Aquellos maravillosos años
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Para no caer en equívocos aclararé que el filme en su conjunto resulta bastante equilibrado, y que mi percepción y mis expectativas se deben básicamente a dos motivos extra-cinematográficos. El primero y fundamental es haber leído el cómic, la obra de Mark Millar y John Romita Jr. puede no ser perfecta, ni mucho menos, y sin duda una adaptación cinematográfica de esta índole necesitaba cambios y simplificaciones, pero conociendo el material original a uno le es fácil adivinar qué modificación ayuda a la historia y qué es una mera concesión de cara a la galería, algo con lo que todo lector deberá lidiar al enfrentarse al filme. El segundo motivo es que soy bastante impresionable y la película es una fardada que empieza muy fuerte. Me comentaba mi compañero de blog, el jefe Dreyfus, que la ves con quince años y flipas, y sin duda un servidor tiene algo de quinceañero cuando se pone delante de una pantalla. Pero mi queja no es que la película no tenga momentos alucinantes a lo largo de todo el metraje, que haberlos haylos, sino que su potencial de perversidad y fascinación apuntaba a cotas más altas.
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BONUS TRACK:
A veces uno ve películas de las que, no obstante, tampoco es que se espere gran cosa (a menudo por haber leído que estaba bien por algún lado). La película que hoy nos toca era uno de estos casos. Empecé a verla sin excesivas ganas y, de repente, cuando ya empezaba a afilar mis colmillos dispuesto para atacar directo a la yugular, tuve que acabar tragándome mi propia bilis ante la grata sorpresa que termina resultando ser Adventureland (quien nos lo iba a decir)... ¡Empezamos!
Entre los actores destacan tres nombres: Jesse Eisenberg, el prota de cara empanada que este mismo año también ha estrenado Zombieland (Adventureland, Zombieland... ¿que serà lo próximo? Hagan sus apuestas); Kristen Stewart, la Bella de la saga Crepúsculo que empezó en esto del cine siendo una niña al lado de Jodie Foster en La habitación del pánico (y que nada más aparecer en pantalla me puse a pensar “¿que hace una chica como tú en un sitio como éste?”) y, por último, Ryan Reynolds, uno de los actores de moda de Hollywood que este mismo año ha estrenado cosas como La proposición (con Sandra Bullock) y Lobezno, y que encarna a uno de los personajes más atrayentes de la película que, además, le queda que ni pintado (quien nos lo iba a decir, one more time).
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Buenos días, soy el jefe Dreyfus, regresando con una comedia española que trata uno de los temas más importantes que afectan al país. No estoy hablando del paro, del precio de las viviendas o del coste de la vida... mamarrachadas, estoy hablando de algo más serio que todo esto y que nos afecta a todos por igual. Estoy hablando: ¡del arte de ligar!. Porque, como si de un experimento sociológico se tratara, pudiéramos analizarnos a nosotros mismos, vistos desde fuera, quizás más de uno se sorprendería viéndose como un auténtico: Pagafantas... ¡Empezamos!
Así pues, el objetivo está más que cumplido, ya que la película resulta simpática, de corta duración, sin alargar la agonía de su protagonista más de la cuenta (que es todo un perdedor y que tan bien encarna el actor Gorka Otxoa, aunque con el consabido peligro de encasillarse, y que caerá una y otra vez en los cantos de sirena de la protagonista), tremendamente eficaz, divertida y de rápida digestión. Aunque, y ya puestos a buscar pegas al asunto, su máxima carencia radica en su apartado visual, dando la sensación de estar, en muchos momentos, más cerca del telefilm que de un largometraje destinado a pantalla grande.
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La película empieza en la Universidad de UCLA donde los estudiantes pasean despreocupadamente por el campus. Allí conocemos a Moore, Jonathan Moore, un joven rubiales que sostiene una fotografía, se fija en alguien y empieza a seguirle. Como somos duchos en esto del lenguaje cinematográfico, enseguida suponemos que se trata de un asesino al que le han encargado liquidar a alguien. Moore acelera el paso y saca un arma, pero el alumnado no parece muy impresionado, lo que nos confirma que estamos en una universidad de Los Ángeles. El otro tipo se percata de que alguien le sigue y pone los pies en polvorosa. Entonces Moore corre, hace un par de cabriolas, lo alcanza hábilmente y le derriba de un solo disparo. “Profesional, muy profesional” que diría Pazos. Cuando el tipo cae al suelo, al fin, una chica grita. “No te preocupes, no le he matado de verdad –le dice Moore tranquilizándola- es una bala de pintura, no es más que un juego”.
¡Ah, amigos míos! Solo era una pantomima, un montaje a modo de interludio que juega ingeniosamente con el espectador. Pero no se preocupen, porque las balas de verdad no tardan en llegar. Moore se va de vacaciones a Europa en busca de romance y aventuras, y se ve inmerso en una trama de espionaje internacional que incluye a la CIA, la KGB, el Berlín Este, un rollo de película con información de alto secreto, y una atractiva y misteriosa Matahari. De repente el juego es real e incluso puede llegar a ser mortal, ¿podrá un aficionado al paintball competir contra profesionales de verdad?
Dicho así parece que la trama sea más mema y descabellada de lo que en realidad es, porque a la hora de la verdad resulta comedida y alejada de ciertas salidas de tono que marcaban el cine de la época. La película tiene una buena historia que contar y su realizador, Jeff Kanew (La revancha de los novatos, Detective con medias de seda), se encarga de contarla de manera eficaz. El protagónico, como no podía ser de otra manera, recae en una de esas estrellas adolescentes de la época, Anthony Edwards, un actor que ya había trabajado con el mismo director en La revancha de los novatos, y que ha sido visto en otros productos de consumo adolescente como Lío en la universidad, Juegos de amor en la universidad y Otras sopla polladas en la universidad. Interpretando a su compañero de correrías sexuales tenemos a Nick Corri, que un año antes había sido una de las primeras víctimas de Freddy Krueger en Pesadilla en Elm Street y del que poco más se supo. Y haciendo de experimentada y tremebunda chica Bond (pero tremebunda, tremebunda, ¿eh?) tenemos a la guapísima Linda Fiorentino, en uno de esos papeles que le van como anillo al dedo y que tan bien le sientan.
Cuando se habla del cine de espías es lógico tener como fuente de referencia a la figura de James Bond, algo que la película asume sin tapujos pero que solo utiliza mínimamente. Siendo justos, el filme parece más cercano a las cintas de espionaje de Alfred Hitchcock que a las artificiosas fantasías de un 007. La trama está bien hilvanada, mantiene los pies en el suelo, juega correctamente con la idea del hombre normal envuelto en ambientes peligrosos, y gira entorno a un más que evidente MacGuffin.
El MacGuffin de las pelis de Hitchcock, aquello que motiva la historia y sus personajes, y que en realidad carece de relevancia por sí mismo, solía variar entre formulas secretas y supercherías por el estilo, en Te pillé, ¡Gotcha! existen dos claros y muy distintivos MacGuffins. Primero, el rollo de película cuyo misterioso contenido nunca es desvelado, ni falta que hace. Quien sabe si son secretos de estado, fotos de Ray Liotta haciendo topless o dibujos animados. La verdad es que no importa, solo es una excusa para que los espías de media Europa vayan detrás de nuestro estudiante favorito. Y segundo, el deseo de perder la virginidad del protagonista, un MacGuffin que se aleja de lo propiamente hitchcockiano y se conforma como uno de los muchos elementos que la película toma prestados de las comedias teen.
Porque la película se mueve hábilmente entre dos aguas, la del thriller de espionaje y la de la comedia high school, y lo hace sin caer en la parodia ni utilizar una serie de clichés que podrían desvalorar el filme. Te pillé, ¡Gotcha! es un buen cóctel de tensa aventura, humor ligero y romanticismo, que funciona como un Hitchcock adolescente, donde se sustituye a Cary Grant por un universitario y a Bernard Hermann por el habitual guitarreo facilón de los 80’s. Mucha intriga y diversión pop a mayor gloria del séptimo arte.
La frase: “Una semanita en París y volverá hablando como... ¡Marcel Marceau!”
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La historia, como no, tiene lugar en Baltimore, Maryland, en los años 60, y trata sobre una voluminosa muchacha, Tracy Turnblad, cuyo sueño es bailar en el espectáculo de Corny Collins, un programa de baile de la tele local. Ella, aunque más gorda que la gorda de Amarcord, consigue una posibilidad en el espectáculo y se hace una celebridad de la noche a la mañana (hay que ver lo que recuerda esta historia a la de Rosa de España). Ahora que es una heroína juvenil, Tracy utilizará su fama para hablar en nombre de la causa en la que cree: la integración racial.
Waters siempre va a su bola y nos lo demuestra sacándose de la manga un musical cuando el género estaba siniestro total. La peli es un divertido homenaje a los concursos de baile televisivos que el director veía en su juventud, con una lograda estética que se mueve con facilidad entre lo retro y lo sicótico. La cinta nos presenta una sociedad almidonada donde Bree Van de Kamp se movería como pez en el agua, y donde las amas de casa lucen estrafalarias pelucas a lo Amy Winehouse. La reconstrucción de la época resulta caricaturesca y exagerada, y la ambientación destila inocencia y ligereza pop sin perder ese toque malsano y enrarecido marca de la casa. Lo bueno de Waters es que, en una película hasta cierto punto agradable como esta, de repente alguien puede reventarse un grano o vomitar, para recordarnos la mierda que todos escondemos bajo la alfombra.
El cineasta se rodea aquí de su equipo habitual, una trouppe compuesta mayoritariamente por amigos y vecinos suyos, y de la que destaca en un doble papel Divine, travesti y musa del director. Años más tarde la peli sería llevada a los escenarios en Broadway con gran éxito. El relativo apogeo que está viviendo actualmente el género ha propiciado un remake de reciente cuño en el que John Travolta retoma el rol de Divine. La elección de Travolta como ama de casa entrada en carnes puede parecer acertada en un principio, ya que el actor empezó su carrera en musicales, pero mientras Divine es un puto gordo (así, tal como suena), Travolta necesita prótesis y demás mandanga para afearse, y lo de disfrazar a la estrella de turno para que parezca fea en vez de coger alguien directamente con estas características, es un vicio hollywoodiense que da bastante tirria.
La peli, en definitiva, es una simpática comedia teen que puede resultar algo light para los seguidores más acérrimos del director, pero que tras su fachada, pretendidamente artificiosa, se esconde la autenticidad. No acepten copias, este es el cine trash original.
La frase: “Finalmente todo Baltimore sabe que soy grande, rubia y hermosa.”
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La propuesta de David DeCoteau nos cuenta como una bola de energía manda al hospital un profesor de biología. A la mañana siguiente llega a la universidad su sustituta, la doctora Xenobia, una neumática rubia de toma pan y moja que retomará las clases sobre el cuerpo humano describiendo el coito y preguntando a los alumnos sobre sus penes. La doctora elegirá como ayudante de laboratorio a Wesley, un remilgado y aburrido estudiante (lo que ahora llamamos un nerd) sin demasiada suerte con las chicas, por ahora, porque su vida sexual dará un vertiginoso giro cuando la maciza doctora le administre una vitamina especial y una carnosa antena le salga de la cabeza. Dicho apéndice no tardará en levantar pasiones entre el sector femenino y la primera en sucumbir será su profesora, con la que confraternizará encima de la mesa, mientras las probetas echan humo. Ya por la noche, los sueños de Wesley se poblarán de las más tórridas fantasías, en su interior, algo está cambiando, una extraña fuerza se está apoderando de él. Cuando despierta se calza sus converse, se pone sus gafas de sol y se levanta la solapa de la camisa, ¡tiene estilo!
Esta basura teen es el cine más descerebrado y cenutrio que se puede echar uno a la cara, solo recomendable para compradores asiduos de clearasil con las hormonas revolucionadas y treintañeros nostálgicos. No, no es una peli porno, aunque parezca que al prota le haya picado una polla radiactiva, eso sí, hay erotomanía festiva como para parar un tren. El principal reclamo de la cinta son su surtido elenco de actrices con pechonalidad y pelo cardado a lo Samantha Fox, encabezado por Judy Landers, una rubia siliconada que poco más ha hecho en este mundo, salvo salir en un par de episodios de El coche fantástico (realmente es el tipo de chica a la que se suele arrimar David Hasselhoff). Otro de los posibles encantos del filme es Stuart Fratkin en su eterno papel de amigo enrollado y molón, como ya hiciera en Teen Wolf II, por ejemplo. Billy Jacoby, el prota, también es una cara conocida de este tipo de subproductos, aunque perfectamente olvidable.
La cinta pretende mezclar humor fácil, fogosas alienígenas, mutantes sexuales y actuaciones de cabaret picantonas, con un resultado que puede caer en gracia a un pequeño sector del público, pero de valor cinematográfico realmente irrisorio.
La frase: “¡Madre de Dios, es una tetuda de Marte!”
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Dos chavalines, a quien podríamos llamar “el gordo y el flaco” si no fuera porque sería ofensivo para la pareja clásica, que no son precisamente los más populares de su instituto (no compran el fotogramas) junto con un tercero todavía más freak que ellos mismos, se convierten en los encargados de comprar el alcohol para una fiesta en casa de una de las chicas buenorras del insti, con la ayuda de un carnet falso. La cosa se irá complicando por momentos, especialmente con la aparición de una peculiar pareja de policías.
Uno, siempre ha sentido cierta atracción hacia el género conocido como “comedía adolescente” y reconozco haber disfrutado enormemente con algunas perlas de dicho género que consiguió su mayor esplendor durante finales de la década de los setenta y principios de los ochenta. Desmadre a la americana (para mi, auténtica cumbre), Porky’s (especialmente la primera y la tercera), Movida en la universidad, Aquel excitante curso, Risky Business, La revancha de los novatos, los albóndigas en remojo, los rompecocos, las pelis de John Hughes… son simplemente algunos de los nombres que me vienen a la cabeza a bote pronto. La cosa se intentó revitalizar con la llegada de American Pie, al darse cuenta los productores que invirtiendo cuatro duros se podía ganar mucha pasta, pero lo cierto es que jamás ni ésta ni las que vinieron después estuvieron a la altura, ni mucho menos.
Con supersalidos me han vuelto a engañar de nuevo como a un primo. Casi todo lo que había oido de la peli eran buenas críticas y alabanzas, vendiéndonos la moto de que el espíritu de las comedias de adolescentes originales había vuelto en una peli tan divertida como corrosiva. A la hora de la verdad, lo cierto es que la peli es una puta mierda, con pocos momentos divertidos (especialmente situados al principio de la peli) que va perdiendo fuerza por momentos, coincidiendo con que el director alarga de forma absolutamente gratuita e innecesaria las escenas haciéndolas soporíferas. Y la peli se estira y se estira, entrando en una vorágine innecesaria (no acabo de entender porque se desmarcan de la trama original a media peli, unicamente para ir a peor), rozando en muchos momentos el ridículo (el no buscado, se entiende), y yo, en mi butaca bostezando (especialmente en las escenas donde aparece la pareja de policias), con ganas de haberme supersalido de la sala.
Resumiendo: Tongo, tongo, tongo.. La peli es un fraude, no divierte, no es mordaz, no es lo suficientemente políticamente incorrecta y, lo que es peor: ¡aburre!
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