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viernes, 5 de octubre de 2012

DESIGNIOS INESCRUTABLES


Anoche un ciempiés del tamaño de la uña del meñique desfiló marcial delante de mis narices, por el suelo de mi apartamento. Yo no sirvo para matar bichos, así que cogí a toda prisa una hoja de papel para obligarle a subir y echarlo a la jardinera, fuera, en la ventana. 
Me cayó gordo el bicho, que no paraba quieto, y, al final, sospecho que, pese a mis esfuerzos, se despeñó ventana abajo. Lo tenía ya sobre el papel y el bicho echó a correr hacia mi mano (con sus cien pies a toda máquina; que digo yo que ya podrá, el desgraciado) y sentí un miedo ridículo a que me tocara y me causara un daño irreparable. Y así, decía, con un gritito mío, la hoja también cayó por la ventana. Estaba oscuro fuera y perdí de vista al bicho pardo. Pero la hoja... Una ráfaga de viento inoportuno la hizo volar delante de mis ojos, la llevó al capó de un todoterreno aparcado justo enfrente. Y luego, otro golpe de aire, al centro de la calzada, donde el camión de la basura acabó de rematarla. Parecía clavada al suelo y, por un instante, pensé en bajar corriendo y recuperarla. Pero otro coche, uno más pequeño se la llevó puesta hasta la glorieta, y allí, por fin, le perdí la pista.
Mi hoja de papel, con tu teléfono y tu email anotados a lápiz.
Me fui a la cama sin saber si había sido desgracia o acaso la más rotunda de las suertes. Si tenía que agradecerle al ciempiés el haberme librado de nuevo. Va a ser cierto que Dios gasta un humor extraño. Y sus ángeles custodios, una variedad de formas encomiable. 
(Quién sabe si continuará)

martes, 7 de agosto de 2012

AGOSTO


Me gusta Madrid en agosto. Esos huecos que dejan las personas, a los que sé que no debo apegarme, porque llegará septiembre y sus proyectos. El silencio a medias de los coches ausentes. Las calles despobladas a la hora de la siesta. El asfalto reverberando a lo lejos, casi en Cuatro caminos. Y mis pasos. Cada vez más firmes, más livianos. Porque resulta que es posible caminar sobre este suelo subatómico hecho de vacíos. Pasar de puntillas por los lugares hostiles a los que no pertenezco. Respetar el ansia de los depredadores, por los días en los que esta pantera temía conciliar los sueños, por caerse de la rama, dar con su cuerpo sobre el suelo recio y sufrir por el sufrimiento de creer verse a sí misma, rota, repartida en cada uno de los mil cristales negros. (¿En cuál de las partes de la pantera se halla la esencia, el alma misma, de la pantera? ¿En la astucia, en las zarpas, en el ojo izquierdo, en la cola, en la velocidad, en el silencio?)
Madrid en agosto puede aparcar en cualquier sitio su vocación de selva y abrirse en bulevares con bancos a la sombra. Puede obrar el milagro de la calma. Y hasta los barrenderos podrían dejar de poner el ser en sus escobas, aunque siguieran un poco enfadados con los perros y sus dueños.