Vosotras, palabras.
¡Vosotras, palabras, levantaos, seguidme! y aunque ya estemos lejos, demasiado lejos, nos alejaremos una vez más, hacia ningún final. No aclara. La palabra sólo arrastrará otras palabras, la frase otras frases. El mundo así quiere, definitivamente, imponerse, quiere estar dicho ya. No la digáis. Palabras, seguidme, ¡que no se vuelva definitiva –esta ansia del verbo y dicho y contradicho! Dejad ahora un rato que ninguno de los sentimientos hable, que el músculo corazón se ejercite de manera diferente. Dejad, digo, dejad. Nada, digo yo, susurrado al oído supremo, que sobre la muerte no se te ocurra nada, deja y sígueme, ni dulce ni amargo, ni consolador, no significativamente sin consuelo tampoco sin signos– Y sobre todo, no eso: la imagen en el tejido de polvo, el retumbar vacío de sílabas, palabras de agonía. ¡Sin decir nada, vosotras, palabras!