Artículos sobre ciencia y tecnología de Mauricio-José Schwarz publicados originalmente en El Correo y otros diarios del Grupo Vocento
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La agitada vida de Primo Levi

Primo Levi en 1950, cinco años después de sobrevivir su
prisión en Auschwitz. (Imagen D.P. vía Wikimedia Commons)
“No hay nada más vivificante que una hipótesis” dice Primo Levi en “Níquel”, el cuento que relata su graduación como químico de la Universidad de Turín y sus memorias de la Segunda Guerra Mundial.

En 2006, The Royal Institution de la Gran Bretaña determinó mediante votación pública que el mejor libro de ciencia jamás escrito, al menos hasta ese momento, era La tabla periódica, del químico italiano Primo Levi. Los finalistas, que habían sido seleccionados por diversas personalidades de distintas especialidades, habían sido además El anillo del rey Salomón del etólogo Premio Nobel Konrad Lorenz, Arcadia de Tom Stoppard y El gen egoísta del también etólogo británico Richard Dawkins.

La tabla periódica no es un ensayo ni una obra de divulgación al uso. Es una colección de cuentos cortos. 21 relatos que tienen cada uno a un determinado elemento químico como su pretexto y que, además de narrar las características de dicho elemento, sus compuestos, sus propiedades y peculiaridades, cuenta historias apasionantes y humanas, algunas de fantasía heroica, otras de cotidianidad, amor, amistad, familia, método experimental... un libro que cuarenta años después de su publicación (1975) sigue siendo una joya de la literatura y de la aproximación a la ciencia.

Probablemente en otro tiempo, en otro lugar, Primo Michele Levi habría sido solamente un químico industrial apasionado con su disciplina, se habría limitado a trabajar en una empresa y se habría jubilado satisfecho de una labor bien realizada durante tres o cuatro décadas. Ciertamente, no habría tenido las experiencias que lo llevaron a escribir La tabla periódica.

Pero las circunstancias de su vida lo llevaron a ser, además de químico industrial, partisano, poeta... y uno de los más conocidos supervivientes del campo de exterminio de Auschwitz... sin todo lo cual su libro sobre los elementos químicos no habría sido escrito nunca.

Primo Levi nació en Turín, Italia el 31 de julio de 1919, el primogénito de una familia no creyente, liberal e ilustrada, con ancestros judíos sefarditas. Entre su nacimiento y el de su hermana, en 1925, Italia había pasado a ser gobernada por el fascismo de Benito Mussolini, que había fundado su movimiento el mismo año del nacimiento de Primo y se había erigido en dictados absoluto cuando nació su hermana Anna Maria.

En 1938, el gobierno fascista promulgó el decreto de la ley racial, que restringía los derechos civiles de los judíos y los excluía de los puestos públicos y de la educación superior. Pero como el joven Primo Levi se había matriculado en química en la Universidad de Turín en 1937, la interpretación de la ley racial determinó que no era retroactiva, y los alumnos inscritos antes de que se promulgara pudieron continuar con sus estudios... pero con el estigma de su origen familiar.

Mussolini declaró la guerra a los aliados en 1940, consolidando su alianza con Hitler, y pronto empezaron los bombardeos aliados en territorio italiano, incluida, por supuesto, la ciudad de Turín. Primo Levi, entre los destrozos de la guerra, se licenció con honores en química en 1941. Pero el título le valía de poco para ganarse la vida porque en él venía inscrita la indicación de que era judío. Fue necesario que falsificara documentos para conseguir un empleo en una mina en el norte de Italia. Volvió a Turín en 1943 a la muerte de su padre, para huir de inmediato con su madre y su hermana hacia el norte de Italia.

En 1943, la persecución contra los judíos alcanzaba su punto más alto mientras el liderazgo italiano se desmoronaba. Los aliados habían invadido Sicilia y se preveía un desembarco en la Italia continental. Los desastres militares en el Norte de África habían debilitado políticamente a Mussolini, que fue depuesto ese mismo año, después de lo cual rápidamente Italia firmó un armisticio con los aliados. La reacción del hasta poco antes aliado Hitler fue inmediata: invadir el norte de Italia.

El mismo día del armisticio, el químico huyó a Torino, y poco después se unió al movimiento de resistencia armada “Justicia y libertad”. Su aventura como guerrillero antifascista duró apenas dos meses. En diciembre fue arrestado por la milicia fascista y, siendo judío, en lugar de ser fusilado como partisano de izquierdas fue entregado a los nazis y, en febrero de 1944, deportado a Auschwitz, donde sobrevivió echando mano de sus habilidades profesionales y personales hasta que el campo fue liberado por el Ejército Rojo soviético en enero de 1945. Después de un largo periplo europeo, en octubre de ese año consiguió volver a Turín, al mismo piso en el que había nacido.

Comenzaba entonces otra odisea: conseguir empleo en un país en difícil reconstrucción. Mientras buscaba colocarse en alguna empresa como ingeniero químico, Levi empezó a contar historias de Auschwitz y en 1946, con apenas 27 años de edad, descubrió su segunda vocación, la literatura, primero en la forma de poemas relacionados con su experiencia en el más famoso campo de exterminio del delirio nazi. Para cuando se empleó como director técnico de una empresa química en Turín y se casó, descubrió que ya no podía dejar su segundo oficio y, a partir del libro Si esto es un hombre de 1947, publicaría un total de 14 libros de memorias, cuentos (incluidos dos de ciencia ficción originalmente escritos bajo seudónimo), poemas y novelas, siempre impulsado por la convicción de que tenía la obligación de dar testimonio de la bajeza humana y de la grandeza que la enfrenta. Todo, además, desde el punto de vista de un no creyente religioso, un ateo confeso. Siguió trabajando en empresas químicas, incluso llevando un tiempo la suya propia, hasta 1977, cuando se retiró, con 58 años, para dedicarse sólo a escribir.

En 1987, reconocido como autor pero rechazado por algunos de sus protagonistas como los soviéticos, que se negaban a publicarlo en ruso, Levi trabajaba en un nuevo libro de relatos que enlazaba la química con historias humanas El doble enlace, referido al enlace químico de cuatro electrones. Nunca lo terminaría. El 11 de abril de 1987, después de recibir el correo en su piso de Turín, el mismo en el que había nacido, cayó por el hueco de la escalera desde la tercera planta y murió. Oficialmente, su muerte fue un suicidio, aunque muchos a su alrededor han puesto la determinación en duda y consideran más viable que su caída fuera un accidente.

Levi en rock

En 1990, el grupo anarcopunk Chumbawamba, escribió y grabó la canción “El testamento de Rappoport - Nunca me di por vencido”, canción inspirada en el cuento “Capaneo” de Primo Levi, sobre un personaje que afirma que, pese a la humillación y al hambre, Hitler no lo había vencido. Levi está también presente en la música e imágenes de Manic Street Preachers y Peter Hamill (de Van de Graaf Generator).

Los océanos de Cousteau

Antes de "Cosmos" y su viaje por los planetas y la vida, un tenaz aventurero francés nos mostró un universo desconocido y muy, muy cercano: el de los mares que ocupan la mayor parte de la Tierra.

El capitán con su clásica
indumentaria. Fotografía de la
Sociedad Cousteau
Jacques-Yves Cousteau era difícil de definir. Oceanógrafo que no estudió oceanografía. Biólogo sin título. Capitán de barco que había estudiado para piloto. Y un gran comunicador que nunca estudió comunicación.

El capitán Cousteau, reconocible todavía por su gorro de lana roja y sus gafas, fue conocido gracias principalmente a un programa de televisión, “El mundo submarino de Jacques Cousteau”, una asombrosa serie de documentales sobre los más diversos aspectos del mar y sus habitantes animales y vegetales, emitida de 1968 a 1975. Sin embargo, para ese momento, el inquieto francés ya había vivido varias vidas distintas.

Jacques-Yves Cousteau nació el 11 de junio de 1910 en Saint-André-de-Cubzac, Gironde, Francia. Quizás el más importante acontecimiento de su temprana infancia fue cuando, con apenas 4 años de edad, su frágil estado de salud hizo que su médico le recomendara evitar los deportes bruscos y, en vez de ellos, aprender a nadar. Ése sería el comienzo de la fascinación por el agua que le acompañó toda la vida. El otro aspecto destacado de la personalidad del joven era su interés por los dispositivos mecánicos. Apenas tenía 13 años cuando adquirió una cámara de cine de aficionados, pero antes de registrar cinematográficamente el mundo a su alrededor, decidió desarmarla para ver cómo funcionaba. Océano, mecánica y cine serían, en definitiva, los aspectos definitorios de la vida de Cousteau.

Pero no lo sabría sino hasta pasados unos años.

El niño Jacques no era buen estudiante. De hecho, sus malas notas llevaron a que sus padres lo enviaran a un internado y después a un colegio preparatorio del que salió para entrar, en 1930, a la Escuela Naval de Brest, de donde se graduó como técnico de artillería tres años después. Inmediatamente se enrolo en el ejército con la idea de convertirse en piloto. El rumbo de su vida quedaría decidido, sin embargo, en 1936, cuando a punto de terminar sus estudios de aviación sufrió un fuerte accidente de automóvil del que salió gravemente herido, entre otras cosas con ambos brazos rotos.

Se dice que quizá ese accidente resalvo indirectamente la vida para permitirle convertirse en el gran defensor de los mares, sobre todo porque todos menos uno de los compañeros con los que estudió y que sí se convirtieron en pilotos habrían de morir en combate durante la Segunda Guerra Mundial. Mientras se recuperaba, un amigo le regaló unas gafas de buceo que le abrieron las puertas que cuanto ocurría debajo de la superficie del mar.

La guerra puso en espera cualquier otro proyecto. primero fue instructor de artillería en la base de Toulon, pero una vez consumada la invasión nazi de Francia, se refugió con su familia en un pueblo de la frontera con Suiza, donde se integró a la resistencia francesa y se dedicó a espiar los movimientos del ejército italiano, acción que le valdría numerosos reconocimientos como héroe de guerra.

Pero todavía durante el conflicto armado, Cousteau y el ingeniero Émile Gagnan desarrollaron el primer sistema de buceo o submarinismo totalmente autocontenido, el llamado “SCUBA”, formado por una botella de aire comprimido y un regulador que permitía respirar ese aire sin que saliera despedido por la presión. De un golpe habían inventado el buceo autónomo, y su patente sería una de las primeras fuentes de financiamiento de las exploraciones oceanográficas de Cousteau, que por entonces realizó sus primeros documentales sobre el mundo submarino utilizando también una cámara diseñada por él mismo para soportar la presión bajo el mar.

En principio, el nuevo sistema se utilizó para eliminar de los mares franceses las minas que habían quedado después de la guerra. Pero ya en 1948 Cousteau organizó una expedición en el Mediterráneo para encontrar los restos de un naufragio romano del siglo I antes de la era común, una acción que sería la iniciadora de la arqueología submarina. Dos años después, Cousteau consiguió comprar un dragaminas británico al que convirtió en el primer barco dedicado a la investigación oceanográfica, el Calypso, llamado así en honor a la ninfa de los océanos.

Para financiar sus investigaciones, Cousteau escribió el libro “El mundo silencioso”, que tuvo un éxito instantáneo y que en 1956 convirtió en película. Ya había hecho una docena de documentales, pero éste fue el que lo puso bajo los reflectores, al ganar un Óscar al mejor documental y una palma en el festival de Cannes.

El éxito le permitió abandonar el ejército después de 27 años de servicio. Había logrado el beneplácito del príncipe Rainiero de Mónaco, quien lo nombró director del Museo Oceanográfico de Mónaco y le ofreció apoyo financiero. Ese mismo año fundó un grupo de investigación y un programa experimental para explorar la posibilidad de vivir largos períodos bajo el agua.

Se dedicaría entonces a la investigación y la promoción del estudio marítimo, trabajando estrechamente con organizaciones como National Geographic y diversas instituciones, hasta que en 1968 comenzó la memorable serie de televisión que enseñó al mundo cómo eran realmente los océanos debajo de la superficie.

Pero su trabajo no era únicamente científico. Al paso del tiempo se convirtió en activista en favor del medio ambiente y uno de los iniciadores de la preocupación por los efectos de la actividad humana en distintos ecosistemas. Fue el primero que mostró los problemas ocasionados por la contaminación de los mares, no sólo del aire, impulsando la naciente conciencia ambiental y dedicándole sus mayores esfuerzos a partir de la década de 1980.

Gracias a su actividad, fue distinguido por numerosas organizaciones y academias científicas como la francesa y la estadounidense, que lo hicieron miembro pese a no tener estudios universitarios, además de seguir cosechando premios cinematográficos por sus documentales. Al final de su vida, había producido más de 115 películas y 50 libros, cosechando tres Óscares, un premio Emmy y un Bafta.

En 1996, su embarcación insignia, el Calypso, fue embestida por una barcaza en Singapur. Cousteau murió el 25 de junio de 1997 mientras trataba de conseguir dinero para construir una nueva nave de investigación.

El legado

La herencia de Cousteu, por desgracia, fue objeto de litigio por parte de los hijos de sus dos matrimonios. El resultado son dos organizaciones independientes, la Sociedad Cousteau y la Ocean Futures Society, donde hoy sus nietos son una tercera generación de oceanógrafos, ambientalistas y aventureros. Su más reciente logro fue romper en un día el récord del experimento de vida submarina de Cousteau. En junio de 2014, su nieto Fabien Cousteau vivió 31 días bajo el mar.

Jacob Bronowski, el inspirador de Cosmos

Escritor, poeta, matemático, apasionado de la ciencia y el humanismo, Jacob Bronowski fue lo más cercano a un hombre del renacimiento en el siglo XX.

Jacob Bronowski en el campo de exterminio de
Auschwitz, en su serie El ascenso del hombre.
(Imagen © BBC)
Quienes hoy disfrutan Cosmos, una odisea del espacio tiempo, presentada por el astrofísico Neil DeGrasse Tyson quizá saben que la serie nació en 1980 de la mano del también astrofísico Carl Sagan, con el nombre Cosmos, un viaje personal. Pero el principio está más atrás, en 1973, en los trece capítulos de El ascenso del hombre de Jacob Bronowski, poeta y científico.

Jacob Bronowski nació en 1908 en Lodz, hoy territorio de Polonia, vivió la Primera Guerra Mundial con sus padres en Alemania y se mudó definitivamente a Inglaterra en 1920.

Estudió el bachillerato en la Central Foundation School de Londres, y ya allí tuvo claro que no entendía ni aceptaba la separación entre “arte” y “ciencia”. En sus propias palabras “Crecí volviéndome indiferente a la distinción entre la literatura y la ciencia, que en mi adolescencia eran simplemente dos idiomas de la experiencia que aprendí juntos”.

Fue a estudiar matemáticas con una beca a Cambridge, al Jesus College, alma mater de personalidades como el poeta Samuel Taylor Coleridge o el Premio Nobel de Química Peter Mitchell. A lo largo de sus estudios logró ser alumno de primera clase por sus buenas notas en 1928. Ese mismo año fundó la revista literaria Experiment con un compañero de carrera. En 1930, se le reconoció como alumno destacado de primera clase en 1930, y permaneció en el colegio hasta recibir su doctorado en geometría en 1933. De allí pasó a un puesto de catedrático e investigador del University College Hull de la Universidad de Londres.

En sus propias palabras, Bronowski vivía en un momento de lo más estimulante. De una parte, le apasionaban los avances en la física cuántica, la división del átomo y el descubrimiento del neutrón. Pero también le entusiasmaba que “la literatura y la pintura se rehicieran debido al choque del surrealismo, y el cine (y después la radio) creció hasta convertirse en un arte”.

Habiendo pasado tiempo en Mallorca con amigos de los mundos de las matemáticas y la poesía, Bronowski fue uno de los muchos intelectuales que tomaron partido, en su caso desde la poesía, durante la guerra civil española, participando en el libro Poemas para España con el poema “La muerte de García Lorca”. De hecho, el primer libro de Bronowski, La defensa del poeta, es una serie de ensayos sobre algunos de los grandes poetas británicos.

Después de trabajar en el esfuerzo de guerra británico y escribir un nuevo libro sobre el poeta William Blake, Bronowski fue uno de los científicos ingleses que fue a Nagasaki en noviembre de 1945 para evaluar los daños de la bomba atómica. Como a muchos científicos de su época, la experiencia llevó a Bronowski a replantearse la ética de la ciencia y la necesidad de que ésta se disociara de las decisiones política. Pero, sobre todo, la necesidad de que la ciencia se acerque a la gente común.

Comenzaría entonces otra faceta de su producción literaria: El sentido común de la ciencia de 1951, donde defendía que el arte y la ciencia no son incompatibles y, de hecho, la humanidad no habría progresado si lo fueran. Le siguió El rostro de la violencia de 1954 y Ciencia y valores humanos de 1956 lo fueron convirtiendo en un comunicador de la ciencia, un divulgador y popularizador, con un dominio del idioma que le permitía explicar de modo extremadamente sencillo lo más complejo. Empezó entonces también a participar en radio y en televisión como un intelectual a nivel de calle.

En 1964 se mudó a California como Director de Biología del Instituto Salk, fundado y encabezado por el descubridor de la vacuna contra la polio, Jonas Salk. Esto le permitió a Bronowski trabajar en la herencia genética humana, lo que daría lugar al libro La identidad del hombre, después de otros volúmenes sobre poesía y ciencia. Este trabajo era consecuencia del uso que hizo de sus conocimientos estadísticos para analizar el cráneo del niño de Taung en 1950 y diferenciar sus dientes de los de otros primates, para ubicar a los australopitecos en la línea del origen del hombre.

El ascenso del hombre

En 1973, el naturalista, documentalista y por entonces interventor de la BBC, David Attenborough, decidió hacer una contraparte científica de la serie de 1969 Civilización, una visión personal de Kenneth Clark sobre arte y filosofía occidentales, y le propuso a Bronowski escribirla y presentarla. El resultado fue El ascenso del hombre, una visión personal de J. Bronowski, que recorrió por igual la evolución del hombre, la ciencia, el conocimiento y la ética del saber. El nombre elegido por Bronowski era un giro al título del segundo libro de Charles Darwin, El origen del hombre, en inglés The Descent of Man.

La producción de El ascenso del hombre fue enormemente ambiciosa. Los 13 capítulos se filmaron a lo largo de tres años en más de 20 países, con la idea de que Bronowski hablara de distintos acontecimientos históricos en el lugar mismo donde habían ocurrido. Así, viajó del lugar en Islandia donde se reunía el más antiguo parlamento democrático de Europa, el Althing, hasta el campo de exterminio de Auschwitz, desde el centro ceremonial maya de Copán a la Venecia de Galileo hasta el observatorio construido para Carl Friedrich Gauss en Gottingen. Y en cada lugar ofrecía profundos monólogos, totalmente improvisados, según sus productores.

La personalidad de Bronowski, su pasión, fueron esenciales para el éxito de la serie. Marcaron también el punto culminante de su carrera y de su vida: el 22 de agosto de 1974 murió en Nueva York víctima de un ataque cardiaco.

Su legado continuaría con un joven astrofísico que trabajaba en la NASA.

Entre el lanzamiento de las sondas marcianas Viking en 1975 y las sondas interplanetarias Voyager, Carl Sagan se dio el tiempo para plantearse una serie personal inspirada en el trabajo de Bronowski. Contrató a Adrian Malone, productor de El ascenso del hombre para empezar a diseñar y escribir la serie, y presentarla a posibles productores. Adrian Malone sería el productor ejecutivo de Cosmos, un viaje personal, la serie de ciencia más exitosa de la historia de la televisión del siglo XX. Sus 13 capítulos se transmitieron a fines de 1980.

Seguramente, Bronowski habría sonreído.

La ciencia de Bronowski

“La ciencia es una forma muy humana de conocimiento. Estamos siempre en el borde de lo conocido; siempre tanteamos hacia adelante en busca de lo que se espera. Todos los juicios en la ciencia estan en el borde del error, y es personal. La ciencia es un tributo a lo que sí podemos conocer pese a que somos falibles.” (Palabras de Bronowski en el campo de exterminio de Auschwitz)

¡Ellos fueron!

Se acaba de lanzar en Amazon, en formato Kindle, el libro electrónico ¡Ellos fueron!, formado por 50 biografías de científicos que se han publicado desde 2006 en la página de ciencia del suplemento "Territorios de la cultura" del diario El Correo, que escribo semanalmente desde 2006 y en este blog.

El libro está disponible en las tiendas de Amazon de España, Estados Unidos, Reino Unido, Francia e Italia,

El libro se dedica en parte a algunos de los más conocidos científicos y algunos detalles poco conocidos de sus vidas, pero también a gente como:

Un pirata cuya obra científica acompañó a Darwin en su viaje en el Beagle...

Una mujer sin cuyo trabajo habría sido imposible descubrir la forma del ADN...

Un mundialmente famoso guitarrista de rock que es doctor en astrofísica...

Un médico húngaro al que muy probablemente usted le debe la vida...

Un paleontólogo que quiso ser rey de Albania...

Un genio de la física que resolvía ecuaciones en clubes de striptease...

Un físico que regaló los derechos del invento que lo habría hecho multimillonario...

El matemático pobre que redescubrió toda la matemática moderna en su infancia...

Y otros 43 personajes peculiares que han participado en la investigación del universo y que han encontrado respuestas que dan forma a nuestra vida cotidiana, nuestro conocimiento, nuestro bienestar, nuestra salud y nuestro futuro.

William Dampier, Ignaz Semmelweis, Francis Bacon, Ambroise Paré, Richard Dawkins, Charles Darwin, María Sklodowska Curie, Leonardo Da Vinci, Isaac Newton, Alan Turing, Nicolás Copérnico, Srinivasa Ramanujan, Zahi Hawass, Konrad Lorenz, Giordano Bruno, Louis Pasteur, Stephen Hawking, Benjamin Franklin, Alexander Fleming, Vilayanur S. Ramachandran, Oliver Sacks, Gregor Mendel, Charles Babbage, Brian May, Bob Bakker, James Maxwell, Santiago Ramón y Cajal, Nicola Tesla, Rosalind Russell, Tim Berners-Lee, Philo T. Farnsworth, Miguel Servet, Ferenc Nopcsa, Harvey Cushing, Alberto Santos Dumont, Mateo Orfila, Niels Bohr, Bertrand Russell, Christiaan Barnard, Carl Sagan, Richard Feynman, Andreas Vesalio, Patrick Manson, Alfred Russell Wallace, John Snow, Wernher von Braun, Alexander Von Humboldt, Claude Bernard, Thomas Henry Huxley y Peter Higgs

Sagan: pasión por la ciencia

Carl Sagan es recordado masivamente por su serie ‘Cosmos’, pero en su vida como científico y divulgador tocó muchos otros asuntos.

Carl Sagan con un modelo de la sonda
Viking enviada a Marte.
(Foto D.P. JPL/NASA, vía
Wikimedia Commons)
Fue en ‘Cosmos’, en los escasos 13 episodios de la serie (media temporada, de acuerdo al canon de la televisión estadounidense) donde muchos oyeron por primera vez de agujeros negros y del Big Bang, de los mecanismos de la evolución, del ADN, de Eratóstenes, que calculó con admirable aproximación la circunferencia de la Tierra en el siglo II antes de la Era Común, o de Hipatia, la profesora de matemáticas y filosofía en la Biblioteca de Alejandría.

Pero muchos que no vieron esa serie de 1980 escrita y presentada por Carl Sagan, han oído hablar de éstas y otras maravillas gracias a los hombres y mujeres, jóvenes en 1980, que se vieron atraídos al conocimiento científico gracias a ella.

El hombre detrás de la serie había nacido en Brooklyn, Nueva York, en la proverbial familia judía rica únicamente en carencias, con un padre que había huído de la Rusia zarista y trabajaba como obrero textil para darle a su hijo el lujo de una educación universitaria. La universidad del joven Carl fue la de Chicago, donde estudió ciencias hasta conseguir un posgrado en física y un doctorado en astronomia y astrofísica con apenas 26 años.

La historia posterior de Carl Sagan siguió como la de muchos científicos, investigando e impartiendo clases en institutos y universidades como el Observatorio Astrofísico Smithsoniano o la Universidad de Harvard. Su interés por el espacio lo llevó además a ser asesor de la NASA, con tareas como la preparación previa al vuelo de los astronautas del programa Apolo.

Pero al tiempo que analizaba las temperaturas de la superficie de Venus o la posibilidad de que Europa, una luna de Júpiter, tuviera océanos bajo su superficie, Sagan ampliaba sus intereses.

Uno de ellos era la posibilidad de la existencia de inteligencia extraterrestre, que enfrentaba con la seriedad del científico que también señalaba por qué eran dudosos los testimonios sobre visitas extraterrestres. Así, propuso que las sondas Pioneer 10 y 11 y Voyager, destinadas a investigar las zonas externas del sistema solar para luego salir de él, y para las que diseñó algunos de sus experimentos, llevaran un mensaje que pudiera ser comprendido por alguna inteligencia extraterrestre que las hallara cuando salieran.

Las Pioneer 10 y 11 de 1972 y 1973 llevaron placas metálicas con las figuras de un hombre y una mujer, y símbolos que pretendían explicar de dónde habían salido las sondas. Las dos Voyager de 1977 llevaron discos similares a los vinilos (el CD aún no existía) con sonidos característicos de nuestro planeta (el canto de las ballenas, tormentas, viento), imágenes, música de varias culturas, saludos en 55 idiomas y mensajes impresos.

Estos intentos por comunicarse con hipotéticos extraterrestres llamaron la atención del público sobre Sagan que a partir de 1972 empezó a publicar libros sobre la comunicación con inteligencias extraterrestres, para después entregarse a la divulgación científica con libros que siguen vigentes, como “Los dragones del Edén”, sobre la evolución de la inteligencia humana o “El cerebro de Broca”, sobre la historia de los avances científicos.

Para fines de los 70, Sagan se había convencido de que la sociedad en general, y la estadounidense en particular, tenían un problema que resumió así: “Vivimos en una sociedad profundamente dependiente de la ciencia y la tecnología, en la cual prácticamente nadie sabe nada de ciencia y tecnología”.

Carl Sagan se convirtió entonces en el prototipo del gran divulgador científico. No era el primero. Tenía modelos como David Attenborough, naturalista y documentalista de la BBC y Premio Príncipe de Asturias 2009, o Jacob Bronowski, biólogo y matemático que en 1973 escribió y presentó la serie de la BBC “El ascenso del hombre”, inspiradora directa de “Cosmos”. Lo que tenía en común con ellos era la pasión por la ciencia, el conocimiento y el universo, pero tenía además una cercanía especial y una calidez que cautivó al público de televisión, una actitud de humildad ante el universo que chocaba contra el estereotipo, ciertamente injusto, del científico frío, deshumanizado, lejano, no muy de fiar.

Las preocupaciones de Carl Sagan lo llevaron a ser cofundador de dos organizaciones únicas. La primera fue el Comité para la Investigación de las Afirmaciones sobre lo Paranormal, CSICOP por sus siglas en inglés, que creó en 1976 junto con el filósofo Paul Kurtz, el escritor y divulgador Isaac Asimov, el psicólogo conductista B.F. Skinner y el periodista científico Philip J. Klass. El objetivo de esta organización, hoy llamada simplemente CSI (Comité para la Investigación Escéptica) con el propósito de promover el pensamiento cuestionador y crítico ante las afirmaciones paranormales, pseudocientíficas e irracionales que inundan los medios de comunicación en todo el mundo.

La segunda fue el Instituto SETI, siglas en inglés de “Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre”, nacido en 1984. Con la premisa de que mucho antes de que los extraterrestres aterrizaran en nuestro planeta para visitarnos –en el caso de que pudieran encontrarnos en la inmensidad del universo– nos llegarían sus emisiones de radiofrecuencias, el más conocido proyecto del SETI es el uso de radiotelescopios como el de Arecibo en Puerto Rico para recoger grandes cantidades de emisiones de radio de distintas zonas del universo y analizarlos en busca de alguna indicación de una emisión controlada y modulada por una inteligencia, algo claramente distinto del ruido de fondo.

Dejando un legado impresionante en la ciencia, la sociedad y la comprensión del público en general por la ciencia, Carl Sagan murió a los 62 años de una pulmonía provocada por su larga lucha contra la deficiencia sanguínea llamada mielodisplasia. Inspiración de científicos de las más diversas áreas, periodistas, escritores, especialistas de los medios, divulgadores y ciudadanos en general, la mejor forma de homenajearlo sigue siendo, por supuesto, leer sus libros y hacer de nuevo el “viaje personal” que era como llamaba a la serie que lo convirtió en icono de la cultura popular.

Sagan, en sus propias palabras

“Los seres humanos pueden desear intensamente la certeza absoluta, pueden aspirar a ella, pueden fingir, como partidarios de ciertas religiones, que la han alcanzado. Pero la historia de la ciencia, que es con mucho la más exitosa reivindicación del conocimiento accesible a los seres humanos, nos enseña que lo más que podemos esperar es tener una mejora sucesiva de nuestra comprensión, aprender de nuestros errores, una aproximación asintótica al universo, pero con la salvedad de que la certeza absoluta siempre nos eludirá”, Carl Sagan, en ‘El mundo y sus demonios’.

Para leer noticias sobre ciencia

Science and Mechanics Nov 1931 cover
Una de las primeras revistas de divulgación
de Hugo Gernsback
(ilustración D.P. de Frank R. Paul
vía Wikimedia Commons
En la tarea de transmitir información sobre ciencia, los lectores tienen un desafío mayor del que podríamos creer.

La ciencia es una de las actividades humanas más apasionantes.

Pero su proceso suele ser poco vistoso. Los avances raras veces son tan impactantes como la vacuna de Jenner, la gravitación de Newton, la relatividad de Einstein o el avión de los hermanos Wright. Más bien son lentos y poco impresionantes a primera vista, y se van acumulando en un goteo que puede ser desesperante.

Los detalles que apasionan a quienes viven en la labor de científica y tecnológica porque conocen las implicaciones de cada avance y su contexto, no se llevan fácilmente al público con la emoción y pasión con la que se informa de unas elecciones reñidas, un partido de fútbol o una importante acción policiaca.

Esta misma semana, la prestigiosa revista científica ‘Nature' publica cinco artículos y un editorial dedicados a las células gliales del sistema nervioso, que se creía que eran sólo la estructura de soporte de las neuronas que transmiten impulsos nerviosos. De hecho “glia” es la palabra griega para “pegamento”.

En las últimas dos décadas, varios estudios indican que estas células tienen una función más compleja. Si se confirma esto, se abriría todo un campo nuevo de más preguntas que respuestas. Un tema estremecedor para los neurocientíficos que ofrece nuevas avenidas para comprender nuestro cerebro.

Pero a nivel de calle, todos tendemos a preguntar “¿qué significa eso para mí?”, y no nos gustan mucho las respuestas que empiezan diciendo “de momento, nada, pero en un futuro...”

Queremos resultados hoy mismo, y de ser posible ayer. Vivimos una comunicación cada vez más ágil y al mismo tiempo más breve. Una nota de 140 caracteres en Twitter puede ser cuando mucho de tres minutos en televisión, un cuarto de página en un diario o tres o cuatro páginas en una revista.

Pero uno solo de los cinco artículos de investigación dedicados a las células gliales (un misterio de nuestro cerebro, 84 mil millones de células gliales junto a los 86 mil millones de neuronas que tenemos) es una serie larga de páginas sobre un tema tan arcano como “Genética del desarrollo de las células gliales de los vertebrados: especificación celular".

Por supuesto, los autores, David H. Rowitch y Arnold R. Kriegerstein, mencionan que la comprensión de la genética del desarrollo de las células llamadas macroglia “tiene un gran potencial para mejorar nuestra comprensión de diversos trastornos neurológicos en los seres humanos”.

Ese lenguaje no es muy deslumbrante, sin duda. Los científicos tienden a ser extremadamente cautos en sus artículos profesionales, llamados ‘papers’, y así se los exigen, con buenas razones, las publicaciones especializadas o ‘journals’. Deben ser precisos en su explicación sobre la metodología que siguieron, para que cualquier otro científico de su área pueda duplicar con toda exactitud sus experimentos para confirmarlos o descartarlos. Deben concretar la hipótesis que pretenden probar y mostrar todas sus cartas, sus procedimientos, sus análisis matemáticos, incluso sus posibles errores o dudas.

Para asegurarse de que así lo hagan, las revistas someten cada ‘paper’ propuesto a una revisión por científicos reconocidos de la disciplina a la que se refiere. Es lo que se llama “arbitraje por pares”, y sirve como filtro contra investigaciones defectuosas en su metodología o conclusiones. Y aún así, ocasionalmente las mejores revistas publican artículos con algún error importante.

Y, por ello mismo, las conclusiones de los ‘papers’ suelen utilizar de modo abundante construcciones como "creemos que", "los resultados sugieren", "estudios adicionales podrían revelar", "la confirmación tiene el potencial de", "es probable que" y demás formas igualmente vagas y cautelosas.

La labor del periodista con frecuencia es trasladar esto a un idioma accesible, transmitir la emoción de los científicos por haber dado “un pequeño paso” adicional y tocar al lector para que perciba que el trabajo científico es merecedor de todo nuestro apoyo, sobre todo en una época en que el conocimiento científico es una fuente de riqueza mayor que muchas actividades industriales del siglo XIX y XX.

Muchas veces, sin embargo, el lector debe leer entre líneas, sabiendo que todas las semanas se publica una enorme cantidad de ‘papers’ o artículos en todas las disciplinas imaginables, desde la física de partículas hasta la geología, desde la biología molecular hasta la gastroenterología, desde las neurociencias hasta la informática. Y muchas veces lo que llega a la atención de los medios no son los trabajos más prometedores, sino los que universidades o laboratorios quieren destacar, o los realizados por científicos más “mediáticos”, simpáticos o bien relacionados.

El lector debe añadir cautela a la información de los medios. Cuando un periodista omite las construcciones cautas y condicionales de los científicos, siempre conviene suponerlas. Especialmente en temas delicados como la investigación sobre el cáncer y otras áreas de la medicina que nos preocupan mucho. Y más especialmente cuando lo que se anuncia es tan revolucionario y tan maravilloso que suena demasiado bueno para ser cierto. Probablemente lo es.

Cuando las noticias no proceden de publicaciones científicas sino de ruedas de prensa o libros recién lanzados y en proceso de comercialización, o empresas que venden servicios de salud, estética o bienestar, hay que ser aún más cauto, pues no ha existido el útil filtro del “arbitraje por pares”. Especialmente cuando el investigador se presenta como víctima de una conspiración malévola en contra de su incomprendida genialidad.

La difusión de los logros de la ciencia requiere una implicación cada vez mayor del lector común, del no científico. Quizás no basta que tengamos información sobre los avances de la ciencia y debamos educarnos para conocer el pensamiento crítico y sus métodos, que son más accesibles que los datos de la ciencia, y son la vacuna perfecta contra la desinformación y el sensacionalismo en cualquier rama de la comunicación. Y nos permiten evaluar información que, literalmente, está cambiando el mundo en que vivimos, paso a paso.


Periodismo pseudocientífico

Una buena parte de lo que se presenta como divulgación o periodismo más o menos científico es, por el contrario, promoción de creencias y afirmaciones pseudocientíficas altamente sensacionalistas y amarillistas, echando mano de supuestos expertos (generalmente autoproclamados) para promover la anticiencia, la magia, las más diversas conspiraciones y creencias irracionales varias. Un motivo adicional para educarnos en las bases de la ciencia y estar alerta ante los negociantes de supuestos misterios presentados falsamente como ciencia.

Ciencia día a día

¿Se puede desfreír un huevo? ¿Cómo se rompe el espagueti seco? ¿Cómo funciona una pompa de jabón? Hay ciencia en donde quiera que miremos, si sabemos ser observadores.

La ciencia ocurre, ciertamente, en aparatos como el gran colisionador de hadrones, o LHC, majestuoso túnel para buscar respuestas a los más tremendos misterios de la física. Y se da en poderosos telescopios, algunos de ellos en órbita, como el Hubble que nos ha traído asombrosas visiones del universo. Y en las abstrusas, tópicas pizarras cubiertas de ecuaciones de los matemáticos.

Ciertamente también, los medios de comunicación nos traen la emoción, la curiosidad y el misterio de lo que se hace en estos lugares alejados de nuestra rutina cotidiana.

Pero conviene recordar que cuanto nos rodea es producto de la ciencia en mayor o menor medida, además de tener una explicación científica que muchas veces no es tan trivial como parece.

Un ejemplo de misterios científicos curiosos es por qué los espaguetis crudos no se rompen en dos pedazos cuando los doblamos, sino en tres o más trozos. Esto, que no parece demasiado trascendente, ha ocupado la mente de físicos como Richard Feynman, ganador del Nobel de Física de 1965. Usted puede probarlo: tome un espagueti sin cocinar, dóblelo tomándolo por los extremos y verá que en vez de romperse en dos como una rama, un lápiz o una galleta, se partirá en tres o más trozos en la gran mayoría de las ocasiones.

En 1998, los lectores de la revista New Scientist observaron que el espagueti no se rompe por la mitad, sino que, dependiendo de los defectos y diferencias dentro de la pasta, la primera rotura suele darse en el punto de menor resistencia, produciendo un trozo largo y otro corto. A continuación, el trozo largo vuelve o “latiguea” hacia atrás con tanta fuerza que se rompe nuevamente, ahora en dirección contraria a la primera rotura.

La explicación científica del fenómeno observado implica el movimiento de una onda de flexión a lo largo de los primeros dos trozos rotos y la sucesión en cascada de una serie de grietas en la pasta. Este descubrimiento fue objeto de un muy serio artículo de los físicos Basile Audoly y Sebastien Neukirch en 2006, en la prestigiosa revista Physical review letters.

Nuestra primera idea de que quizá el misterio no sería para tanto y “seguramente” su respuesta era un asunto trivial queda superada por los hechos. No sólo tardó muchos años en resolverse el enigma, sino que el trabajo de estos dos físicos ha demostrado tener relevancia para darnos información sobre cómo se rompen otras estructuras alargadas, como los huesos humanos y los arcos de los puentes, según relata Mick O’Hare en su muy recomendable libro Cómo fosilizar a tu hámster y otros experimentos asombrosos para científicos de butaca (RBA, Barcelona 2009).

Entusiasmarnos con el proceso de adquisición del conocimiento (el método científico) y sus resultados, ese cuerpo de conocimientos que llamamos ciencia es más fácil cuando observamos cómo los hechos a nuestro alrededor se explican (o no) por medio de la ciencia.

El detergente común, como su antecesor, el jabón, es fundamentalmente un agente surfactante, es decir, que actúa sobre la tensión superficial de un líquido disminuyéndola y permitiendo que se disuelvan en él sustancias comúnmente no solubles. Este ingenioso truco se consigue produciendo una molécula de dos extremos, uno de ellos que se une fácilmente al agua y se llama por ello hidrofílico, y otro extremo que rechaza el agua, o hidrofóbico y que puede disolver las moléculas de grasa. El resultado de poner este surfactante en agua es que el detergente atrapa la grasa y permite que se disuelva en agua, limpiando la superficie donde la grasa se encontraba, como un mantel o una camisa. Los detergentes biológicos contienen además enzimas que disuelven proteínas como, por ejemplo, las manchas de huevo o tomate.

La propiedad de disminuir la tensión superficial del agua no sólo sirve para limpiar objetos o prendas, sino que además es lo que permite que se hagan las pompas de jabón, inflándose sin romperse, a veces con resultados asombrosos como los de los expertos en pompología (o como se le pudiera llamar a esta disciplina). Por otra parte, la tensión superficial del agua es la que permite que algunos insectos corran sobre ella sin hundirse, pues distribuyen su peso de modo que no rompa lo que Dalí llamaría “la piel del agua”. Finalmente, la tensión superficial del agua es la responsable de que una caída al agua en posición paralela a su superficie pueda lastimarnos enormemente y, en palabras de la sabiduría popular “el agua sea como hormigón”.

Otro fenómeno aparentemente trivial que tiene una explicación compleja y que mantiene la atención de algunos científicos es el proceso de freír un humilde huevo. Las proteínas que forman la clara del huevo están formadas por largas cadenas de aminoácidos que se doblan en formas globulares tridimensionales fijadas por uniones químicas. Al calentarse, estas uniones se rompen, permitiendo que las proteínas se “desenreden”. Ya libres, las proteínas empiezan a unirse entre sí formando una gran red de proteínas interconectadas que se vuelven duras y toman un color blanco.

Hasta ahora se ha pensado que estas proteínas no pueden volver a su forma original o, en lenguaje de los físicos, “no se puede desfreír un huevo”. Pero una afirmación así es un desafío para cualquier científico curioso, y apenas este mes, los doctores Susan Linquist y John Glover, de la Universidad de Chicago informan de que han encontrado una proteína de choque de calor llamada Hsp104 que puede invertir este proceso. No se cree que haya un gran mercado para un desfreidor de huevos, siempre es más fácil sacar uno fresco de la nevera, pero el curioso desafío puede ser clave para entender muchos procesos en los que las proteínas se pliegan sobre sí mismas o se desenredan, como son el Alzheimer y la enfermedad de las vacas locas.

La explicación científica de lo que nos rodea, y los innumerables misterios que aún están esperando resolución, muchos de ellos ocultos en nuestra cocina o nuestra bañera, nos recuerda que la ciencia es una actividad eminentemente humana, que nos afecta en todo y que está, indudablemente, al alcance de cualquiera de nosotros.

Aprovechar la divulgación

En los últimos tiempos, los anaqueles de las librerías se han visto engalanados de modo creciente con títulos de divulgación científica de lo más diversos, escritos por matemáticos como John Allen Paulos o biólogos evolutivos como Richard Dawkins, o por periodistas especializados en la ciencia. Los 150 años de El origen de las especies de Darwin y los 400 años del telescopio de Galileo son una gran oportunidad para saber más sobre lo que erróneamente algunos piensan que no es para ellos.

Un recuerdo de Carl Sagan

Carl Sagan, la vida de un visionario entusiasta que inició todo un movimiento de divulgación científica y varios proyectos científicos relevantes.

Sin precedente, la televisión mundial de la década de 1980 erigió como famoso a un doctor en astronomía y astrofísica, de algo más de 45 años de edad, que no solía usar corbata: el doctor Carl Sagan.

Llegó a 600 millones de espectadores en todo el mundo gracias a una serie de sólo 13 capítulos de una hora cada uno, producida con un presupuesto relativamente limitado para la cadena de televisión pública PBS. Cosmos, serie producida entre 1978 y 1979, destacó por sus efectos especiales, por la música original del griego Vangelis y, sobre todo, por la personalidad agradable y entusiasta de su presentador. Cosmos se emitió por primera vez en 1980 y se retransmitió sin cesar durante las dos décadas siguientes, convirtiendo en una figura familiar a Carl Sagan con su sentido del asombro ante el universo y la posibilidad del hombre de conocerlo mediante la ciencia.

Lo que siguió fue un éxito poco común para un astrofísico, profesión más dada al aislamiento de los laboratorios, los encerados y las cavilaciones que al glamour de los medios. Al obtener prestigiosos premios como el Emmy y el Peabody, dedicados a las mejores producciones de la radio la televisión, Cosmos marcó una época en los medios, un camino para la divulgación científica moderna y enfocó la atención sobre una serie de temas que siguen siendo considerados esenciales pese al paso de casi 30 años.

Un astrónomo vocacional

Desde que a los cinco años se preguntó qué eran las luces en el cielo, si eran pequeñas bombillas eléctricas con largos cables negros o algo distinto, Carl Sagan se empeñó en conocer el universo. Hijo de un obrero y un ama de casa, judíos de origen ruso, nació en Brooklyn, Nueva York en 1934 y desde muy pequeño, con su amigo Robert Gritz, se interesó por las estrellas. Aprendió a poner dos lentes, una frente a la otra, para ver los cráteres de la Luna (como lo había hecho Galileo) y la mancha roja de Marte, y conoció el mundo de la Biblioteca Pública de Nueva York y del Museo de Historia Natural de esa ciudad.

Era natural que al pasar del bachillerato a la universidad siguiera con su interés. En la Universidad de Chicago, donde participó en la Sociedada Astronómica Ryerson, obtuvo tres grados sucesivos de licenciatura y maestría en física entre 1954 y 1956 hasta obtener, en 1960, su doctorado en astronomía y astrofísica. Pasó como profesor a la universidad de Cornell, en el estado de Nueva York, donde obtuvo la cátedra en 1971 y realizó numerosas investigaciones.

Mucho antes de ser una personalidad mediática, Carl Sagan realizó una serie de aportaciones científicas que le dieron un lugar en el mundo de la astrofísica. Desde la década de 1950 trabajó como asesor y consultor de la NASA, y jugó un papel relevante en el programa espacial estadounidense. Fue uno de los formadores de los astronautas de las misiones Apolo antes de sus viajes a la Luna y participó como diseñador de experimentos en las expediciones robóticas Mariner, Viking, Voyager y Galileo. A principios de la década de 1960, ayudó a resolver el acertijo que presentaban las altas temperaturas de Venus al proponer al efecto invernadero como responsable de ellas, y a explicar los cambios estacionales en Marte (que algunos habían interpretado como crecimiento y disminución de zonas con vegetación) demostrando que se debían al polvo movido por el viento.

Una de sus grandes pasiones fue la búsqueda de vida e inteligencia extraterrestre, pero empleando los métodos de la ciencia y no las creencias y relatos poco confiables de personas interesadas en aparecer en los medios. Además de demostrar experimentalmente la producción de aminoácidos a partir de sustancias simples bombardeadas por radiaciones, estableció la organización conocida como SETI, siglas en inglés de Búsqueda de Inteligencia Extra Terrestre.

Sagan calculó que mucho antes de que nos pudieran visitar los extraterrestres podríamos percibir sus emisiones de radio, considerando que la radio es un desarrollo fundamental en la ciencia. De hecho, las emisiones de la Tierra sólo han salido de nuestra atmósfera desde 1936, de modo que sólo nos podrían detectar seres que vivieran a un máximo de 73 años luz. Así, SETI utiliza radiotelescopios para buscar en el ruido electromagnético del espacio una señal coherente, con la curiosa discontinuidad que la inteligencia imparte a la materia que controla.

Ciencia para todos

Sagan escribió ampliamente sobre los aspectos científicos del debate ovni, la vida extraterrestre y la comunicación con inteligencias extraterrestres, pero su primer momento de fama se dio cuando diseñó el disco fonográfico que lleva consigo –todavía— la sonda Voyager, que hoy es el objeto creado por el hombre que ha viajado más lejos desde su planeta de origen. La atención mediática sobre el proyecto llevó a que escribiera en 1978 el libro Murmullos de la tierra, relatando el proyecto de intento de comunicarnos con alguna inteligencia extraterrestre que encontrara la sonda.

En 1978, su libro Los dragones del Edén, especulaciones sobre la evolución de la inteligencia humana obtuvo el Premio Pulitzer y se convirtió en el modelo de sus posteriores obras de divulgación científica mezclando su sentido del asombro, una gran claridad en la exposición y un inagotable entusiasmo por el conocimiento. A este libro seguirían El cerebro de Broca y, en 1980, Cosmos, basado en la serie de televisión, que lo consagrarían como el hombre que puso la cosmología al alcance de todos. Seguirían ocho libros, incluida su novela Contacto, llevada al cine con Jodie Foster como protagonista, y su último libro, El mundo y sus demonios, una defensa final de la razón, el pensamiento crítico y el escepticismo frente a los vendedores de misterios, promotores de lo paranormal y negociantes de las pseudociencias.

La sola lista de los honores científicos y sociales que se le confirieron a Carl Sagan llenaría toda esta página, desde medallas de la Nasa hasta premios de ciencia ficción y reconocimientos rusos y estadounidenses. Pero quizás el principal legado que dejó atrás a su muerte en 1996, fue la invitación a que más y más científicos se comprometieran con la importante labor de hacer a la ciencia un tema accesible y emocionante para la gente común que no hace ciencia... o al menos no sabe que la hace muchas veces en su vida cotidiana.

La sociedad tecnológica

“También hemos dispuesto las cosas de modo que casi nadie entienda la ciencia y la tecnología. Esto es una receta para el desastre. Probablemente nos salgamos con la nuestra durante un tiempo, pero tarde o temprano esta mezcla combustible de ignorancia y poder va a estallarnos en la cara.” Carl Sagan.

Stephen Hawking: viajar desde el sillón

StephenHawking en Oviedo en 2005.
Copyright © Mauricio-José Schwarz

Probablemente el rostro más conocido de la física teórica sea Stephen Hawking, víctima de una enfermedad que debió matarlo hace décadas y ha hecho frágil su cuerpo, pero sin afectar una capacidad intelectual singular.

El hecho de probar muchos de los “teoremas de la singularidad”, o enunciar las cuatro leyes de la mecánica de los agujeros negros, o incluso haber defindio el modelo de un universo sin límites, pero cerrado, que hoy es ampliamente aceptado, dicen poco al público en general acerca de Stephen Hawking, lo mismo pasa con su trabajo en otros temas aún más complejos y entendidos apenas por unos cuantos miles de especialistas en todo el mundo.

Pero la imagen del científico consumido por una enfermedad degenerativa, sonriendo en su silla de ruedas, con claros ojos traviesos tras las gafas y hablando por medio de un sintetizador especialmente diseñado, así como el extraño concepto de “agujero negro” son, sin duda alguna, parte integral de la cultura popular contemporánea. Aunque ciertamente Stephen Hawking no es uno de los diez físicos teóricos más importantes o revolucionarios de la actualidad, sin duda es el más conocido.

Stephen William Hawking nació en Oxford el 8 de enero de 1942, 300 años después de la muerte de Galileo, como hijo del Dr. Frank Hawking, investigador en biología, e Isobel Hawking, activista política. Fue un alumno mediocre, tanto que su ingreso en Oxford fue algo sorpresiva para su padre, y su desempeño tan mediano que tuvo que presentar un examen oral adicional para graduarse. Pasó entonces a Cambridge, interesado en la astronomía teórica y la cosmología, la ciencia que estudia el origen, la naturaleza y la evolución del universo.

Casi a su llegada a Cambridge, en 1963 y con sólo 21 años de edad, Hawking empezó a exhibir los síntomas de la esclerosis lateral amiotrófica, una enfermedad neurodegenerativa causada por la degeneración de las neuronas motoras, las células nerviosas encargadas de controlar el movimiento voluntario de los músculos. La afección empeora al paso del tiempo, ocasionando debilidad muscular generalizada que puede llegar a la parálisis total de los movimientos voluntarios excepto los de los ojos. Afortunadamente, no suele afectar la capacidad cognitiva.

En ese momento dudó si realmente quería ser doctor en física cuando finalmente iba a morir en dos o tres años, según los médicos. Sin embargo, su matrimonio en 1965 con su primera esposa, Jane Wilde, lo impulsó a seguir adelante, con la suerte de trabajar, según sus palabras, en “una de las pocas áreas en las que la discapacidad no es un serio handicap”. Ya doctorado, empezó a trabajar en la comprobación matemática del inicio del tiempo y en el tema que más lo identifica, los agujeros negros, estrellas que se han colapsado sobre sí mismas al agotarse su energía nuclear y cuya atracción gravitacional es tan enorme que ni siquiera la luz puede escapar de ellos. Hoy tenemos la certeza casi total de que hay un agujero negro en el centro de la mayoría de las galaxias, incluida la nuestra, la Vía Láctea.

En 1971, sugirió que las fuerzas liberadas durante el Big Bang debieron crear una enorme cantidad de “miniagujeros negros” y en 1974 presentó sus cálculos indicando que los agujeros negros crean y emiten partículas subatómicas, poniendo de cabeza la concepción vigente de que dichos cuerpos celestes absorbían cuanto se acercara a ellos, pero no podían emitir absolutamente nada precisamente debido a su tremenda atracción gravitacional. Esta, hoy llamada radiación de Hawking, era la primera aproximación a una posible teoría gravitacional cuántica, que uniera los dos grandes modelos, la relatividad que explica los fenómenos a gran escala y la cuántica que explica los fenómenos a nivel subatómico. De fusionarse ambas en un todo coherente, estaremos mucho más cerca de entender el origen del universo.

A partir de ese año, Hawking cosechó numerosas distinciones académicas, entre ellas consiguió la Cátedra Lucasiana de Matemáticas de Cambridge, que han ocupado personajes como Isaac Newton y el pionero informático Charles Babbage, y otros reconocimientos, como ser comandante de la Orden del Imperio Británico. Su prestigio profesional crecía, junto con el asombro que provocaba el que su discapacidad le hiciera resolver complejas ecuaciones totalmente en su mente, sin usar papel ni encerado.

Pero fue en 1988, con la publicación de Breve historia del tiempo, un bestseller internacional de divulgación científica del que ha vendido más de 9 millones de copias, que las personas comunes se hicieron conscientes de su existencia, su vida y su trabajo. En este libro, que cumple 20 años ahora, Hawking explica de modo muy accesible los más apasionantes temas de la cosmología: el Big Bang, los agujeros negros, los conos de luz e incluso la avanzada y compleja teoría de las supercuerdas como elementos causantes de toda la materia, todo sin matemáticas ni ecuaciones. El interés popular por el personaje no ha disminuido desde entonces.

Otros libros de divulgación han seguido, incluido La clave secreta del universo, escrito a cuatro manos con su hija Lucy y dirigido a niños. Ha recibido constantes honores como el Premio Príncipe de Asturias, siempre viajando e impartiendo conferencias pacientemente preparadas en su sintetizador de voz. Ha aparecido en diversos programas de ciencia ficción y documentales, e incluso en las series animadas Los Simpson y Futurama, tiene dos estatuas, en Cambridge y en Ciudad del Cabo, Sudáfrica, y su voz sintetizada se ha usado en dos álbumes de rock. En el proceso, viviendo una vida doméstica bastante común, se ha casado y divorciado dos veces, y tiene tres hijos y un nieto.

Este año, después de convertirse en el primer tetrapléjico que viajó en un avión de entrenamiento de la NASA para disfrutar de la “gravedad cero”, Hawking ha anunciado su retiro de la Cátedra Lucasiana, pasando a ser profesor emérito de la misma, siguiendo la política de Cambridge de que sus miembros se retiren al final del año lectivo en que cumplan 67 años, que Hawking cumplirá en enero próximo. Esto quizá le dará tiempo para poder hacer realidad el que define como su máximo deseo: viajar al espacio, donde, Hawking está convencido, se encuentra el futuro de la especie humana.

El científico y los dioses

Hawking se autodefine como un socialista que siempre ha votado a los laboristas, y sus opiniones teológicas han sido campo de batalla, como lo fueron las de Einstein. Al enterarse de que su reciente visita a Santiago de Compostela fuera interpretada como si hubiera querido hacer parte del Camino de Santiago, declaró que las leyes en las que se basa la ciencia para explicar el origen del Universo "no dejan mucho espacio ni para milagros ni para Dios".