en el año 1987, donde nos encontramos a James Brennan, un joven acabado de graduarse en el instituto, al que la mala salud económica de su familia le frustrará su esperado viaje por Europa con sus amigotes. Total, que es verano (como toda buena película de adolescentes que se precie) y el muchacho no sólo se perderá el viaje (tanto en sentido real como en sentido figurado/iniciático) sino que, para colmo de sus desdichas, se verá obligado a emplear su verano trabajando en un parque de atracciones local que lleva por nombre Adventureland. Allí hará nuevos amigos entre los que se encontrará Em, una chica que logrará que se olvide del viejo continente y le hará ver que, quizás, trabajar en verano no sea tan mal negocio al fin y al cabo.

Una de las máxima virtudes que demuestra la película es lo acertado de sus personajes. Todos ellos resultan imperfectos (algunos incluso a gran escala) pero, no obstante, están construidos de manera que el espectador pueda quedarse prendado de ellos. Cojamos a nuestro protagonista como ejemplo: James es una mierda de tio asustadizo y pedante que va de sobrado y merece todo lo que le pasa por pringado y gilipollas. Estaremos de acuerdo en que su personalidad es de lo más abofeteable que se ha visto en lustros y, no obstante, sorpendentemente el espectador no puede evitar acabar situándose de su parte. Lo mismo nos irá sucediendo con el resto de los personajes, como Joel, su compañero de trabajo (quien fuma en pipa porque se supone que le imprime carácter), Connel, el de mantenimiento (quien, se rumorea, llegó a tocar una vez con Lou Reed), la sexy Lisa P. (que baila la canción de “Amadeus” como nadie), o la propia Em (tan impredecible que, a la larga, ya se la ve venir de lejos).

Sigamos con las sorpresas. El director de la peli es Greg Mottola, conocido por haber dirigido algún capítulo de la serie de culto Arrested Development y, especialmente, por haber dirigido una de las, a mi entender, películas más sobrevaloradas de los últimos tiempos, Supersalidos. En esta ocasión, el hombre ha optado por cambiar de todo menos de género, porque a pesar de seguir siendo una comedia adolescente, lo cierto es que ni el tono, ni el humor, ni los diálogos, ni los personajes tienen nada que ver con su anterior trabajo. Gracias a Dios. La explicación resulta obvia, en Adventureland, además de el director, el hombre también está acreditado como guionista, no como en la anterior. Ya si eso, terminaríamos el apartado sorpresas diciendo que la música de la peli corre a cargo del mítico grupo “Yo la tengo”, a los que se suman los lógicos clásicos de la época.

Entre los actores destacan tres nombres: Jesse Eisenberg, el prota de cara empanada que este mismo año también ha estrenado Zombieland (Adventureland, Zombieland... ¿que serà lo próximo? Hagan sus apuestas); Kristen Stewart, la Bella de la saga Crepúsculo que empezó en esto del cine siendo una niña al lado de Jodie Foster en La habitación del pánico (y que nada más aparecer en pantalla me puse a pensar “¿que hace una chica como tú en un sitio como éste?”) y, por último, Ryan Reynolds, uno de los actores de moda de Hollywood que este mismo año ha estrenado cosas como La proposición (con Sandra Bullock) y Lobezno, y que encarna a uno de los personajes más atrayentes de la película que, además, le queda que ni pintado (quien nos lo iba a decir, one more time).

En el año 1987 se estrenaron películas como Robocop, Arma letal, Jovenes ocultos, El imperio del sol, Aventuras en la gran ciudad, El chip prodigioso, Dirty Dancing, Depredador, Nuestros maravillosos aliados, Pesadilla en Elm Street 3 o Sufre mamón. Digo ésto porque realmente es importante situarnos bien, porque la ambientación de la película no resulta algo gratuito. Más bien todo lo contrario, ayuda a entender mejor la historia que nos están contando. Y lo que nos cuentan, ni más ni menos, es un verano de esos que te toca currar, donde duermes poco, donde conoces gente, donde de repente tienes dinero para gastar (por mucho que te digan que hay que ahorrar para la universidad), donde se toman decisiones y más del 90% suelen ser equivocadas pero te ríes una barbaridad, donde te creas tu independencia a base de depender de tus amigos, donde te comes hamburguesas a la salida del sol, donde te enamoras y alguien te suelta aquello de que la estás cagando y tu sabes que la estás cagando pero es verano y los días son más largos y en la playa tampoco es que se duerma tan mal después de todo. Pues eso, nostalgia, la película va sobre la nostalgia. Sobre una época de la vida por la que se tiene que pasar/sufrir/disfrutar porque una vez ha pasado sólo te queda el recuerdo que, película tan sólidas como ésta, te ayudan a reavivar.

Resumiendo: Comedia astutamente construida sobre unos sólidos personajes que te van ganando a la vez el espectador se va adentrando en la segunda mitad de los '80.



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Pagafantas (2009)

Amigos para siempre.


Buenos días, soy el jefe Dreyfus, regresando con una comedia española que trata uno de los temas más importantes que afectan al país. No estoy hablando del paro, del precio de las viviendas o del coste de la vida... mamarrachadas, estoy hablando de algo más serio que todo esto y que nos afecta a todos por igual. Estoy hablando: ¡del arte de ligar!. Porque, como si de un experimento sociológico se tratara, pudiéramos analizarnos a nosotros mismos, vistos desde fuera, quizás más de uno se sorprendería viéndose como un auténtico: Pagafantas... ¡Empezamos!

La película está protagonizada por Chema, un muchacho que se encuentra en esa difícil edad en la que uno debe abandonar la adolescencia para convertirse en un hombre y empezar a tomar decisiones que puedan acabar afectando al resto de su vida. El problema es que el tio se encuentra en plena fase de negación y después de cortar con su novia de toda la vida se traslada, nuevamente, a casa de su madre para empezar de cero. Una noche conocerá a Claudia, una guapa argentina con la que entablará una bonita amistad, excepto por un pequeño detalle: él quiere tema, pero ella sólo lo ve como un amigo, sin darse cuenta de que él busca algo más. A esto, hoy en día, se le llama ser un pagafantas. Ay, amigos, que complicadas son las relaciones entre hombres y mujeres...

La película está dirigida por Borja Cobeaga, que da el salto al largo después de haberse dado a conocer en televisión con el programa de sketches de humor de la ETB, Vaya semanita y, especialmente, en el mundo del cortometraje donde, entre muchos otros, dirigió el corto titulado Éramos pocos, con el que consiguió una nominación a los Oscar en el 2007. Pagafantas es su opera prima, estrenada en el Festival de Málaga de este mismo año, donde consiguió el premio especial de la crítica. Además, como protagonista encontramos a Gorka Otxoa, actor que coincidió con el director en el programa Vaya semanita y, posteriormente, a participado en la serie Cuestión de Sexo, donde también intervenía la protagonista femenina, Sabrina Garciarena, y en la adaptación española del programa Saturday Night Live.

La película es una comedia que huye como alma que lleva el diablo de esta nueva forma de hacer comedias que, recientemente, colapsa las pantallas de cine (aunque un cierto regusto al cine Apatow se le tiene que reconocer). Y digo lo de que se aleja de las comedias de última generación porque, la película, no utiliza ninguno de los “sobados” recursos a los que, lamentablemente, en los últimos años nos tienen acostumbrados este tipo de películas y de los que, un servidor, ya empieza a estar hasta el gorro. Así pues: a) en ningún momento, ninguno de los personajes de la película suelta sonoras ventosidades; b) en ningún momento, ninguno de los personajes de la película orina/eyacula por error encima de ninguno de los demás personajes; y porque c) en ningún momento, ninguno de los personajes de la película provoca “divertidos” daños físicos a ningún tipo de animal.

La película es divertida y confieso que, a pesar de las pocas expectativas depositadas en un principio, me hizo pasar un buen rato y reirme a gusto debido a la suma de dos factores clave: 1) La proximidad de los acontecimientos. Todos hemos llevado dentro un pagafantas en alguna ocasión, y quien esté libre de pecado que tire la primera piedra, consiguiendo que el protagonista disponga del cariño del público, y las situaciones que se plantean en la película nos puedan resultar cercanas, ya sean en primera o en tercera persona. Y 2) La extravagancia de los acontecimientos. Además de las situaciones más afines, la película dispone de otras más distantes y alocadas para potenciar el humor (como una pintoresca persecución por las calles de Bilbao) y la participación de personajes únicamente pensados para provocar la risa en el espectador (me declaro públicamente fan de la señora Begoña).

Así pues, el objetivo está más que cumplido, ya que la película resulta simpática, de corta duración, sin alargar la agonía de su protagonista más de la cuenta (que es todo un perdedor y que tan bien encarna el actor Gorka Otxoa, aunque con el consabido peligro de encasillarse, y que caerá una y otra vez en los cantos de sirena de la protagonista), tremendamente eficaz, divertida y de rápida digestión. Aunque, y ya puestos a buscar pegas al asunto, su máxima carencia radica en su apartado visual, dando la sensación de estar, en muchos momentos, más cerca del telefilm que de un largometraje destinado a pantalla grande.

Resumiendo: Recomendable comedia con la que reir y pasar un buen rato, muy entretenida, aunque con alguna que otra carencia en su apartado visual.



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Te pillé, ¡Gotcha! (1985)


El cine adolescente de los 80 parecía querer abarcarlo todo, desde la comedia o el terror, hasta el drama, la sci-fi o cualquier otro género que estuviera de moda en aquel momento. Te pillé, ¡Gotcha! es una clara muestra de ello, un filme que alterna, como si de un híbrido entre John Hughes y Hitchcock se tratara, la comedia pop de los 80 y las cintas de espionaje.


La película empieza en la Universidad de UCLA donde los estudiantes pasean despreocupadamente por el campus. Allí conocemos a Moore, Jonathan Moore, un joven rubiales que sostiene una fotografía, se fija en alguien y empieza a seguirle. Como somos duchos en esto del lenguaje cinematográfico, enseguida suponemos que se trata de un asesino al que le han encargado liquidar a alguien. Moore acelera el paso y saca un arma, pero el alumnado no parece muy impresionado, lo que nos confirma que estamos en una universidad de Los Ángeles. El otro tipo se percata de que alguien le sigue y pone los pies en polvorosa. Entonces Moore corre, hace un par de cabriolas, lo alcanza hábilmente y le derriba de un solo disparo. “Profesional, muy profesional” que diría Pazos. Cuando el tipo cae al suelo, al fin, una chica grita. “No te preocupes, no le he matado de verdad –le dice Moore tranquilizándola- es una bala de pintura, no es más que un juego”.


¡Ah, amigos míos! Solo era una pantomima, un montaje a modo de interludio que juega ingeniosamente con el espectador. Pero no se preocupen, porque las balas de verdad no tardan en llegar. Moore se va de vacaciones a Europa en busca de romance y aventuras, y se ve inmerso en una trama de espionaje internacional que incluye a la CIA, la KGB, el Berlín Este, un rollo de película con información de alto secreto, y una atractiva y misteriosa Matahari. De repente el juego es real e incluso puede llegar a ser mortal, ¿podrá un aficionado al paintball competir contra profesionales de verdad?


Dicho así parece que la trama sea más mema y descabellada de lo que en realidad es, porque a la hora de la verdad resulta comedida y alejada de ciertas salidas de tono que marcaban el cine de la época. La película tiene una buena historia que contar y su realizador, Jeff Kanew (La revancha de los novatos, Detective con medias de seda), se encarga de contarla de manera eficaz. El protagónico, como no podía ser de otra manera, recae en una de esas estrellas adolescentes de la época, Anthony Edwards, un actor que ya había trabajado con el mismo director en La revancha de los novatos, y que ha sido visto en otros productos de consumo adolescente como Lío en la universidad, Juegos de amor en la universidad y Otras sopla polladas en la universidad. Interpretando a su compañero de correrías sexuales tenemos a Nick Corri, que un año antes había sido una de las primeras víctimas de Freddy Krueger en Pesadilla en Elm Street y del que poco más se supo. Y haciendo de experimentada y tremebunda chica Bond (pero tremebunda, tremebunda, ¿eh?) tenemos a la guapísima Linda Fiorentino, en uno de esos papeles que le van como anillo al dedo y que tan bien le sientan.


Cuando se habla del cine de espías es lógico tener como fuente de referencia a la figura de James Bond, algo que la película asume sin tapujos pero que solo utiliza mínimamente. Siendo justos, el filme parece más cercano a las cintas de espionaje de Alfred Hitchcock que a las artificiosas fantasías de un 007. La trama está bien hilvanada, mantiene los pies en el suelo, juega correctamente con la idea del hombre normal envuelto en ambientes peligrosos, y gira entorno a un más que evidente MacGuffin.


El MacGuffin de las pelis de Hitchcock, aquello que motiva la historia y sus personajes, y que en realidad carece de relevancia por sí mismo, solía variar entre formulas secretas y supercherías por el estilo, en Te pillé, ¡Gotcha! existen dos claros y muy distintivos MacGuffins. Primero, el rollo de película cuyo misterioso contenido nunca es desvelado, ni falta que hace. Quien sabe si son secretos de estado, fotos de Ray Liotta haciendo topless o dibujos animados. La verdad es que no importa, solo es una excusa para que los espías de media Europa vayan detrás de nuestro estudiante favorito. Y segundo, el deseo de perder la virginidad del protagonista, un MacGuffin que se aleja de lo propiamente hitchcockiano y se conforma como uno de los muchos elementos que la película toma prestados de las comedias teen.


Porque la película se mueve hábilmente entre dos aguas, la del thriller de espionaje y la de la comedia high school, y lo hace sin caer en la parodia ni utilizar una serie de clichés que podrían desvalorar el filme. Te pillé, ¡Gotcha! es un buen cóctel de tensa aventura, humor ligero y romanticismo, que funciona como un Hitchcock adolescente, donde se sustituye a Cary Grant por un universitario y a Bernard Hermann por el habitual guitarreo facilón de los 80’s. Mucha intriga y diversión pop a mayor gloria del séptimo arte.



La frase: “Una semanita en París y volverá hablando como... ¡Marcel Marceau!”

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Hairspray (1988)

Referente clave del cine underground, John Waters es algo así como el Robert Crumb del séptimo arte, y un autor con una extraña habilidad para resaltar lo feo, lo diferente y lo marginal, siempre artificioso y contracultural, y muy dado a la exageración, al humor estrafalario y a lo escatológico. Un discurso que puede haber quedado algo deslucido con el paso del tiempo, cuando lo freak ha pasado a formar parte del establishment (el amigo Rodolfo Chiquilicuatre da fe de ello), perdiendo así gran parte del tono transgresor que podía tener en su momento. Sin embargo Hairspray, la peli que hoy nos ocupa, aunque no exenta de cierto encanto y otras virtudes, es una obra menor en la filmografía de Waters, fruto de un momento de inflexión en su carrera en el que se amansó un poco y empezó a tontear con las ligas mayores.

La historia, como no, tiene lugar en Baltimore, Maryland, en los años 60, y trata sobre una voluminosa muchacha, Tracy Turnblad, cuyo sueño es bailar en el espectáculo de Corny Collins, un programa de baile de la tele local. Ella, aunque más gorda que la gorda de Amarcord, consigue una posibilidad en el espectáculo y se hace una celebridad de la noche a la mañana (hay que ver lo que recuerda esta historia a la de Rosa de España). Ahora que es una heroína juvenil, Tracy utilizará su fama para hablar en nombre de la causa en la que cree: la integración racial.


Waters siempre va a su bola y nos lo demuestra sacándose de la manga un musical cuando el género estaba siniestro total. La peli es un divertido homenaje a los concursos de baile televisivos que el director veía en su juventud, con una lograda estética que se mueve con facilidad entre lo retro y lo sicótico. La cinta nos presenta una sociedad almidonada donde Bree Van de Kamp se movería como pez en el agua, y donde las amas de casa lucen estrafalarias pelucas a lo Amy Winehouse. La reconstrucción de la época resulta caricaturesca y exagerada, y la ambientación destila inocencia y ligereza pop sin perder ese toque malsano y enrarecido marca de la casa. Lo bueno de Waters es que, en una película hasta cierto punto agradable como esta, de repente alguien puede reventarse un grano o vomitar, para recordarnos la mierda que todos escondemos bajo la alfombra.


El cineasta se rodea aquí de su equipo habitual, una trouppe compuesta mayoritariamente por amigos y vecinos suyos, y de la que destaca en un doble papel Divine, travesti y musa del director. Años más tarde la peli sería llevada a los escenarios en Broadway con gran éxito. El relativo apogeo que está viviendo actualmente el género ha propiciado un remake de reciente cuño en el que John Travolta retoma el rol de Divine. La elección de Travolta como ama de casa entrada en carnes puede parecer acertada en un principio, ya que el actor empezó su carrera en musicales, pero mientras Divine es un puto gordo (así, tal como suena), Travolta necesita prótesis y demás mandanga para afearse, y lo de disfrazar a la estrella de turno para que parezca fea en vez de coger alguien directamente con estas características, es un vicio hollywoodiense que da bastante tirria.


La peli, en definitiva, es una simpática comedia teen que puede resultar algo light para los seguidores más acérrimos del director, pero que tras su fachada, pretendidamente artificiosa, se esconde la autenticidad. No acepten copias, este es el cine trash original.



La frase: “Finalmente todo Baltimore sabe que soy grande, rubia y hermosa.”

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Dr. Alien (1989)


Ni American Pie, ni Supersalidos ni pollas, la época dorada de la comedia adolescente fue los 80. Claro que aquí no encontramos tras la cámara a mi idolatrado John Hughes, sino al pérfido David DeCoteau, un pieza de mucho cuidado que ha basado gran parte de su filmografía en mezclar monstruos espantosos con chicas de buen alternar, títulos tan sugestivos como Chicas playeras de otro mundo o Crepozoides así lo avalan. En los 80 la mayoría de productos de consumo adolescente estaban destinados al videoclub, tenían escasas pretensiones y trataban el peludo tema de la pubertad de la manera más pueril y distraída posible, así que no era de extrañar que los primerizos escarceos sexuales de los petimetres de turno, se vieran mezclados con vampiros, hombres lobo, viajes temporales o, como es el caso, alienígenas, alienígenas con grandes domingas.


La propuesta de David DeCoteau nos cuenta como una bola de energía manda al hospital un profesor de biología. A la mañana siguiente llega a la universidad su sustituta, la doctora Xenobia, una neumática rubia de toma pan y moja que retomará las clases sobre el cuerpo humano describiendo el coito y preguntando a los alumnos sobre sus penes. La doctora elegirá como ayudante de laboratorio a Wesley, un remilgado y aburrido estudiante (lo que ahora llamamos un nerd) sin demasiada suerte con las chicas, por ahora, porque su vida sexual dará un vertiginoso giro cuando la maciza doctora le administre una vitamina especial y una carnosa antena le salga de la cabeza. Dicho apéndice no tardará en levantar pasiones entre el sector femenino y la primera en sucumbir será su profesora, con la que confraternizará encima de la mesa, mientras las probetas echan humo. Ya por la noche, los sueños de Wesley se poblarán de las más tórridas fantasías, en su interior, algo está cambiando, una extraña fuerza se está apoderando de él. Cuando despierta se calza sus converse, se pone sus gafas de sol y se levanta la solapa de la camisa, ¡tiene estilo!



Esta basura teen es el cine más descerebrado y cenutrio que se puede echar uno a la cara, solo recomendable para compradores asiduos de clearasil con las hormonas revolucionadas y treintañeros nostálgicos. No, no es una peli porno, aunque parezca que al prota le haya picado una polla radiactiva, eso sí, hay erotomanía festiva como para parar un tren. El principal reclamo de la cinta son su surtido elenco de actrices con pechonalidad y pelo cardado a lo Samantha Fox, encabezado por Judy Landers, una rubia siliconada que poco más ha hecho en este mundo, salvo salir en un par de episodios de El coche fantástico (realmente es el tipo de chica a la que se suele arrimar David Hasselhoff). Otro de los posibles encantos del filme es Stuart Fratkin en su eterno papel de amigo enrollado y molón, como ya hiciera en Teen Wolf II, por ejemplo. Billy Jacoby, el prota, también es una cara conocida de este tipo de subproductos, aunque perfectamente olvidable.



La cinta pretende mezclar humor fácil, fogosas alienígenas, mutantes sexuales y actuaciones de cabaret picantonas, con un resultado que puede caer en gracia a un pequeño sector del público, pero de valor cinematográfico realmente irrisorio.




La frase:
“¡Madre de Dios, es una tetuda de Marte!”


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Supersalidos (2007)

Buenos días, soy el jefe Dreyfus, y hoy es viernes. Vaya mierda de crítico estoy hecho, que hacía tiempo que no me dejaba caer por un cine, mala racha que corté el otro día (y encima para ir a ver lo que fui a ver) reencontrándome con el de la taquilla, los vendedores de palomitas, el que me corta la entrada (con el que nos saludamos al estilo “principe de Bel-Air”) y demás habituales, aunque la verdad, volver para esto, mejor que me hubiera quedado en casa, porque hoy: Supersalidos… ¡Empezamos!

Dos chavalines, a quien podríamos llamar “el gordo y el flaco” si no fuera porque sería ofensivo para la pareja clásica, que no son precisamente los más populares de su instituto (no compran el fotogramas) junto con un tercero todavía más freak que ellos mismos, se convierten en los encargados de comprar el alcohol para una fiesta en casa de una de las chicas buenorras del insti, con la ayuda de un carnet falso. La cosa se irá complicando por momentos, especialmente con la aparición de una peculiar pareja de policías.

Uno, siempre ha sentido cierta atracción hacia el género conocido como “comedía adolescente” y reconozco haber disfrutado enormemente con algunas perlas de dicho género que consiguió su mayor esplendor durante finales de la década de los setenta y principios de los ochenta. Desmadre a la americana (para mi, auténtica cumbre), Porky’s (especialmente la primera y la tercera), Movida en la universidad, Aquel excitante curso, Risky Business, La revancha de los novatos, los albóndigas en remojo, los rompecocos, las pelis de John Hughes… son simplemente algunos de los nombres que me vienen a la cabeza a bote pronto. La cosa se intentó revitalizar con la llegada de American Pie, al darse cuenta los productores que invirtiendo cuatro duros se podía ganar mucha pasta, pero lo cierto es que jamás ni ésta ni las que vinieron después estuvieron a la altura, ni mucho menos.

Con supersalidos me han vuelto a engañar de nuevo como a un primo. Casi todo lo que había oido de la peli eran buenas críticas y alabanzas, vendiéndonos la moto de que el espíritu de las comedias de adolescentes originales había vuelto en una peli tan divertida como corrosiva. A la hora de la verdad, lo cierto es que la peli es una puta mierda, con pocos momentos divertidos (especialmente situados al principio de la peli) que va perdiendo fuerza por momentos, coincidiendo con que el director alarga de forma absolutamente gratuita e innecesaria las escenas haciéndolas soporíferas. Y la peli se estira y se estira, entrando en una vorágine innecesaria (no acabo de entender porque se desmarcan de la trama original a media peli, unicamente para ir a peor), rozando en muchos momentos el ridículo (el no buscado, se entiende), y yo, en mi butaca bostezando (especialmente en las escenas donde aparece la pareja de policias), con ganas de haberme supersalido de la sala.

Resumiendo: Tongo, tongo, tongo.. La peli es un fraude, no divierte, no es mordaz, no es lo suficientemente políticamente incorrecta y, lo que es peor: ¡aburre!

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