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16.4.23

JON MARK & DAVID ANTONY CLARK:
"The Leaving of Ireland"

Se acercaba un nuevo cambio de siglo cuando vio la luz "The Leaving of Ireland" (White Cloud, 1999). Y aunque su concepción tuvo lugar en la lejana Nueva Zelanda y ninguno de sus creadores fueran irlandeses (Jon Mark era un emigrante inglés, David Antony Clark un artista nativo), estos dos músicos quisieron honrar con este trabajo una historia que merece ser recordada, la del aguerrido pueblo irlandés. Este disco es mucho más que la música que contiene, así que antes de hablar de ella, es necesario contar esa historia. En el libreto del álbum, los autores hablan sobre el sueño de América, que -dicen- pertenecía especialmente al pueblo de Irlanda, que asolado por la pobreza y perseguido, necesitaban un mundo nuevo: "Dejando atrás todo lo que conocían, Estados Unidos se convirtió en su Isla del Destino. Desafiando el vasto Océano Atlántico y el desierto americano, los irlandeses no solo lucharon y murieron por su sueño; lo construyeron lenta pero seguramente. Su historia es un camino de gran aventura, de triunfo y de tristeza". 

Tras siglos de pacífica vida cristiana, llegaron las invasiones a la isla, primero de los pueblos vikingos, y a partir del siglo XII, de los ingleses. Especialmente dura fue la campaña de conquista de Oliver Cromwell a mediados del siglo XVII: "Saqueando aldeas y confiscando tierras, su ejército expulsó a los nativos irlandeses y los condujo a las provincias más desoladas y aisladas. Los menos afortunados fueron ejecutados o enviados a las colonias como esclavos. En sólo diez años, un tercio de la población de Irlanda pereció por la espada, el hambre, la peste o las penurias". Sin poder votar, ocupar cargos públicos, poseer armas o comprar propiedades, los irlandeses fueron reducidos a una subclase casi indigente, a la que se negó su propia religión. En ese contexto histórico, abandonar su tierra natal era la única opción del irlandés 'no libre': "Sin embargo, prácticamente nadie podría haber imaginado los horrores que se avecinaban. En la travesía de Irlanda a los puertos ingleses, los pasajeros que nunca habían visto un barco se apiñaban entre el ganado y quedaban expuestos al terror del clima violento y tormentoso del mar de Irlanda. Cruzar el Océano Atlántico fue aún peor y pocos escaparon a la agonía del mareo. Las bodegas de los barcos estaban terriblemente abarrotadas y sucias. Con poca comida o agua, los débiles y desnutridos a menudo sucumbían al tifus, el escorbuto o la disentería. Miles perecieron y de los que tuvieron la suerte de sobrevivir al frío e inexorable océano, el ochenta por ciento murió durante su primer año en las colonias por enfermedad, clima severo o exceso de trabajo". Seanchaí es en gaélico irlandés el origen del término inglés 'Shanachie', que significa 'narrador de historias irlandesas tradicionales'; en el inicio del álbum, "Shanachie", es un narrador el que nos presenta la búsqueda de este pueblo, que también vivió historias felices, de libertad y nuevas oportunidades, por unos Estados Unidos en los que la ciudad de Nueva York se convirtió especialmente en la capital irlandesa-estadounidense del Nuevo Mundo. Y hablando de felicidad e ilusión, eso es lo que representa sin duda una de esas piezas acertadas, maravillosas, con el sello melódico de un David Antony Clark que posee indudables antepasados irlandeses: "Eirin" es un término cercano a la palabra Éirinn, Irlanda en gaélico, que toma además sonidos de instrumentos celtas en su desarrollo como especialmente la gaita y la flauta irlandesas. Compuesto por Jon Mark, "A Hundred Shades of Green" es otro tema destacado en el álbum, por su acertada sonoridad cercana a la fantasía celta, un efluvio de alegría y esperanza. También de Mark es "Freeborn Man", balada que encarna el recuerdo de los irlandeses nacidos libres; su vocalista, Deirdre Starr, es una inglesa de padres irlandeses que colaborará de nuevo con Mark unos años después. Tras otro bonito tema de Clark, "Hills of Home", es preciso continuar con otra triste historia de este pueblo: de vuelta a Irlanda, en una gran recesión agrícola por la que la dieta de muchas familias se reducía a patatas y leche, llegó a mediados del XIX la hambruna de la patata (o gran hambruna irlandesa), una enfermedad producida por el parásito conocido como Phytophthora infestans que infectó a su única fuente de alimento sólido. La protestante Inglaterra no hizo mucho por ayudar al católico pueblo irlandés, y un millón de personas murieron de hambre, situación que Jon Mark pretende reflejar en el corte más oscuro del trabajo, "The Hunger", al que sigue un recordatorio a esa religión oprimida ("Celtic Cross", de nuevo con gaita irlandesa y narración de un texto tradicional) y la esperanzadora pieza que titula al disco, "The Leaving of Ireland", que los autores saben dotar de emoción. En efecto, otro millón de personas tuvieron que realizar una nueva emigración a los Estados Unidos, otro viaje que tampoco fue precisamente fácil y que conllevó más muertes en los conocidos como 'barcos ataúd': "Durante los meses más oscuros de la hambruna, llegaban a Nueva York hasta cuarenta barcos de inmigrantes al día. Tomando los trabajos más duros y peligrosos, donde sea, por cualquier pago que pudieran obtener, los irlandeses pronto ganaron una merecida y orgullosa reputación. Un periódico informó que Estados Unidos exige para su desarrollo un fondo inagotable de energía física, e Irlanda proporciona la mayor parte". Era la conocida como energía irlandesa. Deirdre Starr deslumbra de nuevo en dos canciones con sueños de libertad: "Kathleen" (dominada por los teclados ambientales de Jon y la sedosa voz) y "Dreams of Freedom" (una especie de himno adornado por flautas y teclados). "A New and Blessed Land" (espectacular tema con diálogos y un acertado aporte melódico muy del estilo, de nuevo, de Clark), habla de ese difícil trayecto hacia una tierra nueva y bendita en la que hallaron su lugar en este nuevo mundo, "New World", enternecedora pieza con la que culmina este álbum, necesario para conocer una de esas historias difícilmente comprensibles pero que han forjado una raza. Para concluir la aventura, un nuevo paso fue la guerra civil americana, en la que los irlandeses demostraron ser ciudadanos de pleno derecho de su país de adopción. Muchas otras subhistorias se agolpan en este periplo irlandés, y sobre él, "The Leaving of Ireland" es, además de un documento sonoro, un grandísimo recuerdo.

El músico inglés Jon Mark fundó en Nueva Zelanda el sello de músicas instrumentales White Cloud en los años 90, y uno de los bastiones de la compañía fue el neozelandés David Antony Clark, que se llegó a convertir, más que en uno de esos músicos de White Cloud, en un amigo para Jon Mark. Ambos decidieron grabar este álbum sobre las emigraciones del pueblo irlandés, y juntos consiguieron que su música fuera cercana y sincera. En "The Leaving of Ireland" Mark interpreta teclados, guitarras y voces, Clark teclados y voces (amos co-producen el álbum), Deirdre Starr es la vocalista principal, a la que se unen Ciarán Mac Sluaghain y el narrador Eddie Hickey, Bob Bickerton (gaita irlandesa, flauta irlandesa y arpa celta), Ciarán Newall (flauta irlandesa y mandolina), Tim Sean Barrie (guitarra), Rebecca Jackson (violín), Paul Dyne (bajo) y Mick McKenna (bodhrán). Vistiendo su música de emoción y aventura, Jon Mark y David Antony Clark se convierten, en su primer y único álbum juntos, en una sola entidad musical que busca transmitir un mensaje. La manera de hacerlo es tan fabulosa como la música contenida en este gran trabajo.








10.7.21

JON MARK:
"The Standing Stones of Callanish"

Después de unos años en bandas efímeras y de acompañar a Marianne Faithfull en sus discos y conciertos, el músico inglés Jon Mark formó el dúo de jazz/rock Mark-Almond junto a Johnny Almond, alcanzando una cierta repercusión en la década de los 70 a pesar de que en 1972​ perdiera parte del dedo anular de su mano izquierda en un accidente. Años después, era importante no confundir el nombre de este dúo con el del floreciente cantante y miembro del grupo Soft Cell, Marc Almond. Entrados los 80, Jon se trasladó a la lejana Nueva Zelanda, donde fundaría el sello White Cloud la década siguiente, dando a conocer una serie de músicas instrumentales, neoclásicas y étnicas muy distintas a las de sus inicios. El propio Mark, que había seguido grabando en solitario, tornó en un periodo de cinco años (desde la publicación de "The Lady and the Artist") su faceta de cantautor a la de músico instrumental basado inicialmente en la antigüedad de la humanidad, intereses que originaron una especie de trilogía que comprendía los títulos "The Standing Stones of Callanish" en 1988, "Land of Merlin" en 1992, y "Alhambra" ese mismo año, publicados por Kuckuck al ser todos ellos anteriores a White Cloud.

De nombre auténtico John Michael Burchell, ganador de un premio Grammy en 2003 por su grabación y producción de los monjes del monasterio de Sherab Ling en su álbum "Sacred Tibetan Chant", Jon Mark falleció en febrero de 2021 tras una larga y variada carrera. Una bellísima música ambiental melódica nos recibía muy acertadamente en el primero de los trabajos de la terna mencionada anteriormente, un "The Standing Stones of Callanish" de impecable presentación, diseño con tonos dorados repleto de imaginería celta y una fotografía en la portada de las piedras de Callanish, ese conjunto de menhires prehistóricos levantados por la temprana humanidad hace casi 5.000 años cerca de la actual población de Callanish en la isla de Lewis -Hébridas Exteriores escocesas-. ¿Qué gran conocimiento se esconde en estos centinelas silenciosos, envueltos en las brumas del tiempo, tallados por manos desconocidas?, se pregunta Jon, que habla sobradamente de esta construcción en el libreto del disco, unos megalitos erigidos hace milenios por los antiguos celtas, conocidos como el Stonehenge escocés, aunque mucho menos distinguidos que la construcción inglesa. Presa de antiguas leyendas celtas, el álbum es sólido en su sonido, no presenta apenas altibajos, su tono general es calmado, basado totalmente en capas de teclados Roland. Abriendo el disco, "Chloe's Day" se mantiene en su melodía inalterable durante más de 6 placenteros minutos, idílico estilo ambiental que continúa con la adoración a esa 'tierra bendita' en "Blessed Land", y que continúa con apacibles variaciones en "The Eye of the Hawk", con celestiales reflejos épicos. "Mist on the Morning Hills" no difiere en demasía de la primera muestra del disco salvo por su tono algo más alegre, mientras que "The Standing Stones of Callanish", la pieza que da título al álbum, adopta un motivo atmosférico algo más misterioso. El trabajo se mueve en todo momento por terrenos suaves, muy agradables y bien construidos por el teclista inglés, que por momentos se acerca a los intentos meditativos de otro grande de Kuckuck como Deuter, especialmente en intentos aflautados como "The Raven in the Oak Tree". La obra presenta una clara continuidad mística hasta su final, envolturas de sensación celestial, vaporosa, con retazos de antigüedad, alzando la voz de nuevo de manera más épica en los momentos finales, "Journey Across the Crystal Sea" y esa despedida que no es sino un hasta luego titulada "Remembering". "The Standing Stones of Callanish" es un recuerdo y tributo de Jon Mark a sus raíces celtas, algo que más adelante intentará engrandecer en uno de sus trabajos más recordados para White Cloud, "A Celtic Story", un buen álbum que, sin embargo, no llega al nivel de afecto y de atracción de esta obra instrumental primeriza, en la que enfocó sus ideas básicas con gran fortuna y sobrado encanto. 

Intentando mantener la esencia ambientalmente esotérica de "The Standing Stones of Callanish", Jon Mark continúo en esa misma línea cuatro años después con dos trabajos rezumantes de misterio antiguo, "Land of Merlin" como homenaje artúrico y "Alhambra" en una visita muy especial a la cultura árabe que floreció en el sur de España. Más interesante que el dedicado al poderoso mago es el inspirado por el gran complejo granadino, en el que además se hace acompañar de una mayor gama de instrumentación. Y si algo no se le puede negar a los álbumes de Jon Mark en solitario es la preocupación constante por que el diseño gráfico acompañe perfectamente a la música, que cada trabajo explique perfectamente su origen tanto en sus fotografías o ilustraciones, como en la conveniente explicación de su inspiración en el interior de la obra. Es precisamente el caso de "Alhambra", un CD de cuidado folleto, aunque su agradable intento arabizante se sumerja en sonoridades fáciles, así como imitaciones de estilos españoles e impresionistas (Ravel, por ejemplo). El tiempo ha mantenido con mayor frescura las atmósferas celtas primigenias de "The Standing Stones of Callanish", el debut en la instrumentalidad del siempre interesante Jon Mark.

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15.11.09

DAVID ANTONY CLARK:
"Sacred Sites"

Existen en nuestro planeta determinados lugares de poder, enclaves determinados donde las energías de la Tierra, por diversos motivos, son encauzadas de forma adecuada, una tan mágica y especial que por momentos parece que transmitan su propia música a través del silencio. Estos sitios sagrados han sido utilizados y venerados religiosa o espiritualmente desde la antigüedad, por medio de emplazamientos megalíticos, catedrales o monumentos naturales de imponente belleza. Como un médium sonoro, el compositor neozelandés David Antony Clark se acercó en el año 2004 a algunos de estos lugares, e inspirado por su carácter mágico canalizó esas energías de la Tierra para lograr una inspiración superior que, combinada con los interesantes instrumentos que suele utilizar y su habilidad para encontrar la 'esencia primera' que nos conecta con el planeta, acabó conformando un álbum especial, maravilloso y ciertamente fascinante, uno de sus mejores trabajos, de título "Sacred Sites", publicado por su compañía habitual, White Cloud (con su correspondiente distribución en España -convenientemente traducida por Coro Acarreta- por parte de Resistencia).

A la natural espiritualidad de David Antony Clark se unía en este trabajo el misticismo y la energía de esos lugares sagrados escogidos por él mismo, inspiradores de paisajes sonoros llenos de magia, calor y fuerza. Las melodías no difieren del típico sonido de su autor, por lo que este disco no va a decepcionar al seguidor fiel del neozelandés, y sorprenderá además al que se adentre en su mundo por vez primera. Si bien cada trabajo de este preciosista músico supone un largo viaje, este va a constar de muchas más paradas en un larguísimo recorrido, de Australia a Perú pasando por Siria, Irlanda o el Himalaya, impregnándose de la esencia y el misterio de cada lugar sagrado, de tal manera que las visitas son más espirituales que en sus viajes por Australia o África, incluyendo voces y localizaciones de varios rincones del mundo, esos lugares sagrados que David recorre como un peregrino musical, como lo hizo en su momento, practicamente como un mochilero. El viaje comienza con "The Cape of Restless Souls" en su tierra, Nueva Zelanda, donde somos recibidos por cantos maoríes y por una de las melodías representativas de Clark, alternando tan eficazmente teclados con instrumentos de viento, que parecen contarse historias ancestrales. Son sin embargo esas voces únicas lo más destacable del disco, por su variado origen, aportando su grano de arena en el aura de cada pieza y adaptándose a sus temáticas: hindúes en "To the Ice God" (dedicado a la himalaya cueva de Shiva), árabes en "Midnight in the Temple of Baal" (donde la voz de Huda Melsom destaca en una elaborada y evocativa composición, con un interesante laúd árabe), gregorianas en "The Abbey and the Thorntree" (sobre la abadía de Glastonbury) o celtas en "Ghosts of Culloden" (donde Clark se deja llevar por su sangre irlandesa), completando una primera mitad del disco altamente interesante y globalmente efectiva. Es por contra el primer corte instrumental la gran joya del trabajo, una cautivadora melodía de atracción innegable que lleva por título "The Martyrs' Stone", dedicada a las lápidas del cementerio dublinés de Glasnevin. Sólo un peldaño por debajo se encuentra otra composición enteramente instrumental, "Brú na Bóinne", que cierra este apartado celta en su viaje hasta el complejo arqueológico de Newgrange, en Irlanda. Hasta la américa andina nos transporta "Machu Pichu", en la que podemos escuchar un poema del propio David Antony Clark en español. Ambientes naturales y sonidos selváticos pueden percibirse en varios de los cortes, si bien abundan especialmente en el último de ellos, "The Dreaming Pool", dedicado a los cortados de Ubirr, en el parque nacional de Kakadu (Australia), cuya melodía es tan simple como el rumor de esas sonoridades animales.

Por la presumible simpleza de sus melodías, su envoltura de new age ecológica, o simplemente por provenir de un país pequeño y una compañía de discos bastante desconocida, David Antony Clark no gozó, en su época de mayor esplendor, de mucho predicamento por parte de la crítica especializada. A pesar de ese ninguneo se trata, por méritos propios, de una referencia en las nuevas músicas, un espíritu aventurero cuya inspiración parecía tan inagotable como la belleza de los paraísos, naturales en su mayoría, a los que siempre ha referenciado en sus discos, de los que "Sacred Sites" es un clarísimo ejemplo de obra sin altibajos, un acertado disco lleno de melodías agradables, pegadizas, de inspiraciones varias aunque un sonido rotundo, el típico modo que tiene David Antony Clark de presentar su trabajo. Algunas leyendas ancestrales ya llevan asociada, de manera inherente, su música.

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18.7.09

MICHAEL ATKINSON:
"Gaelic Heart"

No es de extrañar que en un país tan inmensamente grande como Australia (el sexto más grande del mundo y por contra el de menor densidad de población por kilómetro cuadrado) haya una importante diversidad cultural. La colonización británica que desplazó a los aborígenes, auténticos pobladores autóctonos del país, provocó también que la cultura celta estuviera presente en esta tierra hasta nuestros días, e incluso que exista una categoría, la anglo-celta, que describa a la población descendiente de ciudadanos de Inglaterra, Irlanda, Escocia y Gales. En esta categoría se encuadraría la inmensa mayoría de la población australiana, y por supuesto el músico que nos ocupa, Michael Atkinson, un residente de la seca Ceduna, en el sur del país, que aprendió a tocar la guitarra por el aburrimiento en la escuela secundaria; tras una banda de gran éxito local, Redgum, estudió en el conservatorio de Adelaida. Michael deja claro su 'corazón gaélico' en el título de su segundo álbum, publicado en 1999 por White Cloud, el sello de otro músico de orígenes celtas, el inglés Jon Mark.

Tres años antes de "Gaelic Heart", White Cloud había editado "To the Shores of an Ancient Sea", un evocador primer trabajo -inspirado por el agua y la ausencia de ella- de este afamado compositor de bandas sonoras en su continente de origen (aunque ninguna de ellas sea relevante, consta en el libreto de "Gaelic Heart" que ha ganado varios premios en dicha categoría). El disco que nos ocupa es una obra más madurada y tematizada, que habla del espíritu y la mitología celta, y se nutre no sólo del momento de gracia de un talentoso compositor sino además de unas gloriosas interpretaciones de músicos practicamente desconocidos, australianos en su mayoría, de cuya profesionalidad se aprovecha nuestro protagonista. Dominado por sus raíces celtas -literalmente, obligado a responder al sentimiento nostálgico de las mismas-, e inspirado por "el pozo profundo del espíritu celta, donde se encuentran las raíces de todos los sueños, el romance y el anhelo de la civilización occidental", Atkinson desarrolla un estilo sinfónico muy acorde con las características fílmicas de sus partituras, de hecho algunos de los pasajes pueden recordar momentos de películas míticas como "Braveheart" o "Rob Roy", en especial los tres temas en los que colabora la Orquesta del Estado de Victoria, el bello comienzo de título "Morning of the World", la suite "Gaelic Heart" y la composición más destacada del disco, una lírica y embriagadora maravilla de título "Land of Gold", evocadora de paisajes gaélicos, en la que la flauta irlandesa desarrolla su melodía sobre arpa y orquesta, con la inmensa contribución del violín. Son esos tres instrumentos tan típicamente celtas, arpa, flauta y violín, los que mantienen una serena conversación en otro tema importante, "Danu Mother of the Celts", dedicado a la figura de la diosa celta Dana, lo que resalta los aires mitológicos de la obra. Una segunda característica del álbum es la utilización de la guitarra clásica en dos de las composiciones ("Curragh on the Loch" y "Legend of the Enchanted Lovers"), en un estilo folclórico muy similar al de la conocida "Cavatina" de otro gran compositor de música para cine, Stanley Myers. Dejando acabar su minutaje nos abandonamos ante un álbum imprescindible, pulcro y revestido de plácida hermosura en su calmado sinfonismo, sobre cuyo fondo comenta el propio Atkinson: "Sería poco humano ignorar el espíritu irresistible de la música celta, abunda en un rico sentido de la historia de la gente y llega mucho más atrás en el tiempo. Como músico, me resulta imposible no responder a su fuerte impulso melódico, e influencias emotivas". En cuanto a la calidad del sonido, "Gaelic Heart" se aprovecha de la masterización digital del genial músico neozelandés David Antony Clark en los estudios UCA, de su propiedad. La producción, como viene siendo habitual en White Cloud, corre a cargo del 'jefe', Jon Mark. 


Nuestras antípodas suponen un enorme territorio de increíble riqueza, variedad y belleza. Músicos como Michael Atkinson consiguen trasladar esa exuberancia a la música, y como otros de sus colegas del sello White Cloud -David Antony Clark, Philip Riley o Jon Mark-, imprimen sus sensaciones en obras que lamentablemente gozan de escasa trascendencia (desde luego no tanta como la de sus compatriotas AC/DC o INXS), pero que a los que saben encontrarlas les acaban colmando generosamente, desde su humildad, de paz, armonía y bienestar. Ediciones Resistencia contribuyó a ello con el detalle de difundir y publicar en España sus propias ediciones de varios trabajos de White Cloud, entre ellos de este sosegado y evocador "Gaelic Heart", del que se ha dicho: "El arpa etérea, la voz y la elocuencia del violín y el silbido despiertan el corazón dormido del romance".





7.4.08

PHILIP RILEY:
"Celtic Visions and Voices"

Los maoríes, pobladores autóctonos de Nueva Zelanda, llaman a esta isla Aotearoa, 'la tierra de la gran nube blanca'. De ahí tomó su nombre el sello White Cloud, fundado por Jon Mark en 1994. Nacido en Inglaterra, Mark tuvo unos años de éxito con la Mark-Almond Band (no confundir con Marc Almond) para trasladarse en los 90 a Nueva Zelanda y descubrirnos a través de White Cloud no sólo su nueva música instrumental sino a numerosos artistas afincados en esa lejana zona del globo, algunos de ellos tan importantes como David Antony Clark, Michael Atkinson, David Dawnes, Peter Pritchard, David Parsons o el que nos reclama la atención ahora, Philip Riley, un británico exiliado voluntariamente, como Jon Mark, en la maravillosa isla oceánica desde 1977. Así se comprende mejor que, desde una tierra de costumbres totalmente diferentes a las celtas, su primer disco intente vendernos ese tipo de música, que también adoptaría otro conocido compañero de White Cloud, Michael Atkinson.

El traslado de Riley a las antípodas conllevó un gran cambio, ya que el trabajo que dejó en Inglaterra fue de batería en clubes nocturnos: "En esa atmósfera irreverente era difícil conseguir que la música se tomara en serio (...) en un contexto de conversaciones ruidosas y humo tan espeso como la niebla". De repente, el corsé de la batería desapareció cuando empezó a utilizar la electrónica ("me dió una libertad de expresión que antes no imaginaba que sería posible") y pasó a emplear los sintetizadores para crear obras encantadoras, que reflejaban tanto su mundo interior como la belleza paisajística de las islas. Aunque parezca extraño, Riley declara que a su llegada al país con su familia (su esposa Jane y su hija Lindsey), la integración fue fácil no sólo por la belleza natural sino porque lo celta está vivo y vigente por todas partes. Tras su participación en varias bandas locales, su encuentro con Jon Mark generó su nuevo estilo, una música gloriosa tras la que Riley actúa agazapado, discreto, sin la sonora petulancia de otros (que unas veces engrandece pero otras vulgariza el producto), lo que en el fondo hace más valorable su no tan comercial propuesta, aunque precisamente se intente facilitar esa comercialidad con el adjetivo 'celtic' que se unió al título con el que este trabajo se lanzó de inicio por parte de White Cloud en 1994, que era simplemente "Visions and Voices". Unas veces con cierta inspiración, otras no tanto, este antiguo batería de rock y pop pasea su encantadora propuesta a lo largo de once temas en los que también podemos respirar la naturaleza neozelandesa junto al romanticismo importado de las islas británicas, una música cálida y hermosa que, entre teclados, guitarras, flautas y percusiones, contribuye a dar vida la voz susurrante de la neozelandesa Jayne Elleson. Esta afamada y etérea vocalista pasa de parecer de inicio un acompañamiento a ser parte imprescindible del trabajo en su conjunto (esa presencia femenina que, como la propia Tierra, es tan importante en la cultura celta), y tomará cada vez más protagonismo en la obra de Riley en White Cloud, legando a firmar a dúo su tercer álbum, "The Blessing Tree". Más allá de las placenteras sensaciones de composiciones como "Prayer to a Fledgling Moon", con su ímpetu romántico, celestial, o más voces y teclados llenos de emoción, como la que desprenden "Awakening" o "The Last Blossom on the Tree" (fantasía y ensoñación con el beneplácito de las flautas), no podía faltar el poso de las raices, a través de una variada instrumentación que incluye bodhrán o flauta irlandesa, que destacan en "The Quickening", "Hearts on the Rowan" o "Scatterbone Runes" (claramente deudora del estilo de Enya). También aparecen sonidos naturales, como la lluvia junto a un piano íntimo en "Terre Verte, the Colour of Rain", pero dos temas destacan poderosamente por encima del resto por su mezcolanza de fuerza y sensualidad, siendo éstos precisamente los de apertura y cierre del disco: "The Romany Child" como propuesta ambiental, con un desarrollo angelical en la que delicados piano y voz abruman por su bellísima y etérea armonía con la ayuda del chelo; y "Visions and Voices" como el gran momento rítmico y el intento de reminiscencias celtas más completo e interesante de la obra, un verdadero éxtasis donde la contribución del bodhran, el chelo y las flautas, acompañados de un texto en latín recitado por Matthew Lark, logran esa pieza magistral por la que se puede recordar a un músico.


Los discos de Philip Riley, al contrario que los de David Antony Clark, están bastante alejados de las costumbres maoríes o de la espiritualidad de Nueva Zelanda y Australia. La palabra 'maori' significa 'normal', 'ordinario', y distinguía a los mortales de los dioses y los espíritus. "Celtic Visions and Voices", que Philip define como un trabajo sin reglas, bien podría encontrar la relación con la tierra que acoge a su creador en esa palabra, y en la distinción de discos normales con los que, como éste, llegan un poco más allá. Desde su avanzado estudio con vistas al puerto de Wellington, la unión de fuerzas de la espiritual pero a la vez tecnológica instrumentación de Philip Riley y la voz sugestiva de Jayne Elleson descubrió al resto del mundo esta bella música que, sin extravagancias ni excesiva dificultad, poseía la idea clara de la búsqueda del placer auditivo.



19.1.08

DAVID ANTONY CLARK:
"The Man who Painted Caves"

"Soy artista, pintor de cavernas. Con ocre y pigmento conjuro para mi clan magia positiva en las cacerías". Así se presenta el hombre primitivo al que rinde tributo David Antony Clark en este disco publicado en 1999 por White Cloud, donde el músico neozelandés continúa demostrando su adoración por las culturas antiguas y la naturaleza más primigenia. Tras Nueva Zelanda ("Terra Inhabitata"), Australia ("Australia. Beyond the Dreamtime"), Africa ("Before Africa") e Irlanda ("The Living of Ireland"), un amplio territorio más centrado en el tiempo que en el espacio es recordado en "The Man who Painted Caves", memorable trabajo de esencia primitiva a través de voces tribales interpretadas por hasta siete vocalistas (incluido el fundador de la compañía White Cloud, el inglés Jon Mark, con el que colaboró en "The Living of Ireland", y que es también productor ejecutivo del disco), ritmos que parecen surgir de las entrañas de la tierra, sonidos ambientales, teclados y el armonioso sonido de las flautas, en variedades que van de las de bambú a las maoríes, celtas o indias.

Resistencia publicó en España, como viene siendo habitual, la edición en castellano del disco, donde se nos cuenta la historia de cada canción desde la perspectiva de ese instintivo y ceremonioso pintor de cavernas nómada que las protagoniza. Las melodías de David Antony Clark son fácilmente identificables y se basan en patrones parecidos disco tras disco. Son las variaciones de esas pegadizas tonadas y sobre todo la especial ambientación, orientada al motivo de la obra (una gran gama, muy cuidada, de ritmos, percusiones, voces y sonidos naturales), lo que marca la diferencia entre este músico neozelandés y la gran mayoría. La producción es, además, exquisita, logrando una mimetización extrema entre lo tribal y lo moderno, personificando ese sonido conocido como neo-primal. Altamente original es el motivo silbado y aflautado que introduce el trabajo, una especie de oración musical a los dioses del bosque ("Forest Gods") que se hace muy atrayente, como también excitante es el concepto privado, recogido, de "Cry of the Spirit-Cat", bella melodía de flauta complementada por un lastimero efecto de cuerda y sonidos y voces naturales, recreando pasajes olvidados. Son sin embargo los momentos rítmicos, esas embargables melodías de "The Bison Hunters" o "The Man who Painted Caves" (el neo-primal más adictivo, que llama al movimiento por su tratamiento rítmico que bien podría haberse asomado a estéticas modernas en algún atrevido mix) los que acaban siendo indefectiblemente los instantes más recordados del álbum, concentrando gran parte de su emoción en la primera parte del mismo. De este modo, nos encontramos en esta obra con ese primer acto trepidante, con escenas de caza y ceremonias tribales que le dotan de un mayor misticismo ancestral, y una segunda parte que se mueve por lo general en terrenos más tranquilos, espirituales y en conexión con la naturaleza ("A Night in the Garden with Eve", "Black Moon", "Limestone Cathedrals", "Sacred Chambers"). En general, una soberbia muestra de lo que este original artista gusta denominar como 'música neoprimitiva' en cuya concepción, nos hace recordar, y a falta de otros vestigios, cobra gran importancia ese arte primitivo que en Australia se puede admirar en forma de antiquísimas pinturas, "evidencias del paso del hombre prehistórico por el mundo (...) Las pinturas rupestres tienen una antigüedad de entre veinte y treinta mil años, y cuando las vi, todo tenía sentido. Ubir, una de las áreas que visité, ha estado habitada continuamente durante al menos cincuenta mil años, y sin embargo ha sido muy poco alterada por sus habitantes".

Leemos en la web oficial del artista: "Esta colección de música es una cautivadora interpretación de una época, cuando la historia fue escrita en las paredes de las cuevas. Con sus ritmos de percusión sosegados y su tranquila distribución recrea perfectamente la vida de cuando el tiempo estaba marcado por el sol y la tecnología más moderna se reducía a un hacha". En "The Man who Painted Caves", como en toda la obra de David Antony Clark, acompañando a los teclados son continuos los diálogos entre flautas -algunas de las cuales suenan recreando pájaros-, los sonidos de animales en general y las atmósferas naturales, así como voces, que han pasado de ser indígenas o primitivas a meditativas, realzando la carga ambiental de sus composiciones. La suya es una de las músicas de estudio que más le debe al padre Cielo y la madre Tierra, pues a pesar de su artificialidad se nota su auténtica intención, reflejar su amor por la música, los viajes y la naturaleza.

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28.12.06

DAVID ANTONY CLARK:
"Before Africa"

Parece mentira que desde un país tan pequeño como Nueva Zelanda irrumpieran en los 90 con tanta fuerza y calidad en el mercado de las Nuevas Músicas artistas de la talla de Michael Atkinson, Philip Riley o David Antony Clark. La música de este último en concreto posee unas características que la hacen muy especial, un dinamismo y alegría únicos que consiguen que cada canción nos cuente algo, nos pinte imágenes muy realistas y nos descubra nuevos ritmos. La música de Clark surge de las entrañas de la propia Tierra y de la raigambre popular, cada uno de sus trabajos es una auténtica celebración, una exploración no sólo sonora sino también física de esos paisajes por los que ha viajado el aventurero David Antony Clark, pues en su juventud, emprendió una agitada vida de trotamundos en la que, durante diez años, visitó Europa, América, Asia y el Lejano Oriente, ganándose la vida de cientos de formas diferentes (camarero, clases de guitarra o de inglés, recogiendo fruta, tocando música, etc) y asimilando una multitud de conceptos e ideas que, poco después, fueron la base de su obra. Cuando tras el primerizo "Terra Inhabitata" grabó "Australia", el álbum con el que empezó su despegue, se encontró con una fiesta sensual en aquellos desiertos, un increíble paraíso de ruidos nocturnos por la noche, y un antiquísimo arte rupestre de día, allí las energías eran puras y aquel trabajo transmitía algo de aquella inmensa pureza. El siguiente paso fue la visita al continente africano, otro ámbito primitivo y majestuoso paisajística y faunísticamente hablando, hasta tal punto que David afirma haberse visto abrumado por aquella vastedad.

La inspiración concreta de este álbum publicado por White Cloud en 1996 se ubicó en centroáfrica, en Tanzania exactamente, en el que se han descubierto algunos de los asentamientos humanos más antiguos. En "Before Africa" este neozelandés se traslada también en el tiempo hasta una época primigenia del continente negro, y nos ofrece nueve espléndidas composiciones con lo que ya empezaba a ser su estilo característico, una bella sucesión de dulces melodías tremendamente pegadizas aderezadas por ritmos y voces indígenas, un cautivador sonido que ha sido denominado como neo-primal, que consiguió hacerse muy popular, y que en España también tuvo su hueco radiofónico, así como David Antony Clark sus ediciones propias en CD por medio del sello Resistencia. Aunque su música sea agradable y fácil de escuchar, no es este un músico acomodado, cada nuevo proyecto conlleva un estudio importante, por ejemplo en cuanto a Africa nos decía: "Leo mucho antes de comenzar mis proyectos musicales. Esta vez me sumergí en la literatura sobre África y sus orígenes tempranos, incluidos los trabajos de los antropólogos Richard Leakey y Donald Johanson. Fue a través de toda la lectura que desarrollé el panorama de imágenes primitivas para este álbum". Desde esa cálida bienvenida a la sabana que supone la alegre "A Land Before Eden" nos abordan las tonadas basadas en los vientos o percusiones que parecen tan antiguas como la Madre Tierra (algunas de ellas a cargo de otro importante artista del sello White Cloud, Philip Riley), combinadas con teclados en preciosos desarrollos dinámicos como en "The Stone Children" (cuya juguetona percusión te persigue hasta mucho después de concluir la pieza), "Flamingo Lake" o la completa y más difundida "Rainmakers", hermosa y acompasada tonada en la que primero nos recibe una auténtica percusión de palos y posteriormente nos acecha una tormenta, como en una impronta de la vida natural indígena. Mientras tanto, en otras composiciones, como "Ancestral Voices" -con sus suaves notas de ocarina-, "Inmortal Forces" o "The Inner Hunt", se deja entrever una carga más puramente ambiental. Las ocarinas son interpretadas por Max Guhl y Stephan Clark, la batería étnica adicional por el zaireño Sam Manzanza, otras percusiones por Philip Riley, y David Antony toca sintetizadores y se encarga de los samplers, intentando en todo momento conjugar la modernidad con lo primitivo: "El enfoque de mi trabajo es un poco idiosincrásico. Creo que para este tipo de música, si el sonido es demasiado perfecto, como un verdadero tambor, entonces no es tan convincente, tan creíble. Entonces me gusta crear sonidos orgánicos que se ajusten a las imágenes. Sobre todo, utilizo muestreadores, porque me gusta usar sonidos reales, instrumentos étnicos, como el didgeridoo, y sonidos de animales como las ranas y los pájaros". Ante todo se nota que David Antony Clark es un músico comprometido, enamorado de los paisajes vírgenes, y que rinde tributo con su música a los antepasados de la humanidad, unas culturas indígenas de las que admira, literalmente, su valentía, ingenio y voluntad de supervivencia, y que han dejado sus huellas en forma de reliquias, monumentos o leyendas. Según él, todos les llevamos en nuestro interior.

Ritmos pegadizos, atmósferas memorables, ecos de un pasado remoto en los albores del hombre, se conjugan en este trabajo encantador y fácilmente audible de David Antony Clark. Sus palabras de unos años atrás sobre el continente australiano también pueden trasladarse a este trabajo africano, como si la inspiración primitiva fuera cosa de un sólo continente, Pangea: "la esterilidad, la sequedad del paisaje, los gigantescos montículos de termitas, como extrañas estructuras arquitectónicas en el paisaje. Pero lo más abrumador fue la edad, casi se podía oler la edad. La tierra está tan gastada, tan antigua. Y hay una cantidad increíble de vida salvaje, tan densa. Por la noche, el ruido era increíble, desde grillos, pájaros nocturnos, ranas y criaturas en las zonas pantanosas. Es como una fiesta sensual, casi un asalto a los sentidos". La vitalidad de su música no tiene fronteras, estamos ante un artista que disfruta con lo que hace, y lo que es mejor, hace disfrutar a sus seguidores. David Antony se define como un nuevo tipo de explorador, "que vaga por continentes, escuchando los ecos de los ritmos ancestrales, y luego vierte estas reliquias en su crisol musical y agita suavemente nuestras almas"; un tanto pretencioso, pero bien es cierto que sus rítmicos latidos primigenios tienen capacidades asombrosas para agitar los recovecos más ocultos del ser humano.