| Ilustración de Andrea Ucini |
Antonio Tabucchi
Iba en bicicleta, dijo la Nena, llevaba un pañuelo con nudos en la cabeza, lo he visto bien, también él me vio, quería algo de aquí de casa, eso lo entendí, pero pasó como si no pudiese detenerse, eran las dos en punto.
La Nena por aquel entonces llevaba un aparato de metal en los dientes que se obstinaban en crecerle torcidos, tenía un gato pelirrojo al que llamaba «mi Belafonte» y se pasaba el día canturreando Banana Boat, o preferiblemente silbándola, porque gracias a los dientes el silbido le salía perfecto, mejor que a mí. A mamá parecía molestarle mucho, pero normalmente no la reñía, se limitaba a decirle pero deja en paz a ese pobre animal, o bien, cuando se veía que le entraba la melancolía y simulaba descansar en la butaca y la Nena corría al jardín, bajo los oleandros, donde había instalado su pied-à-terre, se asomaba a la ventana apartándose un mechón de cabellos que se habían pegado a su frente por el sudor y con voz cansada, no como si le estuviese haciendo un reproche, sino como si fuese su propio lamento, una letanía, le decía, pero deja ya de silbar esas tonterías, parece mentira, y además sabes de sobra que las niñas bien educadas no deben silbar.