Vivian Gornick, la maestra de la literatura del yo
Utilizó sus experiencias personales para el análisis social. Luego dio el salto a la autoficción, en la que, dice, una buena historia bien vale una traición
Bárbara Ayuso
5 de julio de 2024
¿Y si para escribir la historia tienes que traicionar a alguien que quieres? ¿Y si tienes que contar algo que te involucra no solo a ti, sino a otra persona? Para Vivian Gornick(Nueva York, 1935) no hay dilema: si existe la historia, la escribirá. Traicionará. Es a ella a quien le debe lealtad. “Lo que escribo es más importante que cómo se puedan sentir los demás”, dice. Podría parecer indolencia, pero no lo es, o no del todo. Gornick no solo lleva escribiendo más de medio siglo, sino que también ha invertido unas cuantas décadas en esclarecer dónde debe colocarse el narrador dentro de lo que escribe. Y para ella está ahí, a plena luz. La autora estadounidense es considerada maestra de la literatura del yo, que aunque suene ensimismado, no lo es. De hecho Gornick ataca —feroz, implacable— a quienes se valen de la escritura para explorarse los ombligos o exorcizar demonios. Intuyó muy pronto que la literatura en primera persona tenía otra misión. Otro poder.
Vivian Gornick en su casa de Nueva York./ LOURDES VELASCO
Vivian Gornick: “Ningún ‘te quiero’ me ha importado más que la escritura”
Es una de las escritoras de referencia de la Segunda Ola feminista en Estados Unidos, pero su célebre ‘Apegos feroces’, publicada en 1987, ha tardado treinta años en llegar al Estado español, editada por Sexto Piso. Ahora The New York Times ha considerado esa obra como el mejor libro de memorias de los últimos 50 años. Trazamos con ella el hilo que conecta al feminismo radical de los setenta con la era del #MeToo.
Matilde Cordero / Anna Bonet 10 de julio de 2019
A sus 83 años, la escritora Vivian Gornick (Nueva York, 1935) luce incansable. Es menuda, el pelo corto de un gris casi blanco. Tiene los ojos tan azules y tan claros que a una le resulta casi imposible mantenerle la mirada. ¿Por qué no la habíamos descubierto antes? En 2017, su primer libro de memorias, Apegos feroces (editado en España por Sexto Piso), se tradujo en nueve países europeos. Arrasó. ¡Y eso que había sido escrito treinta años antes! En 2018 pudimos leer la segunda parte, La mujer singular y la ciudad (también en Sexto Piso). Esta vez, sin tanta dilación respecto a la edición original, de 2015.
«NO SOY SINCERA, NUNCA ESCRIBO SOBRE NADA EN LO QUE ME PUEDA SENTIR VULNERABLE, TENGO QUE ASEGURARME DE QUE NO ME VOY A INMOLAR NI A DESTRUIR EN EL INTENTO»
El pasado 18 de noviembre, la editorial Sexto Piso nos convocó a los medios literarios más importantes del país a una rueda de prensa con Vivian Gornick (1935) por la reciente traducción al español de su libroCuentas pendientes, después de los éxitos editorialesApegos feroces(2017),La mujer singular y la ciudad(2018) yMirarse de frente(2019). En este nuevo ensayo memorístico revisita las lecturas que le impresionaron de joven y las analiza desde la nueva perspectiva que le han ido proporcionando los años.
Al disponerse a presentar un libro que hace años que ama, uno puede encontrarse hojeando la edición anterior, dándole vueltas entre las manos, así como zambulléndose entre sus páginas para reencontrarse con ciertas frases y quedar de nuevo maravillado por su enfoque y su frescura, su capacidad permanente de sorprender. Podría también saltar hasta el comienzo con la esperanza de descubrir que la introducción de uno ya está ahí, escrita ya, que es justo el sentimiento que este objeto le ha proporcionado una y otra vez: que conoce sus pensamientos. El libro es un objeto en vertiginoso movimiento, que rezuma su propia energía y lo único que uno desearía hacer es tocarlo, alterar apenas su trayectoria, para impulsarlo hacia el criterio universal.
Escribo esto en 2021, pero ¿en qué época estamos? No es lo mismo una fecha, pongamos junio o julio de 2021, que una época. Las fechas influyen en tu agenda, en tus planes, pero las épocas intervienen directamente en tu ser, en la clase de persona que eres, quizá en la que quieres llegar a ser. En esta época que nos ha tocado vivir, ¿qué sería lo más destacado, lo primero? El yo, obviamente. Nada hay más importante que uno mismo. En un escenario hipernarcisista, tiene sentido que el mundo consista en una suma de egos mezclados, el tuyo primero, lógicamente. Es difícil encontrar un momento en el que lata tanta pasión por la personalidad. Dedicarse a uno mismo, crecer en tu vida profesional, volver interesante, vertiginoso, placentero cada minuto libre de tu vida personal: he ahí el plan del individuo occidental.
Vivian Gornick: “Estar sola es una postura política”
Observadora aguda y mordaz, la autora de Apegos feroces repasa su trayectoria feminista, celebra el rol cada vez más poderoso de la mujer y alerta de peligros como el dogmatismo, la corrección política o la “furia” emocional. Le preocupa la “cultura del rollo de una noche” y —dos veces separada— sostiene que estar sola es una postura política.
Andrea Aguilar
29 de febrero de 2020
UNA MAÑANA DE finales de noviembre, ágil y lúcida, Vivian Gornick (Nueva York, 1935) recibe con amplia sonrisa en su apartamento en el corazón del West Village neoyorquino y posa paciente para las fotos. Disfruta de su reciente éxito internacional y acaba de terminar un nuevo libro. Está viviendo un buen momento: las memorias que publicó originalmente en los ochenta, Apegos feroces (Sexto Piso, 2017), se han traducido a 13 idiomas en los últimos cuatro años y han sido aclamadas por la crítica y también, entre otros, por apasionados lectores en español que, al fin, la han descubierto.
Tras la publicación de la segunda parte de sus memorias, La mujer singular y la ciudad, se ha traducido recientemente también una antología, Mirarse de frente —ambas en Sexto Piso—. En los textos reunidos en este último libro recuerda los veranos que pasó trabajando en los Catskills y descubriendo las relaciones de poder que rigen el mundo; explica lo que para ella significa el feminismo; repasa la asfixiante vida académica en los campus universitarios; y reflexiona sobre la postura política implícita en la decisión de vivir sola.
En Estados Unidos, mientras tanto, está a punto de reeditarse una historia oral que escribió hace décadas sobre los comunistas estadounidenses, y tiene nuevo libro. En Unfinished Business: Notes of a Chronic Re-reader Gornick retoma su faceta de certera crítica literaria y hace balance de las lecturas que más la han marcado y de cómo el correr de los años ha cambiado su actitud hacia esos textos. La prensa estadounidense ha señalado como "tiene la claridad del observador imparcial incluso cuando siente el celo de un converso"; sus opiniones nunca son tibias. Mordaz y desarmantemente sincera a sus 84 años, esta autora, que nunca ha ocultado cuánto le costaba escribir, está en racha.
La escritora y ensayista Vivian Gornick, durante la entrevista en Nueva York.ERIK TANNER
Como comprometida reportera del legendario semanario The Village Voice, Gornick cubrió en los setenta el mismo movimiento de liberación feminista en el que acabó militando, la llamada Segunda Ola. Dice que aquello le dio la clave para ver y entender el mundo de otra manera, desde un prisma rabiosamente feminista, político y personal. Todo ello lo ha plasmado en su escritura de ensayos memorialísticos, un género —en el que confluyen el análisis del mundo y la subjetividad del punto de vista—por el que ella apostó cuando aún era algo difuso y poco explorado.
Aguda, divertida y directa, Gornick tiene unos inmensos ojos azules que podrían dejar clavado a cualquiera, un acento neoyorquino franco y claro, y una carcajada fácil que subraya el descaro y fuerza, que mantiene intactos. Habla del “síndrome de la respuesta aproximada” para explicar que ante su natural vehemencia ha encontrado muchas veces tibias adhesiones a sus opiniones, algo que la sacaba de sus casillas, y reconoce que, aunque de joven lo único que le importaba era ganar una discusión, hoy prefiere no llevarse la razón y no herir a nadie.
Ha tratado el feminismo como movimiento social, y también a escala íntima y personal. ¿Cómo ve los cambios desde esos años setenta que describe como electrizantes?
“Conozco a hombres que han recibido castigos mucho más severos de lo que merecían, y eso me duele”
Aquellos años fueron un momento revolucionario, descubrimos que ser mujer implicaba ser ciudadano de segunda, y que había una larga historia de subyugación y opresión femenina. Para nosotras ese punto de vista era algo original y nuevo, pero lo cierto es que no estábamos inventando la rueda. Y, sin embargo, creo que fuimos visionarias porque empleamos un marco amplio, existencial y filosófico en nuestro análisis. Es decir, yo veía que nuestra condición de mujeres era emblemática de algo que afectaba al conjunto de la condición humana.
En Mirarse de frente recuerda un verano que trabajó de camarera y la bronca que un cliente le echó a su jefe, y cómo comprendió entonces que todos estamos atrapados en algún tipo de sometimiento.
Sin el feminismo yo no hubiera entendido eso. Profundizar en lo que implicaba la condición de mujer, reconocerlo y descubrirlo, me permitió entender las luchas de poder que rigen la vida. Fue muy estimulante abrir los ojos y tomar una perspectiva amplia de las cosas, de pronto veíamos ejemplos en todas partes. Fue como una conversión.
¿Qué pasó luego?
Luego se apagan los tiempos de revolución, se acaban los sesenta y el momento político de los ochenta se evapora. Aceptamos que lo que fuera que hubiéramos expuesto se quedaba ahí y debía ser desarrollado a nivel individual, persona a persona. No había un movimiento porque no se puede ser activista 50 años. Hicimos lo que hicimos, progresamos lo que progresamos y eso era todo, aunque no fuese ni remotamente suficiente. En las siguientes generaciones fue interesante ver a esas mujeres que por separado entendieron el mensaje y lo vivían cada cual a su manera como mejor podían. Esto ocurrió por todo el mundo, incluso en Europa, donde el sentimiento de injusticia no arraigaba.
¿Cree que el feminismo en Europa ha tardado más en cuajar?
En los últimos años he viajado allí bastante por la publicación de Apegos feroces y en todas partes he visto a jóvenes que me hablan de sus relaciones personales o laborales, como lo hacíamos nosotras hace 40 años. Es verdad que muchas ocupan puestos a los que antes no llegaban; en el sector editorial hoy hay tantas mujeres brillantes y profesionales que podrían dirigir el mundo o empezar la tercera guerra mundial, y esto me hizo sentirme orgullosa, pero todas y cada una de ellas me decían que se sienten subyugadas por los hombres con quienes viven o trabajan. Está todo muy vivo.
También en Estados Unidos ha habido un fuerte terremoto feminista.
Tras los aires de cambio hubo una reacción en contra y un frenazo. Cuando llegó el MeToo me sorprendió lo poco que se había progresado en materia de acoso sexual, algo que es delito desde hace 50 años. Esto no iba solo de Harvey Weinstein, sino de todos esos hombres corrientes que de forma corriente hacían esas mismas cosas que ya hacían en cualquier trabajo cuando yo tenía 20 años. No había una sola oficina en la que algún hombre no estuviera tocándote o haciéndote alguna proposición. Era constante, ibas a la oficina con un nudo en el estómago porque sabías que alguno te entraría. Nos pasaba a todas, lo aceptábamos y no lo hablábamos.
Ese silencio se ha roto.
Al oír a estas mujeres que trabajan en oficinas, fábricas y restaurantes o en Hollywood no me lo podía creer. Estaban enfurecidas porque no había habido suficiente cambio en la cultura, en la forma de relacionarse hombres y mujeres en todo este tiempo. Querían tirar el mundo abajo, querían sangre, las cabezas de estos tipos, ¡degüéllenlos!
¿Y qué opina?
ERIK TANNER
Estoy sorprendida, pero lo entiendo históricamente. Cuando las cosas no avanzan lo suficiente, el enfado va creciendo, hasta que se convierte en algo asesino. Es como si estuvieran junto al cadalso en la Revolución Francesa pidiendo que corten las cabezas. [Ríe]. Simpatizo con esto inmensamente y al mismo tiempo me horroriza. Conozco a hombres que han recibido castigos mucho más severos de los que merecían, y eso me duele. También hay algo de política parapolicial, de hipervigilancia, cuando en realidad las mujeres a menudo son cómplices.
Parece que nadie se atreve a hablar de eso. Señalar los excesos no es políticamente correcto.
Pues yo lo digo. Mira, cuando nosotras empezamos en los años ochenta nos acusaban de ser dogmáticas, y es que nos volvimos dogmáticas muy rápidamente. La corrección política afloró, aunque no era tan fuerte como hoy. Muchas que no eran feministas, mujeres normales y corrientes, se sentían intimidadas porque decíamos que ser ama de casa era no tener vida.
Escribió que una idea pasa a ser teoría, la teoría pasa a ser una postura, y la postura, dogma. ¿Hoy también se da ese dogmatismo?
Cuanto menos se avanzaba, crecía el enfado acumulado y más políticamente correcto se volvía todo. Pero hay que forcejear con estas cosas, cada cual tiene que dar esa batalla. La ensayista Meghan Daum ha escrito ahora un libro sobre el control dominador que ejerce lo políticamente correcto, y es un libro valiente porque, como ella dice, se la está jugando. Yo nunca he dejado de abrir la boca. Desde el principio, hace 40 años, me levantaba y decía lo que me parecía mal si sentía que muchas teníamos tanta culpa como los hombres a los que señalábamos, y explicaba que no estaba en el negocio de odiar a los hombres. Hoy mucha gente no se atreve, pero yo sigo diciendo y escribiendo lo que quiero. El campo está minado, pero hay que hablar.
¿Cree que la victoria de Trump, que presumía de acosar a mujeres, influyó en el MeToo?
Todo lo que le ha llevado a la Casa Blanca ha estado cociéndose en los últimos 40 años. Su base, la derecha religiosa, nos odiaba, clamaban contra el aborto y el matrimonio homosexual. Los Estados conservadores o el Tea Party estaban ahí antes. Eran la oposición, y cuanto peor se ponían las cosas, más aumentaba la corrección política. Trump es el final de eso.
¿El final?
La corrección política empezó con los mismos movimientos de liberación con los que yo me identifico, la lucha de los negros, las mujeres y los homosexuales. Abrimos la caja de Pandora y salieron todos los problemas, pero es que además ese enfado que brotó fortaleció la corrección política. Dos cosas ocurrieron al mismo tiempo: liberación y represión, porque las revoluciones contienen eso, y todo depende de quién gane. En la Unión Soviética había comunistas que creían y eran honestos junto a asesinos y cínicos. Estos últimos se impusieron. En Estados Unidos no sabemos qué pasará.
En la conversación de las mujeres de los últimos tiempos ha habido algunos desencuentros generacionales. ¿Hay algo que la haya sorprendido del feminismo de hoy?
Las jóvenes del movimiento MeToo están furiosas, responden de una manera emocional, pero creo que nosotras teníamos una visión más política. Ellas viven en un mundo que yo no habito porque no estoy en Internet, su cultura es tan diferente de la mía que no puedo criticarlas.
“En el mundo editorial hoy hay tantas mujeres brillantes que podrían dirigir el mundo o empezar la tercera guerra mundial”
Ha reflexionado sobre la renuncia al amor romántico. Ese sentimiento aparece como la antítesis de la búsqueda del camino propio. ¿Esto aún es así?
Sigue siendo así para millones de mujeres, pero también hay muchísimas que hoy lo tienen claro, que saben que el trabajo debe ser central; es decir, saben lo que ya sabían los hombres. Cuando yo crecía no había una sola mujer que no dijera que lo más importante en la vida era el matrimonio y los hijos. Había brillantes excepciones en los negocios, la política o las artes, pero, salvo ellas, nadie contradecía ese principio.
Hoy parece que hay que triunfar en varios frentes, en el familiar y en el profesional.
Esa presión por tener éxito siempre ha existido. Es terrible, pero nadie en ninguna sociedad es ajeno a la idea del triunfo.
Describe la vida como un constante recordar cosas que ya sabía.
¿Cuántas veces una se dice a sí misma “no voy a volver a hacer esto” y luego se te olvida y repites ese mismo “nunca voy a hacer esto más”? No podemos evitarlo porque las emociones tiran de ti en seis direcciones distintas al mismo tiempo, es un caos. Eso es a lo que me refiero.
En uno de sus ensayos habla de una amiga que despreciaba a los hombres y al mismo tiempo necesitaba su atención y reconocimiento. ¿Una batalla interminable?
Ella hasta los 70 años quería tener éxito sexual cada minuto. Necesitaba tener un amante todo el tiempo para sentirse viva, algo que, por otro lado, le ocurre a millones de hombres. Mira todos los que se acuestan con mujeres que realmente no les importan para renovarse sexualmente y sentirse vivos y exitosos.
Describe cómo presenció “la muerte del apego sentimental” entre los sexos en una cena, cuando esta misma amiga le dio un corte brutal a un hombre. ¿Qué fue aquello?
Es algo que pasó en los primeros años del despertar feminista como ocurre ahora con el MeToo, porque estoy segura de que las mujeres les están diciendo cosas tremendas a los hombres. Antes de los años ochenta, las mujeres no se atrevían y excusaban el peor comportamiento masculino diciendo que los egos de ellos eran tan frágiles que había que protegerlos. Eso era el apego sentimental. Mi amiga esa noche decidió que no iba a tener eso en cuenta nunca más, estaba dispuesta, si hacía falta, a hacer saltar de una patada la mesa donde cenábamos.
Ese apego, empatía o terreno común, ¿se reconstruyó?
Eso ha mejorado con el tiempo. Al principio todo era enfrentamiento, la gente se odiaba de por vida. Hoy hay más comprensión mutua. Pero, por otro lado, está la cultura del hookup o del rollo de una noche. Se acuestan en dos segundos y luego están enfadados, se sienten dolidos. Uno de los hombres que conozco, que fue acusado por el MeToo y perdió su trabajo, era solo culpable de ser un mujeriego. Nunca salió con una mujer que no quisiera salir con él, ni se acostó con ninguna que no quisiera hacerlo. Iba a una fiesta y rápidamente conocía a alguien, se emborrachaban, se acostaban y al día siguiente o en unas semanas rompía. Él ocupaba un puesto de poder y ellas no, y creo que todas pensaban que podrían sacar algo y cuando las dejaba se enfurecían. La cultura del hookup conlleva mucha permisividad y muchos castigos.
Las dinámicas de poder en las parejas pueden ser bastante complejas, como el arquetipo de hombre poderoso que siente que una mujer ejerce un fuerte control sobre él en la intimidad.
Es complejo porque muchas veces no nos miramos como iguales. Lo prueba hasta que hablemos de “hombre poderoso” y no de ser humano. Nos usamos unos a otros. Y eso es lo que queremos que cambie. Si llegamos a un punto en el que nos percibimos como semejantes y cuando veo a un hombre, antes que nada, le veo como un ser humano equipado con las mismas debilidades que yo, los mismos miedos, las mismas vulnerabilidades…, bueno, pues puede que entonces lo primero que desaparezca del mundo sea la excitación erótica. [Ríe].
Sostiene que fue una actitud política lo que la empujó a combatir el miedo a la soledad. ¿Cómo encaja la política en la decisión de estar sola?
Con el feminismo, una de las primeras cosas que entendimos es que la gente resiste en matrimonios infelices porque tiene miedo de quedarse sola. Lo que planteamos era que, si te quedabas en un matrimonio infeliz, te estabas rebajando. Así que el respeto a una misma era clave para afrontar la infelicidad de estar sola. Eso es una postura política.
¿La infelicidad no es parte de la vida estés sola o en pareja?
Algo tiene que pesar más. Tomas decisiones cada minuto del día y todo tiene un precio, así que hay que pensar con qué puedes vivir y con qué no. Eso es todo. No es que quieras estar sola, es que no quieres estar en una relación en la que te sientes disminuida o exiliada. Me casé con prisas dos veces. Me decían que aguantara, pero yo no podía porque era puro impulso.
Escribe sobre una amiga con la que luego pasaba horas charlando sobre el matrimonio de ella.
Al final se quedó con su marido.
Ha explicado que estar sola le ha permitido pensar y hacer, y que el amor interrumpía eso.
Cuando estás solo tú ocupas todo el espacio sin interrupción. Estar solo es bueno, pero sentirte solo no tanto.
¿Es entonces cuando hay que salir a pasear?
Bueno, las aceras de Nueva York están llenas de teatro callejero y puedes oír todo tipo de cosas. ¿Tú caminas?
El libro de papel resiste en el año de las escritoras
El sector editorial se recuperación sus cifras de ventas y el ‘ebook’ se estanca
PAULA CORROTO Madrid 26 DIC 2017 - 13:19 COT
La poeta y novelista canadiense Margaret Atwood, en Milán, Italia.ROSDIANA CIARAVOLOGETTY IMAGES
“El Mesías vendrá, pero podría retrasarse”. La frase del filósofo Maimónides, tantas veces utilizada para describir aquello que está a punto de florecer, pero nunca lo hace, podría aplicarse en este 2017 al libro electrónico. Ni está, ni se le espera, que dijo otro prócer. Si algo ha marcado este año es que el papel resiste, y ni siquiera de forma numantina. Los datos son tajantes: la venta de ebooks sólo suponen el 5,1% de todo el sector, es decir, unos exiguos 115 millones de euros de los 2.317,2 millones de euros que movió la industria en 2016 (último dato oficial de la Federación del Gremio de Editores). “Ha habido un cansancio digital. En el mercado norteamericano, que es donde más había crecido, se ha desplomado. En España sigue creciendo, pero poco”, resume Antonio María Ávila, director ejecutivo de la FGEE. “El papel resiste porque es muy difícil encontrar algo tan cómodo para leer. Es un tipo de lectura distinta que no te cansa tanto como la pantalla”, añade. Sobre todo si te trata de novelas y textos escritos para el puro placer lector.
Pionera y maestra del ensayo personal, la escritora y crítica volcó su talento en las potentes memorias ‘Apegos feroces’, al fin en español
ANDREA AGUILAR 26 JUL 2017 - 16:32 CDT
La escritora Vivian Gornick en 2015.MITCH BACH
Sostiene Vivian Gornick (Nueva York, 1935) que "toda obra literaria contiene tanto una situación como una historia". En su antología sobre el subgénero del ensayo personal (The situation and the story) defiende que los más importante para encontrar esa voz es saber quién está hablando y por qué lo hace. La situación, explica, es el contexto o circunstancia, a veces incluso la trama; mientras que la historia es la experiencia emocional que preocupa al autor, es decir, “lo que uno ha venido a contar”. Ella llegó en 1969 a la redacción del semanario alternativo The Village Voice dispuesta a narrar las sacudidas del feminismo radical. Su nuevo periodismo hablaba desde las barricadas del movimiento y, con atinada puntería, supo trasladar esa visión a la crítica literaria. Aquello forma parte, irremediablemente, del ADN de esta autora, una de las voces más destacadas de la segunda ola feminista de EE UU.
Gornick, sentada una mañana de finales de mayo en el despejado y soleado salón de su piso del West Village donde su gato dormita, cuenta que en aquella revolución cultural se encuentra el germen de Apegos feroces(Sexto Piso en castellano; L'Altra en catalán). "El movimiento feminista de los años setenta ejerció una gran influencia. Nos llevó a miles de mujeres a pensar cómo nos habíamos convertido en lo que éramos, y aquello nos condujo inmediatamente a nuestras madres. Fuimos las primeras en emprender esa búsqueda existencial y analítica". El libro —que ahora se publica en español— salió originalmente en 1986 y pronto fue saludado como un clásico, con el que su autora se convirtió en pionera y maestra de un género cuya influencia y popularidad hoy están fuera de duda.
En Apegos feroces Gornick, visceral y cerebral, reconstruye su infancia en un bloque de viviendas de familias judías en el Bronx junto a dos viudas: su madre, cuya temprana pérdida de su esposo la sume en un interminable y amargo duelo; y la despampanante vecina pelirroja Nettie, que al quedarse sola toma el camino contrario y encuentra en el sexo su coto de poder. Los recuerdos infantiles se intercalan con las furiosas discusiones que una Gornick adulta y su progenitora mantienen en sus paseos semanales por Manhattan, con la fuerza, la rabia y el feroz amor con el que una madre y una hija pueden hablarse.
Gornick viste esta mañana de negro. En su rostro de rasgos grandes, destaca la mirada inquieta de inmensos ojos azules que tienen algo de travieso, como su risa rotunda y recurrente. Advierte que un amigo, de visita esos días en la ciudad, se unirá a la conversación. “Me había olvidado completamente de ti”, dice, y suelta una carcajada.
Pregunta.¿Cómo arrancóApegos feroces?
Respuesta. Vi la relación con mi madre como algo metafórico. Era literatura, algo sobre lo que escribir. Creo que fui la primera, desde luego en Nueva York, en intentar hacerlo. Buscar lo misterioso en lo familiar es de lo que trata la escritura, y lo cotidiano se convirtió en algo muy excitante. Al principio pensé que escribía una historia bastante directa sobre mi madre y yo y Nettie. Luego entendí que tenía muchos asuntos pendientes y no podía contar el pasado desde el futuro, me atasqué. Un día mi madre me contó al teléfono algo que le había ocurrido en la calle, y al colgar me di cuenta de que quería incluirlo en el libro. Ahí encontré la estructura, la idea de intercalar pasado y presente. Esas dos parejas, la mujer joven con su hija y la mujer mayor con su hija adulta, se encontrarían.
P.¿Aquello fue la clave?
R.Durante mucho tiempo no sabía qué era exactamente lo que estaba escribiendo. Pensaba que el libro iba sobre cómo me convertí en mujer, y hay parte de eso, pero realmente de lo que trata es de que no podía dejar a mi madre, porque yo me había convertido en mi madre.
P.¿Qué era lo que marcaba el rumbo?
R.En la última escena estoy con mi madre y me dice: "¿Por qué no te vas? Nada te detiene". Yo estoy iluminada por la luz que entra por la ventana, medio fuera, medio dentro, en el marco de la puerta. Lo describí tal cual y entendí que esa era la escena que iba a tratar de ganarme: iba a escribir para que ese intercambio quedase dramatizado. Nunca dejé de pensar que todo iba dirigido a exponer esa verdad: medio dentro, medio fuera; no puedo irme, no puedo quedarme. Aquello cambió la manera en que encajaba la trama.
P.¿Dejó mucho fuera?
R.Lo más complicado fue ser sucinta con el pasado. Los paseos eran fáciles, son como historias cortas. La gran escritora de quien he aprendido más es Natalia Ginzburg, ella me enseñó a respetar la idea de la escritura compacta. Es difícil decidir qué dejas fuera. Pero hay que contar la historia de la forma más destilada posible, porque ahí reside su fuerza. Cuando escribes es complicado calibrar la proporción entre lo que estás contando y cómo afecta al conjunto.
P.Su hermano apenas aparece.
R.Es una historia de mujeres con mujeres. No pensaba meter a ningún hombre. En un momento dado, mi editor me dijo: "Ahora tienes que casarte". Y yo: "¿Casarme? ¡No pienso!". Pero acabé metiéndolo. De hecho, había tenido dos matrimonios, pero mi madre me pidió que sólo contara uno.
P.¿Su madre sabía que estaba escribiendo ese libro?
R.Sí, y no estaba contenta. Pero no rompió conmigo.
P.Ha hablado con frecuencia de las dudas que plagan su mundo. EnApegos,frente a su madre se desvanecen, solo hay certezas.
R.Ella estaba llena de dudas y yo también, pero juntas… En su presencia yo sabía quién era.
P.¿Cómo reaccionó al libro?
R.Fui muy sincera desde el principio. Se quedó muy sorprendida, no lo comprendía. Periódicamente se enfadaba y me decía: "¿Ahora vas a escribir esto para que todo el mundo sepa que me odias?". Me dejaba paralizada, no podía escribir durante días, pero pasaba el tiempo y volvíamos a lo de siempre, y yo recuperaba el sentido de lo que estaba haciendo. Me ayudó saber que no escribía para despedazarla, acusarla o convertirme en una víctima. Narraba verdades duras, pero sabía que le iba a dar todo lo que ella tenía, su sabiduría, calidez, y también lo que estaba mal. Cuando el libro se publicó se enganchó a la fama e iba por Nueva York firmándolo.
P.¿Le gustó?
R.Era como una niña, cambiaba de opinión constantemente. Me decía que había contado la verdad y, al día siguiente, me acusaba de ponerla en ridículo. Pero estaba orgullosa.
P.¿Fue mucha presión saber que podía herirla?
R.Los alumnos siempre preguntan cómo se escribe sobre los que están vivos y van a leerte. No hay una única respuesta. O te sientes empujado a hacerlo porque sientes la necesidad o no. Si es tan doloroso y tienes tanto miedo no lo hagas. Porque una vez hecho, ¿qué puedo decir? La gente que ha servido de modelo para lo que has escrito tiene que vivir con ello.
P.Una de las semillas de este libro fue el feminismo. ¿En qué punto está hoy este movimiento en EE UU?
R.Mi generación fue la revolucionaria. Teníamos una excitación, entusiasmo y energía extraordinarios. La inteligencia de quienes ponen nombre a las cosas. Éramos las anarquistas, que queríamos cargar contra todo: la familia, los hijos, todo. Después llegó el trabajo duro, el cambio social. Hemos logrado mucho, pero cambiar el hubris de tantos siglos lleva tiempo. De alguna manera hemos hecho la revolución, pero las cosas no terminan hasta que se acaban.
El amigo que Gornick esperaba, ha llegado y se ha sumado a la conversación, sentado en una butaca frente a la escritora, con gorra de béisbol. Ella explica que él es más joven y conoce todas sus historias —"no voy a contar nada que él no sepa", dice con cierta coquetería la aguerrida feminista—. Él bromea y comenta que Gornick habla igual con amigos que con entrevistadores, y elogia su dicción de puntuación perfecta. La escritora prosigue con cierta impaciencia y compara los avances de las mujeres con la lenta asimilación de los judíos en Estados Unidos. "Con el feminismo siento que es lo mismo: estamos medio asimiladas". Implacable y aguda, Gornick se define como una "purista" que denuncia muchas acepciones actuales de este movimiento, incluidas las literarias, cargando, por ejemplo, contra las novelas de Elena Ferrante: "¡Ella es la más chapada a la antigua! No creo que sea feminista en absoluto, sino estrictamente neorrealista". Pero a la crítica le gusta subrayar los avances de su causa. "Cuando era joven no recuerdo que las mujeres hablaran de tener una vida propia o ganarse la vida, la cuestión era casarse y tener hijos. Las chicas que como yo decíamos que aquello era un mundo de hombres y no lo aceptaríamos, lo que queríamos decir es que tendríamos una aventura antes de casarnos y tener hijos. No había ninguna duda de que eso era el punto y final. Hoy no es así".
P. ¿También la idea de feminismo ha sufrido cambios, convertida hoy en reclamo comercial para vender desde maquillaje a zapatos?
R. De manera bizarra esto es una muestra de su peculiar éxito. La palabra o el concepto de feminismo hace 25 años no habría funcionado como reclamo publicitario. Pero cuando una mujer obtiene una cátedra o un puesto en la Corte Suprema ese branding no significa nada, lo que tiene significado es que estén ahí. Todo está ocurriendo al mismo tiempo.
P. ¿Es una feliz sorpresa esta llegada al mercado de masas?
R. A mi no me sienta bien, no quiero ver a Ivanka Trump diciendo que es feminista, me chirría. Pero esto no tiene más peso que los hechos sobre el terreno; no es más importante que la lucha diaria de miles de mujeres por conseguir lo que se merecen como seres humanos.
P. Habla de la segunda ola de feminismo como de la fase anarquista. ¿Hubo violencia y autodestrucción?
R. A la gente que se siente frustrada por las limitaciones del camino que emprendimos le gusta mirar atrás y decir que así fue. Yo no lo creo. No se puede mantener vivo un movimiento activista más de una década. Lo hicimos el tiempo que pudimos, el mundo no cambió lo suficiente y nos disolvimos. El avance es lento. Tiempo después mujeres más jóvenes se me acercaban para reprocharme que a pesar de nuestras promesas sus maridos seguían sin ayudarlas. En primer lugar yo no era consciente de haberles prometido nada, pero en cualquier caso les tocaba luchar a ellas, individualmente. No volveremos al lugar donde estábamos hace 60 años, pero los prejuicios tardan en apagarse y hay retrocesos.
P.Defiende enApegos ferocesque el amor no le vuelve a uno más fuerte.
R.David, ¿puedes contestar? Mira, nos dijeron que era lo que ordenaba el mundo y no fue así. Yo, y muchos otros, llegamos a la conclusión de que el amor es necesario pero insuficiente para tener una vida, para entender quién eres.
P.EnThe End of the Novel of Lovedeclara que el amor ha perdido también su fuerza dramática.
R.No se puede usar como metáfora, porque todos tenemos tanta experiencia que no podemos creer que el amor sea la salvación.
P.¿Y cuál es la metáfora hoy?
R.Ese lugar lo ocupó la naturaleza, luego la religión y más adelante el amor durante 150 años. Mi conclusión es que hoy está vacío. Todo lo que puedo hacer es ser la anarquista que dice: esto no es.
En una de las discusiones que describe en su libro, a propósito de unos vecinos, Gornick le dice a su anciana madre que incluso el amor filial hay que ganárselo. Aquello, recuerda la escritora, hizo llorar de risa a uno de sus editores de The Village Voice, "un típico chico judío", que gritó que eso era el colmo, totalmente hilarante. Y si el amor de un hijo no se puede dar por sentado, mucho menos el de un entrevistador. Algo de esto parece resonar cuando Gornick al día siguiente de celebrarse la entrevista, que cortó apresuradamente, se ofrece a contestar más preguntas por escrito en un correo titulado "Me siento culpable". Gornick gana.