Las aguas de las rías florean sus
valses. Siempre que vuelvo, me parece que penetro en un mundo de magia y
encantamiento. Galicia tiene duende. Y el tiempo se aterciopela en cortinajes
esbeltos. Y el color es verde, pero ronda el color impecable de sus edificios
monumentales. El universo peregrino tiene su estrella en Galicia.
Los pasos del peregrino son
ceremoniosos, rituales, lentos…. Hay que reverenciar al granito de sus
artísticos cruceiros, la magia de rincones donde el pasado abre sus brazos para
acoger a peregrinos, a turistas y viajeros, encantados por el vuelo de la
avecilla por los anales medievales.
Y cuando me muevo por Santiago de
Compostela me abro en entusiasmos, en fervores a la piedra, al arte, a su
inmensa cultura.
Me siento en la plaza
cosmopolita. Y la vista se alza admirando la barroca fachada, entre
arquivoltas, torres, balaustradas, imágenes…., con el Apóstol Santiago en el
centro.
Y el salmo del asombro, de la
biendanza del Gozo relumbra en mi espíritu cuando penetro en el templo sagrado.
Y veo al maestro Mateo, al profeta David, al Apóstol señalando con la mirada el
incomparable Pórtico de la
Gloria.