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miércoles, 11 de diciembre de 2024

Dalton Trevisan / El vampiro de pluma

 


Dalton Trevisan


Dalton Trevisan

El vampiro de pluma 

Dalton Trevisan, leyenda viva de la literatura en portugués.

El Premio Camões 2012 reconoció la obra del esquivo escritor brasileño Dalton Trevisan, conocido desde hace décadas como el Vampiro de Curitiba. Aunque la elección fuera esperada para los conocedores de su prosa, es probable que no haya modificado aún su condición de prácticamente ausente en el ámbito de habla hispana. No es por falta de méritos.


Si se hiciera un paralelismo entre reconocimientos se podría decir que el Premio Camões se asemeja al Premio Cervantes por ser la principal distinción a la obra global de un autor en una lengua, en este caso la portuguesa. Concedido por Brasil y Portugal conjuntamente, ya ha premiado la obra de varios pesos pesados de las letras vecinas, como João Cabral de Melo Neto, Jorge Amado, Ferreira Gullar, Lygia Fagundes Telles, Rubem Fonseca y Antonio Candido, entre algunos de sus ganadores, que también incluyen autores africanos de habla portuguesa. En esta edición 2012, el jurado justificó su decisión diciendo: “Dalton Trevisan significa una opción radical por la literatura como arte de la palabra; tanto por sus incesantes experimentos con la lengua portuguesa, muchas veces en oposición a ella misma, como por su dedicación al quehacer literario sin concesiones a las distracciones de la vida personal y social”.

En una nota divulgada hace algunas semanas por la Fundação Biblioteca Nacional, responsable por el Camões en Brasil, el escritor y también jurado del premio, Silviano Santiago, señalaba: “La elección de Dalton Trevisan fue unánime [...] Primero, por la contribución extraordinaria […] al arte del cuento, en particular al enriquecimiento de una tradición que viene de Machado de Assis, en Brasil, de Edgar Allan Poe, en Estados Unidos, y de Borges, en Argentina”. Las filiaciones establecidas por Santiago sitúan a Trevisan en un linaje al que muchos están de acuerdo que pertenece este outsider del mundillo literario brasileño. El uruguayo Washington Benavides, lector de Trevisan desde hace décadas, ha afirmado que el escritor nacido en Curitiba es “el heredero de la novela negra americana”, sumando su voz a la apreciación general de la obra de Trevisan, considerado el mayor cuentista brasileño 
contemporáneo.

Criatura nocturna

Trevisan se ha enfrentado con firmeza a todo lo que pueda suponer distracciones de su tarea escritura. Fruto de ello, y del título de una de sus primeras obras, ha sido el apodo de Vampiro de Curitiba que ha ganado, y reafirmado, a lo largo de las décadas, confundiendo escritor y personajes. El protagonista de la obra O vampiro de Curitiba (1965) no es precisamente el escritor, sino Nelsinho, un ser bastante degenerado que persigue a todo tipo de mujeres, desde vírgenes hasta prostitutas y ancianas. O tal vez el apodo de Vampiro esté más relacionado con sus hábitos de reclusión. Trevisan no da entrevistas, no va a las ceremonias de premiación, no escribe sobre el oficio de escribir y no habla por teléfono ni siquiera con sus editores. Gabriela Máximo, su editora en la casa Record, afirmó que cuando se supo la noticia del premio Camões, estaba tratando de llamarlo para avisarle, pero que dudaba de que diera resultado, pues el escritor sólo escribe faxes (además de tener la costumbre de enviar sus originales en papel). Nada de teléfono ni emails. Trevisan tampoco permite que le tomen fotografías, aunque a veces aparecen imágenes suyas como resultado de algún fan que lo reconoce por la calle. En ellas se lo ve caminando por Curitiba como un ciudadano más, llevando la bolsa de las compras, de championes y gorro. Nada que ver con las estrellas literarias que atraen multitudes en la Feria del Libro de Parati, por ejemplo. Tal es el recelo a la exposición de su vida personal que también ha roto amistades de manera estrepitosa cuando algún amigo ha dejado filtrar información inconveniente.

A ese respecto, ha sido muy divulgada la enemistad con su ex discípulo Miguel Sanches Neto. En Chá das cinco com o vampiro (té de las cinco con el vampiro) Sanches Neto despachó, ficción mediante, entretelones en clave no tan cifrada de la intimidad del escritor. La novela narra momentos de la vida del protagonista, Roberto Nunes Filho, y sus intercambios con un escritor famoso que vive recluido en la ciudad de Curitiba. ¿Demasiado parecido con la realidad? Trevisan ya estaba irritado con Neto porque presumía que le había pasado informaciones personales a un periodista, pero cuando supo que la novela estaba siendo escrita, arremetió con saña y lo acusó de “Judas que se vendió por treinta lentejas” en un poema que tituló “Hiena papuda”. El revuelo fue bastante grande, tanto que llegó a ser tratado en las páginas de medios de alcance nacional como la revista Veja y Folha de São Paulo, inviabilizando cualquier tipo de lectura ingenua al respecto.


Desde Joaquim en adelante

Dalton Trevisan nació en Curitiba en 1925, se graduó en Derecho y fue periodista policial y crítico de cine antes de poder dedicarse por completo a la literatura. El Premio Jabuti de 1959 reconoció su primera obra con circulación en todo Brasil, titulada Novelas nada exemplares, una recopilación de textos de las décadas anteriores. Desde temprano, Trevisan afianzó su relación creativa con su ciudad natal, fundando unos años antes, en 1946, la revista literaria Joaquim, opuesta al regionalismo que imperaba en las letras paranaenses. Los colaboradores de la revista fueron intelectuales de la talla de Otto Maria Carpeaux, Carlos Drummond de Andrade, Mario de Andrade y Antonio Candido. Fueron 21 ediciones hasta 1948, suficientes como para ser un vehículo portavoz de una nueva producción brasileña, atrayendo la atención de Río de Janeiro y San Pablo y publicando textos creativos ilustrados, críticas y traducciones de autores extranjeros, como Proust y Joyce.

Mientras tanto, Trevisan fue afianzando su veta de cuentista, género al que fue infiel solamente en el caso de su única novela, A polaquinha, de 1985. El “tono mezquino” del autor que detecta el crítico Roberto Schwarz en Ao vencedor as batatas, de 1977, ha sido una constante en la construcción de su obra. Malicia, malandragem, violencia, ironía y descaro impregnan sus cuentos, que componen en total casi 40 obras publicadas.

El ritmo de producción de Trevisan no ha mermado con su vejez y en lo que va de este año ya publicó una recopilación de 40 cuentos inéditos con el título O anão e a ninfeta. En el penúltimo texto de esta obra, titulado “O escritor”, se lee: “Me hice el borracho entre los borrachos, para ganarles a los borrachos. Me hice de todo para todos, para por todos los medios llegar a entender a uno solo -¡ay de mí!”.

Como se ha visto, tampoco han faltado los premios. Además del Camões, Trevisan ganó nuevamente el Jabuti en 2011 en la categoría Cuentos y Crónicas, con el libro Desgracida. En las últimas páginas de esta obra hay una sección de cartas dirigidas a personajes/autores como Otto, Rubem, X; se trata de breves guiños al lector. Todas las cartas hablan de literatura, en una especie de desliz en esa guerra a la exposición pública de sus ideas, y desde donde lanza la polémica, como en las líneas en las que critica la novela Grande Sertão: veredas, de Guimarães Rosa. Así, dispara: “La forma es innovadora, pero el fondo reaccionario. ¿Una frase de efecto? No niego la protofonía verbal de Rosa, zorzal de mil gorjeos. ¿Estilo creativo al servicio de qué? La historia menos plausible en la literatura de travesti”. Con Pessoa su postura es menos punzante: “¿El secreto de Fernando Pessoa? Aprendió de niño a escribir y a pensar en lengua inglesa”.

Literatura, a secas

El crítico Alfredo Bosi en el prólogo a la antología O conto brasileiro contemporáneo, publicada a mediados de los 70, advertía en Trevisan un carácter de cronista, del que sin embargo se alejaría por el “tono punzante o grotesco que preside la sucesión de las frases, y hace de cada detalle un índice del extremo desamparo y de la extrema crueldad que rige los destinos del hombre sin nombre en la ciudad moderna”. Es que una de las innovaciones de Trevisan fue la de reivindicar el espacio de la ciudad como escenario para sus textos, sus personajes y todo lo que allí ocurre. Pero es más que eso, pues es la violencia de la ciudad que se cuela en las páginas, seca la prosa, la endurece.

Desde hace más de 30 años, Trevisan ha sido fiel a la editorial Record, el mayor emporio editorial brasileño, para la publicación de sus libros. Si hay algo que todas sus obras publicadas comparten es la ausencia de información paratextual (ciertamente prescindible): no hay presentaciones de editores o críticos, notas sobre el autor o cualquier información que dialogue con el texto que podrían acompañar. Lo de Trevisan es literatura a secas, y que le guste a quien le guste. “¿Hace cuánto que escribe el mismo cuento? Con pequeñas variaciones, siempre el único João y su bendita Maria. Pavo borracho que, en el círculo de tiza, repite sin arte ni gracia los pasitos iguales. Le falta imaginación hasta para cambiar el nombre de los personajes”, ironiza el propio Trevisan en Dinorá, de 1994.

Para traducir

A pesar de lo que se podría suponer, Dalton Trevisan no ha tenido una amplia difusión en el ámbito de habla hispana. Una búsqueda de sus obras en librerías montevideanas suele resultar infructuosa. Tampoco hay demasiado para encontrar. La editorial venezolana Monte Ávila publicó en 1970 Novelas nada ejemplares y dos años depués La guerra conyugal. En Colombia, en 1993, se tradujo Cementerio de elefantes (editorial Norma), mientras que en el ámbito del Río de la Plata El vampiro de Curitiba tuvo una edición de Sudamericana con traducción de Haydée MJ Barroso en 1976. Como muestra de una obra tan prolífica, no deja de ser poca cosa todavía.


LA DIARIA


Dalton Trevisan / Un Salinger que no sale de Curitiba

 


DALTON TREVISAN, UNO DE LOS GRANDES ESCRITORES BRASILEÑOS VIVOS

Un Salinger que no sale de Curitiba

Publicó más de cuarenta libros, pero no da entrevistas y defiende con uñas y dientes su privacidad. Por suerte, aquí se editó recientemente La trompeta del ángel vengador, un libro de relatos de una intensidad abrumadora.

Por Silvina Friera

15 de septiembre de 2013


“El cuento siempre es mejor que el cuentista”, escribió Dalton Trevisan –considerado el más grande escritor brasileño vivo– en un texto dirigido a los periodistas que lo perseguían, infructuosamente, con el afán de entrevistarlo. El Vampiro de Curitiba –apodo tomado del título de uno de sus libros más conocidos, editado en Argentina hace 37 años– rechaza cualquier forma de intervención que no sea a través de la palabra escrita. Lo único que vale es la obra, apuesta por una radicalidad que no abunda en las viñas literarias de estos tiempos. Quien quiera leer, que lea. Todo lo demás no importa. El autor se repliega en la intimidad, defiende con uñas y dientes su privacidad y hace lo que sabe hacer: escribir. Tiene publicados más de cuarenta libros para fortuna y martirio de sus lectores. El placer que genera leerlo –ahora que han llegado los relatos de La trompeta del ángel vengador, traducidos por Gonzalo Aguilar y publicados por Mardulce– es tan encantador como insoportable. ¿Por qué persistir en señalar que es un misántropo atrincherado en su casa, que prefiere huir de la hipocresía y las vanidades de los ambientes culturales y no quiere cerca micrófonos, cámaras, grabadores? No exhibirse –respetable y admirable opción vital– parece un pecado en circunstancias en que los escritores ponen excesivamente el cuerpo.

En mayo del año pasado, Trevisan obtuvo el Premio Camões, el más importante de la lengua portuguesa. La librería Chaim, uno de los lugares que suele frecuentar el escritor –que nació en 1925 en Curitiba, ciudad en la que reside– no paraba de recibir llamados. La metodología consiste en dejarle un mensaje. Si le interesa, se comunica por fax. El correo electrónico no llamó a su puerta. Y si lo hizo, él prefirió no atender. Su editora recibe los originales en papel. Uno de los mejores cuentistas brasileños –junto con Rubem Fonseca– no asistió a la ceremonia de entrega del premio. En su lugar fue Sonia Gardens, vicepresidenta de la Editorial Record, que desde hace más de treinta años viene publicando sus libros. Y leyó un brevísimo mensaje del ganador: “Los muchos años, por desgracia, ahora me impiden recibir el premio personalmente”, expresó el autor, que por entonces tenía 87 años y en junio cumplió 88. “Nunca pensé merecer tal distinción. La conciencia de mis limitaciones como escritor me prohibió sueños más altos. Y ahora, sin previo aviso, el Premio Camões.” El jurado argumentó la unanimidad de la elección planteando que la obra de Trevisan implica “una opción radical por la literatura como arte de la palabra; tanto por sus incesantes experimentos con la lengua portuguesa, muchas veces en oposición a ella misma, como por su dedicación al quehacer literario sin concesiones a las distracciones de la vida personal y social”. El escritor Silviano Santiago destacó la contribución extraordinaria del narrador en el arte del cuento y ponderó, especialmente, el “enriquecimiento de una tradición que viene de Machado de Assis, en Brasil, de Edgar Allan Poe, en Estados Unidos, y de Borges, en Argentina”.

“Con un grito la empujó, furioso, alrededor de la cama. Ella impedida, sin moverse, la blusa medio levantada. Ni parpadeaban sus ojos desencajados”, se lee en “Mister Curitiba”, relato que abre La trompeta del ángel vengador –publicado en 1977–, obra de una intensidad abrumadora. En el mismo cuento alcanza la cima de una precisión quirúrgica excepcional, que no relega el desvío entre intención y posibilidad: “Zumbaba en el oído una seguidilla tierna de malas palabras. Ayudado por ella, le sacó los pantalones largos y las medias que combinaban con la camisa. Se inclinó para besar sus piecitos... pero nunca llegó. Como cuando buscás una palabra en el diccionario, te distraés con otra y otra más, y ya no te acordás de la primera”. De los 19 cuentos que integran el libro, ocho comienzan con diálogos. El habla popular es una viga insoslayable; las voces son portadoras de relatos donde la violencia es el pan áspero de cada día. La “oralidad escrita” ha sido depurada hasta la mínima expresión. Nada sobra. Esa brevedad –conviene aclarar, al menos en esta obra– dista de estar conectada con lo que suele llamarse “realismo sucio”. La concisión de Trevisan procede de un aliento poético; hay zonas de sus relatos que aspiran a diseminar la tentativa de experimentar con el haiku –en “Dormite, gordo”–, como si escandiera una dinámica de los sectores populares de Curitiba que perdería modulaciones y complejidad, si sólo se abordara desde una prosa seca, indiferente o mezquina hacia un ritmo, una respiración, un decir. Nada de lo humano le es ajeno: erotismo y violencia, batallas conyugales en una lucha sin cuartel, desgraciados que sobreviven a su manera en un paisaje urbano donde la esperanza anda de capa caída y la miseria es una bolsa agujereada que siempre cotiza en alza.

El “Salinger de Curitiba” por su aversión a la vida social, a los fotógrafos y a los periodistas –hay una fotografía circulando por ahí en la que se ve a un viejito caminando tranquilo con una bolsa, tomada sin su consentimiento, sin que él se diera cuenta– fundó la revista Joaquim, 21 números editados entre 1946 y 1948, donde publicó inéditos en portugués de autores como T. S. Eliot, Rainer Maria Rilke, Federico García Lorca y Virginia Woolf; artículos virulentos contra escritores consagrados como Monteiro Lobato; y sus primeros cuentos. En la única entrevista que concedió en 1968 sintetiza un “programa” deliberado: “Existe el prejuicio de que después de los cuentos uno debe escribir nouvelles y, por fin, novelas. Mi camino será del cuento al soneto y al haiku”. “Banquete frugal”, el relato del infierno de una mujer maltratada, es un ejemplo magistral de inicio con diálogo:

–Doctor, João necesita que le den una solución.

–¿Qué hizo?

–Bebe. Casi no trabaja. No me da descanso. Sucio, barbudo, con tanto pelo. Hasta la nena dijo: “Papá ahora tiene rulos”.

–¿Usted bebe, María?

–Yo bebo, pero duermo.

En “Padre mío, padre mío”, despliega la eterna disputa con el alcohólico empedernido, cada vez menos resistente, más cerca del abismo. El dramatismo de la situación, lejos de amainar, se potencia cuando el epílogo intuido es inevitable. El empuje no reside en ese hundimiento, sino en cómo se abre la grieta risible. Es como si Trevisan postulara que aun ante la tragedia más extrema es indispensable una suspensión o una interrupción, una suerte de tregua falaz.

Bocas sin dientes –“sonrisa horrible de la desdentada”–, cuántos dientitos pequeños, estropeados, caninos amarillos, caninos solitarios. Pensamientos en cápsulas, hilachas de certeros refranes: “Discusión aplazada para el día siguiente es media discusión ganada”. “Donde se escupe no se lame”. En “La palomita y el dragón” flamea el mensaje póstumo del suicida: “Me maté por amor. Yo quiero a María y ella no me quiere. Me comí tres cucharadas de vidrio molido pero no hizo efecto. Entonces me ahorqué”. Trevisan cumple con lo que reivindicó en el plano del deseo: “Ojalá tuviera el estilo del suicida en su última nota”. Ojalá lleguen más libros de este autor formidable; un magistral suicida literario que escribe cada línea como si fuera la última.


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