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viernes, 29 de marzo de 2024

Soneto

 


SONETO

No me mueve, mi Dios, para quererte 
el cielo que me tienes prometido, 
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte. 

Tú me mueves, Señor, muéveme el verte 
clavado en una cruz y escarnecido, 
muéveme ver tu cuerpo tan herido, 
muévenme tus afrentas y tu muerte. 

Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera, 
que aunque no hubiera cielo, yo te amara, 
y aunque no hubiera infierno, te temiera. 

No me tienes que dar porque te quiera, 
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.



lunes, 11 de abril de 2022

Anónimo / La próxima vez

 



Anónimo
LA PRÓXIMA VEZ


Después de los atentados del 11 de septiembre, una empresa que tenía sus oficinas en el World Trade Center invitó a sus ejecutivos y empleados que por alguna razón habían sobrevivido al ataque, para compartir sus experiencias.

La gente estaba viva por las razones más simples.

Eran pequeños detalles.

👉🏼 Al director de una compañía se le hizo tarde porque era el primer día de kínder de su hijo.

👉🏼 Una mujer se retrasó porque su despertador no sonó a tiempo.

👉🏼 A uno se le hizo tarde porque se quedó atorado en la carretera en la que había un accidente.

👉🏼 A otro sobreviviente se le fue el autobús. 

👉🏼 Alguien se tiró comida encima y necesitó el tiempo para cambiarse.

👉🏼 Uno tuvo un problema con su auto, que no arrancó.

👉🏼 Otra regresó a contestar el teléfono.

👉🏼 Otra tuvo un bebé.

👉🏼 Otro no consiguió un taxi.

👉🏼 Pero la historia que más impresionó fue la de un señor que se puso un par de zapatos nuevos esa mañana, y antes de llegar al trabajo le había salido una ampolla. Se detuvo en la farmacia por una curita y por eso está vivo hoy.


Ahora, cuando me quedo atorado en el tráfico, cuando pierdo un elevador, cuando regreso a contestar un teléfono y muchas otras cosas que me desesperan, pienso primero: “Este es el lugar exacto en el que debo estar en este preciso momento”.


La próxima vez que tu mañana te parezca enloquecedora, que los niños tarden en vestirse, que no logres encontrar las llaves del auto, o que te encuentres todos los semáforos en rojo... No te enojes ni te frustres.




martes, 20 de febrero de 2018

Anónimo / Canción rumana




Anónimo
CANCIÓN RUMANA

La vaca se ha vuelto estéril
y la niña está preñada.
La niña pare, y la vaca,
y la vaca no da nada.





lunes, 8 de febrero de 2016

Marta Sanz / Sexualidad creadora








Sexualidad creadora


Un texto real sobre una francesa en los años veinte contrapone seducción y ruptura de tabúes


Marta Sanz
8 de febrero de 2016

Tal vez la mayor peculiaridad de este libro radique en su condición de manuscrito encontrado. Pero no de manuscrito encontrado a la manera cervantina, sino de manuscrito verdaderamente encontrado, testimonio real de la sexualidad creadora de una mujer francesa de clase alta en los años veinte. Simone, Mademoiselle S., mantiene una relación adúltera con Charles, casado infiel. A medida que se aman y se escriben cartas, Simone se empodera de sí misma. Sólo se conservan las cartas de Simone, editadas por Jean-Yves Berthault, que en el prólogo abre la puerta a la desconfianza como acicate de lectura: “Uno de mis mejores amigos (…) me dijo: ‘¡Vamos, reconócelo, las has escrito tú mismo! ¡Esto no pudo haberlo escrito una mujer en 1928!’, y tuve que enseñarle las misivas originales…”. Lo mismo hace con los lectores que en esta edición analizan la letra regular, los renglones rectos, los respetuosos márgenes. Si estas cartas no diesen testimonio de una realidad que imita las ficciones libertinas, poniendo de manifiesto cómo vi­da y literatura copulan incesantemente, entonces La pasión de Mademoiselle S. como obra de imaginación por­nográfica podría quedarse corta ante la crueldad sexual, de repercusiones éticas, de Sade, Crébillon, Apollinaire o Bataille. Damos la vuelta al prejuicio de si la realidad supera la ficción y al margen de unos posibles valores literarios que residirían en que las cartas no fueran verdad sino construcción verosímil, el interés de Mademoiselle S. sería sociológico: una mujer se reivindica como sujeto sexual activo. Además, el compilador Berthault, en nota al pie, explica cómo los avances técnicos —correo neumático, el tranvía y la posibilidad de mantener contacto visual con extraños— propician nuevos modos de vivencia erótica. Como Internet, pero de otra manera…





Sexualidad creadora


Simone —¿o Berthault?— entra en plasticidades y detallismos que estimulan tanto al lector como a la lectora, cómplice con el elogio clitoriano, el cunnilingus y las succiones del “botoncito”. La docilidad inicial de Simone, su obsesión por complacer a Charles, dentro del aprendizaje de la sexualidad libertina, la filosofía del tocador y otras “azotainas” dieciochescas, se trasmutan en una búsqueda del propio placer que pasa por la feminización de Charles, metamorfoseado en Lotte y enculado por una consoladora verga auxiliar que Simone maneja hábilmente. La mayor corrupción es la sodomía y el deseo más vicioso — el vicio es el sustento del amor— consiste en las pulsiones homosexuales de los amantes que sin embargo se proporcionan placer en una polimórfica relación heterosexual. La transgresión del adulterio se sofistica y la mecánica del sexo se convierte en aventura porque la palabra adereza el un, dos, tres de las rutinas sexuales. Se escribe para imaginar, y tanto escribir como imaginar son dos momentos de la acción. Se escribe para, con, en el cuerpo, como Valmont sobre el culo de Cécile. No podemos olvidar Las amistades peligrosas, la depravación como didactismo, las contenciones como placer civilizatorio: la Merteuil se hiere el muslo con un tenedor y sonríe; al gozar permanece hierática. La amante es la escritora y el escritor siempre es el amante. El sexo y la escritura son comunicación, aprendizaje, abandono, herramientas de excitación, en las que se asientan tanto el vínculo de Simone y Charles como el del lector con el texto. La escritura es sustitución, recreación y acción sexual. Masturbación y entrega erótica. Escamoteo y vivencia plena. Muro de contención y mazo para demoler ese muro. Paraliza e incita. La palabra es gozo en sí. Tanto que posmodernamente llegamos a poner en duda la existencia de un más allá del lenguaje: la existencia de una verga real que penetre un orificio. En la experiencia de Simone también hay lecciones metaliterarias y el lector barrunta que el sexo escrito siempre acaba teniendo algo de académico.
En La pasión de Mademoiselle S. la literatura se entiende desde una perspectiva de seducción y destrucción de los tabúes, aunque el significado subversivo de los textos eróticos hoy ha cambiado: ahora seducir es imposición del mainstream y merecería la pena reflexionar sobre hasta qué punto vivimos una época en que somos cada vez más mojigatos y eufemísticos en la enunciación del sexo mientras que obscenamente buscamos que desde la cultura sacien nuestras satisfacciones primarias. Por eso, la gracia de estas epístolas consiste en decidir si son un artificio complaciente —qué oportuno el hallazgo de este manuscrito en la era del éxito de ciertas sombras— o un corrosivo documento histórico en el que las prohibiciones se dinamitan con la práctica del vicio de escribir. Dudar. Apretar el lápiz contra el blanco del papel, disfrutar de esa fisicidad y pensar, al contrario que hace un instante, que reducir este libro a la sociología del hecho real sería desmerecerlo, porque en su faceta artificiosa reside su inteligencia dentro de su campo literario, así como el encanto de la sexualidad narrada y de toda la literatura. •
La pasión de Mademoiselle S. Anónimo. Edición y comentarios de Jean-Yves Berthault Traducción de Isabel González-Gallarza. Seix Barral. Barcelona, 2016. 244 páginas. 17 euros


miércoles, 20 de enero de 2016

Anónimo / La muerte de Akiko



Anónimo

LA MUERTE DE AKIKO

Japón, Siglo IX

-Quiero un hijo –exclamó la princesa Ki no Shizuko-. Ya sólo me acuesto contigo y no entiendo por qué no me quedo embarazada. No sé si el problema está en mí. Tú me has engendrado y aún eres joven. No puedo aceptar que mi vientre esté muerto. Ningún médico consigue detectar una causa. No saben lo que me pasa y yo necesito saber si aún estás en condiciones de ser padre.

-Engendrar un hijo sería una monstruosidad –respondió el emperador Montoku.

-He encerrado en un cuarto a una esclava. Se llamaba Akiko y te acostarás con ella. Si se queda embarazada, sabré que soy estéril. No puedes negarte. Si lo haces, ordenaré que te maten. Ya nadie te respeta. El sake te ha convertido en un desecho.

viernes, 18 de noviembre de 2011

A veces llegan cartas / De paperos a banqueros


¿Banquero o papero?
Adivina, adivinador.
Anónimo
De paperos a banqueros,
un largo trecho

No me preocupa el grito de los violentos, de los corruptos, de los deshonestos, de los sin ética. Lo que más me preocupa es el silencio de los buenos.
Marthin Luther King

María Mercedes Cuéllar, Presidenta de Asobancaria, que es como el sindicato de los banqueros, salió a revirar en Caracol Radio porque el Ministro de Hacienda se atrevió a criticar las tarifas abusivas que los bancos cobran a sus clientes por el uso de cajeros automáticos, tarjetas débito y crédito, etc.
Dice la doctora Cuéllar que no entiende por qué la gente se queja, ni por qué el Gobierno vigila más al sistema financiero que a otros negocios. Cita como ejemplo a los productores de papa. Ella se pregunta por qué el Gobierno interfiere y vigila las tarifas de los servicios bancarios y no hace lo mismo con el precio de la papa.
Aunque la experta es ella, voy a intentar explicarle a la Presidenta de Asobancaria cuál es la diferencia.
-En primer lugar, creo que el Gobierno se preocupa y está más atento a lo que hacen los bancos porque ellos trabajan con nuestra plata, la de ahorradores y cuenta habientes, y no con la suya. Los paperos trabajan con la plata de ellos.  
-En segundo lugar, porque cuando un papero se quiebra pierde su dinero. Aún no se ha sabido de gobiernos que hayan tenido que imponerle un impuesto especial a los consumidores de papas a la francesa para sacar de la quiebra a los cultivadores del tubérculo.
 Cuando un banquero se quiebra en cambio, las pérdidas las debemos asumir todos los ciudadanos así no hayamos tenido nada que ver en la quiebra. Inclusive quienes ni siquiera tienen una pinche cuenta de ahorros. 
Recordemos cómo, por qué y para qué empezó el 4 por mil. Creo que también debe influir el hecho de que cuando mejora la producción de papa, los paperos nos rebajan el precio del bulto, mientras cuando los banqueros aumentan sus ganancias, apenas se limitan a presumir del aumento de su riqueza por la prensa. Ni siquiera se les ocurre darnos las gracias por dejarlos que hagan con nuestra plata lo que les da la gana.
No existen listas negras de ex comelones de papas fritas. Abundan las listas negras de deudores morosos de bancos. Los paperos no llaman a media noche a embutirnos una papa salada. Los bancos llaman el domingo por la mañana a ofrecernos una nueva tarjeta de crédito.
Finalmente, doctora María Mercedes, los paperos no nos cobran por el uso del costal, el canasto o el sartén. Los banqueros, en cambio, nos cobran por las chequeras, las tarjetas, los cajeros, y todo lo demás. Debe ser por eso que el Gobierno se preocupa.
Debe ser por cosas como esas que detestamos a los banqueros, mientras adoramos a los paperos.




miércoles, 25 de mayo de 2011

Una mujer en Berlín / Citas


Anónima
Una  mujer en Berlín

Es sabido que los vencedores escriben la historia: la escriben en libros y manuales, la conmemoran en monumentos, películas y documentos, y así se la enseñan a las generaciones venideras. Son de dominio público las atrocidades de los nazis, repudiables e imperdonables, pero poco se sabe de los desmanes de los vencedores. Siempre me he preguntado qué pasó con la pobre gente cuando Alemania perdió la guerra. Aquellos que nunca declararon a nadie su hostilidad, aquellos que nunca pensaron en matar a los demás, aquellos que no anidaban el odio.  Porque unos cuantos poderosos declaran la guerra pero es padecida por todos: niños, hombres, mujeres, viejos. La guerra es la manera más horrible y obscena que tiene el hombre para acelerar el trabajo de la muerte, insaciable por naturaleza.
            Más de cien mil mujeres fueron violadas en Berlín en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial. Los rusos victoriosos reclamaron a las mujeres alemanas como botín. Siempre ha sido así y siempre será así: en una guerra los instintos se desatan y el odio otorga derecho a todas las atrocidades.
            El ambiente se tornó tan aterrador que las mujeres solo esperaban que las violara el militar de mayor rango para que las protegiera de las demás bestias. De esta desgracia y otras más, de la sobrevivencia, trata Una mujer en Berlín. El primer borrador fueron tres cuadernos escolares, escritos con letra menuda entre el 20 de abril y el 22 de junio de 1945. Su autora los transformó luego en 121 páginas mecanografiadas. De alguna manera llegaron a las manos del escritor Kurt W. Marek, el autor de Dioses, tumbas y sabios bajo el seudónimo de C. W. Ceram, y quien hizo el puente con un editor de Nueva York. En 1954 se publicó en inglés y desde entonces aparecieron traducciones en sueco, noruego, holandés, danés, italiano, japonés, español, francés y filandés. Su autora decidió permanecer en el anonimato y, aunque murió a finales del siglo XX, su deseo aún se respeta.
            Una frase de Hans Magnus Enzensberger, quien reeditó en años recientes esta obra en alemán, bastaría para precisar su importancia: “Mientras los hombres combatían en una guerra devastadora lejos de casa, las mujeres resultaron ser las heroínas de la superviviencia entre las ruinas de la civilización”.
            Siguen como abrebocas unas cuantas citas, bellas y desoladas, desgarradoras casi todas. Entre paréntesis, al final de cada una, la página correspondiente en la edición de Anagrama. Sé que el lector no tendrá sosiego hasta encontrar el libro y devorarlo desde la primera hasta la última página.

Triunfo Arciniegas
Pamplona, 2011

CITAS

            El muñón de la acacia de delante del cine ha reverdecido rabiosamente.
p. 19

         Como ya no poseo nada, me siento dueña de todo. (…) Ahora todo es de todos. Apenas se tiene apego a las cosas, ya no se hace una distinción clara entre la propiedad de uno y la de los demás.
p. 21

         La belleza duele ahora. Todo está impregnado de muerte.
p. 35

         El túnel del tren de cercanías está cerrado. La gente que estaba delante decía que al otro extremo del túnel había un soldado ahorcado, en calzoncillos, con un letrero con la palabra “traidor” colgado del cuello. Está colgado tan bajo que se le pueden tocar las piernas. Eso lo contó uno que lo había visto con sus propios ojos y que había echado a los mocosos que se divertían haciendo girar el cadáver.
p. 44
        
Una y otra vez voy notando en estos días cómo se transforma mi percepción de los hombres, la percepción que tenemos todas las mujeres en relación con los hombres. Nos dan pena, nos parecen tan pobres, tan débiles. El sexo debilucho. Una especie de decepción colectiva se está cuajando bajo la superficie entre las mujeres. El mundo nazi de glorificación del hombre, el mundo dominado por los hombres… se tambalea y con él se viene abajo también el mito “hombre”. En las guerras de antaño, los hombres podían reclamar el privilegio exclusivo de matar y morir por la patria. En los tiempos actuales, las mujeres también participamos. Este hecho nos modifica, hace que nos volvamos descaradas. Cuando acabe esta guerra tendrá lugar, junto a otras muchas derrotas, también la derrota de los hombres en su masculinidad.
p. 68


         Para añadir: una imagen que vi en la calle. Un hombre empujaba una carretilla sobre la que yacía, yerta, una mujer. Mechones grises, un delantal de cocina azul, suelto, ondeando. Sus flacas piernas, con medias grises, sobresalían por el otro extremo de la carretilla. Casi nadie miraba. Aquello parecía la recogida de basuras de otros tiempos.
p. 70

El minuto de vida está encareciéndose.
p. 90

         Madrugada, gris y rosa. Sopla un viento frío a través de los huecos de las ventanas. Tengo sabor a humo en la boca.
p. 116

         En la cola del agua contaba una mujer cómo un vecino la increpó en el refugio cuando los Ivanes (los rusos) se la llevaban y ella se resistía: “¡Vamos, vaya de una vez! ¡Nos está poniendo a todos en peligro!” Es una pequeña nota sobre la decadencia de Occidente. 
p. 107

         Y estoy de lo más orgullosa de haber logrado domesticar a uno de los lobos, acaso el más fuerte, para que me mantenga lejos del alcance del resto de la manada.
p. 117

         Me sentía muy mal, escocida. Caminaba dolorida a paso de caracol. La viuda revolvió en el botín que tiene escondido en el altillo, y me dio una lata con un resto de vaselina.
p. 125

         El sexo es una caja de cuchillos demasiado afilados.
p. 146

         Mientras tanto yo, sentada con toda tranquilidad, remendaba mi única toalla y zurcía el liguero destrozado en una violación. Se percibe de nuevo cierta organización.
p. 169

Ilse y yo intercambiamos precipitadamente las primeras frases: “¿Cuántas veces te violaron, Ilse?” “Cuatro, ¿y a ti?” “Ni idea. Tuve que ir ascendiendo en la jerarquía, desde recluta hasta comandante.”
p. 255

Tengo que proteger el pan de mí mismo. Ya me he comido 100 gramos de la ración de mañana. No debo tolerar tales desmanes.
p. 307

Ayer viví una escena graciosa: ante nuestra casa se detuvo un carro tirado por un viejo rocín, un pobre animal todo pellejo y huesos. Lutz Lehmann, de cuatro años de edad, llegaba a casa de la mano de su madre. Se quedó parado delante del carro y preguntó con voz de soñador: “Mami, ¿se puede comer el caballo?”
p. 318