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jueves, 10 de noviembre de 2022

Jack London / El hijo del lobo




 Jack London 

El hijo del lobo


The Son of the Wolf by Jack London


      El hombre raras veces hace una evaluación justa de las mujeres, al menos no hasta verse privado de ellas. No tiene idea sobre la atmósfera sutil exhalada por el sexo femenino, mientras se baña en ella; pero déjeselo aislado, y un vacío creciente comienza a manifestarse en su existencia, y se vuelve ávido de una manera vaga y hacia algo tan indefinido que no puede caracterizarlo. Si sus camaradas no tienen más experiencia que él mismo, agitarán sus cabezas con aire dubitativo y le aconsejarán alguna medicación fuerte. Pero la ansiedad continúa y se acrecienta; perderá el interés en las cosas de cada día, y se sentirá enfermo; y un día, cuando la vacuidad se ha vuelto insoportable, una revelación descenderá sobre él.

Jack London / El silencio blanco



Jack London 

EL SILENCIO BLANCO 

The White Silence by Jack London



       —Carmen no durará más de un par de días.
       Mason escupió un trozo de hielo y recorrió compasivamente con la vista el cuerpo del pobre animal. Luego se llevó una pata del perro a la boca y comenzó a arrancar con los dientes el hielo que se apiñaba cruelmente entre los dedos.

Jack London / Odisea en el norte

 


Jack London 

Odisea en el norte


Atlantic Monthly, 1900


Los trineos dejaban oír su eterna queja, a la que se mezclaba el chirriar de los arneses y el tintineo de las campanillas de los perros que iban en cabeza. Pero los hombres y los animales, rendidos de fatiga, guardaban silencio. Una capa de nieve reciente dificultaba la marcha sobre la pista. Estaban ya muy lejos del punto de partida. Los perros, arrastrando una carga excesiva de ancas de alce congeladas, duras como el pedernal, se apalancaban con todas sus fuerzas en la blanda superficie de la nieve y avanzaban con una terquedad casi humana.

Jack London / Bajo los toldos de cubierta

 



Jack London 

Bajo los toldos 

de cubierta


“Under the Deck Awnings” by Jack London

The Saturday Evening Post, 1910


—¿Puede un hombre, y me refiero a un caballero, llamar cerda a una mujer?

El hombrecillo lanzó ese reto a todo el grupo, luego se reclinó en su tumbona y dio un sorbo a su limonada con un gesto que combinaba certeza y atenta beligerancia. Nadie respondió. Estaban acostumbrados al hombrecillo y a sus repentinas pasiones y enaltecimientos.

Jack London / Una nariz para el rey

 



Jack London 

Una nariz 

para el rey 




En los tranquilos orígenes de Corea, cuando este país merecía con toda justeza su antiguo nombre de «Chosen», vivía un político llamado Yi-Chin-Ho.

Seguro que ese hombre de talento no valía menos que el resto de los políticos del mundo. Pero Yi-Chin-Ho, a diferencia de sus hermanos de otras naciones, se consumía en prisión.

miércoles, 9 de noviembre de 2022

Jack London / Encender una hoguera

 

Jack London 

Encender una hoguera

To Build a Fire by Jack London

The Youth’s Companion, 1908

Acababa de amanecer un día gris y frío, enormemente gris y frío, cuando el hombre abandonó la ruta principal del Yukón y trepó el alto terraplén por donde un sendero apenas visible y escasamente transitado se abría hacia el este entre bosques de gruesos abetos. La ladera era muy pronunciada, y al llegar a la cumbre el hombre se detuvo a cobrar aliento, disculpándose a sí mismo el descanso con el pretexto de mirar su reloj. Eran las nueve en punto. Aunque no había en el cielo una sola nube, no se veía el sol ni se vislumbraba siquiera su destello. Era un día despejado y, sin embargo, cubría la superficie de las cosas una especie de manto intangible, una melancolía sutil que oscurecía el ambiente, y se debía a la ausencia de sol. El hecho no le preocupaba. Estaba hecho a la ausencia de sol. Habían pasado ya muchos días desde que lo había visto por última vez, y sabía que habían de pasar muchos más antes de que su órbita alentadora asomara fugazmente por el horizonte para ocultarse prontamente a su vista en dirección al sur.

Jack London / El vagabundo y el hada

 


Jack London 

El vagabundo y el hada

The Saturday Evening Post, 1911

I

 

Tendido de espaldas dormía con sueño tan pesado y profundo que no le despertaban en absoluto los ruidos —el martilleo de los pasos de los caballos y los gritos de los carreteros— que llegaban del puente tendido sobre el arroyo. Era el tiempo de la vendimia y sobre el puente se sucedían sin interrupción las pesadas carretas cargadas de uva que remontaban el valle para dirigirse a los lagares; cada vez que una de ellas se las había con su malvado pavimento, era algo así como una explosión de sonidos, una conmoción general en la calma indolente de la tarde.

Jack London / Matar un hombre

 


Jack London 

Matar un hombre

The Saturday Evening Post, 1910


Aunque solo estaban encendidas las tenues lamparillas de noche, ella se movía con seguridad entre las grandes estancias y los anchos pasillos, buscando en vano el libro de poesía a medio leer que había perdido y del que acababa de acordarse. Al encender la luz del salón, apareció ataviada con un salto de cama con mucho vuelo, de tejido vaporoso y color rosa pálido. Aún llevaba anillos en los dedos y no se había cepillado su espesa cabellera rubia para deshacer el peinado. Era delicada y elegantemente hermosa, de rostro ovalado y fino, labios rojos, un leve rubor en las mejillas y ojos azules parecidos a los de un camaleón, capaces de mirar fijamente y muy abiertos con la inocencia de la niñez para luego endurecerse, tornarse grises y brillar con frialdad o encenderse con la fuerza que dan la obstinación y el control.

Jack London / Un buen bistec

 


Jack London 

Un buen bistec


Saturday Evening Post, 1909


Tom King rebañó el plato con el último trozo de pan para recoger la última partícula de gachas, y masticó aquel bocado final lentamente y con semblante pensativo. Cuando se levantó de la mesa, le embargaba una inconfundible sensación de hambre. Él era el único que había cenado. Los dos niños estaban acostados en la habitación contigua. Los habían llevado a la cama antes que otros días para que el sueño no les dejara pensar en que se habían ido a dormir sin probar bocado.

Jack London / Guerra


Jack London
GUERRA

War by Jack London

The Nation, 1911

I

Era un joven que apenas debía rebasar los veinticuatro o veinticinco años, y la manera en que montaba a caballo hubiera hecho resaltar la gracia indolente de su juventud si un cierto aire inquieto, como de felino, no se desprendiese de toda su actitud. Sus ojos negros lo escudriñaban todo; registraban el balanceo de ramas y ramillas en las que brincaban los pajarillos, interrogaban las formas cambiantes de los árboles y matorrales que tenía enfrente y se volvían constantemente a las matas de maleza que jalonaban los dos lados del camino.

sábado, 25 de abril de 2015

Los escritores y sus enfermedades / Cuando el genio literario emerge del sufrimiento

James Joyce

LOS ESCRITORES Y SUS ENFERMEDADES

Cuando el genio literario 
emerge del sufrimiento

¿Dónde anida el genio literario? ¿Qué trama singular les da a algunos la posibilidad de descubrir mundos ocultos detrás del mero pragmatismo de la palabra?
A fines del siglo XIX, el controvertido médico y antropólogo italiano Cesare Lombroso, padre de la criminología, encontró una respuesta tentativa a esta pregunta. En Genio e follia (Genio y locura, Brigola, Milán, 1872 y 1882), planteó que el don artístico es una forma de desequilibrio mental. Para sustentar su hipótesis, se dedicó a coleccionar lo que llamó "arte psiquiátrico" (escritos, dibujos y pinturas realizados por pacientes encerrados en hospitales mentales) y vinculó la creatividad con la esquizofrenia, por el alto índice de pacientes que plasmaban su tormentosa existencia en una obra artística.
El insidioso vínculo que parece tenderse entre las mentes creativas y la enfermedad es un tópico que reaparece insistentemente cuando se trata de explicar esa cualidad inasible que poseen ciertas personas de ir más allá de la realidad aparente y ver fractales donde la mayoría de los demás apenas percibimos ángulos rectos. "El arte transforma en novedoso lo cotidiano, en original lo repetitivo y ordinario -dice el doctor Facundo Manes, presidente de la Fundación Ineco y director del Instituto de Neurociencias de la Fundación Favaloro-. La obra de arte permite interpretar con nuevas claves lo conocido y construir nuevos sentidos colectivos. Y es el genio artístico el que tiene la capacidad de generar aquello extraordinario que la sociedad percibe y admira como maravilloso."