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martes, 21 de junio de 2022

Mátalos suavemente / La creencia en América

MÁTALOS SUAVEMENTE

La creencia en América

Una potentísima historia de mafias contemporáneas, puesta en imágenes con la lírica habitual del director de la extraordinaria El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford


Javier Ocaña
20 de septiembre de 2012

“Yo creo en América…”, clamaba un padre, en busca de la venganza mafiosa, con Vito Corleone aún fuera de campo, en la mítica primera frase de El Padrino. “América no es un país; América es un jodido negocio”, brama un asesino a sueldo en la última frase de Mátalos suavemente. Parecen frases contradictorias, pero en realidad son la misma. Nada ha cambiado. Nos lo dijo Coppola y nos lo sigue diciendo Andrew Dominik (ojo, australiano), adaptando este a los más recientes nuevos tiempos, los de las hipotecas basura y el ascenso de Barack Obama ante George W. Bush, una novela de los años setenta de George V. Higgins. El crimen es negocio. El negocio es crimen.

lunes, 1 de junio de 2020

George V. Higgins / Un chico duro


Ilustración de Triunfo Arciniegas


George V. Higgins

UN CHICO DURO

       Con cara de póquer, Jackie Brown, de veintisiete años, estaba sentado en la primera fila, detrás del estrado del Juzgado Cuarto del Tribunal Federal de Distrito de Estados Unidos, Estado de Massachusetts.
    El secretario anunció el caso 7421 D , los Estados Unidos de América contra Jackie Brown. El alguacil le indicó que se pusiera en pie.

George V. Higgins / Nueve tiros


Ilustración de Triunfo Arciniegas


George V. Higgins

NUEVE TIROS

    En el transcurso de la noche, Coyle tomó varias copas. Bebió cerveza con Dillon durante el primer periodo del partido. Bobby Orr pasó por detrás de la portería de los Bruins y regateó a tres Rangers dejándolos sentados. Se plantó delante de la meta de New York, fintó fingiendo que tiraba abajo y a la izquierda, disparó alto y a la derecha, y Coyle, junto con Dillon y catorce mil novecientos sesenta y cinco más, se levantó del asiento para expresar a gritos su entusiasmo. El locutor dijo «Gol de Orr, el número cuatro». Sonó otra ovación.
    Al lado de Coyle había un asiento vacío.

George V. Higgins / Mayonesa

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George V. Higgins

MAYONESA 

        Eddie Coyle había dormido demasiado. Cuando despertó, eran casi las nueve. Se duchó y se afeitó a toda prisa. Malhumorado, salió al vestíbulo y se dirigió a la cocina. Su mujer bebía café y veía la televisión.
    —¿Por qué demonios no me has despertado? —le dijo.
    —Ayer te desperté y me pegaste la bronca por no dejarte dormir —dijo ella sin apartar los ojos de la pantalla—. Hoy, te dejo dormir y me pegas la bronca porque no te he despertado. ¿Qué pasa? ¿Ya quieres empezar con bronca a primera hora de la mañana?
    —Hoy tengo cosas que hacer —dijo Eddie. Se sirvió café—. Escucha, tengo que hacer unas llamadas.

George V. Higgins / Chochos



George V. Higgins

CHOCHOS

        Dillon dijo que no estaba seguro de que a Foley le interesara lo que tenía que contarle.
    —He pensado un poco en ello —dijo—. No me gusta hacerle perder el tiempo a nadie en algo que probablemente no sea tan importante. Quiero decir que tú tienes cosas que hacer y eso. Y luego he pensado, bueno, que decida él mismo. Si no es importante, de acuerdo, pero tal vez lo sea, ¿sabes? Así que te agradezco que hayas venido.
    Estaban a la puerta del Waldorf, de cara al parque público. Al otro lado del cruce de las calles Arlington y Boylston se había apostado un organillero con un cartel en el que se ofrecía para trabajar en fiestas y celebraciones. Las personas bien vestidas que salían de Shreve’s lo evitaban. Un hombre rechoncho con una chaqueta de lanilla se detuvo bajo la helada atmósfera gris con una tonta sonrisa en la cara.

George V. Higgins / La llamada

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George V. Higgins

LA LLAMADA 

    Con las manos en los bolsillos, Eddie Coyle apoyó la espalda en el poste de metal verde que sostenía los soportales del centro comercial encima de las cabinas de teléfono. Dos mujeres movían los labios como si deliberasen sobre cada palabra de los cientos que pronunciaban. Un hombre pequeño con un polo de color dorado estaba plantado con el receptor en la oreja y un aire de resignación en la cara. De vez en cuando, decía algo.
    El hombre salió primero.
    —Lamento haber tardado tanto —dijo.
    —Tranquilo —dijo Eddie Coyle—. Yo también haré una llamada larga.
    El hombre sonrió.
    Una vez en la cabina, Eddie Coyle metió una moneda de diez centavos y marcó un número de Boston.
    —Eh, ¿está Foley? —preguntó cuando le respondieron. Hizo una breve pausa—. No, no quiero decir de parte de quién. Pásame a Foley y déjate de monsergas. —Hizo otra pausa—. Dave —dijo—, me alegro de encontrarte ahí. ¿A qué viene eso de quién es? Tenemos amigos comunes en New Hampshire. Sí, soy Eddie. ¿Te acuerdas de que querías una razón poderosa? ¿Sí? Pues aquí la tienes. Esta tarde, a las cuatro y media, un chico con un Roadrunner azul metálico, matrícula de Massachusetts KX4-197 , va a encontrarse con cierta gente en la estación de tren de la 128. Va a venderles cinco ametralladoras M16. Las armas están en el maletero del Roadrunner. —Coyle hizo una nueva pausa—. KX4-197 —continuó—. Roadrunner azul metálico. El chico tiene unos veintiséis años y pesa unos ochenta kilos. Pelo negro, bastante corto. Patillas. Chaqueta de ante. Vaqueros Levi’s , unos Levi’s azules. Botas de ante marrones con flecos. Lleva gafas de sol casi siempre. —Coyle hizo otra pausa—. No sé a quién va a vendérselas. Si fueras allí, tal vez te enterarías. —Coyle hizo una nueva pausa—. Supongo que sí —dijo—. Y ahora grábate esto en la cabeza, ¿de acuerdo?: yo he cumplido. —Coyle hizo otra pausa—. De nada —dijo—. Siempre es un placer hacer un favor a un amigo con buena memoria.
    Eddie Coyle colgó el teléfono con delicadeza. Abrió la puerta de la cabina y encontró a una mujer gorda de unos cincuenta años que lo miraba fijamente.
    —Ha tardado lo suyo —le dijo.
    —Estaba llamando a mi madre. La pobre está enferma.
    —Oh —dijo ella y enseguida relajó la expresión y se mostró compasiva—. Lo siento. ¿Lleva mucho tiempo enferma?
    —Que la jodan, señora —sonrió Eddie Coyle—, a usted y a la madre que la parió.


George V. Higgins
Los amigos de Eddie Coyle, capítulo 16.    


George V. Higgins / Está muy caliente ahí dentro

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George V. Higgins

ESTÁ MUY CALIENTE

 AHÍ DENTRO 

    En el solar de una cantera de arena agotada de Orange, Massachusetts, había un aparcamiento de remolques. Era de noche y Eddie Coyle condujo el viejo sedán De Ville con cuidado, con las luces largas y los enormes neumáticos rozando los bordes de la carretera asfaltada. Detuvo el coche junto a un remolque azul claro y amarillo, equipado con barandillas de hierro forjado y unos inestables peldaños de hierro. El bastidor del vehículo estaba envuelto en una gruesa tela plateada. Las cortinas de las ventanas del remolque estaban corridas. Tras ellas brillaba luz.
    Eddie Coyle apagó los faros y el motor del Cadillac. Se apeó y se dirigió deprisa a la escalerilla. Llamó a la puerta sin subir.
    La cortina de la puerta se movió un poco. Una mujer miró a través del vaho del cristal. Eddie Coyle esperó con paciencia. La puerta se abrió un poco.
    —¿Sí? —dijo la mujer.
    —Traigo la compra para Jimmy —dijo Eddie Coyle.
    —¿Te espera? —preguntó ella.
    —No lo sé —dijo Coyle—. Me dijo que viniera, eso es todo. Me ha costado dos horas llegar hasta aquí. Espero que sí.
    —Un momento —dijo la mujer.
    La puerta se cerró. Eddie esperó en la fría oscuridad.

George V. Higgins / Asaltos




George V. Higgins

ASALTOS


   Después de oír a su mujer y a sus hijos bajar la escalera con los albornoces rozando la alfombra oriental, las niñas hablando del parvulario y el chico murmurando algo sobre el desayuno, Samuel T. Partridge se duchó perezosamente y se afeitó. Se vistió y bajó a tomar los huevos y el café.
    En la sala contigua a la cocina vio a sus niños de pie, cerca de la mecedora. Su mujer estaba sentada en la mecedora. Todos tenían el rostro inexpresivo. En el sofá había tres hombres sentados. Llevaban unos cortavientos azules de nailon y se cubrían la cara con medias de nailon. Todos llevaban un revólver en la mano.

George V. Higgins / Lo mejor que hay es una Smith de cuatro pulgadas

The Friends of Eddie Coyle,
de Peter Yates

George V. Higgins

LO MEJOR QUE HAY ES UNA SMITH DE CUATRO PULGADAS

   
 Con cara de póquer, Jackie Brown, de veintiséis años, dijo que podía conseguir armas.
    —Tendré tus pipas mañana por la noche, probablemente. Probablemente, pueda conseguirte seis. Mañana por la noche. Dentro de una semana o quizá diez días, otra docena. Tengo contactos con un tipo que va a llegar con diez como mínimo, pero ya he apalabrado cuatro con otro menda y las está esperando, ¿sabes? Tiene un trabajo que hacer. Así que, mañana por la noche, seis. Y otra docena dentro de una semana.
    El tipo mazas estaba sentado frente a Jackie Brown y dejaba que se le enfriara el café.

George V. Higgins / Los amigos de Eddie Coyle / Prólogo de Dennis Lehane


Robert Mitchum
The Friends of Eddie Coyle, de Peter Yates

George V. Higgins

Los amigos de Eddie Coyle 

Prólogo de Dennis Lehane

    Tienes en tus manos la novela negra que cambió las reglas del juego de los últimos cincuenta años. Posiblemente sea también una de las cuatro o cinco mejores novelas negras jamás escritas. Proyecta una sombra tan alargada, que todos los que nos afanamos en el género conocido como American noir lo hacemos a su estela. Lo mismo nos ocurre a todos los que escribimos novelas ambientadas en Boston. ¿Cómo es posible que un libro tan breve, con descripciones mínimas y sin héroes, haya alcanzado el estatus de obra maestra moderna?
    Empecemos por el título, Los amigos de Eddie Coyle. Eddie no tiene amigos. Eddie apenas tiene conocidos. Eddie es el estereotipo de hombre desafortunado, desamparado y desesperanzado del submundo criminal de Boston de los años setenta. Podría ser el peor guía porque anda con el agua al cuello. O, pensándolo bien, es el mejor guía, porque casi todos los que nadan en esa zona andan con el agua al cuello, motivo por el cual terminan en el noticiario de las diez o en chirona, cumpliendo de diez a doce años en el Bloque C, o con su foto colgada en la pared de una estafeta de correos. En el mundo de Eddie Coyle, nadie quiere fastidiar a nadie a propósito, pero las cosas ocurren de ese modo. Nadie se despierta con la intención de hacer algo malo o de herir a alguien; lo único que hace es buscarse la vida y, a veces, buscarse la vida significa dejar una importante estela de destrucción accidental. Pero no te inquietes, no es nada personal.

George V. Higgins / Los amigos de Eddie Coyle / Cuando lo negro es gris


George V. Higgins
LOS AMIGOS DE EDDIE COYLE

Cuando lo negro es gris

Fernando Baeta
Madrid, 28 de noviembre de 2011

Lehane nos pone muy cachondos ya en las primeras líneas del prólogo: tienes en tus manos, dice, la novela negra que cambió las reglas del juego de los últimos 50 años. Casi nada. Y luego empiezas a leerla y exclamas: ¡Joder! ¡Es verdad! ¡Es la hostia! ¡Es la bomba! Es todo lo que queramos añadir y mucho más. Pura adrenalina, un chute de realidad, pero un chute en gris no en negro, un chute con el que viajaaaaaaamos a través de todas las tonalidades grisáceas de ese Boston gris de finales de los 60.

domingo, 31 de mayo de 2020

Así termina / George V. Higgins / Los amigos de Eddie Coyle




George V. Higgins
LOS AMIGOS DE EDDIE COYLE

  
  —Y al cabo de otro año, más o menos —dijo Clark—, volverá a estar en chirona otra vez, aquí o en otro sitio, y yo estaré hablando con otro hijo de puta, o quizá de nuevo contigo, y lo juzgaremos otra vez y volverá a salir libre. ¿No se termina nunca esta mierda? ¿Es que en este mundo las cosas no cambian nunca?
    —Eh, Foss —dijo el fiscal, tomando a Clark por el hombro—, pues claro que cambian. No te lo tomes tan a pecho. Algunos mueren, los demás envejecemos, llega gente nueva, los antiguos se marchan… Las cosas cambian todos los días.
    —Pero apenas se nota —dijo Clark.
    —Eso, sí —asintió el fiscal—. Apenas.



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The Friends of Eddie Coyle
By George V. Higgins
“Hey, Foss,” the prosecutor said, taking Clark by the arm, “of course it changes. Don’t take it so hard. Some of us die, the rest of us get older, new guys come along, old guys disappear. It changes every day.”
“It’s hard to notice, though,” Clark said.
“It is,” the prosecutor said, “it certainly is.”


George V. Higgins / American Most Wanted

04/04/13 – La suerte de George V. Higgins | La revista digital de ...
George V. Higgins
George V. Higgins
AMERICAN MOST WANTED

Por Philipp Engel

El tipo mazas estaba sentado frente a Jackie Brown y dejaba que se le enfriara el café. —No sé si esto me gusta— dijo—. No sé si me gusta comprar material del mismo lote que otra persona, porque no sé qué hará con él, ¿comprendes? Si otra persona compra pipas del mismo lote y eso causa problemas a mi gente, también me los causará a mí”. George V. Higgins (“Los amigos de Eddie Coyle”).

Basta hojear las primeras páginas del clásico “Los amigos de Eddie Coyle” —originalmente publicado en 1970— para darse cuenta de su influencia sobre todo lo que vino después: Elmore Leonard, Tarantino, Scorsese, “Los Soprano”… todo. Y no sólo porque enseguida aparece un traficante de armas que se llama como el título que Tarantino le puso a su adaptación de una novela (y media) de Leonard, sino por los diálogos: el 80 % de Higgins son los diálogos, sus personajes no callan. Los hampones de las novelas de George V. Higgins son tipos duros con alma de storytellers y una marcada tendencia al monólogo amenazante que no cierran la boca al menos que les estén propinando una soberana paliza (precisamente para hacerles hablar), o que acaben de meterles un tiro en toda la cara. Y en ese caso, son los otros quienes continúan la charla: detalladas conversaciones sobre armas, coches, negociaciones, golpes, problemas domésticos y anécdotas carcelarias. En las antípodas del estilo telegráfico, de réplicas secas y cortantes, patentado por Dashiell Hammett, tanto “Los amigos de Eddie Coyle” como “Mátalos suavemente” (ambas cortesía de Libros del Asteroide), se leen como un furioso torrente de diálogos encadenados, tan vivos que uno los calificaría de “muy cinematográficos”. Y sin embargo, si de algo pecan las películas —tanto “El confidente” (Peter Yates, 1973), con Robert Mitchum como Eddie Coyle, como la inminente “Mátalos suavemente” (Andrew Dominik, 2012), ambas excelentes—, es de excesiva fidelidad a la letra escrita. Por muy bien que lo hagan, y tanto Mitchum como Pitt están estupendos, se nota que están recitando. Filosofía de pub, que dijo un crítico. Es una paradoja que no deja de obsesionarme, diálogos que revelan en pantalla sus costuras literarias, cuando sobre el papel parecían tan reales. El mismo Elmore Leonard, para el que “si algo suena a escrito, lo reescribo”, confesaba, en una reciente conversación con Antonio Lozano su deuda con los diálogos de Higgins, aunque apuntando que “luego llevó demasiado lejos su técnica y dejó sus novelas en puros diálogos sin contexto”. En el prólogo de “Los amigos de Eddie Coyle”, Dennis Lehane abundaba en lo mismo: “Higgins pasó el resto de su vida tratando de arreglar lo que no estaba roto, intentando refinar los diálogos en sus novelas posteriores”. La reciente publicación de su tercera novela, “Mátalos suavemente”, original de 1974, nos permite dudarlo, Higgins continúa en plena posesión de sus facultades. No sólo como maestro del diálogo, sino como vehículo de una subyugante inmersión en los bajos fondos que, más que a Leonard o Lehane, me recuerda a Eddie Bunker, aunque sus viajes vitales fueron diametralmente opuestos: si Bunker fue un criminal que salió de la cárcel al lograr convertir en literatura el lenguaje de la calle que conocía de primera mano, Higgins fue abogado y fiscal antes de ponerse a escribir. Como abogado, tuvo clientes célebres: defendió entre otros a G. Gordon Liddy, uno de los más célebres implicados en el Caso Watergate, y a Eldridge Cleaver, líder de los panteras negras, cuya presencia se deja notar en el cargado ambiente de “Los amigos de Eddie Coyle”. Qué importa si Bunker se formó en San Quintín y que Higgins se graduara en Stanford, que uno naciera pobre y el otro rico, el talento del que hicieron gala les ha acabado colocando en el mismo pedestal, el placer para el lector es del mismo calibre. ¡Viva el thriller de los 70!

LIBROS DEL ASTEROIDE




George V. Higgins / Los amigos de Eddie Coyle / Reseña de José María Guelbenzu

Libros: Mátalos suavemente de George V. Higgins – Plumas Atómicas


George V. Higgins

Los amigos de Eddie Coyle

José María Guelbenzu
22 de octubre de 2011


 Narrativa. Esta es una afamada novela que tiene gran predicamento entre los escritores norteamericanos del género noir y la verdad es que los elogios son merecidos. Se trata de un thriller muy dinámico que desciende de maestros fundadores como Dashiell Hammett o Ross MacDonald. Es una historia sencilla y lineal: un hombre metido en asuntos turbios, que se encuentra a las puertas de un juicio que presumiblemente le costará la cárcel, acepta entregar a otros delincuentes con los que se relaciona a cambio de un trato favorable. El autor, antiguo fiscal y policía, se decide por un relato de tiempos simultáneos a lo largo de unos pocos días. El propio Eddie Coyle, una banda de atracadores de bancos, el propietario de un bar que es asesino a sueldo en sus ratos libres, un duro policía y un segundo chivato oculto que, en cierto modo, representa el destino de Coyle, son los que ocupan las escenas que se suceden con verdadero dinamismo. La escritura es directa, precisa y al cuerpo, como el despliegue de brazos de un buen peso welter a lo largo de un combate estelar. Está escrita en los años setenta y se nota que se apoya en una tradición ya consolidada. Pero lo que hace de esta novela un hito es el manejo de los diálogos, que dejan al lector literalmente anonadado. Son la verdadera fuerza de la novela, mucho más que la historia en sí -como muy bien señala Dennis Lehane en el prólogo- o, dicho de otro modo, son la historia en sí porque sin ellos la novela sería la mitad de la mitad. Perfectamente ensamblados en la estructura de simultaneidad de escenas y personajes, reproducen tan bien el habla del sórdido submundo gansteril, representan con tal convicción y veracidad la subcultura del hampa de medio pelo, representan tan visceralmente esa concepción del crimen como medio de subsistencia, como herramienta de trabajo, que puede decirse que abren un nuevo camino en la literatura negra norteamericana. Esta novela es un hecho singular porque ni su autor fue capaz de repetir semejante proeza. Una vez escrita, ni él mismo podía imitarla. Es un caso singular, una pieza magistral y única. Son diálogos irrepetibles tal cual, pero que han servido a muchos otros escritores para encontrar un camino expresivo que ha marcado la evolución del género y hacen que el lector los recorra con mayor interés que la intriga misma porque ellos son la auténtica intriga, tan poderosos y absorbentes que uno tiene la sensación de que todos los demás diálogos de las novelas del género que siguieron a esta le deben pleitesía.


Los amigos de Eddie Coyle

George V. Higgins
Prólogo de Dennis Lehane
Traducción de Montserrat Gurguí
y Hernán Sabater
Libros del Asteroide. Barcelona, 2011
202 páginas. 16,95 euros
EL PAÍS


George V. Higgins / Infravalorado, sórdido y genial








George V. Higgins: infravalorado, sórdido y genial

George V. Higgins

Infravalorado, sórdido y genial

Juan Carlos Galindo
12 de febrero de 2013


George V. Higgins (Brockton, Massachusetts, 1939-1999) fue un escritor especial. Hay que serlo para escribir una de las grandes novelas negras de la historia y pasar casi desapercibido. Hay que serlo para crear personajes geniales y no utilizarlos nunca más, no vivir de ellos, no apegarse a sus beneficios. George V. Higgins escribió Los amigos de Eddie Coyle (1970) y otras 27 obras posteriores, aunque nunca repitió el éxito, la calidad y la honestidad brutal de la primera. Es lo que tienen los mitos. The Rough Guide to crime fiction, editada por Penguin, le considera uno de los escritores más subestimados de la historia reciente.

George V. Higgins / Los amigos de Eddie Coyle / Reseña




Author George V. Higgins's linguistic loot - The Boston Globe
George V. Higgins

“Los amigos de Eddie Coyle”, 

de George V. Higgins


Francisco J. Ortiz
27 de diciembre de 2011
A Hernán Sabaté, in memoriam
La etiqueta de “novela de culto”, como la de “película de culto”, se ha convertido en una mención de honor, una medalla que se cuelgan orgullosas en el pecho determinadas novelas (y películas) que no han llegado a un público verdaderamente masivo, pero alrededor de las cuales se ha ido desarrollando -con mayor o menor merecimiento- un aura que no todos perciben y que las acredita como obras de méritos mucho mayores de los generalmente reconocidos.