sábado, 4 de noviembre de 2023
Esplendor y sombra de las leyendas del 'boom'
Jorge Volpi / El virus planetario
| Vargas Llosa, Donoso y Garcíoa Márquez con Patricia, Mercedes y Pilar |
Un virus planetario
El autor del artículo subraya la indiscutible influencia literaria de los grandes autores latinoamericanos de la generación del ‘boom’.
También su capacidad para despertar con igual eficacia las más feroces críticas y las loas más rendidas
Boom / Literatura sin complejos
| Julio Cortázar |
Literatura sin complejos
Nadie se parecía a nadie pero todos fueron –son- escritores magistrales
El grupo del boom era consciente de la necesidad de nombrarse e identificarse en el mercado literario y político
Un margen de libertad e intención y unos mecanismos de fabulación simplemente inéditos en lengua española.
martes, 24 de mayo de 2022
Otras novelas que también hicieron boom
Otras novelas que también hicieron boom
HELENA Y ÁNXELLas seis novelas cuyas primeras ediciones aparecen en el mosaico de la izquierda justificarían por sí mismas y sin añadidos de mercadotecnia editorial o compadreos de cátedras universitarias cualquier movimiento literario.
Sucede que fueron editadas con pocos años de diferencia —a mediados de los sesenta— y en una misma región del planeta, la América en la que se habla sobre todo español, y sucede también que algunas editoriales de Barcelona vieron en aquel momento, y dada la pésima salud de la literatura española de entonces, la oportunidad de hacer negocio publicando buenos libros —no todas con el mismo buen ojo: el venerado Carlos Barral rechazó en 1966, y se pasó la vida lamentándolo, el manuscrito que le acaba de remitir un joven escritor colombiano de una novela titulada Cien años de soledad que con el paso del tiempo vendería, que sepamos, casi 40 millones de copias—.
A aquellos autores más o menos coetáneos les pusieron con presteza un nombre sonoro, boom, que recordaba, no por casualidad, el todavía fresco (1959) triunfo de los castristas en Cuba. Algunos de los escritores del boom vivían en el exilio, otros malvivían con el periodismo pagado por pieza; unos veneraban a Faulkner y sus territorios míticos, mientras que otros preferían el indigenismo derivado del Popol Vuh y sus muchas encarnaciones; a veces se reunían y bebían mucho whisky pero, pasados unos años, terminaron dándose potentes cuchilladas metafóricas unos a otros, casi siempre por un quítame allá esos misiles o, como es tradición entre los lationamericanos, por la forma de interpretar la palabra revolución.
A la derecha, Cortázar. A la izquierda arriba, García Márquez. Abajo, Vargas Llosa y su segunda mujer, Patricia.
Nadie puede precisar cuándo empezó el boom porque nadie lo sabe y la fecha es opinable (unos conjeturan que en 1960, otros dicen que en 1962, otros que en 1963 y otros, a los que humildemente me sumo, pensamos que todo había empezado en los años cincuenta, con Juan Rulfo, Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges, sin cuya paternidad la descendencia hubiera sido otra), pero algunos se han empeñado en celebrar este año el 50º aniversario del fenómenos editorial.
Aunque las razones para la celebración del medio siglo son peregrinas —se cita un cierto Congreso de Intelectuales de Concepción (Chile), celebrado en enero de 1962 y al que no asistieron más que un grupo de escritores de la órbita marxista (el comisario Neruda entre ellos, desde luego) y en el que Carlos Fuentes pronunció una frase de vergüenza ajena que resume el ambiente: “política y literatura son inseparables y Latinoamérica sólo puede mirar hacia Cuba”— y la reseña de los 50 años resulta complaciente y preñada de colegueo o intereses comerciales —no se menciona, por ejemplo, el daño colateral causado por el boom, en cuyos posos se asienta la epidemia perniciosa del realismo mágico de bata y zapatillas de Isabelita Allende y otros tan lánguidos como ella—, no me importa entrar en el juego, sobre todo porque creo que la mejor literatura en español de los siglos XX y XXI, quizá la única que merece ser llamada literatura, procede de las Américas.
Siguiendo el juego que propuso hace unos días Arsenio Escolar con sus diez libros favoritos del boom —y alertando que Arsenio me gana de largo como rata de biblioteca—, les dejo una lista de siete novelas menores que también hicieron boom pese a que los méritos casi siempre fueron para otras. Advierto que llevo años sin leer algunas, de modo que acudo a la cada día más débil memoria para recuperar sentimientos. Una nota, digamos, técnica: las imágenes de las cubiertas son de las primeras ediciones, inencontrables hoy, pero los vínculos en los títulos remiten a la edición más barata de las que todavía están en el mercado.
El monstruo que engendró Rayuela
Los premios. Julio Cortázar, 1960
La primera novela de Cortázar que encontró editor tras el rechazo de sus dos primeros manuscritos, tiene bastante del ambiente opresivo desarrollado en las zonas opacas de la vida cotidiana que encontramos en sus magistrales relatos —ya había publicado tres tomos de cuentos—.
Un grupo muy heterogéneo de personas gana un premio para viajar en un barco. En esa atmósfera cerrada el narrador habla como en astillas y deja que sea el lector quien recomponga la acción, adelantando la fórmula que Cortázar depurará en Rayuela tres años más tarde. No es casualidad que uno de los protagonistas de la ópera prima sea un tal Horacio Oliveira, el personaje central al que Cortázar colocará a la deriva en el París de Rayuela.
Novela del absurdo y la búsqueda inútil, porque toda búsqueda conduce a la destrucción, Los premios, que el escritor redactó en París mientras vivía en una aguda penuria material, Cortázar intenta construir una novela híbrida como “un monstruo, uno de esos monstruos que el hombre acepta, mantiene a su lado; mezcla de heterogeneidades, grifo convertido en animal doméstico“.
Como dice uno de los angustiados personajes, ya no se trata de entender la realidad, sino de “abrazar la creación desde su verdadera base analógica. Romper el tiempo-espacio que es un nivel plagado de defectos“.
La falsa arcadia del campo
Crónica de San Gabriel. Julio Ramón Ribeyro, 1960
Julio Ramón Ribeyro, un ser desprendido, una bendita persona, es uno de los escritores que militan con injusticia en la segunda división del boom pese a su amplia producción de cuentos y su papel capital en el realismo urbano latinoamericano.
Crónica de San Gabriel, escrita durante un viaje de juventud por Europa, en el invierno polar de Munich (“sin saber alemán y en una pensión en donde era imposible comunicarse por desconocer el idioma … comencé pues a escribir para salirme del entorno en el que vivía e imaginaba todo el tiempo que pasaba unas plácidas vacaciones en la sierra peruana”), es una de las mejores novelas de iniciación en español del siglo XX.
La peripecia del adolescente Lucho en una hacienda de montaña le obliga a descubrir que la arcadia del campo es sólo una abstracción y que le han enviado a un lugar donde “el pez más grande se come al chico” y “los débiles no tienen derecho a vivir”.
Un descarnado libro fabricado con maña por un escritor que opinaba que “la historia puede ser real o inventada. Si es real ,debe parecer inventada, y si es inventada, real”.
La novela rusa de Gabo
El coronel no tiene quien le escriba, Gabriel García Márquez, 1961
Pregunta: Dime, qué comemos. Respuesta (pura, explícita, invencible): Mierda.
El celebre intercambio de palabras que resume episódicamente la gran novela corta que García Márquez publicó seis años antes de Cien años de soledad, es suficiente: estamos ante una voz narrativa de una extraña resonancia, capaz de contener todas las voces de un pueblo.
El coronel no tiene quien le escriba es la dulce y desoladora crónica de una espera sin futuro: la pensión que nunca llega. A partir de la situación dramática, todo está salpicado por el humor explosivo y bravo del Caribe que tan bien sabe explotar el autor.
Contenida y sobria, carente de los excesos de estilo que acaso lastren algunas obras posteriores del colombiano, es, como menciona Caballero Bonald, un “acabado modelo de sencillez, de naturalidad discursiva y hasta de inocencia verbal”, donde hasta lo complejo se muestra de modo escueto.
La historia de un personaje insular y solo, una bellísima obra de tintes rusos bajo el martirio del sol.
Apuesta por los perdedores
El lugar sin límites. José Donoso, 1965
Estridente en la esfera privada, de la que solamente supimos en detalle (homosexualidad reprimida, egocentrismo, neurosis) tras su muerte en 1996, el chileno José Donoso tampoco merece el lugar secundario que algunos le adjudican en el canon del boom.
El lugar sin límites desarrolla la vida miserable en El Olivo, una ciudad ruin y venida a menos, y disecciona la sociedad local, que es un eco de la sociedad chilena, católica, ultranacionalista y muy conservadora en lo social, a través del burdel que gestiona Manuela González, un homosexual travestido.
Con pinceladas que pueden provenir del estilo enfático de Conrad y Graham Greene y una prosa telegráfica que tiene de más una conexión con la de Hemingway, Donoso apuesta por los perdedores y saca pecho ante el dolor. Pese a que es más conocido por la experimental El obsceno pájaro de la noche (1970), yo prefiero la negrura marginal de su novela de burdeles, apariencias y dobleces.
Frenética musicalidad
Los cachorros. Mario Vargas Llosa, 1967
Cuando Vargas Llosa escribió Los cachorros tenía 29 años y era el más joven de los escritores del boom. La circunstancia no tiene valor, pero ayuda a explicar por qué la obra es la de mayor calado generacional del grupo y, al tiempo, la de más acelerada narrativa.
De una precisión que aturde y escrita con tanta urgencia que la lectura resulta angustiosa (y tóxica), la vida de Pichula Cuéllar, un distinto —no diré por qué para no incurrir en el spoiler— es presentada con una fluidez desbordante y experimental (diálogos sin marcas, cambios de persona en el habla narrativa), pero nunca trivial ni caprichosa.
El gran Roberto Bolaño, quizá el descendiente más brillante de los escritores del boom, destacó la “musicalidad sustentad en el habla cotidiana” de Los cachorros y añadió: “El descenso a los infiernos, narrado entre grititos y susurros, es de alguna manera el descenso a otro tipo de infierno al que se verán abocados los narradores. De hecho, lo que aterroriza a los narradores es que Pichula Cuéllar es uno de ellos y que empeña, de forma natural, su voluntad en ser uno de ellos (…) Toda anomalía es infernal, aunque tras la destrucción de Cuéllar lo que las voces que arman el relato tienen ante sí es la planicie de la madurez, la tranquila destrucción de sus cuerpos, la resignada y total aceptación de una mediocridad burguesa”.
Tras esta magistral novela, publicada por primera vez con fotos de Xavier Miserachs, Vargas Llosa logró el empuje necesario para abordar su obra mejor y más ambiciosa, Conversación en la Catedral (1969).
El cubano extranjero
De dónde son los cantantes. Severo Sarduy, 1967
Los cubanos citados en todos los elencos del boom son Guillermo Cabrera Infante, Alejo Carpentier y José Lezama Lima.
Que olviden a Severo Sarduy es inexplicable, aunque quizá algo tenga que ver su proclamada extranjería —se consideraba más europeo que caribeño, renegó del tropicalismo de la patria y de los trabajos como periodista en revistas revolucionarias para embarcarse en la experimentación de la metaficción parisina de Tel Quel y buscó en el budismo una explicación vital—.
De dónde son los cantantes construye una imagen de La Habana, la ciudad a la que nunca regresó desde 1960, con las voces superpuestas de las tres grandes herencias que conformaron la identidad local: lo español, lo africano y lo chino.
Carnavalesca, paródica y y barroca, la novela es, según Sarduy, un “collage hacia adentro”, y prefigura la que sería su obra más celebrada, Cobra (1972).
El gran olvidado
Cicatrices. Juan José Saer, 1969
Lean: “Hay esa porquería de luz de junio, mala, entrando por la vidriera. Estoy inclinado sobre la mesa, haciendo deslizar el taco, listo para tirar. La colorada y la blanca —mi bola es la de punto— están del otro lado de la mesa, cerca del rincón. Tengo que golpear suavecito, para que mi bola corra muy despacio, choque primero con la colorada, después con la blanca y pegue después en la baranda entre la colorada y la blanca: la colorada va a golpear contra la baranda lateral, antes de que mi bola choque contra la baranda del fondo, hacia la que tiene que ir en línea oblicua después de chocar contra la blanca”.
Ahora intenten responder —yo no sé o no puedo o no quiero—: ¿por qué Juan José Saer, uno de los escritores más deslumbrantes en español no fue reconocido hasta los años ochenta y murió en 2005 sin haber sido apenas publicado en España?
Su ciclo de novelas sobre Santa Fe, la localidad argentina en la que vivió exiliado antes de optar, en 1968, por la migración trasatlántica en París, son equívocas: el lector las sobrevuela con levedad hasta que, bien pronto, se siente dentro de una caverna donde él mismo participa de un rito de memoria colectiva.
Mi favorita es Cicatrices, la historia de un crimen (un obrero del metal mata a su mujer el uno de mayo) contada por cuatro narradores diferentes en un ejercicio sutil de lírica política.
Ricardo Piglia ha dicho que “la prosa de Saer, que parece surgir de la nada, que se produce a sí misma con la misma perfección desde el principio, es en realidad una elaboración muy sutil de la gran poesía escrita en lengua española“. Tiene toda la razón.
TRASDOSdomingo, 23 de mayo de 2021
Rancheras y tangos del boom
| Julio Cortázar y Gabriel García Márquez en París |
Las rancheras y tangos del 'boom'
Un disco reúne canciones interpretadas por García Márquez, Fuentes y Cortázar
domingo, 12 de julio de 2020
Tomás Eloy Martinez / La espalda más hermosa del mundo
La espalda más hermosa del mundo
25 ABR 2007
Todos los objetos, hasta los más insignificantes, despiertan cierta resonancia en la memoria de los hombres, tal como lo advirtió Proust en las primeras páginas de En busca del tiempo perdido. Esa resonancia se apaga a veces para siempre. Otras veces, de pronto, sale de su letargo y reaparece en el presente con la misma fuerza que tenía en el pasado. Sucedió a fines de marzo, cuando caminábamos con el novelista mexicano Carlos Fuentes por la ciudad amurallada de Cartagena de Indias, junto al mar Caribe de Colombia. Ambos descubrimos al mismo tiempo un balcón abombado de madera y mampostería que parecía colgar peligrosamente sobre la calle.
viernes, 28 de julio de 2017
Boom / La bomba que todavía desnuda
| García Márquez, Jorge Edwards, Vargas Llosa, José Donoso y Ricardo Muñoz Suay 1974 |
BOOM
La bomba que todavía desnuda
Superados ya manifiestos como McOndo o el Crack, hay un vínculo secreto entre los autores latinoamericanos jóvenes y sus abuelos del boom
RAFAEL GUMUCIO
28 JUL 2017 - 12:29 COT
Se cumplen 50 años de la publicación de Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, el libro que hizo completamente inevitable el boom latinoamericano. La mayor parte de los protagonistas de este extraño fenómeno que nos dejó dos premios Nobel, y la costosa ilusión que escribir en latinoamericano podía ser rentable y hasta glorioso, están muertos. Los libros que quedan, los que sobrevivieron a su propia ambición — Conversación en La Catedral, Rayuela o El obsceno pájaro de la noche—, bebían de la idea de absorber todos los demonios de la patria a través de los demonios más personales del autor. Fueron best sellers paradojalmente porque eran libros exigentes, que pedían de alguna forma no sólo la complicidad del lector sino una especie de militancia. Eran libros que le debían mucho a Faulkner, Hemingway, Henry James y Sartre, pero también a Borges, Onetti y Juan Rulfo.
lunes, 18 de febrero de 2013
Harold Bloom / El realismo mágico es un disparate
| Harold Bloom |
Harold Bloom
"El realismo mágico es un disparate"
"Yo no tengo sabiduría. No sé dónde está la sabiduría. Es decir, sé donde la puedes encontrar. La puedes encontrar en Shakespeare"
"No se lo darán (el Nobel a Parra), porque Mistral y Neruda lo tuvieron. No creo que premien a un tercer poeta chileno"
"No tengo ninguna ilusión sobre lo que escribo. Desaparecerá. En 50 años nadie sabrá quién fui"
Son las dos de la tarde en New Haven. Cerca de la calle Whitney, en uno de los más bonitos y tradicionales barrios de esta ciudad -sede de la Universidad de Yale-, vive una leyenda de la crítica literaria, Harold Bloom.
La belleza de los árboles en el fin del otoño, la rusticidad elegante de su casa, de tres pisos y madera, la puerta sin llave, un auto antiguo en la puerta. La música que lo acompaña siempre.
Son presagios de quien está más allá de la puerta, y grita "entre, está abierto", adivinando quien viene, sin miedo a nada.
Se para con su bastón, le cuesta caminar a sus 82 años, y se sienta de nuevo en su lugar favorito, la cabecera de la mesa de comedor, llena de libros, cartas y hojas amarillas de bloc, donde anota sus clases, los poemas que les dará a leer a sus alumnos, y su agenda, que maneja con celo. Con una mano en el teléfono ?no le gusta el mail, sino el teléfono- y otra en su lápiz, anota cada compromiso y va revisando sus meses venideros. Aunque ya no tiene la vida vertiginosa de antes, sigue dando clases dos veces por semana. Este semestre enseña un curso sobre Shakespeare, y otro de poesía. Y, además, recibe a sus alumnos durante la semana, en grupos de dos o tres, mientras la energía no se le agota.
Su mujer por más de 50 años, Jeanne, buenamoza, elegante, discreta, aparece y saluda. "Voy a dar un paseo", dice y se despide. Bloom se queda mirándola mientras se va.
Nacido en Nueva York y criado en el Bronx, Harold Bloom ha tenido una influencia inusitada en la escena literaria. Ha publicado más de 20 libros, traducidos a más de 40 idiomas, entre ellos La ansiedad de la influencia, La anatomía de la influencia y Shakespeare: La invención de lo humano. No sólo es uno de los intelectuales que más ha estudiado a Shakespeare, sino que también la influencia de éste y otros autores sobre los demás. También, a través de su libro El canon occidental, ha sido figura clave en decidir quién está en el Olimpo literario mundial y quién no. Ganador de la beca para "genios", Mac Arthur Fellowship, en 1985, es Sterling Memorial Professor de la U. de Yale hace 57 años.
-¿Volvería a escoger a los mismos latinoamericanos de nuevo en el canon occidental?
-¿Cuáles fueron?
-¿Y qué pasa con Neruda? Lo volvería a poner en el canon?
-¿Usted nunca conoció a Neruda?
-¿Cómo lo descubrió? ¿Después del Nobel?
-No, ya lo estaba leyendo. Tenía varios amigos que lo leían, incluyendo a uno que lo tradujo. Así lo conocí.
-Y aparte de Vallejo, ¿algún otro escritor latinoamericano que incluiría en el canon?
-¿Se conocieron bien?
-¿Cómo cuáles?
-¿Cómo lo supo usted?
-¿En serio?
-¿Cuál cree usted que es la contribución de la literatura latinoamericana? ¿Qué piensa, por ejemplo, del realismo mágico?
-¿Por qué cree que fue tan exitoso como tendencia en Estados Unidos y Europa?
-Pero hizo una gran diferencia en los escritores latinoamericanos que fueron catalogados dentro de esta tendencia.
-Hablemos de Nicanor Parra, a quien usted ha elogiado. ¿Por qué le gusta?
-¿Ustedes no se han conocido con Parra, no?
-¿Usted cree que Parra merece el premio Nobel?
-Tiene una tradición muy distinta a la de Neruda y de Walt Whitman.
"Me queda tan poco tiempo"
Por su ventana se ve el invierno por venir en Connecticut. El frío que comienza a calar hondo, las ardillas que lo evaden en los troncos, hojas doradas en el suelo y muchas flores. En su mesa, un jarrón de rosas blancas. Y muchos libros, algunos ordenados y reverenciados, otros en total desorden, lo rodean. Mientras habla a veces se toca los ojos, tratando de encontrar las palabras, o quizás espantando la fatiga que lo amenaza siempre. Dice que duerme poco y a saltos, que no tiene mucha energía, que vive exhausto.
Sin embargo, nada de eso es coherente con su agenda, que mira en su mano, llena de clases, visitas de alumnos, viajes a Nueva York. Es como si espantara el fantasma del cansancio invocándolo a cada rato.
-¿Cómo se siente ser el más influyente y controvertido crítico de nuestro tiempo, según The New York Times?
-Debe ser una enorme responsabilidad...
-(Hace la señal de negación con la cabeza, cierra los ojos). ¡Es ridículo!, es como si yo te dijera: ¿cómo te sientes ser tú? ¡Es sólo tu vida!
-Pero el The New York Times...
-¿Cómo ha vivido con ser la voz que decide quién tiene valor literario o no?
-Pero usted ha sido un crítico muy influyente.
-Usted ha vivido dedicado a la literatura. Si volviera atrás, ¿haría lo mismo?
Cuenta que desde joven leía y reflexionaba sobre los poemas. Fue un niño precoz y literario. Pero dice que con los años se ha degenerado su disciplina de estudio. Ha escrito -y mucho- sobre lo que denomina "la escuela del resentimiento", que para él implica que la literatura no se lee desde la literatura misma, sino desde otras disciplinas, como la antropología o los estudios feministas. "En vez de ver la belleza y el poder del lenguaje y el pensamiento, ha sido remplazado por preguntas relativas al género, la orientación sexual, teorías estructurales y posestructurales... y disparates de todo tipo. Ha degenerado dentro de una parte de la ciencia social, así es que no estoy seguro de que lo hubiera elegido. Profesor hubiera sido. Quizás me habría convertido en un profesor de historia de las religiones, pero no sé qué habría hecho. Especialmente cuando queda tan poco tiempo".
Dice que de todos modos, en 50 años, ya nadie lo leerá. Y que, quizás, tampoco habrá libros impresos de aquí a 20 años. Que el mundo como lo conocemos se está acabando.
"Habrá lectores, pero será diferente. Y las universidades también serán diferentes, irreconocibles. La persona hablando y la persona escuchando nunca se encontrarán.
Tiene una memoria prodigiosa. Se sabe, desde la segunda clase, todos los nombres de sus alumnos. Los llama "child", "children", los trata como hijos o nietos, más bien. Los incita a dar sus opiniones, sus análisis de escritores complejos, como Shakespeare, Whitman, Melville o Emily Dickinson. Sólo cuando los alumnos han hablado bastante, él da su visión. Su palidez contrasta con la firmeza de su voz y sus ideas. Mira hacia el frente y comparte su mirada sobre lo leído, sus anécdotas también, sus cavilaciones acerca de autores que ha estudiado.
Cada comentario de los alumnos lo agradece, y los hace leer en voz alta a todos. "Inspira profundamente y lee, Max", dirá, mientras uno de sus alumnos predilectos lee a Whitman o a Dickinson. Max estuvo enfermo algunas semanas, y Bloom le hizo clases vía Skype.
Cuesta imaginar lo que cuenta el mismo Bloom, que antes fue un profesor severo, capaz de decirle a un alumno que su trabajo era tan malo que no merecía calificación.
-¿Cuánto ha cambiado usted como profesor?
Sigue pensando y mira a través de la ventana.
-Quizás debiera haber dejado de enseñar, pero no quiero. Cuando viene el mal tiempo, lo más frecuente es que la clase sea en esta casa. No es fácil.
-¿Qué habla con sus alumnos cuando lo vienen a ver?
-Pero le pedirán orientaciones o consejos, ¿no?
-¿Cómo funciona la vida, entonces?
-¿Por qué?
-Pero usted ha escrito decenas de libros.
Se escucha un ruido en la puerta. Se queda en silencio, atento. Sus manos largas y pálidas se apoyan en la mesa, mientras mira hacia la entrada.
David, alumno brasileño de menos de 20 años, entra y lo saluda. Ayer vino con sus padres a ver al profesor y tocó piano para todos.
Bloom llama a su mujer, le dice que David tocará de nuevo. El joven se sienta en el piano, algo intimidado. Harold Bloom permanece sentado frente a la mesa. Jeanne, sonriente y sentada en una silla reclinable cerca del piano, cierra los ojos y escucha.
Harold Bloom / Seguiré leyendo mientras me quede un soplo de vida
Harold Bloom / El realismo mágico es un disparate
Harold Bloom / “Todos los días recibo correos con el mismo lamento: ‘Leemos basura”