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domingo, 22 de octubre de 2023

Esteban Carlos Mejía / Güido

 

Güido Tamayo


Güido, Güido, Güido…

Esteban Carlos Mejía
20 de octubre de 2023

Escribir novelas breves es un arte escaso. A pocos autores les gusta meterse en semejante berenjenal*. Me acuerdo de tres o cuatro clásicas. La metamorfosis, de Franz Kafka. El viejo y el mar, de Ernest Hemingway. Bartleby y compañía, de Enrique Vila-Matas. Crónica de una muerte anunciada, de Gabriel García Márquez.

Güido Tamayo / El último lector


Güido Tamayo

El último lector 

 

El escritor se ha sentado frente a la sobria mesa preparada para él. Su conferencia está programada para dar inicio en unos minutos. Toma asiento y deposita sobre la mesa unos papeles que con seguridad son el texto que leerá a continuación. Luce sereno, un poco más de lo normal. Tal vez más que sereno, esté orgulloso de lo escrito y desde ahora saboree la satisfacción por su inteligencia. No hay nada que brinde más sosiego que la seguridad en sí mismo. Pasan 15 minutos. Nadie llega aún.

Güido Tamayo / “El mundo está construido a través de versiones”


Güido Tamayo




Guido Tamayo

“El mundo está construido 

a través de versiones”


Transcurrían mediados de los años cincuenta cuando el escritor nació. Se crió en una familia de clase media bogotana y creció en una de las épocas más convulsionadas que ha vivido la historia del mundo.


Ana María Bolívar
24 de mayo de 2016

Y sí, llegó en el momento indicado. Vivió su infancia y juventud en un momento donde existían todas las influencias que se encargarían de contribuir con la transformación del mundo actual y el suyo. La pasión, el aprendizaje, la reivindicación de los jóvenes se impregnó en el aire contagiando a este joven espectador que empezaba a incursionar como comunicador y escritor colombiano.

Güido Tamayo / «El diccionario nos salva de vivir en silencio»

 


Guido tamayo 1

 

Guido Tamayo

«El diccionario nos salva de vivir en silencio»


Las palabras le sirven a Fernando, uno de los protagonistas de Juego de niños, para hacer más llevadera su cotidianidad de niño enfermo y abandonado. De ellas, también, se vale Guido Tamayo para contar una historia anclada en la infancia, en el descubrimiento del amor y de la muerte. El autor es uno de los invitados al Hay Festival de Cartagena.



Ángel Castaño Guzmán
28 de enero de 2016

Juego de niños, su segunda novela, tiene de nuevo la extensión de la novela breve. ¿Qué posibilidades estéticas encontró en este formato de escritura? ¿Cuáles, en su opinión, son las bondades y los retos de las novelas cortas?

La brevedad de mis novelas responde tal vez a un temperamento personal, a una extensión que se me impone como si fuera mi justa capacidad (o incapacidad) para decir las cosas. Descubrí mi inclinación por la brevedad escribiendo, no fue un imperativo estético o programático. No obstante, me ha tocado trajinar con esta «medida» literaria y creo que ya identifico sus mañas, sus andares. Lo principal, sin duda, es la necesidad de hacer más densa la palabra, más justa y apretada. Pero no por eso menos ambiciosa, poética. En la medida que reduces la extensión del texto precisas de más significación; menos palabras, pero más sentido. De igual manera, no creo en el prurito de «contarlo todo» y por eso busco y rebusco los momentos o pasajes o escenas más representativas de un todo que seguramente interesará  a la novela «larga». La memoria y la imaginación, es decir, la escritura creativa, deben estar al servicio de una gran economía que además permite que el lector se vea implicado como coautor del libro. El escritor selecciona un  material que el lector complementa, corrige o elimina. Pienso que el principal reto de la novela breve es la selección de lo narrable y las palabras que lo harán. Contar poco y decir mucho. 

lunes, 29 de febrero de 2016

La invitación del escritor Guido Tamayo / Construir un juego literario











La invitación del escritor Guido Tamayo: construir un juego literario
CARLOS RESTREPO
 29 de febrero 2016 , 04:49 p. m.

“Muchas veces pasabas la noche en vela, Fernando, y otras pocas dormías unas cuantas horas. Durante el insomnio pensabas mucho y casi nada de lo que te preguntabas tenía respuesta. ¿Quién era tu padre? ¿Por qué eras como eras? ¿Qué le había pasado a tu cuerpo? ¿Dónde estaba tu madre? ¿Por qué te dolía tanto la cabeza? Tantas cosas que te preguntabas en la noche mientras los demás dormíamos el sueño profundo de los normales”.

Fernando, así a solas, es un niño extraño y enfermo, como lo deja entrever su hermano Miguel en el párrafo anterior. Él es el protagonista de 'Juego de niños', la nueva novela del escritor Guido Tamayo, un interesante ejercicio literario de memoria sobre la infancia.

“Tenía una imagen que me perseguía desde hace mucho tiempo, que era la de un niño viejo, canoso y hasta deforme, que conocí cuando era niño. Estamos hablando de una novela de ese final de la infancia, de los 12 años. Tuve la oportunidad de conocer a esta persona y de hecho compartí con él muchos momentos. Y a mí me sorprendía porque era tan raro y distinto”, explica el autor.

Sobre esa imagen, Tamayo crea una trama sobre dos hermanos de sangre y sus padres, y la llegada un buen día de Fernando, acogido en ese hogar. Un ser que resultará entrañable para el lector, aunque un poco enigmático.

“Cuando hice este esfuerzo de recuperación de la memoria quería conservar y transmitirle al lector la emoción y la intensidad que me producían esos recuerdos y esas vivencias. Así viví yo a Fernando, como un personaje misterioso”, anota su autor.

Y para ello, Tamayo construye una estructura narrativa de relojero, a primera vista sencilla, de capítulos cortos, pero que en el fondo se convierten en pequeñas piezas de un rompecabezas sólido y perfecto. Para armarlo, el lector será invitado de honor a participar en este singular ‘juego de niños’.

“A mí me interesa muchísimo que el texto que produzca esté lleno de sugerencias o imágenes para el lector y que lo hagan leer en ellas otras cosas. Y me parece que esa fuerza que se percibe con la palabra, es una fuerza que proviene de lo poético. En ese sentido estoy dispuesto a sacrificar más lo narrativo, a buscar la fuerza de la imagen y confiar también en que el lector va a participar activamente en la construcción del texto”, dice Tamayo.

Por eso, en este ‘juego’ –como él mismo anota–, muchas veces es más importante aquello que falta, más allá de lo que se cuenta. De allí, que en el arduo proceso de reescritura y edición, sea más lo que su creador terminó sacrificando.

Parte de las pistas de resolución de esta historia están en unos crucigramas a medio hacer, que de paso resulta la única distracción de Fernando. Pero también es un mensaje cifrado que Tamayo manda a sus lectores: “Finalmente, lo que quiero, ojalá, es que el lector juegue conmigo a leer la novela y a escribirla”.

“Me parece que la expresión clave es desciframiento. Fernando está lleno de esas preguntas existenciales que se hace cualquier ser humano. Pero él se las hace porque nota que es distinto. Y como no tiene ninguna interlocución, porque tiene dificultades de comunicación, busca las palabras en el diccionario a ver qué le dicen. Pero, a la vez, como sus hermanos y sus primos juegan en la calle, donde se desarrollan las infancias, y él no puede, su verdadero juego es el crucigrama”, comenta el autor.

El telón de fondo son los años finales de la década de los 60, en el barrio La Soledad de Bogotá. “Es un intento de acercarse a lo que era Sears y hoy es Galerías. Ese era el pequeño espacio en donde nos movíamos los niños de ese barrio y en donde teníamos nuestras aventuras. En ese sentido, también es una novela que rescata un lugar y un momento”, concluye su creador.

EL TIEMPO


Carlos Orlando Pardo / Güido Tamayo

Güido Tamayo recupera en esta novela los juegos de la infancia

La invitación del escritor Guido Tamayo / Construir un juego literario

Güido Tamayo / «El diccionario nos salva de vivir en silencio»



Güido Tamayo / El último lector

Esteban Carlos Mejía / Güido





jueves, 25 de febrero de 2016

Güido Tamayo recupera en esta novela los juegos de la infancia

Diana Rey y Güido Tamayo
en Cartagena de Indias

 

Güido Tamayo recupera en esta novela 

los juegos de la infancia 

Por: Jorge Consuegra (Libros y Letras) 

25 de febrero de 2016



– ¿Cuál es la idea central de su novela Juego de niños
– Recuperar ciertos momentos de la infancia para narrarlos y de esa manera confrontarlos. En general mitificamos la infancia como un momento plagado de felicidad, pero si bien es cierto que la hay, también lo es que descubrimos el dolor, la soledad, la traición, la violencia y la muerte. Esto hace que la infancia esté llena de luces y sombras. 

viernes, 13 de mayo de 2011

Carlos Orlando Pardo / Güido Tamayo



Guido Tamayo

Por Carlos Orlando Pardo

13 de mayo de 2011

El desamparo recorre las páginas de El inquilino, la primera novela de Guido Tamayo con la cual ganó el Premio Nacional de Novela Breve organizado por la Universidad Javeriana. Se trata de una aventura más que breve y más que intensa que parece puesta ahí, al desgaire, pero está finamente construida entre el ritmo de un tono literario que sabe disimular con equilibrio de malabarista y que de entrada muestra un estilo bien particular. La obra de Guido Tamayo la conforman escenas fugaces, instantáneas sin aparente trascendencia, pero cada una de ellas es un relámpago que ilumina el rastro y el alma de los fragmentos de una existencia que se refleja con un sin sentido supuesto para comprobarnos, cada vez, la encarnación del desasosiego y de la muerte que ya lleva puesta el protagonista desde antes. Pinta lo momentáneo que es permanente en una vida destinada al fracaso no tanto por falta de ambición como de estrella, en donde el desolado ambiente interior levanta la polvareda de la soledad que sólo espanta sus ojos en el fondo de las copas de alcohol, un ángel de la guarda que le impide la lucidez para verificar lo chato de una cotidianidad enfermiza. No es el sentimiento de derrota el que viste a su personaje y a quienes recorren de una manera íntima su vida, sino el de la resignación inconsciente como única salida posible en seres dispuestos a aceptar lo que traiga el día o la noche. Son figuras que parecen intangibles al resto de los que cruzan por su lado como si ya fueran fantasmas, reflejando almas en pena similares a lo que describen del Judío Errante y que en cuyo semblante se adivina que no conocen la felicidad sino algunos escasos momentos gratos donde la tortura acompaña el tránsito de una vida marginal y marginada bajo el signo de la literatura como salvación, la única que justifica su existencia. La historia no nos deja indiferentes sino dolidos y trae en primer plano a un hombre que siempre estuvo casi etéreo para muchos como un inquilino impalpable, pero que cargaba su fardo de sueños alimentados en una vocación gozosa por la literatura y una obra en marcha que reposaba al lado de los ceniceros. Lejos del lenguaje poético pero en la extraña poesía del desarraigo y en el triunfo de la derrota, la obra surge como la supuesta victoria del trashumante que hace lo que quiere con su exilio voluntario, del que no tiene más patria que las evocaciones y que vive sin vivir entre la soledad y los sueños aplazados evaporándose siempre en el humo de sus eternos cigarrillos y la pestilencia de la pobreza sin remedio. La novela logra seducir y estremecer porque el personaje que habita en el abismo y encarna muchas veces el vacío, sabe que, como dijera Manuel Mejía Vallejo en El día señalado, “siempre tuvo que nacer y que morir un poco. De niño dijo las palabras de los niños y de hombre hizo lo que los hombres hacen cuando no tienen más remedio.” Ni siquiera es el desencanto sino el encantamiento del vacío y no es lo que dice sino lo que sugiere, no es lo que cuenta sino lo que deja de contar como negando la anécdota en sí, pero creando la atmósfera plagada de monotonía y agonía permanente. La novela nos eterniza una llama al viento y a un perdido que tiene amigos del alma y encuentra al novelista para que lo haga vivir siempre en las páginas del dolor sin dramas ni quejas ni lamentos. La lectura de El inquilino trasciende, no nos deja iguales a como estábamos antes de ingresar a sus páginas porque quedamos habitados de nostalgia y desazón, por encima de lograr adivinar fácilmente a quienes conocimos al protagonista de la vida real que aquí está más allá de las palabras. Aquella Barcelona que compartí con el escritor y el héroe de la novela en las infaltables caminatas por Las Ramblas, los bares del barrio gótico y una bohemia proverbial, deja el aliento para las evocaciones y el alumbramiento de una nostalgia por el amigo perdido, el inolvidable narrador Miguel de Francisco que nunca faltará en nuestros recuerdos, mucho más con esta muy buena novela que lo invoca para que recorra de nuevo la vida sin que lo dañe el humo de la indiferencia.


JORGE ELIÉCER PARDO