En la India el karma es otra cosa. Como el destino, el fatum: algo de
lo que no se puede huir. Si naces intocable, morirás de todo menos
intacto. Yo no creo en eso, como el Alcoyano, contra viento y marea.
Me voy más al norte, trepo, viajo a la ciudad prohibida, me empapo
del mensaje: podemos cambiar. Nuestras vidas son lo que decidimos,
más sus límites.
Dicen que todos hemos sido madres de los demás innumerables veces, a
lo largo de los océanos del tiempo. Que es bueno recordarlo antes de
hacer daño a alguien. Imaginar otros tiempos, cuando quizá fuimos
un bebé en sus brazos. Cuando de su infinita compasión nos
alimentamos; y su paciencia permitió nuestra vida. Es difícil
decidir hacer daño a una madre, aunque lo hagamos sin querer, de todas formas.
Dicen que tomamos diferentes expresiones, pero que siempre nos rodeamos
de los mismos. Las cuentas pendientes se heredan, regresan
inexorables, pero con otras características. La red que formamos
es intensa, tupida e intrincada. Hay cuestiones que se repiten hasta
que quedan resueltas. Las buenas y las malas. Y se multiplican, si no
se solucionan.
Regresas una y otra vez a clavar tus puñales. En realidad, es a ti a
quien dañas. Yo recuerdo tus ojos e imagino las noches en que
debiste cantarme hasta que me durmiera. Imagino que, quién sabe, lo
mismo un día diste la vida por mí. Y que yo, en algún momento,
debí de causarte una herida que eones después sigue sangrando.Y yo no quiero tu daño, ni dañarme.
Lo siento. Te pido perdón. Por la ofensa, por sus múltiplos. Te
quise una vez y, por tanto, para siempre. Tengo el firme propósito
de, desde la solidez, no hacerte daño. Detén esto de una vez, y
para siempre. No vuelvas, por favor, si no es desarmado. No vuelvas
si no es para sembrar fraternidad, paz, vidas felices.