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martes, 18 de noviembre de 2014

Tres mujeres / Las tres vidas de Julio Cortázar

Julio Cortázar

Las tres vidas de Julio Cortázar

J. J. ARMAS MARCELO | 25/08/2014 


Julio Cortázar con Carol Dunlop.

La literatura y la vida, para los escritores de verdad, se mezclan hasta convertirse en la misma cosa. Cortázar no fue una excepción a esta regla: sus sentimientos y sus amores influyeron en su literatura y su literatura influyó en sus sentimientos y amores. Además de los amoríos de chiste, Cortázar tuvo tres mujeres, tres parejas conocidas porque también tenían que ver con la literatura. La primera de ellas, Aurora Bernárdez, fue la que más influyó en Cortázar. Hay que decir que esa influencia fue siempre benéfica para su vida y, por tanto, para su literatura. El resultado literario de aquella temporada de gloria entre Aurora y Julio Cortázar viene a explicarnos las razones de una literatura excepcional en tantas colecciones de relatos, los mismos que dejan al lector siempre asombrado después de la lectura. Pero, a mi entender, el mejor libro de Cortázar en ese parte gloriosa de su vida fue Rayuela, que se publica en Sudamericana en 1963, novela enorme y fantástica, realista y surrealista, musical y etérea, profunda y sólida, que todavía seguimos leyendo. He oído a Aurora Bernárdez personalmente negar que ella es La Maga (y ya sabemos que no lo es), pero sí es la Otra Maga, la verdadera, la que impulsó a Cortázar a escribir esa novela que es un icono literario del llamado boom de la novela latinoamericana de los 60 del siglo pasado. Baste recordar, entre otras anécdotas de esta época, la renuncia de la pareja, Julio y Aurora, a las plazas de traductores en la UNESCO que habían ganado en oposición y para toda la vida. La razón estuvo en la literatura, los dos querían escribir literatura y no atarse a trabajos cotidianos que restaran libertad a su vida precisamente literaria.



Aunque a la lituana Ugné Karvelis la había visto Julio Cortázar en las oficinas de Galllimard, en París, alguna que otra vez, su verdadero encuentro tuvo lugar en La Habana, Cuba. Ahí empezó la relación de la pareja, con una influencia en la literatura de Cortázar que se nota sobre todo en la excesiva politización de su escritura. El mayor ejemplo de esta temporada de amor ideológico, en donde Cortázar descubre del todo la Revolución Cubana y se vuelca en apoyarla, es El Libro de Manuel, un texto que quiere ser un catecismo ideológico, pero que representa un fracaso literario. Las buenas intenciones casi nunca dan buena literatura, y en esta temporada de solidaridad con los pobres del mundo y en defensa de causas perdidas pero que él cree justas, su literatura, sus resultados literarios, su escritura antes tan sólida y tan exquisita, decae en función de la influencia de sus amores con Ugné Karvelis.Nefasta influencia, en mi criterio, que se rompe justo cuando Julio Cortázar, en la tercera y última etapa de su vida, conoce a Carol Dunlop, una mujer muy joven y, por tanto, mucho más joven que él.



Dunlop consigue algo que es evidente: Cortázar, en su compañía, logra rejuvenecer su vida. Ese rejuvenecimiento se ve también en su literatura: sus relatos y cuentos de ese momentos son una vuelta a la juventud y la literatura en los textos de Cortázar en estos momentos es de exaltación de la vida, de la magia de vivir, del regreso de la gloria en las flores, como quería el poeta romántico. Exultando juventud, las obras que acomete y publica Cortázar en esta parte de su vida no abandonan la política, sino que encuentran un nuevo territorio en Nicaragua y la revolución sandinista. Pero también en la hedonista de la vida y en la imaginación de quien es ya un escritor convertido en historia de bronce y en recuerdo imperecedero para sus lectores y la Historia Universal de la Literatura.

Al final de su vida, ya enfermo, a Julio Cortázar le inventaron mil muertes mentirosas. Al final de su vida, para cerrar el círculo, volvió a sus cercanías con Aurora Bernárdez, que lo cuidó hasta el final, cuando apenas podía moverse y el silencio definitivo lo acechaba en su cama de hospital. No estoy queriendo decir que Cortàzar se dejara llevar por las mujeres de su vida, sino que esas mujeres tuvieron una influencia primordial en la ejecución de su literatura. Hay coincidencias aparentes coincidencias que no fallan en la vida de los escritores y que, como todo en el firmamento y el universo, resultan, al final matemáticamente. La vida de Cortázar y sus mujeres alumbran espejos encendidos que delatan algunos secretos aún no desvelados en la vida del gigantesco escritor. Generoso y exigente a la vez, el amor fue para Cortázar un elemento esencial en su vida. Y, por tanto, para cerrar el círculo de este comentario que celebra su memoria de cien años de recuerdos, también lo fue en su literatura. Era matemático que así ocurriera. Matemático y circular, así a ritmo de jazz, era y es Julio Cortázar y su literatura. Y su vida, pues. 



Christophe Karvelis / Cortázar fue mi padre sustituto

“La relación de mi  madre con Julio al ser pasional,  a veces resultaba destructiva, el alcohol colaboraba y en ocasiones era difícil vivir con ella.”
Christophe Karvelis
Foto de Juan Chiesa

Christophe Karvelis

“Julio fue mi padre sustituto” 

Christophe Karvelis, hijo de la segunda mujer del escritor, Ugné Karvelis (foto) y uno de los herederos de los derechos de su obra, habló desde París sobre la infancia con su padrastro y la conflictiva relación de su madre con el escritor.
Esta historia está escrita entre las páginas de la vida de Cortázar. Como recuerdos que toman fuerza y se abren de repente. Como algo tal vez nunca contado. Un niño que lo conoce, que vive con él, que comparte salidas, charlas, juegos. El hijo de una mujer. No cualquier mujer,  sino la que arrasó el corazón del escritor de forma intensa e inesperada. Cuando Julio comenzó su relación con la editora Ugné Karvelis, Christophe, el hijo de ella, tenía seis años. Y aunque la pareja se separó diez años después, el niño ya crecido y el escritor que no tuvo descendencia se siguieron viendo.

Ugné Karvelis / La compañera revolucionaria

Ugné Karvelis

Ugné Karvelis

La compañera revolucionaria

Alta, esbelta y políticamente comprometida, Ugné Karvelis marcó el quiebre definitivo de la relación del escritor con Aurora Bernárdez. Estuvieron juntos más de una década, hasta que una serie de "incompatibilidades cada vez más manifiestas, de las que se desprende la infelicidad, la agresión" precipitaron el desenlace.

Por Gilda carletti

MARTES 19 DE AGOSTO DE 2014 | 18:15


Conocí y traté, casi simultáneamente, en París, mientras estaba escribiendo la biografía, a Aurora Bernárdez y a Ugné Karvelis. Ambas, muy distanciadas entre ellas por obvias razones en las que me privo de entrar y de juzgar, fueron muy amables, generosas en sus informaciones, prudentes en sus juicios y discretas. Trataron de incidir algo en lo que yo estaba escribiendo, pero eso es humano y sucede siempre en estos casos”, afirma el biógrafo de Julio Cortázar, Mario Goloboff, ante Diario Publicable.

Ugné Karvelis / Cortázar era un hombre de pareja


Ugné Karvelis
"Cortázar era un hombre de pareja"
EL TIEMPO DE LA ESPERANZA

"Soy incapaz de hablar de él en pasado. A veces, cuando converso con gente seria, tengo que recordar que debo referirme a él en pasado, no en presente. Para mí, hay una especie de diálogo que no se ha interrumpido. No podría decir cómo, ni qué, pero es una presencia. Una presencia que no pesa, sin efectos negativos. Esa presencia existe."
Ugné Karvelis

Por Armando Chávez | La Habana, 2001


Julio Cortázar y Ugné Karvelis

Julio Cortázar soñó en algunas de sus más de treinta mil noches de vida, con una ciudad laberíntica, de la que llegó a conocer los más ocultos rincones. Quizás, a tono con sus relatos, anhelaba ser habitante permanente de un mundo en el que ahora bastara cerrar los ojos para entrar y reencontrarlo, a pesar de la muerte.

jueves, 8 de enero de 2009

Cristina Peri Rossi / Julio Cortázar


Cristina Peri Rossi

A medida que voy escribiendo este libro, que no pensaba escribir nunca, siento que el tiempo real es el pasado, el tiempo inmediato es el pasado, y cuando paro a descansar un poco –ya no fumo, Julio, ni siquiera el cigarrillo de después de hacer el amor, qué combate, al fin dejar de fumar fue como exiliarse de la nicotina, como tu muerte fue exiliarme de París y hasta de cierta manera de estar en Barcelona– me siento extraña, el miedo a no volver que nos asalta a los escritores, el miedo a quedarse en aquellas provincias inventadas, en la memoria que es un poco invención y un poco fantasía, pero si es lo único que nos queda de tantas palabras, de tantos paseos, de tanta vida. 

 

             Cuando conocí a Julio Cortázar, en París, en 1973, era un hombre melancólico. (¿Quién que lee no es un melancólico, quién que escribe no lo es?) Ya se sentía un exiliado y el golpe militar en Chile y en Uruguay lo había sumergido, de pronto, en una realidad semejante a la de Rayuela, con la sustancial diferencia de que los personajes de la novela podían regresar a Buenos Aires, y él, no, como yo no podía volver a Montevideo. Hay exilios políticos, y otros, sentimentales; son las separaciones, y para estos, no es necesario cambiar de ciudad. Julio Cortázar y Aurora Bernárdez, su primera y hasta entonces única esposa, se habían divorciado, hacía tiempo, ya, pero Cortázar arrastraba cierta tristeza, una nostalgia por ese matrimonio deshecho que posiblemente sólo le podía confesar a una mujer ("Cada día me es más difícil hablar con los hombres –me decía Julio. Con ellos, hay que hablar de temas; en cambio, me gusta conversar con las mujeres, tienen las emociones a flor de piel, y eso es muy importante para mí, porque los hombres de mi generación se creían muy machos, y el falso pudor les impedía hablar de sus sentimientos"). El divorcio lo había pedido Aurora, a consecuencia de la relación que Julio sostuvo con Ugné Karvelis, durante el primer viaje que hizo a Cuba, invitado por Fidel Castro, a partir del cual Julio Cortázar se convirtió en un escritor políticamente comprometido. (Lo había estado antes, en Argentina, pero entonces, estuvo comprometido en contra del peronismo; ahora lo estaba a favor de la revolución latinoamericana que parecía extenderse como una marea incontenible.) Ugné Karvelis era una mujer muy atractiva, con aspecto de walkyria, vivía y trabajaba en París –agente y asesora literaria– y era una buena embajadora de la Revolución Cubana; acerca de su belleza y de su valentía política corrían muchas leyendas, pero en 1973, la relación entre ambos ya estaba muy deteriorada, entre otras cosas, por los celos y el alcoholismo de Ugné. Julio no quería hablar de estos problemas, pero muchas veces se le veía silencioso y triste. Sufrí en carne propia los celos desmesurados de Ugné (esos celos no distinguían sexo, opción sexual ni tampoco a los amigos varones). No vivían juntos, aunque Julio dormía en casa de Ugné casi todas las noches. Además, era su agente literaria. Julio quiso que yo la conociera, aunque me advirtió: "Ugné es muy celosa. Te va a odiar. Olvídate de publicar en Francia: lo va a impedir". La velada en la que nos conocimos fue bastante penosa. Julio me había invitado a ver, en París, la representación de una de nuestras óperas favoritas, Turandot, realizada por una famosa compañía teatral de enanos y de enanas (salvo la protagonista, de estatura normal). Apareció acompañado por Ugné Karvelis. La incomodidad de ambos era evidente, y pensé que Julio había tenido que ceder para evitar un conflicto. Intenté tranquilizar a Ugné, pero me di cuenta de que el problema venía de lejos y que yo era, en ese momento, sólo una de sus manifestaciones. No hablaron una sola palabra entre ellos, ni antes, ni después de la función, ni tampoco en la cafetería adonde fuimos luego. Hacía mucho frío esa noche, en París, y los miembros de la compañía también buscaron refugio en la cafetería, lo cual animó un poco a Julio - y a mí, todo sea dicho–, porque la tensión que había entre ellos no era nada saludable. Como casi todos los depresivos, me hice la pregunta que no tenía que hacerme: ¿Qué le he hecho yo a esta mujer para que me odie? La pregunta correcta debió ser: ¿Qué le ocurre a esta mujer para que me odie? Ugné era una mujer muy guapa, una real hembra, y Julio, un hombre muy atractivo, que gustaba mucho a las mujeres; la relación sexual estaba servida, y el conflicto, también. Sé que Julio intentó suavizar la hostilidad de Ugné hacia mí, pero no lo consiguió. Tiempo después, cuando tuve que exiliarme en París y Julio estaba en Brasil, visitando a su madre de incógnito, la llamé para que me ayudara: yo era una compañera política indocumentada, perseguida por la Policía de Extranjería de tres países. La llamé por teléfono, tal como me había indicado Julio, desde Brasil, pero Ugné fue cortante: "Si tenés problemas, arreglate sola", me dijo, y dio por finalizada la conversación. Ugné no me brindó la menor ayuda, ni siquiera quiso verme; en todo caso, gracias a ella, aprendí una amarga lección: los celos de una mujer, por inmotivados que fueran, están por encima de la solidaridad y del compañerismo político. (Son muy amargas, las cosas que se aprenden en el exilio. Pero eso no es lo peor: lo peor es que, posiblemente, la experiencia no le servirá a otros. Todo tiende a repetirse, como en uno de los círculos de Dante.) Cuando Julio regresó de Brasil y se enteró de la actitud de Ugné sufrió un gran disgusto. Tuvo una de esas cóleras frías, heladas, tan profundas que nada basta para aplacarlas. No sé qué ocurrió entre ellos, porque era demasiado elegante como para contármelo, pero a partir de ese momento, sus relaciones fueron todavía más tensas; para huir del conflicto, y de París, comenzó a viajar con mucha frecuencia, a pesar de que detestaba el avión. Eran huidas, con el pretexto de un congreso, de una invitación a una universidad, pero, en realidad, Julio estaba buscando el amor que le faltaba y dejando atrás una relación cada vez más conflictiva, más peligrosa. "Soy un hombre solo", me dijo a menudo, y eso se le notaba a veces en la mirada, en los pasos.


Yo fantaseaba, a veces, con una reconciliación de Julio con Aurora aunque él la consideraba imposible. "La vida da muchas vueltas", decía mi abuela. Me acordé de esta frase cuando al final, en París, muerta Carol, la segunda esposa de Cortázar, Aurora Bernárdez lo acompañaba cariñosamente y se convirtió en su albacea. Sé, Julio, que el precio pagado fue altísimo, y además, estoy segura de que no te gusta que yo lo diga, pero era como si se hubieran reconciliado.

Cristina Peri Rossi
Julio Cortázar
Barcelona, Editorial Omega, 2001


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