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19.11.25

LES PENNING:
"The Worldes Goodnyte"

Leslie Penning era un desconocido flautista que vivía relajada y felizmente en un molino de agua que había comprado y estaba renovando en Michaelchurch-on-Arrow, un pueblo galés muy cercano a Inglaterra, en las cercanías de Kington (en el condado de Herefordshire) en la década de los años setenta. Un día llegó a la zona un joven autor que había cobrado una espectacular fama con su primera obra, y que había decidido huir del ruido de la gran ciudad y de la presión mediática. Leslie no había oído hablar sobre ese tal Mike Oldfield, pero le invitó a escuchar a su banda de música antigua, con la que actuaba en el restaurante Penrhos Court. Oldfield y Leslie comenzaron a improvisar juntos sencillas melodías populares con la guitarra y la flauta, además de algún instrumento esporádico adicional, como violín o zanfoña. Esta casualidad hizo que el anonimato de Penning se rompiera para siempre, al menos en cuanto al seguidor de la música de Oldfield, pues estos dos grandes instrumentistas iban a realizar una serie de colaboraciones que perduran, décadas después, en la memoria de los aficionados al folclore: un disco mítico como "Ommadawn", y sencillos tan importantes como "In Dulci Jubilo", "Portsmouth" o "Argiers", en cuyas portadas no apareció el nombre de Penning, sólo el del superventas Oldfield. Lamentable es conocer el dato de que esas tonadas antiguas -salvo la primera que les publicó Virgin Records, "In Dulci Jubilo"- iban a formar parte en principio de un disco en solitario del flautista, y que el proyecto fue rastreramente apartado para siempre en aquella primaria Virgin. Penning perdió muy pronto la paciencia y el interés de continuar colaborando con Oldfield, y se dedicó durante muchos años a proyectos más anónimos, colaboraciones con otros artistas, para teatro y para series de la BBC.

Penning, que definitivamente firma sus discos con el diminutivo de su nombre, Les, tuvo un cierto éxito con un sencillo publicado por Polydor en 1977 (el mismo año en que colaboró por última vez con Oldfield en el tema "Cuckoo Song", por fin con su nombre en la portada), de título "The British Grenadiers", una gran tonada, bailable y pegadiza, al estilo del muy conocido "Portsmouth". Se trata de una marcha tradicional del siglo XVII de las unidades militares británicas, aunque sin un origen claro, por lo que se suele considerar como una pieza tradicional. Poco después, ya en los años ochenta, "Willow Fair" y "Baskerville Down" fueron otros intentos de transmitir sus intereses musicales, pues suenan a tonadas antiguas, muy cercanas en sonoridad a algunos conocidos villancicos, y "Should Have Been Forever" (con voz) y "Merlins Welcome Home" son como un paseo por una aldea medieval. Tuvieron que pasar más de 20 años para que Les Penning lanzara su primer trabajo completo, "The Worldes Goodnyte", publicado en 2007 por KWIL, y actualmente muy difícil de encontrar. Imbuido de folclorismo y de la pastoralidad que respiraba Les Penning en su vida, no se queda en eso el flautista, y aunque las piezas de este trabajo no estén envueltas de la rotundidad melódica de aquellos "Portsmouth", "Argiers" o "In Dulci Jubilo", "The Worldes Goodnyte" posee un encanto ambiental y sinfónico que, en conjunto, pretende llegar más allá de aquellos temas cortos. ¿Pero cuál es el concepto sobre el que camina esta obra? Lo cuenta así, personalmente, el propio Les Penning: "El título es una forma del inglés antiguo que significa 'el fin del mundo', la escribí así para insinuar que el fin de todas las cosas ha preocupado a la humanidad durante mucho tiempo". Así pues, nos encontramos ante una mirada al fin de los tiempos, que comienza con lo que el autor define como una reflexión sobre lo que ha sido la civilización: una atmósfera nebulosa se puede respirar desde el comienzo de este tema que otorga el título al disco, donde la flauta parece venir desde muy lejos, como un eco de los tiempos, envuelta en un halo de mágica dulzura; el aporte melódico aparece, sin embargo, desde la mitad de la pieza, con una bella y pastoral tonada que envuelve todo de bondad, y que puede quedarse atrapada fácilmente en tu cabeza. Una aguerrida percusión da paso, en "A Dream of William Spike", a un más discreto, pero también enaltecedor, desfile de instrumentos de viento, una especie de larga despedida. "Y Rhos" es una visión hacia el pasado para poder contemplar el futuro, y se divide en dos partes, la primera totalmente ambiental, brumosa, la segunda con aires legendarios, donde una guitarra acompaña a lo que parece un salterio o un dulcimer, que repite unas sencillas notas evocadoras con la ayuda de voces y percusión, ya que, dice Penning, "el viaje no debe soportarse solo". De esta manera, en este disco le acompañan estos amigos: Brian Addis (guitarra acústica, bajo y tom tom), Bill Blair (teclados adicionales), Alan Crumpler (viola de gamba), Annie Furey (voces) y Tom Penning (carro); Les toca la flauta dulce en sus variedades tenor, treble (contralto), descant (soprano) y sopranino, salterio de arco, teclados, owl ocarina, cromormo (un curioso instrumento renacentista de viento madera con forma de bastón invertido), flauta, clarinete, mandolina, dulcimer apalache, Shaw whistle, trompa, percusiones y voces. Un todoterreno que además se encarga de la ingeniería y la producción del álbum, que continúa con "The Well at Sancreed", una penetrante atmósfera con el recitado de Les y una angelical voz femenina de fondo, misteriosa, como profundo y misterioso es el pozo de Sancreed, una construcción sagrada de la época precristiana, que estuvo enterrado entre la maleza y su recuerdo se perdió hasta finales del siglo XIX, cuando se encontró junto a los restos de una antigua capilla. "Starlight Timewatch" es el siguiente paso, y Penning comenta lo siguiente sobre esta calmada y muy agradable composición pastoral dominada por las flautas: "Debe parecer una eternidad, allí solo, sabiendo que la eternidad contiene cambios tan colosales. Sin embargo, justo cuando llega, se ve extrañamente como debió ser, justo al principio." La atmósfera de "The Ice Land" es al principio fría y solitaria, como la tierra cubierta de nieve que, sin embargo -seguimos leyendo en las notas interiores- emergió verde y creciente, lo que permite al autor instaurar una parte final cálida y optimista, aunque no hay que olvidar que "el hielo regresará pronto por última vez y preservará en su corazón los últimos vestigios de la humanidad." Una percusión revoltosa ameniza ese divertido baile antiguo que es "Dance to the Great Plain", símbolo de la esperanza que acompaña el viaje nómada de los últimos vestigios humanos: "Desde sus hogares dispersos por la tierra, la gente, sin tener alternativa, emprende el viaje de pleno verano. Lo hicieron entonces. Lo hacen ahora." También bailable es "First Journey Home", donde a los vientos se añaden unas acertadas cuerdas, en un todo alegre porque "hay un lugar adonde ir, un lugar donde otros están, por un tiempo. Donde los fantasmas del futuro se yerguen orgullosos en la tierra. Pero los fantasmas del futuro pertenecen a otro planeta, en otra galaxia, donde, toscamente tallados en las montañas, gigantescos bloques de piedra se yerguen en majestuosa disposición sobre la hierba azul profundo." La esperanza está muy lejos de este planeta moribundo, y con esa sentencia se alcanza el final del viaje, un "Earthworkings" algo confuso en su inicio, más medieval y sinfónico desde la encantadora entrada de la flauta, la trompa, cuerdas (con un toque renacentista), teclados y demás instrumentación, y con un interludio con sonidos de ambiente, esos trabajos en la tierra del título, cuando el pueblo itinerante ha encontrado un lugar donde esperar el final, tal vez en Cornualles, ese condado de la punta suroeste de Inglaterra, que culmina en lo que allí llaman 'Land's End', el equivalente al 'Finisterre' español. Allí acudió Les Penning en busca de inspiración, y sin duda la encontró, pues "The Worldes Goodnyte" es una obra de audición muy disfrutable, con tonadas pegadizas, ambientes que atrapan y reminiscencias medievales y renacentistas; de hecho en la última de las composiciones, Les menciona en las notas interiores a la dupla de compositores renacentistas ingleses Orlando Gibbons y Thomas Weelkes, y al primero de ellos vuelve a referirse en los comentarios que muy amablemente me hizo llegar: "Todo el álbum es un viaje a otra época, con reminiscencias de otro tiempo y de 'The Cries of London', ecos de Orlando Gibbons que conducen a la puerta crujiente de la eternidad. Eso era lo que pensaba cuando la escribí." "The Cries of London" es una de las majestuosas piezas corales polifónicas de Orlando Gibbons. 

Que nadie piense que en "The Worldes Goodnyte" se va a encontrar una especie de "Ommadawn" sin guitarras eléctricas ni percusión africana, Les Penning publicó el disco que quería publicar, sin influencias de su época anterior, y lo construyó con el corazón abierto para un público entendido y encantado de celebrar obras pequeñas pero deliciosas, como esta de portada algo infantil (un dibujo de Annie Furey) pero muy representativa de la idea del autor. Aunque envuelta de ese hilo temático, una reflexión sobre la civilización humana y su espera del fin del mundo, realmente esta obra se puede escuchar como un conjunto de danzas de aspecto antiguo con aderezos ambientales y ecos de leyendas celtas. La iluminación espiritual que aparentemente encontró este eficaz flautista en su viaje a Cornualles, originó por fin un CD de larga duración de un artista que apenas se había prodigado en cuanto a la música grabada, circunstancia corregida en los últimos años gracias a Robert Reed, una especie de Mike Oldfield del nuevo siglo con el que Penning ha grabado en Tigermoth Records no sólo aquellos antiguos y exitosos sencillos de los setenta con la tecnología de grabación actual (incluso los que llegó a grabar con Mike Oldfield en 1976 en The Manor Mobile, parte de los cuales habían permanecido ocultos), sino también villancicos y nuevas composiciones, demostrando que nunca es tarde para dar a conocer su fabulosa sensibilidad y una capacidad bien entrenada para interpretar todo tipo de flautas y otros instrumentos de viento.

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23.10.25

TSODE:
"TOTUM"

'Totum revolutum' es una expresión latina que significa literalmente 'todo revuelto'. Se emplea con el sentido de revoltijo o mezcla caótica. Pero a veces un revoltijo de conceptos pueden conllevar un cierto orden si están bien dispuestos y tienden a la belleza. En el caso de la música, un puñado de ideas melódicas, rítmicas y ambientales bien producidas, pueden conformar un todo de gran enganche, como lo fue en 1990 ese álbum genial de Mike Oldfield titulado "Amarok", una pieza de 60 minutos sin descanso que hay que escuchar al menos una vez en la vida. Tomando esa idea, aunque no exactamente su estructura, sólo el concepto, el compositor cordobés Jesús Valenzuela, que publica con el alias de TSODE (otro guiño a Oldfield), comenzó a trabajar en una obra totalmente instrumental que superara en duración a "Amarok"; que fuera, de hecho, la canción más larga grabada y publicada en España: 65 minutos de música, más de 300 pistas utilizadas y 10 meses de grabación. De inspiración salvaje, "TOTUM" va en contra de los tiempos actuales, en los que el público demanda sencillos, canciones de consumo rápido y superficial, de no más de 3 o 4 minutos. Como dice su autor, "un grito contra la inmediatez."

Para el fan de la música instrumental, "TOTUM" es un divertimento preclaro que merece una escucha detenida. Es un sueño hecho realidad, el sueño de un cordobés que no quiso quedarse sentado a pesar de no haber estudiado música. Él no lo niega, y aunque sigamos aconsejando la formación, el uso de la enseñanza en el conservatorio (o privada) para conseguir un nivel óptimo en el mundo de la música, el caso de TSODE demuestra que no siempre es necesario refugiarse en la educación para conseguir objetivos tan altos. Desde que debutara en 2016 con "Yggdrasil", pasando por obras tan amenas como "Brainstorming", "Six", "Corduba: Mitos y Leyendas" o "Sound Polarities", su evolución le ha conducido a este gran proyecto autoproducido en 2025. "TOTUM" comienza con este hermoso recitado, a cargo del actor de doblaje Claudio Serrano: "La música no es sólo una creación humana, sino una fuerza omnipresente que habita en cada rincón del universo. Es el murmullo del viento, el susurro del río, el latido del corazón. Es la danza de las galaxias, el crujir de la tierra al amanecer, y el silencio profundo entre las notas. Es el rumor de las hojas que caen en el otoño, y el rugido de las tormentas que desgarran el cielo. Es el canto de los pájaros que saludan al sol, y el eco milenario de las montañas. La música es tiempo convertido en eternidad, instante convertido en infinito. Es la verdad desnuda que se revela sin palabras, una vibración sagrada que une lo visible y lo invisible. En cada instante, en cada lugar, la música está presente, recordándonos que somos parte de un todo armonioso e interconectado, un todo donde cada ser, cada molécula y cada pensamiento, bailan al compás de una sinfonía universal: TOTUM." Es a partir del minuto y medio cuando la voz calla y la música habla, y cuando comienza es indudable la influencia de Mike Oldfield, pero no se puede negar la originalidad de lo que surge a cada minuto: instantes de reflexión, de rabiosa energía o de conexión mística, se suceden sin momento de descanso. Atmósferas de majestuosa sencillez se complementan con instantes melódicos tan asequibles como loables, especialmente destacados cuando las guitarras rugen, aunque teclados, gaita y flauta se añaden también a la causa exponiendo varias caras de esta sinfonía, ambiental, celta, roquera, progresiva, electrónica, neoclásica o new age, todo vale en "TOTUM". Los fundidos y transiciones siguen la tradición de los ídolos musicales de Jesús Valenzuela: Oldfield, Vangelis, Jarre, Cretu, Schiller..., y esta hora y cinco minutos pasa rápida y sin ninguna gana de oprimir el botón de avance, incluso puede hacerse increíblemente corta si se sabe disfrutar. La inteligencia artificial ha sido también un gran aliado en este proyecto. En primer lugar, por medio de una portada impactante, que invita a entrar en un universo lleno de color y de música. En segundo lugar, con la creación de un videoclip de gran nivel, en el que la música cobra vida, mimetizando a los músicos en enclaves naturales tanto pacíficos (montañas, bosques, lagos, auroras boreales) como extremos (volcanes, hielos antárticos), o en ciudades cosmopolitas. Y estos músicos que acompañan a Jesús Valenzuela en "TOTUM" no son nombres cualesquiera: Rubén Álvarez (guitarra eléctrica), Daniel Minimalia (guitarra acústica), Pepe Benlloch (sintetizadores ambientales), JM Mantecón (sintetizadores), Jaime Helios (guitarra eléctrica), Pablo Seque (piano y sintetizador), Curro Martín (guitarra eléctrica), Manuel Galán (guitarra acústica), Manu Herrera (guitarra eléctrica), José Luis Serrano Esteban (guitarra electroacústica), Yhael May (guitarra clásica), Luis Alberto Naranjo (sintetizadores ambientales) y Elvira García (gaita gallega, punteiro gallego y tin whistle).

Presentado en Córdoba el 17 de octubre de 2025 en la Filmoteca de Andalucía, "TOTUM" fue aplaudido por el enganche y fluidez de sus melodías, es un todo muy orgánico, como un latido cuya vida parte de la necesidad de expresión de Jesús Valenzuela. Hay furia, hay amor, hay aventura, hay mucho sentimiento impregnado a cada minuto. TSODE recoge el testigo de dioses de la música instrumental tan importantes como Oldfield, Jarre, Tangerine Dream o Vangelis, para embarcarse en un viaje extremadamente osado. ¿Es morro lo suyo, es diletancia, es osadía? En este caso es más bien una necesidad de expresión, y es de agradecer que haya gente así de atrevida que persiga sus sueños, y que los haga con esta pulcritud. Porque "TOTUM" no es, posiblemente, la octava maravilla, no es el culmen de las músicas instrumentales, ni tiene que serlo, pero es una obra muy entretenida, atrevida en su concepto, que puede hacer las delicias de los que disfrutan con la melodía sin artificios, con el ambiente que engancha en un punto del interior, con la fantasía del sonido cósmico, pero que no olvida donde estamos, con los pies en la tierra, como TSODE no olvida que es un soñador de las notas, que sólo pretende disfrutar y hacer disfrutar. Si no eres un talibán de la partitura, tú puedes ser el siguiente en emocionarte con este trabajo, que concluye con estas palabras: "Cuando todo cae, la música nos alza. No sobre los escombros... sino por encima del ruido, del tiempo, del olvido y el miedo, del fin, o incluso de la vida misma. Y allí, en ese lugar donde sólo se escuchan melodías, nos sentimos invencibles."




13.5.25

FINIS AFRICAE:
"Prima travesía"

Quien haya disfrutado de la lectura de la novela de Umberto Eco 'El nombre de la rosa', tal vez recuerde que Finis Africae era el nombre de la muy especial y casi inaccesible sección de libros prohibidos en la biblioteca de la abadía italiana a la que acudían Guillermo de Baskerville y su pupilo Adso de Melk, para investigar una serie de turbulentos asesinatos allí cometidos. Ese Finis Africae simbolizaba lo oculto, y el control sobre ese conocimiento prohibido. Esa idea caló en el interior de un músico tan genial como Juan Alberto Arteche Gual, que decidió tomar prestado ese nombre para su nueva banda de música, afortunadamente no prohibida, pero sí prácticamente inclasificable. Arteche, que falleció en 2018, fue un músico esencial e inquieto en el folk hispano. Fundó un grupo tan recordado como Nuestro Pequeño Mundo, colaboró activamente con Pablo Guerrero, Javier Bergia, Luis Delgado, Luis Pastor, Javier Paxariño, Eliseo Parra y muchos otros. Fue en los años ochenta cuando decidió dar un paso adelante en cuanto a la experimentación en su estudio, como contaba así él mismo en el libreto de la recopilación "A Last Discovery : The Essential Recordings, 1984-2001", publicada en Japón en 2012: "En 1982 tenía ganas de experimentar con otras formas de hacer música y me compré un magnetofón de cuatro pistas donde volqué nuevas ideas que se me pasaban por la cabeza. Me lo pasé fenomenalmente inventando nuevos paisajes, hasta grabar noticias de la radiotelevisión, los niños jugando en el patio de mi casa, y el ruido de mi asistenta cuando limpiaba. Eso me inspiraba y ponía improvisaciones de los diferentes instrumentos que tenía en mi cuarto, guitarras, autoarpas, dulcimeres, mandolinas, flautas..."

Juan Alberto hablaba así también a la revista Nueva Música en 1993: "Toda mi vida he intentado ser más o menos libre dentro de la música y siempre me he encontrado con el muro impenetrable de las compañías discográficas, que tienen sus conceptos de comercialidad". Su visión cambió cuando empezó a mejorar la técnica de las mesas de grabación, y creó entonces su estudio 'El agujero', acicate de su grupo ficticio y principal garantía en la consecución de su sello, Música Sin-Fin, que nació en 1989 (en un principio asociado a Ediciones Cúbicas) y fue la culminación de un sueño del que surgieron como primeras referencias el jazz improvisado de la banda Zyklus, el atrevimiento vanguardista (y revulsivo estético, se calificaba en la web oficial) del jazz-rock de Clónicos y la tercera aventura de Finis Africae, el álbum "Amazonia". Pero es necesario regresar brevemente a los comienzos, cuando Juan Alberto investigaba con ideas aparentemente inconexas: "Un día apareció por mi casa un gran amigo, Javier Bergia, y escuchó lo que estaba haciendo; se quedó muy impresionado y me propuso unirse a mí para así dar rienda suelta a nuestra inventiva ('en la Semana Santa de 1983, los dos solos en la ciudad, sin un duro en los bolsillos, con la nevera llena y la piedra filosofal en el bolsillo', se podía leer también en su web oficial). En 15 días teníamos un nuevo material que nos gustaba mucho y que enseñábamos a todos nuestros amigos, uno de ellos Luis Delgado, que nos propuso hacer un disco. Él se dedicó a mezclar los temas y añadir otros instrumentos que faltaban: bajos, percusión, zanfonas... También se unieron algunos amigos que se reunían en mi casa para oír lo que estábamos haciendo: Olga Román y su preciosa voz, Seju 'Huracán' Monzón (hermano de El Gran Wyoming) y sus saxos y flautas... En fin, en un mes teníamos todo un flamante disco que se llamó 'Prima Travesía'". Este trabajo fue publicado por Grabaciones Accidentales en 1984, y se puede encontrar también con el título del apelativo del grupo, "Finis Africae". Para escucharlo en CD, la compañía madrileña Glossy Mistakes lo reeditó en 2023 con portada diferente y de título "El pulso de la madera", junto a otras ocho canciones inéditas. "Prima travesía" es una completa experimentación sonora con base de jazz y folclore y un uso deslumbrante del estudio, ambientes atrevidos que o bien inducen a un sueño vívido o bien despiertan a una realidad paralela, reflejo de viajes por Sudamérica, el pacifico, o por España, y una propia voluntad creativa por bandera en la que el primer tema se titula "Radio Tarifa", nombre del futuro grupo que iba a publicar su álbum debut en Música Sin-Fin. Dueño de unas vibraciones sorprendentes y únicas, efectista combinación de instrumentos y voces en un ordenado desorden, "Radio Tarifa" da paso a "El secreto de las 12", una pieza llena de detalles, una fiesta para los oídos y un encantamiento de los vientos, que el DJ José Padilla utilizó para amenizar los amaneceres del Café del Mar en Ibiza. Precisamente "El secreto de las 12 (The Secret of 12 O'Clock)" fue el título de una curiosa compilación japonesa que en 2013 publicó EM Records, misma compañía y mismo año de la más completa, y mencionada anteriormente, "A Last Discovery : The Essential Recordings, 1984-2001". "Luna" es una delicia ambiental que se hace muy pero que muy corta, los golpes de la voz son como una impactante llamada a otra realidad, que viaja a otros paralelos en "Zoo Zulú" y regresa a casa en "Juana y Rosalía", donde se filtra lo cotidiano, la realidad diaria que puede ser más original y atrayente que la mayor de las imaginaciones. "Hybla" no necesita cambios de ritmo, sólo hay que prestar atención a sus capas de sonido para sorprenderse con el trabajo que tiene detrás, como "Managua", la penúltima parada de un viaje que concluye en la "Bahía de los genoveses", situada en Almería, un paraíso natural complementado con este espacio sonoro único de nueve fabulosos minutos, un gozoso ambiente del que no quieres irte. 

La portada es enigmática, el sonido mágico, su ubicación parece indeterminada, así como el estilo, en el que se mezcla instrumentación eléctrica moderna con otra tradicional, étnica, y todo tipo de cachivaches de percusión. "Mi instrumento soy yo", decía Juan Alberto Arteche, que en esta primera aventura toca acordeón, adufe (pandero), aulós (una flauta griega que también se conoce como oboe doble), autoarpa, bajo, bombo legüero, cuatro venezolano, guitarra eléctrica, mandolina, cabasa, sicu y quena (flautas de pan), sitar, tambores de hendidura, sintetizador, medusa de llaves, cítaras, corpo, sicu, bote de arroz, reclamo de perdíz, chiflo, TR 808, Polisix, rythmaker y voces; Luis Delgado se encarga de bajo, sintetizador Korg KR 77 y zanfona, y Javier Bergia de darbuka, guitarras acústicas y eléctricas, darbuka, címbalos, caja, oud, tabla, tar, violín y voces. Además, los músicos invitados son Olga Román (voces), Paco Espinosa (bajo), Ignacio 'El buho' (flauta travesera) y Seju Monzón (flauta travesera, quena y saxo). Calificado como un colectivo de músicos que acababan de vivir la Movida Madrileña, Finis Africae rompió moldes con su collage vanguardista alejado en gran medida de la propia Movida en sus planteamientos, con vistas al futuro y hacia una fusión étnico-moderna que acabaría triunfando definitivamente una década más tarde, con el ciclón de la new age y todas sus variantes en los años noventa, en los que Arteche ofreció al mundo grandes discos en su sello Música Sin-Fin, y esa banda irrepetible llamada Finis Africae continúo grabando trabajos tan recordados como "Un día en el parque", "Amazonia" o "Campos de sol y luna".

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17.4.25

TANGERINE DREAM:
"Le Parc"

En el mundo de la música electrónica melódica que se efectuaba en las últimas décadas del siglo XX hay artistas icónicos, cuyo nombre evoca al instante ciertas composiciones o incluso películas a las que han puesto música: Jean-Michel Jarre y sus "Oxygène Part IV" o "Rendez-Vous Part Four", Vangelis y las bandas sonoras de "Blade Runner" o "Chariots of Fire", Moroder y su "Midnight Express", Kraftwerk y canciones como "The Robots" o "The Model", Alan Parsons y algunas muestras de rock sinfónico instrumental con tintes electrónicos ("Mammagamma", "Lucifer"), Joel Fajerman con su inolvidable "Flower's Love"... La banda alemana Tangerine Dream entran sin duda en la denominación de mitos de la electrónica, pero es un grupo tan particular y en cierto modo de culto, que el público general puede llegar a afirmar que no les han escuchado jamás y que por tanto no son capaces de recordar ninguna de sus piezas. Tal vez estén en un error, ya que entre su numerosísima producción, además de los ambientes exitosos en sus primeros discos con Virgin Records ("Phaedra", "Rubycon"), existen algunos pasajes de cierto renombre popular, especialmente motivos de secuenciador como "Stratosfear", melodías asequibles en trabajos como "Force Majeure", o una pieza totalmente tarareable que sirvió de sintonía a la serie televisiva estadounidense 'Street Hawk', titulada en España 'El halcón callejero', una consecuencia del éxito de 'El coche fantástico' que narraba las aventuras de un ex-policía que tras un accidente en servicio es reclutado para un proyecto secreto del Gobierno de los Estados Unidos, en el que conducirá como un justiciero callejero una motocicleta de última generación armamentista denominada 'Street Hawk'.

Pero esa introducción de la banda sonora de la serie es sólo parte (fundamental, eso sí) de un proyecto más amplio de Tangerine Dream a mediados de los años ochenta, en el que dejaban atrás sus largas suites (los seguidores del estilo oscuro del grupo se tiraron sin duda de los pelos) para acomodarse definitivamente en un estilo de temas cortos con sus correspondientes títulos, más sencillo para la radiodifusión y en la onda de la explosión de la muy comercial new age. Se trata de los conocidos como 'The Blue Years' en la historia del conjunto alemán. En esta ocasión la temática no trataba sobre excitantes viajes cósmicos ni nuevas meditaciones trascendentales, sino sencillamente sobre parques urbanos: las grandes ciudades, esas que atrapan entre sus toneladas de hormigón a millones de almas, necesitan también grandes espacios verdes para respirar, parques y jardines que se convierten en el pulmón de esas urbes y en el lugar de esparcimiento, paseo, deporte y disfrute de las gentes y sus mascotas. Algunos de esos grandes parques han devenido en tremendamente populares, y transitar por sus caminos, admirar sus estatuas o monumentos, montarse en las barcas que navegan por sus lagos y riachuelos, o contemplar a ciertos animales que pululan por sus extensiones, se ha convertido en afán de miles de turistas, que equiparan su importancia con la de museos, monumentos o iglesias. Tangerine Dream decidió humanizarse al dedicar este proyecto a algunos de los parques más conocidos del mundo, de manera que "Le Parc" fue publicado por Jive Records en 1985, con el añadido, posiblemente algo forzado, del ya conocido tema principal de 'Street Hawk'. Nominado como el decimocuarto álbum de estudio de Tangerine Dream, sus miembros en este momento eran Christopher Franke, Edgar Froese y Johannes Schmoelling, que comparecería por última vez con la banda, siendo sustituido por Paul Haslinger desde su siguiente lanzamiento, "Underwater Sunlight" (no hay que contar el mítico "Green Desert", grabado en los setenta por Franke y Froese pero rescatado en estos años). Rítmico y excitante es su comienzo, el parisino "Bois de Boulogne", donde sonidos aflautados contrastan con la gravedad general, siempre con un tono melódico, y curiosa coda final, muy apacible. La trompeta, para el que la localice, es de Robert Kastler. Pero la parte más melódica y pegadiza de Tangerine Dream aparece enseguida, en "Central Park", una música que es la plasmación de la velocidad, de la adrenalina, y que bien puede reflejar también una mañana de deporte en ese enorme, rectangular y vertiginoso parque neoyorquino, que acoge cada año a más de 37 millones de visitantes. Algo más extraña, pero también hermosa con su constante percusión electrónica (casi parecen tambores reales), es la composición dedicada al barcelonés Parque Parque Güell, aquí denominado como "Gaudi Park" en honor al diseñador del mismo, el arquitecto modernista Antoni Gaudí. Las notas de teclado, más elongadas que en las frenéticas piezas anteriores, recuerdan al gran Vangelis, y junto a la constante percusión electrónica con sonidos sampleados, intentan ahondar en lo orgánico del parque catalán, pero también en lo esotérico del mismo. Elegante y popero es el berlinés "Tiergarten", un soplo de suavidad con algo de naturaleza, no en vano se trata de 210 hectáreas de superficie en el centro de la capital alemana. El jardín japonés implica meditación, espiritualidad, y "Zen Garden" -dedicado al templo budista Ryoanji de Kyoto- es tan disfrutable como otras piezas más activas del álbum; este jardín zen es pequeño, rectangular, utiliza arena rastrillada, musgo y rocas, y está construido frente al edificio principal del templo. "Le Parc (L.A. - Streethawk)" es el tema central del álbum, la excitante y contagiosa sintonía de la serie 'El halcón callejero', que es introducida aquí por las buenas, con la excusa de un parque sin identificar en la ciudad de Los Angeles, tal vez el Parque Griffith en la Sierra de Santa Mónica (donde se grabaron las primeras escenas del videoclip de "Thriller" de Michael Jackson), plagado de senderos, cascadas y rincones exóticos, aunque no sabemos muy bien si deudores de tan aguerrida música. El sencillo de "Streethawk" (en el mismo se eliminó la referencia 'Le Parc') tuvo como cara B al antes mencionado "Tiergarten". Un tecnopop con muy buenas intenciones es el que se escucha en las piezas dedicadas al londidense "Hyde Park" y en "The Cliffs Of Sydney" a los acantilados llamados 'The Gap' cerca de la ciudad australiana de Sidney; son dos temas atractivos aunque probablemente lejanos al alto y atractivo nivel de la cara A del disco. Para terminar el mismo, "Yellowstone Park (Rocky Mountains)" es un paseo electrónico muy agradable por el conocido parque Yellowstone (y sus limítrofes montañas Rocosas), al que numerosos grupos y artistas han dedicado canciones o álbumes enteros; sonidos sampleados de flautas shakuhachi (cortesía del Emulator II) se anticipan a su uso masivo en la new age de los noventa, con Enigma y sus cantos gregorianos como exitoso abanderado, y la prestigiosa Clare Torry (la desgarradora corista de "Great Gig In The Sky" en el álbum de Pink Floyd "Dark Side Of The Moon") pone las voces en este tema de cierre de un álbum acertado, no tan recordado por el público pero de sonoridad variada y por momentos muy inspirada, grabado en 1985 en Berlin, Viena y Londres. Como demostración del clima de tensión entre los miembros del grupo, Jerome Froese, hijo de Edgar y miembro posterior de la banda, reconocía en una entrevista que el trío compuso e interpretó cada tema de este disco de manera individual: "Central Park (New York)", "Le Parc (Los Angeles - Streethawk)" y "Hyde Park (London)" fueron la rotunda aportación de Johannes Schmoelling, "Yellowstone Park (Rocky Mountains)" la de Chris Franke, y el resto de Edgar Froese. En 2012, una reedición por parte de la compañía Esoteric Recordings incluía como tema bonus "Streethawk (Radio Remix)".

El paso de los discos y la explosión tecnológica, derivaron poco a poco en una sustitución de la inventiva por los nuevos instrumentos y opciones en el estudio. El misterio, la niebla, la abstracción de los álbumes de su época rosa y la comercialidad artística de la primera parte de su estancia en Virgin, fue degenerando hacia niveles de intento comercial muy acomodaticios. La transición melódica que en "Stratosfear" y "Force Majeure" fue majestuosa, comenzó a dar visos de que la fórmula podía gastarse fácilmente si no se cuidaba la intención. Y no se cuidó fácilmente. A pesar de todo, la venta a la comercialidad aún otorgó productos amenos, más para el consumidor de new age y bandas sonoras que para el amante de la electrónica pura y lo progresivo. Con sus temas febriles de corta duración, "Le Parc" ofrece un disfrute rápido, asociado evidentemente a esa moda new age, pero con la calidad que se presupone a los nombres implicados. En los tiempos de Virgin Records, ellos opinaban así sobre su música: "Nuestro sonido es una música de la emoción y la vida interior, busca estimular la imaginación de cada uno, no quiere imponer imágenes, es una especie de meditación, de pretexto sonoro". El tiempo acabó por recolocar algunos conceptos, aquello de no imponer imágenes cambió definitivamente cuando comenzaron a realizar bandas sonoras, y definitivamente en discos como este, en el que con cada tema podíamos contemplar una bella postal. Acostumbrados a temáticas cósmicas o directamente esotéricas, casi siempre ambiguas para poder acoplar su concepto electrónico, experimental o incluso improvisativo de la música, Tangerine Dream se dejaron llevar aquí por esa inspiración tan mundana, el concepto de un gran espacio verde. "Le Parc" es un bonito disco de expansión, para que sus melodías respiren realidad, conocido por la inclusión de su composición principal en la conocida serie de acción de la época 'Street Hawk', lo que por otro lado, recordaba Edgar Froese en alguna entrevista, les cerró las puertas por motivos contractuales para hacer la música de la más exitosa 'Miami Vice'. Jan Hammer se lo agradeció.

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26.7.24

PATRICK O'HEARN:
"So Flows the Current"

Patrick O'Hearn, músico y compositor estadounidense de trayectoria intachable en diversos frentes, no es un artista que se tomara descansos mientras la popularidad de las nuevas músicas (esas en las que despuntó en el sello Private Music, especialmente en los años ochenta) decrecía al mismo tiempo que las ventas. Cine y televisión han ocupado la mayor parte de sus proyectos, y a la vez ha seguido autopublicando sus trabajos más personales, presas de una rabia ambiental muy distinta a la que llenaba los primeros plásticos de este bajista, percusionista, teclista, programador, productor... en definitiva artista total, que también se ha sabido rodear de grandes amigos como Mark Isham, Peter Maunu, Alex Acuña o Terry Bozzio, entre otros. Huyendo un tanto del sentido melódico de sus obras más recordadas en el sello de Peter Baumann ("Ancient Dreams", "Rivers Gonna Rise", "Eldorado"), muchos críticos destacaron especialmente la personalidad y la profundidad de las texturas presentadas en obras posteriores, ya fuera de Private Music, como "Trust", "Beautiful World" o especialmente "So Flows the Current", excepcional trabajo publicado en el año 2001 por Paras Recordings en un principio, para ser enseguida rescatado y publicado por el sello del propio músico, Patrickohearn.com Music. 

Escuchar esos primeros discos de O'Hearn, participar en su juego arcano, era como entrar en otro mundo, una tierra de fantasía original en los años ochenta por su uso ambiental de la tecnología de la época, emulando sonidos que también podíamos escuchar en los trabajos de Jean-Michel Jarre, Tim Story o el propio Mark Isham, nada mal para un joven que creció escuchando jazz y música clásica, y que posteriormente tocó en grupos como Missing Persons, Group 87, o con el inclasificable Frank Zappa. Precisamente la categorización de su sonido fue amplia y ambigua, pero él siempre se ha adscrito sin pudor entre la new age y la música ambiental, citando entre sus influencias (o al menos entre sus escuchas escogidas) a Brian Eno, Jon Hassell, Daniel Lanois, Mark Isham, Peter Maunu, Steve Roach, Robert Rich o Michael Stearns entre otros, nombres que marcaron un devenir creativo sin igual en este tipo de música. En "So Flows the Current" quiso regresar, al menos en parte, a los tiempos en los que las grabaciones eran más humanas, sin MIDI ni secuenciador, donde los músicos y los instrumentos jugaran entre ellos en vivo en el estudio, sin dejar de lado un acabado maestro, como buen productor avanzado que siempre ha sido el propio O'Hearn: "Micrófonos y actuación en vivo, la ausencia de secuenciador y samples estuvo a la orden del día y todos lo pasamos bien". De este modo, no fue este un álbum fácil o de grabación rápida, el propio autor cuenta que tomó mucho más tiempo para realizarse que cualquier álbum anterior, lo cual daba pistas de que podía tomar una cierta importancia en su discografía, e incorporar temáticas íntimas y profundas: "Es una buena combinación de ideas y estados de ánimo, y creo que muestra madurez con respecto a mis discos anteriores. No es material moderno y vanguardista, cualquiera que esperara eso se sentiría decepcionado. Es simplemente el álbum particular que necesitaba hacerse en el momento en que se hizo". El inicio ambiental de sintetizador, misterioso, incluso hechizante, se ve acompañado de golpe por las notas de una guitarra protagonista cuya lenta melodía, muy española, retorna a las texturas enigmáticas de "Indigo", aunque con un tono más afable, cambiando la búsqueda arcana por la bonhomía de un agradable día de pesca en un lugar, como dice tan acertadamente el título, encantador para estar ("A Lovely Place to Be"). De hecho, es fácil de imaginar a O'Hearn con su familia en el fabuloso paisaje que ilustra la portada y el interior del álbum; tanto es así que dichas fotos son propias del músico y el niño que aparece en la cubierta es su propio hijo: "Es una foto de mi hijo que tomé hace varios años en una cascada cerca de nuestra casa. Ha crecido mucho desde el momento en que se tomó esta fotografía. A veces me siento junto a este arroyo para relajarme y, a menudo, me pierdo en el concepto del tiempo mientras veo pasar el agua. El título para mí es una metáfora del crecimiento y los ciclos de la vida". Más animado y de apariencia más elaborada, es el tema que da ese pensativo título, "So Flows the Current", con la dosis justa de electrónica y de cuerdas que bailan al son de un ritmo cercano a la faceta instrumental del pop convencional. No es fácil elegir entre esas caras que presenta el músico en su trayectoria, pues todas son consistentes y tremendamente placenteras. De hecho, es "The Cold Sea's Embrace" el tema más sorprendente e incluso distintivo del álbum, una profunda atmósfera con un violonchelo que atrapa por su sentimiento, aunque deja con ganas de una mayor duración. Es esa una gran característica del álbum, la explosiva combinación de acústica y electrónica (más que en otros de sus trabajos) que supone una enorme evolución y aseguran una escucha profunda y un pensamiento convencido acerca de la especial inspiración de la obra y del trabajo aportado en la grabación de la misma. Volviendo a cierto tipo de notas luminosas de teclado típicas en este autor, inquietante es la bruma que las envuelve en "Panning the Sands", que porta un aura de grandiosidad en su melodía resonante y arrebatadora, de nuevo cercana a trabajos más cercanos en el tiempo como "Indigo". En el punto medio del álbum se sitúa "Beyond this Moment", fabulosa en su aporte de cuerdas (la guitarra que mantiene el extraordinario ritmo por el que circula la pieza y un nuevo chelo lloroso) junto a la electrónica (los sutiles efectos y esa melodía de pocas notas acuosas y cautivadoras), de nuevo una pieza maravillosa de un álbum sorprendente por cómo Patrick O'Hearn renueva en el concepto de lo electroacústico la inspiración, la calidad ambiental, con toda la esencia enigmática de su música. Difícil es mantener la calidad tras media hora de excelencia como la escuchada hasta aquí. Patrick lo sigue intentando para acabar de conformar un trabajo exquisito, que continúa por caminos más cercanos a los que circulaba en los últimos años junto a Steve Roach, un sintesista que no está presente físicamente en el disco pero sí por medio de su estimulante concepto 'desértico', incluso trascendental, de la música: en "Along the Waterfront" cuerdas y teclas se entrelazan en otra ágil composición con carácter ambiental y una extraña pero atractiva carga melódica de guitarra; "Northwest Passage" es una atmósfera aventurera, con algo de intriga en su ritmo constante, una intriga que se acrecenta en la árida "Like So Much Lost Time", llegando al misterio más acechante en su sabia utilización del sonido de los teclados como una tupida red de la que sólo se pueden escapar unos pocos sonidos coherentes, si bien agonizantes; enlazada con la anterior, llega la luz en el tema final, "Traveler's Rest", con unas cuerdas metálicas cercanas al country, que desarrollan su placentera melodía junto a otras guitarras, teclados y percusiones. La naturaleza de los sonidos que te envuelven en este trabajo es verdaderamente exuberante, y los músicos implicados en el mismo son Peter Maunu (guitarra acústica, eléctrica y de cuerdas de acero), David Torn (guitarra en "So Flows the Currrent"), Robin Tolleson (percusiones, batería), Pat Johnston (violonchelo en "The Cold Sea's Embrace") y un Patrick O'Hearn que interpreta bajo acústico y eléctrico, piano, percusiones, violonchelo, flauta, sintetizador y efectos electrónicos. En alguna entrevista posterior al álbum, Patrick hablaba sobre una versión con sonido envolvente de esta obra, un proyecto que se publicó en 2006 con el título de "The So Flows Sessions", no tan orgánico y especial como el original, pero con algo de sus intenciones. 

Creador de atmósferas sublimes en varios trabajos pioneros de la new age en el sello Private Music, Patrick O'Hearn podía haber agotado su universo sonoro original como lo hicieron otros músicos de los añorados años ochenta. No fue así, de hecho en absoluto dejaba de ser interesante su evolución, pues si bien posiblemente careciera de los planteamientos ambientales oscuros y atrevidos de "Ancient Dreams" o melódicos de "River Gonna Rise", profundizaba en otros sonidos acústicos que siempre habían estado presentes en su obra (él es esencialmente un bajista que utiliza posteriormente la electrónica en su beneficio) o guardados en recónditos escondites de su mente, como una especie de introspección auditiva propia que, incrementando la interacción con cuerdas y percusiones pero a su vez optando por una entrada a ciertas ambientalidades desérticas deudoras de su encuentro con Steve Roach, originaron un álbum de tal calidad que, más de tres lustros después de su primer plástico, pocos se esperaban. A partir de "So Flows the Current", sin embargo, el autor decidió iniciar un camino más relajante, una evolución hacia el ambiente puro que, tras un álbum puente, "Beautiful World", que aún portaba algunas piezas con atmósferas oscuras y ritmos rutilantes, trabajando la parte melódica desde la opacidad que tan nubilosamente impregnaba sus discos de antaño, derivó en trabajos perfectamente disfrutables en su capacidad de abstracción como "Slow Time", "Glaciation" o "Transitions".

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9.11.23

MARK ISHAM:
"Tibet"

En 1985 Windham Hill optó por poner imagen a algunas de sus músicas más emblemáticas, pero no secuencias de los artistas tocando sus instrumentos, sino grabaciones relajantes de naturaleza, en concordancia con el crecimiento de la filosofía new age: "Se trata de temas geográficos y estacionales en la naturaleza, que crean una alternativa artística y de calidad en video", se decía en estos lanzamientos. Paramount Home Video y Pioneer Laserdisc, y concretamente el productor Dann Moss, fueron los socios de Will Ackerman y Anne Robinson en esta aventura que comenzó con los títulos "Water's Path", "Western Light", "Autumn Portrait" y "Winter", en Beta y VHS (posteriormente llegó el efímero Laserdisc). Todos los grandes artistas de la compañía fueron recopilados en esta especie de documentales bucólicos con sus mejores composiciones: Michael Hedges, Scott Cossu, Will Ackerman, George Winston, Ira Stein, Alex de Grassi, Philip Aaberg, Shadowfax, Liz Story, Michael Manring, y por supuesto Mark Isham. Tras los títulos 5 y 6, "In Concert" (con Hedges, Ackerman, Cossu y Shadowfax en directo) y "China", fue Isham en solitario el que se encargó de la música del documental dedicado a la región del Tíbet. Al contrario que los demás títulos de la colección, el trabajo de Mark Isham "Tibet" contenía música original, y sí que fue publicado por Windham Hill Records en 1989, el mismo año de publicación de una obra muy parecida, el "Himalaya" del sintesista neozelandés David Parsons.

Así se presentaba esta suerte de película por parte de sus responsables: "La mera mención de la palabra Tíbet evoca imágenes de un país rico y mágico, cuya cultura está envuelta en un lugar remoto e inaccesible. Este programa ofrece una mirada al llamado 'Techo del Mundo', un lugar donde el cielo y la tierra se encuentran, y donde continúan ritmos centenarios. Es un breve vistazo a vastas extensiones de llanuras altas y vacías y picos nevados. Los monasterios y los monjes que viven allí son los últimos restos de una cultura religiosa cada vez más menguante que no tiene paralelo en Occidente". Efectivamente, quien visita el Tíbet en algún momento de su vida, afirma sentirse sobrecogido por la inmensidad y la magnitud, tanto física como espiritual, de la gran cordillera del planeta Tierra que domina aquel territorio fronterizo entre China y la India: el Himalaya. De sus brumas, de sus nieves perpetuas, de lo insondable de sus paisajes, proviene la inspiración de esta obra musical autoproducida por Mark Isham, y dividida en cinco partes sin más título que su número: "Part I" es un ambiente muy cautivador y adictivo, en el que lo étnico y la suave electrónica se envuelven mutuamente reflejando atmósferas nebulosas pero vitalistas donde sólo se divisan las montañas nevadas y el cielo azul; sonidos que recuerdan a relajantes campanas tibetanas junto a vívidas percusiones conectan con la tierra, y en la parte final marcan un clímax vigoroso junto a los teclados, los metales y las rotundas notas del bajo, una pequeña fiesta para los sentidos. "Part II" es un tema corto pero celestial, una capa de meditativo sintetizador ondea entre las nubes dejando que entren las cuerdas de la guitarra y esa trompeta tan evocadora, característica del jazz suave de Isham. "Part III" es de esencia más activa, de nuevo percusión y trompeta marcan un ritmo animado al que se une la demás instrumentación en un entorno muy completo (con la tímida voz recitante de Tom Sassa), si bien el metal predominante nos hace estar escuchando jazz en el Tíbet en su glorioso clímax final. Si cualquier buena música para documentales se deja escuchar independientemente de las imágenes, la de Isham no podía ser menos, su enorme excelencia le acompaña en todo momento y se funde con la esencia del lugar, aunque sin entrar en demasía en contextos religiosos. Así, con la marcialidad característica de su autor, "Part IV" es de una imperturbable belleza, Isham consigue una muy completa y palpable textura, con una perfecta disposición de elementos -dominando de nuevo la rotundidad de su instrumento principal, la trompeta- sin necesidad de recurrir a melodías recurrentes. El plástico concluye con su corte más largo, "Part V", inaugurado por la voz explicativa de nuevo de Tom Sassa sobre un fondo místico que va creciendo en intensidad para convertirse en un fabuloso y completo ambiente que literalmente te envuelve. En su combinación de texturas acústicas y electrónicas, "Tibet" emana en sus 48 minutos todo lo que este rincón del planeta puede ofrecer: belleza, espiritualidad, emoción, incluso locura ante tal inmensidad natural, un trabajo tan desmesurado como ese panorama indescriptible que, sin embargo, aparte de su clara conexión terrestre, no está exento de un cierto componente cósmico (especialmente en algunos momentos en los que no brilla la trompeta), ese estilo espacial de la época que otorgaba el sonido de ciertos sintetizadores. Estos eran interpretados por Isham, junto a la trompeta, el fliscorno y el gong; Peter Maunu -amigo y colaborador de Mark en bandas como Group 87- se encargaba de las guitarras acústicas y eléctricas, ayudado por David Torn, Doug Lunn del bajo eléctrico, Bill Douglass de la flauta de bambú, Jean Roth y Richard Todd de las trompas, Kim Scharnberg y Ken Kugler del trombón y Kurt Wortman de las percusiones acústicas y electrónicas. Tom Sassa ponía voz a los haikus, y es que a pesar de estar ambientado cerca de China, Isham afirma utilizar en este trabajo el haiku japonés (forma centenaria de poesía japonesa consistente en tres versos de diecisiete sílabas, divididas en cinco, siete y cinco, respectivamente): "El uso del haiku en esta obra surge ante todo de su percepción como música. Su forma rítmica, su tradición de repetición, la cualidad de la propia lengua japonesa como puramente sonora. El nivel básico de apreciación de su contribución sería entonces únicamente como elemento musical, sin importancia o significado para las palabras". 

Mark Isham consideraba "Vapor Drawings", "Tibet" y "Castalia" como una especie de trilogía de música de fusión electrónica y ambiental, con toques de jazz y étnicos. Efectivamente, tras la publicación del álbum "Castalia" en Virgin Records, Isham regresó brevemente a Windham Hill (realmente este sello publicó "Tibet" un año después de la edición del VHS, cuando Isham ya había firmado con Virgin) y de manera fantasmal apareció "Tibet", un ejemplo de la capacidad de adaptación de este músico estadounidense a casi cualquier estilo y proyecto. Jazz, música electrónica, música ambiental, bandas sonoras de varios géneros... Un reflejo, en definitiva, de sus variadas influencias musicales, desde Miles Davis hasta Bach o Vaughan Williams, pasando por Arvo Pärt, Wheather Report o Brian Eno. Efectivamente, a veces es complicado definir sus discos, que en sus comienzos entraban sin pudor en la categoría 'new age', y así se decidió también en los premios Grammy, que ya habían nominado así a "Castalia" en la ceremonia de 1989, y lo iban a hacer en 1990 con este "Tibet", antes de ganarlo en 1991 con el álbum "Mark Isham". Otras nominaciones de este autor a dichos premios han sido en la categoría 'Best recording for children' ("The Emperor and the Nightingale", "Thumbelina" y "The Emperor's New Clothes"), en la extraña denominación 'Best instrumental composition written for a motion picture or for television' ("A River Runs Through It") y finalmente en 'Best score soundtrack album' por "Men of Honor", última de sus nominaciones en 2002, a pesar de sus numerosos trabajos en cine hasta la actualidad. ¿Cuál es la belleza de escribir música específicamente para cine?, le preguntaron en cierta ocasión, a lo que Isham respondió: "Lo interesante de una película es que es una combinación de diferentes formas de arte. Esa mezcla tiene un potencial tremendo, porque cuando la música combina bien con las imágenes, el impacto emocional es asombroso. Ése es el desafío y la satisfacción que ofrece escribir música para cine". Así fue también el impacto emocional del Tíbet para Isham, que logró en este álbum una de las cumbres descriptivas de su carrera, un homenaje a sus gentes y a tan descomunal paisaje.

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20.6.23

ROBERT RICH:
"Gaudí"

Cualquier búsqueda de un trabajo musical dedicado a Antonio Gaudí, y especialmente titulado con el apellido del gran arquitecto catalán, nos remitirá sin duda al fantástico décimo disco de The Alan Parsons Project. No es este, sin embargo, el único álbum interesante titulado así, "Gaudí". Cuatro años después del homenaje de Parsons y Woolfson, llegó desde California la obra de un joven sintesista llamado Robert Rich, que ya había alcanzado un nombre en el panorama electrónico gracias a sus esfuerzos ambientales grabados en los Soundscapes Studios y autoeditados desde comienzos de los 80, que le condujeron irremediablemente (previo paso por Multimood Records para publicar "Numena", que supuso un primer paso hacia su sonido futuro) hasta Hearts of Space a finales de esa década. Una vez en la compañía dirigida por Stephen Hill, tras su apacible álbum de debut "Rainforest" (1989) y la enorme colaboración con Steve Roach "Strata" (1990), llegó "Gaudí" en 1991. Una de las escaleras de caracol del templo barcelonés de la Sagrada Familia, inspirada -como toda esa gran catedral- en la naturaleza, muestra su caprichosa forma que simboliza el ascenso a los cielos en la portada del trabajo, introduciéndonos en el particular mundo que durante poco menos de una hora comparten el arquitecto español y el músico norteamericano.

Ya en el memorable "Strata", Rich y Steve Roach habían dejado clara su admiración hacia otro catalán ilustre, el surrealista pintor Salvador Dalí, referenciado por numerosos artistas electrónicos desde Klaus Schulze hasta Tangerine Dream. Sólo un año después, Rich muestra su asombro ante la obra de Gaudí, y la utiliza como inspiración en su propia música, en la que afirma utilizar elementos tanto de composición como de improvisación, tal y como Gaudí combinó fundamentos matemáticos con la capacidad de improvisar. Robert desliza este comentario en el interior del disco: "Su arquitectura orgánica fluida esconde una geometría sutil; sus formas serpenteantes expresan tanto el amor por la naturaleza como el anhelo de la belleza sagrada. Este equilibrio me inspira. La música utiliza la vibración y el tiempo para expresar el espíritu humano, la arquitectura emplea la materia y el espacio; sin embargo, ambos pueden evocar emociones sin nombre, ambos pueden insinuar lo sublime". En la contraportada, Rich vuelve a anotar lo siguiente: "Los miembros rítmicos giran hacia arriba en equilibrio sobre una columna helicoidal, una melodía de color brilla entre las sombras y la luz del mosaico, la línea sinuosa revela su propia proporción líquida, una geometría de la vida". Robert utiliza sintetizadores analógicos y digitales, sampler, guitarra hawaiana y percusiones (dumbec, udu, tambor parlante, waterphone), y denomina a su sonido con el concepto inventado 'glurp'. El único músico que le acompaña en el tema "Tracery" es Pranesh Khan con la tabla. "Sagrada Familia" es ese prólogo pleno de suspense que augura una buena historia. Ecos de vientos y percusión juegan entre las piedras de la gran obra de Gaudí, esculpidas hacia el cielo. Lo ambiental y lo folclórico parecen darse la mano entre las formas naturales de torres y minaretes, tejiendo una red de sonido único en el álbum. "Tracery" es, sin embargo, el tema más conocido del disco, un amable pero intenso juego rítmico, muy acertado y evocador, con una melodía superior, derivada de su cadencioso motivo. Con él lo mismo podemos visitar el interior de la Sagrada Familia como respirar la atmósfera mágica del Parque Güell. Emparejado con él, pero sin la ayuda de movidas pulsiones, se alza "Silhouette", atmosférico, susurrante, como lo es, en mayor medida, el etéreo "Harmonic Clouds", que parece moverse hacia otras dimensiones. Rich continúa buscando y ofreciendo bases percusivas llevaderas sobre las que interactuar con notas que reclaman una atención melódica en "The Spiral Steps", antes de alcanzar la parte más puramente ambiental del trabajo, ya que "Air", "Serpent" y "Minaret" vuelven a mostrar la faceta calmada, desértica, de Robert Rich, evocativa de una inmensa soledad, si bien en "Minaret" se atisba una cierta salida hacia la luz, un encuentro con el exterior, con el mundo, simbolizado aquí con la obra del arquitecto catalán. Para acabar, "Mosaic" es la vuelta a la fuerza de "Tracery", al ímpetu celestial que se eleva hacia las alturas, al poder de la melodía que es ritmo, del ritmo que es melodía. Las voces sampleadas son esenciales en el juego apoteósico. Gran final de un trabajo que se pasa en un suspiro, una obra más que aceptable que combina las dos vertientes del sintesista norteamericano, la movida y la calmada, consiguiendo envolver con sus ambientes primarios y atrapando con lo orgánico de sus ritmos, con la extraña energía alquímica de sus construcciones, que uniendo música y arquitectura, fluyen en este trabajo con elegancia ambiental, intentando abrazar las pautas naturales del modernismo del gran arquitecto catalán Antonio Gaudí.

Tras su fichaje por Hearts of Space, Robert Rich fue tenido muy en cuenta en los años 90 como un experto en el diseño del sonido y como un compositor evolucionado, que lo mismo se movía entre sintetizadores ambientales que se salía de su zona de confort y confeccionaba álbumes en la frontera del rock progresivo o del tribalismo acústico más atrevido. Hearts of Space destaca en sus notas de prensa la interacción entre lo físico y lo metafísico, lo sensual y lo místico, lo material y lo abstracto, que supone la música de Robert Rich, especialmente en este trabajo en el que inspirado por Gaudí, afirman que "una unión equilibrada de la luz y la sombra, el poder y la sutileza, la simetría y la forma fluida, pueden desencadenar emociones que permiten vislumbrar lo sublime". Efectivamente, él siempre intenta que un sentimiento mágico se apodere de cada obra, de cada nota, y fue en "Gaudí" donde más fácilmente nos condujo a su mundo de ensueño, dejándose guiar por el encanto y la seducción de las matemáticas ocultas en esta arquitectura, conectando mentalmente lo terrenal y orgánico de creaciones tan fabulosas como la Sagrada Familia, el Parque Güell o la Casa Batlló, con lo espacial de una música que desde entonces ha continuado ofreciendo en obras electroacústicas de gran calidad, desde comienzos de siglo en su propio sello, Soundscape.

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28.4.23

PAUL WINTER:
"Earth: Voices of a Planet"

Al poseer una extraordinaria capacidad para tocar cualquier instrumento que se pusiera en sus manos desde la infancia, hubo un momento en el que Paul Winter tuvo que elegir entre todas esos utensilios musicales que le rodeaban y que le atraían, cada uno en su medida. Fue a los doce años cuando este estadounidense se decidió por los metales, y tuvo claro que el saxo soprano sería su instrumento principal ("el sonido en el saxo soprano se aguanta más y cuando tocas al aire libre suena mejor y es más fácil escucharlo"). Nacido en una familia de músicos, el joven Paul formó parte de diversas bandas y orquestas en su Pennsylvania natal, antes de estudiar en la Universidad de Northwestern en Chicago y fundar allí el Paul Winter Sextet, que llegó a actuar en la Casa Blanca y a girar por Sudamérica, donde Paul quedó prendado de la sonoridad de la música brasileña. Evolucionando a partir del jazz que practicaban, esa formación derivó en el Paul Winter Consort cuando su líder encontró en la ecología una lucha y una forma de vida. El famoso productor de The Beatles, George Martin, produjo "Icarus" en 1972, y Winter comenzó su idilio con los sonidos animales en 1977 en el álbum "Common Ground". Las inconfundibles llamadas de las ballenas aparecieron en "Callings" en 1980 y se convirtieron en marca de la casa en su música, que continuó viendo la luz en su propio sello, Living Music, con trabajos notables como "Sun Singer" (1980) y numerosas incursiones en otras culturas, como "Wintersong" (1986). 

Paul Winter adora tanto el planeta Tierra y las criaturas que habitan en él, que en 1990 le realizó una ofrenda musical por el vigésimo aniversario del Día de la Tierra. Conforme al Calendario de Gaia, esa fecha es el 22 de abril del año 4.600.041.990, cifra que incluye los cuatro mil seiscientos millones de años que según Thomas Berry tiene la Tierra y los cuarenta mil años del homo sapiens. Esa ofrenda y alegato ecologista, se tituló "Earth: Voices of a Planet", se estrenó en Times Square (Nueva York) y la grabación la publicó Living Music en 1990. Aunque Winter firme el trabajo con su nombre, hay que ser realista, varias de las composiciones son obra del enorme teclista Paul Halley, que vivía un momento impresionante un año antes de publicar su gran obra en solitario, "Angel on a Stone Wall". El disco comienza álgido con uno de sus temas, la inolvidable "Appalachian Morning", una de esas piezas que entran y no llegan a salir fácilmente de la cabeza. El piano introduce, el saxo soprano marca la melodía, y el conjunto acaba desbocado, floreciendo armonías y con los acompañamientos magistrales de flauta, violonchelo, bajo, guitarra y percusiones. De inicio mucho más calmado, como un encantamiento para serpientes también salido de la mente de Halley, es el bosque catedral que se alza en el camino: en su segundo tramo, "Cathedral Forest" desafía de nuevo cualquier convencionalismo musical para dejarse embriagar por una maravillosa poesía en la que world music, jazz o incluso ambiente se conjugan en una música tan descriptiva como el mismísimo viaje a la cordillera apalache, que vuelve a estar presente aquí: "Paul Halley compuso esta música como homenaje a la majestuosidad de los ancestrales bosques del Noroeste (de los Estados Unidos)". Otra pieza magistral y de escucha impresionante, como impresionante es la belleza de ese extenso bosque sobre el que se habla extensamente en el libreto de álbum, no sólo alabando su pureza, su extensión (tres mil kilómetros cuando llegaron los colonos de Europa en el siglo XVIII), su flora, su fauna... sino denunciando la tala anual de veinticuatro mil hectáreas, dejando en los lejanos comienzos de los noventa en un triste cuatro por ciento lo que quedaba por entonces del bosque catedralicio. En la música de Paul Winter hay siempre unos músicos invisibles aparte de los del consort: esos animales a los que Paul ama, respeta y defiende, cuyos sonidos envuelven piezas como la anterior, donde escuchábamos al mochuelo moteado, y como "Call of the Elephant", una llamada del elefante tan sencilla como tierna; estos enormes animales poseen un complejo sistema de comunicación a través de sus barritos: "Las voces ancestrales de los elefantes hablan de antiguos senderos conducentes a los manantiales, de troncos que sirven de guía para acceder a pozos abiertos y largo tiempo enterrados. Los arquitectos del medio ambiente les hacen la vida accesible a los demás animales (...) En África se mata cada semana a dos mil elefantes, entre el cinco y el diez por ciento anual de una población que sólo aumenta cada año entre un dos y un siete por ciento". El trompetista de jazz Paul Berliner colabora en esta pieza con percusiones autóctonas de Zimbabwe, país en el que vivió varios años con el pueblo shona. "Antarctica" es un homenaje a la Antártida compuesta y ejecutada por Winter (saxo soprano) y Halley (órgano de iglesia), donde los desolados sonidos del viento glaciar y de las focas de Weddell son la idea de la vida casi imposible en este continente tan necesario en el ecosistema mundial: "La Antártida, que controla el clima de todo el globo, contiene el setenta por ciento del agua dulce de la Tierra y alberga en sus archivos, en capas acumuladas de hielo, los datos de setecientos mil años (...) En 1961 se firmó el Tratado de la Antártida, en el que se estipulaba que el continente debía utilizarse exclusivamente para fines pacíficos". Winter es un ecologista más que lucha, con su música, por la supervivencia de estos parajes. De nuevo los dos músicos principales del álbum, junto a los platillos de Paul Wertico y grabaciones de orcas, se muestran maravillosos proponiéndonos un viaje sobre el océano en "Ocean Child", donde el viento y el suave oleaje acarician los lomos de estos cetáceos: "Las orcas nadan por todos los océanos y son conocedoras de un mundo marino totalmente entrelazado. Lanzan sus líneas cantoras hacia un mundo sonoro: las llamadas de comunicación de las orcas se transmiten hasta diez mil kilómetros en aguas despejadas". La información sobre los océanos en este caso, y en general sobre cada tema del disco, es amplia y verdaderamente ilustrativa en el cuadernillo. De hecho, al escuchar este trabajo estamos asistiendo a un sublime documental sobre la naturaleza, como ciegos dejándonos guiar solamente por la música. Sonidos de pájaros (de uirapurus, aves cantoras amazónicas) acompañan a un hermoso canto primario en "Uirapuru do Amazonas", pieza del músico brasileño Gaudencio Thiago de Mello, que acompaña a Winter con voz, guitarra, palo de lluvia y otras percusiones de la tribu amazónica maué: "El uirapuru canta el misterio y la belleza del Amazonas. Diminuto encantador de la leyenda maué, quien oiga su voz vivirá eternamente (...) Los habitantes de la selva tropical conocen todo un tesoro de secretos en el terreno de la alimentación y la medicina. Llevan viviendo diez mil años sobre una misma tierra vivificante que es su guardiana y jardín de espíritus ancestrales (...) Empobrecemos el planeta al destruir de manera irrevocable el don de la diversidad de la vida". "Talkabout" es una visita ambiental a la australia aborigen, la del tiempo primordial, con la ayuda del trombonista de jazz Steve Turre con el didgeridoo, los palos de madera de Glen Vélez, y la grabación del ave lira australiana: "El didgeridoo fue antaño un árbol que cantaba con el viento. Las hormigas blancas ahuecaron su brazo para que pudiera seguir vibrando con el soplo e imitase el misterio de la vida. Los ritos mantienen el vínculo con el principio". El viaje no cesa y pasa a continuación por Asia y la Europa del Este, en una bonita fusión de la energía del Consort con las voces rusas del coro de Dmitri Pokrovski (con el que ya había colaborado Winter en el disco "Earthbeat") en "Russian Girls", con un estilo muy parecido al de los coros búlgaros. Se aclaraba en las notas del disco que esa época la enorme Unión Soviética, con sus más de ciento cuarenta y siete reservas naturales, era otro territorio en peligro. "Black Forest" es una especie de oración a los vientos, un solo de saxo soprano junto al sonido del mirlo europeo, dedicado a la Selva Negra: "Los pinos tienen un verdor oscuro y sombrío, por lo que el nombre de Selva Negra tiene connotaciones románticas y mágicas que denotan reverencia por la belleza misteriosa (...) El bosque está ya moribundo. En 1970 los árboles afectados mostraban los síntomas de una enfermedad misteriosa. En cuestión de diez años, la cuarta parte de los bosques de Europa se ha resentido (...) La contaminación atmosférica, castigo a nuestra irreverencia, se cierne sobre el futuro de nuestros bosques". A continuación, "Song of the Exile" supone la extraña aparición de una canción con ritmo de bossa nova, de nuevo de Thiago de Mello. "Under the Sun" es un nuevo acto de gratitud al astro rey, en el que se une Paul McCandless al oboe, y Glen Vélez toca el bendir o tambor del desierto denominado aquí como el latido de la Tierra. Para acabar, "And the Earth Spins" es una despedida desenfadada y alegre de Paul Halley, un melodioso y maravilloso colofón a este álbum producido por Russ Landau y Paul Winter. 

El Paul Winter Consort es un conjunto vivo, que ha evolucionado con el tiempo y ha contado con numerosos nombres de excepción. La formación que tocaba en directo en esta época estaba compuesta por Paul Winter (saxo soprano), Paul Halley (piano, teclados), Eugene Friesen (violonchelo), Rhonda Larson (flauta), Russ Landau o Eliot Wadopian (bajo) y Glen Vélez (percusión), pero para este "Earth: Voices of a Planet" tan global e importante, Paul Winter cuenta también con las ayudas esporádicas de Paul Wertico, Kenny Mazur, Paul McCandless, David Darling, Ted Moore, Kwaku Dadey, John Clark, Thiago de Mello, Guilherme Franco, Steve Turre, Mark Perchanok, el coro de Dmitri Pokrovski y numerosos seres vivos que pueblan cada zona visitada. Las bellas ilustraciones del folleto son de Hannah Hinchman, y la talla del elefante de la portada, gentileza de Katy Payne, proviene de África Occidental. La música de Paul Winter es junto a los cantos de los animales presentes en el disco, un sonido más de la naturaleza, un vínculo de paz y armonía con el planeta en el que vivimos y un vehículo de comunicación entre los seres vivos. Sus voces son como llamadas pidiendo ayuda, solicitanto que el mundo tome conciencia de hacia dónde nos dirigimos. Este maravilloso álbum, sentido homenaje a los siete continentes y a los océanos, es una de las más hermosas declaraciones de amor hacia el planeta Tierra.








12.12.22

KLAUS SCHULZE:
"Mirage"

La personalidad de Klaus Schulze siempre fue complicada, su relación con los periodistas tuvo momentos difíciles, al igual que con algunos de sus propios colegas, como con Edgar Froese en los meses que pasó en Tangerine Dream. Tampoco duró en Ash Ra Temple, y su dúo Timewind con Michael Hoenig fue efímero, en esta ocasión más por discrepancias musicales que personales. No es de extrañar que Klaus se instalara desde bien pronto de su carrera en una casa en el bosque, apartada de la urbe. Desde allí, aprovechó el desconcierto electrónico de la década para convertirse en un puntal de la conocida como Escuela de Berlín, y la filosofía new age acogió su propuesta (más que al revés, pues el músico nunca comulgó con los dictados de dicho movimiento) con los brazos abiertos, incluso con la carga tenebrosa de obras como "Irrlicht". En su concepción musical algo alucinógena en ocasiones, la consigna todo vale tenía, afortunadamente, ciertos momentos de lucidez, y de igual forma que un virus letal puede ser bello al microscopio, algunas disonancias pueden acabar complaciendo al oído. Así, "Timewind" o "Moondawn" fueron clarísimos triunfos del berlinés, que continuó su eficaz andadura con un trabajo aparentemente más placentero, "Mirage".

Publicado en 1977 por Brain en Alemania y por Island Records en Gran Bretaña, así como por otras numerosas compañías dependiendo del año o país, "Mirage" está dedicado al hermano mayor de Klaus, Hans-Dieter Schulze, que murió de cáncer ese año, lo que se acaba plasmando en una música lacrimosa, en la que proliferan ambientes irreales, pero no necesariamente sombríos. Dulcificado pero profundo, asomándose a un abismo de misterio entre el sueño y la realidad, se presenta "Velvet Voyage", el corte que ocupaba la primera cara del plástico. Como una luz fantasmal entre las sombras, tal vez el túnel de luz del que hablan los retornados de una ECM (Experiencia Cercana a la Muerte), se atisba una lánguida melodía en la lejanía, acercándose tintineante con un creciente sentimiento turbio y la presencia de un desasosegante sonido como de bajo. El tramo final de este largo viaje de terciopelo es luminoso, ayudado por una álgida secuencia de notas de sintetizador. La atmósfera tenebrosa, sin embargo, lo acaba engullendo todo de nuevo. Este "Velvet Voyage", a pesar de ser una suite de 28 minutos, se componía de seis títulos de difícil ubicación: "1984", "Aeronef", "Eclipse", "Exvasion", "Lucid Interspace" y "Destination Void". En la cara B se alzan los recordados 29 minutos de la cristalina "Crystal Lake", otra suite compuesta por seis cortes: "Xylotones", "Chromwave", "Willowdreams", "Liquid Mirrors", "Springdance" y "A Bientot". Es un Schulze en color, la sonoridad es excepcional, sus pequeños cambios de ritmo acertados. La cadencia de teclado, sencilla y repetitiva, sustituye a las robóticas secuencias de otros tiempos. Esta suite se completa con un nuevo ambiente planeador, mas tranquilo que el del primer acto, con un clímax final grandioso, muy cósmico, como una llamada a otras galaxias o planos de existencia. Posteriores reediciones incorporaban una tercera pieza, 20 soñadores minutos de título "In Cosa Crede chi non Crede?". "Mirage" huye de la estridencia de otras obras anteriores, tanto en la ambientalidad de su primera cara como por lo melodioso de la segunda, y se posiciona como uno de los trabajos favoritos del alemán entre sus seguidores menos experimentales y oscuros. Tal vez demasiado largos, en las duraciones de estos temas está sin embargo la esencia del viaje, de este minimalismo electrónico cósmico de variaciones lentas que puede llegar a hipnotizar. "El desarrollo simultáneo del sintetizador llegó en el momento justo para nosotros. La forma en que todo se unió fue perfecta: nueva tecnología, una nueva forma de pensar en la música, y un clima cultural que aceptaba la creación de música no comercial", dijo el malogrado Klaus Schulze, que a pesar de su no comercialidad, ha contado siempre con una legión de fans, como otros padres del movimiento y la música electrónica en general, que nunca deja de atraer en cualquiera de sus vertientes. 

El mundo del misterio y la música electrónica estuvieron muy ligados en algunos momentos de mayor popularidad del género en los años 70 y 80. Los ambientes oscuros de bandas como Tangerine Dream, el esoterismo de Ashra o Popol Vuh, las melodías cósmicas tan sugerentes de Vangelis o Jean Michel Jarre, o el terror más puro conectado a los inicios de Mike Oldfield, se unían a las oníricas o incluso tenebrosas portadas de Klaus Schulze. Su irreal música era asimismo una obra de lo ignoto que profundizaba en el surrealismo daliniano como también lo hicieron los trabajos de Edgar Froese, Michel Huygen (Neuronium), Steve Roach y muchos otros sintesistas de la época. La cubierta de "Mirage", en concordancia con la música contenida, era sin embargo más afable y presentaba la efigie del músico (que ya habíamos visto en "Moonwind") en un suave claroscuro. En las notas interiores del álbum, Klaus aclara sobre la esencia onírica del mismo: "La música es un sueño, pero la interpretación exacta debe ser realizada por el oyente". Cada persona debe encontrarla, por lo tanto, disfrutando por el camino de una nueva escucha. No será la última.

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