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jueves, 31 de enero de 2019

Guillermo Arriaga / Eugenio Montejo en 21 gramos



Eugenio Montejo

Guillermo Arriaga

Eugenio Montejoen "21 gramos" 



Contaré aquí por qué elegí el poema de Eugenio Montejo en "21 Gramos" y cómo sucedió. Alguna vez, en casa de Jaime Aljure, mi editor, le dije que no encontraba poetas poderosos. Sacó un libro de Montejo y me leyó en voz alta un par de poemas.

La gran novela del chavismo / Vísperas venezolanas


Eugenio Montejo


Vísperas venezolanas

El título de gran novela el chavismo tiene varias candidatas


JAVIER RODRÍGUEZ MARCOS
29 ENE 2019 - 14:49 COT




Vísperas venezolanas

Con la mente en los “tiempos aciagos” que atraviesa Venezuela, el escritor y cineasta mexicano Guillermo Arriaga relató el viernes pasado en Twitter cómo descubrió el poema de Eugenio Montejo que puso en boca de Sean Penn en 21 gramos, dirigida en 2003 por Alejando González Iñárritu con guion suyo: “La tierra giró para acercarnos, / giró sobre sí misma y en nosotros, / hasta juntarnos por fin en este sueño”. Fue, dijo, cosa de su editor, que respondió al lamento de que ya no encontraba “poetas poderosos” leyéndole unos versos del venezolano. Fulminado por lo que acaba de oír, Arriaga quiso —“como vil fan”— conocer a Montejo en una visita a Caracas en la que comprobó que sus libros no estaban en las librerías. Aunque el poeta pensó que 21 gramos era un proyecto de universitarios y no una producción de Hollywood, la película corrigió a lo grande —y mundialmente— la desidia editorial que rodeaba su obra. Desidia que, por una vez, ya estaba corregida en España: Renacimiento y Pre-Textos habían publicado títulos como Adiós al siglo XX (1997) y Partitura de la cigarra(1999). Incontestables como Rafael Cadenas, Yolanda Pantin o Igor Barreto tuvieron, para nuestra fortuna, la misma suerte.

miércoles, 3 de octubre de 2018

Para que el canto permanezca / Orientación cósmica y paisaje en la poesía de Eugenio Montejo




Eugenio Montejo, poeta venezolano. Foto: Arturo Gutiérrez Plaza.

Para que el canto permanezca: orientación cósmica y paisaje en la poesía de Eugenio Montejo

So the Song Remains / Cosmic Orientation and Landscape in the Poetry of Eugenio Montejo

Luis Enrique Belmonte
Agosto de 2018


El carácter civilizatorio de la poesía de Eugenio Montejo, su afán constructivo y vinculante, tienen una estrecha relación con su visión cósmica del paisaje.
Cualquier territorio habitado deviene en cosmos. Darle orientación cósmica a un territorio es cosmizarlo. No es posible civilizar un territorio, imprimirle una significación realmente humana, si no ha sido consagrado mediante su orientación cósmica. Como dice Mircea Eliade: “importa comprender bien que la cosmización de territorios desconocidos es siempre una consagración: al organizar un espacio, se reitera la obra ejemplar de los dioses”. 

jueves, 27 de septiembre de 2018

Eugenio Montejo / Manoa


Eugenio Montejo
Manoa

No vi a Manoa, no hallé sus torres en el aire,
ningún indicio de sus piedras.

Seguí el cortejo de sombras ilusorias
que dibujan sus mapas.
Crucé el río de los tigres
y el hervor del silencio en los pantanos.
Nada vi parecido a Manoa
ni a su leyenda.

Anduve absorto detrás del arco iris
que se curva hacia el sur y no se alcanza.
Manoa no estaba allí, quedaba a leguas de esos mundos,
-siempre más lejos.

Ya fatigado de buscarla me detengo,
¿qué me importa el hallazgo de sus torres?
Manoa no fue cantada como Troya
ni cayó en sitio
ni grabó sus paredes con hexámetros.
Manoa no es un lugar
sino un sentimiento.

A veces en un rostro, un paisaje, una calle
su sol de pronto resplandece.
Toda mujer que amamos se vuelve Manoa
sin darnos cuenta.
Manoa es la otra luz del horizonte,
quien sueña puede divisarla, va en camino,
pero quien ama ya llegó, ya vive en ella.


Poemas
Eugenio / Los árboles
Eugenio Montejo / Hotel antiguo
Eugenio Montejo / Papiro amoroso
Eugenio Montejo / Amantes
Eugenio Montejo / Letra profunda
Eugenio Montejo / Escritura
Eugenio Montejo / La poesía
Eugenio Montejo / La terredad de un pájaro es su canto
Eugenio Montejo / Pájaros
Eugenio Montejo / Regreso
Eugenio Montejo / Un año
Eugenio Montejo / Setiembre


Eugenio Montejo / Canción




Eugenio Montejo
BIOGRAFÍA
Canción

Cada cuerpo con su deseo
y el mar al frente.
Cada lecho con su naufragio
y los barcos al horizonte.

Estoy cantando la vieja canción
que no tiene palabras.
Cada cuerpo junto a otro cuerpo,
cada espejo temblando en la sombra
y las nubes errantes.

Estoy tocando la antigua guitarra
con que los amantes se duermen.
Cada ventana en sus helechos,
cada cuerpo desnudo en su noche
y el mar al fondo, inalcanzable.



Eugenio Montejo / El taller blanco



En la casa de Eugenio Montejo. Foto: Martha Viaña.

Eugenio Montejo
BIOGRAFÍA
El taller blanco
Eugenio Montejo / The White Workshop
Agosto de 2018
Quienes en nuestros días se sienten atraídos por el aprendizaje de la escritura poética, pese a tantos impedimentos que procuran disuadirlos, no sabemos si para bien o para mal, pueden al fin y al cabo encaminar su vocación a través de un taller de poesía. El experimento es novedoso entre nosotros, pero cuenta, como en muchas otras partes, con un manifiesto número de defensores y detractores. La tentativa, sin embargo, aunque opera de forma más o menos idéntica, esto es, congregando a un guía y a una seleccionada docena de participantes, puede proporcionar resultados tan dispares como los mismos grupos que la integran. Depende en mucho de la formación y sensibilidad de los concurrentes, y sobre todo del clima fraterno y cordial que a través de la práctica llegue a establecerse. Lograr desde el inicio que cada uno distinga su voz en el coro, que no perciba en el guía más que a un persuasivo interlocutor, en vez de un conductor hegemónico, constituye sin duda un buen punto de partida. El hábito de la discusión fecunda, los estímulos al trabajo, el respeto mutuo y todo lo que, para usar una expresión de Matthew Arnold, podríamos llamar “la urbanidad literaria”, se seguirá naturalmente de ello solo.
No desestimo, por mi parte, la conveniencia de los talleres, aunque me sienta secretamente escéptico respecto de sus alcances. Alimento el prejuicio, algo romántico, es verdad, de que la poesía como todo arte es una pasión solitaria. Una multitud, como advierte sagazmente Simonne Weil, no puede ni siquiera sumar; el hombre precisa abstraerse en soledad para ejecutar esta simple operación. Por esto quizás el título puesto por Shömberg a sus Memorias se me antoja uno de los más apropiados para resumir las peripecias de una vida consagrada al arte, a cualquier arte: Cómo volverse solitario. Sólo en la soledad alcanzamos a vislumbrar la parte de nosotros que es intransferible, y acaso ésta sea la única que paradójicamente merece comunicarse a los otros.
Sé que muchos replicarán que en poesía, amén de los dioses innatos, cuenta un lado artesanal, propiamente técnico, común también a las demás artes tanto como a las modestas labores de orfebres. Son los llamados secretos del oficio, cuyo dominio es en cierta medida comunicable. No faltará, por otra parte, quien me recuerde el conocido apotegma de Lautrémont: la poesía debe ser hecha por todos. El acervo del folklore parece confirmar el triunfo de esta contribución múltiple y anónima; según ella, las palabras se van puliendo al rodar entre los hombres, como las piedras de un río, y las que perviven resultan a la postre las más estimadas por el alma colectiva. Todo ello es verdad, con tal que no olvidemos que en cada instante de este proceso ha existido un hombre real, que nunca fueron varios, por innombrado que lo creamos. Sí, la poesía debe ser hecha por todos, pero fatalmente escrita por uno solo.
En cambio, cuanto corresponde a los procedimientos artesanales, a los secretos de hechura, a toda esa vasta zona que con sumo ingenio analiza R. G. Collingwood en su libro Los principios del arte, me parece que es éste el campo verdaderamente propicio al cual la gente del taller puede consagrarse. Puesto que escribimos en nuestra lengua, es en ella principalmente, vale decir en las creaciones que conforman su tradición, donde averiguaremos el cómo de su íntimo gobierno; del qué y del cuándo bien podremos aprender no sólo en la nuestra, sino en cuantas lleguemos a conocer.
La palabra taller tiene, según el Diccionario de la Real Academia, dos acepciones, una concreta y otra figurada. La primera se refiere al lugar en que se trabaja una obra de manos. La segunda habla de la escuela o seminario de ciencias donde concurren muchos a la común enseñanza. El taller de poesía tiene de una y de otra. Lo es en sentido real y figurado a la vez. Hay obra de mano como también participación en el común aprendizaje. Tal como existen hoy por hoy, yo y quienes cuentan más o menos mi edad no los conocimos. No tuvimos la dicha o desdicha de reunirnos para iniciarnos en el mester de poesía. ¿Dónde, pues, fuimos a aprenderlo? Otros responderán de acuerdo con sus personales derivaciones. En cuanto a mí, he dicho que no asistí a ningún lugar donde ganarme la experiencia del oficio. Así al menos, porque lo creía, lo he repetido. Quiero rectificar ahora este vano aserto pues no había reparado en que, siendo niño, asistí intensamente a uno. Estuve mucho tiempo en el taller blanco.
Era éste un taller de verdad, como es verdad el pan nuestro de cada día. Mi padre había aprendido de muchacho el oficio de panadero. Se inició, como cualquier aprendiz, barriendo y cargando canastos, y llegó a ser con los años maestro de cuadra, hasta poseer más tarde su propia panadería, el taller que cobijó buena parte de mi infancia. No sé cómo pude antes olvidar lo que debo para mi arte y para mi vida a aquella cuadra, a aquellos hombres que, noche a noche, ritualmente, se congregaban ante los largos mesones a hacer el pan. Hablo de una vieja panadería, como ya no existen, de una amplia casa lo bastante grande para amontonar leña, almacenar cientos de sacos de harina y disponer los rectos tablones donde la masa toma cuerpo lentamente durante la noche antes del horneo. Son los seculares procedimientos casi medievales, más lentos y complicados que los actuales, pero más llenos de presencias míticas. El sentido del progreso redujo ese taller a un pequeño cubículo de aparatos eléctricos en que la tarea se simplifica mediante empleos mecanizados. Ya no son necesarias las carretadas de leña con su envolvente fragancia resinosa, ni la harina se apila en numerosos cuartos de almacenaje. ¿Para qué? El horno, en vez de una abovedada cámara de rojizos ladrillos, es ahora un cuadrado metálico de alto voltaje. Me pregunto, ¿podrá un muchacho de hoy aprender algo para su poesía en este enmurado cuchitril? No sé. En el taller blanco tal vez quedó fijado para mí uno de esos ámbitos míticos que Bachelard ha recreado al analizar la poética del espacio. La harina es la sustancia esencial que en mi memoria resguarda aquellos años. Su blancura lo contagiaba todo: las pestañas, las manos, el pelo, pero también las cosas, los gestos, las palabras. Nuestra casa se erguía como un iglú, la morada esquimal, bajo densas nevadas. Por eso, cuando años más tarde contemplé por vez primera en París la apacible nieve que caía, no mostré el asombro de un hombre de los trópicos. A esa vieja amiga ya la conocía. Sentí apenas una vaga curiosidad por verificar al tacto su suave presencia.
Hablo de un aprendizaje poético real, de técnicas que aún empleo en mis noches de trabajo, pues no deseo metaforizar adrede un simple recuerdo. Esto mismo que digo, mis noches, vienen de allí. Nocturna era la faena de los panaderos como nocturna es la mía, habituado desde siempre a las altas horas sosegadas que nos recompensan del bochorno de la canícula. Como ellos me he acostumbrado a la extrañeza de la afanosa vigilia mientras a nuestro redor todas las gentes duermen. Y en lo profundo de la noche lo blanco es doblemente blanco. No falta la luna en los muros, sobre la leña, las mesas, las gorras de los operarios. ¡Los doctos y sabios operarios! Hay algo de quirófano, de silencio en las pisadas y de celeridad en los movimientos. Es nada menos que el pan lo que silenciosamente se fabrica, el pan que reclamarán al alba para llevarlo a los hospitales, los colegios, los cuarteles, las casas. ¿Qué labor comparte tanta responsabilidad? ¿No es la misma preocupación de la poesía?
El horno, que todo lo apura, rojea en su fragua espoleando a quienes trabajan. Los panes, una vez amasados, son cubiertos con un lienzo y dispuestos en largos estantes como peces dormidos, hasta que alcanzan el punto en que deben hornearse. ¿Cuántas veces, al guardar el primer borrador de un poema para revisarlo después, no he sentido que lo cubro yo mismo con un lienzo para decidir más tarde su suerte? Y nada he dicho de aquellos jornaleros, serenos y graves, encallecidos, con su mitología de arrabal, de aguardiente pobre. ¿Debo buscar lo sagrado más lejos en mi vida, pintar la humana pureza con otro rostro? Cristo podía convertir las piedras en peces, por eso estuvo más cerca de la carpintería, ese hermoso taller de distinto color. Para estos hombres, que no me hablaron nunca de religión, acaso porque eran demasiado religiosos, Cristo estaba en la humildad de la harina y en la rojez del fuego que a medianoche comenzaba a arder.
Del taller blanco me traje el sentido de devoción a la existencia que tantas veces comprobé en esos maestros de la nocturnidad. La atención responsable a la hechura de las cosas, la fraternidad que contagiaba un destino común, en fin, la búsqueda de una sabiduría cordial que no nos induzca a mentirnos demasiado. ¿Cuántas veces, mirando los libros alineados a mi frente, no he evocado la hilera de tablones llenos de pan? ¿Puede una palabra llegar a la página con mayor cuidado, con más íntima atención que la puesta por ellos en sus productos? Daría cualquier cosa por aproximarme alguna vez a la perfecta ejecutoria de sus faenas nocturnas. Al taller blanco debo éstas y muchas otras enseñanzas de que me valgo cuando encaro la escritura de un texto.
El pan y las palabras se juntan en mi imaginación sacralizados por una misma persistencia. De noche, al acodarme ante la página, percibo en mi lámpara un halo de aquella antigua blancura que jamás me abandona. Ya no veo, es verdad, a los panaderos ni oigo de cerca sus pláticas fraternas; en vez de leños ardidos me rodean centellantes líneas de neón; el canto de los gallos se ha trocado en ululantes sirenas y ruidos de taxis. La furia de la ciudad nueva aventó lejos las cosas y el tiempo del taller blanco. Y sin embargo, en mí pervive el ritual de sus noches. En cada palabra que escribo compruebo la prolongación del desvelo que congregaba a aquellos humildes artesanos.
Tal vez, de no haber asistido a sus cotidianas veladas, de no inmiscuirse en las hondas ceremonias de sus labores, habría de todos modos buscado cauce a mi afán de poesía. El grito de Merlín me habría tentado siempre a seguir su rastro en el bosque. Sin embargo, no puedo imaginar dónde, si no allí, habría aprendido mi palabra a reconocerse en la devoción sagrada de la vida. Anoto esta última línea y escucho el crepitar de la leña, veo la humareda que se propaga, los icónicos rostros que van y vienen por la cuadra, la harina que minuciosamente recubre la memoria del taller blanco.   




viernes, 6 de marzo de 2015

Creación y sombras en Venezuela / Un país de cultura silenciada

Eugenio Montejo
UN PAÍS DE CULTURA SILENCIADA

Creación y sombras en Venezuela


El escritor y editor venezolano critica el ninguneo del Gobierno chavista a los intelectuales

El también periodista lamenta su consecuencia: un auténtico páramo cultural



El poeta venezolano Eugenio Montejo, en 2007. / GORKA LEJARCEGI
Un poeta venezolano esencial del siglo XX, Eugenio Montejo, murió en junio de 2008. Muy pocos amigos lo velaron en una alicaída funeraria del centro de Valencia, una ciudad en la que creció, estudió y cofundó la legendaria revista Poesía, por muchos años referencia continental de creación y difusión poética. Montejo había sido también, en su última etapa de vida, funcionario de la Cancillería venezolana, donde no sólo dirigió junto a la novelista Elisa Lerner la revista Venezuela, especie de vitrina cultural del país, sino que también asumió bajo acreditación la consejería cultural en Lisboa. Desde allí se dedicó a difundir la literatura venezolana en Portugal y la portuguesa en Venezuela. La emigración lusitana de la primera mitad de centuria, que muchos estiman en medio millón de habitantes, hablaba de lazos infranqueables y presuponía mucha programación de intercambio. No bastaron, sin embargo, los desvelos de un funcionario inteligente y fiel, como tampoco el Premio Nacional de Literatura conferido en 1998 o el Premio Internacional de Poesía Octavio Paz otorgado en 2005, para que la Cancillería o el régimen que se autoproclama bolivariano enviaran una corona floral o publicaran un mínimo obituario en la prensa nacional. Esas glorias, se entiende, no eran las de ellos, y por lo tanto en la funeraria de Valencia no veían más que un cuerpo insepulto.
La conducta se repite casi al calco con otros grandes escritores. Ni el novelista Salvador Garmendia, quizás el más importante de las últimas cinco décadas, fallecido en 2001; ni el narrador Adriano González León, Premio de Novela Biblioteca Breve en 1968 con País portátil, fallecido en 2008; ni el poeta Juan Sánchez Peláez, voz vanguardista por antonomasia, fallecido en 2003; merecieron ningún homenaje, mención o gesto. Para ellos la ignorancia, el borrón, la inexistencia. Así actúan quienes en los manuales educativos hacen una selección caprichosa de episodios históricos o quienes en los recuentos de historia política suprimen todo lo que tenga que ver con el período democrático 1958-1998. En Cultura, por lo demás, las omisiones son bochornosas. Ningún intelectual que haya tenido un pronunciamiento crítico, que haya firmado algún manifiesto de denuncia o que en una entrevista haya expresado algún descontento, tiene derecho a nada: ni invitaciones, ni becas, ni reconocimientos. Esas prebendas se reservan sólo para los fieles, esto es, para los que han terminado callando, traicionando sus viejos fueros y, en algunos casos, escribiendo loas al “comandante galáctico”.

Se crea finalmente para otro presente, o quién sabe si para el futuro
Los creadores venezolanos de estos tiempos han terminado por entender en qué tablero se deben o pueden mover. Y en ese juego saben que el Estado no existe, que nada se puede esperar de ninguna política cultural. Sólo una ventaja han extraído de esa injusticia, por no hablar de desgracia: se han vuelto más persistentes, más obsesivos y hasta más profesionales. Cuando se roza la supervivencia, las energías salen no se sabe de dónde, pero salen. No importa si ya no hay dónde editar, si los museos nacionales ya no exponen o si las carteleras teatrales se han banalizado. Se crea finalmente para otro presente, forzosamente alterno, o quién sabe si para el futuro, cuando el país o las audiencias sean otras. Más allá de los creadores que el país ha expulsado, que también los hay, en una especie de diáspora secreta, los que permanecen se protegen contra todas las plagas: ostracismo, aislamiento, escepticismo o autocensura. La hora invita al agrupamiento, al encuentro, a la suma de voluntades, y toda iniciativa es bienvenida, por más insignificante que pueda parecer. El único consuelo, o la única verdad, que flota sobre estas iniciativas a veces invisibles es que, cuando desde un futuro próximo se mire hacia estas horas aciagas, se descubrirá que sólo los creadores de este encierro habrán escrito las mejores crónicas, los mejores poemarios; habrán concebido las mejores obras plásticas, las mejores instalaciones; habrán compuesto las mejores obras teatrales, las mejores coreografías. La verdad creadora está en la sombra y no en los fastos burocráticos y hasta militaroides que nos quieren vender como bienes culturales.

La verdad creadora está en la sombra y no en los fastos burocráticos
Toda política cultural que se quiera moderna debe siempre garantizar los espacios de la creación, que a veces son misteriosos y hasta frágiles. Las nacientes vocaciones artísticas siempre son dubitativas y pueden hacer que un poeta en ciernes desperdicie su talento en otros afanes. ¿Quién penetra en ese mundo de fragilidades y se asegura de que la condición artística no pierda un gran vocero? ¿Quién incide en ese momento de decisiones y evita frustraciones mayores? Lejos hemos estado en Venezuela de estas cavilaciones si se quiere exquisitas, pero otras realidades y propósitos han entendido a cabalidad que no hay como la creación pura y libre para las transformaciones sociales. Esto lo han entendido, hasta inconscientemente, los creadores, trabajando con sus pocos rudimentos y olvidados de cualquier asomo de política cultural.
Quizás las ofrendas florales que merecía Eugenio Montejo llegarán a destiempo. Están más bien en la voces y corazones de sus herederos, los jóvenes que lo leen con fruición y que no cesan de admirar sus versos. No toda época sabe reconocer a sus hijos y ésta que nos gobierna los ignora a todos.



jueves, 5 de marzo de 2015

Eugenio Montejo / Setiembre




Eugenio Montejo
BIOGRAFÍA

Setiembre

Mira setiembre nada se ha perdido
con fiarnos de las hojas.
La juventud vino y se fue, los árboles no se movieron
El hermano al morir te quemó en llanto
pero el sol continúa.
La casa fue derrumbada, no su recuerdo.
Mira setiembre con su pala al hombro
cómo arrastra hojas secas.

La vida vale más que la vida, sólo eso cuenta.
Nadie nos preguntó para nacer,
¿qué sabían nuestros padres? ¿Los suyos qué supieron?
Ningún dolor les ahorró sombra y sin embargo
se mezclaron al tiempo terrestre.
Los árboles saben menos que nosotros
y aún no se vuelven.
La tierra va más sola ahora sin dioses
pero nunca blasfema.
Mira setiembre cómo te abre el bosque
y sobrepasa tu deseo.
Abre tus manos, llénalas con estas lentas hojas,
no dejes que una sola se te pierda.


Eugenio Montejo / Ser esclavo

Ilustración de Justin Meyers

Eugenio Montejo

BIOGRAFÍA
Ser esclavo

Ser el esclavo que perdió su cuerpo
para que lo habiten las palabras.
Llevar por huesos flautas inocentes
que alguien toca de lejos
o tal vez nadie. (Sólo es real el soplo
y la ansiedad por descifrarlo.)

Ser el esclavo cuando todos duermen
y lo hostiga el claror incisivo
de su hermana, la lámpara.
Siempre en terror de estar en vela
frente a los astros
sin que pueda mentir cuando despierten
aunque diluvie el mundo
y la noche ensombrezca la página.

Ser el esclavo, el paria, el alquimista
de malditos metales
y trasmutar su tedio en ágatas,
en oro el barro humano,
para que no lo arrojen a los perros
al entregar el parte.


Poemas
Eugenio / Los árboles
Eugenio Montejo / Hotel antiguo
Eugenio Montejo / Papiro amoroso
Eugenio Montejo / Amantes
Eugenio Montejo / Letra profunda
Eugenio Montejo / Escritura
Eugenio Montejo / La poesía
Eugenio Montejo / La terredad de un pájaro es su canto
Eugenio Montejo / Pájaros
Eugenio Montejo / Regreso
Eugenio Montejo / Un año
Eugenio Montejo / Setiembre


Eugenio Montejo / Sólo la tierra




Eugenio Montejo

BIOGRAFÍA
Sólo la tierra

A Reynaldo Pérez-So

Por todos los astros lleva el sueño
pero sólo en la tierra despertamos.

Dormidos flotamos en el éter,
nos arrastran las naves invisibles
hacia mundos remotos
pero sólo en la tierra abren los párpados.

La tierra amada día tras día,
maravillosa, errante,
que trae el sol al hombre de tan lejos
y lo prodiga en nuestras casas.

Siempre seré fiel a la noche
y al fuego de todas sus estrellas
pero miradas desde aquí,
no podría irme, no sé habitar otro paisaje.
Ni con la muerte dejaría
que mis cenizas salgan de sus campos.
La tierra es el único planeta
que prefiere los hombres a los ángeles.

Más que el silencio de la tumba
temo la hora de resurrección:
demasiado terrible
es despertar mañana en otra parte.




Poemas
Eugenio / Los árboles
Eugenio Montejo / Hotel antiguo
Eugenio Montejo / Papiro amoroso
Eugenio Montejo / Amantes
Eugenio Montejo / Letra profunda
Eugenio Montejo / Escritura
Eugenio Montejo / La poesía
Eugenio Montejo / La terredad de un pájaro es su canto
Eugenio Montejo / Pájaros
Eugenio Montejo / Regreso
Eugenio Montejo / Un año
Eugenio Montejo / Setiembre


Eugenio Montejo / Un año



Old man walking
Victoria Jones

Eugenio Montejo
BIOGRAFÍA
Un año

Vuelvo a contarme aquí mi vida
otra tarde de otoño
viejo de treinta y tres vueltas al sol.
Vuelvo a replegarme en esta silla
palpando su inocencia de madera
ahora que el año hace su estruendo
y me sacude fuerte, de raíz.
En la terraza inicio otro descenso
al infierno, al invierno.
Sangran en mí las hojas de los árboles.



Poemas
Eugenio / Los árboles
Eugenio Montejo / Hotel antiguo
Eugenio Montejo / Papiro amoroso
Eugenio Montejo / Amantes
Eugenio Montejo / Letra profunda
Eugenio Montejo / Escritura
Eugenio Montejo / La poesía
Eugenio Montejo / La terredad de un pájaro es su canto
Eugenio Montejo / Pájaros
Eugenio Montejo / Regreso
Eugenio Montejo / Un año
Eugenio Montejo / Setiembre


Eugenio Montejo / Regreso



Eugenio Montejo

BIOGRAFÍA
Regreso

Un instante la silla ha regresado
a su lejano árbol
con sus verdes tatuajes ya secos.

Sus pájaros están dispersos, muertos,
y la manada del rugoso cuero
yace plegada bajo las tachuelas.

Ya no hay más que silencio nivelado
bajo la sombra de un follaje extinto
donde se curte todo su misterio.

Fiel a sus tablas, sólo da reposo,
cuando en tardes la hemos recostado
a la pared, ahogando una memoria
de días que crecieron como un árbol
y la vida tronchó por cosa muerta,
claveteada con viejos pensamientos.

Eugenio Montejo / Pájaros



Eugenio Montejo

BIOGRAFÍA
Pájaros
Oigo los pájaros afuera,
otros, no los de ayer que ya perdimos,
los nuevos silbos inocentes.
Y no sé si son pájaros,
si alguien que ya no soy los sigue oyendo
a media vida bajo el sol de la tierra.
Quizás es el deseo de retener su voz salvaje
en la mitad de la estación
antes que de los árboles se alejen.

Alguien que he sido o soy, no sé,
oye o recuerda,
si hay algo real dentro de mí son ellos,
más que yo mismo, más que el sol afuera,
si es musical la fuerza que hace girar el mundo,
no ha habido nunca sino pájaros,
el canto de los pájaros
que nos trae y nos lleva.


Poemas
Eugenio / Los árboles
Eugenio Montejo / Hotel antiguo
Eugenio Montejo / Papiro amoroso
Eugenio Montejo / Amantes
Eugenio Montejo / Letra profunda
Eugenio Montejo / Escritura
Eugenio Montejo / La poesía
Eugenio Montejo / La terredad de un pájaro es su canto
Eugenio Montejo / Pájaros
Eugenio Montejo / Regreso
Eugenio Montejo / Un año
Eugenio Montejo / Setiembre


Eugenio Montejo / La terredad de un pájaro es su canto






Eugenio Montejo

BIOGRAFÍA
La terredad de un pájaro es su canto...

La terredad de un pájaro es su canto,
lo que en su pecho vuelve al mundo
con los ecos de un coro invisible
desde un bosque ya muerto.
Su terredad es el sueño de encontrarse
en los ausentes,
de repetir hasta el final la melodía
mientras crucen abiertas los aires
sus alas pasajeras,
aunque no sepa a quién le canta
ni por qué,
ni si podrá escucharse en otros algún día
como cada minuto quiso ser:
más inocente.
Desde que nace nada ya lo aparta
de su deber terrestre,
trabaja al sol, procrea, busca sus migas
y es sólo su voz lo que defiende
porque en el tiempo no es un pájaro
sino un rayo en la noche de su especie,
una persecución sin tregua de la vida
para que el canto permanezca.