Dicen que hace mucho tiempo que la poesía superó su fase oral. Puede ser, la que más me gusta suele degustarse mejor en la soledad de una página escrita. Vale. Pero de vez en cuando uno va a un recital y se divierte, no ya con el recogimiento del esteta reconcentrado que entrecierra sus ojos en la butaca mientras un coro de ángeles y musas y pelusas revolotea en su cerebro, si no del que asiste a un cabaret y le juegan con las palabras y el humor, la risa y la sorpresa. Eso me pasó la otra noche en el Zaguán, que inauguraba su nueva temporada de banderines, con la lectura de Aurora Pintado y sobre todo de Pepe Ramos. Pasé un buen rato, me reí a carcajadas inlcuso, mi sombrero está a sus pies. Ramos no es Valente, pero inyectó endorfinas en mi paladar, bien por él. Y además ayer fui a la presentación de Química (El gaviero, 2008) de la poeta Sofía Rhei, y en medio del acto blandió una guitarra y se puso a cantar poemas de su anterior libro, Las flores de alcohol (La Bella Varsovia, 2005) como los putos ángeles. Qué chica. Qué bien. Dos días yendo a recitales de poesía y dos sorpresas mayúsculas, dos formas de hacer respirar a lo que a veces está dormido, anquilosado, cubierto de telarañas y bostezos.
El caso es que mañana viernes a las 19h tengo la presentación de La flor de la tortura en Laujar, con motivo de la semana Villaespesa que allí se celebra. Intentaré que no sea un tostón. Después me reúno con el jurado del premio para deliberar y a la mañana siguiente todos sabréis quién es el ganador del II premio internacional de poesía Francisco Villaespesa. Algo pondremos por aquí. Espero que no me llueva demasiado...