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domingo, 13 de abril de 2014

Bohumil Hrabal / Rey sin corona

Bohumil Hrabal


Bohumil Hrabal, rey sin corona

El centenario del creador de ‘Trenes rigurosamente vigilados’ sirve al autor del artículo para regresar a su vida y a su obra



Bohumil Hrabal, en una taberna de Praga en los años 80.
Cuando alguien logra que personajes inauditos nos sean hermanos, es que sabe mucho de nosotros. Hrabal escuchaba mucho y fue a vivir entre la gente, a operar maquinarias y vicisitudes; crio un oído muy fino, por encima del jaleo del sistema y del trasiego de las cervecerías.
Había sido un burgués a reeducar, gustaba de su mejor traje. Pero bajo el aparato comunista, como el pobre Hantá de Una soledad demasiado ruidosa, se reeducó vengándose, diluyéndose en el pueblo de verdad, no el del partido: el de la bulla descomplicada y los pequeños deseos incumplidos.
Se dice que Hrabal nace en Brno, meses antes de la Gran Guerra; pero en realidad abre sus ojos décadas después en Libeñ, un suburbio de Praga. También, que nació hace 100 años, pero más fue cuando, adolescente, irrumpe en su vida su tío Pepin: su disparatado caleidoscopio ya no abandonará su mirada.



Como su tío, Bohumil Hrabal cuenta con una verborrea inexorable, de vivencias e impresiones: distinto del ideólogo que va a confirmar, él ve en la vida un jardín de sorpresas (“Cada día, un milagro”) y su cabeza las escribe automáticamente, como un surrealista.
Aunque recordamos como un río, por escrito ponemos puntuación, pues nuestro flujo no es el del lector: el de Hrabal, sí lo es. Fluye alegre y soleado como la cerveza de la caña.

Conmemoraciones

La Casa del Lector acoge en Matadero Madrid hasta el 21 de septiembre una exposición preparada conjuntamente con el Centro Checo sobre Bohumil Hrabal a partir de fotografías, textos, libros o carteles de las películas inspiradas en sus novelas.
Galaxia Gutenberg se ha sumado a la celebración del centenario del nacimiento de Hrabal con la publicación deTierno bárbaro, una novela de 1973, traducida por Kepa Huarte, y Los frutos amargos del jardín de las delicias, una biografía realizada por su traductora Monika Zgustova.
En la misma editorial pueden encontrarse Yo serví al rey de Inglaterra, Una soledad demasiado ruidosa y La pequeña ciudad donde se detuvo el tiempo. Anuncio una casa donde ya no quiero vivir yTrenes rigurosamente vigilados fueron publicados recientemente por El AlephEditores.
Él ritualiza el absurdo con normalidad, como se hace cada tarde en una hostería checa; como al aire pleno del bosque bohemio y al sol que, como una muchacha, peina sus cabellos sobre Praga; pero sus giros chasquean con la maravilla cruel de una bofetada femenina: “Adoraba a las mujeres, pero amaba a la suya”, decía Arnošt Lustig; “Veía el amor como un regalo”.
Hrabal no te lanza palabras a la cara, su número de páginas no impresiona, escribe en primera persona pero él no está en la historia; y sin embargo es su historia. En un centenar de folios logra lo que tantos intentan en tomos de medio kilo: hacerse valer entre la más bella literatura europea.
Escribir, decía, sólo requiere un poco de cara para las primeras líneas y luego “todo se deshila como un viejo jersey enganchado”. Y, de repente, la nariz huele ya la cebolla, y el oído, la risotada a su vera, y el pensamiento se desliza por una mujer.
Rondé a Hrabal por sus lugares, hasta que una mañana me sorprendió su muerte; te arrepientes de no haberte acercado a su mesa en el Tigre Dorado, bajo la cornamenta de venado.
Coincidí con Clara Janés en que nos daba aprehensión: su irascible don de la ebriedad entre amigotes. Planeamos mejor ir a su bosque, en Kersko, con sus gatos; sin atrevernos. No daba entrevistas, no concebía hablar con segundo propósito.


Nos asustaba la complicación de su simplicidad. No era campechano, pues eso es una actitud. Era un hombre que te pasaba su plato y su tenedor, me ha contado Monika Zgustova: ella sí se atrevió y puso un pequeño pie en su vida.
En la estirpe de Kafka y de Hašek, anota su biógrafa, y frente a la rebelión por el absurdo de un Havel, o más racional de un Kundera, Hrabal se defiende del mundo por el amor y el arte: aquel es una gran taberna, a la que él arrebata un poco de horror.
Para ello, va de la bufonada al pathos y a la erótica y a la violencia y a la ternura, en una confesión excéntrica y sofisticadamente en capas, que le es liberadora.

Bajo el comunismo se reeducó vengándose, diluyéndose en el pueblo de verdad
Un día dice: “Yo en realidad soy ya los demás”, de tanto escuchar y tan bien. Se ha convertido en su propia literatura; una sensual, bufa y melancólica, que para el mundo es ya el sello de lo checo.
También entre los españoles, que lo acogen como un clásico. ¿Qué vital sensualidad les enseña un checo? Bohemia ha sido agreste al español, desde Guillem de San Clemente, el embajador barcelonés del emperador hispano, a los exiliados. Pero esa es la universalidad de los personajes inverosímiles de Hrabal.

Escribe en primera persona pero él no está en la historia... aunque es su historia
Le ayuda a aterrizar en España el Nobel a Seifert, el Oscar a Menzel porTrenes rigurosamente vigilados, el descubrimiento de La insoportable levedad del ser de Kundera, y la épica subida de Havel al castillo, al caer del comunismo.
Pero la gratitud ha de ir a Mlejnková y Ortiz con su detonante traducción de Yo he servido al rey... y, sin duda, a Zgustova con sus posteriores, amén de lazarillo de Hrabal por las Españas de Miró y Tapiès; y por esa biografía entrecosida de charlas.
Los nuevos checos celebran su centenario, entre sellos, monedas, exposiciones y charlas; también el Cervantes de Praga. Y se rescata la crítica: acató la triste Normalización; no se fue. De irse, se habría perdido: “Lo que se cocina en casa ha de comerse en casa”.
Se autocensuró, pero fue impermeable; habiendo nacido bajo Francisco José y vivido cinco regímenes, creía que en Centroeuropa es mejor “no estar nunca muy sobrio y aguardar pacientemente el final de la película”.
Bohumil Hrabal es posiblemente el rey no coronado de la literatura centroeuropea; pero hace siglos que los reyes de Bohemia ya no se coronan. La duda que deja recorrer su raro mundo es que, si fuéramos verdaderos de verdad ¿no seríamos todos personajes de Hrabal?
Ramiro Villapadierna es director del Instituto Cervantes de Praga.


miércoles, 1 de febrero de 2012

Bohumil Hrabal / Bellezas asustadas

Bohumil Hrabal
BIOGRAFÍA
BELLEZAS ASUSTADAS 

El snack bar del Florenc está igualmente animado desde la mañana, operarios y empleados, viajantes y barrenderos que comen y luego se toman un refrigerio, hay emparedados y seis tipos de ensalada y würstel caliente con mostaza, y sirviendo la cerveza está una giganta de ojos grandes y siempre de buen humor, tras una puerta abierta puede verse el interior de la cocina, tras la puerta de cristal abierta dan vueltas los pollos que se doran, para quien quiera también hay limonada... Y de la cocina húmeda y oscura emergen los camareros con platos de sopa y gulash con knedliky a precios económicos y cerca de la ventana que llega hasta el suelo están sentadas las barrenderas zíngaras con las chaquetas anaranjadas y beben cerveza y sus cabellos negros grasos hacen pensar en Méjico... y también yo como aquí, después compro medio pollo asado para los gatos... y hoy fui de nuevo afortunado, ahí está, de pie, como las otras, está mi vietnamita asustada, come como siempre con mucha finura un pollito, o bien un emparedado, sus pequeños dedos trabajan esbeltos, como si próximo a la boca hiciera al ganchillo un minúsculo centro, come con tanta finura que se distingue rápidamente del resto de la gente que está comiendo, y lleva los vaqueros que le hacen las piernas esbeltas, y una camiseta color limón y como todas sus amigas tiene pequeños senos, con un collarcito, y los cabellos negros... y veo también sus zapatitos de charol en la posición de base de las bailarinas, así como sabía llevar sus zapatitos mi mujer Pipsi y también usted, Aprilina, también usted caminaba por Praga como una de esas vietnamitas asustadas, que saben moverse como piedras preciosas por la calle, las plazas, el metro de Praga... Y dado que les gusta viajar en autobús, las encuentro también allí en la estación de autobuses... Siempre elegantemente vestidas, con los bolsitos en bandolera, o bien con mochilitas coloradas y equipajes colorados sobre la espalda, un poco curvadas hacia adelante, y tienen siempre los dedos juntos, sus manos son en realidad manos de pianista, algunas tienen los dedos además que se tocan como si estuvieran en dos octavas, así como los tenía Federico Chopin... He oído decir que las vietnamitas saben coserse de todo, incluso vaqueros, como si los hubieran cosido trabajando en la Lévi Strauss... Saben incluso coser bajo las marcas de los dedos números y letras coloradas... Y al mismo tiempo siento pena por ellas, porque aquí con nosotros están tan solas, tan abandonadas, tan asustadas... incluso cuando hablan entre ellas, es como si gorjearan estupendos pajaritos, como papagayos que parlotean en vietnamita...
Veo ahora que mi vietnamita ha abandonado el snack bar, tras limpiarse con la servilleta con los tiernos deditos las labios pintados, ha salido del snack bar, y como siempre, allí junto a la barandilla, pegado a la acera, está el carrito del barrendero y encima, atado a una cuerdecita, está sentado un perrito que pertenece a los barrenderos, porque una vez alguien lo ató al carrito y desapareció y de aquel perrito asustado se ha ocupado un barrendero, un zíngaro que parece un jefe indio... y mi vietnamita lo acaricia siempre, el perrito cierra los ojos, ella se acurruca un poco y con los pequeños labios le toca la frente. Entorna también él los ojos y ahí está... y a través de los cristales de la ventana que llega hasta el suelo, desde allí mira al perrito y a la muchacha una zíngara que está sentada sobre un cubo del revés, los cabellos le brillan como si hubieran sido untados con un pincelito mojado en la mantequilla... y yo estoy contento...
La parada del autobús se alza sobre los andenes de la línea del autobús, que de aquí parten hacia casi cualquier ciudad, esta estación parece un escenario, sobre el que podrían representarse los dramas de Capek... Sobretodo RUR... es enorme, es como si hubieran metido juntos veinte aeroplanos, aquellos primeros aeroplanos que construía el señor Blériot, el puente suspendido está enlazado con pasarelas verdes transparentes, que desde el puente transparente desciende sobre los andenes, cada uno de estos salvavidas tiene una repisa con un número colgado que indica el lugar al que parte el autobús... Y allí están de pie o sentados en los bancos los pasajeros con sus equipajes, maletas, bolsos colorados, a veces está ya el autobús, los pasajeros van a sentarse, salen, o bien esperan todavía su autobús... y están incluso mis vietnamitas asustadas, y también allí destacan de los otros pasajeros con su belleza sencilla, no sólo en sus figuras, no sólo en sus peinados, no sólo en el vestir, sino por sus movimientos... Estoy sentado en el banco de mi andén, las escaleras frente a mi salen sobre el largo puente transparente cerrado con cristaleras, y he aquí que llegan algunas vietnamitas, sus equipajes y mochilas coloradas avanzan lentamente en vertical, tienen los brazos cruzados, algunas incluso están descendiendo por la escalera sobre el salvavidas de la salida, se paran de nuevo... no son ni tan siquiera diez en toda la estación de autobuses, pero son como las piedras preciosas, se paran en la escalera y en ese momento se parecen a las modelos, es verdaderamente un desfile, un desfile de modas, porque hoy y quizás cada día, donde van, las vietnamitas llevan la dimensión de la belleza y de la elegancia... y en una escalinata por la cual no baja nadie está sentada mi vietnamita del snack bar de Florenc, está sentada en el undécimo escalón, está sentada sobre un periódico, los zapatitos sobre el noveno escalón, los codos apoyados en las rodillas, tiene las manos pendulantes como si las estuviera mostrando a una adivina que lee el Destino en la palmas abiertas y en la líneas, tiene la cabeza casi entre las rodillas y mira desde alguna parte del corazón mismo de la eternidad y de las pestañas le descienden las lágrimas, mientras por la estación de autobuses pasan veloces arriba y abajo los pasajeros, y en general toda esta enorme estación se mueve con el repiqueteo de tantos centenares de manecillas, cuantas son las caras y los brazos y en general las personas que llegaron hace un momento o quizás tras un momento partirán hacia su destino, por su corazón... Aquí, esta estación de autobuses, se parece a una gigantesca caseta de tiro al blanco de una feria, incluso ella está así abierta de par en par frente a mí y tan colorada y tan llena de movimiento de modelitos... Y del fondo, del metro, salen otros pasajeros, y del fondo, donde se compran los billetes... La gente rodea la cabina de información, que es un edificio todo de cristal... y yo ya he dejado escapar un autobús, porque no me canso nunca de mirar aquellas vietnamitas que se mueven aquí y allá... hay incluso jóvenes vietnamitas, claro, sé que incluso alguno de ellos sabe vestir elegante, también ellos tienen movimientos de artista y algunos un caminar y unos modos como si fueran de familia noble... Pero yo tengo una fijación por estas muchachas que vienen del Vietnam, porque saben comportarse como princesitas, como bailarinas, como sacerdotisas de los tiempos sacros, y sobretodo porque viven aquí con nosotros y están asustadas, aunque en realidad deberíamos regalarles flores por el hecho de estar aquí con nosotros, de estar todavía aquí con nosotros, que sus pequeños dedos esbeltos en nuestras fábricas saben construir, con hilos colorados, todo aquello que constituye la mecánica de precisión y que se parece al trabajo de las tejedoras de encajes y al bordado artístico...


martes, 31 de enero de 2012

Jiri Menzel / Una novela de Bohumil Hrabal


Jiri Menzel
UNA NOVELA DE BOHUMIL HRABAL

BIOGRAFÍA DE HRABAL

Yo que he servido al Rey de Inglaterra es uno de los mejores libros de Bohumil Hrabal. Relata la historia de un ‘pequeño’ camarero checo (se trata de hecho de un hombre de baja estatura) en la Checoslovaquia del s. XX, partiendo de los años de entreguerras y finalizando en la década de 1960. Por boca del propio autor podemos saber que la novela fue escrita en un lapso de tiempo muy corto como reacción espontánea a la presión constante, tanto emocional como social, bajo la que el escritor se vio obligado a vivir durante el periodo de ‘normalización’ (es decir, los años posteriores a 1968) en el que no se le permitía publicar sus obras. Hrabal inunda su larga novela con una vasta cantidad de situaciones, escenas, historias y anécdotas a través de las que va guiando a su héroe. Para la creación de un guion cinematográfico a partir de una narrativa tan extensa, fue necesario realizar una cuidada selección con los elementos más interesantes e imprescindibles, de forma que el largometraje contara con un argumento claro y fuera accesible e inteligible, incluso para los espectadores no familiarizados con la novela.
El guion se centra en dos historias paralelas. La primera sigue las andanzas juveniles y el gradual desarrollo de un ambicioso hombre de baja estatura antes de la Guerra y durante la ocupación alemana cuando, enamorado y guiado por la estupidez más que por el oportunismo, se encuentra del lado del poder ocupante. La segunda historia, entrelazada con la primera, hace únicamente referencia a un breve periodo de su vida posterior cuando, tras años en prisión, busca la paz y la soledad en una localidad alemana abandonada cuyos habitantes fueron expulsados tras la guerra. Su paz se ve únicamente perturbada brevemente por la llegada de una joven de clase obrera. Su juventud y vitalidad le traen recuerdos de sus aventuras amorosas de cuando era joven. Está previsto que la película dure algo menos de dos horas.

              
Bohumil Hrabal es sin lugar a dudas uno de los escritores europeos contemporáneos más importantes, aunque en mi opinión en su obra también rezuman las mejores tradiciones de la literatura checa. Ya a mediados de la década de 1960 la visión del mundo de Hrabal y su manera de interpretar dicha visión fascinaron a toda mi generación. Como muestra de su admiración, siete jóvenes realizadores decidieron unirse para crear Pearls on the Bottom (Perličky na dně), un largometraje basado en varios de sus relatos cortos. Yo tuve la suerte de ser uno de esos siete y, aunque era prácticamente un novato en comparación con mis otros compañeros, más mayores, gracias al éxito de mi cortometraje Mr. Balthazar´s Death (Smrt pana Baltazara), conseguí la oportunidad de llevar al cine la novela de Hrabal Trenes rigurosamente vigilados (Ostře sledované vlaky). Durante la realización de dicho largometraje, el Sr. Hrabal y yo pasamos a ser grandes amigos, lo que nos llevaría a colaborar en subsiguientes adaptaciones de sus narraciones para la gran pantalla. Tras Trenes rigurosamente vigilados, que obtuvo un Óscar a la mejor película extranjera en 1968, además de muchos otros premios, trabajamos juntos en una adaptación de varias historias de su obra Anuncio una casa donde ya no quiero vivir (Inzerát na dům, ve kterém už nechci bydlet). Esto sucedió durante la Primavera de Praga.
En el verano de 1969 de algún modo conseguimos terminar el rodaje de Larks on a String (Skřivánci na niti), también basada en los relatos de Hrabal, que sería inmediatamente prohibida. Veinte años después, en noviembre de 1989, fue finalmente estrenada en los cines y poco después ganaría un Oso de Oro en el Festival de Cine de Berlín. En los primeros años de la ocupación soviética, se nos prohibió trabajar juntos, así que hasta 1980 no pudimos rodar Tijeretazos (Postřižiny), basada en la historia del mismo nombre, que obtuvo un galardón en Venecia y batió récords de público en Checoslovaquia. Esta, mi última colaboración personal con Hrabal, se vio seguida de otra adaptación más de su recopilación de relatos cortos The Snowdrop Festival (Slavnosti sněženek). Dicho largometraje se vio ensombrecido de alguna manera por otros títulos más conocidos, aunque yo creo que es el que mejor capta la esencia de Hrabal.
Amé y admiré la prosa de Bohumil Hrabal desde el primer momento en que la descubrí. No obstante, nunca fue mi deseo el llevar a la gran pantalla una mera ilustración en color de sus narraciones épicas. Más bien, intenté expresar y conservar, lo mejor que pude, la esencia del estilo narrativo de Hrabal, e interpretar su voz a través del lenguaje cinematográfico. Quería ponerme al servicio de un gran escritor haciendo llegar su obra a la mayor cantidad de gente posible – es decir, a los espectadores en el cine y la televisión. Durante más de treinta años, mi trabajo ha estado inextricablemente unido al de Bohumil Hrabal. La novela Yo que he servido al Rey de Inglaterra (Obsluhoval jsem anglického krále) es, para mí, uno de sus mayores logros – una visión del mundo moderno y una parte de la historia del s. XX reflejadas en la vida de un hombre. Mi principal objetivo al llevar esta historia a la gran pantalla era ser fiel a la respuesta lírica aunque sin sentimentalismos de Hrabal ante dicho mundo.


Menzel nació en Praga, el 23 de febrero de 1938. Guionista y realizador, es uno de los más conocidos cineastas checos y nombre destacado de la llamada "Primavera de Praga" en su aspecto cultural y cinematográfico. Ganó un oscar a la mejor película extranjera con una película basada en otra novela de Bohumil Hrabal, "Trenes rigurosamente vigilados", de 1966. "Alondras en el alambre" y "Mi dulce pueblecito" son otros de sus éxitos. Ahora lanza en España "Yo serví al Rey de Inglaterra".


lunes, 30 de enero de 2012

Lucy Leite / Releyendo a Bohumil Hrabal


Bohumil Hrabal

Lucy Leite
RELEYENDO A BOHUMIL HRABAL
BIOGRAFÍA
Literatura de la compasión


Todos tenemos nuestras manías, excentricidades o locuras, pero nos relacionamos con los otros intentando ocultarlas o, como mínimo, convertirlas en meros hechos anecdóticos. ¿Qué pasaría si nos abriéramos del todo, exponiéndonos? Sacaríamos a la luz lo que nos hace diferentes, únicos. Nos haríamos personajes de las historias de Bohumil Hrabal, escritor checo indispensable. Cuando lo leo, siempre me acuerdo de Fernando Pessoa, o del poeta Manuel de Barros, o de Sócrates, pensadores que creaban a partir de su condición de polvo, de su pequeñez, con una compasión visceral por los infelices, por los miserables que tienen vidas llenas de milagros a pesar de sí mismos, por aquellos que no saben nada de la gran filosofía, ni de religión ni de literatura, simplemente porque viven inmersos en ello. Así fue la vida de Hrabal, al que, de joven, le gustaba salir todo engalanado con sus mejores trajes, pero con los pies descalzos, aunque sintiera mucha vergüenza y sus ojos estuvieran siempre fijos en el suelo.
                 Su obra retrata la ironía de los tiempos en los que él vivió durante sus 80 años, con personajes lacerados por deseos (a menudo pequeños) que no logran concretarse simplemente porque hay fuerzas (el poder instituido o la misma ironía de la vida) que no permiten su concreción. Como una vez, en 1946, en que Hrabal, que había abandonado la carrera de derecho, estaba muy contento por haber sido ascendido de su puesto de soldado de artillería y por comenzar a usar un uniforme más importante, solo para finalmente, como en una historia cómica, su ascenso ser revocado. Después trabajó como obrero, metalúrgico, prensador de papeles, vendedor de juguetes, de redes para el bigote, y de todo tipo de cachivaches que lo tenían viajando por la Bohemia, en contacto con las personas que más le interesaban, los seres más sencillos, en los que se ve el dolor y la alegría de lo cotidiano. Por eso, los personajes de sus novelas tienen las profesiones más insólitas, como el viejo que trabaja en una prensa de papeles (Una Soledad Demasiado Ruidosa), el mesero Ditie (Yo que he Servido al Rey de Inglaterra), el anciano zapatero Jiri (Lecciones de Baile para Mayores), el empleado de la ferroviaria (Trenes Rigurosamente Vigilados).
                Sus narraciones en primera persona, en las que se desgarra para mostrar pequeñas particularidades que son tan universales, nos acercan a un mundo melancólico, surrealista, lleno de belleza.
                “[...] estaba tendido desnudo y miraba el techo, la rubia acostada a mi lado, miraba igualmente el techo, y de buenas a primeras me levanté y saqué del florero una peonía y quitándole los pétalos, cubrí el vientre de la señorita, todo él, aquello era tan hermoso que me sorprendí y la señorita se levantaba y miraba también su propio vientre, pero las peonías se caían, así que la volví a acostar tiernamente, para que quedase tendida, y fui a coger un espejo colgado de una escarpia y lo puse de tal manera que la señorita pudiese ver qué hermoso era su vientre decorado con los pétalos de peonías, le dije que sería hermoso, que siempre que viniese y hubiera flores a mano, le cubriría la tripita con ellas, y ella dijo que esto aún no le había sucedido nunca, semejante honor a su belleza, y me dijo también que se había enamorado de mí por aquellas flores y yo le dije que sería hermoso que, cuando en Navidades cortase ramitas de abeto, le cubriese la tripita con aquellas ramitas, y ella dijo que sería más hermoso si le decorase el vientre con muérdago, pero que lo mejor de todo sería, y esto lo tenía que encargar, que hubiese un espejo colgado desde el techo justo sobre el canapé, para que nos viésemos acostados, sobre todo ella, para que pudiera contemplar qué hermosa es cuando está desnuda con la corona de flores en torno al conejito, corona de flores que variaría según las estaciones del año y las flores típicas de cada mes, qué hermoso sería cuando más adelante la cubriera con margaritas y lagrimitas de la Virgen María, crisantemos y dalias y también con hojas de colores otoñales… y entonces yo me levanté y la abracé y me sentía grande [...] comprendí que con dinero no sólo puede adquirirse una bella muchacha, sino que con dinero también es posible comprar poesía.” (Yo que he servido…)

Aquí vivió Hrabal

                 En este tramo de Yo que he Servido al Rey de Inglaterra, vemos el heroísmo del personaje, un éxtasis alcanzado a través de un simple acto de atención hacia una prostituta que se ve coronada de flores. Sus personajes están sumergidos en el absurdo a tal punto que sus corazones no logran dar cuenta de la realidad, sino que, más bien, la realidad los engulle mientras ellos intentan aprehenderla desde la sencillez de sus emociones.
               Hrabal contaba sus historias como lo hacía su tío Pepin, con una verborrea en la que encadenaba relatos de muchas experiencias vividas, pero, principalmente, de alguien que ve la vida como una fiesta o una sorpres, también como hacían los escritores surrealistas con su escritura automática. Pepin era su ídolo, tanto como André Breton o Dali. En Lecciones de Baile para Mayores, por ejemplo, hay una sola oración que empieza y no termina, sin puntos seguidos ni apartes: un hombre va recordando su pasado y una cosa le recuerda otra. Ese estilo está presente en todo Hrabal y hace que sus libros sean una pequeña explosión de milagros y uno se quede siempre pensando en lo sorprendente que es la vida.
              “Los libres pensadores reprochaban a la Iglesia que Cristo, si era Dios, tuviera relación carnal con una mujer perdida, pero yo decía que en eso no había nada que hacer, que ante una belleza yo también me rendía, como no iba a sucumbir Cristo, Nuestro Señor, el hombre más seductor de su época, y ya ven, María Magdalena, aunque de oficio fue ramera en un bar, logró, no obstante, la santidad y conquistó popularidad en el cielo y no traicionó a Cristo; con su propio cabello limpió su sangre y él, pobrecito, clavado en la cruz por haber predicado a favor del progreso social y que todas las personas fueran iguales.” (Lecciones de baile para mayores)
                Hrabal ha sido criticado por haberse mantenido ajeno a la política en su país, por haber cedido ante el régimen para poder seguir publicando, cuando tantos escritores se vieron obligados a exiliarse para sobrevivir. Para él, irse de su país natal era la muerte y allí se quedó ante el miedo, que lo empujó a escribir. Se fue a su casa en los bosques de Kersko, con sus gatos y su mujer Pipsi, y allí escribió dos de sus grandes obras, Una Soledad Semasiado Ruidosa (1971) y Yo que he Servido al Rey de Inglaterra (1976). Pero el pavor no lo abandonó nunca. En Cartas a Dubenka él lo describe muy bien. Lo que quería era ser publicado en su país y nunca traicionó lo que llevaba dentro: las ganas de libertad y de tomar cerveza en el Tigre de Oro sin que nadie le molestara.

El Tigre de Oro, Praga
El Tigre de Oro, Praga

                Si los libros de Hrabal no tienen un tono consternado de denuncia, jamás dejan de abordar el peso de la cultura o del poder sobre el individuo. No el individuo político en tanto parte de una “clase para sí”, sino el hombre común, el que sufre cuando se le muere un gato o que aún intenta buscar dignidad en la humillación inventándose explicaciones que hagan el mundo un poco más plausible. Porque, antes que la política, es el sufrimiento humano lo que nos hace iguales.
              Hrabal se destripaba en sus libros, en los que hablaba de sí mismo, de las personas que conocía, de las historias que escuchaba en los bares. Si su obra fuera pictórica, sería un Hieronymus Bosch, con esas personas con caras de cerdo, tan patéticas y tan dignas de compasión, en un cotidiano mágico, lleno de posibilidades.




domingo, 29 de enero de 2012

Bohumil Hrabal según Monika Zgustová / Un escritor debe ser una persona humilde


Bohumil Hrabal
BIOGRAFÍA
Un escritor debe ser una persona humilde
CONVERSACIÓN CON MONIKA ZGUSTOVÁ

Por Andrea Fajkusová
10-04-2004

"Es un poema en prosa. Cada línea tiene un sentido", dijo el escritor Arnost Lustig acerca del libro "Los frutos amargos del jardín de las delicias" en el que la autora Monika Zgustová relata las peripecias de la vida de una de las mayores personalidades de la literatura checa del siglo 20, Bohumil Hrabal. Con la escritora y traductora Monika Zgustová, que nació en Checoslovaquia, posteriormente vivió y estudió en EE.UU., y en la actualidad reside en Sitges, España, conversamos con motivo de la presentación de la segunda edición de "Los frutos amargos del jardín de las delicias" en checo.
Escuchar: RealAudio

¿Cómo recuerda su primer encuentro con Bohumil Hrabal?
Monika Zgustova, foto: CTK
Monika Zgustova
"Fue un encuentro muy triste porque su mujer estaba muy enferma, tenía cáncer. Y Hrabal estaba tan, tan apenado que casi no veía a la gente. Pero al mismo tiempo era muy entrañable todo, porque Hrabal recibió un plato típico checo, y con un par de cubiertos y una sola cerveza lo hizo circular por toda la mesa donde me encontraba yo, un amigo con quien había venido y otros invitados, y todos comimos del mismo plato, con el mismo cubierto y bebimos del mismo vaso de cerveza".

Este primer encuentro suyo con el escritor se efectuó en su chalet en Kersko ...

"Sí, era allí donde se produjo esta escena, en aquel chalet donde tenía tantos gatos, el chalet que está rodeado por un bosque profundo y frondoso".

¿Y cómo surgió la idea de escribir un libro biográfico sobre Bohumil Hrabal?

"Yo le estaba traduciendo. Traduje unos diez libros suyos, o sea que bastantes, y estaba como fascinada con este escritor. Entonces, de mi fascinación surgió la idea de escribir su biografía, y bueno, poquito a poco se hizo y ahora ya tenemos la segunda edición".

"Nos encontrábamos en una taberna", contó Monika Zgustová."A Hrabal no le agradaba cuando alguien apuntaba lo que él estaba diciendo. Entonces, aprovechaba las pausas cuando tenía que ir al baño para hacerme los apuntes. Y las había bastantes, porque Hrabal bebía mucho cerveza y los que lo acompañaban tenían que seguir su marcha".
Bohumil Hrabal
Bohumil Hrabal
¿En qué difiere esta segunda edición de su libro "Los libros amargos del jardín de las delicias" de la versión original que fue publicada en 1997?

"Las primeras ediciones se hicieron en catalán y en castellano, y el tercer idioma en que se publicó fue el checo. Esto fue aproximadamente dos meses después de la muerte de Bohumil Hrabal. Luego siguieron otros idiomas europeos. La diferencia es que en esta nueva edición checa hay un capítulo nuevo. Es el último capítulo, que se refiere a la relación de amistad, y también un poco de fascinación por una joven norteamericana, April Gifford, que Hrabal llamaba Dubenka o Aprileta".


Arnost Lustig, escritor y amigo de Bohumil Hrabal: "Le gustaban las mujeres, pero permanecía fiel a la suya. Creía que la amistad y el amor son un milagro y que participar en este milagro es un obsequio".

¿Cómo describiría la relación que existía entre Ud. y Bohumil Hrabal? Ud. expresó que quizá no pudiera hablarse de una amistad, sino más bien que Bohumil Hrabal era para Ud. como un maestro.
Arnost Lustig
Arnost Lustig
"Exacto. No podía hablarse realmente de amistad porque había mucha diferencia de edad. Y además él era un gran maestro, y yo en realidad nunca hubiera podido tratarle de amigo. Le tenía demasiado respeto, y además era una persona muy especial, ¿no? Porque a veces estaba de buen humor, a veces estaba de muy mal humor, y entonces mandaba a todo el mundo al cuerno, y ... La verdad es que él se convirtió en mi maestro. Lo noto mucho tanto en los propios textos que escribo, como sobre todo en situaciones de la vida. Muchas veces, cuando tengo que solucionar alguna situación le pido consejo a mi Maestro Bohumil Hrabal".

Josef Zumr, filósofo y amigo de Bohumil Hrabal: "Bohumil Hrabal se interesaba muy intensamente por la filosofía. Jean-Paul Sartre, Karl Jaspers o Ladislav Klíma, eran sus filósofos preferidos. Del último sabía citar largos pasajes. Además sabía de memoria todo el escrito del filósofo chino Lao-Tse traducido al checo".

¿Cuál de los capítulos de la vida de Bohumil Hrabal le impresiona más?

"Yo creo que lo que más me ha impresionado es su humildad. El, aunque sobre todo al final de su vida, sus últimos 25 años, cuando ya publicaba su obra en el extranjero, era una persona que tenía más dinero de lo que era común, nunca jamás ha dejado de vivir como una persona humilde. Siempre decía que un escritor tenía que ser una persona humilde y debía tener el mismo nivel que una persona normal y corriente. El nunca dejó de ser humilde, por eso en su chalet de campo, muy pequeño y pobre, no tenía ni siquiera agua corriente".

Bohumil HrabalMilan Jankovic, fotógrafo y amigo de Bohumil Hrabal: "Hrabal estaba siempre en alerta, sabía muy bien que le estaban tomando fotos. Pero no era un modelo, mantenía una postura natural e indiferente como si no se percatara del fotógrafo".

¿Por qué cree Ud. que Bohumil Hrabal es uno de los escritores checos más populares en Cataluña, o en España, en general?

"Yo creo que es porque describe tan bien la vida, porque habla muy a fondo de la condición humana, porque tiene algunas anécdotas muy vivas y porque tiene tanta vitalidad, tiene una vitalidad como muy pocos escritores".

Arnost Lustig: "Me acuerdo cuando en marzo de 1989 Hrabal vino a visitarme a EE. UU. Lo esperábamos con mi hijo en el aeropuerto, ya todos los pasajeros se habían ido, hasta que por fin vimos a un empleado empujando un carro para el equpiaje. En el carro yacía Hrabal, ebrio porque detestaba viajar en avión, y con el alcohol había tratado de matar esa aversión, antes y durante el vuelo".

Ud. escribe en su libro sobre Bohumil Hrabal que para él el hecho de escribir era como una manera de confesión o de exploración, que incluso se curaba escribiendo. Y para Ud., ¿ qué significa el arte de escribir o de traducir?

"Para mí es como una búsqueda de lo que es la vida, la condición humana, qué es el amor, cuál es la postura del hombre, qué es la amistad, qué es el hombre ante la historia, o sea que todas estas preguntas que siempre se pueden ir contestando desde nuevos ángulos".

http://www.radio.cz/es/rubrica/legados/un-escritor-debe-ser-una-persona-humilde



sábado, 28 de enero de 2012

Piedad Bonnett / La docta ignorancia de Hrabal

Bohumil Hrabal
Piedad Bonnett
La docta ignorancia de Hrabal
El malpensante No. 54
Mayo - Junio de 2004

Una noche, cualquier noche solitaria del año 93, me decidí por fin a leer Trenes rigurosamente vigilados. El libro se veía apetecible, con sus apenas cien páginas, su letra cómoda, y aquel título sugestivo, y pensé que me bastarían unas dos horas para despacharlo y saciar mi curiosidad: unos meses antes había traído en mi carro hasta el norte de la ciudad a un muchacho llamado Juan José de Narváez, a quien vi sólo aquella vez, y la recomendación que me hizo de Bohumil Hrabal fue tan vehemente y bien argumentada que, en cuanto pude, fui a una librería a averiguar qué obras suyas se conseguían. Me ofrecieron esa novela corta, que se hizo famosa por la película de Jirí Menzel, premiada en 1967 con el Oscar a la mejor película extranjera. Pues bien, aquella noche no sólo devoré aquel libro, llena de fascinación y asombro, sino que hice algo que no he vuelto a hacer jamás: lo releí de un tirón en las horas siguientes, con la convicción plena de que estaba haciendo un descubrimiento significativo. Sabía ya, mientras leía, que no olvidaría nunca algunas de sus imágenes: ni al jefe de estación, que pesa 100 kilos pero que baila con una suavidad desconcertante, cubierto totalmente por sus amadas palomas mensajeras, ni a la seducida Zdenicka, que muestra a la policía el trasero estampado de sellos, ni al joven soldado moribundo que mueve sus piernas como si aún corriera. Supe también que su forma de narrar, llena del encanto y la frescura de los mejores narradores orales, iba a aportarle mucho a mi propia escritura.




Seducida, pues, quise saber todo sobre aquel escritor checo, del que sólo se informaba en la solapa que nació en una ciudad de nombre impronunciable, Brno, el 28 de marzo de 1914 —es decir, hace exactamente noventa años—, y que fue “oficinista, ferroviario, viajante de comercio, obrero siderúrgico, jornalero y tramoyista” antes de dedicarse a la literatura. La lectura de sus numerosas obras, todas con un trasfondo autobiográfico, algunas entrevistas, y el libro sobre su vida y obra, escrito por Monika Zgustová, su traductora, me han servido después para dar forma a un Hrabal más definido: por un lado, el hijo natural, criado por sus abuelos, que hace de su tío Pepin personaje de muchas de sus novelas, y que una vez clausurada la universidad por los alemanes, abandona sus estudios de derecho y se dedica a los más diversos oficios; el autor vetado por la censura comunista durante años, que luego encontramos, siempre humilde y un tanto rudo, en fotografías que lo muestran al lado de Mitterrand, de Warhol, de Bill Clinton o de Antoni Tàpies. Y por otro, el Hrabal más entrañable: el mal estudiante, el tímido, la víctima eterna de una “culpa metafísica” (como Kafka), el que descubre la literatura a través de un poema de Ungaretti, el que toca el piano, adora la música y la pintura, el que atraviesa países enteros en bicicleta, escribe sus novelas sobre el tejado porque ama el sol por sobre todas las cosas y disfruta más que nada de las cervecerías, adonde va todas las noches a beber y a escuchar a la gente corriente, la que más le interesaba. Un hombre tierno, libre de todo esnobismo y todo deseo de poder, que alguna vez, según nos cuenta, dio gracias a Dios cuando comprobó que el que lo esperaba a la puerta de su casa era un policía y no un maestro para invitarlo a una tertulia.
En algunas de las fotografías publicadas vemos a un niño gracioso o a un joven apuesto que mira a la cámara con coquetería. Pero en la mayor parte de las solapas aparece un Hrabal ya anciano, con una barbilla afilada, pómulos salientes y cabeza redonda como un bombillo. Sus ojillos maliciosos y muy claros y la boca menuda, surcada de arrugas, hacen que muchos hablen de su cara de gato. A mí me gusta ese rostro de viejo, a la vez sabio y escéptico, porque me remite a Hanta, el personaje de la novela suya que más aprecio, Una soledad demasiado ruidosa, escrita en 1976, a la edad de 62 años. “He vivido sólo para escribir este libro”, ha dicho Hrabal. “A causa de la Soledad ruidosa sigo viviendo, gracias a ella he aplazado mi muerte”.
               Los temas del tiempo y la vejez están en el corazón de esta pequeña obra maestra que tiene como protagonista a Hanta, un viejo borracho y desastrado que prensa papel viejo en un sótano nauseabundo, muy cerca de las cloacas por donde corren y batallan legiones de ratas. A fuerza de estar en contacto con los libros que allí arrojan, el protagonista descubre que “es culto a pesar de sí mismo” y que aquel trabajo ha dado sentido a su existencia, pues le permite crear belleza: cada bala que arma tiene en su centro un libro de Schiller, de Nietzsche, de Séneca, o está envuelta en una reproducción de Rembrandt, de Rubens o de Cézanne. “Yo soy al mismo tiempo el artista y el único espectador —dice Hanta—, y por eso cada día termino rendido y muerto de cansancio, agotado y trastornado y, para moderar y disminuir ese terrible desgaste de mí mismo, me tomo una jarra de cerveza tras otra y por el camino de la taberna Husensky tengo tiempo suficiente para meditar y soñar con el aspecto, con la belleza de mi próxima bala de papel”.
Allí, entre moscas zumbonas y ratoncitos, se le aparecen al personaje, en un delirio ebrio, el joven Jesucristo, “un romántico”, “un campeón de tenis que acababa de ganar Wimbledon”, y Lao Tsé, un anciano “abandonado por las glándulas”, que busca con serenidad una buena tumba para su regressus ad originem. En la contraposición dialéctica de los contrarios, Hrabal-Hanta pareciera identificarse con este último, con su docta ignorancia. La misma que le permite escoger, cuando es obligado a prensar papel blanco, vacío de sentido, la misma muerte de Séneca, consciente de que va allí, al otro lado, para “saciar mi curiosidad”.




Ya para Trenes rigurosamente vigilados se había valido Hrabal de los recuerdos de los tiempos en que trabajaba en la estación de ferrocarriles de Nymburk. Para escribir Una soledad demasiado ruidosa utilizó, en cambio, su experiencia como empleado en un depósito de papel viejo situado en la calle Spálená de Praga. Pero de los muchos oficios que debió desempeñar, uno lo marcó especialmente: de 1949 a 1954 fue obrero en los altos hornos Martin, en una fábrica siderúrgica en la ciudad industrial de Kladno. Allí, a manera de castigo, trabajaban con él antiguos profesores universitarios, hombres de empresa, científicos, rechazados por el nuevo régimen. A estos seres marginados, que aparecen también en las novelas de Kundera —y por medio de los cuales se denuncia el totalitarismo comunista—, los llamó Hrabal en Una soledad demasiado ruidosa, “ángeles caídos”: “Mis mejores amigos —dice Hanta— son los que limpian las cloacas, dos académicos que aprovechan los conocimientos de su trabajo para escribir un libro sobre las cloacas y las alcantarillas de Praga, ellos me han contado que los excrementos que fluyen hacia las depuradoras de Podbaba son diferentes los domingos y los lunes, que cada día laboral tiene su idiosincrasia, y que estudiando la porquería se puede llegar a establecer un gráfico que define el flujo de los excrementos, y según la cantidad de preservativos se puede precisar en qué barrios de Praga la gente es más activa sexualmente y en cuáles lo es menos...”.
La experiencia que recrea Hrabal es, pues, tanto personal como histórica: en algunos de sus relatos está presente la historia checa, con sus escritores Capek, Halas, Vancura, y sus héroes y sus verdugos: desde Jan Hus hasta Dubcek, pasando por Masaryk, la horrible invasión alemana y la paulatina estalinización del Partido Comunista. Es en Yo que he servido al rey de Inglaterra, sin embargo, donde la tragedia de la guerra está pintada con tintes más dramáticos, si bien matizados por un agudo humor negro y una implacable ironía. El pequeño camarero que hace de protagonista en la novela termina por servir en los hoteles de los alemanes: en el primero de ellos, las rubias mujeres arias que han sido embarazadas por hombres del ejército del Tercer Reich nadan en piscinas transparentes y beben vasos de leche esperando que nazca el esperado “hombre nuevo”. En el otro, los hombres que van a la guerra pasan la última noche de amor con sus amadas. Luego el personaje los volverá a ver bañándose en el río, cientos de hombres mutilados, nadando lentamente, pues “les faltaba una pierna, o las dos desde las rodillas, algunos no tenían piernas, quedaban sólo los torsos, movían las manos en el agua como ranas...”.
En estos escenarios pinta Hrabal a sus protagonistas, que son, por lo general, personas del montón, a veces, incluso, seres aparentemente insignificantes: hombres que enrojecen cuando los mira una mujer, que tartamudean y tropiezan, capaces de ternura y, mal que bien, de reflexión sobre sí mismos. Todos estos personajes tienen un fondo autobio­gráfico, pero en Bodas en casa esto es llevado hasta el extremo: Hrabal se pinta a sí mismo y cuenta muchas peripecias de su propia vida desde la perspectiva de su mujer, recurso que le permite, tomando distancia, retratarse con crueldad, ternura, humor, a la vez que rendirle un homenaje a su esposa mientras la caracteriza.
               “Presten atención a lo que voy a contarles ahora”: así comienza Yo que he servido al rey de Inglaterra, dejándonos entrever que su prosa va a estar determinada por el tono del relato oral. “Cháchara de cervecería” llamó Václav Cerný a sus escritos; de “verborrea de taberna” los calificó Emanuel Frynta. Y es que sus narradores hablan con la imaginación, la gracia, la recursividad expresiva y la libertad de ciertos personajes salidos de la entraña popular; tal vez la de aquellos contertulios de las cervecerías praguenses a los que Hrabal iba a oír silenciosamente, noche a noche, o la del tío Pepin, personaje extravagante que hilaba una cosa con otra con gran ingenio y sabiduría.
Adivinamos en sus textos la influencia de Céline, uno de sus autores favoritos, y la desmesura de otro de sus autores de culto: Rabelais. “Sabe decir las cosas más groseras como un verdadero amante— dice de Hrabal el escritor Jiri Kolar—, de modo que en sus labios las palabras más fuertes no resultan nunca vulgares”. La manera en que sus personajes hablan nos hace siempre sonreír: abundan la digresión, la anécdota, la reflexión lapidaria, y por supuesto, como en los relatos de Rulfo —quien también trató de llegar al fondo de personajes sencillos, rústicos—, mucha, mucha poesía.
Cuenta la biógrafa de Hrabal, Monika Zgustová, que el escritor tenía gran afición a las películas grotescas. Y grotesco es el humor único de su narrativa; el que lo lleva a mostrar a Hanta raspando con una espátula los restos de su tío, que ha muerto en pleno verano y se ha desleído como “un queso camembert”; a la hermosa Maruja, que ha untado de excrementos las puntas de sus trenzas en la letrina, salpicando sin darse cuenta a los demás mientras gira en brazos de su enamorado; o, en Personajes en un paisaje de infancia, a los convidados a la matanza de un cerdo, ebrios, jugando a echarse la sangre del animal entre carcajadas jubilosas que terminan por producirles llanto. “Soy anfibio, vivo en dos casas al mismo tiempo —dice Hrabal—. La risa rabelaisiana, el llanto heraclitiano. Y es que... el gran SÍ y el gran NO van juntos”.

            


             La desmesura invade, pues, sus relatos, llevándolos al borde de lo que en estas latitudes hemos llamado realismo mágico, hasta el punto de encontrarnos en el centro mismo de Yo que he servido al rey de Inglaterra con un enorme camello relleno que un batallón ha asado para homenajear al embajador de Abisinia, Hailie Selassie, y “en cada porción siempre había un trozo de camello y de antílope, y en el antílope de pavo, y en el pavo, pescado y relleno y guirnaldas asadas de huevos hervidos...”.
La narrativa de Hrabal, a pesar de la sencillez de su lenguaje, nos conecta con lo profuso, lo múltiple y fragmentado. En las conversaciones con sus críticos el escritor repite que trabajaba con “tijeras en mano”, para armar textos con “recortes de realidad”. Influido como estuvo por las vanguardias europeas, se dejó tocar por las técnicas asociativas del surrealismo, por los métodos del psicoanálisis, y por el “action painting” de Pollock, que lo llevaron a una escritura-río, catarata verbal con un fondo de escritura automática que, domada por la racionalidad, resulta de gran capacidad expresiva. “Me esfuerzo por alcanzar un profundo inconsciente trasladando todas esas cosas al subconsciente y sólo después intento iluminar mi vida pasada desde una clara conciencia, lo hago para salvarme, para curarme con su explicación, curarme y cicatrizarme poco a poco”, escribe en su libro Quién soy yo, suerte de texto-collage donde reflexiona, narra, cita, en fin, da cuenta de sí mismo de manera fragmentada pero significativa.
Alguien dijo que los escritores jóvenes imitan y los maduros roban. Hrabal se declara a sí mismo “... un ladrón de cadáveres, un profanador de nobles sarcófagos”, y confiesa haber saqueado a Céline, a Ungaretti, a Camus, a Erasmo de Rotterdam y a muchos más. Como Borges, el escritor checo pensaba que todo intento de innovar es vano; como Hanta, su personaje, que el cerebro es “un fajo de pensamientos prensados” y que esos pensamientos, cuando son verdaderos, provienen siempre del exterior. Él, como tantos autores de primera, no tenía el miedo a las influencias de que habla Harold Bloom.
En febrero de 1997 Bohumil Hrabal murió al caer del quinto piso del hospital donde se recuperaba de una enfermedad que no parecía grave, mientras daba de comer a las palomas en la ventana. Su larga vida le había permitido escribir casi veinte libros, y publicarlos casi todos a pesar de la censura, que tantas veces lo silenció o mutiló. Sabemos que no temía a la muerte, que como Hanta sabía con Lao Tsé que “nacer es salir y morir es entrar”, que el progressus ad originem es el regressus ad futurum. “Ya no evito nada que sea mortalmente peligroso, ignoro todo peligro, he perdido el miedo. Sólo deseo habitar en la no libertad de la luz”, escribió alguna vez, cuando ya era viejo, y probablemente había logrado la sabiduría que tanto buscó a través de sus personajes. La misma que lo hizo escribir, pensando en el cielo estrellado y la conciencia moral de que hablara Kant, pero también en el Tao te king: “El cielo no es humano, y el hombre que piensa tampoco lo es”.


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