Un solo elemento acaparaba la atención del viejo
coleccionista de antigüedades: un singular objeto que lo desvelaba hasta privarlo
casi de la razón.
Sin embargo este objeto permanecía oculto en una hermética
caja de madera que decoraba su gabinete.
Sabía de qué se trataba, pero
ignoraba su apariencia.
Sobre la caja se leía una inscripción, una nefasta
inscripción incisa en antiguos caracteres
y descifrada por el anticuario:”la que no debe ser vista”. Auguraba además su destrucción en el caso de
ser abierta la caja.
El anciano imaginaba el objeto en cada uno de los
hipotéticos detalles, y lo deseaba intensamente. La fatal escritura atormentaba su cerebro machacándolo a cada
instante: “el que no debe ser visto”.
Siguió resistiendo la tentación de abrir la caja, hasta que una tarde se
decidió a destaparla, aun a riesgo de perder la fortuna temerariamente
invertida.
Con el enigma castigando sus ojos metió una fina hoja de
acero en la hendidura leñosa y durante toda la noche combatió sin descanso
contra el tenaz ensimismamiento de la
caja. Al fin lo venció.
En su interior, envuelto en un grueso paño, yacía el
objeto. Con una mirada brutalmente
sabia el anticuario pareció traspasar el espesor de la tela. Con ágiles movimientos de experto la retiró
y descubrió tres envoltorios más, hechos
con oscuros papeles de seda: uno doblado hacia abajo, otro hacia arriba, y el
tercero nuevamente hacia abajo. Durante
años los envoltorios habían preservado de la claridad al objeto.
Se hizo entonces visible lo que tanto había deseado, y el
coleccionista supo entonces que no le habían mentido. Ceñido en un antiguo marco de plata labrada resplandecía
un espejo, el más viejo del mundo.
Lo acarició con deleite mientras se contemplaba en él.
Ninguna superficie había reproducido con tal fidelidad de líneas sus rasgos. Sólo unas esquirlas de luz
delataron su enfermiza ambición en el andamiaje sombrío de las pupilas. Y al comprobar la falta del apocalíptico
presagio el entusiasmo creció.
Acaso “el que no debía ser visto” se había reducido a cenizas… O habría estallado en pedazos cubriéndolo de
infortunio…O simplemente se había escurrido de sus manos transformado en
arena… La felicidad permaneció todavía
por unos segundos. Luego una mínima pero creciente convexidad empezó a modificar la superficie pulida. Un comportamiento anómalo en el agua del
espejo la hizo subir hasta desparramarse, hasta caer transformada en imágenes
por sobre los bordes del marco. Mientras
el sorprendido anciano llevaba una de sus manos a la boca y una gota plateada
lo invadía con un inesperado sabor
metálico, delgadísimas láminas fluyeron de la profundidad del espejo, inundaron
el piso de la habitación, se arremolinaron en los rincones, y ya libres
buscaron la calle.
La imagen del rostro azorado del coleccionista había rebasado el espejo. Un
espejo repleto de figuras, un espejo harto de acumular, de repetir, de ilustrar
servilmente las formas de este mundo.
rober
Solemos utilizar la frase "abrir la caja
de Pandora" cuando queremos decir que alguno de los actos que realizamos
en la vida nos va a traer nuevos males o nuevas desgracias.
La historia de Pandora y su famosa caja se enmarca dentro del mito de Prometeo, que robó el fuego a los dioses para entregárselo a los hombres, según nos cuenta la mitologia griega.
La historia de Pandora es una venganza de Zeus como parte de un castigo a Prometeo por haber revelado a la humanidad el secreto del fuego.
La historia de Pandora y su famosa caja se enmarca dentro del mito de Prometeo, que robó el fuego a los dioses para entregárselo a los hombres, según nos cuenta la mitologia griega.
La historia de Pandora es una venganza de Zeus como parte de un castigo a Prometeo por haber revelado a la humanidad el secreto del fuego.