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viernes, 5 de julio de 2019

El negocio editorial del envejecer

El negocio editorial del envejecer

Los sellos aprovechan sus aniversarios para rentabilizar el fondo. Este año es el turno de Tusquets y Anagrama (50), Planeta (70), y Acantilado y Minúscula (20)


LAURA FERNÁNDEZ
Barcelona 1 JUL 2019 - 16:01 COT
La cultura española no recuerda, pero anda loca por conmemorar, escribió Rafael Sánchez Ferlosio hace casi tres décadas, y su improvisado aforismo le viene como un guante a este 2019 en el que todo son aniversarios editoriales. Cumplen años Tusquets y Anagrama (50), Planeta (70), Acantilado y Minúscula (20), pero también lo hacen ciertos títulos, como El tiempo entre costuras, de María Dueñas (10), y El primer hombre, de Albert Camus (25), por citar algunos ejemplos. ¿Y qué ocurre cuando una editorial, o cierto título, cumplen años? Que, entre sus celebraciones se incluye una nueva apuesta por el título en cuestión, cuando la efeméride es de un libro, o el relanzamiento de la parte de su catálogo que puede resultar más rentable, cuando es de un sello. Las operaciones son recurrentes e inducen a pensar que, a diferencia de, pongamos, en la danza clásica, envejecer resulta rentable en el mundo editorial.

viernes, 5 de octubre de 2018

Voces nuevas para la nueva novela


De izquierda a derecha, Marta Orriols, Marta Carnicero, Eva Baltasar y Luna Miguel. 


Voces nuevas para la nueva novela

¿De dónde vienen? ¿Qué tienen en común? Hablamos con varios de los muchos novelistas que se estrenan este otoño en las librerías y con los editores que han decidido darles una oportunidad


Laura Fernández
5 de octubre de 2018

El editor es un buscador de oro, dice Maria Bohigas. Maria Bohigas es editora. A finales de 2017, recibió el manuscrito de una desconocida novelista y, quién sabe por qué, empezó a leerlo. A veces ocurre. Los editores leen los manuscritos que llegan a sus editoriales. De hecho, a juzgar por lo que está ocurriendo este otoño, lo hacen cada vez más. ¿Y por qué? Constantino Bértolo, fundador de Caballo de Troya, cantera del grupo Penguin Random House, responde: “Creo que la crisis de 2008 supuso un cambio de época y que cada época reclama su propia narrativa. Pequeños o grandes fenómenos como el éxito de Manuel Vilas, Gabriela Ybarra o Aroa Moreno funcionan como síntomas de que algo está cambiando”. Por eso cree que “las editoriales están ahora más atentas a lo nuevo”.
Y lo están. Están tan atentas que en poco más de un mes habrá en las librerías prácticamente una veintena de novelas de escritores de los que nunca habíamos oído hablar. Una de ellas será la de la desconocida novelista de la que habla Bohigas. “No es fácil, igual que no lo es para el buscador de oro, dar con algo que brille”, dice Bohigas. ¿Y qué es lo que hace que una novela brille en estos momentos? “La voz, una personalidad muy definida. Ver que alguien está intentando dar respuestas a unas preguntas sin saber cuáles son pero consciente de que son las suyas”. Maria Bohigas publicó la novela en cuestión en marzo de este año, en catalán, en su sello, el veterano Club Editor. El éxito fue instantáneo. Permagel, de Eva Baltasar, se instaló en las listas de los más vendidos en menos de una semana. Hoy, ha alcanzado la sexta edición. Se han vendido alrededor de 8.500 ejemplares, lo que, para el mercado catalán, es una pequeña barbaridad. En noviembre, Permafrost —así se titulará en castellano— llegará a librerías de toda España vía Literatura Random House.


Munir Hachemi Guerrero.ampliar foto
Munir Hachemi Guerrero. CARLOS ROSILLO


Podría decirse que su caso es distinto, pero en realidad es el ejemplo a seguir, o a exportar. “Buscamos sorpresas”, dice otra editora, María Fasce, al frente de Lumen en esta rentrée del debutante. Precisamente, en Lumen se publican este otoño dos primeras novelas de dos autoras noveles solo en tanto que novelistas, puesto que una es una reconocida poeta, Luna Miguel, y la otra, una aún no tan conocida autora de cuentos, Marta Orriols.
Con Luna Miguel le pasó a Fasce lo que a Bohigas con Baltasar. Tanto es así, que la novela de Luna, El funeral de Lolita, quizá no existiría si Fasce no hubiera dado con lo que parecía su semilla: un cuento titulado así que la poeta había publicado en la revista para la que trabaja, PlayGround. “María me llamó y me dijo que ahí veía una novela”, dice la escritora. ¿Y se lanzó, sin más? “Sí. Leo más novela que cualquier otro género, así que no me pareció tan raro lanzarme a probar”. El caso de Baltasar es distinto. Ya había publicado un libro de cuentos, Anatomía de las distancias cortas (Lumen), y su paso a la novela tuvo que ver con la necesidad. “De repente se me apareció un personaje —el de Paula, la neonatóloga que protagoniza Aprender a hablar con las plantas—, que no me cabía en un cuento, y me dejé llevar”, asegura.
¿Y qué hay del resto? Ramón González debuta en Tusquets con Pazamor y death metal, novela en la que cuenta cómo sobrevivió al atentado en la sala Bataclan. Ramón es de Ciudad Real, pero da clases de español en un instituto de París. Y aquella noche de 2015 había ido a ver a los Eagles of Death Metal. Ramón ya había escrito antes otras novelas. Muchas. Pero ninguna había recibido el sí de ninguna editorial. Eso es algo que comparte con Jerónimo Andreu, que acaba de publicar En el vientre de la roca (Salamandra).

Jerónimo Andreu.ampliar foto
Jerónimo Andreu. CARLOS ROSILLO


Jerónimo había intentado publicar antes y había sido imposible, por eso se sorprendió cuando recibió la llamada de Anik Lapointe, al poco de haberle enviado el manuscrito a Salamandra. “Esta vez fue inesperadamente sencillo encontrar editorial”, dice. Y se diría que eso es algo en lo que todos coinciden. Al parecer, la predisposición editorial es definitivamente mayor. Casi como en otros tiempos. Los tiempos de los que habla Constantino Bértolo cuando rememora la época en que descubrió a Ray Loriga, Marta Sanz y Luis Magrinyà: “Conviene recordar que, en aquel momento, primeros años noventa, buscar nuevos autores respondía a la imposibilidad para una editorial con pocos recursos económicos de fichar a autores con adelantos difícilmente abordables”.
El caso que nos ocupa es distinto. Estamos hablando de sellos como Tusquets, que pueden pujar por el siguiente Murakami. O de Espasa, que acaba de apostar por lprimera novela de Irene Lozano: Si sufrir fuera sencillo. Aunque también hablamos de Sexto Piso y Periférica. En Sexto Piso debuta el cubano Carlos Manuel Álvarez con Los caídos. De Periférica, Munir Hachemi Guerrero, que publicará en noviembre Syngenta, dice: “Fue muy sencillo, casi natural. Una amiga me preguntó: ‘Si pudieras elegir una editorial, cualquiera, ¿cuál sería?’, y respondí que Periférica. Quizá fue muy aventurado, pero la enviamos y aceptaron publicarla”. Eva Baltasar resume así lo que ocurrió cuando decidió que Club Editor sería el sello ideal para Permagel: “Fue muy fácil, como pedirle un deseo al genio y constatar sin demora su poder”. Marta Carnicero podría no haber encontrado jamás editor en castellano para El cielo según Google (Acantilado), que había publicado L’Illa dels Llibres en catalán, pero lo hizo y tampoco le costó demasiado. “Fui a la presentación de Tuyo es el mañana, de Pablo Martín Sánchez, y a mi lado se sentó Sandra Ollo y no pude evitarlo: me presenté y le conté que acababa de publicar una novela y que había pensado llevársela, pero que no me había atrevido. Le dije que Pablo estaba dispuesto a traducirla (¡era verdad!) y que iba a salir en inglés gracias a una beca del PEN americano. Todo esto en 30 segundos, al más puro estilo elevator pitch”, relata. Funcionó.



LA RULETA EDITORIAL

El de la pasión por los debutantes no es un fenómeno únicamente español. En la famosa rentrée francesa, este año se contabilizaron cerca de un centenar de primeras novelas. Se diría que en todas partes hoy el editor está multiplicando su apuesta, en palabras de Munir Hachemi Guerrero, “jugando en la ruleta a un número en vez de a un color o a una docena. Es mucho más improbable ganar pero, ah, si sale...”. Al frente este año de Caballo de Troya, la editorial que solo apuesta por nuevas voces, la escritora Mercedes Cebrián afirma que “el trabajo de un primer editor se parece a la elaboración de un producto artesanal, a la construcción de un violín, juraría”, porque, de algún modo, se está construyendo algo, “una nueva voz”. ¿Y qué tipo de mano puede echarle el editor al escritor? ¿Es el primer editor de una novela una especie de Gordon Lish, el hombre que construyó la voz minimalista de Raymond Carver? “Sí, el editor de una primera novela es un poco Lish, marca el camino, pero debe guiar sin imponer”, contesta. ¿Y hay problemas con los autores? “Es curioso, los más seguros de su texto se dejan aconsejar constantemente, mientras que los que menos seguros están se blindan y se vuelve complicado trabajar con ellos”, dice María Fasce. Desde el otro lado, ¿se ven temas en común en todos esos debutantes? “Sí, una buena cantidad de los manuscritos hablan del fracaso. De la crisis económica, pero también de fracasos vitales, vocacionales o amorosos”, contesta Cebrián. Y añade: “Podría decirse que la idea de personaje como mundo resume bien la esencia de buena parte de ellos”.

¿Se diría que tienen algo más en común? ¿Son adictos al scroll de Instagram? ¿En qué se inspiran? ¿Qué leen? ¿Creen que, cada vez más, ya no hay un mundo en el que el personaje tenga que encajar sino que el propio personaje constituye el mundo de la novela? Así es en el caso de la narradora arisca de Permafrost y en el de la crítica gastronómica obsesionada con la literatura sobre nínfulas de El funeral de Lolita y, evidentemente, en el caso de la novela de no ficción de González sobre lo ocurrido en la sala Bataclan. Y aunque lo suyo sea una parábola distópica, Silvia Terrón, poeta que también debuta en novela con Umbra (Caballo de Troya), cree que inevitablemente el presente múltiple en el que vivimos tiene mucho que ver en lo que se crea. Así habla de su novela: “El verdadero protagonista de Umbra es la mitad de la Tierra que vive a oscuras, buscando maneras de recuperar la voz. Aunque esté ambientada en un futuro lejano, tiene mucho que ver con nuestro presente. Para empezar, se nos están yendo muchas certezas. A la vez, estamos rodeados de imágenes y frases en un bombardeo continuo”.
Ana Llurba dio con su idea para La Puerta del Cielo (Aristas Martínez) entre un puñado de libros de segunda mano: “Encontré un libro que se llamaba Los extraterrestres en la Biblia, de pseudohermenéutica, de interpretaciones aberrantes, y como hacía tiempo que le daba vueltas al tema de todo lo literal de la religión, se me ocurrió la historia de una adolescente que canalizara esa inquietud”. La novela de Orriols, en cambio, es vehículo para el duelo: el que sufrió la autora al perder a su marido en un accidente aéreo. Aunque el dolor es lo único autobiográfico. Lo mismo pasa con Luna Miguel. “Lo único que le he dado a la protagonista es mi obsesión por la literatura sobre nínfulas”. Eso sí, a ella hacer scroll en Instagram le ayuda. “Accedo al día a día de otras vidas. Admito que me ha servido para meterme en la piel de mi protagonista”, dice. “Sacar ideas de Instagram para caracterizar un personaje es un acto espontáneo hoy”, asegura Jerónimo Andreu. En cambio, a Munir, Instagram solo le sirve “para no pensar”. Munir sube todo lo que escribe a su Dropbox. Poemas, relatos, el embrión de novela que en su día fue Syngenta. Así, dice, “lo puedo hacer crecer desde cualquier lugar con Internet”.

Carlos Manuel Álvarez.ampliar foto
Carlos Manuel Álvarez. CARLOS ROSILLO


En cambio, no hay forma de dar con Eva Baltasar en ninguna red social. Es poeta también, como Luna, como Silvia Terrón y el propio Munir. Ha publicado 10 poemarios. Es pedagoga y trabaja solo cuando lo necesita. El resto del tiempo, escribe. “Tanta diversificación no hace más que llamarme a concentrarme en lo esencial”, dice. No ve la televisión. Casi no va al cine. Para la mayoría, pese a vivir rodeados de vidas virtuales, la inspiración procede de lo que ven en la calle. “Yo a veces incluso no puedo evitar pararme, cuando voy en moto, para tomar nota de algo que acabo de ver”, dice Marta.
Carlos Manuel cita el Mientras agonizo de Faulkner como punto de partida de la estructura familiar en voces de Los caídos. Ramón relee El extranjero de Camus una vez al año y le gusta jugar a ser otro para dar lugar a discusiones que le acaben iluminando futuras escenas de lo que esté escribiendo. ¿Algún miedo? Que el exceso de atención por la novedad les deje sin atención en un tiempo. Así lo expresa Terrón: “Vivimos rodeados por la necesidad de la novedad y no hay nada más nuevo que una primera novela de un autor desconocido. El gran reto para el novelista primerizo es sobrevivir a ese ciclo, demostrar que lo que tiene aún por contar merece ser leído”.


LAS NOVELAS


Permafrost. Random House. Eva Baltasar (Barcelona, 1978). Una narradora encantadoramente cínica habla de su voracidad homosexual y de lo mucho que odia todo lo que le rodea. Casi un thriller erótico existencial.
Aprender a hablar con las plantas. Lumen. Marta Orriols (Sabadell, 1975). Un tipo deja a su mujer tras 15 años de matrimonio. Cuando ella aún anda haciéndose a la idea, él tiene un accidente y muere. Un duelo que no idealiza.
El funeral de Lolita. Lumen. Luna Miguel (Almería, 1990). Una joven y polémica crítica gastronómica descubre que el profesor de literatura del que estuvo enamorada en el instituto ha muerto. La historia de una obsesión.
Paz, amor y death metal. Tusquets. Ramón González (Daimiel, 1984). Un superviviente de los atentados de la sala Bataclan cuenta cómo logró salir de allí y lo que le costó empezar de cero. Un doloroso memoir.
Los caídos. Sexto Piso. Carlos Manuel Álvarez (Matanzas, Cuba, 1989). La historia de una familia cubana convertida en un pequeño infierno. Un faulkneriano drama disfuncional.
En el vientre de la roca. Salamandra. Jerónimo Andreu (Cádiz, 1981). Un héroe angloespañol, Joseph, tiene que hacer frente al narcotráfico en Gibraltar, en un moderno thriller de espías sureño.
El cielo según Google. Acantilado. Marta Carnicero (Barcelona, 1974). Una pareja lleva tiempo esperando una adopción y, cuando por fin llega, todo se tuerce. La historia de una ruptura inevitable.
Syngenta. Periférica. Munir Hachemi Guerrero (Madrid, 1989). Hijo de argelino y española, le llaman el Kureishi español y ha escrito una novela de formación que es a la vez, dicen, una canción de Tom Waits y un poema de Nicanor Parra.
Umbra. Caballo de Troya. Silvia Terrón (Madrid, 1980). En el futuro, el ser humano pierde la voz y lo más preciado es un mineral que contiene las voces de nuestros antepasados. Una distopía contra el despropósito del presente.
Si sufrir fuera sencillo. Espasa. Irene Lozano (Madrid, 1971). En 1962, uno de los pilotos que bombardearon Hiroshima llega a la base de Rota con un buen puñado de remordimientos. Thriller histórico basado en hechos reales.
La Puerta del Cielo. Aristas Martínez. Ana Llurba (Córdoba, Argentina, 1980). Una secta adolescente busca la felicidad con liturgias obsesivas. Muestra del new weird en español.
EL PAÍS

viernes, 4 de agosto de 2017

Editores en verano / El caso de la isla de Herralde







El editor Jorge Herralde, retratado en 2015.
El editor Jorge Herralde, retratado en 2015. GIANLUCA BATISTA

El caso de la isla de Herralde

¿A dónde van los editores en verano? ¿Leen libros de la competencia? ¿Coinciden en resorts de lujo con escritores?


Laura Fernández
3 de agosto de 2018

Durante mucho tiempo circuló el rumor en el sector, esto es, entre escritores, editores y periodistas literarios, de que Jorge Herralde, el legendario editor de Anagrama, pasaba sus veranos en una especie de isla desierta junto a su mujer, Lali Gubern. La isla desierta no era en realidad una isla desierta, sino una isla de alquiler. Se decía que la fortuna del último mohicano de la edición española era tal que podía permitírselo. Pero ¿era cierto? “¡La isla existe!”, me asegura Silvia Sesé, desde Anagrama. ¿Tiene ella una isla desierta a la que mudarse en verano? No. Sus veranos son, “en esencia, breves”, tan breves que ni siquiera tiene tiempo de leer a la competencia. Este año piensa viajar con un único libro: Le lambeau, la novela que Philippe Lançon escribió tras sobrevivir a la matanza en la redacción de Charlie Hebdo.
Pero la isla existe. Seguro que Claudio López Lamadrid sabe de su existencia, pero no habla de ella. Habla, en cambio, de los libros que piensa leer este verano. “Mi ambición no tiene límites”, dice el editor al frente de la división literaria de Penguin Random House. Claudio no tiene una isla, tiene una casa en Comillas, en la que se instala cada verano. Pasa allí las cuatro semanas porque “con tanto viaje al año, pasarme casi un mes sin moverme no tiene precio”. ¿Y lee mucho? Demasiado. “Ya un par de meses antes empiezo a acumular sobre una mesa los libros que me propongo leer en verano y este año, cuando me puse a hacer las maletas, había más de 20”, dice. “Un auténtico disparate que se repite cada año”, añade. Es metódico. Intenta leer cada verano un clásico, un libro de poesía y una biografía, además de novelas, pero todo debe estar “interconectado”. ¿Algún libro de la competencia? “Me tiran mucho El libro del mar, que acaba de publicar Salamandra, y Pura vida, de Patrick Deville, en Anagrama”.
Con Pura vida en la maleta ha viajado Enrique Redel, de Impedimenta, al sur de Portugal, a un lugar cerca del cabo de San Vicente. “Hace poco coincidí en Lugo con los hijos del poeta gallego Uxío Novoneyra y estuvimos hablando de la generación de su padre, autores que había leído mucho cuando tenía 20 años y que me apetecía recuperar. Así que me he traído Bretaña, Esmeraldina y Arrianos, de Méndez Ferrín, y Galván en Saor, de Darío Xohán Cabana. Estoy releyendo también La saga/fuga de J. B., de Gonzalo Torrente Ballester, un libro increíble y creo que injustísimamente olvidado”, relata. “Leer es la actividad principal cada verano, de ahí que no elijamos destinos muy activos, sino sitios que ya conocemos y nos permiten desconectar”, admite. Esto parece una constante entre editores. Luis Solano, de Libros del Asteroide, también viaja cada año a Canido, al sur de Vigo, para no hacer otra cosa que leer, pasear y dormitar. ¿Y qué piensa leer este verano? Casi de todo. Desde La pastoral americana, de Philip Roth, hasta los Apegos feroces, de Vivian Gornick, pasando por La penúltima bondad, de Josep Maria Esquirol, en Acantilado. Hablando de Acantilado, Sandra Ollo, su editora, también viaja cada año a los mismos sitios: Navarra y el valle de Arán, y este verano lo hará con Creer que se cree, de Vattimo, “y el último libro de Muñoz Molina”. Subamos la apuesta, en lo que a veranear en los mismos sitios se refiere. La agente Mónica Carmona lo hace en una casa junto al mar, en Mallorca, que fue propiedad de un pintor inglés de origen sevillano que resultó ser un espía del MI5. Casi nada.
En cualquier caso, todos coinciden en que en verano se lee por placer, no por trabajo. Elena Ramírez (Seix Barral) viaja con el iPad cargado hasta los topes —“horror vacui o vicio lector”, dice— y un buen puñado de libros en papel. Este año, además de todos los del monje budista Thich Nhat Hanh (que lee cada mañana, “siempre después de 20 minutos de meditación”, especifica), sale de casa con los Grandes éxitos de Antonio Orejudo —“un autor infalible”—; La vida en tiempo de paz, de Francesco Pecoraro —“una recomendación”—, y Denuncia inmediata, de Jeffrey Eugenides —“una perdición”—, entre otros. “No hay mayor placer que despertarse por la mañana muy temprano y leer en la cama”, dice Ramírez.
¿Se despierta también temprano Herralde en su isla y lee en la cama? No lo sabemos, lo que sabemos es que este año leerá a la vez por placer y por trabajo “los extensos diarios de Chirbes”. Viene siendo habitual que sus lecturas de verano sean “manuscritos de la editorial o libros en francés, inglés o italiano con previsible destino en Anagrama”, dice. “Un año se produjo una ruptura de stockpero me acompañaban, como precaución, dos tomos de la Recherche de Proust en la edición de La Pléiade”, añade. Pero acabemos de una vez con la leyenda, ¿tendrán las lecturas lugar en una isla de alquiler? Le imagino sonriendo. Dice: “Las lecturas tendrán lugar en el resort de una diminuta islita caribeña”, en cuya “larguísima” playa, informa, “Lali y yo vimos a veces chapoteando a Ken Follett y a su tribu: esposa, hijas, familiares y amigos”. Vaya, así que la isla existe e incluye a Ken Follett. Maravilloso.